Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

24

Me encontré conduciendo hacia mi peor miedo: la universidad.

Quedaban dos días para que comenzaran las clases, ya todos los alumnos de las residencias debían estar acomodados, conociendo a sus compañeros y haciendo amigos.

Había llamado a la administración para preguntar sobre un lugar para mí, un espacio, y por suerte, una hora antes de mi llamada, una chica había cancelado su inscripción porque fue aceptada de último minuto en otra universidad y eligió la otra, así que llamó para avisar que no vendría a la de Atlanta, por lo que en la habitación que le habían asignado quedaba una cama vacía.

Y yo necesitaba esa cama en la residencia por muchas razones. La primera, no sabía si iba a poder seguir costeando el alquiler del departamento yo sola. La segunda, ¿para qué quería un departamento para mí sola? La tercera, el dueño del departamento me había escrito al día siguiente del que salí del hospital, molesto por el incendio. Quería que nos fuéramos de ahí y pagáramos el arreglo.

Llamé a la inmobiliaria y los convencí de que dejaría el departamento enseguida, pero debían esperar al siguiente mes para que pudiera pagar el arreglo de la cocina, porque no tenía ni un solo centavo más luego de pagar mi estancia en el hospital. Aceptaron, porque fue un accidente y yo salí muy mal parada.

Así que, tomé todas nuestras cosas, las subí al coche y volví a la cabaña, solo para rehacer mis bolsos e irme hacia la residencia al día siguiente. Es decir, hoy, ahora.

Habitación A-701, esa era la mía. Estacioné en el aparcamiento gratuito del lugar y respiré hondo mientras veía como los universitarios iban y venían por todo el campus.

Me repetí que aquello era normal.
Todo el mundo hacia eso: ir a la universidad, conocer personas nuevas, meterse a nuevas experiencias. No tenía por qué salir mal.

No moriría por ello. Estaría bien.

Así que, al sentirme un poquito mejor por los pensamientos positivos y los ejercicios de respiración, apagué el motor, tomé un bolso, mi mochila y una caja con mis cosas antes de bajarme del coche.

La mochila estaba cargada de libros y cosas escolares, el bolso lleno de ropa sin doblar y la caja con otras pertenencias. Aún faltaban otros dos bolsos con ropa y zapatos, que había traído por sí había un armario decente, y mi arco y flechas. El resto de mis cosas las había llevado de vuelta a la cabaña y había tenido que contratar un servicio de seguridad ya que serían raras las ocasiones en que iría hacia allí, el lugar estaría desierto y si bien, nadie nunca intentó robarlo cuando yo era menor de edad y vivía en la casa de acogida, no quería arriesgarme.

Caminé hacia la puerta de la residencia de mujeres. Me concentré en mis pasos, conté uno por uno mientras trataba de respirar normal. Llegué a la puerta y una vez dentro, vi muchísimas chicas en los pasillos. «A» era la entrada de la torre, siete era el nivel, cero uno era la habitación.

Fui al ascensor de la zona A, subí apretada junto con otras cinco chicas que miraban con curiosidad mis pertenencias y sin vergüenza alguna, también el pañuelo que cubría de forma parcial mi rostro, aquel pañuelo negro que Marge me había dado y tenía atado sobre las orejas para esconder las cicatrices de mi rostro.
Apreté el botón del piso siete tratando de mantener mi mente en blanco. Al llegar, bajé en la planta y observé que lo primero que tenía en frente era el baño. Al lado estaba la habitación que sería mía, al menos por cuanto tiempo quisiera y necesitara.

Estaba a punto de intentar entrar, cuando me di cuenta que no me habían dado ninguna llave aún. Tenía que pasar a retirarla por la administración. Quise golpearme por olvidadiza, pero entonces la puerta se abrió; una chica de cabello color miel estaba apunto de salir cuando me vio.

—¡Hola! ¿Ibas a entrar? ¿Vas a quedarte aquí?
—Hola, sí —murmuré, mi garganta se había secado.
—Genial, pasa —dijo dándome un espacio para pasar—. ¡Llegó la chica que faltaba! —gritó hacia adentro.

Por un momento, temí que ella y las demás ya fueran compañeras desde antes, y que no me aceptaran. Pero al final, me obligué a no pensar en eso. Yo había venido a la universidad a estudiar, a entrar al equipo de arquería y a ganar campeonatos, no a hacer amigos. Los amigos ya no valían la pena, ni siquiera estaba segura de que realmente existieran.

Al entrar, me topé con que era una habitación lo bastante grande para albergar a cuatro chicas. Frente a mi había un gran ventanal con dos escritorios pegados; a ambos lados, contra las paredes estaban las camas, que eran dos de dos pisos. Cada cama tenía al lado una estantería incrustada en la pared, con ocho estantes, supuse que a modo de armario, ya que tres de ellas estaban ocupadas con ropa y otras pertenencias de las que serian mis compañeras.
Y además había suficiente espacio en el centro para caminar sin problemas, incluso para sentarse en el piso entre amigas.

Amigas no, son compañeras.

Una chica morena y una chica pelinegra estaban sentadas en una de las camas, observándome. La pelinegra sonrió.

—¡Por fin! ¿Debes ser Lilith, no? Te estamos esperando desde que nos avisaron que la otra chica cambió de opinión y no vendría. Nos dijeron que llegarías tú en su lugar —comentó—. Bienvenida.

Silencio. Asentí y me obligué a sonreír, aunque no se notara mucho debajo del pañuelo, entonces la chica miró a la morena y le dio un manotazo.

—Bienvenida —soltó ella, inexpresiva.
—Soy Ariana —se presentó la chica que abrió la puerta—. Ella es Cath —señaló a la pelinegra—. Y ella, Sam —señaló a la morena—. Justo estaba saliendo para la cafetería, ¿quieres algo?

Negué.

—No, gracias.

Ella me sonrió antes de salir.
Cath me observó y señaló a la cama inferior de la izquierda.

—Esa es tuya, si quieres. Sino podemos cambiar. Yo estoy acá arriba —dijo refiriéndose a la segunda cama de la derecha—. Sam acá abajo y Ariana allá arriba.

Miré la cama y asentí.

—Con esa estoy bien, gracias.

Me dirigí hacia allí. Dejé mis cosas en los pies de la cama y me senté al lado.

—¿Tienes algo más para traer? ¿Te ayudamos? —preguntó Cath.
—Sí, tengo al más, pero no hace falta, son bolsos, puedo sola. Y primero voy a tratar de acomodar esto —comenté.

Comencé a sacar los libros y ponerlos en el estante más accesible, luego en el de arriba coloqué otras pertenencias como mis cosas de higiene, cepillos, cremas, toallas, sábanas, mantas y hasta algunos accesorios. En el más bajo, los zapatos que había llevado en el bolso, que eran los que más usaba, y en los estantes del medio, comencé con la ropa ordenada por tipo, colores, estación.

Mientras hacia eso, Ariana había regresado, trajo unas galletas y nos compartió a todas.
Dudé mucho en aceptar porque lo lógico hubiera sido sacarme el pañuelo para comer, pero no quería. No quería mostrar mis cicatrices todavía, pero a su vez, enseñarlas terminaría con toda la intriga, porque una cosa era esconderlo de desconocidos con los que me cruzaba en la calle durante unos minutos o en clases, que eran personas quienes no iba a hablar. Pero no era así con aquellas chicas, con las que tendría que convivir todo el tiempo.

Al final, comí tres galletas por debajo del pañuelo. Necesitaba un tiempo más antes de sacármelo.

Ellas charlaban desde la cama de Sam, a veces trataban de incluirme en su conversación, preguntándome cosas que se relacionaban con lo que charlaban, como el trabajo, la preparatoria, hobbies, etc. Todas venían de otras ciudades, tenían la misma edad y estaban recién graduadas, apenas habían salido del instituto.

Sam estaba decidida por alguna carrera complicada, como medicina, ingeniería, matemáticas, química o física. Era una nerd de las tecnologías y se graduó con el mejor promedio de su colegio.
Cath iba a seguir psicología, estaba muy segura. Decía querer ayudar a la gente con la salud mental, porque le parecía muy importante.
Ariana se mostró algo evasiva, pensé que seguro tenía una carrera elegida, su carrera soñada, pero aún no estaba lista para dar ese paso. Igual que Marge.

Al terminar de guardar mis cosas, decidí ir por lo que faltaba. Bajé, tomé los dos bolsos, que eran pequeños, y el bolso de mi arco y flecha. Cerré el coche, puse la alarma y volví a subir.
Comencé a desempacar uno de los bolsos mientras seguía oyendo su charla, hasta que golpearon la puerta.

—Vamos, que traemos batidos para merendar —dijo una voz femenina al otro lado.
—¡Y sándwiches! —dijo otra.

Sam fue quien se levantó a abrir. Yo miré con desconfianza la entrada. Al abrirse la puerta, dio paso a cuatro chicas, que parecían tener la misma edad que mis compañeras. Me miraron con intriga.

—¡Ah, la chica nueva! —articuló sorprendida una de ellas, era una morena de rulos.
—Sí, ella es Lilith —explicó Cath.
—Lilith, ellas son nuestras vecinas de enfrente. Elle —dijo Ariana, señalando a la morena—. Kelly, Daniela y Camille —continuó, señalando a las demás. El orden era: una rubia de ojos claros, una morena que parecía de ascendencia latina y una chica bajita y castaña.

Las tres me sonrieron, Camille fue la única que levantó una mano y saludó.

—¡Hola! ¿Cómo estás? —saludó Daniela.
—¡Ten! ¿Quieres? —me ofreció Camille un batido.
—No, muchas gracias. Disfrútalo tú —negué, amable, porque era de ella, no habían traído para mí y tenía sentido porque no me esperaban aún. Además, ni me conocían como para comprarme un batido. Estaba bien.
—No te preocupes, ya tomé uno hoy temprano —explicó, no sabía si mentía o no, pero tampoco lo pensé mucho porque se acercó a darme el batido y a ponerlo en mí mano, a pesar de mis negativas.
—No, en serio.
—Tómalo, por favor, o me voy a ofender.

Suspiré, con el vaso en mi mano.

—Gracias —murmuré, sin saber cómo sentirme.
—De nada —dijo, mirándome fijo—. Por cierto, tienes unos ojos preciosos —me contó, antes de ir a sentarse a la cama de Sam.

Me quedé sin palabras. Pensé en qué decir y solo logré mirar a las otras chicas que seguían paradas. Tomé los bolsos que estaban en mi cama y los dejé en el piso.

—Vengan, siéntense aquí —dije, amable. Me senté también y palmeé la cama. Ellas sonrieron amables y me siguieron.

Todas comenzaron a charlar y tomar los batidos. Yo miré el vaso, sabiendo que ahora sí debía sacarme el pañuelo. Sino seria demasiado extraño y complicado.

Respiré hondo y en movimientos lentos lo desaté. Lo retiré de mi rostro y sentí un pequeño fresco. Las primeras en verme fueron quienes estaban sentadas frente a mí. Todas sonrieron, supongo que para aliviar la situación, para que yo no me sintiera mal, para que no pensara que me estaban juzgando por mis marcas.

Tal vez sobreviviría a la universidad, sí de verdad eran tan consideradas y amables como se estaban mostrando.

Cuando llegó la noche, todas fueron a cenar juntas, pero está vez yo estuve decidida y me negué.

—No tengo hambre.
—¿Segura? —preguntó Cath.
—Sí, no se preocupen.

Asintieron, aunque algo dudosas, y salieron. La última fue Daniela, que me echó una mirada.

—Te traeremos algo por si cambias de opinión —me avisó antes de salir, sin darme tiempo a decir que no.

El cuarto quedó vacío, pero no por eso silencioso. Mis pensamientos lo llenaban.

¿Hace cuánto se habían instalado para llevarse tan bien? ¿Realmente eran tan lindas? ¿Sí yo hubiera llegado antes, habría alguna posibilidad de que fuera parte de su grupo? ¿Si tan solo no hubiera pasado todo lo que pasó estos últimos días?

Me dormí llorando. Por suerte, los siguientes días fueron demasiado ocupados como para que siquiera tuviera tiempo de llorar. Iba a entrenar, a desayunar, a clases, a comer, trabajar y a dormir. A veces primero tenía clases y luego entrenaba, eso era lo único que variaba, de lunes a viernes.

El sábado fue mi primer día libre. Al menos, una parte, porque aunque no tuve clases, trabajaba los fines de semana. Por suerte, había logrado conseguir ese nuevo empleo. Rogué a varios de mis anteriores jefes, y fue la señora dueña del mercado en el que había trabajado, quien me dio un lugar en el almacén, reponiendo mercadería y transportando cajas.

Tuve que vender muchas cosas de la cabaña, como muebles y electrodomésticos, y hasta ropa, para conseguir algo de dinero y así pagar lo que me faltaba de la universidad, los libros y la gasolina. Por suerte, la cuota incluía la residencia y el uso del comedor estudiantil, al cual podía asistir cuando necesitaba desayunar, almorzar o cenar, lo que significaba menos gastos para mí.

El sábado en la mañana, durante un descanso en mi trabajo, me llegó un mensaje de Merle.

«Necesito pasar por la cabaña a recoger unas cosas».
«Todavía tienes las llaves», envié.
«Te veré allí, más te vale estar», respondió.
«Puedo después de las cuatro», contesté al final.

Terminé mis horas del trabajo y fui con la psicóloga. Había arreglado mi agenda para ir los sábados en la tarde a terapia, ya había pagado un mes de sesiones antes de que todo en mi vida se fuera a la mierda. Había llegado a ir a una sola sesión, en que la psicóloga me dijo que tendríamos que aumentar a dos días a la semana. Luego pasó todo lo que pasó con Daryl y cancelé los turnos. Retomaría hoy, pero en realidad dudaba que pudiera seguir costeando las sesiones, así que iría a las que estaban pagas y luego intentaría hacer lo posible por seguir, pero iba a ser complicado.

Ese día hablamos sobre mi miedo al fracaso luego de la muerte de mi padre y él porqué no había retomado mis estudios al terminar la preparatoria, también el porqué me aferraba tanto a las personas que entraban en mi vida y porqué me dolía tanto cuando se iban. Luego de una hora, me subí a mi coche y conduje hasta la cabaña. Merle ya me estaba esperando allí.

—¿Tienes prisa? —preguntó, como saludo.
—No —dije abriendo la puerta.

De nuevo, Dixie no vino corriendo hacia mí para saludarme. Cada vez que eso sucedía, cada vez que entraba a la cabaña y ella no aparecía, me dolía el pecho y recordaba su muerte.

Entré, la cabaña olía aún a los hermanos. Me obligué a arrugar la nariz, pero la verdad era que quería respirar hondo y quedarme allí para siempre, fingir que nada había pasado.

Creo que por eso no regresé a la cabaña luego de separarme de Daryl. Eran demasiado los recuerdos con él y con Merle allí. Aquel lugar era mi hogar, sí, pero también fue el de ellos. Y a su vez, ellos fueron mi hogar.
Y ahora la cabaña estaba vacía. Era demasiado para mí.

Merle me siguió dentro y comenzó a recoger en un bolso grande algunas de sus cosas, cosas que había olvidado y nunca le importó mucho tomarlas las veces que volvió. Pero ahora era diferente, porque ya nadie vivía allí.

Luego vi que él se metió en mi habitación y lo seguí frunciendo el ceño.

—Daryl me pidió algunas cosas —explicó, sin voltearse.
—Está bien —me limité a decir.

Daryl no volvió al departamento al día siguiente de aquella pelea, ni al siguiente, ni al siguiente, ni al siguiente, y yo tampoco le llamé, ni le escribí. No le expliqué que yo había llevado todas nuestras cosas a la cabaña y que ya no me estaba quedando en el departamento. Pero sí se lo dije a Merle momentos antes de mudarme a la residencia. Seguro que él se lo había dicho a su hermano.

Aquello me llevó a pensar que Daryl jamás me hablaría de nuevo sí había enviado a Merle por sus cosas.
Yo lo vería más. No volvería a oírlo. No cazaría con él. No lo besaría, no lo tocaría, ya no tendríamos sexo. Nada.

Me retiré a la sala por si empezaba a llorar, pero al final no lo hice.
Escuché a mi consciencia decir «esto era exacto lo que querías, lo que pensabas que necesitabas».

Lo abandoné, sí, lo obligué a irse, sí, para que ambos fuéramos libres, para que no nos lastimáramos más.

Cuando Merle terminó de recoger todo, salió de la casa. Lo seguí y cerré la puerta con llave.

—¿Por qué usas esta mierda? —soltó y tiró del pañuelo que cubría mi cara, sin que yo pudiera verlo venir o detenerlo—. Mierda, sí que quedaste mal —murmuró, sorprendido, al ver mis cicatrices—. Ya entiendo porqué Daryl no quiere verte.

Mis pulmones se hincharon cuando tomé aire, furiosa por sus palabras, pero antes de que siquiera pudiera mandarlo a la mierda, habló.

—No me malentiendas. Siente que es su culpa, se culpa demasiado. Tal vez sea cierto, pero lo entiendo ahora. ¿Cómo podría ver lo que te hizo? ¿Cómo podría ver que te dejó así?

Solté el aire.

—Da igual —me obligué a decir—. Adiós, Merle.

Me dirigí al auto.

—¿No vas a hablar conmigo como antes? ¿Igual que un loro? ¿Contarme de tu empleo? ¿O de las clases? ¿Cómo es aguantar a tantos universitarios juntos? ¿Qué tal te va en las lecciones de arquería? ¿Ya eres la mejor del club?

Me detuve contra la puerta de mi coche y lo miré.

—¿Qué quieres saber? ¿Es que Daryl no te ha dicho nada? —pregunté, seria.
—Se ha encerrado demasiado en sí mismo, mucho más de lo normal —explicó—. Y me gustaría saber qué es de ti, lo normal es que me lo cuentes tú, no que esa información venga de otro.
—Las audiciones para el club universitario de arquería son dentro de un mes, pero mi entrenador tiene fe en mí, aunque no le gustó nada cuando se enteró que cambié de apellido.

John se sintió decepcionado de que dejara el apellido de mi padre, dijo que haberme quedado con su apellido me hubiera ayudado a ser reconocida más fácil en las competencias, ya que era la hija del legendario arquero Joe Croft y descendiente de varios arqueros olímpicos. Pero bueno, ¿qué más daba? Llevé muchos años con orgullo el apellido de mi padre. Tal vez era hora de hacer mi propio camino. Mi propio nombre. Daba igual que apellido tuviera.

—¿Cambiaste de apellido? —preguntó Merle.
—Tú hermano de verdad que no te dice nada, eh —murmuré.
—Ni tú, pequeña perra —gruñó, cruzándose de brazos.
—Será mejor que se lo preguntes a él, fue su idea después de todo. —Suspiré—. También perdí mi empleo por su culpa.
—Lo siento, eso es una gran mierda —soltó, sorprendido.
—La vida lo es —respondí, encogiéndome de hombros.
—¿Y tus estudios? —preguntó, parecía algo tímido.

Suspiré.

—No obtuve ninguna beca, pero las clases van bien, me la paso en los salones o en el campo de entrenamiento… Aunque, una vez a la semana, los jueves en la tarde, tengo un taller de terapia manual en donde vamos a la oficina de la profesora, que es fisioterapeuta, a aprender y ver cómo trata a los pacientes. Es curioso que quede a la vuelta del bar de Albert —comenté.

Merle asintió.

—¿Te diviertes?
—Es… interesante. Me gusta. No tiene que ser divertido.
—Claro, entiendo… Me alegro por ti —dijo, sincero.
—Gracias —respondí.

Él se dirigió a Betty y yo me subí a mi coche, pero entonces lo vi salir de la camioneta con un sobre lleno. Se acerco hasta a mí para dármelo.

—Lamento haber tardado tanto en devolverte el dinero —se disculpó, dejando el sobre en mis manos.
—Olvídalo —negué—. Gracias, me viene muy bien ahora que debo pagar los arreglos del departamento.

Él asintió.

—Supongo que te veré por ahí —murmuró.
—Sí tú lo dices —respondí.

Él sonrió. Yo encendí mi coche.

—O mejor te escribo.
—Adiós, Merle —me despedí antes de arrancar el coche. Él se apartó de la ventanilla.

Mientras me alejaba, lo vi allí parado, con la cabaña de fondo. Sostuve el volante con una sola mano y con la otra toqueteé el pequeño relicario en forma de corazón que colgaba de mi cuello, pensando que ellos fueron todo lo que tuve por mucho tiempo. Tener ese relicario con sus fotos me recordaba al pasado. Me ayudaba a recordar quién era yo, quién no debía dejar de ser jamás, pero también quién no volvería a ser.

El día siguiente fue domingo, y los domingos en la noche los dejaba libres para ir a las reuniones de AA (alcohólicos anónimos) y NA (narcóticos anónimos), las cuales me hacían bastante bien. Se realizaban en una iglesia luego de la misa de las ocho de la noche. Volví cerca de las diez a la residencia, cuando mis compañeras ya se estaban aprontando para dormir.

Y así, pasó otro lunes, martes, miércoles, jueves y viernes.

El sábado llegué temprano a la residencia. Me mantuve estudiando (o tratando de hacerlo) mientras mis compañeras jugaban a las cartas. Antes habían estado charlando, pero como no querían interrumpirme o distraerme, se quedaron en silencio y se pusieron a jugar.

Cuando anocheció, llegaron nuestras compañeras de enfrente.

—¿Nos vamos? —preguntó Elle cuando me vio con el libro de anatomía en las manos.
—No se preocupen por mí. Ahora solo estoy repasando —negué.

Asintieron y me regalaron una sonrisa.

—¿Vieron el nuevo tráiler de esa película de terror? —dijo Kelly.
—¡Sí! Muero de ganas de ir a verla —confesó Cath.
—¿Y sí vamos? Hoy es el preestreno —comunicó Daniela.
—No, el preestreno es el dieciséis —le contradijo Sam.
—Hoy es dieciséis —aclaró Camille.
—No, hoy es… —Sam pareció contar en su mente—. ¡Dieciséis! —chilló, levantándose—. Tenemos que ir a verla.

Me sorprendió verla tan emocionada. Por lo que había notado de Sam, era bastante fría e inexpresiva. No se emociona, ni exaltaba. Era calculadora y reaccionaba muy poco.

—¿Pero y sí no hay más entradas? —preguntó Ariana.
—No es por nada… Pero hoy está trabajando mi primo y puede hacernos entrar gratis —dijo Elle, con una mirada traviesa.
—Listo, decidido —declaró Cath, levantándose de la cama; Ariana la siguió.

Todas se dirigieron a la puerta hablando una sobre la otra, eran pura emoción. Entonces quedaron en silencio, justo antes de salir y como si tuvieran una mente colectiva, voltearon hacia mí.
Tragué saliva.

—¿Vamos? —preguntó Daniela.
—Sí, ven, por favor —pidió Camille.
—Prometemos que será divertido
—En especial con los sustos que se da Ari —se burló Sam.
—Cállate, no seas perra. —La codeo esta.

Sonreí, pero negué. Estaba decidida. No iría.

—Pásenla lindo. Yo no tengo ánimos de una película. Ni de salir a ninguna parte. Diviértanse por mí —les pedí, amable.
—¿Segura? —preguntó Kelly. Asentí.
—¿Muy segura? —interrogó Elle.
—Sí, aquí estaré cuando regresen, vayan tranquilas y disfruten —asentí.

Logre que se fueran, aunque se veían poco convencidas.

El silencio comenzó de nuevo y mi ansiedad lo llenó. Al menos, las voces de mis compañeras hacía que no tuviera que sobre pensar nada, acallaban todas las voces. Tendría que aprender a sobrellevarlo sola. Viviría con ello siempre.

Me saqué el colgante y abrí el relicario. Miré las fotos. Podía escuchar la voz de mi padre en mi cabeza.

«Vivir o morir, Lilith. Cazador o presa. Eres tú quién tiene el poder de decidir qué papel interpretas en esta vida. ¿Qué será de ti?»

Lo siento tanto, papá. Ahora mismo debes estar muy decepcionado, pero te prometo que lo estoy intentando. Lo estoy intentando tanto. Creo que he dado grandes pasos… Solo me queda mantenerlo.

Luego de pensar en eso, miré la foto con los Dixon. Con quienes pensé que serían mi familia por siempre. Me pregunté sí estuvo bien lo que hice, sí debí alejarme así, sí debí dejar que se fueran, sí podría haber hecho algo diferente, sí había forma de volver a como estábamos antes. ¿Sí yo los llamaba, responderían? Merle tal vez sí, pero Daryl… No lo sabía. Tampoco quería averiguarlo. Cualquier respuesta me rompería el corazón.

¿Pero, debería dar el primer paso? ¿Tratar de recuperar lo mejor que he tenido en mi vida? ¿Volver con ellos? ¿Intentarlo? ¿Podría equilibrar esas dos vidas? ¿Acabaría conmigo? ¿Recaería? ¿Moriría? ¿Otra sobredosis?

Ya sentía que me estaba muriendo y no había consumido drogas, ni alcohol en… Ya eran casi siete meses.

Pero que bien me vendría aquella noche algo de xanax.
Lo peor era que estaba rodeada de universitarios que era probable que quisieran vivir toda la experiencia de esta etapa y estuvieran llenos de drogas. Fraternidades con fiestas excéntricas. Incluso dealers, pues la chica que me vendía estudiaba aquí, pero eran tantos estudiantes que dudaba cruzármela alguna vez. Y aunque sucediera, no me importaba. No recaería. Estaba decidida.

Así que lloré. Lloré en medio de un gigantesco ataque de ansiedad.

La puerta se abrió a mitad de eso y me asusté muchísimo. Me relajé al reconocer los rostros de las personas que entraron, eran mis compañeras.

—Dios mío, Lilith. ¿Estás bien? —No estoy segura de cuál de ellas preguntó eso.

Traté de responder, pero no podía siquiera respirar. Una de ellas se movió rápido y me puso algo en la mano. Miré y me costó darme cuenta de lo que era y para qué.

Cath, tomó la bolsa que dejó en mi mano, al notar que yo no podía reaccionar. La colocó sobre mi boca y nariz, mirándome fijo a los ojos.

—Estás bien, tienes que respirar —afirmó—. Estás bien. Solo respira. Inhala. Exhala.

La bolsa se movió, se infló y desinfló al ritmo de mi respiración. Estaba respirando. El aire entraba y salía de mis pulmones. Eso era real.

—Eso es, no vas a morir. No estás muriendo. Estás respirando —siguió diciendo, firme, pero suave. Yo asimilaba sus palabras, mientras poco a poco mi respiración se regularizaban, mis palpitaciones bajaban y mis sollozos se detenían.

—Yo… Lamento que me vieran así —negué, una vez que ya había pasado todo, aunque aún tenía lagrimas en los ojos y las veía borrosas.
—No tienes que disculparse por nada —negó Cath.
—Volvimos por ti, te vimos… demasiado triste. Más que lo normal —comentó Daniela.
—Nadie debería estar sola y deprimida, mucho menos durante la noche, en fin de semana —agregó Sam.
—Pero… se están perdiendo la película y… tenían muchas ganas de verla —murmuré, confusa.
—Podremos hacerlo ahora o en diez años, da igual —explicó Camille.
—¿Quieres comer? Trajimos comida mexicana y helados, varios sabores porque no sabemos cuál te gusta —dijo Kelly mostrándome las bolsas de comida que traían—. Tendríamos que apurarnos antes de que se derritan y tengamos que tomarlo como agua —bromeó.

Fue Elle quien se sentó a mi lado en la cama, me secó las lágrimas de la cara con el pañuelo que siempre usaba, el que Marge me había dado, y luego abrió la bolsa de comida que traía.

—Vamos, come algo. Aquí tengo tacos. —Me sonrió.

La observé. Las observé a todas. Me hacían sentir en paz, eso me asustaba todavía más que las voces en mi cabeza, que la ansiedad, porque significaba que…

—Gracias —murmuré, inexpresiva y tomé un taco.
—¡Aquí hay burritos! ¿Y dime, cuál es tu helado favorito? Tuvimos un debate sobre eso —soltó Ariana.

Me sacaron una sonrisa con eso. Una sonrisa de verdad. Genuina.

—Frutilla y chocolate —respondí.
—¡Ven! Les dije —festejó Kelly.
—Tú dijiste chocolate porque es un básico, yo dije frutilla porque es el favorito de las que somos geniales —negó Camille.
—Geniales somos a las que nos gusta la menta granizada —negó Elle.
—¡Que asco! —Sam fingió una arcada.
—Ay, cállate tú, señora maracuyá —se burló la morena.
—Pero, chicas, se están olvidando del mejor sabor —se quejó Ariana y todas la observamos—. ¡Limón!

Y mientras todas discutían sobre sabores de helado, yo disfruté de un taco y un burrito, y por primera vez desde que me separé de los hermanos Dixon, pude sentir de verdad que estaba bien. Sobreviviría. Viviría. Lo sabía.

N/A: ¡Cerca del final! Un capítulo más y es todo. Voy a llorar xd

Es la primera historia que escribo en tan poco tiempo, por más que sea la primera parte o lo que sea, realmente escribir novelas me toma AÑOS, y esta solo lo hice en dos meses, estoy impresionada.

Pero bueno, por esto mismo de que la escribí en muy poco tiempo, espero entiendan y no les moleste si vieron algunas incoherencias, fallas de trama, algo escrito un poco superficial, faltas de ortografía, errores de tipeo, etc. Di mi mejor esfuerzo y voy a estar corrigiéndola en cuanto pueda❤

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro