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22

Observé mis cartas sin reacción y esperé que el hombre frente a mí hablara.

—Apuesto cien —dijo.
—Ni siquiera haz de tener cien —me burlé. Merle sonrió y sacó de su cartera un billete de cien. Yo asentí, impresionada e hice lo mismo, puse un billete de cien en la mesa—. Ok, igualo —dije sin volver a echar otro vistazo a mi juego.
—Me retiro. —Frunció el ceño Daryl.
—Espíritu de perdedor —lo pinchó Merle. Su hermano apenas lo miró.
—Dejé algunos sándwiches en el refrigerador, ¿por qué no los traes? —pregunté, amable.

Daryl asintió y me dio un beso antes de retirarse hacia dentro de la casa.

Merle se acercó a mí sobre la mesa para dejar caer una de sus cartas. Entonces retrocedió arrugando la nariz.

—¿Por qué ahora siempre hueles a cerezas? —soltó, como si las cerezas le dieran asco.
—Caramelos —respondí, encogiéndome de hombros—. A tu hermano no le molesta —agregué, burlona.

Había comenzado a comer caramelos para bajar la ansiedad, concentrarme en ello y el sabor me ayudaba a no pensar tanto. A Daryl le gustaba mucho que todos mis besos sabían a cereza.

—A mi hermano nada le molesta de ti. —Rodó los ojos —. Podrías oler a mierda y no le importaría.

Hice una mueca de asco, pero terminé riendo.

—Deberías seguir su ejemplo —le dije lanzando una carta.

Apretó los labios. Trataba de aguantar una sonrisa. Negó.

Habían pasado tres meses desde nuestra pelea. Fue él quien regresó a la cabaña el día de mi cumpleaños. Trajo de regalo un relicario con dos fotos dentro. No pregunté cómo lo hizo, pero tenía una foto de mi padre conmigo cuando cumplí doce años, y del otro lado una foto suya, de Daryl y de mí en mi cumpleaños número dieciséis. Yo lo recibí con un abrazo, aunque no le gustaban demasiado.

No quedaba ningún rencor entre nosotros, ningún enojo o pelea.
Solo dejó de verme porque me había vuelto aburrida, y yo lo entendía. Así era Merle, así lo conocí y así siempre sería.

Habíamos arreglado las cosas, aunque llegué a pensar que nuestra relación ya no sería igual que antes, porque algo se sentía distinto. Creí que algo se había quebrado, tal vez para siempre.
Pero aquí estábamos, en el patio de la cabaña, jugando cartas y apostando, como antes. Aunque no había cervezas, ni ninguna otra clase de alcohol, tampoco había drogas, por lo que Merle desaparecería en poco tiempo.

Ojalá no fuera así, ojalá que siguiéramos igual. Pero lo cierto era que, con las dos vidas tan diferentes que llevábamos, iba a ser muy difícil coincidir como antes.

—Oye, no sé si Daryl te comento sobre este nuevo trabajo que tengo —murmuré, viendo como dejaba otra carta en la mesa.
—¿Ese del que llegas estresada todas las noches y te quejas con él? No, no me ha contado —negó, con sarcasmo.
—No es tan malo, solo algo exigente —justifiqué, lanzando una carta.

En verdad, llegaba todas las noches cansada por completo, tanto de forma física como mental. Además de ser recepcionista, hacia muchas otras cosas, por las que, en realidad, no me habían contratado. Pero temía quejarme o no hacerlas, porque podían despedirme.
Lo peor era que había tantas cosas para hacer allí, en ese lugar tan enorme y con tantos clientes, que nunca llegaba a hacerlas todas y vivía siendo regañada por mi superior: un hombre cuarentón que yo sabía que me tenía ganas y, cómo no había correspondido a sus intenciones, ahora se desquitaba conmigo dándome ordenes.

Era muy estresante, sí, pero eran pocas horas de trabajo, con la mejor paga que había tenido hasta ahora y en un lugar hermoso, elegante y de gran renombre. Utilizaba un uniforme bastante bonito, aunque la parte de abajo consistía en una falta hasta las rodillas, pero por primera vez en mucho tiempo, no me sentía incómoda al vestirla. Sabía que podía romperle la cabeza a quien sea que me mirase de más.

—De verdad es un gran lugar donde trabajar. Y ahora están buscando botones —le informé—. Y conserjes, también alguien solo para abrir las puertas a los clientes. Y pagan de verdad que muy bien.
—¿Y ya le mencionaste eso a Daryl? —preguntó.
—Sí, me dijo que lo iba a pensar. Tal vez pida una entrevista. Pero yo lo decía por ti —le respondí.

Merle río y negó.

—Ay, Lilith, pequeña. ¿Qué quieres que diga? Mira, yo te apoyo, y sí me necesitas, ahí voy a estar. Pero ahora mismo, eso no es lo mío —negó —. Sí quieres redirigir tu vida a la mierda típica, endeudándote en préstamos estudiantiles, hazlo; sí quieres romperte la cabeza con los exámenes, bien por ti; sí quieres matarte trabajando, estupendo —habló, sincero—. Pero no voy a perder mi tiempo con eso, así como tampoco voy a estar sobrio y no es justo para ti que te retenga, no te quiero al borde de la muerte de nuevo.

Sus palabras hicieron que se creara un nudo en mi estómago. Traté de disimular mi reacción.

—Por eso me alejé; haré mi mierda por mí lado, porque es lo mío, tú harás lo tuyo por otro camino y nos encontraremos algunas veces, cuando sea bueno para ambos. Todo genial. Y lo digo de verdad, hay que hacer esto rápido y sin dramas, porque así soy yo, y porque siempre serás mi hermana, pero tienes que seguir con tu vida y yo voy a seguir con la mía, aunque tengamos que hacerlo separados en su mayor parte. Ahora, es lo necesario —dijo, volviendo a mirar sus cartas y lanzado una.

Suspiré al oírlo. Él tenía razón, en todo. No podía obligarlo a nada, y tampoco estaba bien. Yo no quería cambiarlos, ni quería que creyeran eso. Yo los amaba tal y cómo eran. Solo intentaba que pudiéramos ser una familia unida, y salir adelante sin estar metidos en tanta mierda ilegal, pero bueno, no todo es posible. Tenía que dejar que Merle fuera Merle. Sí luego él quería mejorar, sería genial, pero si no, aún seríamos hermanos.

O al menos, eso me dije para convencerme de que no debía sentirme abandonada.

—Me retiro —susurré luego de mirar mis cartas. Merle había ganado.

Él sonrió, tomando el dinero de la mesa al mismo tiempo que Daryl llegaba con los sándwiches. Dixie vino correteando y se sentó al lado de Merle, mirándolo fijo, hasta que este se rindió bajo sus encantos y le dio un pedazo de su sándwich.

Era apenas mediodía, cerca de la una Merle se fue y después Daryl lo siguió, yéndose a trabajar. A eso de las tres de la tarde me preparé para irme al hotel. Dixie me siguió por toda la casa cuando salí de la ducha y me metí a mi habitación para ponerme el uniforme.

—No te preocupes, nos veremos en unas horas —mencioné cuando la vi lamer el agua que caía por una de mis pantorrillas.

Ella respondió subiéndose a mi cama y recostándose por un rato. Le acaricié la cabeza y la besé antes de irme.

Al día siguiente me desperté muy temprano debido a una llamada. Era John, que había regresado al país y me llamó para charlar e iniciar mi entrenamiento. Nos vimos temprano y pasé toda la mañana con él. Practicamos por un buen rato y también charlamos de mis planes a futuro; me dijo que tenía un gran potencial y yo quería creerle. Luego de eso, fui al trabajo, lo que fue bastante estresante, por mi jefe, por sus tratos, pero podía aguantarlo. No me importaba. ¿Me exigía más que a los demás? Haría más que los demás. Estaba bien. Al menos, no me gritaba como en otros empleos.

Volví a casa cerca de las ocho, cuando el sol estaba bajando. Dixie dio vueltas entre mis piernas y luego fue corriendo hacia la puerta para rasguñarla un poco, una mala costumbre que había hecho que la parte inferior de la madura se fuera astillando y quedara marcada por sus garras.

—¿A esta hora? —pregunté, cansada. Sabía que cuando ella hacia eso, significaba que quería ir a cazar y yo apenas había podido pegar mi trasero a una silla.

Dixie lloriqueó, lo que me provocó suspirar y levantarme. Me dirigí al refrigerador y saqué un táper de carne cruda para ofrecerle, ella ni se inmutó, siguió rascando la puerta.

—¿Es en serio? Tienes presas gratis y muertas aquí —murmuré—. Bien, dos minutos.

Asentí y me dirigí hacia la puerta, la abrí y ella salió disparada hacia el follaje, metiéndose entre los árboles y la oscuridad, por lo que la perdí de vista bastante rápido. Seguí su camino, aunque antes miré hacia el camino que utilizábamos para llegar a la cabaña desde la carretera, donde el suelo era solo tierra seca y ya no crecía césped. Estaba esperando a Daryl, que ya se había tardado demasiado en volver de su trabajo. Por lo general, regresaba poco después del anochecer. Excepto en estos últimos días, me decía que estaba trabajando unas horas extras o que estaba algo atrasado con algunas reparaciones, por lo que llegaba tarde a casa.

—¿Dixie? —pregunté, una vez que vi que me había alejado lo suficiente de la cabaña, como para ya no ver su luz al voltear.

Entonces ella apareció, saltando de entre dos árboles hacia mis pies. Me sobresalté y di un paso hacia atrás. Era tan sigilosa...

—Idiota, me asustaste.

Vi que traía una ardilla en su boca. Sonreí. Eran sus favoritas.

—¿Contenta? Ya volvamos a casa —murmuré.

Ella sacudió su cola en respuesta y cuando regresé por el camino que había hecho, me di vuelta al no oír sus pasos. Dixie no se había movido, estaba demasiado quieta. Sus orejas alzadas, sus ojos observando a la lejanía.

Dejó caer a su presa cuando oyó algo, algo que yo también oí. Pisadas y eran pesadas. Busqué mis flechas por instinto, pero no había traído ninguna, tampoco el arco; pensé que sería una salida rápida, no consideré que podríamos cruzarnos con algún animal grande y salvaje, porque eran raras las veces que me había topado con alguno allí, como si supieran que era más territorio de humanos y no tanto de ellos, así que se mantenían alejados.

Solo había visto dos osos, un lobo y un cerdo, mientras cazaba con mi padre, ambos fueron de noche y en una zona bastante alejada de la cabaña. Habíamos caminado durante cuatro, papá sabía cómo lidiar con los osos, así que estos siempre nos ignoraban y continuaban sus caminos, el lobo huyó porque no quería hacer una pelea en vano, notó nuestras armas, que éramos dos y él uno, no quiso arriesgarse, mientras que ese cerdo salvaje nos atacó. Papá lo mató y nos alimentamos con eso durante más de una semana.

—Dixie, vamos —me obligué a murmurar.

Sea el animal que fuera, debíamos huir ya mismo. Antes de que se acercara lo suficiente como para no dejarnos ir.

—Dix... —me atraganté con su nombre en cuanto lo vi. Dixie se puso aún más en alerta, cambiando su posición a una lista para atacar.

Era un oso, se veía adulto, pero no viejo. Hambriento, listo para atacar, con su pelo erizado y sus orejas hacia atrás.

No creía que nada sirviera en aquel momento, ni fingir estar muerta, ni apartarme del camino de manera lenta, ni hacerme ver más grande. Él estaba decidido, alguno moriría esa noche.

—Dixie, vete. ¡Dixie! —enfaticé, aunque mi tono de voz era bajo y tranquilo, para no alarmar aún más al oso.

A ella no le importó ni un poco lo que dije, hizo de oídos sordos, como siempre. Se movió, lento, posicionándose frente a mí, interponiéndose entre el oso y yo. Justo lo que no quería que sucediera.

—Vamos, Dixie, vete, por favor. A casa, a casa, a casa —repetí, en susurros suplicantes.

Solo bastó con que el oso gruñera. Se lanzó hacia adelante para atacar, de manera instintiva di un paso hacia atrás y busqué en mis bolsillos algo con qué defendernos. En cambio, Dixie se movió hacia nuestro atacante. Fue algo en vano, porque el oso era diez veces su tamaño. Cayó directo entre sus dientes, pero me dio tiempo de tomar la navaja que tenía en el bolsillo y acercarme hasta clavársela en el cuello. Luego en el ojo. Después en el corazón. Y en otras partes de su cuerpo que no podía recordar.

Gruñó, gimió adolorido y soltó a Dixie. Yo me aparté de su espacio, al ver como se paraba en dos patas y lanzaba manotazos. Sus garras me alcanzaron en el hombro justo antes de que yo cayera de espaldas. El oso huyó, rindiéndose. Yo apreté mi herida sangrante mientras lo veía irse lejos. Luego busqué a Dixie, quien yacía tirada y muy herida en la tierra. A penas respiraba.

—No, Dixie, no —me oí rogar.

Me arrastré hacia ella, sin importarme la tierra o las pequeñas piedras que se clavaban en mi piel. La tomé entre mis brazos, la acurruqué sobre mi falda. Sus ojos oscuros me buscaron. Vi los agujeros provocados por los dientes del oso. Era demasiados y estaban por todas partes, desde su tráquea hasta su abdomen. Los de su garganta y tórax soltaban un silbido con cada respiración. Todos sangraban.

—Ya está, ya pasó, pequeña. —Me oí decir. Acaricié su cabeza, sus lindas orejas—. Muchas gracias... —murmuré, con las lágrimas cayendo de mis ojos.

Ella movió la punta de su cola y luego metió su hocico entre mi brazo y mi cintura.

Los silbidos se detuvieron. Mi llanto se intensificó. Moví el brazo para ver sus ojos, estaban fijos en la nada. Acerqué mi dedo y ella no parpadeó, no hubo reacción. Murió.

Cuando me recuperé lo suficiente, me levanté con ella entre mis brazos y nos dirigimos hacia la cabaña. En cuanto llegué al terreno, noté que estaba la motocicleta de Daryl estacionada. Me dirigí al patio trasero y dejé el cuerpo de Dixie al lado de la tumba de mi padre. Vi mi ropa, manos y brazos llenos de sangre, un poco mía, un poco de Dixie, un poco del oso.

—¿Lil? —Escuché la voz de Daryl. La puerta trasera de la cabaña se abrió—. Dios mío, Lilith, ¿qué carajos? ¿Qué pasó? —soltó, sorprendido y se acercó con rapidez—. ¿Estás bien? —dijo mirándome con preocupación, luego observó a Dixie. Noté el dolor en su mirada antes de volver a verme—. ¿Tú... estás bien? ¿Qué pasó? —Se agachó frente a mí, tomó mi cara entre sus manos.
—Había un oso.

Él suspiró. Me inspeccionó al completo.

—Ven, vamos a casa. Vamos a limpiarte —murmuró.
—Dixie...
—Dixie está bien, vamos a limpiarte —me interrumpió.

Me ayudó a levantarme y me guió hasta dentro. Me sacó la camiseta, me sentó en una silla, tomó un trapo mojado y limpió la sangre de mi piel. Vio los rasguños en mi hombro, aunque ya no sangraban.

—Debemos desinfectar esto —me explicó y fue por un poco de alcohol etílico—. Te va a arder un poco.

No me inmuté cuando lo echó sobre mi herida y luego la secó con un poco de algodón. Luego me colocó unas gasas y las pegó en la zona con cinta de papel.

—¿Estás mejor? —preguntó. Asentí.
—Hay que... hay que enterrar a Dixie.
—Bueno, lo haremos. Yo cabaré un pozo para ella —respondió.

Fui hacia el patio, Daryl salió detrás de mí y tomó la pala, comenzó a cavar. Una vez que la metimos dentro de la tierra y Daryl comenzó a taparla. Yo entré en la cabaña, busqué una camiseta limpia, me la puse, tomé mi carcaj y al arco, antes de salir de la cabaña.

—Hey, Lil. ¿Dónde vas? —preguntó, preocupado, siguiéndome.
—Hay un oso suelto —contesté, sin detenerme.

Y yo no volvería a casa sin su maldita cabeza.

Oí a Daryl volver a la cabaña y luego corrió de nuevo hasta mi lado. Traía su ballesta.

No recorrimos mucho antes de dar con él. Fue fácil rastrearlo a causa de la sangre que perdía y sus grandes huellas en la tierra. Aún estaba vivo, pero muy herido. Fue mi flecha en la cabeza lo que acabó con él.

Papá siempre me dijo que debo respetar a los animales. Solo buscaban comida. Buscaban sobrevivir. Lo mínimo que debía hacer por ellos era darles una muerte rápida, justa, sin dolor y utilizar su carne, no desperdiciar sus cuerpos.

Pero yo lo dejé ahí, tirado, en el bosque. No quería volver a verlo, ni saber nada de él.

A la mañana siguiente, luego de pasar toda la noche dando vueltas en la cama y sentándome afuera mirando hacia el bosque, tomé la ropa con la sangre de Dixie y la puse en la lavadora. Busqué el resto de la ropa sucia y la metí también. Estaba revisando los bolsillos de un pantalón cuando sentí que tenía algo dentro.

Metí la mano y saqué una pequeña bolsa transparente con un polvo blanco dentro.

Todo mi cuerpo se paralizó. Dejé caer la bolsa y el pantalón de mis manos.

Di dos pasos hacia atrás, cerré los ojos, resistiendo la tentación de probar eso. Mis manos temblaban, mi corazón estaba agitado. Sí había un momento perfecto para desinhibirme era aquel.

Pero no, pero no, pero no.

Salí de la cabaña, me metí en el bosque. Fui a cazar.

Encontré ardillas. Volví con tres. Las dejé sobre la tumba de Dixie y me quedé allí hasta que Daryl despertó.

Eran sus pantalones.

—¿Lil? —preguntó, algo somnoliento—. Amor, ¿no has dormido nada?

Lo miré, sin saber cómo sentirme. Al final, terminé por negar. Él suspiró, cansado y preocupado.

—Ven, vamos, duerme un rato antes de ir al trabajo. ¿O prefieres que llame y te pida el día?

Negué de nuevo. Él se acercó a mí y me ayudó a levantarme. No vio en el camino aquella bolsa con el polvo blanco que estaba en el piso, de la que yo no podía quitar la vista.

Me aparté de Daryl. Él me observó confundido.

—Ya voy. Necesito dos minutos —murmuré, mirando la tumba de Dixie —. Solo dos minutos y te sigo.
—Está bien —asintió volviendo a entrar en la cabaña —. Te espero.

En cuanto lo vi desaparecer rumbo a la habitación, tomé mi uniforme, que había quedado tirado en la sala, mi arco, las flechas y la llave del auto. Me subí y me fui, porque no podía tener esa conversación en aquel momento.

Mi celular explotó en llamadas y mensajes ese día. Todas de Daryl, preocupado, preguntándome dónde estaba, cómo estaba, qué hacía, por qué me fui. Algunos de Merle, los primeros eran mensajes que detonaban que no tenía idea de nada, solo preguntaba cosas por su hermano.

«Mira, sé que en tu cabeza deben pasar miles de cosas, pero no deberías estar sola hoy. Lamento mucho lo de Dixie».

«Sería genial que nos dijeras dónde estás, podríamos pasar por ti».

«Que suerte tienes de que no pudiéramos entrar a ese club, o te hubiera arrastrado de nuevo hacia la cabaña», mandó dos horas después.

Seguro se habían dado cuenta que tomé el arco y las flechas para ir a practicar. Mi refugio sería la arquería ese día. Practiqué hasta que los dedos me quedaron hipersensibles, algo que no me pasaba desde los ocho años. Paré por orden de John, me dijo que descansara por hoy, mañana y pasado. No quería que me sobre exigiera y terminara con alguna lesión. Me despedí de él, pero en vez de salir del club, me encerré en los baños y me quedé dormida en el suelo. Me desperté por la alarma de mi trabajo. Volví a mirar mis mensajes antes de pensar en salir del club.

«Le dije a Daryl que no hiciera drama por esto, lo obligué a volver a al cabaña. Tendrás todo el tiempo a solas que necesites, pero al menos da una señal de vida, nos estás preocupando».

«Bien, ya nos dimos cuenta de porqué huiste. Está bien. Vuelve cuando puedas, Daryl te está esperando para hablar».

Subí al coche más tranquila. Me dirigí a mi trabajo, sabiendo que Daryl no iría allí a buscarme, porque no haría un papelón ahí, debía saber que lo mataría sí lo hacía.
Me cambié en los baños, trabajé hasta la última hora, me quedé allí tiempo que tal vez ni me pagarían, porque no era mi horario asignado. Pero necesitaba algo más de tiempo para mí, para estar sola, para estar lista, para pensar, antes de enfrentarme a Daryl.

—¿Quieres...? —Lucy, mi compañera de trabajo, preguntó, dejando la frase al aire.
—¿Sí?
—¿Estás bien? Has estado un tanto... distinta —dijo, en cambio.
—Sí, no te preocupes.
—Sí necesitas, puedes venir a mi casa —añadió.

Mierda, ¿qué tal mal me veía para que aquella chica, que era casi una desconocida para mí, me ofreciera ir a su casa? ¿Se notaba demasiado que yo no quería volver a mi hogar?

—Muchas gracias, pero necesito volver a casa. —Le sonreí antes de dirigirme por mis cosas y luego subir a mi coche.

Llegué a la cabaña, la luna brillaba incluso con el cielo nublado y lleno de agua.

Apagué el motor, respiré hondo y tomé mis cosas antes de bajar. La puerta estaba sin llave, las luces encendidas. Entré. Dixie no me recibió con sus correteos. Dejé mis cosas en el sofá y barrí la sala con mi mirada.

Daryl salía de la cocina, me miraba con tristeza en sus ojos.

—Lil, perdón.
—¿Eso hacia cuando llegabas tarde? —pregunté, sin enojo, solo quería la verdad.
—¿Qué? —dijo confuso.
—Llegaste tarde estos últimos días, dijiste que trabajabas horas extras. ¿Era verdad o te estabas drogando?

Daryl suspiró y asintió antes de acercarse.

—Me sentía estresado, iba al bar un rato y... —admitió.
—¿Por qué me mentiste? —pregunté, decepcionada.
—Porque no quería que pasara esto. No quería que te enojaras, no quería pelear, no quería decepcionarte.

Suspiré, evité mirarlo y él tomó mi rostro entre sus manos para que lo observara.

—Lo siento, Lil. Lo siento mucho. No volverá a ocurrir... —prometió.
—Solo no quiero que me mientas, Daryl —murmuré.
—Perdóname, no volveré a hacerlo —repitió.

Cerré los ojos sintiendo sus manos calientes en mis mejillas. Él me soltó, solo para acunarme en su pecho.

Sé que recaer es parte del proceso. Y sé que Daryl llevaba demasiado bien la adicción como para que fuera verdad.

—¿No has pensado en...? —murmuré, mi voz sonó amortiguada por su cuerpo.
—No necesito rehabilitación, estoy bien. Puedo mantenerme limpio, solo fueron estos días —negó—. No volverá a pasar.

Quería creerle. Quería creerle como lo había hecho antes. Pero ahora, me estaba costando.

Los días pasaron y yo le prestaba mucha atención a Daryl, hora de salida y de llegada. Sí parecía sufrir abstinencia o no, sí parecía haber consumido algo o no, sí parecía mentirme o no.

Y un día, hablando con la tumba de Dixie, llegué a una conclusión que tenía sentido, pero a su vez, lo utilicé para unirnos, como último recurso para poder salvarnos. No quería rendirme aún.

—Tal vez deberíamos irnos de aquí, como para que el cambio sea completo —murmuré, aunque dudosa—. No lo había considerado, pero estaría bien, ¿no? Vivir en la ciudad, como la mayoría de las personas. Sí voy a trabajar y estudiar allí, también sería más práctico que vivir a las afueras, en medio del bosque —mencioné—. Bueno, antes no hubiera podido llevarte. Y no hubiera podido dejarte aquí sola —agregué, como si de verdad estuviera hablando con la zorra—. Pero ahora ya no... —me interrumpí, miré la tierra, palmeé el suelo—. Aunque me vaya, volveré. Siempre volveré a casa. A este hogar. A ti. Pero tengo que intentarlo, si Daryl está de acuerdo. Prometo que te visitaré, los dos te visitaremos —dije al final, antes de levantarme y entrar en la cabaña.

Busqué a Daryl, quien se estaba cambiando en nuestra habitación.

—Hay algo de lo que deberíamos hablar... —mencioné.
—¿Qué sucede? —Se preocupó.
—Debería mudarme cerca de la universidad—dije, decidida.
—¿Sí? ¿Eso quieres? —Vi aquella preocupación aumentar.
—Debería, sí —corregí—. Estar en medio del bosque, del otro lado de Atlanta, no me sirve mucho.
—¿Y cuál es tu plan? —murmuró, queriendo saber más.
—Bueno, había pensado en que... Mudarnos juntos. Sí quieres. No tiene que ser diferente que vivir aquí —expliqué, porque quería que aceptara, quería que fuera conmigo, quería que empezáramos de cero de nuevo. Ese era el plan.
—Entiendo —contestó, lo que me hizo preocuparme.
—¿Y qué dices? —murmuré, algo nerviosa. Jugueteé con mis dedos y tragué saliva esperando su respuesta.

Temía tanto que dijera que no. Que le pareciera un cambio muy grande, no por tener que vivir conmigo, sino por mudarnos a la ciudad. Daryl no era un chico de ciudad, él era de bosques y ámbitos naturales.
Y sí Daryl no quería, lo entendería... Pero entonces, tendría dos opciones: echarme hacia atrás y que nos quedáramos en la cabaña o irme sola, mudarme al campus, a la residencia universitaria con otros estudiantes.

—Sí, por supuesto, Lil. No tienes que preguntarlo. ¿Por qué no buscas unas cuantas opciones de departamentos y vamos a verlos este fin de semana? —respondió, relajado.
—Gracias, amor —dije, feliz, y lo besé.

Busqué opciones, aunque estaba muy emocionada con una. El lugar quedaba en un edificio a solo tres calles del campus universitario y a pocos minutos en auto hasta mi empleo, al igual que el de Daryl.

Fuimos a verlo ese mismo fin de semana y salté de alegría cuando fue todo lo que esperaba. Era normal, nada del otro mundo, pero era bonito y ahora sería nuestro mientras quisiéramos.
Besé a Daryl cuando lo aprobó. Le pagué el hombre de la inmobiliaria y dijo que el lunes nos entregarían las llaves después de firmar el contrato.

De la emoción, nos habíamos olvidado de empacar. Cuando llegó el lunes, nos presentamos sin nada en el apartamento. De todas formas, aún teníamos suficiente tiempo para mudarnos. Las clases no empezaban sino hasta dentro de dos semanas.

El señor de la inmobiliaria nos dejó con las llaves y se fue, dejándonos solos allí.

Yo salté sobre mi novio, emocionada.

—¿Feliz? —preguntó Daryl, sonriendo. Asentí.
—Me siento bastante completa.
—¿Bastante? Creo saber que te haría sentirte completa en su totalidad.

Arqueé una ceja, pensando que se trataba de un comentario en doble sentido.

—¿Ya quieres estrenar el departamento? —Reí y él negó.
—Para nada me refería a eso.
—¿Entonces?
—Casémonos. Toma mi apellido —soltó, de golpe.

El aire me faltó, parpadeé aturdida, y sentí que perdía fuerzas. Daryl se encargó de sostenerme para que no cayera. En cuanto me recuperé, me bajé para quedarme parada en el piso buscando estabilidad. Di unos cuantos pasos atrás, para apoyarme en la pared y mirarlo.

—Tómalo en serio. Para todos has sido siempre una Dixon, es hora de que sea oficial.
—Estás bromeando —negué.
—Lo digo en serio. Muy en serio. Lo he estado pensando desde que mencionaste a Hunter y Artemisa. Primero, deberíamos casarnos, ¿no? No es solo eso, quiero casarme contigo. Sé que eres el amor de mi vida. Sé que no hubo nadie antes de ti y no habrá nadie después de ti. Ni siquiera existirá un después de ti. Lo eres todo para mí, Lil. Y quiero que nos casémonos, que seamos una familia oficial, legal, con el mismo apellido, sí tú aceptas.
—¿Cuándo? —pregunté, sintiendo que otra sonrisa se formaba en mis labios.
—¿Eso es un sí? —dijo, emocionado.

Asentí, alegre y volví a sus brazos para besarlo.

—¡Sí, por supuesto, Daryl, que quiero casarme contigo! ¿Cuándo, cuándo, cuándo? —interrogué, saltando como niña pequeña.
—Hoy mismo —soltó.

Yo reí.

—¿Pero qué dices? Sí necesitamos hacer un montón de papeleo, ¿no? Y tal vez sacar turno, y...
—Bien, bueno, cuando sea. Podríamos empezar hoy para tener todo listo y hacerlo en cuanto podamos —mencionó.
—Me parece bien —asentí y volví a besarlo—. Te amo.
—Te amo, Lil.

Entonces así fue cómo nos casamos. Comenzamos a averiguar por los papeles y documentos necesarios, mientras de a poco íbamos mudando nuestras cosas al departamento. Hicimos los trámites y sacamos un turno. A la siguiente semana, ya éramos señor y señora Dixon. No hubo invitados, fue algo entre él y yo, ni siquiera logramos avisarle a Merle. Nuestros testigos fue una pareja que andaba por allí haciendo algún trámite conyugal.

—¿Crees que Merle nos mate por no decirle? —pregunté, mientras bajamos las escaleras de la oficina del gobierno.

Sí bien fue algo que nos llevó días, fue demasiado improvisado. Ninguno de los dos pensó en decirle a Merle. No porque fuera secreto, sino porque ni siquiera se nos pasó por la cabeza.

—Creo que a Merle le importará una mierda —me respondió entre risas.

Volvimos a nuestro departamento, como marido y mujer. Fue un día normal salvo por eso, pero aún así, casarse solo había sido un trámite. Se sintió como cuando fui a sacar la licencia de conducir.

—¿Sucede algo? —preguntó Daryl, supongo que se me notó aquello.
—Bueno, tal vez nosotros... ¿Y sí nos apuramos?
—¿Te estás... arrepintiendo? —murmuró, con algo de su voz sonando extraña. Triste.
—¡No! Para nada, Daryl, jamás —negué, efusiva—. Solo digo que, se sintió demasiado rápido y no fue como lo imaginé, no creo que nadie se imaginé así su boda.
—¿Dices que quieres una fiesta, trajes, vestidos y todo eso? —me preguntó.
—Yo... —Desde que me di cuenta que me había enamorado de él, siempre fantasee con una boda, y sí, era de esas bodas típicas de película—. Sí, es lo que quiero.

Lo vi sonreír.

—Para mi reina, lo que quiera. Te prometo que lo tendrás —dijo, dándome un beso en la mejilla—. Ahora tenemos todo el tiempo del mundo para planearlo.

Sonreí antes de lanzarme a sus brazos y besarlo. Besé a mi esposo.

Lilith Dixon ahora era más real que nunca.

N/A: CHIQUIS, Lilith está delulu y yo también jsjskjad

Fangirleé mucho en este capítulo, bueno, al final, porque lloré con Dixie, por supuesto🥲

Pero bueno, todo lo que sube, tiene que bajar... Y tengo que avisar que NO están preparadas para lo que se viene (yo la que menos)🫠

PD: Creo que este ha sido el capítulo más largo de la historia, con cinco mil palabritas🫣 Pero se vienen otros iguales de largos, importantes e intensos🥺

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