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Las desgracias son algo común en la vida. Muchas personas sufren infortunios desde muy jóvenes... 

Mi padre tuvo aquel accidente cuando tenía mi edad. Luego comenzaron a morir sus familiares; primero su abuelo, luego su tía abuela, ambos de un derrame cerebral. Cuando mi padre apenas se había graduado como profesor de deporte, murió su padre, mi abuelo, de cáncer de pulmón; papá siempre decía que fumaba mucho, yo no lo sabía porque no llegué a conocerlo. Tiempo después, cuando yo tenía cerca de cinco meses, falleció su madre de un infarto y quedó huérfano. Solo.

Y luego estaba mi madre. Según me contó mi padre, ella nunca llegó a conocer a sus abuelos. Solo tenía a su madre y a su tía. Su madre murió en un accidente de coche cuando ella tenía 15 años y su tía la crió desde entonces, pero murió antes de que ella se recibiera en letras, por un grave caso de cáncer en el cuello del útero, razón por la que nunca tuvo hijos.

Así fue como solo éramos mi padre, mi madre, Lily y yo contra el mundo. Luego solo fuimos papá y yo.

Hasta que solo fui yo.

Era una mañana como cualquier otra; mis últimas semanas de vacaciones de verano antes de entrar octavo grado, el último grado de la secundaria. Luego de eso, iría por fin a preparatoria.

Aquel hecho me tenía muy feliz porque papá prometió que me mandaría a un club de tiro con arco y yo comenzaría a entrenar profesionalmente para entrar en campeonatos, y así tal vez entrar en las nacionales y hasta incluso en las olimpiadas. Bueno, papá usaba las palabras «tal vez» e «incluso», como para no decepcionarme si eso no ocurría, supongo que era algo normal en su familia, algo que hacían sus padres y abuelos con él; un día se lo dije y él confesó que no, que ellos le exigían mucho y se decepcionaron un montón cuando se lesionó y ya no pudo seguir con el arco y flecha.

—No quiero eso para ti. Quiero que vayas a tu tiempo, con tus ganas. No quiero presionarte, ni que te presiones. Quiero que disfrutes y logres todo lo que te propongas, porque así lo quieres tú, porque lo disfrutas, no porque yo te obligo o porque buscas algún tipo de validación por mi parte. Yo estoy orgulloso de ti y de todo lo que has logrado hasta ahora. Y aunque ni siquiera te gustara o fueras buena en esto, no me importaría; estoy muy orgulloso de ti y de la persona en la que te estás convirtiendo. 
—Gracias, papi. ¿Entonces sí confías en mí?
 —Por supuesto, cariño. Sé que llegarás muy lejos y espero que sea porque eso quieres. Dime que haces todo esto por ti y no por mí.
—Seré la mejor, papá. Y será por mí, no por nadie más.

Lo raro de aquella mañana fue que me levanté muy temprano y vi cómo amanecía. No solía despertar tan temprano en vacaciones.

Hace pocas semanas había sido mi cumpleaños número 13 y en los últimos meses me había estirado bastante, medía ya 1,59 metros y era la más alta de mi salón, incluso más que los chicos. O al menos así fue antes de las vacaciones de verano; uno de mis temores más grandes era volver a clase luego de las vacaciones y ver que los demás también habían seguido creciendo y yo volvía a ser de las más bajitas de la clase.

Me preparé el desayuno y dejé que mi papá siguiera durmiendo porque sabía que se había acostado tarde, ya que siempre aprovechaba las últimas semanas de las vacaciones para hacer el nuevo plan de estudios anual de su trabajo.

Luego de eso, vi televisión un rato y cuando llegó el mediodía decidí salir a cazar. Seguía acostumbrándome, la primera vez fue difícil, pero el tiro fue perfecto. Suerte del principiante.

Apuntar las flechas a algo que se movía, pensaba, algo que podría huir, era muy complicado. Había fallado muchas veces después, pero con cada salida a cazar, aprendía más y me ayudaba mucho a practicar mi puntería, fuerza y rapidez.

Un antílope se cruzó en mi camino, pero aún no me sentía lista para un animal tan grande, por lo que seguí buscando hasta dar con alguna ardilla o un conejo.

Encontré una zarigüeya, pero definitivamente no iba a comer una zarigüeya, así que la deje pasar.
Entonces lo vi: un zorro albino. Tenía un precioso pelaje y olisqueaba unas hierbas.

Nunca había cazado un zorro... Sería perfecto para subir mi nivel, porque eran más astutos que los conejos y las ardillas, y también más grandes, pero no tanto como un antílope.

«Soy el cazador. No es personal. Es la supervivencia del más fuerte y yo soy el más fuerte. Quiero vivir.»

Me lo repetía una y otra vez hasta no pensar en nada más. Luego disparaba.

Miré la piel de zorro que colgaba en la pared, se veía muy bien. Lo había despellejado, teniendo mucho cuidado con su piel, para que no se arruinara, porque podría ser un hermoso decorado.

Quise saber la opinión de papá, así que fue a buscarlo, notando que ya iba a oscurecer y él aún no salía de la cama. 

—¿Papá? —le llamé varias veces y cuando luego de la tercera vez siguió sin responder, decidí sacudirlo levemente.

Él no despertaba. Mi corazón se paralizó cuando se vino aquel pensamiento a mi mente. ¿Y sí estaba muerto?
Temblando, le toqué la frente: no tenía una temperatura típica...
Revisé su respiración y su pulso... No sentía nada. ¡Nada!

Comencé a llorar y sacudirlo hasta que los brazos me dolieron. Hasta que ya no podía ver nada por soltar tantas lágrimas. Me quedé allí, sin saber qué hacer hasta que noté que ya no tenía voz y la garganta me ardía de tanto gritar. Estuve allí tan enterrada en mi propio dolor que no supe cuando me desmayé.

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