19
Tomé una rama y me impulsé, luego tomé otra y repetí la acción una y otra vez hasta que escuché debajo de mí un bufido.
—¡Más alto! —le grité.
—¿Pero qué te crees? ¿Qué tengo quince años? —se quejó debajo de mí.
Reí y seguí trepando el árbol, algo que me gustaba mucho de niña. La noche estaba hermosa, aunque hacia frío. Llegué a la rama más alta y miré el cielo despejado de nubes, con las estrellas brillando intensas. Era un paisaje hermoso, el cielo oscuro, las luces que lo ilumiban leve, los árboles del bosque.
Miré hacia abajo, a Daryl, que tenía dificultad para alcanzarme.
—Vamos, ¿no eres tan viejo o sí? ¿Vas a ponerte senil pronto? —me burlé.
Gruñó y siguió subiendo hasta llegar a mi lado.
—No me vuelvas a decir viejo —dijo molesto.
—Ok, anciano —respondí entre risas. Él frunció las cejas, yo le besé la mejilla para que se relajara.
—¿Hacias esto mucho de niña?
—Sí, me gustaban mucho las alturas. Supongo que lo dejé sin darme cuenta —contesté.
Aquella noche quise subir a un lugar alto para admirar todo lo que sucedería, así que se me habia ocurrido esto: subir a uno de los árboles del bosque. Daryl, al contrario que cualquier otra persona, me apoyó en la idea, aunque en cuanto habíamos llegado al tronco del árbol que elegí (el más fuerte y alto que recordaba haber visto por allí) parecía haberse arrepentido. Por suerte, no dio marcha atrás, sino que me acompañó en esta travesía hasta el final.
Sentí su mano sobre mi muslo y llevé mi mano hacia allí para juntarlas.
—¿Qué hora es? —pregunté.
Él miró su reloj, que le había regalado esa navidad, junto con un suéter rojo con alas de ángel en la espalda. El reloj le encantó, pero el suéter le pareció horrible. Yo me negué a devolverlo y lo obligué a usarlo durante toda una semana.
—Queda un minuto —contestó, mirándome dulce.
Yo sonreí, entusiasmada y moví mis pies en el aire. Nos quedamos en silencio observando nuestro alrededor. Había una gran calma que pronto sería rota.
A lo lejos, se oyeron unas explosiones y el cielo se iluminó un poco. Algunas personas ansiosas, o con los relojes adelantados, ya habían empezado a festejar.
—Tres... —lo oí murmurar.
—Dos... —me uní a él.
—Uno —finalizamos al mismo tiempo.
Ahora el cielo se llenó de luces fuertes, de los fuegos artificiales, y el ruido que hacian al explotar. Todo el bosque se iluminó de rojo, verde y azul, hubo algunas amarillas, otras moradas y hasta blancas.
—¡Feliz año nuevo! —exclamamos.
Y nos besamos, como era tradición en el país. El beso de año nuevo.
Ese es de los recuerdos más hermosos que tengo, pero también de los pocos que aún conservo de esos últimos dos años.
Y todo había empezado cuando fui con Anna y las chicas a una fiesta electrónica, casi un año antes de eso. En la fiesta había más cosas que alcohol, cigarros y porros. Me ofrecieron pastillas.
—Deja de ser tan seria, niña —murmuró Ashley cuando me negué—. Diviértete un poco.
Me sentí abrumada. Todas habían tomado una.
—Créeme, es como el porro, pero mucho mucho mejor. —Sonrió Anna, acariciándome el brazo para reconfortarme.
¿Cuántas veces puedes negarte antes de decir que sí?
Mi fuerza de voluntad era nula cuando se trataba de lo que querían otras personas. Yo quería lo mismo que ellos porque significaba que teníamos algo en común, compartíamos un momento, estábamos juntos. Entonces cedía, cedía y cedía porque descubrí que dejaría todo de lado por pertenecer, por crear lazos y conexiones.
Extrañaba tener amigas... Nunca fui de grupos grandes, solo había tenido una chica a mi lado en toda mi vida, con la que dejé de hablar luego de la muerte de mi padre, porque me cambié de colegio y no volví a verla. Así que tomar una pastilla para pasar tiempo con estas mujeres no me parecía un gesto enorme o un gran sacrificio.
Ahora no me sentía sola y me encontraba relajada.
Pero también, cuando tomé aquella pastilla, lo hice pensando «siempre hay una primera vez, para experimentar», «hoy puedo hacer una excepción, será la única vez» y «es un poco de diversión, no me matará; lo hago con la marihuana y no hace nada, no soy adicta» y «no me convertiré en mí madre, porque las chicas lo hacen todo el tiempo y no son como mi mamá». También pensé en la confesión de Merle, sobre cómo consumían él y Daryl. Eso último fue bastante convincente.
Sí ellos lo hacían, ¿por qué yo no?
Una pastilla no me haría daño.
Y no siempre una sola dosis te lleva a la adicción, suele suceder con una repetición, pero más que nada con una mentira, algo para alivianar la situación como «no pasa nada, lo puedo dejar en cualquier momento».
Sentía culpa cuando me despertaba sobria, pero eso no me quitaba las ganas de otra dosis, porque eso apagaba la culpa, detenía cualquier pensamiento, cualquier ansiedad, cualquier incomodidad.
El LSD me llevaba a otro mundo, aunque mi favorita era el éxtasis porque me daba la euforia perfecta para las fiestas y también me unía por completo a mis compañeras, pero al que me hice más adicta fue al xanax, que me gustaba consumir sola, porque era ideal para bajar la ansiedad, para acallar los pensamientos intrusivos, para dejar de sobreprensar.
Y a veces, la combinaba con adderall para levantar un poco. Todo comenzó porque a la dealer de las chicas, una veinteañera de fraternidad que vendía las pastillas, me regaló unas cuantas de xanax para probar y como eran mías y solo mías, así que comencé a tomarlas cuando estaba sola y aburrida. Entonces me enganché.
Luego, cuando me encontraba muy abajo, demasiado relajada por las pastillas que había tomado, tuve que buscar a la chica para comprarle algo que me levantara lo suficiente para salir y poder trabajar.
Seguí comprando ambas drogas y las mezclaba todo el tiempo. Una vez no había adderall y la universitaria me ofreció metanfetaminas, acepté porque para ese momento ya me daba igual lo que fuera, quería meterme lo que encontrara.
Y todo esto había ocurrido de manera lenta, pero progresiva, durante dos años. Pero para mí, fue como un mes. Desde mis veinte, cuando comencé a consumir sola, todo era un lío, mi vida, mis pensamientos, mis acciones. No puedo recordar nada muy bien, ni de forma coherente.
Rememorar aquellos días es como observar un vídeo de una cinta tan vieja y derruida que le faltan partes, e incluso las escenas que sí están, no tienen ningún contexto y pierden sentido.
Los últimos meses, hasta diría que ese último año, cuando llegué a los veintidós, los daba por perdidos, porque no recordaba nada en lo absoluto, por estar colocada todo el puto tiempo.
Y había algo que me hacia sentir aún peor. Tal y como Merle me había dicho, Daryl solo se drogaba con él. Y cuando encontró mis pastillas... No sé cómo lo hice, pero lo convencí de que no era nada, de que era divertido, de que lo disfrutaba y que estaba bien.
Me di cuenta que a él no le gustaban de verdad las drogas, no mucho, no como a Anna y a sus amigas, no como a Merle, que no se avergonzaba de ello, y no como a mí, que había encontrado consuelo en ellas.
Pero, a pesar de ello, cuando estaba con Merle y conmigo, se dejaba llevar, por supuesto, porque él era como yo, Daryl no quería estar solo, quería sentirse acompañado y la mejor forma era drogándose como nosotros.
Sí, en definitiva eso era lo que más me dolía, lo que más me molestaba, lo qué más mierda me hacia sentir, lo que me mortificaba.
Le jodí un año de vida. Tal vez hasta más, no lo sé. Y aunque él nunca cayó en una adicción como yo... Eso no hacia que me sintiera ni un poco mejor.
Merle, por otro lado, era probable que sí fuera adicto. Pero jamás demostró síntomas de abstinencia conmigo. Parecía sobrellevar muy bien la adicción, sí es que eso es posible...
Quiero decir, vendía drogas aún, no se tomaba toda la mercancía que tenía, aunque a veces sí que se metía en problemas y nos pedía dinero prestado, al principio estaba bien, pero luego yo comencé a perder mis empleos. Tuve muchos, porque me despedían, a veces porque faltaba por quedarme dormida, a veces por olvidarlo y a veces porque notaban que estaba trabajando drogada o me encontraban consumiendo.
Tuvimos muchos problemas económicos, porque las fiestas, las drogas y el alcohol no eran nada baratos. Y además, cuando estábamos drogados, nos podíamos meter en aún más líos. Daryl y yo éramos bastante tranquilos, pero Merle, por otro lado, era de pelearse mucho, en especial con otras personas drogadas o incluso con sus propios amigos.
Hubo una vez que me asusté bastante cuando Daryl fue quién recibió un golpe por su hermano, tan fuerte que lo hizo vomitar. El tipo se olvidó del pleito porque aquello le causó mucha gracia, al igual que a Merle. Por la preocupación estuve sobria en cinco segundos y me llevé a Daryl lejos, asegurándome de que no volvieran a tocarlo.
No quería problemas, pero de haberlos querido, le hubiera saltado encima por ponerle un dedo encima.
Pero aún así no dejé las drogas. Seguí saliendo, para bailar y tomar pastillas, hasta que una noche, pocos días luego de esa pelea, fui a una fiesta con Anna y las chicas. Salí del lugar para tomar un poco de aire. Tenía tanta energía (porque mi sangre estaba llena de drogas) que podría estar saltando durante toda la noche.
Los automóviles pasaban a altas velocidades durante aquel fin de semana y esa calle se encontraba bastante ocupada por la fila de personas que querían entrar a la fiesta. Desde ahí fuera aún se podía oír la música, pero sonaba contenida tras la puerta cerrada.
Sonreí al guardia y saqué un cigarrillo.
—Salgo a fumar, ¿quieres uno? —pregunté, amable, esperando que volviera a dejarme entrar una vez que terminara con eso.
Él solo negó y siguió evaluando a las personas de la fila.
Una chica pasaba caminando por allí, su caminata fue disminuyendo hasta que al final se detuvo a pocos pasos de mí y se quedó observándome fijo. Yo di una calada al cigarrillo encendido y le devolví la mirada, algo incómoda. ¿Por qué me miraba tanto?
—Hola. Ay, disculpa mis modales, ¿pero no eres... Lilith? ¿Lilith Croft?
No... ¿O sí? ¿Eres tú, Lilith? —Ella lució algo avergonzada, pero luego sonrió al estar segura de reconocerme. Se veía feliz de verme. ¿Por qué? ¿Quién era?
—Sí, soy Lilith —hablé, un tanto confusa.
—¿Cómo estás? ¡Han pasado como un millón de años! —exclamó y se acercó a abrazarme, yo me quedé quieta—. Ay, perdón... ¿No me reconoces? —preguntó al separarse.
Tenía cabello castaño y ojos marrones, como la mayoría de las personas. Su piel era blanca y su estatura promedio. Parecía tener mi edad: veintidós años.
Entonces algo en sus ojos y en la forma en que me había sonreído llamó mi atención.
—¿Marge? —pregunté, entrecerrando los ojos.
Margaret, pero odiaba que la llamaran por su nombre completo.
Había sido mi mejor amiga hasta que papá murió y tuve que cambiarme de colegio al ir a vivir con mamá. No la volví a ver desde ese día en que descubrieron que él había muerto y yo fui temporalmente detenida.
—¡Sí! —asintió y aplaudió, sonriendo nuevamente. Era tan alegre—. Dios, estoy tan feliz de verte. No he sabido nada de ti desde... Bueno, ya sabes. Lamento tanto lo de tu padre, era el hombre más genial y amable que conocí —articuló tomando mi mano libre entre las suyas, con mucho afecto—. Siempre quise ir a visitarte, mis padres habían averiguado dónde vivía tu madre, pero... Bueno, no les gustaba mucho la idea de que fuera en un remolque en medio de la nada.
Pensé en aquel remolque y quise vomitar. Pero también pensé en ella llegando, viendo a mi madre drogada, a mi llorando y a aquel hombre con una flecha en la garganta, y agradecí que jamás se hubiera aparecido por allí.
Marge había vivido en una casa hermosa, de dos pisos, con dos hermanas y dos hermanos. Padres con un matrimonio feliz, con trabajos estables con los que podían darse gustos e ir de vacaciones a lugares hermosos dos veces al año. Marge tenía las mejores notas de la clase. Sonreía siempre. Era amiga de todos. Amaba la hora de gimnasia, ganaba en todas las carreras.
Hubiera muerto de vergüenza y no hubiera podido verla a la cara jamás, sí ella conocía a mi madre, sí ella conocía mi vida en el remolque...
—Fue una pena, perder así el contacto. Eras lo más importante para mí en la escuela —se sinceró.
Yo ni siquiera estaba segura de haber pensado mucho en ella desde entonces. Tal vez sí, cuando todo recién empezó, cuando comencé en esa nueva escuela y no tenía a nadie con quien charlar o sentarme en los almuerzos.
Sí, ella me había agradado muchísimo y la quise bastante. Pero fui solo una niña y la verdad no recordaba haberme preocupado mucho por la popularidad o amistades entonces. Me importaba más saber usar el arco y salir a cazar.
Aunque recordaba haber sentido cierta envidia para con ella, porque todo parecía serle tan fácil. Amigos, clases, familia. Yo solo llegaba a hablar con ella en el colegio, me esforzaba mucho por mantener mis notas y solo tenía a mi padre.
Asentí, sin saber que decirle. Marge lo notó, así que me soltó y siguió hablando, como si nada.
—¿Y tú qué tal? ¿Cómo te ha ido en estos años? Seguro ya eres una profesional con el arco —lo decía de una forma tan sincera, que algo se rompió dentro mío—. Bueno, supongo que ha de ser difícil. Todos los años veo las olimpiadas y busco tu nombre entre los participantes, no te he visto, pero supongo que pronto estarás. ¿No? Debes ya tener unas cuantas competencias ganadas, estatales, internacionales, espero. Siempre admiré tanto eso de ti. Eres tan segura, tan decidida. Lo das todo cuando quieres algo y jamás te interesó nada más que la arquería, ninguno de esos tontos problemas adolescentes, por suerte —negó, contenta.
¿Por qué me dolía tanto oírla hablar? ¿Era porque me recordaba a aquellos tiempos, en donde ella hablaba todo el tiempo, yo solo oía y reía, cuando papá tocaba bocina porque se cansaba de esperarme en la puerta del colegio porque yo no quería separarme de Marge ya que me estaba divirtiendo? ¿O porque me estaba recordando todo lo que siempre quise ser, pero que al final no llegué?
—¿Sabes? Cuando tenía problemas, pensaba: ¿Qué diablos haría Lilith? Me inspiraste mucho, aunque no lo supieras. Por ejemplo, cuando llevaba tres años en una carrera que odiaba, llegué a preguntarme qué estarías haciendo tú. Luciéndote con el arco, humillando a todos esos hombres. Dándolo todo hasta ser la mejor. Como siempre quisiste de niña.
Cállate. Cállate. Cállate.
—Y ahí por fin me decidí por el arte, me inscribí a pesar de que mis padres querían una profesional de medicina, abogacía o ingeniera. Pero eso no era lo que yo realmente quería, siempre amé el arte —asintió—. Envidiaba eso de ustedes, esa relación cercana que tenían tú y tu padre, y como compartían una pasión. Mis padres jamás entendieron lo que siento por el arte.
¿Por qué hablaba tanto? ¿Siempre fue así? Sentía que me faltaba el aire. Mi pecho estaba siendo aplastado por miles de toneladas.
—Mierda, lo siento. ¿Estoy hablando sola, no? —dijo avergonzada y luego rió—. Siempre es lo mismo, todo el mundo me dice que debo cerrar un poco la boca. Que callada estoy más bonita y todo eso... Como sea, ¿cómo estás? ¿qué haces aquí?
—Yo... Estaba en una fiesta —logré decir y señalé hacia la puerta—. Y salí a fumar. —Miré mí cigarro, que ya se había consumido. Lo dejé caer al suelo y lo pisé.
—¿Estás en la universidad? —me preguntó. Negué—. Oh, bueno, ¿y qué haces? ¿Sí sigues con la arquería, no? Dime que no estuve hablando como tonta todo este tiempo... Dios mío, espero que sí. Tampoco quisiera haberte hecho sentir mal.
Me obligué a sonreír y negué.
—Sí, sigo con la arquería.
Era la mitad de una mentira; creo que lo notó en mis ojos, pero no dijo nada.
—Me alegro. Bueno, es que te encantaba tanto. Pero sí ya no te gustara y lo dejaras, lo entendería —comentó, tocando mi brazo en una caricia de consuelo.
Negué, haciendo un ademán para quitarle importancia.
—Lo sigo amando. ¿Pero y tú? Me alegra mucho que estés feliz estudiando arte. Recuerdo que amabas pintar y dibujar... Creo que aún tengo guardados en una caja los dibujos que me has regalado —admití, sonriéndole, leve, pero sincero.
—Me alegra que tengas esos dibujos todavía... Para mí fue difícil darme cuenta de que era eso lo que quería. Yo... Bueno, pasé por una etapa difícil, aún lo estoy sobrellevando. Tuve un transtorno alimenticio y además entré en depresión, quedé gravemente internada hasta que comencé a comer, bueno, me obligaban, pero yo también quería mejorar. Ya dos años de eso y es una lucha diaria. Pero estoy bien. Supongo que... estar al borde de la muerte te hace replantearte las cosas. Cuando tuve que regresar a las clases, estaban las olimpiadas y fue ahí que pensé en ti, en qué estarías haciendo y entonces por fin pensé en mí, en lo que me hubiera gustado estudiar de niña y me di cuenta que seguía siendo lo mismo que quería estudiar en aquel momento.
Luego ella cayó en la cuenta de que era muy íntimo lo que me estuvo contando y observó incómoda hacia ambos lados de la calle, forzó una risa, tratando de aligerar el momento.
—Dios, lo siento. Tú vienes esta noche a divertirte aquí y yo llego a deprimirte con mis problemas, como sí fueras mi psicóloga —dijo en forma de broma.
Yo ya no sabía cómo mi corazón seguía latiendo.
—Lo siento mucho. Me alegro que estés mejor —contesté, esta vez tomando la iniciativa y acariciando su mano; ella sonrió, algo avergonzada—. Siempre fuiste grandiosa, la mejor persona que he conocido. Y sí me hubieran dado a elegir quién podría ser, te hubiera elegido a ti. Así que me alegra que ahora seas feliz y estés en el camino que siempre debiste estar —le dije dulce, antes de ponerme seria—. Y nunca, jamás, Marge, te disculpes por ser tú, ni por confiar, ni digas que te ves más bonita callada. Habla, sé ruidosa, brilla. Eres una fuerza de la naturaleza y no permitas que nadie te detenga. Pero sobre todo, no trates de ser nadie más que tú, mucho menos yo.
Ella llevó su mano a su bolsillo y tomó un pañuelo grande de tela negra, pensé que lo usaría ella. Pero me lo tendió a mí y ahí fue que me di cuenta que yo era la que estaba llorando.
Entonces me abrazó hasta que paré. Quise devolverle el pañuelo, pero negó.
—Quédatelo. —Me sonrió—. Así tienes algo más de mí y no solo mis dibujos. —Miró hacia la derecha—. Tengo que irme, vivo cerca de aquí y mañana trabajo temprano —explicó y luego metió la mano en su bolsillo y sacó una tarjeta sobre un consultorio odontológico—. Trabajo aquí para mi primo, como secretaria. Tengo tiempo libre al mediodía para el almuerzo, por si te interesa salir a comer algo conmigo y charlar un poco más. —Volvió a sonreírme.
—Claro, muchas gracias, Marge —murmuré.
—Nos vemos, Lilith —se despidió—. Fue un gusto volver a verte.
—Opino igual —susurré, mi sonrisa triste iba desapareciendo.
Me quedé hasta que ella salió de mi campo de visión al doblar en la esquina. Guardé el pañuelo en un bolsillo, pero tiré la tarjeta. Sabía que jamás la buscaría, no me atrevería.
¿Por qué? ¿Para qué? Sí mi vida no era nada de lo que dijo. Y no podía seguirle mintiendo mucho más. No quería ser un fraude. Pero lo era.
Volví a entrar en la fiesta tras una sola mirada por parte del guardia que custodiaba la puerta. Pero ahí dentro, las luces de colores se sentían como bombas, me desorientaban por completo y la gente, toda amontonada, me quitaba el aliento. Me perdí en el mar de cuerpos, sin encontrar a nadie conocido, todos los rostros se veían borrosos.
El lugar daba vueltas. El aire se espesaba. ¿Por qué no había aire? El suelo se sentía extraño. ¿O eran mis piernas? Parecía no avanzar más, no llegar a ningún lado. Me movía en cámara lenta, trataba de ir más rápido, salir de ahí, llegar a alguna parte, pero ni siquiera sentía el piso debajo de mis pies, era como estar flotando. O incluso lo contrario, estar hundiéndome en arenas movedizas.
Yo no era muy alta, pero tampoco muy baja. Sin embargo, sentí que todos allí eran tan altos como árboles y yo me quedaba pequeñita, ahogándome entre sus cuerpos, sin un solo gramo de oxígeno que tomar. Nada llegaba a mis pulmones.
Necesitaba aire. Aire real, aire limpio. El humo que inhalé afuera, eso debía estarme ahogando. El cigarrillo debía de estar malo. Seguí moviéndome, me sentía tan mal... Seguí mirando los rostros a mi alrededor, ¿nadie notaba que estaba muriendo? No podía respirar, ¿nadie podía ayudarme? Todos me estaban viendo, todos lo sabían y...
Necesitaba... Necesitaba... Necesitaba...
Llegué a las escaleras de milagro. También estaban llenas de gente y yo no tenía fuerzas para empujarlos, pero por suerte había suficiente espacio para pasar entre ellos y llegar a la azotea del lugar.
Abrí la puerta empujándola con todo mi peso porque mis manos no respondían. Llegué, vi el cielo azul cubriéndonos, humo de cigarrillos y porros ensuciaban el aire, así que me alejé todo lo posible de quienes fumaban y fui hasta el borde de la azotea. Respiré hondo, me sostuve de la barandilla y volví a inhalar una y otra vez.
Aire, aire, aire. Estaba respirando. No podía estar muriendo.
Me quedé ahí parada, solo respirando hondo.
Miré las estrellas, tan brillantes en el cielo. Sabía sobre algunas constelaciones... Orión, la osa mayor, la osa menor, Casiopea, la constelación de Sagitario, que se trataba de un centauro con arco y flecha. Me quedé mirándola hasta que salió el sol y su luz opacó todo lo demás. Habían pasado horas.
Miré atrás, no había nadie más allí arriba. Volví al frente, pasé la barandilla y vi las puntas de mis pies sobresalir del techo.
¿Qué pasaría sí saltaba? Ni siquiera era tan alto. ¿O sí?
¿Qué sería del mundo sin mí? ¿Algo cambiaría? ¿Todos seguirían con sus vidas?
Tenía un hermano, tenía un novio, creía tener por fin amigas... Pero uno no piensa en eso cuando esta al borde de quitarse la vida. No piensas en las personas a las que tienes o las personas a las que dañarás. Piensas en ti, en las cosas malas, en las voces de tu cabeza, en la culpa, en la tristeza, en todo lo que no lograste, en todas las personas que decepcionante, en todos los que te dejaron, en todos los que perdiste, en todo lo que no tienes y en todo lo que te ahoga.
Pero yo no salté. Ni por una cosa, ni por la otra. Respiré hondo y volví a cruzar la barandilla, con un barullo en mi mente. Bajé las escaleras y entré al salón de la fiesta, con un barullo en mi mente. La música ya no sonaba, las luces comunes estaban encendidas y había tan pocas personas que pude identificar a mis amigas enseguida. Me dirigí hacia ellas, con un barullo en mi mente.
—¡Hey! ¿Dónde te habías metido? —preguntó Anna, no sabiendo si sentirse divertida, curiosa o preocupada.
—Solo tomaba aire —respondí y miré su mano, tenía una bolsita de pastillas con caritas felices.
—¿Quieres? —preguntó sonriente, moviendo la pequeña bolsa en el aire.
—Me vendría bien todo lo que tengas. —Me oí murmurar, sin pensar en nada. Anna rió y me dio la bolsa.
Una voz en mi cabeza me dijo que no lo hiciera, que la fiesta ya había acabado, que debía volver a casa, que ya había consumido suficiente.
Pero ella no fue tan fuerte como aquel barullo, aquella guerra que sonaba tan alto que me dejaba sorda.
Así que tomé unas cuantas pastillas, solo para acallar todas las voces.
—¿Todas esas? —negó—. Deja algo para que disfrutemos las demás.
No le hice mucho caso, agarré un vaso de quién sabe qué y las bajé con eso. Luego nos dirigimos al estacionamiento junto con las demás chicas. Ahora las calles se encontraban desiertas.
Me despedí de ellas antes de subir a la camioneta de Merle, que había pedido prestada para esa noche porque mi coche estaba en el taller de Daryl, ya que se había averiado hace dos días.
Encendí el motor y conduje por las calles casi desoladas.
Sentí mucho frío y también me invadieron las náuseas a mitad de camino. Me estaba costando respirar de nuevo y... Mi cabeza pesaba. Mis párpados se cerraban. A un lado, un auto cruzó cuando la luz del semáforo cambió a verde, yo debí parar porque estaba rojo en mi carril, pero no recuerdo haberlo hecho. Creí que lo hice, pero había perdido el control de mis manos.
Un instante después (creo que fue un instante) me vi corriendo por las calles. No reconocía el lugar, no había refugio alguno donde esconderme, todas las puertas estaban cerradas para mí. Solo podía huir, así que seguí corriendo porque estaba en peligro. Sentía el peligro cernirse sobre mí y entonces las flechas comenzaron a caer. Alguien me disparaba. Me pregunte por qué, qué le había hecho yo para que me hiciera aquello, para que me quisiera matar. Pero no me detuve a dialogar con ella, no podía. Seguí corriendo tan rápido como pude, pero ese nunca fue mi fuerte.
¿Por qué yo no tenía mi arco y flecha? Podría contra lo que sea con ello. Podría defenderme. Podría sobrevivir.
Y de repente lo tenía, disparaba hacia esa persona que huía de mí. Sentía en mi pecho dolor y odio. Me desagradaba. Estaba tan furiosa. Le odiaba. Era una mierda. Merecía la muerte.
Cargaba una flecha. Apuntaba. Disparaba. Así, una y otra vez. Le dí, pero no se detuvo. Volví a disparar y volví a acertar el tiro, lo que la hizo ir más lento. Y de nuevo, y de nuevo, hasta que por fin se detuvo.
Estaba quieta, con múltiples flechas enterradas en su cuerpo. Me acerqué hasta que la tuve a centímetros de mí. Me daba la espalda. Le volví a disparar y cayó de rodillas. Otra flecha. Cayó de lado.
La escuché llorar. Ella tenía miedo. Estaba tan asustada. Iba a morir.
Di la vuelta para poder verle el rostro. La reconocí, pero no la conocía. Se veía como yo, era igual a mí. Éramos la misma persona, pero no nos parecíamos en nada.
—Por favor, por favor. —Escuché que gimió.
Yo también lloraba, pero no me podía detener. Cargué otra flecha, apunté y disparé a su garganta, para acallar sus lamentos.
Ella sangró, ella se quedó inmóvil, en silencio. Por fin lo logré: mi objetivo. Ella estaba muerta.
Entonces solo sentí un vacío antes de que todo se fundiera en negro.
Éramos libres.
N/A: Este ha sido uno de los capítulos que más me ha costado escribir. Estoy muy contenta con el resultado, he llorado y todo😅
¡Quedan solo 6 capítulos y un Extra para terminar la historia! Se viene un sube y baja de emociones, cosas muy fuertes... Y quiero comentarles que estos capítulos están escritos en su mayoría y me han drenado mucha energía hacerlo, por todo lo que sucede🫣
Entonces, les pregunto: ¿Quieren un maratón? Si es así, agradecería mucho que dejen varios comentarios para saber que lo quieren y así me pongo a corregirlos ya para subirlo esta semana❤
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