15
Las piernas me temblaron y me dejé caer en el suelo de madera.
Hacía días que la cabaña olía horrible, a algo podrido, a algo muerto. Con cada día que pasaba, el olor iba empeorando. Ya había revisado el lugar de arriba a abajo, sin encontrar nada que causara ese olor. Y hoy no lo soporté más, enloquecí. Quisiera decir que fue por el olor, pero eso solo fue la gota que rebalsó el vaso. Todo se debía a que no había visto a Daryl desde esa noche en que nos habíamos emborrachado y... Ahora solo me evitaba, evitaba cualquier lugar en donde nos pudiéramos encontrar. Y hasta evitaba a Merle, porque yo le había preguntado y él apenas sabía sobre su hermano, ni siquiera sabía dónde se estaba quedando. ¿Podía mentirme? Sí, pero no creía que lo estuviera haciendo. Jamás fuimos esa clase de personas, no nos mentíamos.
Y eso me volvía loca. Por un momento, pensé que de verdad me había vuelto loca, que ese olor era imaginario, porque no encontraba su causa.
Pero al final la hallé.
Respiré hondo. Tomé fuerzas y me levanté, busqué una bolsa para la basura y miré el estado actual de la cabaña, había estado arrancando tablas de madera de todas partes, paredes y piso por igual. Casi empiezo por el techo, de no haber sido porque justo ví algo raro al partir un tablón. Eran hojas y ramas, seguí por ese camino y me di cuenta que era un nido, algún animal salvaje del bosque había encontrado la forma de entrar por debajo de la cabaña y hacerse de un refugio acogedor en mi casa.
Entonces lo vi, un zorro. El típico zorro naranja, pecho blanco y patas negras. Estaba recostado, con el cuello abierto, seguramente por el ataque de algún lobo, del que pudo escapar de forma milagrosa, pero no sobrevivió.
Era una hembra, entre su sucio pelaje se escondían sus crías, por el tamaño habían nacido hace poco, no tenían más de dos semanas. Cada cachorro era apenas un poco más pequeño que mis manos y ya estaban muertos, sin el calor del cuerpo de su madre y sin el alimento que ella les proporcionaba, no pudieron llegar a ningún lado.
Fui tomando cría por cría y las metí en la bolsa, por último coloqué a su madre con ellas y la cerré, lista para dejarla a un lado hasta que volviera a ir a la ciudad, entonces la tiraría a la basura.
La dejé a un lado de la puerta y entré, arrepintiéndome de haber hecho aquel desastre, arruinando la cabaña para encontrar al animal. Aunque, era necesario, no podíamos vivir con ese olor aquí. Pero yo me había pasado, ahora la cabaña era una locura y debía repararla.
—¿Por qué la cena está en una bolsa? ¿Y por qué aún se mueve? ¿Quién le disparó? ¿Merle?
Me paralicé a media caminata. Me tensé por completo. Era él. Él. Él. Él.
Volvió.
—¿Qué? —Fue lo único que pude decir, pues al oír su voz, no presté atención a las palabras.
—¿Qué hay en la bolsa? Sigue vivo —repitió.
Por fin volteé y lo vi. Se veía exactamente igual a la última vez que lo vi (excepto que ahora estaba sobrio). Mi punto era que no parecía haber sufrido ni una noche de insomnio pensando qué fue lo que hizo mal, ni triste por tener un amor no correspondido, ni hinchado por las lágrimas de haber arruinado la mejor relación que tuvo en su vida (como yo).
Él se veía... Brillante. Iluminaba la cabaña, como si fuese lo único necesario para convertir un lugar en un hogar.
—¿Vivo? —murmuré, en cambio, y dejé de observarlo para mirar la entrada del lugar.
Me obligué a caminar, a pasar al lado de él y su aroma hizo que me flaquearan las rodillas y se me oprimiera el corazón. Pero seguí, porque era eso lo que yo sabía hacer: seguir adelante a pesar de todo. Ya había aprendido.
Me agaché en la entrada y abrí la bolsa negra con los cuerpos muertos. El olor putrefacto salió con fuerza y me causó arcadas. Moví la bolsa para que los cuerpos se salieran. La mamá zorro. Era definitivo que estaba muerta, con esa piel pálida y esas heridas. Tomé una cría, la sacudí un poco, apreté su tórax buscando algún sonido, apoyé su pecho en mi oído, pero nada. Seguí con una segunda, una tercera, una cuarta...
La quinta. La quinta estaba viva. En cuanto la acerqué a mi cuerpo chilló, un chillido agudo que jamás había escuchado antes, y solo le encontraba parecido a como hacia un gato bebé buscando a su madre.
Sin embargo, el zorrito era más parecido a un cachorro de perro que a uno de gato.
Y estaba vivo.
—Contra todas la probabilidades. Me agradan de esos —murmuré, hablándole, aunque no me entendiera. O tal vez sí, por eso fue que abrió sus ojos oscuros.
Suspiré, decidida a entrar en la casa. Enterraría a su familia más tarde.
—¿Qué tienes ahí? —interrogó Daryl al verme cruzar hasta la cocina.
—Un zorro.
—¿La cena?
—Con su tamaño no llega ni a bocadillo —contesté, neutral.
—¿Eh? —Entonces fue cuando se me acercó y me miró en detalle.
Yo buscaba leche para darle. Debía calentarla primero, o eso creía. Daryl vio como me paseaba por la cocina yendo y viniendo, con el pequeño abrazado a mi pecho.
—¿Qué tienes ahí? —interrogó Daryl al verme cruzar hasta la cocina.
—Un zorro.
—¿La cena?
—Con su tamaño no llega ni a bocadillo —contesté, neutral.
—¿Eh? —Entonces fue cuando se me acercó y me miró en detalle.
Yo buscaba leche para darle. Debía calentarla primero, o eso creía. Daryl vio cómo me paseaba por la cocina yendo y viniendo, con el pequeño zorro en brazos.
—Parece una rata.
No dije nada ante su comentario.
—¿Vas a criarlo para que luego lo comamos?
«¿Comamos? ¿Tú y quién más?», acallé aquel comentario.
—No.
Podría cazar sin problemas, pero no me encargaría de alimentar personalmente a un animal y de preocuparme por su bienestar para luego matarlo y cenarlo. Podía pasar horas rastreando y cazando, pero no dedicaría semanas a ello solo por una comida.
Además, domesticar a ese animal y lograr que no me abandonara (como todos) sería una gran hazaña. No tendría el valor de deshacerme de esa cosa, ni aunque me obligaran.
Así que, con paciencia, calenté leche y traté de darle lo mejor posible con una cuchara de té. Tendría que comprar un biberón o una jeringa, porque aquello estaba siendo muy difícil. Y eso significaba que sí no comía bien, moriría.
Tendría que preguntar en alguna veterinaria si atendían a estos animales o qué podría darle de comer ahora que ni siquiera tiene dientes. Mientras pensaba en eso, tomé un par de trapos viejos para hacerle una especie de nido/madriguera/cama para que durmiera ahí, en el piso. Por ahora también iba a servir para que estuviera caliente, porque estaba segura de que a los animales pequeños les costaba demasiado mantener su temperatura corporal, por eso solían morir cuando su madre no volvía.
¡De eso se trataba! El calor de una madre. No dudé en sacarme la sudadera, quedar en sujetador para abrazarlo contra mi piel y que recibiera de mi temperatura. Pero no llegué a hacerlo, ya que Daryl llamó mi atención.
—¿Qué haces? —se escandalizó y quitó su mirada de mi cuerpo rápido, observando el techo como si fuera más interesante.
—¿Qué? ¿Hay algo que no viste el otro día?
Ya no podía aguantar más con esa conversación pendiente.
—Lilith... —dijo, incómodo.
—¿Es por eso que desapareciste? ¿Me evitabas por esa noche? —Lo enfrenté, al fin.
—No te estaba evitando... —
—Has desaparecido por casi una semana... De todos los lugares a los que frecuentamos juntos. Ahora mismo ni siquiera me miras —articulé, sintiendo que el aire se espesaba.
Daryl hizo una mueca y por fin me miró, directo a mis ojos. Su luz me apretó el pecho.
—Yo... Es más complicado que eso.
—¿Por qué? ¿No quieres hablar de lo que pasó? ¿Solo pensabas llegar y fingir que todo era igual que antes? Porque yo no puedo. Prefiero que me grites, que te enojes, que me digas la verdad, lo que sea que requiera una reacción por tu parte. No puedes fingir que eso no pasó —negué, molesta.
—¿De verdad recuerdas esa noche? —sonaba impresionado.
—Claro, ¿por qué lo olvidaría? —Arrugué el entrecejo y me encogí de hombros.
—Estábamos demasiado ebrios. Y... —Dejó la frase al aire y suspiró.
—¿Qué? —exigí saber.
—Fue un error.
Mi abdomen se contrajo cuando solté una risa incrédula, sarcástica.
—¡Un error! —Borré todo rastro de gracia de mi rostro—. ¿No lo disfrutaste como yo?
—No se trata de eso, Lilith. Estábamos ebrios. Yo... No debí hacer eso contigo. Jamás. —Hizo una mueca mientras daba un paso hacia atrás.
—¿Te... arrepientes? —solté, sin querer escuchar su respuesta.
—Muchísimo.
Un flechazo a mi pecho hubiera dolido menos.
—Yo no. —Me atreví a replicar.
—¿Qué? ¿Pero qué dices? —Gruñó, pero lo vi confundido.
—¿No recuerdas que yo te busqué?
—Estabas ebria. Yo era el adulto. No debí dejarme llevar. Fui un estúpido y lo lamento. Un montón.
Sabía que era cierto. Lo veía en su rostro. Se encontraba muy arrepentido, y eso que Daryl nunca se arrepentía de nada.
—No lo hagas. No digas estupideces, Daryl, porque yo soy mayor de edad también y sé bien lo que hacía. Yo quería hacerlo. Llevo queriendo hacerlo desde hace tanto... —Dí dos pasos hacia él.
—Estás diciendo incoherencias.
—Disfruté mucho estar contigo. No te disculpes por eso y mucho menos me digas que te arrepientes o que te echas la culpa como sí fuera algo malo —dije sincera.
Sí eso tenía que acabar ahí, pues que terminara. Pero...
—Bien, sí tú lo dices... Quedará en eso. No nos confundamos, solo fue algo de una noche. ¿no? Tú no buscas nada más.
¿Por qué dijo eso? Me lo preguntaré siempre. Pero a la única conclusión que llegué fue que... Él buscaba algo más, Daryl quería una confirmación de que yo sentía algo por él, que lo quería de forma romántica.
Y eso tenía sentido porque, sí él no sentía lo mismo por mí, ¿por qué me había correspondido esa noche? De solo querer algo de una noche, hubiera sucedido antes. Sí solo hubiera estado caliente conmigo, no hubiera desaparecido por días, no me hubiera evitado. Hubiera sido directo, así era Daryl.
Sí huía, era porque ahí había algo más. Y él no lo quería aceptar.
—¿Me estás ofreciendo algo? —murmuré arqueando una ceja.
—No, solo lo decía para zanjar el tema. Que fue esa única vez y no volverá a ocurrir. —Se encogió de hombros, intentando disimular.
—¿Y qué pasa si quiero que se repita? ¿Siempre?
Estaba despertando. Lo estaba notando. Daryl me quería como yo a él. Y él tenía que aceptarlo. Admitirlo. Y solo lo haría sí yo lo presionaba.
—Estás loca —negó, exagerando.
—¡Daryl! Yo estoy... me gustas, me has gustado desde hace tanto... —admití—. Solo sueño contigo, solo espero ese segundo del día en que posas tu mirada en mí, solo respiro cuando estás cerca, solo soy feliz cuando te veo reír. ¿No es suficiente para ti?
Me encontraba relajada, sincera, con el corazón expuesto, abierto a la mitad, esperando que su reacción fuera cuidarlo, no destruirlo.
—Por supuesto que no. Eres muy jóven, no tienes idea de nada. No sabes nada de nada. Lo nuestro... ¿Qué digo? —Rió, sarcástico—. No hay lo nuestro, jamás lo habrá, es imposible. Una locura —sentenció, firme.
—No sé nada, tienes razón. Soy jóven, sí, pero sé que te he amado por años —recalqué la última palabra—. He suspirado en silencio y muerto de celos. He tratado de hacer todo lo posible para que no sucediera, pero te amo. Y necesito que lo digas también. Sé que me correspondes, sino lo de ayer no hubiera sucedido. Solo dilo... y seré tuya —me arriesgué.
—Adiós, Lilith —negó, mirándome como si estuviera chiflada.
Se dio la vuelta y se alejó de mí.
Pero yo no lo permitiría. Nadie se iría de esa sala sin esa confesión, sin un beso y sin crear una nueva relación.
Así que corrí hacia él. Daryl me sintió y se giró, al verme dio unos pasos hacia atrás sin ver y cayó sobre el sofá.
Perdí el aliento, pero aproveché el momento y me subí a su falda como en aquella noche en la camioneta. Daryl tragó saliva.
—Dilo, Daryl; no te dejaré en paz hasta que lo digas.
Nuestras miradas estaban conectadas y en todas las partes donde su cuerpo tocaba el mío sentía un fuego abrasador quemándome.
—Dilo —repetí, acercando mi rostro al suyo—. Dilo —dije, antes de llegar a su boca, él estaba paralizado, pero listo para recibir mi beso—. Dilo —murmuré, mirando sus labios así como él miraba los míos—. Dilo —susurré, antes de relamer mi boca.
Y entonces lo besé. Y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo. Y entre cada respiración, en medio de cada instante que nos separaba, volvía a murmurar «Dilo».
Él aceptaba cada beso, apelando a toda su fuerza de voluntad, hasta que al final ya no pudo más. Ojos cerrados, manos subiendo por mis muslos, mi cadera, mi espalda... Una lengua entrometida que no dejé pasar, porque quería una respuesta. No me iba a rendir fácil.
Me separé unos centímetros, lo suficiente para ver su rostro bien y esperé a que abriera los ojos, a que me mirara.
—Dilo —repetí, entonces. Él suspiró, cansado.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué cuando me miras me muero? ¿Qué cuando te veo con otro hombre me pierdo? ¿Qué tenerte cerca y no tocarte me lastima, pero que no tenerte para nada es peor? ¿Qué te odio por cómo me haces sentir? —Tragó saliva—. ¿Que te amo? ¿Como no he amado a nadie jamás?
No había notado que comencé a sonreír. Asentí, entusiasta. Sus manos se aferraron a mi cintura.
—Te amo, sí eso para ti es suficiente.
Negué.
—Tú eres suficiente —le respondí, lanzándome hacia su pecho y besándolo con toda la pasión que tenía guardada.
Sentí sus besos en mi frente, su cuerpo todo desnudo contra el mío, sus manos acariciando cada centímetros de mi espalda. Intenté tocar la suya, pero se removió incómoda; yo ignoré el gestos y puse mis manos en su pecho, para no romper nuestra burbuja de amor.
Estábamos en silencio desde hace un buen rato, solo disfrutando de la presencia del otro, con la mente en paz, pero había cierta duda que me carcomía. Una bomba de tiempo.
—¿Qué le diremos a Merle? —murmuré.
—No lo sé...
—¿Se lo vamos a esconder? —Arrugué el entrecejo.
—No, no dije eso... Solo, pienso que deberíamos esperar un poco.
Me parecía bien. No tenía ni idea que pensaría Merle, y al parecer, Daryl tampoco.
Nos levantamos del sofá para ducharnos y cenar. Me encargué también de volver a darle de comer al pequeño zorro y de ponerle entre las mantas botellas rellenas de agua caliente para que se mantuviera bien. Merle llegó justo a tiempo, cuando estaba sirviendo el estofado en los platos.
—¿Vas a comer? —le pregunté.
Pero me miró con el ceño fruncido. Después volteó a ver a Daryl que estaba sentado en la mesa, llevándose a la boca un pan ahogado en estofado. Volteó hacia la bola de trapos que eran la cama del bebé zorro, hizo una mueca, volvió a Daryl y luego a mí.
—¿Qué? —dijo su hermano, con seriedad.
—¿Ustedes ya cogieron? —preguntó sentándose a la mesa.
Daryl se ahogó con el pan. Yo tragué saliva, pero me armé de valor.
—Sí, en la parte trasera de tu camioneta —contesté, inexpresiva, mientras le dejaba enfrente suyo un plato de estofado.
—Ya era hora —dijo, con un gesto de haber pasado por una larga espera—. Llegué a que eran ciegos y moriría sin tener sobrinos —soltó para luego probar una cucharada del estofado, pero luego levantó la mirada desde su comida hacia mí, cuando me senté en la punta de la mesa—. Espera, ¿es en serio que en mi camioneta?
—Sí —dije tomando mi cuchara, seguía tratando de estar inexpresiva, pero su reacción había sido graciosa.
¿Ya era hora? ¿Darle sobrinos?
Entendía que él había visto algo que nosotros no, se había dado cuenta de nuestros sentimientos mucho antes que nosotros mismos. Pero era demasiado rápido y abrumador que se pusiera a hablar ya de sobrinos.
Apenas habíamos estado juntos. Y yo quería hacer miles de cosas antes de ser una madre, aún me sentía demasiado jóven para tener hijos... Es más, ni siquiera me lo había planteado. ¿Quería ser madre? ¿Me gustaban los niños? ¿Quería los míos propios?
—Que asquerosos —respondió Merle, negando—. Más les vale haber lavado esos asientos...
—Seguro que no los has lavado desde que conseguiste esa chatarra —murmuré, encogiéndome de hombros.
—Oye, que Betty no te hizo nada para que la trates de sucia —se quejó.
—Habló de ti, no de Betty. Supongo que la falta de higiene es de familia —murmuré encendiendo la televisión.
—¿Perdón? ¿Y ahora por qué estoy yo pagando los platos rotos? —dijo Daryl. Ya se había manchado la camiseta con salsa—. Sí ni siquiera dije nada. Y además, no soy sucio —habló, con la boca llena de comida.
—Más bien mugroso, debería enseñarles a ducharse, aunque sea —los molesté.
Estaban dando una repetición del superbowl así que dejé ese canal, mientras Merle iba por cervezas al refrigerador y refunfuñaba sobre que ellos eran personas con una buena higiene. Daryl apoyó a su hermano y me lanzó un trozo de pan, mirándome y negando, aunque estaba agradecido de que hubiéramos cambiado de tema, al igual que yo.
Que abrumador habia sido aquel segundo en que se nombraron «sobrinos» en la mesa.
Decidí olvidar eso y me limité a reír.
—En su vida se han enterado que en la ducha se usa jabón, ¿no? —murmuré, pinchándolos un poco más.
N/A: ¡Por fin son pareja! Pero todo el viaje que nos queda todavía😅😂 Más de 10 capítulos, y solo para terminar la primer parte🫣🤭
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