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20

Luces blancas. Paredes impoluptas. Personas con batas. Mujeres de ambo. Una camilla. Mucho dolor. Un catéter metido en mi vena. Suero fluyendo hacia mi sistema cardiovascular.

Desperté en un hospital. Tuve una sobredosis, según me dijo el doctor.
Yo era un fraude, de verdad, y mi vida estaba fuera de control. Solo en eso podía pensar, ni me importaba por todo el dolor que estaba pasando mi cuerpo. Me lo merecía.

Pero entonces recordé que había estado conduciendo, así que detuve a una enfermera que estaba revisando a la chica enferma con la que compartía habitación.

—¿Sabes... qué me pasó? Solo me dijeron de la sobredosis, peeo yo estaba conduciendo —pregunté.
—Sí, conducías drogada —me contestó, parecía querer estar neutral, pero había algo en su mirada: me juzgaba—. Y te dio una sobredosis, entonces chocaste contra el auto de una familia que iba de campamento.

Se me secó la boca. Un nudo creció en el estómago. No pensé en mí, sino en esa familia.

—¿Ellos están bien? —pregunté, preocupada.
—Sí, todos tenían el cinturón de seguridad y ninguno de los coches iba a alta velocidad. Solo hubo heridas menores. Tú eres quién salió peor.

Me alivié. Aunque luego me preocupé por todo el asunto del seguro de la camioneta (por supuesto que Merle no lo pagaba) y los temas legales.
Y no quería ni pensar en cuánto me costaría aquella internación, el lavaje de estómago, las curaciones, la medicina...

La enfermera se fue, la chica se quedó dormida y justo cuando iba a empezar a sobrepensar, escuché un alboroto fuera de la habitación.
La puerta se abrió de golpe y vi a Daryl buscar a alguien con la mirada. A mí. Cuando me encontró, me analizó rápido y al llegar a la conclusión de que me veía bien, se acercó y me abrazó con fuerza.

—No respiro, Daryl —dije, algo ahogada.
—Dios mío, lo siento tanto, Lil —me soltó, pero luego al ver mi rostro, que era probable que estuviera magullado, volvió a abrazarme—. Llegué a pensar que habías muerto.
—Pff, ya le dije yo que hierba mala nunca muere —dijo Merle, entrando a la habitación.

Sonreí y rodé los ojos.

Luego oficiales de seguridad entraron junto con enfermeras.

—¡Que somos sus hermanos! —gritó Merle, muy enojado.

Daryl se separó de mí y me miró.

—No nos creen, no aceptan que somos tu familia —murmuró.

Yo miré a los hombres que trataban de llevarse a Merle.

—¡Alto! Por favor, son lo único que tengo. Son mi familia —alcé la voz todo lo que pude, sentía la garganta rasposa y adolorida, seguro que era por el lavaje de estomago, en donde te meten una manguera por la garganta hasta tu estómago para vaciarlo del contenido (las drogas que consumí).

Los guardias lo pensaron.
Las enfermeras fueron las que más me escucharon y les dijeron que los dejen.

—Gracias —agradecí.
—No son horas de visita. Así que tienen cinco minutos. Luego pide que los agreguen a la lista de visitas permitidas y que vengan dentro de los horarios —me respondió la que parecía ser la jefa de las demás, mientras todos se retiraban.
—Está bien, entiendo. Muchísimas gracias.

Ella asintió y cerró la puerta tras de sí. Merle se acomodó la ropa y murmuró enojado.

—Imbéciles. Y así quieren que uno les pague.
—¿De que te quejas? Sí voy a pagar yo —solté.

Él me miró, cínico. Luego analizó las vendas en mi cabeza y brazos, así que suspiró y se acercó por el lado contrario que estaba Daryl. Tomó mi cabeza y dejo un beso en mi pelo.

Cerré los ojos, sintiendo su calor mientras Daryl me tomaba de las manos. Disfruté el momento, ya que Merle jamás había sido así de cariñoso.

—A lo mejor me pongo al borde de la muerte más seguido. Casi pareces tener sentimientos humanos —me quejé, él se alejó, no sin antes dejar un pequeño golpe en mi cabeza.
—Merle... —le retó Daryl.
—Merle nada, hermano, que también me debe el arreglo de Betty y como no tiene el permiso para conducir mi camioneta tenemos una multa, además tiene que pagar el seguro para ese auto que chocó —le dijo.
—¡Merle! —repitió Daryl, enojándose.

Puse los ojos en blanco.

—De nuevo a la normalidad, y yo que me alegro —murmuré.

Comenzaron a contarme que la policía buscó a Merle luego del accidente porque eran sus papeles los que estaban en la camioneta y en la patente también salía su nombre. Pensaron que yo lo había robado. Ellos preguntaron qué había pasado, los policías les contaron lo del accidente y que fui llevada al hospital. Ellos no tenían nada más de información sobre mí, ni qué me había pasado, cómo estaba, nada. Así que corrieron hacia el hospital y preguntaron por mí, pero no quisieron darles ninguna información porque no teníamos el mismo apellido. Entonces comenzaron a revisar sala por sala hasta encontrarme. Les llevó sus horas, por mientras, yo dormía anestesiada luego de que me estabilizaran los médicos. Fue una suerte que me encontraran despierta.

—Casi vamos presos por tu culpa —se quejó Merle.
—Perdón por casi morir —dije con sarcasmo.

Daryl se limitó a cerrar los ojos con cansancio.
La puerta se abrió, era la jefa de enfermeras.

—Ya pasó el tiempo —avisó.

Merle bufó y me miró.

—No te atrevas a morirte, porque de verdad que no le pagaré un solo centavo a este lugar —dijo antes de irse.
—Que gran pedazo de mierda —soltó Daryl, mirándolo mal, pero su hermano lo ignoró—. Olvídado, tú no te preocupes, está claro que te ayudaremos con todo —dijo, besando mis manos—. ¿Cómo estás?
—Bien, en serio. No estoy en peligro de muerte, ya no, al menos —murmuré, sincera—. Llamaré a una enfermera y los pondré en la lista para que vengan más tarde. Tambien pondré a las chicas, por si quieren venir. —Le sonreí.

Daryl hizo una mueca ante eso último, pero asintió. Luego me dejó un dulce beso en los labios.

—Volveré más tarde. ¿Quieres que te traiga algo de casa?

Negué, no necesitaba nada más que a ellos.

O tal vez sí, pero no era algo que él podría darme. Sino algo que yo misma debía tomar.

Recuerdos. Del último año apenas recordaba nada.

Una vida diferente. La vida que siempre había querido, la vida que le debía a la Lilith de doce años, a la Lilith de quince años. A mí, de veintidós años.

Casi morí... Bueno, fue una sobredosis... Tal vez morí de verdad. Tal vez me trajeron de vuelta, no lo sabía y tampoco quería preguntarlo.

Un miedo enorme se instaló en mí.
No quería morir. Todo lo que había hecho, todo lo que me había llevado hasta allí, fue para poder vivir.

Pero no, no había estado viviendo, había estado sobreviviendo, y hay grandes diferencias entre ambas cosas.

Y ahora quería vivir. Lo sabía bien.

Unas horas después, Daryl y Merle me visitaron. El momento duró la mitad de lo que pudo haber durado, porque también habían ido las chicas a visitarme y solo dos podían pasar por vez.

Anna y Jessica pasaron primero.

—¡Mi amor! Dixon... —se acercó a mi Anna, con brazos abiertos y me estrechó.

Enseguida sentí el olor a porro en su cabello y ropa.

—Es bueno que estés bien, Dixon —murmuró Jessica luego, cuando ella me abrazó—. ¿Cómo estás?
—¿Cómo te sientes? —preguntó Anna.
—Bien, creo, aunque me duele todo, como si un camión me hubiera pasado por encima —respondí.
—Hoy en la noche nos invitaron a una espectacular fiesta, es una pena que no puedas ir —murmuró Anna, acariciando mi mano.
—Tenemos que ver qué ponernos.

Fue bastante rápido el cambio de tema y me dejó algo anonadada.
Siguieron hablando sobre fiestas, ropas y otras banalidades. Luego ellas salieron y entraron Sarah y Ashley, que por sus ánimos, noté que estaban drogadas.

—¿Y tú qué, Dixon? ¿Estás con morfina o alguna anestesia? —preguntó Sarah, riendo.

Aquello me hizo sentir algo incómoda, esperé que no me pidiera nada extraño y por suerte no lo hizo. Aunque justo antes de irse me pidieron tomar de un vaso de agua que tenía allí cerca, se tomaron una pastilla cada una y me saludaron con un beso en la mejilla.

No podía creer que asistieran drogadas a visitarme e incluso se drogaran a mi lado, cuando sabían que me dio una sobredosis.

No veía la hora de tener mi alta, irme de allí y... ¿Qué? ¿Qué haría después? Pasé toda la noche pensando y me dormí cerca del amanecer.

Al final, estuve tres días internada. El último día el doctor que tenía mi caso, me llamó sola a su oficina y me comentó algo que, no lo había dicho antes porque no quería que me sentara mal, cuando aún estaba delicada por todo lo que había pasado.

—Vino la policía, prometí que yo te diría esto cuando estuvieras lista. Por el choque y conducir fuera de tus sentidos, podrías pagar una multa alta o ir a prisión un tiempo. Pero la familia ha llegado a un acuerdo con la fiscalía y prefieren que vayas a rehabilitación, de hacerlo, no presentaran cargos. Pero sí no quieres, te enfrentarás a un juicio. También debes pagar los daños del automóvil que chocaste.

Debería haberme preocupado, pero eso me relajó.

—Entiendo —le respondí.
—Bien, bueno, espero que elijas bien. Tienes una gran oportunidad en tus manos y eres jóven, aún puedes ordenar tu vida —dijo, como despedida.

Cuando salí de su oficina, Daryl y Merle me esperaban.

—¿Qué pasó? —preguntó mi novio.
—Ya sé lo que tengo que hacer —sentencié.

Mi cuerpo me pidió que saliera de allí en cuanto crucé el umbral, pero no le hice caso, supongo que estaba decidida. O tal vez fue la mirada de orgullo de Daryl, o la de respeto de Merle, lo que hizo que aceptara mi destino.

Me abracé a ellos por un rato antes de animarme a entrar. Incluso Merle me aceptó el abrazo, algo que me dio más ánimos. Y luego, me despedí de ellos ahí, afuera, los dejé para entrar, porque sabía que si entraban conmigo, sería demasiado para mí, no lo resistiría. No aguantaría verlos irse.

Me costó mucho soltarlos, pero lo hice. Me obligué a sonreírles, como si todo estuviera bien, les di la espalda y entré. No volteé en nignún momento.

Estaba entrando a rehabilitación, llevaba tres días investigando lugares (desde que me dieron el alta en el hospital) y me había decidido por aquel, que era un poco hippie, ya que tenían una huerta de vegetales y jardines en la que trabajaban los adictos, y con la que ayudaban a pagarse la estadía, lo que era genial porque no teníamos tanto dinero para pagar luego de la reparación de Betty, las multas, los seguros de los coches y la cuenta del hospital.

—¡Bienvenida! ¿En qué puedo ayudarte? —dijo una chica rubia de pelo corto por los hombros, vestía formal y atendía en la recepción. Debía ser parte de la administración.
—Eh, yo... vengo a ingresarme —respondí, algo nerviosa.

Rara vez había estado nerviosa en mi vida. Mala señal.

—Ahh, eso es genial. Yo soy Nicole, soy la secretaria de aquí. ¿Puedo saber tu nombre? —dijo, sonreía amable y estiró su mano para estrechar la mía.
—Soy Lilith. Lilith Croft —contesté, llevaba con orgullo mi apellido paterno, pero era algo extraño no llamarme a mi misma como una Dixon, como todos me llamaban.
—¡Ay, Lilith! Sí, claro, te estábamos esperando, llamaste más temprano —asintió—. Nos alegra que hayas dado este paso hacia tu recuperación. Empezar siempre es lo más difícil. Aquí tendrás el apoyo y los recursos necesarios para superar tu adicción.

Me guió hasta una sala de espera, donde me senté mientras ella buscaba unos cuantos formularios que debía llenar. Cuando acabé, me dio un rápido recorrido por el lugar hasta que llegamos a las habitaciones. Me indicó la mía, en donde había una cama individual, un pequeño armario y un escritorio.

—Mañana empezaremos con tu evaluación médica y psicológica, por ahora puedes relajarte, ponerte cómoda. Recuerda que estamos aquí para ayudarte en cada paso del camino, no estás sola en esto.

Asentí y le agradecí. Me dejó allí, en donde comencé a desempacar las pocas cosas que había traído, mientras pensaba que ya había dado el paso más difícil.

Mentira, empezar no fue lo más difícil. Lo más difícil fueron las siguientes dos semanas, sin una sola gota de alcohol, una calada de algún cigarrillo o alguna pastilla, aunque fuera de ibuprofeno.

Sentí que iba a volverme loca. Todo el cuerpo me dolía, y yo sabía que ya no se trataba del impacto del choque, sino de la abstinencia que había comenzado. Estuve apunto de huir un millón de veces, pero me obligué a aguantar.

La fiebre me consumió, tuve unos cuantos sueños extraños que se me quedaron gravados a fuego en la mente, todos relacionados con agujas y flechas.
Convulsioné, vomité, deliré, pero sobreviví. Como siempre hacia. Al parecer esa era mi especialidad.

Me aferraba a la fé de que no tendría que hacerlo jamás, no tendría que pasar por eso de nuevo. Podría vivir, por fin; no depender de nada. Iría por mis sueños.

Así que lo soporté, soporté los dolores y malestares. Aquellos días fueron de mis peores momentos en vida. Pero, sí tuviera que ponerlo en una lista, hubiera sido el tercer peor momento para mí. Primero, estaba la muerte de mi padre. Segundo, lo de mi madre, todo.

Pero, ahora, viéndolo en perspectiva, la abstinencia ocupaba el cuarto puesto. Otro momento ocupaba ese tercer lugar. Algo que sucedería en mi vida un poco más adelante.

Estuve en soledad, porque mientras estás con abstinencia, no puedes ver, ni hablar con tu familia o amigos. Ellos solo se comunican con los doctores, porque cualquier cosa podría hacerte querer cambiar de opinión y abandonar el sitio, ya que eran días muy sensibles y fuertes para nuestras mentes y emociones. Fue un mes que se sintió interminable. Mi ansiedad estuvo peor que nunca, ya que no podía hablar, ni ver a nadie de mis seres queridos. Al principio pensé que me iban a olvidar, luego que me abandonaron, que había quedado sola, a mi suerte, que había hecho mal en entrar allí.

Pero, por fin, Daryl y Merle pudieron visitarme. Solo era una visita a la semana, los sábados, pero me servía muchísimo. Sabía que seguían de mi parte a pesar de todo, eso me ayudaba a seguir adelante.

Hice mucha terapia, individual y grupal. Aprendí sobre otras personas con mi misma condición, por qué empezaron, por qué siguieron, qué ingerían, cómo llegaron hasta aquí, etc.
También aprendí sobre mí misma, sobre mis razones, aunque tampoco es que fueran toda una revelación.

Aprendí herramientas que me ayudarían a no recaer cuando saliera. Hice meditación y yoga, que me ayudaba muchísimo a reducir la ansiedad. Pinté, cultivé, tejí y participé en todo lo que había allí. Las terapias grupales eran mis sesiones favoritas, el apoyo de un grupo para mí valía oro. Eran personas que habían pasado por lo mismo que yo, algunas algo peor, otras vivieron cosas más ligeras, pero todos estabamos allí por lo mismo: para desintoxicarnos y mejorar nuestras vidas.

Muchas veces rezaban. Yo jamás había sido religiosa, mi familia no me educó así y tampoco me interesó. En algunas ocasiones cuando tuve tiempo libre, decidí leer. No había mucha variedad de libros más que de autoayuda, así que me decidí por la biblia. La experiencia de su lectura no me hizo creer en Dios, pero por fin entendí porqué las personas se apoyaban en la fé para seguir adelante.

Cuando llegó mi alta, al cuarto mes de estar ahí dentro, me sentí muy orgullosa de mí, por sobrevivir.
Estaba decidida a mejorar, no recaería, conseguiría todo lo que había imaginado para mí hacia diez años.

Daryl y Merle me buscaron en Betty y me recibieron con un abrazo. Al llegar a casa, recibí una llamada de Anna, quién ya sabía que tenía el alta y quería verme. Quedamos para el día siguiente.

Fui al mediodía a su casa. Me había invitado a comer. En cuanto crucé la puerta, me arrepentí. El olor a humo, tanto de porro y de cigarrillo, invadió mi nariz. Me dieron náuseas, pero también tuve que resistir las ganas de abalanzarme sobre alguien para quitárselo y fumármelo yo.

—¡Que felicidad verte de nuevo, Dixon! —chilló Anna, abrazándome.

Ella era tan sincera. Yo sabía que no lo hacia de maldad, tal vez tenía que ver más que nada con inconsciencia. Pensé que mientras yo estuviera en rehabilitación, entendería que iba en serio, entendería que todo eso casi me había llevando a la muerte, porque cuando tuve la sobredosis no lo entendió, ni ella, ni las demás, que habían llegado drogadas a la sala de hospital.

—Llegaste a tiempo, justo estaba por poner la pasta en el agua —me comentó, separándose de mí.

Miré a las demás chicas que reían y conversaban sentadas alrededor de la mesa, con copas de vino, botellas de cerveza y... Dios mío, hasta había whiskey. Mi puto punto débil.

—Ya vuelvo. Ponte cómoda —me pidió, antes de dirigirse a la cocina.

Asentí, aunque no la estaba escuchando demasiado.

—¿Qué tal, Dixon? —me saludó Sarah.
—Nos alegra verte —dijo Jessica.
—¿Y, estás sobria de verdad o quieres un poco? —murmuró Ashley, mostrándome una bolsita con pastillas.

Mi respiración se cortó. Mi garganta se secó. Mi lengua se sintió pesada. Llevé mi mano hacia atrás, mientras les pedía a mis piernas que respondieran. Rodeé con los dedos el picaporte y la puerta se abrió. Sin girarme, di dos pasos hacia atrás, mientras ellas me miraban confundidas, y cerré la puerta cuando estuve fuera del departamento.

—¡Lilith! —gritó alguien.
—¡Eh, Dixon! ¿Es en serio? —dijo otra.

Pero no las oí, sino que corrí lejos de allí. Me subí al coche y solo conduje sin rumbo fijo. Me detuve cuando recibí muchos mensajes en el celular. Eran de Anna.

«¿Qué pasó? ¿Por qué huiste así?»

Respiré hondo, prendí la radio, escuché unas cuantas canciones para relajarme antes de responder.

«No puedo hacer esto. Lo siento.»
«Está bien, entiendo. Me hubieras dicho» contestó, enseguida.
«Fue demasiado para mí. No sabía que iban a tener todo eso ahí... Yo prefiero que nos veamos cuando no estén con alcohol y drogas» mandé.
«Sí, tienes razón. Lamento no haberte advertido, linda»
«No pasa nada, nos vemos otro día»

Durante el siguiente mes, traté de quedar con ellas, pero siempre se negaban porque tenían algún plan que incluía drogas o alcohol.
En cierta parte, debí haberme dado cuenta de ello. Solo estaban ahí para mí cuando estaban aquellos vicios de por medio. Jamás nos juntamos a ver una película, a charlar o a hacer otras cosas que hacen las amigas. No, solo éramos conocidas con quienes pasábamos el tiempo cuando nos queríamos divertir.

Así que dejé de buscarlas y ellas jamás regresaron por mí.

Bien, nunca habían sido de verdad mis amigas. Debí haberlo notado, no ser tan idiota.

Pero lo que al final más me dolía, era que Merle seguía tan metido en las drogas como antes. No hacia nada cerca de mí, y aunque trataba de pasar tanto tiempo conmigo como podía, ya que casi me había perdido, no era tanto como antes, porque ocupaba ese tiempo en cosas que ya no podía hacer conmigo rehabilitada.

Él me respetaba, pero sentía que lo iba perdiendo de a poco.

Daryl fue el único que cambió por completo. No le fue muy difícil; tal y como me había dicho Merle, a él nunca le había gustado mucho ese mundo, sino que lo hacia más que nada para acompañar a los idiotas con los que estaba (yo incluida). Me alegraba muchísimo que no fuera un adicto como nosotros.

Pero, yo ya había tocado fondo, y lo único bueno de eso, era que solo me quedaba subir. Así que a eso me dediqué. Busqué empleos. Conseguí uno en una tienda de veinticuatro horas, la paga era horrible así que tampoco dejé de buscar otros trabajos, siempre tratando de mejorar todo lo posible: mejor paga, mejor horario, mejor ambiente, mejor lugar, etc.

Albert me ofreció un puesto en su bar, pero yo no podía siquiera acercarme allí. No estaba lista para estar cerca de alcohol, mucho menos de drogas. Agradecía que Daryl había limpiado toda la cabaña y no quedaba ni siquiera una botella de cerveza, que además ni eran mías, sino suyas. Hasta eso habia dejado él por mí. Porque si que disfrutaba del alcohol, en especial de la cerveza, pero por mí, había renunciado a todo.

Y yo, extrañaba tanto las drogas. Y ni hablar del alcohol, en especial el whisky. Mataría por solo poder oler uno añejo, de los más costosos.
¿Y qué no haría por morir de risa con mis... con las chicas, con Anna? Podría hacer de todo, pero no drogarme, no estar cerca de drogas, ni de alcohol, ni de nadie que estuviera consumiendo en ese momento aquellas sustancias. Estaba decidida.

O tenía miedo. Miedo de recaer. Miedo de morir. Así que alejarme era la mejor opción, estar lejos significaba que no había posibilidad alguna de recaer, ya que ninguna sustancia estaba a mi alcance, ¿no?

Pero, por otro lado, aislarme, estar sola, no ayudaba a mis pensamientos, ni a mi ansiedad. Haber perdido a Anna y a las chicas fue fuerte, darme cuenta que jamás habían sido mis amigas, sino chicas con las que compartía risas, fiestas y vicios, fue un golpe duro.

Y aún podía llegar algo peor: Merle.
Daryl dejó todo sin dudar, sin que yo se lo pidiera. Pero Merle... ¿Qué sería de mí y de él? ¿Lo perdería también?

Para no pensar, ocupaba todo el tiempo que tenía trabajando, llegué a tener hasta tres trabajos a la vez, todos mal pagados, pero que no requerían mucho esfuerzo y los jefes no eran tan malos. Cuando tenía alguna hora libre, cocinaba o salía a cazar para estar en movimiento.

De a poco, fui saliendo de esos trabajos porque encontré unos mejores. Obtenía más dinero y no tenía mucho tiempo libre, lo que era un ganar-ganar para mí.
Ya que no pasaba mucho tiempo en casa y tampoco iba al bar, Merle nos visitaba seguido y hasta se quedaba a dormir de nuevo.

Yo ganaba suficiente dinero como para poder realizar cosas que antes no nos podíamos permitir, como cambiar las chapas de Betty, reparar algunas cosas de la cabaña, comprarnos ropa de moda y costosa, zapatos de marca, mejor comida (incluso llenar el refrigerador), cambiar el televisor por uno más nuevo, comprar algún mueble más y hasta electrodomésticos.

—Bueno, te has convertido en toda una reina Lilith —murmuró Merle un día, cuando yo llegué del trabajo con bolsas de comida hecha.
—Ya lo era —respondí, divertida.
—Bueno, pero ahora nosotros somos como tus reyes —aclaró.
—¿Qué insinuas? ¿Todo este tiempo que lavaba su ropa, limpiaba la casa, los dejaba dormir bajo mi techo, les cocinaba y les dejaba comerse mi comida no era tratarlos como reyes? —Arqueé una ceja.
—Solo acepta el cumplido —gruñó.

Incluso pude regalarle a Daryl una nueva motoclicleta (una mucho mejor, más bonita y grande que la que ya tenía) por su cumpleaños.

—Dios mío, eres la mejor Lil, la mejor. No te merezco —negó Daryl, estaba muy feliz y emocionado.

Corrió hasta mí, me alzó y me giró en el aire antes de estrecharme entre sus brazos y besarme.

—Eres un exagerado —murmuré sin aliento, una vez que nos separamos—. Es lo mínimo que mereces, después de todo.
—No, no tienes idea —negó—. Te amo tanto. —Me abrazó y besó mi cabello, mientras yo sonreía de verlo tan feliz.
—¿Y yo para cuándo? —se quejó Merle.
—¿Cómo? ¿No te ayudé a arreglar a Betty? Quedó como nueva —repusé.

Merle refunfuñó celoso, pero se quedó en silencio.

Pero además de todo lo que podíamos comprar, yo lograba ahorrar dinero, porque tenía una meta, lo sabía, no la había olvidado; jamás olvidaría lo que Marge me dijo. Ella me hizo abrir los ojos.

N/A: Amo mucho a Lilith y solo quiero que sea feliz, aunque supongo que por todo lo que la he hecho vivir, ella me desviviría🫢😅 Amaría leer sus opiniones sobre nuestra protagonista💖

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