11
Estaban enojados. Por supuesto que estaban enojados, cuando la noche anterior fueron a buscarme y no me encontraron. Sintieron que los planteé y tenían razón, en especial porque los vi llegar y no pedí que Jack parara el coche para hablar con ellos.
Sí bien nosotros no teníamos un acuerdo en que siempre irían a buscarme, era algo más bien tácito desde la segunda vez que me buscaron. Sí al horario de cierre la camioneta no estaba ahí, esperaba cinco minutos (por las dudas) y me iba en bicicleta.
No volvieron aparecer esa semana en mi trabajo, algo que me esperaba, fue por eso mismo que no le dije a Jack que dejara de buscarme, así que él iba por mí y me dejaba en casa (en la puerta, porque no hacía falta esconderlo de mi familia de acogida). Sin embargo, le dije que el fin de semana no podría verlo porque tenía asuntos que arreglar (bien sabía yo lo que me esperaba) y él acepto sin dramas.
Vi a los hermanos recién el sábado en el bar cuando llegué por mi cuenta, estaban tomando cervezas y jugando al póker.
Me paseé por detrás de los demás jugadores, observando sus cartas; quienes no estaban tan concentrados en el juego y llegaron a verme, las bajaron para evitar que hiciera alguna clase de comentario.
—Bueno, ya sabemos quién va a ganar —murmuré, deteniéndome. Aunque sólo lo hacia para poner las cosas más picantes, porque no iba prestando a atención al juego.
Recién al oírme, Merle levantó sus ojos de la mesa y me vió. Daryl no se movió, pero percibí que se tensó por mí.
—¿Ah? Así que te dignaste por fin a aparecer —habló el mayor.
—Sabes que he estado ocupada —dije tomando una silla vacía y acomodándola al lado de él.
—Sí, eso dices... Pero la última noche no estuviste en tu trabajo —soltó divertido, pero notaba su malhumor.
Suspiré. Era mejor ser directa.
—Conocí a alguien. Fue a buscarme de sorpresa.
No hubo asombro en su expresión.
Me había visto esa noche. Por supuesto.
—Ah, mirá. ¿Escuchaste eso, hermanito? —Codeó a Daryl—. No dudo ni un segundo en cambiarnos.
—No seas dramático —murmuré; Daryl se limitó a jugar sin mirarnos.
—No soy dramático. —Observó sus cartas y jugó.
—¿Qué quieres para que se te pase? —Rodé los ojos.
—¿Tan fácil te parezco? —Arqueó una ceja.
—¿Una ronda de cervezas? —ofrecí.
—Tres —rebatió.
—Dos, ni más, ni menos.
Él frunció el entrecejo. Yo me crucé de brazos. Merle suspiró y se relajó, estirando su mano hacia mí, yo la estreché sonriendo.
—Buen trato, niña. Bien, iré a la barra y que lo sumen a tu cuenta. —Se levantó abandonando el juego.
Yo miré a su hermano que seguía concentrado en las cartas y en los demás jugadores de la mesa.
Me levanté y me acerqué por detrás.
—¿Vas a seguir ignorándome? —le murmuré en el oído.
Él bufó, luego de un pequeño estremecimiento. Entonces se estiró cubriendo mi cara con su mano para apartarme.
—No te estoy ignorando. Trato de jugar, tú estás molestándome —articuló.
—Pff... ¿Así que no estás ofendido como tu hermano? —Arqueé una ceja.
—¿Por dejarnos plantados? —Sí que estaba molesto por eso.
—¿Qué quieres? ¿Qué pague tres rondas? —Hice un mohín, aunque él ni siquiera me miraba.
—No.
Me crucé de brazos, un poco incómoda, sin saber cómo proceder.
—Perdón. No volverá a pasar —confesé. No se lo había dicho a Merle porque a él no le interesan las disculpas. Pero Daryl no era Merle...
—Bueno, descuida —dijo con un gesto desinteresado.
—¿Estamos bien?
Él estaba por lanzar un carta, entonces dudó y me miró, por fin, con sus brillantes ojos. Tragué saliva.
—Sí —murmuró y volvió su vista al juego—. Pero quiero una cerveza. Ahora.
Bufé y le di un golepecito con mi dedo en la cabeza antes de ir por la bebida.
A la vuelta, dejé la bebida a su lado y me lancé sobre sus hombros, abrazándolo desde atrás y chusmeando sus cartas. Me reí.
—Vas a perder —solté.
—Jódete. —Me empujó fingiendo molestia.
Un viejo truco que solíamos usar, porque hacia que el contrincante se arriesgara creyendo en mis palabras, las palabras de «la niña bocona» y terminaba perdiendo en contra de los hermanos. En este caso, de Daryl, que tenía una muy buena mano.
El auto se detuvo frente al bar. Jack frunció aún más el ceño, no le gustaba ni la zona, y por lo que yo veía, tampoco el negocio que yo solía frecuentar.
—¿Es aquí?
—Sip.
—Tienes que estar equivocada —Rodé los ojos ante sus palabras.
—Chau, cariño —le dije dejando un ligero beso en sus labios.
Salíamos. Estábamos juntos, hablando de forma romántica. Desde hace semanas. Y sí bien nunca me pidió ser su novia -como pienso que suele hacerse-, era más que obvio que lo éramos. Conocía a mis padres de acogida, pasábamos todo el tiempo posible juntos, nos besábamos, me regalaba chocolates, flores, joyas y ropa. ¿No hacen eso las parejas? Yo no necesitaba nada más.
Solo me faltaba conocer a su familia, pero por el rubro en donde trabajaban, sabía que eran gente ocupada y por eso nunca decía nada. Sus padres vivían viajando por todo el país debido a su trabajo.
—¿De verdad vienes aquí?
—Sí, sé que no es bonito, pero son todos agradables —murmuré, ya sintiéndome algo incómoda. Con Vergüenza—. Mira, ahí están mis amigos —dije señalando a Merle y Daryl que tomaban unas cervezas en la acera mientras miraban a un ebrio vomitar en la calle.
—Ni siquiera son las cinco... —soltó incrédulo, por el ebrio que vomitaba.
—Bien, nos vemos —me despedí, queriendo acabar ya con aquello.
—Para. —Me tomó de la mano, impidiéndome bajar—. Mejor te dejo en tu casa. O vamos juntos a otra parte. Aún no me has enseñado la cabaña de tu padre.
Me reí, tratando de relajar la tensión.
—No. Les dije a los chicos que vendría hoy.
—Pero no puedo dejarte en este lugar... ¿Y vas a estar hasta muy tarde? No, es un peligro.
—Relájate, nunca me ha pasado nada.
—Pero podría —habló, serio. Negué, suspirando.
—Ellos me llevaran a casa, no te preocupes.
Fue entonces que los observó detenidamente.
—¿Hace cuánto los conoces?
—Mucho antes que a ti, ¿eso es suficiente? —Incliné la cabeza, esperando su respuesta. La vergüenza desapareció, ya me estaba molestando.
—Sí, lo siento. Tienes razón. Lo siento, amor. —Se acercó, arrepentido, y me dejó un beso en la frente—. Solo trato de cuidarte.
—Puedo hacerlo sola, gracias —contesté tranquila, le di un beso en los labios y me alejé—. Te amo, nos vemos.
—Te amo, llámame al hotel sí me necesitas. —Asentí a su pedido y cerré la puerta del coche tras de mí.
Los hermanos me observaron enseguida. Me acerqué a ellos con una sonrisa y los abracé, aunque no me correspondieron (ya estaba acostumbrada, sus muestras de afecto eran muy diferentes a las comunes y rara vez me abrazaba de vuelta). Al girarme, vi que Jack aún nos miraba. Observé a los hermanos, Marle levantó la cabeza en su dirección como saludo, aunque se veía muy serio, Daryl, por otro lado, frunció el entrecejo y creí verlo mostrar los dientes (¿Qué? Debió ser mi imaginación).
Jack correspondió el saludo de Merle, luego levantó la mano en mí dirección y me saludó. Le respondí de la misma forma, por fin arrancó el motor y se alejó por la calle en su coche.
—¿Cuántos años tiene ese hijo de puta? —soltó el menor de los dos.
—Veinticinco —respondí, ignorando los insultos. Entonces Daryl me miró boquiabierto.
—Tú apenas tienes dieciséis.
—¿Y?
—Ni siquiera debió haberte mirado, que pedazo de...
—Ay, por favor. Cállate —le interrumpí—. Además estoy más para los diecisiete que para los dieciséis.
—Uy, cuanta diferencia —dijo sarcástico.
—Y soy muy madura para mi edad. ¿sabes? Y él no es un viejo, está en sus veintes. Está más cerca de tu edad que la de Merle —agregué, ya que los hermanos se llevaban diez años de diferencia.
—¿Qué quieres decir? —se molesto Daryl.
—Así que ese es el tal Jack —murmuró Merle, cambiando de tema.
Yo ya les había hablado sobre él, un poquito, no quería mezclarlos mucho porque sentía que no se llevarían bien (y al parecer estaba teniendo razón). Eran de mundos muy diferentes y personalidades también muy distintas.
—Debe ser un mierdas. Tiene cara de que le dimos asco —siguió Daryl.
—Basta, Daryl. —Me enojé.
—¿En serio no te das cuenta?
—Déjala, Daryl. La chica no se mete cuando tú estás con alguien, tú no te metas con los juguetes de otros —soltó Merle.
—Hijo de perra —murmuré golpeándole el brazo, sin saber sí se refería a que Jack era el juguete o a que lo era yo.
—Ya entremos, se me acabó la cerveza y tengo sed —dijo sin inmutarse por mi golpe. Merle era duro como un muro de cemento.
Ya era hora de que me pasara a recoger Jack, así que había entrado al baño del bar con mi bolso, lista para cambiarme. Me puse aquel vestido bordó, guardé la camiseta y los shorts en el bolso, y al salir evité mirarme en el espejo. Tiré de los bordes del vestido hacia abajo y traté de mantenerlo todo lo largo posible, aunque ya me rozara las rodillas.
—Ese vestido es más feo que mis bolas —se burló Merle en cuanto lo vio.
Apreté los dientes. Sí, el vestido era horrible. Había estado probándome vestidos durante toda una tarde la semana pasada, junto con ayuda de Jack, quien me quería regalar uno para que usara en nuestro aniversario de seis meses. Los que eran bonitos, mostraban mucho más de lo que yo podía aguantar; y los que no mostraban mucho, eran muy feos. Aquel fue el único que no era tan feo y cubría algo de mi cuerpo.
—¿Desde cuándo usas vestidos? Tú los odias —articuló Daryl.
—Es una ocasión especial —susurré.
—Los detestas. Prendiste fuego los que tenías.
—Es que eso no me quedaban ya —me excusé.
—¿Por qué mientes por él?
—Yo no...
—Sí, lo haces. Usas vestidos porque él te lo pide, ¿no? Y bolsos, en vez de tu mochila. Ya ni siquiera usas tu arco o vas al bosque. Casualmente te encontramos aquí una vez al mes —me contradijo.
—Lo siento. —Bajé la cabeza.
—Olvídalo. Es lo que hace la gente cuando se pone en pareja —se metió Merle, haciendo un gesto de desenfado.
Sí, eso decían, pero ellos jamás me habían abandonado por otras chicas.
Merle acarició mi espalda en un gesto afectuoso, que me resultó bastante recorfortante.
—Cambiate —me ordenó Daryl.
—¿Qué? —solté, sorprendida por su petición.
—Que te cambies. No vas a salir así. Que te quiera con tu ropa o que no te busque más.
Y en un momento de lucidez, le obedecí. Me cambié de ropa y al subir al auto de Jack, lo primero que me dijo fue:
—¿Te vas a cambiar al llegar?
—No. Bueno, voy a estar así. Hubiéramos comprado tal vez unos pantalones formales y una camisa o blusa bonita. No me gustan los vestidos —me limité a decir, seria, mirando al frente, pero sin tratar de darle mucha importancia al tema.
—Es una pena —soltó, arrancando el motor y dejando de mirarme—. Te hacen ver más hermosa.
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