7
Llevaba persiguiendo un pavo desde hace unas cuantas horas. Un maldito pavo. Solo comía de esos en Acción de gracias, y durante los últimos dos años que pasé con mi madre, ni siquiera había visto uno. El primero cenamos un sándwich de hamburguesa y papas fritas, el último no hubo cena, comí unas manzanas porque moría de hambre.
Así que me encontraba ansiosa por hincarle un diente. Pero era demasiado escurridizo, como si supiera que yo estaba al acecho.
Cerca del anochecer, por fin llegó el momento. Estaba a mi alcance. Apunté y... la flecha le atravesó el cráneo.
No, no la flecha. Una flecha. No era mía.
Miré hacia todos lados, indignada. Busqué quién acababa de sacarme la satisfacción de tener a mi presa.
Vi un perfil. Un chico saliendo de entre los árboles, pisando como sí ese bosque fuera suyo. Llevaba una ballesta en la mano.
Nunca creí en el amor a primera vista. Y jamás lo creeré.
¿Pero el odio a primera vista? Lo comprobé ese día. En ese mismo momento.
O al menos eso pensé que sentí cuando se robó a mí presa.
—Tengo la cena —anunció tomando el pavo del cuello.
Mientras me acercaba, noté que había otro chico. Mejor dicho, un hombre. El que se había robado a mi presa era bastante jóven, pero el que le acompañaba era más mayor. Aunque no tanto como mi padre de acogida, o como lo fue mi propio padre.
Ambos eran parecidos, tal vez eran familiares. El mayor llevaba el pelo rapado, mientras que el menor lo llevaba simplemente corto.
El mayor estaba canturreando en voz baja. Fue ahí cuando me pregunté porqué no los había oído o visto antes, sí no pareciera que quisieran pasar desapercibidos. Aunque, sí estaban cazando aquí, debían saber que tenían que ser silenciosos para encontrar a algún animal.
Por un momento dudé en enfrentarlos. Tal vez éramos los únicos en kilómetros a la redonda. Era peligroso para mí.
Respiré hondo y seguí avanzando, con el arco listo por sí tenía que defenderme.
—Bien hecho, hermanito —dijo el hombre, palmeando la espalda del otro.
—¡Oigan! Ese es mi pavo —intervine.
Me miraron enseguida. Observaron y analizaron, considerando sí yo era o no una amenaza. O tal vez sí yo estaba hablando en serio.
—¿De qué carajos hablas, niña? Yo lo cacé —dijo el chico de la ballesta.
—¡Pero yo llevo persiguiéndolo desde hace horas! Es mío, legalmente. —Oh, claro que me sabía las leyes de cacería; sería muy idiota de mi parte no haberlas aprendido (igual mi padre me había obligado).
—Por favor, ni siquiera debes saber usar eso. Eres solo una niña —él bufó, rodando los ojos y se giró para marcharse.
¿Por qué las personas pensaban que yo andaba con un arco y flechas? ¿Por qué eran bonitos? ¿Por decoración?
¿Cómo carajos llegaban a la conclusión de que no sabía usarlos? Me enojé muchísimo enseguida.
Sin pensar en las consecuencias, lancé una flecha. Mi intención era ser amenzanate, no lastimarlos. Llevaba ya un tiempo practicando todos los días, así que mi puntería era impecable de nuevo. La flecha dio a unos centímetros de su cara, en el tronco de un árbol. Él paró en seco cuando lo notó; no lucía asustado, por el contrario, estaba rabioso. Se giró muy molesto.
—Daryl, no molestes a la niña. —Su hermano puso su mano en el pecho de él, deteniéndolo.
—Merle —respondió, en un tono entre ofendido, sorprendido y enojado—. ¿Acaso acabas de ver lo que hizo?
—Sí, ambos vimos que sabe usar esa cosa. Y no creo que mienta con el pavo, es su presa; ya sabes las reglas. Devuelvéselo —sentenció.
Se miraron a los ojos por unos segundos, casi como si estuvieran discutiendo telepáticamente. Entonces el tal Merle bajó el brazo y el tal Daryl se acercó un poco y me lanzó el pavo.
—Bien, quédatelo, pequeña perra. —Oí que gruñó.
Lo agarré en el aire, aunque casi se me cayó por la sorpresa.
—Provecho —declaró Merle y ambos se marcharon.
Nunca sabré porque Merle reaccionó así. Tal vez estaba de muy buen humor, tal vez creyó que yo era una niña muy pequeña y me tuvo piedad, pero la verdad era que en cualquier otra situación, Merle se hubiera molestado por la flecha, hubiera roto mi arco y se hubiera ido con mi presa sin culpa alguna.
Daryl, por otro lado, no actuaría por cuenta propia. Siempre obedecería y seguiría a su hermano. Hasta el fin del mundo.
Y hablo de forma literal.
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