Capítulo XI
Debería haber estado encantada de estar allí, brincando en mi asiento de la emoción porque estaba logrado algo grande en mi carrera. Daniel Williams no era solo cualquier hombre el negocio petrolero, él era el hombre que gobernaba sobre el setenta y cinco por ciento de la distribución de petróleo del país. Una cifra impresionante para muchos e imposibles para otros.
Suspiré exasperada, con cuidado de no dejar que la sonrisa falsa se deslizara de mi rostro. Realmente estaba intentando prestar atención al hombre frente a mí, encantador y guapo en su propio derecho, pero mi mente seguía divagando a un incluso más apuesto ángel.
La presencia de Miguel había estado en todas partes estos últimos días, abrumándome, protegiéndome, emborrachándome en mi añoranza por él. Aun así, no se había dejado ver. Ni siquiera una sola vez. Él estaba ahí, a mi lado, y no lo estaba a la misma vez. Una pequeña parte de mí, esa parte que anhelaba su presencia más que nada, se alegraba de al menos poder sentirlo. Pero otra parte, la más predominante, quería todo de él y simplemente sentirlo ya no era suficiente. Mi mente me decía que lo dejara ir, que me diera la vuelta y no volviera a mirar atrás, pero mi corazón me gritaba que me aferrara con fuerzas, que no dejara que se escapara de mis manos.
La traición de Miguel me había dolido, pero sabía que mi traición también le había herido a él. Y, aun así, él me había elegido a mí por encima de todo. Había actuado contra sus propias creencias, contra todo aquello que consideraba sagrado, y se había atado a mi lado por la eternidad solo para mantenerme a salvo.
Un pequeño escalofrío recorrió mi columna, estremeciendo mis adentros. Cerré mis ojos e inspiré ese sentimiento intoxicante que solo él me provocaba. Miguel estaba ahí, en la habitación conmigo, observando en silencio.
Miles de agujas apuntaron hacia mi corazón en ese instante, tomando turnos para torturarme una por una. Estaban allí para recordarme que él no era mío, y que nunca lo sería. Que no solo el Infierno estaba en mi contra, sino que el Cielo también. Mis ojos me suplicaban que los dejara vagar por la habitación en busca de él, la única persona que tenía el poder de hacerme sentir completa y a salvo, a la misma vez que perdida y confusa. La única persona con el poder de realmente destruirme.
Una mano cálida se posó sobre la mía, exaltándome. Los dos rostros en la habitación me miraban expectantes y un poco confundidos.
—¿Estás bien? Has estado distraída toda la entrevista —susurró Elizabeth, sonriéndole calmadamente a Daniel que tenía sus ojos fijados en nosotras. Su voz estaba llena de preocupación, haciéndome sentir culpable. La entrevista se había escapado de mi mente por un momento y no había estado prestando atención, dejándola sola con todo. Y aquí estaba ella, preocupada por mi bienestar con esa sonrisa dulce y esos ojos atentos y brillantes.
Era una amiga terrible.
Gentilmente, apreté su mano.
—Estoy bien. Siento mucho no haber estado distraída. Es solo que…
Cerré mi boca antes de que las mentiras fáciles que estaban en la punta de mi lengua se escaparan. Realmente necesitaba alguien en que confiar, pero saber la verdad sería una garantía de muerte para Elizabeth. Ella era la única persona que tenía en este mundo aparte de Miguel y no estaba dispuesta a perderla. Elizabeth era mi familia, la persona que me hacía ver el mundo más brillante, que me hacía reír y hacer sentir libre. No había nadie que mereciera la verdad más que ella, pero eso era algo que nunca podría darle.
—Me puedes decir cualquier cosa, Lilly. Sabes eso, ¿Verdad?
Me tragué la hiel que se alzaba en mi garganta y asentí.
—Lo sé.
—¿Les importaría si hiciera una llamada telefónica, señoritas?
Elizabeth y yo devolvimos nuestra atención a Daniel, quien ya se estaba poniendo en pie con una expresión contenida en su rostro.
—Para nada, Sr. Williams. Siéntese libre de tomar todo el tiempo que necesite. Esta es su casa después de todo —replicó Elizabeth. Daniel nos regaló una de sus sonrisas ganadoras antes de levantarse del sofá y dirigirse a una esquina de la habitación donde se encontraba el teléfono.
Dado que encontrarnos en público no era una opción para el magnate petrolero, aceptamos hacer la entrevista en su casa. El insistió, de hecho, asegurándonos que era más práctico y privado, por no decir cómodo. Aunque llamar este lugar una casa era ponerlo a medias. Por lo que había podido ver en el pequeño tur que nos dio en nuestro pequeño viaje a su estudio, esta monstruosidad contaba con ocho recamaras y seis baños en total. Solamente la sala era más grande que mi apartamento, cada habitación bien decorada con un estilo moderno en marrón y dorado. La cocina era el sueño de cualquier chef profesional hecho realidad, con tantos utensilios y espacio como para almacenar un ejército de cocineros.
El estudio era igual de maravilloso, sino más. Estaba decorado de una forma simple y elegante que lo hacía lucir como arte. Las paredes estaban cubiertas en marrón con un increíble patrón de flores doradas dibujados en estas, y los muebles estaban en total armonía con el diseño bañados en dorado y vestido con cuero marrón. El lugar era como un museo: precioso, pero casi demasiado deslumbrante.
Mis ojos divagaron hacia la esquina de la habitación donde estaba Daniel. Los dedos de su mano libre se movieron hacia el gemelo de su camisa, rosándolo con rápidos movimientos. La mayoría de los humanos tenían un gesto nervioso, algo que hacían de forma constante cuando estaban asustados o mintiendo. Aparentemente, había acabado de encontrar el suyo.
Daniel terminó la llamada y cruzó la habitación, sentándose frente a nosotras en el sofá. Su postura se vislumbraba arrogante, sus dedos entrelazados sobre su estómago. Le obsequié una de mis propias sonrisas falsas, y la falta de sinceridad detrás de ese gesto me hizo preguntarme por un momento si, en algún momento, me había emocionado realmente la dichosa entrevista.
—Daniel. Creo que relevaré a mi compañera por el resto de la entrevista, si te parece bien ––dije con una dulzura que no sentía, aun cuando mi voz se movió como la seda por la espaciosa habitación.
Desde el exterior lucía como cualquier periodista en mi posición, con el rostro resplandeciendo de la alegría. En mi interior era muy diferente. La guerra que se estaba llevando a cabo entre mi corazón y mi mente no daban tregua ni un segundo, consumía mis pensamientos y mi concentración.
Elizabeth me miró con preocupación, la duda en sus ojos. Asentí suavemente, dejándole saber que estaba bien y que podía continuar.
La sonrisa de Daniel se desplazó de oreja a oreja, pero la inquietud que mostraba su mirada desencajaba su fachada de hombre perfecto. Parecía nervioso de pronto e, incluso, me atrevía a decir que asustado.
—Estaría más que feliz, Lilly —concedió, con aparente entusiasmo.
—Le agradezco su comprensión.
Daniel frunció el ceño ante mi tono de voz contenido lo que causó que una línea arrugada apareciera entre sus cejas, haciéndolo parecer unos años más viejo que sus treintaiunos. Y lo volví a notar: un destello de inquietud en sus brillantes ojos de color chocolate.
En ese momento fue que descubrí que el magnate era muy bueno enmascarando sus emociones, Tan bueno que, si no hubiera vivido junto a Miguel, el maestro de las máscaras, por tantos siglos nunca lo hubiera notado. Ya lo había visto todo de la humanidad, desde mentirosos a ladrones a asesinos, y nada me sorprendía. Había vivido demasiado.
—Hay un artículo de un periódico inglés sobre ti de hace unos años atrás que me gustaría que recordáramos. Este dio a entender que, supuestamente, estudiaste derecho en Harvard por dos años antes de abandonar la carrera para volver a los Estados Unidos.
«Teniendo en cuenta que no has dado ninguna entrevista a ningún periódico antes de nosotros, voy a arriesgarme a adivinar que el artículo en cuestión provino de fuentes ajenas a ti. Pero tengo curiosidad por saber si es cierto o no ¿Se aventuró usted en el mundo de las leyes antes de comenzar su propia aventura en el negocio petrolero?
—Ciertamente, lo hice. Trabajar en leyes no era lo que realmente quería hacer con mi vida. No me malinterpretes, me gusta un buen título tanto como a cualquier hombre ambicioso, pero ser un abogado no era lo que me apasionaba.
Elizabeth me regaló una mirada aprobatoria. Esa no era una de nuestras preguntas originales, pero había leído por causalidad el artículo en camino a casa de la gala y no había podido apagar mi curiosidad por saber si era verdad desde entonces.
—Si no le molesta la interrogante, ¿por qué decidió estudiar leyes sino le apasionaba? Por lo poco que sé de usted, puedo suponer que es un hombre seguro de sí mismo y de lo que quiere. ¿Por qué razón decidiría cursar dos años completos de una carrera que nunca pretendía ejercer?
Las manos de Daniel se movieron a sus gemelos y arrastraron mis ojos con ellas, moviéndose sobre los botones dorados con movimientos metódicos.
—Nunca quise realmente estudiar leyes. Lo hice por mi padre. Él quería que fuera un abogado como cada generación de los Williams. Típico de familias con legados como el nuestro. Pero esa nunca fue la meta que tenía trazada para mí.
La respuesta de Daniel había sonado convincente, pero forzada, como si hubiera tenido que arrancar cada palabra de sus entrañas. Podía escuchar cierto rencor en su voz cuando se refería a su padre, aun pretendiendo disimularlo bien.
—¿Y cuál fue la reacción de tu padre cuando decidiste dejar sus sueños de verte convertido en un abogado en el polvo? —intervino Elizabeth, ajena a la forma en la que los ojos de Daniel Williams se oscurecían de rencor.
—El no reaccionó. Ya estaba muerto para ese entonces —espetó.
Elizabeth inhaló aire de forma repentina, ahogado un quejido de sorpresa ante la respuesta frívola y desencajada del magante petrolero.
—Lo siento —dije, como era de esperarse en esas situaciones donde se encontraban con una perdida ajena.
Daniel asintió con un movimiento impaciente. Sus dedos se movían con más rapidez sobre los gemelos. Obviando su falta de sutileza, torció su torso para mirar al reloj en la pared detrás de él.
—Si me disculpan, señoritas. Tengo una reunión de negocios en un par de horas y debo prepararme —se disculpó con un pesar en la voz que, estaba segura, sonaba falso para sus propios oídos.
Daniel se alzó del sofá con una sonrisa contenida. Elizabeth y yo lo secundamos, compartiendo una mirada furtiva que transmitía todo aquello que pensábamos, pero que nos era imposible decir en voz alta ante la presencia del magnate petrolero. Él tomó la mano de Elizabeth y besó sus nudillos, antes de tomar la mía repetir el gesto, manteniendo el contacto de sus labios sobre mi piel un momento más de lo necesario.
—Estaba pensando, Lilly que mañana en la noche sería perfecto para nuestra cita. ¿Qué piensas?
Con un último roce de sus dedos en mis nudillos, Daniel me liberó de su agarre solo para apoyar la palma de su mano sobre el medio de mi espalda mientras nos guiaba hacia el vestíbulo.
Tragué en seco y asentí, intentando esconder la decepción en mi rostro al apartar la mirada. Una pequeña [arte de mí tenía la esperanza de que se hubiera olvidado de nuestro trato, pero, aparentemente, no había sido así.
—Por supuesto. Mañana en la noche suena perfecto —concedí antes de salir al pórtico con Elizabeth pisando mis talones.
Daniel besó mis mejillas en despedida, pero no antes de informarme que enviaría a su chofer para recogerme a los ocho en punto.
Genial. Tenía una cita con Daniel Williams.
—No parecías muy emocionada por la cita —remarcó Elizabeth cuando alcanzamos su carro. Entré en el Camaro, cerrando la puerta detrás de mí con un suspiro exhausto.
—Es solo que estoy algo cansada hoy, eso es todo.
Mi amiga enarcó una ceja. Podía ver la incredulidad reflejada a la perfección en su rostro.
—No soy tonta, Lilly. Se que me ocultas algo –o alguien– para que estés tan renuente en ir a una cita con Daniel Williams o cualquier otro hombre en la faz de la tierra. Y sé también que, sea lo que sea, o quién sea; no me lo vas a contar. Pero si de verdad no estás dispuesta a salir a cenar con el Sr. Williams, entonces no lo hagas.
—Nos acabó de dar una entrevista, Elizabeth. No puedo rechazar su invitación ahora.
—No la publicaremos entonces. Encontraremos algo más para el artículo.
Suspiré, agradecida con ella por siempre ponerme primero, aunque perder una oportunidad como esa significaría sabotear su carrera.
—La fecha límite para el artículo es en dos días, no tenemos tiempo para entrevistar a alguien más.
Elizabeth chasqueó su lengua, pensativa.
—Tienes razón —musitó para sí misma mientras ponía la llave en la ignición y encendía el motor del carro—. Pero…
Me sonrió malévolamente.
«Lo que sí puedes hacer es utilizar esas horas desechadas de tu tiempo para algo productivo. El Sr. Williams parecía muy nervioso cuando mencionaste a su padre en la entrevista.
—No voy a interrogar al hombre mientras cenamos, Elizabeth.
MI amiga hizo un puchero, sus brillantes ojos verdes se apagaron bajo el peso de la genuina decepción, y yo no pude evitar la risa que se escapó de mí ante su dramática reacción a mi negativa.
—Será solo un poquito. Dos o tres preguntas nada más.
—Está bien —cedí con un suspiro exasperado—. Pero solo tres preguntas.
De todas formas, me vendría bien la distracción.
• • •
XOXO, Angelitos.
A portarse bien porque sino Papá Noel no les trae regalos esta Navidad.
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