10
Sentí que mis dieciséis llegaron muy rápido. En la casa de acogida me hicieron una pequeña fiesta con los otros niños que vivían allí, en la que mentí sobre mis amigos de la escuela, diciendo que estaban de vacaciones y por eso no podían ir (la verdad no había hecho amigos, pero era la excusa que utilizaba para pasar los fines de semana en la cabaña y el bar).
El fin de semana dije que una de mis amigas (Karen, la había llamado, «mi mejor amiga») ya había regresado y que ella y sus padres me llevarían de campamento por mi cumpleaños.
Por un momento, ellos me pidieron hablar con los padres de ella, pero logré convencerlos sutilmente de que no hacia falta, que estaría bien, que eran personas muy ocupadas, etc. Funcionó gracias a los muchos niños de acogida que había; nuestros tutores eran olvidadizos y distraídos, pasaban su atención rápido de uno a otro, así que me ayudó que los más pequeños tuvieran una gran pelea por unos juguetes.
Agradecía que fuéramos tantos niños, así no me prestaban atención a mí y podía hacer mi vida.
Total, solo me quedaban dos años para ser libre.
Esa noche fui al bar a encontrarme con los hermanos, quiénes organizaron allí una fiesta sorpresa de cumpleaños. Para mí, obvio, aunque al principio no me di cuenta de eso.
Comencé a notar muy lento cuánto le importaba a ellos, cada pequeño detalle siempre solía sorprenderme. Supongo que era difícil no verme a mi misma como alguien descartable.
Y ellos también me importaban, muchísimo. Incluso mucho más de lo que hubiera admitido entonces.
Tuve tragos gratis. Y fue la primera vez que tomé alcohol, no solo probé, tomé, distintos tipos de tragos, muchos me gustaron, pero mi favorito fue el whisky.
Albert, el dueño, andaba gruñón porque lo habían coaccionado a darme esas bebidas por mi cumpleaños, ya que aún no era mayor de edad y no debería tomarlas (en realidad, todos sabemos que era porque no quería que algún policía supiera que daba alcohol a menores y le clausuraran el bar, pero nadie se enteraría de eso).
Estuve muy borracha. Al principio no recordaba bien qué pasó en la noche, solo que me divertí y bailé como nunca. En su mayoría fui recordando a lo largo de la semana, pero al día siguiente de mi cumple, cuando desperté, mi primer pensamiento fue cuando salimos del bar. Merle había dicho:
—Bueno, ¿de qué tienes ganas? La noche todavía es joven.
—¿Otro regalo? —se burló Daryl.
—O un último deseo —rebatió Merle.
—No sé... Podríamos hacer cualquier cosa —dije mirando a nuestro alrededor, asombrada por la enormidad del mundo.
Miré mi reflejo en una superficie roja brillante como la sangre. Con aquel químico recorriendo mis venas, una boa fucsia de plumas rodeando mi cuello y una corona de plástico dorado con el número 16 en mi cabeza, me sentía como la reina del mundo. Y ni hablar sobre los dos hombres a mi lado, listos para cumplir cualquier deseo que les pidiera.
Entonces noté de qué se trataba esa superficie roja. Era un auto hermoso, que era bastante lujoso.
—Woah, sería un sueño pasearse en la ciudad con esto —murmuré, algo ida.
Merle lo tomó como una orden... o como un reto.
Fue en busca de unas herramientas, logró abrir la puerta metiendo algo por la ventana, luego lo encendió pelando los cables y uniéndolos hasta que hicieron chispas y el auto arrancó.
Yo miraba todo algo aturdida y di un paso hacia atrás cuando vi que las luces se encendieron.
—Súbanse —dijo y lo repitió cuando yo no seguí a Daryl dentro del coche—. ¿Qué estás esperando? ¿Qué te arrastremos? Vamos, rápido antes de que aparezca el dueño y se nos acabe la diversión.
Daryl se bajó del asiento del copiloto en silencio y me arrastró a la parte trasera del auto al ver que yo aún no reaccionaba.
En cuanto subimos, Merle arrancó a toda velocidad por las calles, que por suerte estaban bastante desiertas. Puso una radio local y subió a todo volumen la música. Y entonces, noté la ventana del techo al mismo tiempo que se abrió.
Sonreí, relajándome. Aquello estaba siendo muy divertido y la música me ayudaba a dejarme llevar.
Me levanté, apoyándome en Daryl para no caerme y luego me estiré hasta llegar a esa ventana, por donde saqué la cabeza, sintiendo el viento, luego los brazos y parte del pecho. No pude evitar gritar de euforia viendo las luces de la ciudad pasar a nuestro alrededor tan rápido como rayos mientars Daryl me sostenía de las piernas para que no cayera. Su piel se sentía tan suave sobre la mía...
Y luego desperté en una pequeña cama que no era mía. La cabeza me explotaba y conocí lo que llamaban «resaca». No tenía idea de dónde estaba, y no podía pensar ni un poco, solo recordaba leves escenas de la noche anterior: los tragos, el baile, la música, el auto...
A parte de la cama, que parecía ser del siglo pasado, también habían tres sillas astilladas que sostenían unas cuantas prendas oscuras. Y nada más, ni un armario, baño, mesa de noche o lámpara.
Salí de aquella habitación que estaba algo derruida por el paso del tiempo y me encontré con una pequeña sala-cocina. Un pequeño horno, un refrigerador muy abollado, una mesa en el centro de todo, un televisor y, contra una de las paredes, debajo de una ventana cubierta por unas cortinas en retazos, había un sofá que seguro en otro tiempo había sido de un lindo tono claro, pero ahora era especie de verde-gris-negro por las manchas. Allí, dormía Daryl, cubriéndose de la luz que entraba por la ventana con un roñoso almohadón sucio. Además se lo veía algo incómodo porque el sofá le quedaba un poco pequeño.
Revisé un poco más la casa, encontré un baño, en la ducha había multiples cajones de cerveza y botellas vacías. Después había otra habitación, igual a la anterior, pero en vez de sillas tenía una cómoda y la ropa por el piso; en la cama dormía Merle.
Así había conocido por primera vez el departamento donde se quedaban los hermanos. Por supuesto que no estaba en una linda zona de la ciudad, pero al menos no quedaba tan lejos del bar de Albert.
Mi casa de acogida quedaba a unos cuantos minutos en auto, pocos si iba en bicicleta. Por mi zona conseguí un trabajo de mesera, se lo había explicado a mis padres de acogida y estuvieron de acuerdo en que trabajara un poco, mientras no bajara mi promedio escolar.
Al principio me costó, porque llegaba muy cansada a la casa y el tiempo que solía utilizar para estudiar, se me iba trabajando o durmiendo. Algunas veces tuve que dedicar mis fines de semana a estudiar, en vez de ir a la cabaña o al bar o a cualquier otro sitio con mis amigos.
Por suerte, ellos lo entendían. Un día simplemente aparecieron en mi trabajo con la vieja camioneta de Merle y esperaron hasta que salí, desde ahí casi todos los días me buscaban a la salida de mi trabajo y me dejaban a una cuadra de mi casa de acogida (para que no los vieran mis tutores porque sería algo raro y no sabía cómo lo tomarían), en donde retomaba el camino en bici hasta la puerta.
Uno de esos días en que no fueron a buscarme, había un lujoso auto detenido frente a la cafetería, justo cuando ésta cerraba. Era un joven perdido, tenía 24 años y se llamaba Jack, tenía el coche roto y no sabía que hacer, jamás le había tocado reparar un auto y estaba perdido en esa parte de la ciudad.
—¿Sabes de algún mecánico cerca? ¿O una estación de servicio? ¿O teléfono público para llamar a una grúa?
No había nada de eso demasiado cerca, pero me ofrecí a ayudarlo con otra cosa.
—¿Quieres que lo revise?
—¿Sí? ¿Sabes hacerlo? —preguntó, curioso y dudoso. Asentí, ayudaba todo el tiempo a Merle con su vieja camioneta (que de verdad se averiaba siempre), así que creía haber aprendido algo.
—¿Tienes herramientas?
—Sí, sí —asintió energético el muchacho y me las llevó mientras yo abría el capó.
Mientras comencé a arreglarlo (fue más difícil de lo que pensé, pero lo logré en media hora) comenzó a llover, cada vez más fuerte hasta que tuvimos una jodida tormenta encima.
Cerré el capó dejando las herramientas en su caja y sobándome las manos en mis pantalones viejos.
—¡Listo! —grité para que me oyera por sobre el ruido de la lluvia—. Ya debería encender.
Él, que se había mantenido seco dentro del coche, encendió el motor y luego de dos traqueteos, el auto arrancó.
—¡Por Dios, eres asombrosa! —Lo oí decir—. Muchísimas gracias, Lilith. De verdad. ¡Ven, súbete!
—Yo... pero es que estoy empanada —me excusé. El auto se veía muy caro y no quería arruinarlo.
—No importa, sube que te vas a enfermar ahí fuera.
Subí al coche. Recordé brevemente la vez que robamos el auto rojo por mi cumpleaños, al final lo habíamos abandonado muy lejos de la casa de Merle, para que no nos atraparan sí lo buscaba la policía. Yo me había quedado dormida cuando el alcohol comenzó a desaparecer de mis venas y el sol se asomaba en el cielo, así que los hermanos se turnaron para cargarme.
Como agradecimiento, Jack me llevó a su hotel, pidió que me trajeran ropa limpia y lavaran la mía. Me invitó a cenar en el restaurante de la planta baja (era un hotel realmente lujoso, tanto que ese restaurante tenía estrellas michelín). Antes de aceptar llamé a mi casa de acogida para explicar la situación y mis tutores me pidieron hablar con Jack. Con toda la verguenza del mundo, se los pasé y él les prometió llevarme antes de las diez a la casa, que solo quería agradecerme la ayuda aunque sea con una cena. Ellos aceptaron sin problemas una vez que les dijo su nombre y el hotel donde estábamos.
Dejó que pidiera cosas realmente caras de la carta (aunque solo lo hice porque él pidió primero lo mismo y dijo que no me preocupara, que el pagaba todo, por suerte porque con mi sueldo de mesera no podía costearme eso).
Sabía que yo era joven y no podía beber alcohol, así que me ofreció un refresco cuando terminamos la cena y él tomo un trago en el bar. Nos habíamos trasladado hasta ahí luego de la exquisita y abundante cena, para seguir charlando. La conversación fluía sola, él era un hombre hecho y derecho, muy educado y caballeroso, muy simpático e inteligente. Era increíble...
Y sí, quedé flechada. Pero jamás me prestaría atención, así que disfruté el momento y una vez que mi ropa estuvo seca (me la entregaron hasta calentita y con un olor riquísimo), subimos a su coche y me llevó a casa. Había comenzado a refrescar, así que me prestó su saco. Me dejó en la puerta de casa, me dijo que me quedara con el saco y saludó a mis tutores antes de irse.
Al dia siguiente, apareció a la hora de cierre en mi trabajo. Subí a su coche porque quiso invitarme a cenar de nuevo. Como agradecimiento, seguía diciendo, que nada era suficiente para la gran ayuda que le dí.
Cuando el auto arrancó, pude ver por el retrovisor llegar a la camioneta de Merle.
¿Cómo se los explicaría?
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