Capítulo V
Me di la vuelta para encontrar a Miguel estudiándome con la misma intensidad que a veces creía que imaginaba. Sus ojos vagaron por mi cuerpo lentamente, quemando a mi piel con el hielo de su mirada, dejando escalofríos a su paso.
—Vas vestida de gala —notó con voz contenida.
—Es como usualmente se visten las personas que van a una.
Miguel ladeó la cabeza y alzó una de sus cejas. No tenía que hablar para pedirme que me explicara. El gesto era suficiente.
—Elizabeth consiguió una invitación para mí. Ella está convencida que yo puedo convencer a Daniel Williams de darnos una entrevista solo por ser bella —expliqué, exasperada una vez más con el tonto plan de mi mejor amiga.
Los ojos de Miguel se oscurecieron por unos segundos, su cuerpo se volvió rígido como una roca.
—Estoy seguro de que podrías convencer al mundo de postrarse a tus pies con tú belleza, Lilly. Es una suerte que no estés interesada en la dominación mundial.
El cuerpo me empezó a titilar de placer de solo escuchar sus palabras, y el corazón me dio un salto en el pecho de la emoción.
—Gracias —susurré, admirando su rostro perfecto como si fuera la primera vez. Algo que había llegado a disfrutar a través de los años.
Miguel era la perfección absoluta, de figura alta y dominante. Sus ojos azul celestes eran igual que el cielo despejado de las mañanas, de esas que nunca se veían en Nueva York, y su cabello castaño claro complementaba a la perfección su musculoso y atlético cuerpo. Su quijada aguda y rasgos brucos y definidos hacía de su ya atractivo rostro, totalmente irresistible.
—Te ves preciosa —admitió después de tragar en seco. Como si necesitara valor para hablar tres simples palabras.
Aun así, no eran las tres palabras que yo quería escuchar.
—Gracias —repliqué por lo bajo, con una apagada sonrisa.
A veces dolía recordar cuanto lo amaba. Pero después de miles de años callando, me acostumbré al sentimiento.
—Te acompañaré. No podemos tomar riesgos. Ya has estado demasiado tiempo en Nueva York.
—Lo sé —Sonreí tristemente—, pero no puedes permitir que los guardias de seguridad te vean. Mi invitación no tiene acompañante.
Algo muy peligrosamente cerca de diversión cruzó los ojos de Miguel.
—No me verán. Te lo aseguro.
El tono arrogante de sus palabras me recordó por unos segundos al viejo Miguel. Al que sonreía para mí sin cuidado alguno. Al que aseguraba poder derrotarme en cada juego humano le obligara a participar. Controlar mis deseos en su presencia se hacía cada vez más difícil. Pelear en contra de mis sentimientos ya era una causa perdida, una batalla que no me molestaría en luchar porque sin duda alguna, perdería.
—Esta bien. Puedes acompañarme.
***
La gala se celebraba lugar la antigua mansión de Edwin Luthor en Wall Street. La impresionante estructura blanca de tres pisos se alzaba por encima de las casas vecinas, brillando con la grandeza real meritoria de un rey. Le cedí mi invitación al guardia en la entrada y él abrió las puertas para nosotros. O debería decir: para mí, ya que Miguel no podía ser visto.
Paredes tras paredes blancas nos acompañaron de camino a la entrada del salón, logrando una iluminación deslumbrante por todo el lugar. No era un secreto para nadie que el extravagante Edwin Luthor estaba obsesionado con la mitología griega y casi todo lo que poseía, inclusive su ropa, estaba diseñado para que luciera de esa época. No pude evitar que mi boca se abriera en sorpresa cuando las puertas del salón se abrieron para nosotros. El amplio espacio estaba decorado, como era de esperarse, con un estilo del antiguo griego. Grandes columnas blancas se situaban en cada esquina de la habitación, dando la ilusión de sostener el techo sobre nuestras cabezas y, junto a estas, se encontraba una estatua de los grandes Dioses de Grecia: Zeus, Hades, Hera, Poseidón. El mármol y yeso blanco que cubría todo el lugar lograba dar a la habitación un toque celestial, haciéndome sentir por unos segundos como si estuviera de vuelta en el Cielo.
Muchos rostros en la multitud se voltearon a verme, algunos conocidos, otros no. Algunos con admiración, otros con indiferencia y –hasta me atrevía a decir– con envidia también. Muchos de los que se encontraban ahí eran periodistas, mientras que otros eran reconocidos políticos figuras públicas del mundo del espectáculo.
Escaneé el lugar, en busca de mi única razón para estar ahí esa noche. Daniel Williams estaba a la derecha de la habitación, hablando con una pareja. Parecían familiares, pero no podía recordar quienes eran en ese momento. Probablemente dos empresarios ricos más del montón.
—A veces me sorprende, Lilly, incluso después de tanto tiempo caminando la Tierra a tú lado, lo fácil que interactúas con los humanos, como si fueras uno de ellos.
La voz de Miguel me exaltó, por un momento había olvidado que él estaba ahí, que su presencia me acompañaba. Algo que era casi imposible de conseguir. Al parecer, la belleza del lugar me tenía bien cautivada.
—Es porque soy una de ellos. Solo otra alma perdida en una ciudad repleta de sueños rotos —repliqué en un susurro. Solo yo podía ver a Miguel, y no quería me vieran hablando sola y pensaran que estaba loca.
Encontré los ojos de Daniel Williams a través de la habitación, su mirada reflejaba sorpresa, como si le pareciera imposible que yo estuviera en la misma gala que él. Algo que me parecía muy extraño, ya que no nos habíamos conocido antes.
—Un día fuiste parte de este mundo, por un pequeño tiempo, pero ya no creo que puedas serlo otra vez, a pesar de quién eres.
Me di la vuelta hacia Miguel, confundida por sus palabras. Sus ojos eran la misma piscina azul celeste de fríos sentimientos que yo amaba tanto, pero algo casi imperceptible los recorrió, despareciendo tan rápido como había estado ahí. A treves de los años había aprendido a conocer a mi Miguel, conocerlo de verdad. Verlo por quien era y no solo por lo que había hecho por mí. No me daba miedo admitir que antes estaba ciega, veía a Miguel como mi héroe, mi salvador. Hasta que empecé a verlo como una mujer veía a un hombre. Al hombre que amaba.
No tuve oportunidad de replicar a sus palabras porque, en ese momento, Daniel Williams comenzó a caminar en nuestra dirección. Una sonrisa suave se dibujó en sus labios cuando sus ojos encontraron los míos, obligándome a enmascarar mi sorpresa. Ese había sido mi objetivo al venir a la gala, solo que había pensado que sería más difícil acaparar su atención. Al parecer, estaba equivocada.
—¿Puedo conocer el nombre de la señorita más hermosa que he visto jamás? —ronroneó con suavidad cuando alcanzó mi lado. Con gesto ágil, tomó mi mano en la suya y besó mis nudillos. Alcé las cejas con una mirada incrédula. Esto era América después de todo.
Le devolví la sonrisa, la mía contenida al ver que la felicidad que vendía sus labios no se reflejaba en sus ojos.
—Lilly Bennet con el New York Times, —apreté su mano ligeramente antes de dejarla ir.
—¿Una periodista? —se hizo el sorprendido, pero algo me decía que no estaba siendo del todo honesto—. Entonces, además de extremadamente hermosa, eres inteligente. ¡La mezcla perfecta para la esposa ideal!
No me pude contener y reí, cubriéndome la boca con la mano para ahogar la carcajada. Esas palabras sí que no me las esperaba de su parte. Era increíble que estuviera tan relajado en la presencia de alguien que, con mucha facilidad, podía torcer sus palabras a mi antojo.
Daniel Williams era muy guapo, no podía negarlo. Con un rostro clásico de casanova, pelo rubio, ojos verdes, e irresistible encanto; él era un hombre que invitaba a disfrutar de un dulce peligro. El tipo de hombre que lograba enamorar a todas las mujeres que encontraba a su paso.
Una suerte para mí que mi corazón ya tenía dueño e inquilino permanente.
Me atreví a mirar de reojo a Miguel, quién se encontraba a mi lado derecho del salón, asesando la conversación con una estancia inexpresiva y fría, pero lo conocía bien. Las chispas que brincaban en sus ojos me decían que estaba enojado, aunque que aún tenía que averiguar el por qué.
Los pocos sentimientos que se atrevían a sentir los ángeles podían ser tan complicados que la mayoría de las veces no valía la pena intentar descifrarlos.
—No creo que sea muy conveniente para usted casarse conmigo, Señor Williams. Después de todo, un poderoso empresario como usted es una mina de oro para cualquier periodista —repliqué cuando volteé en su dirección otra vez.
Daniel Williams se carcajeó por lo alto, atrapando las miradas de todos a nuestro alrededor, y esta vez su diversión parecía genuina.
—Creo que por una mujer como usted me arriesgaría al repudio público si fuera necesario y por favor, mi hermosa dama, llámeme Daniel.
Mi cuerpo se congeló de repente, petrificado por el miedo que me atrapó al escuchar sus palabras.
Mi hermosa dama. Nadie me había llamado así en mucho tiempo, no desde él, mi peor pesadilla.
Lucifer.
La habitación se empezó a sentir sofocante. Necesitaba aire fresco para sacudir el ataque de pánico que amenazaban con salir a la superficie.
—Sr. Williams… Daniel —me corregí rápido y logré sonreírle en forma de disculpa—. Necesito refrescarme. Si me disculpa un momento.
Me apresuré hacia las puertas del salón sin mirar atrás, sin importarme reaccionaría a mi rudeza. Necesitaba respirar otra vez. Di vueltas por los interminables pasillos de la mansión hasta que me topé con la puerta trasera y tropecé mi camino hacia un precioso jardín. Era estúpido de mí el tener miedo a unas simples palabras educadas, pero no podía evitarlo. Mi cuerpo estaba temblando sin control, recordando las pesadillas y el infierno que me siguió a todos lados por años.
Me doblé sobre mí misma, jadeando. Circulé mi estomago con mis manos e intenté reinar mi pánico antes de que se saliera de control, pero era inútil. Estaba tan consumida por mis emociones que ni siquiera me había molestado en mirar a mis alrededores. Tampoco sentí la presencia de ese ser que me acompañaba y me complementaba
Fuertes brazos circularon mi cintura y me abrazaron al calor y protección que tanto anhelaba mi alma. Apoyándome completamente sobre mí persona favorita, incliné mi cabeza en el pecho de Miguel e inhalé profundo. Los tremores de mi cuerpo cesaron lentamente, hasta que solo quedó el suave temblor de mis manos, aferradas a las suyas. Él siempre sostuvo ese poder sobre mí: el control total de mi cuerpo, mi corazón y mis pensamientos.
—¿Estás bien? —pregunto Miguel contra mí pelo, su respiración abanicando la piel sensible de mí cuello.
Me dediqué a asentir. Con él siempre estaba bien, siempre estaba a salvo. Sabía que era un error volverme dependiente a alguien más para ser feliz, pero no podía evitarlo Después de vagar cada rincón de la Tierra por mí misma, mi corazón se negaba a dejar ir al único ser que me hacía sentir menos sola.
—¿Aun tienes frío?
Sonreí a pesar de mi cansancio. ¿Tenía frío? No, ya no.
Ya no sentía frío desde que él incendió mi alma con sus besos y sus caricias. Para Miguel aquella noche solo había sido un acto pecaminoso que no se podía volver a repetir, pero para mí había sido mucho más que eso. Esa noche no solo entendí lo que sentía realmente por Miguel, sino que, por primera vez en siglos, volví a respirar vida.
—No, Miguel. Ya no he vuelto a tener frío desde que estás junto a mí.
• • •
Pero, pero, pero...
¿De qué noche hablas, Lilith?
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