8
Estaba rumbo a la cabaña cuando escuché voces y vi luces, pude reconocer que provenían de una fogata.
Como todo el mundo, siempre he sido curiosa, así que no pude evitar acercarme. De verdad esperaba que ese fuego estuviera hecho con cuidado y por alguna razón importante, y que además lo estuvieran vigilando.
Uno creería que cuando alguien ya no lo usa, lo apaga; pero no, jamás creerían cuantas personas lo dejan encendido. Las mismas personas que luego no entienden porqué se incendian bosques y campos enteros.
—Moriré de hambre con una ardilla —comentó una voz que pude reconocer.
—Tampoco exageres. Mañana tendremos más comida, que con tan poca luz no puedo cazar —contestó su hermano.
Dejé de caminar cuando estuve lo suficientemente cerca como para verlos, pero no tanto como para que ellos me vieran. Sin embargo, estaba algo distraída y además estaba bastante oscuro, por lo que justo en el último paso rompí una rama.
—¿Quién anda ahí? —dijo uno de ellos, en aquel momento no identifiqué cuál fue—. Muéstrate, amigo, porque tenemos una ballesta.
Yo me adelanté y salí de entre las hojas y la oscuridad, no quería arriesgarme a que me dispararan. En cuanto me reconocieron, bajaron la guardia y se relajaron. Tomaron asiento sobre un tronco, frente a la hoguera donde asaban una pobre y flaca ardilla. Al parecer, yo no les parecía una amenaza, a pesar de haberles disparado hace un rato.
—¿Qué haces por aquí todavía? —Merle preguntó, desinteresado.
Realmente no planeaba nada, ni siquiera hablarles, solo actué por curiosidad, así que no supe bien qué responder.
—Pasaba por aquí y simplemente los escuché... —Expliqué analizando el lugar, el pequeño claro en el que habían asentado un campamento provisorio.
—¿Nos espiabas, niña? —interrogó el mayor de los hermanos; Daryl bufó.
—No, ya te lo dije, solo pasaba por aquí. Y los oí, no es como sí estuvieran escondidos o silenciosos. Cualquiera puede dar con ustedes a kilómetros a la redonda con este fuego...
Los hermanos se miraron entre ellos ante mi respuesta.
—Y creo que puedo compartirles de mi pavo, sí quieren. De todas formas es demasiado para mí sola —comenté.
No sé bien porqué lo dije. Creo que solo estaba improvisando. Tal vez me daban curiosidad. Tal vez quería pasar más tiempo con otras personas que tuvieran el mismo hobbie que yo. O capaz simplemente aún no quería volver a mi casa de acogida.
—Mira, Daryl, que amable es la niña —comentó Merle. Sin embargo, su voz quedó aplacada por la de Daryl.
—¿Y por qué harías algo así?
Observé directamente a sus ojos oscuros. Luego dirigí una mirada rápida a las cosas que tenían y vi el bolso térmico lleno de latas. Volví a mirar a Daryl.
—Solo por el módico precio de una cerveza. —Me encogí de hombros.
Con ese comentario podemos comprobar que realmente no sabía lo que hacía o decía. Nunca había probado una cerveza, nunca me había interesado.
—Eres una niña. No te daremos cerveza —se rehusó.
—Cállate, Daryl. Nos está proponiendo un buen trato. Además se ve que sabe de qué habla.
El menor miró incrédulo a su hermano, pero no protestó.
—¡Y yo me quedo con un muslo! —decreté.
—Parece justo.
Así de fácil fue. Merle aceptó. Seguramente le pareció divertido, casi una broma. Pero le intercambié el animal por una lata de alcohol.
Daryl fue quien comenzó a preparar el pavo para ponerlo sobre el fuego, mientras yo me sentaba alrededor de la fogata, frente a los dos hombres, con el metal cilíndrico frío y húmedo entre mis manos.
Vi que Merle tomó una lata, la abrió, la levantó hacia mi en señal de brindis y se la llevó a la boca. Se la bajó entera en segundos.
Yo abrí la mía y el gas me salpicó suavemente, el olor impregnó el aire y llegó a mi nariz. Olía bien, pero el estómago se me retorció. Llevé la lata a mis labios y bebí un largo trago antes de detenerme y escupirla con una mueca de asco.
Así supe que odiaba la cerveza.
Escuché una risa y al mirar me encontré con que venía de Merle. Reía abiertamente, sin vergüenza. Daryl, en cambio, apretaba los labios mientras terminaba de desplumar al pájaro; quería esconder una sonrisa, yo lo sabía.
—Eso sí que fue divertido. Pero creo que tengo un refresco por aquí —soltó Merle rebuscando en el bolso y luego me pasó una lata de Coca Cola de cereza.
Verlos tan tranquilos me relajó también... No debería bajar la guardia con dos desconocidos, y al principio no lo hice, pero más temprano que tarde, me sentí muy cómoda con ellos. No parecían amenazantes, así que confié, por aquella vez.
Después de eso, comencé a cruzármelos seguido por el bosque. Generalmente intercambiábamos presas, algunas pocas veces me quedaba con ellos comiendo, pero no más que eso. Solíamos charlar, más ellos que yo, mayormente me limitaba a escuchar, porque no sabía que decir. ¿Qué podía aportar a la conversación una niña de mí edad?
Por suerte, yo no era ignorada, sino que de vez en cuando me preguntaban cosas, tratando de involucrarme en la charla. Eran buenos conmigo.
Quedábamos, comíamos, compartíamos tiempo juntos, pero no éramos amigos. Lo supe un día cuando ellos hablaron de ir a... ni siquiera recuerdo a dónde, pero yo los seguí, pensando que estaba invitada. Y no fue así. No sé si ellos lo notaron, porque cuando llegamos juntos al límite del bosque, se despidieron y subieron a una camioneta muy vieja. Yo los saludé, algo confundida y luego, cuando quedé sola, por fin caí en cuenta de que jamás me habían invitado.
Sentí mi rostro rojo de vergüenza durante el resto del día y no volví al bosque en todo el mes.
Pensé que tal vez les parecía demasiado jóven para ser su amiga o tal vez realmente no les agradaba tanto para salir con ellos más allá de los límites del bosque.
Estaba bien. Entendía. Aunque era una pena, porque yo sí comenzaba a considerarlos mis amigos. Y no tenía otros por aquel entonces, había perdido hasta eso.
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