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A lo largo de mi vida aprendí varias reglas para cuando te relaciones con personas adictas. Eran reglas básicas, pero que nunca deben romperse.

¿La primera? No eres un centro de rehabilitación. Tú no puedes salvarlos. Únicamente pueden salvarse ellos solos y porque así lo quieren, porque ya tocaron fondo. Sí lo hacen por ti, siempre recaeran y será peor que antes.

¿La segunda? Cuídate a ti mismo.
Ellos siempre se pondrán primero a si mismos, así que tú debes hacer lo mismo.

Cuando estaba con mi madre, yo aún no sabía eso. Fue algo que aprendí años después, por vivirlo en carne propia. Por aquel entonces apenas estaba entrando en la adolescencia, lo notaba porque ya la ropa no me quedaba como antes. Todo estaba creciendo en mi cuerpo, no solo mis huesos (como cuando pase a ser la más alta de mi clase), sino también otras partes de mí a las que nunca les di importancia.

Mamá se molestaba porque tenía que gastar dinero comprándome ropa, ya que la mía me quedaba muy pequeña y la suya muy grande.

—Al menos eres bonita —murmuró luego de quejarse de haber gastado en ropa y zapatos todas sus propinas del mes, de su trabajo como camarera—, y con buen cuerpo. Creéme que eso te servirá en este mundo. No importa si no eres inteligente o fuerte, si no eres de buena familia o no tienes nada de dinero. Ser bonita es lo que te sacara adelante.

Quisiera decir que esas palabras no se me quedaron grabadas en la piel como fuego, pero mentiría.

Así como había aprendido de mi padre que cualquier cosa era válida cuando se trataba de sobrevivir, aprendí de mi madre otras cosas, que a primera vista parecían muy superficiales, pero al final terminaron siendo verdad.

—Deberías asegurarte un buen marido, ahora que puedes. Porque cuando te hagas vieja y gorda como yo, ya no te querrán para nada —me dijo una vez, luego de dar una calada a su cigarro, el humo salía de su boca mientras hablaba—. Aunque no lo creas, yo era como tú. Hermosa, delgada, sin manchas, ni cicatrices y con buenas curvas. Pero me embaracé y todo se descolocó, se cayó y nunca volvió a su lugar.

Yo de su físico no veía nada malo, porque yo era pequeña y ella era mi madre después de todo, y a una madre siempre se la ve hermosa.
Lo que yo notaba era su cansancio, su malestar, su malhumor, su irritación, su somnolencia, sus actitudes bruscas...

Pero ahora, viéndolo en perspectiva, recordaba su piel pálida y reseca, llena de manchas y arrugas a pesar de que era una mujer jóven, tenía las uñas frágiles y amarillas, los ojos rojos casi siempre y bolsas violetas debajo de ellos. Sus brazos, manos, pies y rostro estaban consumidos como si no comiera en meses, mientras que su abdomen y piernas eran curvos. Todo causado por los vicios.

Ahora sé que lo que le sucedía a ella era que no se veía sana, porque no lo estaba. Que lo que la había arruinado eran los cigarros, el alcohol y las drogas. Pues había visto fotos suyas de después de los dos primeros años del parto, y se había visto igual que antes de su embarazo.

—Aunque bueno, un marido siempre te puede abandonar por alguien mejor. Una chica más bonita o más jóven. Tal vez por nadie en particular, solo dejarte tirada porque pueden. Porque es lo que hacen los hombres.

En ese tiempo noté varias cosas, ella se odiaba a sí misma, casi podría decir que se tenía asco. Pero también noté que ella odiaba a mi padre, porque para ella la había abandonado como sí de un perro viejo en la calle. Los comentarios acerca de lo horribles que eran los hombres nunca acababan y cuando por fin soltó comentarios hirientes sobre mi papá, yo por primera vez la contradije. No podía permitir que hablara así de él.

Entonces me golpeó tan fuerte que no sentí la mitad derecha de mi rostro en todo el día.

Nunca se disculpó y yo no tuve el valor de volver a contradecirla. Le tenía miedo; nadie antes me había puesto una mano encima de esa forma. ¿Cómo se supone que iba a reaccionar?

Debí pensar en «presa y cazador». Sé que debí hacerlo. Pero papá ya no estaba ahí para susurrarme que era «ella o yo». Que para sobrevivir tenía que atacar o huir.

Era difícil actuar sola, por cuenta propia.

Al final, pensé que aprender a cazar animalitos indefensos no me ayudó en nada a sobrevivir, ni defenderme.

Y todo empeoró desde ahí... Sí mamá estaba de muy malhumor, me empujaba. Sí algo no estaba en su lugar, me jalaba el cabello. Sí estaba en abstinencia porque no tenía para drogas o alcohol, me daba bofetadas. Sí le faltaba dinero para sus drogas, me quemaba con cigarros... No importaba lo sincera que yo fuera, cuántas veces le repitiera la verdad (que ella se lo había gastado el día anterior y que había estado tan drogada que no se acordaba), me ignoraba y yo la pagaba. A veces era mejor callar, en vez de que se enojara más por «mentirle», porque eso implicaba una paliza dolorosa.

Ya no quería ayudarla, solo quería largarme de allí, pero no encontraba el valor de hacerlo.

Que difícil es dejar a alguien que amas... Siempre primero intentas, intentas e intentas. Intentas que funcione y cuando sabes que no lo hará, intentas abandonarle, múltiples veces, porque es tan complicado. Pero sabes que no puedes quedarte a su lado, te lastima demasiado.

Y más cuando solo dependes de esa persona, cuando es tu mundo entero.

Quedas solo.

Ojala se pudiera pagar los sentimientos, ojala tuviéramos un interruptor para eso. Para dejar de sentir, dejar de pensar, dejar de sufrir.

Pero la vida sería muy fácil así, ¿no?

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