Maybe unexpected | Chaelisa
Desde que Lisa y Rosé se habían convertido en hermanastras, algo no se había sentido del todo bien. Las chicas eran bastante diferentes, aunque a las dos les encantaba llamar la atención de sus padres, pero había algo en Rosé que Lisa siempre sentía extraño.
Si bien, eran de culturas completamente distintas, había algo en la mirada de la neozelandesa que la incomodaba, como si la estuviera analizando todo el tiempo, aparecía en lugares donde se suponía que Lisa podía estar a solas, la seguía todo el tiempo; y cuando la sorprendía, Rosé solo le ofrecía una coqueta sonrisa.
No le gustaba estar a solas con ella, no le gustaba como se expresaba o intentaba acercarse a ella, odiaba que Rosé quisiera abrazarla constantemente sin siquiera tener un vínculo fuerte de hermandad. Odiaba que la rubia se tomara la autoridad de tratarla verdaderamente como una hermana. Porque lo quieran o no, Lisa siempre sería la princesita de su padre, y no quería que nadie le arrebatara eso. Ella siempre sería hija única.
Un día, en que sus padres habían decidido hacer un viaje para celebrar su nuevo aniversario, Lisa estaba bastante aburrida en casa, no quería hablar con Rosé, esa chica era demasiado extraña como para querer pasar tiempo con ella. Intentó ver un par de series, pero lamentablemente, siempre se ha caracterizado por tener esa necesidad constante de hablar durante las películas, le es muy difícil poder ver algo en silencio y siente que se aburre el doble. Así que decidió recorrer la casa, revisó habitación por habitación, hasta que de pronto escuchó un leve ruido proveniente de la habitación de Rosé.
Curiosa se acercó a ésta y abrió la puerta con cuidado, encontrándose a la chica en ropa interior con una de sus manos entre sus piernas.
—¿¡Qué estás haciendo?! —gritó nerviosa, tratando de cubrirse la cara.
—¡¿Nunca te enseñaron a tocar?! —gritó sobresaltada intentando cubrir su cuerpo.
—¡¿Qué estabas haciendo?! —volvió a preguntar, volteándose hacia la puerta.
—¿Acaso no es obvio? —continuó respondiendo con interrogantes, un poco avergonzada, mientras se vestía.
—No, no lo es, por eso pregunto —insistió Lisa.
—No actúes como si tú nunca lo hubieras hecho —dijo abrochando sus pantalones finalmente.
—¡Claro que no! —se defendió, con su rostro sumergido entre sus manos.
—¿Nunca te has masturbado? —cuestionó con naturalidad, viendo cómo la chica se ocultaba nerviosa.
—N-No —titubeó al oír esa palabra—. Es algo muy sucio.
—¿Sucio? —dijo Rosé—. Es algo normal, uno tiene... necesidades —continuó hablando mientras sacaba un poco de alcohol gel y lavaba sus manos.
—Es asqueroso —insistió la menor.
—Ya puedes voltearte —le dijo la otra con tranquilidad.
—No sé si pueda verte a la cara ahora, Roseanne.
—Bueno, entonces sal y déjame terminar lo que estaba haciendo.
—¿Acaso ves pornografía también?
—No, eso si es asqueroso —respondió mirándola a su hermanastra que estaba enfrentando la puerta—. Lis, voltéate.
—Tal vez en Nueva Zelanda eso es normal, pero aquí no —la regañó—. Además, no entiendo como puedes disfrutar algo así...
—Créeme que me he dado mejores orgasmos yo misma que con todos esos hombres con los que...
—¡Ya basta! —le interrumpió—. Eres muy...
—¿Muy qué? —insistió acercándose un poco—. Lis —suplicó para que la mirara.
—¡¿Qué?! —gritó alejándose un poco de ella.
—No me trates así, pareciera que tú estás más frustrada que yo —se burló la más alta—. Deberías intentarlo.
—Aunque quisiera no podría —respondió con honestidad, volteándose por primera vez para enfrentarla.
—¿Y eso por qué?
—Porque no creo que sea excitante tocarte a ti misma —gruñó—. Y ya no hablemos de eso.
—No tienes idea las cosas que puede hacer tu imaginación —se rió finalmente, para acostarse en su cama y prender la televisión, causando que Lisa se acercara rápidamente a tomar el control y apagara la televisión—. ¡Hey! —reclamó.
—Dime que imaginas.
—¡Qué! Claro que no, eso queda entre mis orgasmos y yo —continuó burlándose Rosé, notando como la curiosidad de su hermanastra aumentaba—. Y no te preocupes, no pienso en ti si es lo que te interesa.
—Estas mal de la cabeza —bufó.
—Pero si quieres me puedo tocar pensando en ti de ahora en adelante —agregó Rosé, riendo ligeramente, notando como Lisa se sonrojaba al escuchar esas palabras—. Puedo imaginar lo que se siente besarte y tocarte —dijo levantándose rápidamente para acercarse a Lisa.
—No... —susurró al verla tan cerca, girando los ojos.
—¿No te gustaría probar? —dijo, ofreciéndole una sonrisa coqueta.
—N-No... —titubeó—. No soy lesbiana.
—Está bien —se elevó de hombros, volviendo a tomar posición en su cama—. Te sorprendería lo que podría enseñarte, pero bueno. ¿Puedes cerrar la puerta cuando salgas?
—¿Tú enseñarme a mí? —insistió. No sabía porque, pero por más que le pareciera extraña la conversación con su hermanastra, se sentía extremadamente curiosa.
—Mhm... —asintió—. Pero tú no eres lesbiana.
—¿De verdad crees que tú me harías sentir algo? —se burló la pelinegra, notando como Rosé la miraba fijamente.
—¿Me estás desafiando o qué? Si quieres algo, dilo. Sabes que no soy buena con las indirectas.
—Eres medio tonta, lo sé —se burló por primera vez ella.
—Puede ser, pero de seguro te daría el mejor orgasmo de tu vida —continuó, acercándose a una distancia un poco más comprometedora.
Lisa se mantuvo quieta, desafiándola aún más, esperando que la neozelandesa se atreviera a realizar algún movimiento, que ya no solo fueran palabras, sino que acción.
—Dime si de verdad piensas en mí —susurró de pronto, dando pie para que Rosé colocara sutilmente sus manos sobre sus caderas.
—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó por última vez, mientras acercaba su cuerpo por completo al contrario—. ¿Quieres saber lo que pienso cuando me toco?
—Sí... —respondió de manera casi inaudible.
—Imagino que me follas muy duro —susurró junto a su oído—. Imagino que me haces gritar de placer, Lisa —una corriente recorrió de inmediato la columna de la tailandesa, excitándola con aquellas palabras.
—¿Qué te follo muy duro, ah? —dijo para abrazar los hombros de la otra chica.
—Mhm... —asintió acercándose a sus labios—. Pero si quieres, podemos hacer una excepción hoy.
—¿A qué te refieres?
—A que yo te folle muy duro hoy —dijo finalmente, para darle un pequeño beso.
Lisa cerró sus ojos al leve contacto de sus labios, dejándose envolver por el suave y lento ósculo que Rosé le estaba dando, sintiendo como su piel se erizaba poco a poco. La rubia besaba muy bien, no iba a negarlo, sentía como el sabor de su beso la embriagaba más y más, acalorando su pequeño cuerpo; sintiendo como la lengua de Rosé se abría paso entre sus labios, jugueteando en su boca, robándole el aliento.
Las manos de Lisa acariciaron suavemente el cuello de su hermanastra, mientras sentía como la chica abrazaba su cuerpo con fuerza.
—¿Y bien? —preguntó Rosé—. ¿Te follo o me follas? —cuestionó para luego lamer suavemente sus
labios.
—Enséñame que tan buena eres —contestó, haciendo que la más alta elevara una ceja y la tomara por sus muslos, para acostarla en su cama.
—¿Alguna vez te han follado tan duro que pidas que se detengan?
—¿Qué? —preguntó asustada—. No seas bruta.
—Tranquila, se nota que eres de las que les gusta duro —se burló—. Quítate la ropa.
—Quítamela tú —ordenó Lisa.
—¿Siempre tienes que hacer todo tan difícil? —rodó los ojos, desabrochando los jeans de la chica, jalándolos con fuerza, dejándola solo con su ropa interior—. ¿Alguna vez te han hecho un oral? —volvió a preguntar, mientras acariciaba suavemente sus piernas, acomodando su cuerpo en la cama, para que su rostro quedara cerca del sexo de la tailandesa.
—N-No —titubeó al sentir sus caricias.
—¿No? —preguntó sorprendida—. ¿Eres virgen?
—¡Claro que no!
—¿Entonces?
—A mi ex no le gustaba hacer eso —confesó.
—Te dije que los hombres son estúpidos —se volvió a burlar Rosé—. Yo haré que disfrutes, no te preocupes —le guiñó el ojo y sumergió su cabeza entre las piernas de Lisa.
Comenzó a besar suavemente sus muslos, lamiendo su piel con tranquilidad, procurando calentarla cada vez más con sus caricias, mirándola de reojo de vez en cuando. Con su pulgar acarició sobre su ropa interior el clítoris de Lisa, haciendo que pequeños gemidos comenzaran a huir de los labios de la pelinegra; por otra parte, sus besos comenzaban a subir por su cuerpo, deteniéndose unos segundos en el borde de su ropa, intentando que su lengua se sumergiera bajo ese pequeño pedazo de tela, haciendo que Lisa suspirara frustrada.
—Quítamela —suspiró con fuerza, pero Rosé negó con la cabeza.
—Mete tu mano bajo tu ropa interior. Quiero que comiences a acariciar tu clítoris, Lisa —finalizó para subir por su cuerpo, hasta capturar los labios de su hermanastra en los suyos.
Dejó que su lengua le diera una pequeña muestra de su sabor, y sonrió al sentir como la mano de Lisa obedecía sus instrucciones.
—Frota tu clítoris —ordenó nuevamente, notando como la otra la miraba nerviosa.
—¿No deberías hacer tú eso?
—Sólo hazlo —insistió la neozelandesa—. Te enseñaré a masturbarte —sonrió con malicia—. Y cuando estes a punto de correrte, te follaré, Lalisa.
—Estas loca —suspiró al sentir como su cuerpo se excitaba cada vez más ante las palabras de Rosé. La rubia tomó la mano de su hermanastra y la guió hasta su propia ropa interior, la obligó a acariciar su centro por primera vez, notando como Lisa mordía su labio.
—Estas mojada.
—Mhm... —suspiró la menor.
—Tócate para mi —dijo firme, y esta vez Lisa asintió. Esta misma deslizó su mano bajo su ropa interior, tocando suavemente su sexo, subiendo y bajando su mano, sintiendo lo húmeda que estaba—. Toca tu clítoris.
—No sé cual es... —suspiró excitada, haciendo que Rosé liberara una pequeña risita—. No te burles —reclamó con su respiración entre cortada.
—Es este —dijo apretando con su pulgar aquel punto, viendo con malicia como Lisa liberaba un gemido y encorvaba su espalda—. Ahora tócate tú.
La menor asintió y comenzó a realizar tímidos círculos en su clítoris, liberando de vez en cuando unos suspiros. Park sonrió ante la escena y rápidamente le quitó su ropa interior, admirando las caricias que se propinaba a sí misma.
—Más rápido —ordenó, viendo cómo las mejillas de Lisa se tornaban rojas por la excitación y sus suspiros aumentaban más y más.
—Ah... —gimió por primera vez, haciendo que una ola de placer impactara en la más alta.
—Así, tócate —habló con sensualidad—. Tócate para mí.
—Si, ¿te gusta verme así? —sonrió excitada, sintiendo como un leve cosquilleo comenzaba a formarse en su sexo.
—Me encanta —se acercó a su sexo, embriagándose de su olor, deseando sentir su sabor.
—¿No ibas a hacerme sexo oral o algo así —dijo entre suspiros, haciendo que la mayor liberara una pequeña risita antes de lamer por primera vez la intimidad de Lisa—. Aahh... —gimió con fuerza, para luego empujar suavemente la frente de Rosé, para alejarla de su centro.
—Tú sigue tocándote —tomó la mano que anteriormente había tratado de alejarla de sus labores. La pelinegra asintió y dejó que Rosé volviera a lamerla, sintiendo por primera vez aquella sensación tan extraña y excitante al mismo tiempo.
La lengua de Park se sincronizó con el baile de sus dedos, lamiendo con rapidez el clítoris de Lisa, sus gemidos eran cada vez más y más fuertes, al igual que sus temblores involuntarios.
—Ah... Roseanne... —gimió con fuerza, sintiendo como un pequeño cosquilleo comenzaba a formarse en su centro, e inmediatamente dejaba de acariciarse—. Para... —pidió desesperada, sintiendo como la lengua de la chica la atacaba sin descanso—. Ah... Rosé... —seguía gimiendo sin sentido, cerrando sus ojos con fuerza, dejándose embriagar por las sensaciones, mientras Rosé hundía por primera vez su lengua dentro de su sex—. Rosé, me voy a correr... —anunció en un gemido.
Rosé introdujo dos dedos dentro de ella, sin dejar de lamer su clítoris, penetrándola con fuerza, sin detener el ritmo, logrando que con cada estocada, Lisa gritara de placer.
—Rosé, me voy a- ¡Mierda! —gritó intentando separar a la contraria de su clítoris, pero la neozelandesa continuó con sus caricias—. Ah... Park... —gritó finalmente, sintiendo como todo su cuerpo se tensaba por el orgasmo, sus piernas temblaron, su espalda se curvó hacia delante, tratando de mirar que era lo que Rosé seguía haciendo, porque la estaba volviendo loca, sus caderas convulsionaron por el orgasmo, pero la rubia no dejaba de lamerla.
—Basta... —gimió sin fuerzas—. Por favor, Rosé... —rogó finalmente, haciendo que se detuviera.
Amaba la sensación, en serio lo hacía, pero era demasiado y su cuerpo no estaba acostumbrado.
—Eres deliciosa —rió.
—Cállate —respondió cortante por la vergüenza.
—¿Aprendiste algo hoy? —le preguntó Rosé con una sonrisa, para luego acostarse junto a ella.
—Tendrías que enseñarme de nuevo, no estoy muy segura —rió Lisa.
—Y luego la "medio tonta" soy yo... —rió también.
—En esto, eres una puta genio —dijo, ofreciéndole una sonrisa para luego cerrar sus ojos y acurrucarse contra su cuerpo.
© NatRhums
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