Capítulo VIII
Miguel se levantó del suelo y me tomó por los antebrazos, alzando mi cuerpo suavemente. ¿Quién hubiera podido adivinar que alguien tan poderoso en tantos sentidos podría ser tan sutil y sensible en otros? Mis piernas estaban débiles, el dolor regresó con ferocidad ahora que mi deseo no nublaba mis sentidos.
Miré a Miguel a los ojos, intentando buscar algo en el cielo frío de su mirada, pero era inútil. Miguel era el maestro de las emociones. Si alguien sabía esconderlas y controlarlas de todos los arcángeles, ese era él. Gabriel siempre fue el impulsivo, Rafael: el sensible y comprensivo, y Miguel: el frío y calculador.
Ya no podía soportar estar ahí, no cuando mis ojos habían comenzado a llenarse de lágrimas que no quería derramar. Liberando mi mano la suya, me di la vuelta y comencé a alejarme de él y de los sentimientos tormentosos que invocaba en mí su presencia. El repentino gesto hizo que el dolor de mis costillas se intensificara momentáneamente, quitándome el aliento y obligándome a abrazarme a mí misma para calmar las punzadas de agonía que me consumían. Me levante decidida y tensé mi espalda, suspirando profundamente, he intenté ignorar la rigidez de mis músculos.
Miguel se me acercó por mi espalda, sus manos se posaron en mis brazos. Su aliento cálido abanicó mi cuello, haciendo que mi piel se erizara en placer, la yema de sus dedos acarició con su-Déjame cuidar de ti. Solo... déjame aliviar tu dolor de alguna forma.
Suspiré y asentí. Sus palabras me anchaban el corazón con un sentimiento tan poderoso, que me aterrorizaba.
Miguel me alzó en sus brazos con cuidado, levantándome del suelo, y me llevó hacia mi alcoba. Cerré mis ojos por unos segundos y recosté mi cabeza contra su pecho, disfrutando de la paz que me traía estar tan cerca de él. Una calma absoluta se fundó en mí y no podía evitar pensar en lo bien que se sentía estar entre sus brazos, protegida y acunada por él.
Cuando alcanzamos mi habitación, él me dejó caer suavemente por su cuerpo hasta que mis pies tocaron el suelo junto a mi cama. Aparté mi mirada sin atreverme a encontrar la suya, no cuando mis defensas estaban débiles.
-Mírame, Lilith -exigió Miguel en un susurro, pero, antes de que pudiera acatar su orden, él tomó un paso en mi dirección y alzó mi mentón hasta inclinar mi rostro hacia el suyo.
Mi corazón traidor no pudo ignorar la súplica escondida detrás de sus palabras, Mi mirada se movió hacia sus ojos celestes, perdiéndome en el la frialdad y en la tormenta de emociones reflejados en ellos. Cada ángel tenía el mismo tono de azul, pero, de alguna forma, los de Miguel siempre habían sido diferente. Mucho más profundos e intensos. En ellos se reflejaba el Cielo, como si el Reino de Dios yaciera en ellos.
-Tenías razón cuando dijiste que lo que pasó entre nosotros fue un error. Un error que no puedo permitir que vuelva a suceder.
Suspiré profundo y tragué un seco, intentando ahogar un sollozo. Miguel acunó mis mejillas entre sus manos rosó sus labios con los míos y dejándome aún más confundida que antes. Estabas tan cerca que podía sentir su aliento acariciando mi cara, intoxicándome de él.
-Yo soy un arcángel, Lilith. El primero bajo la orden del Padre. Cometer un error como ese sería traicionar cada una de mis creencias -habló sobre mis labios suevamente antes de fijar su penetrante mirada a la mía-. Pero no te atrevas a mirarte a ti misma como nada más que no sea pura perfección, porque tú eres perfecta en cada sentido posible. No quiero escucharte jamás decir que eres desmerecedora de mí, porque soy yo quién no te merezco. Cualquier hombre sería afortunado de tenerte a su lado, condenada o no.
«Cualquier hombre menos tú,» pensé amargamente.
Miguel apretó su cuerpo al mío antes de bajar su cabeza y tomar mis labios en un beso lento y sensual que me dejó sin respiración.
-Solo esta noche. Solo una vez y nunca más -susurró, sus palabras tan sigilosas que casi escaparon mis oídos.
Me retiré unos centímetros para mirarle a la cara, mi cuerpo lamentó de inmediato la pérdida de su calor. Busqué en su rostro alguna emoción que me indicara si lo que había escuchado era cierto o había sido una ilusión.
Miguel me besó otra vez, empujando cualquier pensamiento racional fuera de mi mente. Sus labios me atacaron de una forma casi animal, desesperados y necesitados. Profundo y fuerte, nos movíamos con la pasión que solo dos almas sedientas podían crear. Miguel comenzó a caminar hacia delante, llevándome con él hasta que mis piernas golpearon la cama. Él bajó mi cuerpo en el colchón con cuidado de no lastimarme entes de acostarse a mi lado. Sus ojos nunca dejaron los míos mientras bajaba una de los tirantes de mi camisón por mi hombro, dejando besos suaves en mi piel por cada centímetro desnudo que descubría.
Mi respiración quedó atrapada en mi garganta, un escalofrío de placer recorriendo todo mi cuerpo. Sus labios encontraron los míos una vez más, y toda la apacibilidad de hacía unos momentos fue remplazada por un deseo feroz que nos consumía desde el interior. Abrí paso en mi boca para su lengua, pero, aun así, no era suficiente. Necesitaba más.
No, sentir más ya no me saciaría, quería sentirlo todo.
Miguel sostuvo el peso de su cuerpo en sus codos, alzándose sobre mí. Estudió mi rostro con cuidado, así como yo hacía con el suyo; bebiendo cada rasgo como lo haría el hombre sediento en el desierto cuando al fin alcanzaba un oasis. Abrí mis piernas en una invitación silenciosa y él se acomodó entre ellas, un gemido escapándose de mis labios ante el contacto.
Conocía a Miguel mejor que nadie, probablemente mejor que sus propios hermanos, y sabía que estaba conteniendo su deseo. Sus músculos tensos y la forma en la que apretaba con fuerza su mandíbula lo delataban.
Quería todo de él, no solo mitades, pero también sabía que nada sucedería entre nosotros. Él sabía que mi cuerpo ya no sanaba como antes, y no se atrevería a lastimarme, aun teniendo la prueba de su deseo presionada contra mi estómago, encendiendo mi interior en llamas.
Levanté mis caderas, posicionándolo contra mi centro y gimiendo por la abrumadora sensación de su miembro presionado contra mi sexo. Cada nervio de mi cuerpo estaba gritando por ser aliviado con sus manos, con sus labios, con su cuerpo. No importaba el cómo o el por qué, solo lo necesitaba a él en cualquier forma posible.
-Miguel -gemí en frustración, el sonido bordeaba en una súplica.
Con un movimiento rápido, Miguel rasgó el camisón de mi cuerpo y lo lanzó a un lado de la habitación. Abrí mi boca para reprimirlo, igualmente sorprendida y ofendida por el gesto, pero la su mirada ardiente mientras recorría mi cuerpo hizo que toda palabra se esfumara de mi mente y fuera remplazada por unas ganas consumidoras.
-Eres tan hermosa que es irreal -habló con la voz ronca. Lamí mis labios en desesperación y él siguió el movimiento con sus ojos.
Su lengua tocó mi piel en un segundo, trazando un camino húmedo por mi garganta, mordisqueando mi piel hasta llegar al arco de mis pechos y acariciar con su nariz uno de mis erectos pezones e introducirlo en su boca húmeda y cálida. Jadeé descontrolada. La sensación de mi piel desnuda contra su ropa. De sus labios sobre mí, chupando y probando mi piel, eran tan eróticas que era casi imposible describirlo.
Mis manos temblorosas se deslizaron bajo su camisa, acariciando los músculos duros y definidos que escondía esta como un tesoro perdido, y trazando mis uñas sobre ellos de forma hambrienta. Él jaló de su camisa hasta sacarla por su cabeza y la lanzarla junto a los restos de mi camisón antes de colisionar sus labios de vuelta en los míos. Nos devoramos el uno al otro más que besarnos, sin piedad ni recelo.
Colé mi mano entre nuestros cuerpos y la presioné contra el bulto en sus pantalones, bañándome en el gruñido que se escapó de los labios de Miguel avariciosamente, mientras sus vibraciones de placer recorrían cada centímetro de mí directamente hacia mi centro. Estaba completamente excitada y retorciéndome de deseo bajo su cuerpo. Mis costillas y cabeza dolían cada vez más con cada movimiento, pero tenía la sangre tan caliente que ya no me importaba. Nunca antes había sentido algo parecido, tan consumidor.
Sus labios siguieron el mismo camino hasta mi garganta, hacia mis hombros y hasta llegar al borde de mis pechos una vez más y morder la erecta y sensible piel suavemente. Gemí alto y enredé las manos en su pelo mientras su boca continuaba con el asalto, brincando de un pecho hacia el otro, sus manos uniéndose a la tortura hasta que estaba jadeando y gimiendo su nombre bajo de él, retorciéndome sin parar.
-Shhh, mi ángel oscuro. Te vas a hacer daño -ronroneó Miguel mientras su mano viajaba por mi cuerpo hasta alcanzar ese dulce y húmedo lugar que suplicaba por su toque.
Debería de haberle prestado más atención a sus palabras y la vehemencia con que las habló. Mi sed se habría saciado por completo si en ese momento hubiera escuchado la adoración detrás de ellas, pero mi mente era un desastre de placer, incapaz de formar pensamientos racionales o coherentes.
Miguel recorrió sus dedos por mis pliegues húmedos y los presionó contra mi centro. Un grito ahogado se escapó de mi boca, seguido de un gemido desesperado. Dos de sus dedos se deslizaron lentamente dentro de mí y yo levanté mis caderas para tomarlos más profundos.
-Eres hermosa así, Lilith. Perfección pura y cruda. Nunca lo olvides -dijo con la voz ronca y los ojos ardiendo como llamaradas infernales.
Era casi poético, un ángel que ardía en el fuego por una condenada.
Asentí con mi cabeza desesperadamente, no quería que las olas de sensaciones reinando mi cuerpo se detuvieran. Miguel me regaló una sonrisa oscura y despiadada, sus ojos brillaron con el tipo de malicia que hizo que me estremeciera. Él apartó sus dedos de mí y los llevó su boca, chupándolos lentamente mientras sus ojos celestes ardían en los míos. Gemí, empapando mi diabla interior con este lado salvaje del hombre que había decidido regalarme un pedacito de él que nadie más tenía. Mi guardián. Mi todo.
-Miguel -susurré.
-¿Qué quieres, Lilith? -preguntó cuando libero los dedos de su boca, recorriendo el labio inferior con la lengua.
Mi cuerpo tembló de placer, mis ojos se oscurecieron bajo la sombra de tanto anhelo.
-A ti. Te necesito a ti. Por favor. Solo a ti -gemí.
-Pero no me puedes tener, Lilith. No todo de mí. Solo una parte -Los ojos de Miguel centellearon con un sentimiento primitivo y posesivo-. Te lo quiero dar todo, pero no puedo.
-Lo sé. -Le regalé una media sonrisa, intentando enmascarar el dolor que causaron sus palabras.
Miguel me devolvió el gesto antes de bajar por mi cuerpo hasta quedar arrodillado en el borde de la cama. Apartó mis piernas aún más y dejó besos desde mis rodillas hasta el interior de mis muslos, trazando el camino con su lengua. Acarició la parte interna de mis muslos con su nariz, respirando profundo mientras su lengua salía a jugar con mi sensible piel. Jadeé con desesperación, alzando mis caderas y pidiendo más sin necesidad de palabras. Su lengua recorrió el camino hasta mi entrepierna e hizo círculos lentos en mi piel al punto de abrumar mis sentidos.
Ya no sentía nada que no fuera él, cálido y protector junto a mí. Ya no olía a nada que no fuera esa mezcla de whiskey y canela que emanaba de su piel. Ya no veía nada que no fuera su cabeza, escondida entre mis piernas, cuando su boca conectó por primera vez con ese punto ardiente que tanto rogaba por atención. Su lengua recorrió mi carne con lametazos lentos, casi torturadores, haciendo que mis adentros se tensaran.
Deslicé mis manos por las suaves hebras de su pelo, tirando de él y empujando a la misma vez. Mi cuerpo me rogaba que lo dejara liberarse, mi piel estaba erizada en placer y estrellas danzaban tras mis párpados.
Sus dedos se unieron a la tortura y entraron en mi vagina lentamente. Primero uno, después otro, masajeando mis paredes interiores. Susurré su nombre y quedé atrapada en la magia del momento. Un momento que bien sabía no se volvería a repetir.
Miguel.
Mis paredes comenzaron a temblar alrededor de sus dígitos, el orgasmo me golpeó con tanta fuerza que me cortó la respiración. Arqueé mi espalda de la cama, gritando su nombre mientras perseguía la ola hasta que mi cuerpo quedó satisfecho y exhausto, dejándome caer nuevamente en el suave colchón.
Cuando mi nublada mente volvió a enfocarse en el rostro angelical de Miguel, sus cejas estaban fruncidas y su expresión estaba bañada en preocupación.
-¿Estás dolida? -preguntó mientras sus ojos buscaban los míos.
Una risita tonta se escapó de mis labios antes de poder contenerla.
-Un poco, pero estoy bien. Estoy más que bien.
-Muy bien. -Miguel besó mi garganta con vehemencia-. Perfectamente hermosa -susurró contra mi piel.
Cerré mis ojos, escondí mi rostro en su cuello e inhalé su adictivo aroma masculino. Sabía que no pasaría nada más esa noche, así que aferré a él como si fuera el aire que necesitaba para respirar, y de alguna forma, lo era.
Este momento quedaría grabado en mi mente por toda mi existencia, y estaba agradecida por ello porque temía que esa hubiera sido mi primera y última vez en sus brazos.
• • •
Hola, Angelitos. Ya ha pasado un tiempo desde la última vez que escribí. La verdad es que me estaba enfocando demasiado en el diseño gráfico y poco en este libro, pero intentaré cambiar eso de ahora en adelante.
¿Qué tal les pareció este capítulo?
Espero realmente que sean mayor de 18 años si leísteis esto.
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