25
«¿Dónde estás?», me llegó un mensaje.
«Campo de tiro, ¿por qué?», respondí, confundida.
«Te veo ahí en cinco minutos», me contestó.
Rápido, me lavé el rostro y me acomodé la ropa y el cabello. Tenía algo de rímel en un bolso, y un poco de labial y rubor, así que me maquillé para disimular.
Nunca fui de maquillarme, ni siquiera cuando salía con Anna y las chicas, pero mis compañeras habían improvisado una salida al centro comercial hacia una semana y se probaron unos cuantos maquillajes, aunque solo Cath y Elle compraron algunos.
Una de las trabajadoras estaba dando muestras gratis de nuevos productos y no me pude negar a tomar unas cuantas. Luego le pregunté a Cath cómo usarlos. Ella y Ari me enseñaron lo básico, fueron muy amables.
Al principio me quedaba horrible cuando me maquillaba yo sola, pero de a poco, aprendí a hacerlo bien. Era bonito. Me gustaba.
—¿Estuviste llorando? —Fue lo primero que me dijo al verme.
—Tal vez —murmuré, me sorbí la nariz y evité su mirada. Fue evidente que maquillarme esa vez no me sirvió para nada. O al menos, no para esconder lo que quería ocultar.
—¿Qué pasó? —preguntó, y olvidé que fue él quien pidió verme y no al revés.
Miré el césped artificial del campo de tiro, observé detrás de Merle, las redes que separaban la zona del resto del campus, del estadio de fútbol, de la pista de los atletas, del gimnasio. Llevé mis ojos hacia las dianas y las flechas incrustadas.
Vi todos los tiros que no fueron perfectos.
Entonces, por fin me atreví a volver a ver a mi hermano. Con los ojos llenos de lágrimas de nuevo, corrí los pocos pasos que nos separaban y me lancé entre sus brazos. Él me rodeó, tenso, respirando lento, al contrario que yo, que me sacudía por los sollozos y respiraba a duras penas, rápido y superficial.
—Quiero volver a casa —rogué.
—Ya estás en casa —contestó.
—No, hablo en serio. Me quiero ir. Quiero volver a la cabaña, volver con ustedes —pedí.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —preguntó serio.
—No es mi lugar, no sirvo para esto. No pertenezco aquí —negué.
Merle me soltó y me obligó a separarme de él. Nos miramos. Sus ojos expresaban enojo, dureza. Nada de preocupación, cariño, ni apoyo; ni un solo sentimiento de empatía que me hiciera sentir contenida.
—Tú viniste a buscar esto. Dejaste todo por esto. Nos dejaste por esto. Porque era tu sueño. Tus metas —dijo, molesto, señalando el campo de tiro.
—¿Qué más quieres que te diga? ¡No está funcionando! Me equivoqué, no debo estar aquí —sollocé, implorando por algo de apoyo.
—¿Qué es lo que pasó? —dijo, enfatizando cada palabra, áspero.
—Estoy reprobando todo, no entiendo las clases, los libros son demasiado para mí y acabo de... No entré en el equipo de arquería. Solo aceptan a uno por año y no fui yo. Erré disparos —expliqué, sintiéndome una perdedora.
Merle arrugó el entrecejo.
—¿Porque no es fácil quieres renunciar? No me lo veía venir de ti.
Estás siendo una cobarde —habló, sentí la decepción en su voz como dagas hacia mi corazón.
Mi pecho se comprimió. No esperaba esa reacción, no de él. Pensé que me arrastraría a casa y me ofrecería una cerveza. No esto, nunca esto.
—Merle... Por favor. Yo no... —lloriqueé.
—Deja de llorar y hazte cargo de tus decisiones. Quisiste dejar tu vida con nosotros por esto. Ahora vas a ir y seguir, no puedes abandonar —me ordenó.
—No tienes... —dudé, pero al final, hablé enojada—, no tienes ningún derecho a hablarme así. Tú...
—¡No! Tú no tienes ningún derecho a contarme esto —me gritó, provocando que cerrara los puños enojada porque estaba siendo muy injusto conmigo—. ¿Lo hiciste para qué? ¿Quieres consuelo de mí? ¿Esperabas que te recibiera con los brazos abiertos, alcohol y drogas? ¿Que volviéramos a casa como sí nada hubiera pasado? ¿A jugar a ser la familia feliz?
Por mi expresión, notó que tenía razón. Negó, decepcionado, cansado, sintiendo lástima por mí.
—Eres débil. Te estás comportando como una gallina —soltó, firme—. ¿La vida no es color de rosas? ¿Las cosas son complicadas? Joder, no es nada que no sepamos. Tú puto padre muere y te mantienes sola, tu jodida madre te vende por drogas y matas al hijo de puta. Nos pusiste un alto cuando la cagamos. Te plantaste y decidiste luchar por lo que siempre quisiste. Cambiar tu vida. Eras una jodida sobreviviente. Eras fuerte.
Se acercó a mí, cada pasó suyo me hacía sentir más pequeña y cada palabra me dejaba la boca seca. Hoy Merle parecía haberse despertado preparado para decirme todo lo que jamás me dijo.
—Comportarte como la Lilith que conozco, una jodida niña que se plantó frente a dos desconocidos armados y les ordenó que le devolvieran lo que era suyo. Eras una pequeña perra, ¿qué cambió? —preguntó, mirándome de arriba abajo, como si no entendiera qué había de diferente en mí—. Te has ablandado, sé que eres sensible, siempre lo has sido, pero tu mente te ha hecho débil y eso jamás lo fuiste. Te sacaste de encima todas las cargas, llegaste hasta aquí y ahora, ¿solo porque las cosas no están saliendo como quieres, por un día difícil, una semana complicada, vas a tirar la toalla? —preguntó, incrédulo.
Miré hacia todas partes, sin saber qué decir, qué responder. Respiré hondo y solté las únicas palabras que encontré.
—Ya te dije que me equivoqué.
—No es cierto. Has querido esto toda tu puta vida —dijo, poniendo uno de sus dedos en mi pecho para enfatizar.
—No tengo lo que se necesita —admití, al final.
—¿No? —Arqueó ambas cejas ante mi confesión—. ¿No has amado este deporte desde que tienes memoria? ¿No te has dedicado a él toda tu vida? ¿No sientes pasión? —preguntó de forma sarcástica—. Otro te ganó tu lugar este año, ¿sí, y qué? Siempre va a haber docenas, cientos, miles, que quieran lo mismo que tú, que luchen por lo mismo que tú, que compitan. Personas que viven y respiran por esto, gente que tiene que dejar el resto de su jodida vida en pausa, porque están obsesionados con esto y practican hasta que los dedos les sangran, todo porque les llegue el momento de brillar. ¿Por qué tú serías la excepción? Sí quieres esto, vas a tener que luchar para tenerlo. Tienes un talento increíble, solo tienes que decidirte. Dejar de llorar, dejar de sentir lástima por ti misma, porque no te sirve de nada. Debes practicar, obsesionarte, que nada se interponga entre tú y tu meta. Y no eres tú contra los demás, Lilith; eres tú, contra ti misma —repuso.
Yo negué, dando dos pasos hacia atrás. Sacudí la cabeza y bufé.
—Eres un hijo de puta —lo maldije.
—Buscabas apoyo y te lo di. Deja de autocompadecerte. Lo que necesitas es fuerza —sentenció.
—Eres una jodida mierda —le grité, señalándolo.
—Así me amas —soltó, encogiéndose de hombros.
«Así me amas». Sí, así lo amaba.
Reí, no pude evitarlo.
—Tienes razón. Gracias —solté, suspirando, sintiendo que con ese aliento liberaba los malos pensamientos y las cargas. Tenía que seguir intentando, podría hacerlo; debía hacerlo sí quería lograr lo que me propuse—. ¿Dónde tenías metido a este sabio Merle?
—Tal vez en el mismo lugar donde tienes escondidas las drogas.
Me sonrió cínico.
—¿Qué? —tartamudeé, sin entender.
—Que me des las drogas, Lilith. Ya sabes dónde te van a llevar, lejos de tu objetivo, lejos de la vida; a tu muerte —soltó firme, borrando su sonrisa.
—Yo no... —murmuré, pero ya me estaba sintiendo atrapada y avergonzada.
—Vamos, dame las drogas. ¿Crees que no me di cuenta que consumiste? ¿Qué es? ¿Xanax? —preguntó, serio.
Miré el suelo, luego el cielo, miré nuestro alrededor y volví la vista a Merle. Él levantó las cejas, esperando, y estiró su mano hacia mí. Suspiré, rendida y llevé mi mano hacia el bolsillo trasero de mi pantalón. Saqué la pequeña bolsa transparente con aquellas pastillas de caritas felices.
—No vuelvas a tocar algo de esto en tu puta vida o te mataré. ¿Entendiste? —dijo, quitándomelas de manera brusca.
Asentí, arrepentida.
—Lo siento —murmuré.
—¿Cuántas veces consumiste? —preguntó, guardando la pequeña bolsa.
—Dos —admití, jugando con mis dedos.
—¿Cuándo? —interrogó, exigente.
—Antes de ayer, cuando reprobé el último examen, y ahora, hace un rato —expliqué—. Después de que me dijeran que no quedé en el club de arquería. Yo... no quería... —tartamudeé.
Me había encontrado hacia poco a la dealer que le vendía drogas a Anna y a sus amigas, aquella chica de fraternidad que también me había vendido drogas a mí. Me preguntó si estudiaba allí, sí ya no pasaba tiempo con Anna y sí quería comprarle algo. Negué ese día, pero me la seguí encontrando en el campus de vez en cuando. Y justo me la crucé hace dos días, mientras tenía una crisis de llanto en el baño de mujeres por reprobar mi tercer parcial. Me ofreció algo, gratis. «Por el estrés universitario, lo entiendo más que nadie», dijo. Acepté. Consumí una, dos, tres pastillas de golpe. La paz fue instantánea.
Me quedaron como cinco. Después de que me dijeran, hace una hora, que no quedé en el equipo de arquería, fui al baño de mujeres de allí y me tragué otras dos mientras lloraba. Quedaban tres que, de no haber sido por el mensaje de Merle, las hubiera ingerido en los siguientes cinco minutos.
—Pero lo hiciste, recaíste. Supongo que es parte del proceso. Pero que no vuelva a ocurrir. ¿Ok? —preguntó Merle, firme. No aceptaría otra cosa que un sí.
Asentí.
—Lo juro —dije, sincera.
Entonces, Merle sacó algo del bolsillo de su chamarra, era un sobre con bastante dinero. Me lo tendió y yo dudé en tomarlo.
—Ya me pagaste —dije, confundida.
—Esto no es mío. Es de Daryl —soltó, poniendo el sobre en mis manos. Sentí una parálisis cuando escuché el nombre de su hermano.
—Daryl no me debe nada —me obligué a decir. Hacia bastante que no decía su nombre en voz alta, quemó mi lengua.
—Según él, sí —me contestó.
Negué, tratando de que lo tomase, pero Merle era aún más terco que yo.
—Que se lo quede —murmuré.
—Olvídalo. Te hizo perder ese empleo, aunque el tipo fuera un hijo de perra, lo necesitabas. Y ahora debes mantener la vida universitaria, que imagino debe ser costosa. Úsalo para eso, o para esa psicóloga que me contaste el otro día, o para algún tratamiento de las quemaduras que me dijiste que el médico te recomendó —explicó, refiriéndose a lo que le he estado contando por mensajes—. A Daryl le agradara saberlo, que te ayudó en algo, después de todo...
Después de que todo terminara mal entre los dos. De que no volviéramos a hablar, ni a vernos.
—Por cierto, tal vez deberías lavarte la cara. Te ves horrible, ojos hinchados, maquillaje corrido —dijo, señalando mi rostro con una mueca de asco.
—Al menos sé que soy bonita, tú deberías volver a nacer para ser guapo —solté, luego de golpearle el hombro.
Él se rió de mi burla. Luego de eso, nos despedimos y nos separamos, yo me dirigí hacia la residencia y él hacia Betty para irse a su departamento, o tal vez al bar. Yo llegué a mi habitación con mi arco y flechas en mi bolso y miré como todas mis compañeras me esperaban, mirando expectantes.
Maldije el día en que les conté que hoy era la prueba del club arquería.
—¿Y? —Se atrevió a preguntar Elle.
Negué, mirando al piso, tratando de evitar sus miradas decepcionadas.
—Bueno, es una pena —escuché decir a Ariana.
—Mierda —murmuró Kelly.
—Que lástima —soltó Cath.
—¿Puedes volver a intentarlo el siguiente semestre? —preguntó Elle y negué.
—Es una prueba al año —respondí.
—Entonces, el próximo año será, ya verás —soltó Camille.
—Sí, solo debes prepararte más. Vas a ver que entrarás —asintió Dany.
—Cada fracaso es una lección. —Se encogió de hombros Sam—. O algo así dicen.
Nos hizo reír. Dany la golpeó con una almohada.
—Bien, ¿y sí salimos un poco? ¿Tomamos aire y nos distraemos? A todas nos vendría bien —aportó Cath.
Todas estuvieron de acuerdo y yo no me pude negar. Fuimos a cenar al comedor y luego las vi preparándose para salir, me pregunté dónde tenían planeado ir, pero no dije nada. Me vestí con una camisa blanca, shorts de jean y sandalias, para estar entre causal y formal.
Fuimos en mi auto, las chicas me guiaban entre las calles, al parecer todas sabían donde íbamos. Era viernes en la noche y aquello se veía como un plan de universitarios. Tuve miedo.
Confirmé mis peores temores cuando llegamos a una gran casa llena de universitarios ebrios, riendo, tomando y bailando. Fiesta de fraternidad.
—Vamos, te prometo que te divertirás —me palmeó la espalda Sam. Fue extraño, porque Sam no parecía para nada de fiestas.
Entramos, algunas se separaron por unos minutos, pero nos reencontramos bastante rápido. Siempre estuve pegada a Dany y Kelly, no quería quedar sola allí.
Decidí no irme, no por ellas, sino por mí, probar sí ya era lo bastante fuerte como para no ceder ante el alcohol (ignorando por completo el hecho de que había estado drogada hace una hora). Mi plan era no volver a caer ante nada.
Todas tenían bebidas en las manos, excepto por Kelly que era deportista, pero por suerte ninguna estaba fumando. No había humo allí dentro, lo que era genial. En cuanto viera un solo cigarro o porro, tendría que salir corriendo, porque estar al lado de un fumador era lo mismo que inhalarlo en primera persona. Pero por ahora, estaba bien. Ver alcohol no es lo mismo que tomarlo.
—¿Quieres? —preguntó Ariana pasándome su vaso.
—¿Qué es? —me obligué a preguntar.
—Vodka —contestó alto, no nos escuchábamos mucho por lo alto de la música.
—No, gracias.
—¿No te gusta? Yo tengo cerveza —preguntó Cath, pasándome su vaso.
—Y yo tequila. —Sonrió Camille—. Y puedo conseguir algunas otras cosas divertidas sí te apetece —agregó, riendo, ebria y... ¿Drogada?
—No, gracias —repetí y me obligué a confesar—. Soy alcohólica y drogadicta en recuperación.
—Mierda, Lilith. ¿Por qué no lo dijiste antes? Bueno, no es tu deber decirnos, pero... —murmuró Elle, sorprendida—. Entonces nos vamos. No necesitamos ninguna de estas mierdas para divertirnos —agregó, dejando el vaso en una mesa cercana.
—No tienen que irse por mí. Podemos estar aquí y... —murmuré, negando, pero me interrumpieron.
—No necesitamos estar aquí —negó Cath—. Podemos pasarla bien en cualquier otra parte.
—¿Qué pasa? ¿Qué dicen? —gritó Sam, acercándose.
—Que nos vamos, Lilith no puede estar aquí. Está rehabilitada —le explicó Ariana.
—Ay, amigas... Me hubieran dicho antes. Ya estoy en un viaje enorme —dijo, arrastrando las palabras de forma graciosa y tambaleándose. ¿Qué mierda había consumido?
—Pues bájate —le ordenó Kelly, quien la tomó del brazo.
Todas nos dirigimos hacia la salida.
—Vamos por un café, tal vez así se les pasa —agregó Dany, refiriéndose a Sam y Cam. Las dos intoxicadas se miraron y rieron.
Subimos a mí coche, oí las risas de mis compañeras. Kelly, quien estaba sentada a mi lado, puso sus manos en la radio, como siempre, y puso su emisora favorita para escuchar música durante el corto trayecto hasta la universidad.
Habíamos salido del taller de la profesora Johnson, la fisioterapeuta. Kelly lo compartía conmigo, me di cuenta de ello la segunda semana, cuando, luego de verla tantas veces por mí habitación, ya supe reconocerla en la clase. Ella estudiaba un profesorado en gimnasia como mi padre y tenía una beca deportiva en atletismo; su vida era el deporte y supimos entendernos muy bien. Las demás chicas que nos acompañaban en el auto eran compañeras del taller, con quienes nos llevábamos bien desde que nos tocó hacer trabajos grupales.
Desde ese día, solía recogerlas en la universidad e íbamos juntas al taller y luego las llevaba de nuevo a la universidad. A veces comíamos en el comedor universitario o en la cafetería que estaba cerca, e incluso en la heladería, pero por lo general, no compartíamos mucho tiempo con ellas, eran solo compañeras con quienes la pasábamos bien.
En cambio, con las demás chicas con quienes compartíamos habitación, pasábamos mucho más tiempo. Vivíamos juntas, lo que ya de por sí creaba momentos únicos y nos daba mucha intimidad.
Llegamos al campus, nuestras compañeras se despidieron de nosotras al bajar, mientras que Kelly y yo nos dirigimos juntas hacia nuestros cuartos.
—Me cambio y vamos —me avisó. Yo asentí.
Entré en mi habitación, viendo como las demás ya estaban allí, preparándose. Corriendo de un lado a otro por ropa, zapatos o maquillaje. Me reí, porque no sentía que la situación o el lugar al que iríamos requiriera de tanto esmero.
Fue Daniela quién me miró con los brazos en forma de jarra, como una madre molesta.
—¿Y? ¿Qué estás esperando para vestirte? —preguntó, con el ceño fruncido.
—¿No puedo solo ir así y ya? —murmuré, señalando mi ropa deportiva. Ella frunció aún más el ceño—. Bien, buscaré algo —me quejé, dirigiéndome hacia mi estantería de ropa.
Comencé a revolver todo, sin saber qué usar. Por supuesto que Dany lo notó.
—¿Qué tal esto? —dijo detrás de mí. Al voltear hacia ella, la vi sostener un hermoso vestido rojo en forma de chaqueta de sastrería—. Sabía que no ibas a tener nada, así que te lo traje.
—No, estás loca —negué.
—Póntelo —exigió.
—No, es tuyo. —Ella bufó ante mi respuesta.
—Te lo presto. O te lo regalo, la verdad es que no lo uso mucho. No es demasiado de mi estilo, el rojo no me va bien —negó haciendo una mueca.
—No, Dany —contesté, riendo de los nervios.
—Vamos, te he visto mirarlo cada vez que vas a mi habitación —respondió.
—Sí, bueno, es bonito, pero es tuyo —admití, ya que era cierto, cada vez que iba a su habitación lo veía colgando de su pequeño perchero y lo miraba enamorada, pues era muy hermoso.
Ella puso expresión molesta y dejó el vestido en mis manos. Cerró mis dedos sobre la tela.
—Úsalo por mí, verás que hasta te quedará mucho más lindo de lo que me queda.
—Pero y sí... no me queda o lo rompo o...
—Deja de excusarte. Pruébalo primero.
—Pero ni siquiera es para esta ocasión —negué.
—Saldremos a festejar que aprobamos este primer semestre. ¡Sobrevivimos el primer semestre de la universidad! Merecemos prepararnos todo lo que queramos, vestirnos con nuestras mejores ropas y salir a comer a algún lugar bonito —soltó.
Suspiré y entré al baño a cambiarme. Me sentí muy extraña usando un vestido después de tanto tiempo, pero no estaba incómoda está vez y no me sentía obligada como las últimas veces. Todas mis compañeras voltearon a mirarme cuando salí.
—Voy a matarlas —murmuré, avergonzada, aunque me gustó como se me veía.
—Estás radiante —dijo Camille, sonriendo.
—Te queda hermoso —murmuró Dany, mirándome a los ojos y tomando mis manos.
Terminamos de maquillarnos y vestirnos. Me puse unos colgantes plateados y me recogí el cabello en un moño. Aunque al último, me puse zapatillas negras para hacer del outfit algo más casual. Todas nos dirigimos hacia el estacionamiento. Kelly, Dany y Sam subieron en mi coche. Ari, Cath, Camille y Elle fueron en el coche de esta última.
Recibí una llamada de un número privado antes de encender el motor. Siempre era la misma llamada. No era la primera vez y sabía que no sería la última. Coloqué el celular en silencio y arranqué el auto al mismo tiempo que Kelly volvía a encender la radio.
Estaba buscando como loca una chaqueta, que estaba segura que había guardado y llevado a la universidad, sin embargo, no la encontré en todo mi estante de ropa.
—¿Revisaste debajo de la cama? —murmuró Sam, quien estaba con varios libros, sacando cálculos para sus tareas.
—¿Por que estaría abajo de la cama? —pregunté, sin entender.
—Todo siempre termina debajo de la cama —explicó, sin mirarme.
Bufé, pero obedecí. Ahí encontré un bolso. El tercer bolso que me faltaba. Estaba lleno de ropa desorganizada, toda arrugada y que hasta ya tenía algo de olor a humedad.
—Mierda —murmuré.
—Te lo dije —soltó Sam.
Comencé a revisar prenda por prenda para vaciar los bolsillos antes de mandarlas a la lavandería, entonces fue cuando llegaron el resto de mis compañeras, que yo alcancé la última prenda: un jean oscuro. No era mío. Era de hombre. Era de Daryl.
Lo tomé entre mis manos, lo miré e inspeccioné. No sabía cómo se había infiltrado en mi ropa. Pero eso ya no importaba, debería lavarlo y dárselo a Merle para que se lo devolviera a su hermano.
Revisé los bolsillos para verificar que no tuviera nada antes de volver a meterlo en el bolso. Pero tenía algo.
Sentí un deja vú y recé porque no fueran drogas.
Saqué un papel que envolvía un círculo duro.
El papel estaba escrito, reconocí la letra de Daryl. Era una especie de carta. No, carta no, discurso. Había frases borradas que no se veían y otras solo tachadas, cambiadas por otras palabras. El papel envolvía un anillo de plata, con forma de flecha, con pequeños diamantes negros incrustados.
«Te amo, Lil», leí en el papel. «Te amo porque siempre estás para mí, porque nunca me decepcionas, porque eres perfecta. Nunca entenderé qué fue lo que viste en mí, pero me alegra demasiado tenerte en mi vida. Eres lo mejor que me ha pasado y solo por ti trato de ser mejor persona, de ser mi mejor versión, de ser alguien que te merezca. Por eso busqué ese empleo en el hotel, para tener un mejor futuro juntos. No quiero perderte jamás, es por eso que te entrego esto, porque sé que la unión legal no lo es todo, porque así cómo tomaste mi apellido por mí, yo quiero tener un festejo por ti. Y quiero que aceptes este anillo, y que hagamos una fiesta con todo el mundo, para que sepan que eres mía y que yo soy tuyo, por siempre.»
Mis lágrimas mojaban la hoja. Al final de todo, estaba una frase escrita.
«Sí, me apresuré en comprar este anillo y lo hice con tu dinero, pero prometo te lo devolveré cuanto me paguen. Lo siento, pero quería que lo tuvieras ya, desde que lo vi supe que estaba hecho para tu dedo y no quería que lo tuvieras tú, nadie más lo merece. Es una joya única, digna de mi esposa.»
Cerré el puño sobre el papel y el anillo.
—¿Lilith? ¿Estás bien? —Oí que alguien preguntó.
—Carajo —dijo otra chica.
Alguien se sentó a mi lado. Me acunó en su cuello.
—Vamos, suéltalo, llóralo, libéralo —murmuró otra de ellas, sentándose a mi otro lado, acariciando mi espalda en círculos.
—¿Por qué? —murmuré, triste.
—¿Qué?
—¿Por que hacen esto? No nos conocemos —negué.
Vi conmoción en sus rostros.
—¿No? Somos amigas —dijo Daniela.
—No somos amigas —negué—. Ni siquiera nos conocemos de verdad.
—¿Piensas eso? —preguntó Kelly y asentí—. Bien entonces tómalo como unas chicas ayudando a otra.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Cath.
Miré mi mano. El papel arrugado. El anillo. Estiré el brazo y ella tomó las cosas. Las demás se acumularon a sus costados tratando de leer la nota, excepto por Ariana que acariciaba mi espalda, y Camille que me acunaba contra ella.
—¿Murió? —Sam fue quién se atrevió a preguntar. Negué.
—Lo obligué a irse, a dejarme —respondí.
—¿Por qué?
—Es complicado.
—¿Lo sigues amando? —interrogó Kelly y asentí—. ¿Y por qué no lo llamas?
—Es complicado —repetí.
—Cuéntanos. Tenemos todo el tiempo del mundo —pidió Daniela.
Negué de nuevo.
—¿Sabes? Yo salí durante tres años con un chico que tenía novia. —Rompió el silencio Camille—. Siempre decía que no la dejaba porque tenía depresión y temía que se suicidará. Era mentira, pero de haber sido verdad... Imagínate hacerle eso a tu pareja con depresión.
La miré, atenta, hasta que otra chica habló.
—Yo hasta la mitad del verano le estuve llorando a un tipo mayor con el que salía, que me dijo que estaba separado de su pareja, pero que seguían viviendo juntos porque ella no tenía a dónde mudarse. Un día la vi entrando al apartamento, estaba embarazada de cinco meses y yo salía con él desde hace un año —explicó Ariana.
Sus caricias en mi espaldas no se detuvieron ni una vez.
—Y yo hasta la semana pasada estuve llorando porque me enamoré este verano de un chico que en septiembre se fue a estudiar a la otra punta del país —contó Elle.
Miraba el suelo, algo avergonzada.
—Yo ayer lloré por este chico que conozco desde el kínder. Nunca tuvimos una relación oficial, pero siempre hubo algo y... Bueno, me decía que no quería ponerse de novio, que no le gustaban las etiquetas, así que lo dejamos al terminar la preparatoria. Hace una semana lo crucé en el campus con una chica y me la presentó como su novia —murmuró Cath.
Ella me miraba a los ojos.
—Yo estuve en una relación abusiva de la que solo pude salir cuando le conté a mi familia. Ellos me ayudaron muchísimo —admitió Dany—. También la universidad. Por eso me mudé a la ciudad, no podía seguir en el pueblo con él allí —negó antes de sonreírme con tristeza.
Estiré la mano, inconsciente, y tomé la suya.
—Yo no he tenido una sola relación con nadie. Los hombres siempre resultan ser unos idiotas —declaró Kelly—. Y aún así, me han roto el corazón más veces de las que me gustaría admitir.
Estaba incómoda y aún así lo dijo.
—Yo he llorado porque... no he estado enamorado jamás y a veces pienso que nunca me voy a enamorar. Que estaré sola hasta mi muerte —confesó, Sam, mirando el techo—. Como si no fuera digna de amar o de ser amada.
Me identifiqué mucho con esas últimas frases suyas y entendí porqué me contaban todo eso. Querían que supiera que confiaban en mí, que me consideraban su amiga. Querían que confiara en ellas, querían que me dejara ayudar. Querían apoyarme.
Así que les conté todo. Resumido, pero fue todo. No dejé ningún detalle sin decir.
—No sé... No sé qué hacer... —dije, cuando terminé.
—Haz lo que necesites. Lo que quieras. Puedes llamarlo, puedes escribirle, puedes buscarlo —dijo Kelly.
—O no, puedes seguir adelante sin él —contradijo Sam.
—Es tu elección —asintió Dany.
No le escribí. No lo llamé. No lo busqué. Porque la verdad era que esa nota y ese anillo no cambiaban nada, ni me decían nada nuevo. Me los hubiera dado antes del incendio o después, yo sabía que hubiéramos terminado igual. Separados.
Pero aquello, después de estas semanas sin verlo, me había afectado de sobremanera.
Lo correcto hubiera sido devolverle el anillo, ya que me había devuelto el dinero. Pero fui egoísta, quise quedarme con ese recuerdo. Un último recuerdo suyo.
Lo colgué de la misma cadena que el relicario que me regaló Merle.
—Lo siento por todo esto —me disculpé con ellas, limpiando mis lágrimas—. Me estoy comportando demasiado sensible.
—No te disculpes. No eres demasiado sensible, eres humana. Y sí alguien te hace sentir menos por eso, puede comerme la...
—¡Cath! —se quejó Camille, interrumpiéndola, y las demás chicas rieron por su reacción.
—Lo que quiero decir es que —siguió Cath—, estudio psicología y te entiendo. Está bien llorar, pero también hay que superar. ¿No? Y eso es lo que quieres. Y para eso debes salir, escuchar música, hacer deportes, dejarte abrazar, ver las películas que te gustan, comer tu comida favorita, divertirte. Cuando tienes el corazón roto, generas cortisol, que es como la hormona del estrés y es lo contrario a la dopamina, que es la hormona de la felicidad. Debes generar dopamina haciendo cosas que disfrutes, lo que hará que te sientas mejor porque reducirá el cortisol, y eso te hará superar la ruptura —explicó.
Quedamos en silencio, las demás nos miramos, sin saber qué decir o sí habíamos entendido bien lo que nos explicó Cath.
—Deberíamos jugar un videojuego —dijo Elle, sonriendo.
—¡No! —soltaron sus compañeras de cuarto. Al parecer, las obligaba a jugar tanto que las tenía hartas. Ella frunció el ceño, pero se levantó igual.
—No sean aguafiestas, van a ver que a Lilith le va a gustar —respondió, antes de salir a buscar el aparato.
Trajo su PlayStation 3, algunos Joysticks y distintos videojuegos para que elijamos. Al final optamos primero por uno de carreras así participaremos la mayoría de una sola vez.
Solo eran cuatro mandos así que iniciamos Elle, Ari, Sam y yo.
—Seré amable con ustedes por ser su primera vez —admitió Elle.
—Yo no, les romperé el... —comenzó diciendo Sam.
—¡Esa boca! —la regañó Ariana, riendo.
—A ver qué tal... —murmuré yo, cuando iniciamos partida.
Al final sí que ganó Sam. En la segunda partida, entre Dany, Cam, Kelly y Cath, fue muy competitiva.
Nos la pasamos jugando entre risas y amenazas hasta que nos dimos cuenta que estaba amaneciendo.
—Mierda, mañana trabajo —me quejé, frotándome los ojos.
—Pero podríamos hacer una partida más, ¿o no? —soltó Elle, mirándonos.
Todas le tiraron con una almohada y ella gritó. Luego rompieron en risas.
Eran extrañas. Y me agradaban.
Ya sabía que me agradaban desde hacia un tiempo, pero recién ese día me permití aceptarlo.
—Está bien. Una última. Así vuelven a perder contra mí —reí, comenzando una partida nueva.
Sé que nacemos solos y morimos solos. Pero tal vez yo podría disfrutar de su compañía mientras viviera.
Tal vez podríamos pasarla bien mientras estuviéramos conviviendo juntas en la universidad.
Tal vez luego de graduarnos nos separaríamos.
Tal vez chatearíamos.
Tal vez nos veríamos de vez en cuando.
O tal vez había encontrado una nueva familia.
Como sea, estaría bien con cualquier opción.
N/A: Bueno, llegamos al final. Amaría saber sus opiniones de la historia en general y también sobre estas últimas partes que han sido capítulos largos y fuertes. Soy bastante autocrítica en cuanto a mis historias y su opinión constructiva me ayudaría muchísimo como retroalimentación💖
Y sin más que decir... Vayan a leer el extra. Créanme que lo disfrutarán🥰
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