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Sɇx, drųg$, etc.

Cuando mi cerebro terminó de segregar serotonina en cantidades vergonzosas, también aconteció un periodo de calma que al mismo tiempo, fue progresivamente doloroso... y me refiero a ese ardor físico, a ese entumecimiento de las extremidades que no eres capaz de detectar cuando te encuentras ante un deslumbrante y cegador episodio de felicidad pura. En sí, no percibí esa diminuta tortura punzante en brazos y piernas hasta que me planté frente al espejo y al terminar de tomar un baño, solo por unos segundos, mis ojos se trataron de convencer de que la imagen frente a ellos en realidad no era tan lamentable como la encontraban cada mañana desde hace un par de meses.

"Estás bien. Estás bien. Estás bien." Repetí más veces de las que recuerdo, mientras aferraba las uñas al lavamanos y a cada segundo, eran más evidentes las pulsaciones tras mi pecho extendiéndose a cada parte del cuerpo. Estaba luchando muchísimo por no desistir, por no arruinar con mis insalubres pensamientos, las pocas horas que restaban de lo que parecía ser un confuso, extraño y repentino sueño.

Pero no lo era.

Seokjin se encontraba tras la puerta, a muy pocos metros de distancia forcejeando con la escoba de engranaje defectuoso, lanzando maldiciones al toparse con ropa esparcida en los muebles, tosiendo las nubes de polvo que originaba al sacudir superficies y, apuesto a que al mismo tiempo, se encargaba de ordenar el desastre en la cocina. Supongo que no podía escucharse más real.

Antes de que esa imagen suya me convenciera de salir, aun con el cabello húmedo y con la certeza de que tenía un pijama limpia — descoordinada, por supuesto— en la cómoda al lado de la puerta del baño, fijé la mirada en la prueba de embarazo rápida que había evitado tajantemente desde semanas atrás. Para ser sincera, no puedo determinar en qué porcentaje me afectaba la incertidumbre pero, conociéndome, seguramente rondaba en los primeros lugares dado que lo postergaba demasiado... y a cada oportunidad.

Ya no tenía unos inexpertos 16 años como para temer tanto al futuro; mis padres hubieran estado tan felices como cuando Hyo nos dijo que sería padre y seguramente tendría su apoyo incondicional. Técnicamente nada — a excepción de mí, claro— estaba mal pero... Solo hasta ese momento comprendí que no temía exactamente al resultado, sino a la controversia, a ese pequeño pero creciente debate interno que se desataría en mi cabeza por evidentes y muy claras razones. Así que lo postergué, lo evité hasta el punto en el que la ansiedad, ante un posible resultado positivo, me consumiera pensando que ya sería muy tarde para hacer algo al respecto.

— ¿Cuánto tiempo pasas aquí? Hyemin, creo podrías tener una familia de mapaches viviendo bajo tu cama y no te darías cuenta. — Gritó Seokjin desde el otro lado de la puerta. Escuché el choque de uno de los cajones del refrigerador abriéndose y eso fue suficiente para disipar mi atención de nuevo.

Pero no lo suficiente.

Regresé a la prueba ahora ya entre mis manos, rompí el envoltorio y ensayé un par de veces contrayendo el piso pélvico como si eso fuera a garantizar mayor precisión al desastre que indiscutiblemente estaba a punto de hacer.

— Minyoung es demandante. — Mentí sin levantar la vista de las instrucciones en pequeñísimas letras indescifrables impresas en el cartón interno de la caja.

En realidad, estuve en casa más tiempo del que acostumbraba pero el hecho de hablar abiertamente sobre mi estado emocional me pareció—erróneamente, ahora lo sé— patético y una forma segura de victimización a la que temía una invalidación cruel que en sí, jamás llegó.

Tantas letras juntas, un excesivo número de pensamientos que iban desde una postura a otra y mis muslos ardiendo, me motivaron a dejar a un lado las instrucciones, concentrándome únicamente en hacer la prueba sin complicarme la existencia demasiado: Una línea, negativo. Dos líneas, positivo.

Y debo decir que esos tres minutos lavando mis manos y después leyendo la etiqueta del jabón de tocador, fueron posiblemente, los más largos de toda mi vida. ¿Y si había dos líneas y una era más delgada que la otra? ¿Y si ninguna era legible? ¿Y si solo había una de ellas pero del lado contrario? Mis manos hormigueaban y aunque las ansias me llevaron a tomar la prueba prematuramente, mis ojos divagaban entre cada detalle irrelevante del cuarto de baño solo para hacer un poco más de tiempo... Pensándolo a profundidad, solo para disfrutar un poco más del sueño que aun no terminaba por creer.

No fue necesario hacer más suposiciones porque al final, el resultado fue negativo.

Y sin embargo, no supe cómo sentirme. Por un lado me encontraba genuinamente aliviada pero por el otro... Restando claro, mi nula salud mental, el caos que Seokjin y yo habíamos protagonizado a causa de nuestra extraña falta de comunicación y más razones que están por demás aclarar, solo por un instante, imaginé que otro escenario no hubiera sido del todo desagradable.

Tampoco quise aventurarme a pensar más.

Suspiré, coloqué un poco de bálsamo en mis labios y escondí toda evidencia al final del mueble para toallas y papel.

Con la pijama puesta, salí del baño encontrándome con una charola al lado de la cama. Por el olor, de inmediato supe que en la taza blanca humeaba té de canela y a su izquierda, una rebanada de pan tostado y mermelada de moras se veía completamente apetecible.

— No era necesario. — Sonreí buscando visualmente cobijo entre las almohadas de la cama. — Bastaba con una aspirina.

Lo había hecho de nuevo. Seokjin recordó que la comida que me hacía sentir bien, desde tiempos incontables, era el té de canela y pan tostado con cualquier tipo de jalea o mermelada.

Esperaba que mi corazón no temblara ante ese insignificante hecho pero, resulta que desde horas atrás, mi cabeza y corazón pensaban por separado, como si uno de ellos aún se mantuviera aferrado a la idea básica y romántica del amor y el otro deseara reservar sus pensamientos porque sabía que en cualquier momento, otra decepción aparecería en mi felicidad dejándome sin respuestas... Como dije, de nuevo.

Él apareció en el pequeño pasillo de la cocina, caminando a paso lento hacia mí y apagando las luces que dejaba a sus espaldas. Admirarlo sin detenimiento era una acción adherida a mi naturaleza así que, cuando fui capaz de procesar este hecho, dudé sobre cuántas veces me habré perdido en su caminar, en sus hombros, en las líneas perfectamente diseñadas de su rostro y en su cabello castaño que no hacía otra cosa mas que resaltar la belleza en cada una de sus facciones.

— Vomitaste casi hasta el cerebro, Hyemin. — Dijo. — Una aspirina no va a resolver eso.

Desperté del trance. A pesar del romanticismo, supongo que no podía dejar de ser tan... sensato. Mal día para serlo.

Curioso... No había pensado en más hipótesis a mis vómitos y desgaste a excepción de un embarazo. ¿Entonces qué era? No quise indagar más porque haber mencionado una infección crónica estomacal, hubiera roto con el aura pacífica del momento y de paso, me otorgaría un boleto seguro al hospital más cercano.

— Me conmueve demasiado tu tacto y sutileza.

— Fue lo que pasó...

Llegó hasta mí. Mis pupilas se posaron en su nariz porque no fui tan valiente como para verlo directamente a los ojos.

De alguna forma se las ingenió para tomar mi barbilla entre sus dedos índice y pulgar y, aunque ejercí cierta resistencia a encontrarme con él, como si mencionar el episodio vergonzoso en el baño de restaurante no hubiera sido suficiente, terminó subiendo mi rostro a la altura de su barbilla, dejando como resultado una exaltación sonora y progresiva adherida a mi pecho.

Seokjin sonrió a medias, entre queriendo soltar un comentario hilarante al respecto, pero también luchando contra su lado poco correcto para no sonrojarme más.

— Sí pero es asqueroso que lo menciones.

— Lo que menos me preocupa es el vómito, Hyemin. — Respondió. — Además, te besé después de eso.

Tuve que sorber té canela para tratar ocultar el rostro pero fue evidentemente inútil.

— Porque me lavé los dientes. ¿Lo hubieras hecho si no?

Otro silencio, otra sonrisa y más balbuceos de su parte que no terminaron en otra cosa mas que en una risita a discreción, de esas que salen de la garganta masculina y te azotan sobre tus rodillas, dejándote a la disposición de decir que sí a lo que sea que estuviera pensando.

— ¿Te sientes mejor ahora?

— Sí y no. — Musité tomando asiento en la cama, curiosa en su mayoría porque no tenía idea de cómo comportarme. ¿Le hacía un lugar a mi lado? ¿Esperaba en silencio hasta que se fuera? Jamás fue tan desgastante no poder entrar en sus pensamientos, por lo menos no tanto como esa noche. — Me duele todo el cuerpo, estoy muy cansada.

Pero él hizo las cosas un poco más sencillas al darle la vuelta a la cama y tomar su lugar de costumbre, aquel que estaba impregnado ya de su aroma y me atrevería a postar que acoplado a su forma.

— Creo que sigo temblando. — Terminó por aceptar tan pronto acomodó su espalda a la cabecera y cruzó los pies a lo largo del colchón. — No puedo creer que lo hice. No puedo creer que Jungkook me convenciera de hacerlo.

Tan pronto ese nombre terminó de hacer eco en mis oídos, aclaré mi garganta con más té, solo con el propósito de controlar, o quizás ocultar, cualquier reacción desconocida y potencialmente evidente por y hacia él.

Jungkook y yo no habíamos cruzado palabra alguna desde la noche del... beso.

Por más que intenté olvidarlo, la imagen de nuestros labios presionándose de la forma más suave y sutil posible, abordaba mi consciencia a cada momento de ocio.

Porque vamos, conocí a esa persona desde que tenía 15 años de edad, recuerdo que en sus primeros días de preparatoria solía medir solo unos centímetros más que yo ¿En qué momento había crecido lo suficiente como para besarme y que ese hecho no fuera tan incómodo como debería serlo? El asunto me avergonzaba tanto, que la idea de tocar el tema con Dani o encarar al propio Jungkook, me llevaba al extremo de negar la situación e imaginar esa escena como un simple sueño que jamás debió haber sucedido.

Y ahora, simplemente resultaba que Jungkook había interferido en la confesión — forzada — de Seokjin.

— ¿Puedo preguntar?

Él asintió en silencio, como si no tuviera opción a negarse.

— La noche de la fiesta... Bueno, fue él quien me dijo que te habías ido. — Dijo. — No sabía cómo volver a acercarme así que él dijo "Dile todo de una vez y acaba con esto. Ustedes me estresan mucho. ¡Humíllate si es necesario!" ¿Realmente tendrá en cuenta que soy mayor que él?

— ¿No te dijo nada más?

— ¿Cómo qué?

— Nada. — Respondí — Curiosidad. Esto es nuevo, no estoy acostumbrada a ser el centro de una conversación.

Seokjin guardó silencio, supongo que repasó brevemente la conversación con Jungkook para saber si había pasado un detalle por alto pero, cuando el tiempo de espera entre pausa y pausa terminó, sacudió su cabello y dio el tema por concluido.

Jungkook pasó a último término cuando nos quedamos sin palabras y gradualmente, me sentí sofocada al encontrarme en una habitación oscura a solas con él, donde el halo resplandeciente de la luna se colaba vaporosamente a través del tragaluz en el techo y ese pequeño resplandor era la única evidencia latente que me recordaba que todo eso, era muy real. Curioso, mil veces nos encontramos en una situación similar y jamás se sintió tan ajeno, tan nuevo y desconocido.

— Duerme.

Atrajo mi cabeza hacia su hombro. No contó con que mi cuerpo, y en sí cada músculo estuvieran rígidos y a la defensiva, entre luchando por relajarse hasta el punto máximo de vulnerabilidad y al mismo tiempo desconociendo cada mínimo tacto de su parte. Fue un trago amargo no ser capaz de disfrutar de él como lo planeé noche tras noche, durante los últimos años. Supongo que, por el silencio, sus manos torpes y la impaciencia reflejada en el movimiento pendular de sus rodillas, Seokjin se encontraba igual de perdido que yo pero para ese punto, estoy casi segura de que limitaba con recelo cada palabra por miedo a equivocarse sin tan siquiera saberlo.

— E- esto es... — Musité en medio del silencio, aclarando la garganta antes hablar. — ¿Cómo decirlo? Es-

— Incómodo, ya sé.

— No... Es solo que imaginé que sería distinto.

Y aunque sí era incómodo, aunque mi cuerpo no estaba preparado para un escenario donde cada uno era consciente de los sentimientos del otro, mi cabeza seguía recargada sobre su hombro, esperando que por arte de magia, poco a poca esa sensación de incertidumbre dejara lugar a una vieja versión de nosotros, a cuando podía compartir el mismo aire con Seokjin sin tener la necesidad de explicar la razón de mis manos sudorosas o el latido estridente detrás de mi pecho.

— ¿Prefieres que me vaya? — Le escuché sugerir, muy firme pero compasivamente. — Puedo llamar-

— No. — Interrumpí al instante porque, aunque no tenía ni la más mínima idea sobre cómo comportarme o qué paso seguía a estar solos, en medio de la oscuridad y compartiendo un mínimo espacio, la idea de verlo alejarse de nuevo, sofocó mi garganta. — Solo... quédate.

Pude sentir a Seokjin relajar los músculos de la espalda y finalmente, suspirando. Yo lo imité, pero la diferencia radicó en una exhalación más profunda y tambaleante, de aquellas que nacen en algún punto ciego y remoto del estómago y recorren colmando el tracto respiratorio para salir ruidosamente de entre los labios.

Cerré los ojos e imaginé cualquier otro escenario, cualquier escena no muy diferente a por fin alcanzar lo que tanto anhelaba pero sin la carga emocional de mi propio sabotaje nublando mi remota y esporádica felicidad.

Fue entonces cuando lo sentí. No recuerdo cuántos segundos o minutos habrá tardado pero, en algún punto, en medio de la oscuridad, suspendidos entre el silencio y el inquietante caos de la ciudad reflejado en un susurro tras las ventanas, con el halo de su perfume cobijando mi cuerpo y sus largos dedos dibujando infinitos sobre mi rodilla izquierda, me sentí genuinamente en paz con él, conmigo, con nosotros y lo que sea que fuéramos.

Mis párpados ardían, de hecho, gran parte de mi cuerpo lo hacía. Cada músculo estaba resentido y el silencio, el hecho de por primera vez escuchar a mi cuerpo, trajo consigo más dolor, más letargo y necesidad punzante por perderse en un largo, muy profundo sueño.

— Hay cosas que tengo que aclarar... — Susurró.

No entiendo la razón pero, conforme el cansancio aumentaba, la vergüenza y la incomodidad desaparecieron provocando que mis brazos se colaran por su cintura, terminando abrazada a él.

Justo como antes, como siempre.

— Hoy no.

— Ya te dije que no tienes que tener miedo.

¿Lo tenía? Claro, todo el tiempo, pero sencillamente no es algo que vas aceptando por la vida solo porque sí.

Pero, creo que más allá del miedo, me encontraba exhausta. Supongo que tantas emociones en un día habían colapsado hasta materializarse en mi cuerpo. No era capaz de mover los brazos cómodamente ya acoplados a su cuerpo y tampoco tenía la intención de gastar más energía para prestar atención a sus palabras e indiscutiblemente, poner a trabajar a mi cerebro evaluando mil respuestas certeras, correctas y maduras para ofrecerle.

Por lo menos no esa noche.

— No es eso. — Respondí sin ser capaz de abrir los ojos. — En verdad estoy cansada, mucho. Creo que en cualquier momento me voy a quedar dormida y yo—

— Y necesitas llevarme la contraria. — Rió. Yo asentí pausadamente... porque estaba en lo correcto. — Pero yo también necesito decir algunas cosas, Hye.

— Puedes encontrar un punto medio.

Balbuceé porque ya me encontraba más dormida que despierta. En absoluto ayudó el hecho de que Seokjin pasara lenta y rítmicamente sus largos dedos entre mi cabello.

Los segundos pasaron y, mientras el cansancio lograba manifestarse más en cada músculo de mi cuerpo, también imaginé que no habría respuesta de su parte, pero me equivoqué.

— Daekho.

Mis ojos de abrieron de golpe. No volteé bruscamente hacia él porque eso habría agregado drama innecesario... Aunque por unos segundos, sí lo pensé.

— ¿Quién? — Pregunté de nuevo, no porque no supiera de él sino porque creí no haber escuchado bien. ¿Por qué lo mencionaba?

— El tipo alto con músculos en los ojos del instituto.

Aunque mi sonrisa se extendía de punto a punto, no comprendo por qué temía a la explicación después de eso.

— Ah... — Suspiré. — Daekho. Sí. ¿Qué con él?

— Cuando los vi juntos en el centro comercial, lo supe.

— ¿Te refieres a esa tarde donde me presentaste a... ¿Cuál era su nombre?

Bueno, en realidad sí lo recordaba. Recordaba el nombre de las tres escasas novias o parejas que tuvo desde los 18 hasta los 24, solo que hacerme la desentendida respecto al nombre era la forma menos humillante de aceptar lo que sentía por él.

— ¿No se supone que estabas muy cansada como para hablar? — Protestó. Creo que lo hizo adrede. Yo solo pude reír en silencio, mientras imaginaba en cámara rápida lo que pudo suceder si Seokjin y yo hubiéramos sido honestos desde el principio.

— Hye... — Continuó. — La... la bolsa en tus manos esa tarde... No era para él ¿Verdad?

— Yo—

— ¡No respondas! — Interrumpió. Antes de eso, colocó la palma sobre mi boca y en consecuencia recibió una mordida sutil con mis labios. Sonrió, agitó la cabeza y limpió los restos de bálsamo labial de cereza contra mi brazo. — Es algo de lo que me avergüenzo haberme dado cuenta hace poco.

— Pasé todo el día preparando esa estúpida bolsa de San Valentín.

Se sintió bien decirlo por primera vez en seis años.

Reí solamente para no volver a llorar.

Y de pronto, imaginé a Hyemin de 17 años ocultando aquella bolsa de regalo detrás de ella, la cual extraña y muy repentinamente estaba dirigida a Daekho: la última persona con la que saldría en el mundo pero que entre todo el desastre que formé, solo por no quedarme atrás en esa competencia por ver quién podía continuar mejor sin el otro, resultó ser un increíble novio y alguien que alivió mi corazón por muchos años, o por lo menos hasta que el tiempo nos separó y un día decidimos terminar como amigos en lugar de desconocidos unidos por la costumbre.

Creo que el centro comercial fue testigo de mi primera decepción amorosa, creo que esa fue la primera vez que alguien rompió mi corazón y nunca imaginé que sería de esa forma durante los próximos seis años, solo anhelándolo desde mi silencio, arraigándome al pedestal inquebrantable de la mejor amiga por siempre.

Por esa razón, y por la evidente catástrofe que atravesaba mi mente, me era difícil aceptar o tan siquiera imaginar el hecho de que por fin, eso con lo que tanto soñé, estaba sucediendo. Seokjin no era la cura para el desastre emocional que emanaba por cada poro de mi cuerpo pero... Aunque suene poco revolucionario, aunque sé que no debió ser de esa forma y que primero debía hacer las pases conmigo misma, el simple acto de comenzar a poner fin a ese capítulo latentemente doloroso en mi vida, me cobijó. El abrazo de Seokjin en medio del silencio de mi habitación tenía un efecto cicatrizante, casi medicinal que por esas horas me hizo olvidar lo mal que la estaba pasando con mi cuerpo, con mi trabajo, con los pensamiento invasivos y lacerantes que me atacaban cada noche sobre mi futuro o mi existencia en sí.

Así que... antes de decepcionarme a mí misma por aceptar ser momentáneamente feliz a causa de un hombre, tomé en cuenta que a veces estaba bien no poder con todo por mi cuenta.

— ¿Hyemin? — Susurró.

Abrí los ojos de nuevo, suspiré e imaginé que no podría dormir tanto como lo deseaba.

— ¿Ahora qué?

— Lo siento.

— Está bien. Creo.

— ¿Hyemin?

— Duérmete y ya, Kim Seokjin.

— Te amo.

Parpadeé un par de veces antes de sonreír tímida y pausadamente, como si mi cerebro no estuviera totalmente en sintonía con mi corazón y para ambos, resultara difícil comprender el significado de una frase que estaba acostumbrada a escuchar salir de sus labios.

Creo que los latidos detrás de mi pecho eran tan irregulares, tenaces y sonoros, que el alboroto llegó hasta a sus oídos. Me cuesta trabajo incluso imaginar su rostro al notarlo pero de lo que sí estoy plenamente segura, es que su cuerpo se tensó esperando ansiosamente una respuesta.

— Gracias. — Musité.

¿Debí hacerlo mejor? Sí.

¿Me arrepiento? Probablemente.

¿Era capaz de pensar en otra cosa que no fuera aquel hormigueo abrumador y desesperante creciendo debajo de mi vientre? No, definitivamente no.

Esperé algunos segundos en silencio dejando casi todo a la deriva. Me encontraba pasmada, torpe y desequilibrada ante un hecho que no fui capaz de predecir... Ni es mis más remotos, sigilosos y recelosos sueños.

— ¿No vas a decirlo? — Sonrió. Seokjin estaba seguro de mi respuesta pero supongo que necesitaba escucharla. — Antes lo decías todo el tiempo.

— Ahora es distinto.

— No. O por lo menos para mí siempre ha tenido el mismo significado... Solo que no te dabas cuenta.

— ¿Es en serio, Seokjin? Ahora resulta que yo—

— Ok. — Interrumpió. Volvió a poner la palma de sus mano sobre mis labios pero esta vez no decidí morder su piel. — O fui lo suficientemente torpe, cobarde y conformista como para demostrártelo. ¿Mejor?

— Mucho mejor. — Reí en una frecuencia más alta, haciendo evidente que comenzaba a dejar atrás mi ansiedad momentánea y la incertidumbre por lo desconocido.

Comencé a jugar con sus dedos porque esa fue la única salida que hallé para desviar mi atención. Mi palma era mucho más pequeña que la suya y me pareció curioso, casi indignante, que jamás me haya atrevido a medirnos de esa forma. Me concentré en sus uñas pulcras y limpias, en la forma larga de sus falanges y en la distensión inquietante pero imponente de sus nudillos... Creo que nunca había prestado atención a esos detalles pero aun así, me pareció fascinante que su perfección estuviera incluso reflejada en las manos.

Mordí mi labio, sacudí la cabeza y juré estar completamente dispuesta a dormir.

O por lo menos lo estuve hasta que...

— Hyemin... De verdad te amo.

Aunque fue difícil encontrar el coraje necesario para levantar el rostro y verlo una vez más, terminó acaparando toda mi atención. El resplandor del tragaluz permitía delinear con exactitud sus facciones. Agradecí también, que esa misma oscuridad impidiera delatar el rubor creciente en mis mejillas, porque ardían, estaban a punto de explotar.

Estar tan cerca de sus labios implicaba una agobiante tortura que jamás se sintió tan real, tan punitiva y prohibida. Pero ¿Por qué? Ya era para mí, estaba ahí. ¿Era normal sentirse como adolescente atravesando el primer encuentro con su amor platónico? La única respuesta que atribuyo es que tal vez, jamás dejé atrás esa versión de mí.

La percepción en mi cabeza iba desde el caos hasta la calma impasible, todo al mismo tiempo mientras luchaba contra esa sed al fondo de mi garganta, exigiéndome guardar solo unos días más de compostura, cordura y hasta llegué a pensar, respeto por mí misma.

Y sin embargo fue imposible.

Creo que fui yo quien rompió con la misma barrera que intenté forjar minutos antes.

Sellé sus labios contra los míos porque fue la única manera que hallé para adormecer ese hormigueo cruel naciendo solo unos centímetros más abajo de mi vientre. Era como si mis huesos ardieran, como si rotaran sobre su eje para acondicionarse a su cuerpo.

Jamás, con absolutamente nadie, sentí tanta seguridad para tomar el dominio del juego. Mi impaciencia fue tanta, que no recuerdo el momento en el que ya me encontraba sobre su regazo, con mis rodillas ejerciendo presión a los costados de sus muslos a la par que sus brazos rodeaban mi cintura atrayéndome hacia él, con necesidad torpe y brusca.

Por supuesto, mis labios temblaban, creo que cada milímetro de mí lo hacía. Pero la necesidad de saciar cada cosquilleo punzante a lo largo de mi cuerpo crecía conforme su respiración entrecortada vulneraba el silencio en la habitación. Después de cada beso, recuerdo posar mis manos sobre sus hombros y detener mis labios en los suyos, solo para sonreír y preguntarme cómo carajo había reunido fuerzas articular mi pelvis a la línea de su cadera y solo... esperar a que sucediera.

Sus dedos recorriendo cada milímetro de mi espalda, marcaban rítmicamente un cosquilleo estimulante que me orillaba al punto máximo del sometimiento. Mi consciente estaba suspendido entre el calor de su cuerpo y los latidos frenéticos que retumbaban a través de la piel de su pecho, anticipándome a una pérdida total y completa del control si no lo detenía. Sabía que no era el momento adecuado pero, cuando recordé aquel cólico agobiante e insaciable emergiendo de entre mis muslos temblorosos, el juicio que había tratado de construir segundos antes desapareció tajantemente, como si no pudiera esperar ni un momento más sin colmarme de él.

Quisiera que toda persona pudiera ser capaz de sentirlo, de experimentar a lujo de detalle ese estado de abatimiento y suspensión total cuando el cuerpo no tolera más oxitocina brotando del cerebro, de ese fascinante momento entre la demencia fugaz y la cordura luchando por cuál de las dos dominará tu cuerpo.

Como una señal primitiva y espontánea de autocontrol, mordí sutilmente su labio inferior.

Él hizo una pausa, me observó fascinado y desorientado, volviendo a besarme.

— Siempre quise hacer eso. — Susurré mientras reía.

Se las arregló para colocar las palmas por debajo de mis muslos e intercambiar totalmente el punto de dominio. Me sentí sofocada, casi acorralada cuando noté que mis pantorrillas rodeaban su espalda baja y sorprendentemente, luchaban para atraerlo a mí una vez más.

La extensión de su mano, de punta a punta, fue suficiente para someter mis muñecas y llevarlas por arriba de mi cabeza, sobre el colchón. Tardé un par de segundos en entender que ahora mi tronco estaba a su completa disposición y cada milímetro de piel vigorizada, realmente imploraba por ello.

Me abordó con otro beso húmedo, abrumador y exasperado. Creo que era más de lo que mi cuerpo estaba programado a sobrellevar porque, en cuestión de segundos, durante esa lucha embriagante de latidos, músculos dilatando cada hebra de sí y suspiros atormentados, un quejido sonoro y complacido brotó desde la base de mi garganta fusionándose con su intimidante y repentino jadeo.

No fue como la primera vez, en lo absoluto.

Cada parte de mi cuerpo, piel y huesos se encontraban adormecidos ante un frenesí exquisito e inquietante del cual poco a poco, me volví dependiente.

Y cuando desperté, Seokjin no estaba ahí.

A la par que mis ojos procuraban acoplarse a los telones de luz colándose por la ventana, temiendo que todo fuera un sueño, estiré lentamente la espalda, escuchando cada vértebra entumecida chasquear como si se tratara de un cobarde intento por postergar la realidad que me aguadara.

Pero lo que me confirmó que nada había sido un delirio, fue el halo de su perfume impregnado en mi almohada, la taza de té sin terminar y el hecho de que mi cuerpo se encontraba resentido bajo una mezquina capa de ardor curiosamente disfrutable.

Permanecí en silencio durante los próximos diez minutos; supongo que una parte de mí aun esperaba encontrarlo saliendo de tomar un baño o dormitando en el pequeño sofá de la sala frente a la televisión encendida, en el canal de noticias. Sin embargo no fue así. ¿No se supone debí esperar algo parecido? Quiero pensar que mis expectativas seguían creciendo y al mismo tiempo, era incapaz asimilar lo que estaba pasando.

Hice las sábanas de lado y, como si mis piernas estuvieran forjadas de hierro y no fueran víctimas de un entorpecimiento doloroso, caminé hasta el pie de mi cama, esperando encontrar mi bolso. Tenía toda la intención de enviar un texto inquisitivo exigiendo respuestas pero, al cruzar la cocina, justo antes de beber jugo de naranja directamente del cartón, un montón de notificaciones corridas abordaron mi celular al punto de hacerme dudar si se trataría de Minyoung preguntándome qué foto subir a Instagram esa mañana o posiblemente Hyosuk, con sus cientos de fotografías matutinas en arrecifes o de alguna expedición a la bahía de Victory Bright.

Tardé en desbloquear la pantalla porque ya de por sí, la previsualización de los mensajes provocó en mi pecho, cierta inquietud mezclada con pánico y euforia... En pocas palabras, volví a sentirme de 17 años.

Seokjin

Estira el cuerpo ante de ducharte y vuelve a escuchar música mientras lo haces.

Te gustaba Paramore en la universidad ¿No?

Estoy escuchando "Decode".

Por tu culpa Jungkook la escuchó tres meses seguidos.

Ahora escucho a Katy Perry. Creo tu favorita es Part Of Me.

¿Aun no despiertas?

Hye...

¿Hye?

Seo Hyemin...

Respira profundo cuando no soportes a tu jefa.

Toma agua.

Resiste un poco más. Trabajaré mucho para que no tengas que ver a Minyoung nunca más.

Lamento haberme ido así.

Lo compensaré...

Creo.

Y te amo.

08:10 am


Contesté un mensaje a la vez, siendo cautelosa para no descuidar ni uno de ellos porque todo se sentía nuevo, emocionante y muy incierto. Gran parte de mí se encontraba aterrorizada ante el hecho de poder dar un paso en falso provocando que todo se fuera al carajo. Pero resulta que duró más ese miedo que la facilidad con la que Seokjin se adaptó a este nuevo concepto sobre nosotros. Los mensajes, la atención y ese insistente interés en mí y en todo lo que me rodeaba, eran justamente igual que en el pasado pero... él se encargó de darle ese toque sutil, esa entonación suave, enternecida y fascinante que logró iluminar incluso hasta el día que amenazó ser oscuro.

Lo que restaba de la semana transcurrió más rápido de lo que imaginé. No volví a ver a Seokjin pero creo que realmente se comprometió con su papel enviándome mensajes de texto cada que su agenda lo permitía y la mayoría de las noches, incluso si arrastraba los pies a la cama sin siquiera haber retirado el maquillaje en sus mejillas, llamaba para saber sobre mi día, preguntando si es que estaba comiendo bien.

Sinceramente, yo no podría haberlo hecho mejor.

Hubo días buenos y también había otros donde seguía sin soportarme a mí misma.

Podría describir aquel estado como una montaña rusa súbita y cruel de pensamientos, sentimientos y acciones que manifestaban todo lo contrario a lo que proclamaba cada mañana al despertar, proponiéndome dar un paso a la vez en una búsqueda incierta a cambio de sanidad mental. Estoy segura de que Seokjin no era la llave de salida ni la solución completa al infinito martirio que atravesaba mi mente pero, logró hacerme sentir mejor. Creo que gracias a él, poco a poco, comencé a sonreír de nuevo y, hasta donde sé, ese simple acto ya era un gran paso.

O por lo menos mi tranquilidad duró hasta que una noche, revisando mi suministro de artículos de higiene, noté que la bolsa de compresas menstruales estaba intacta desde hace meses.

Sí, lo había postergado demasiado y en mi defensa, si es que la hay, el posible resultado me aterrorizaba en cantidades demenciales.

Veamos...

Siempre fui una persona con problemas de salud. En todos los sentidos. De hecho, no recuerdo un solo año en el que no tuviera que preocuparme por una nueva afección. ¿Sabían en que el mundo, solo el 1% de la población tiene 4 raíces en los molares? ¡Adivinen qué Hyemin forma parte de ese 1%! Dermatitis. Rinitis crónica. Bajas defensas. Depresión. Ansiedad. Y aquello que siempre preocupó a mis padres más que cualquier cosa: Un síndrome de ovario poliquístico a temprana edad que no nos dejó mayor experiencia qué haber recorrido cada doctor de Seúl hasta encontrarnos con alguien que pudo hallar una solución alterna a esas pastillas anticonceptivas que me provocaron acné por muchos años y arrastraron las migrañas hasta el extremo de visitar al neurólogo tres veces mes.

No tuve otra opción más que pedir la mañana libre a Minyoung y visitar a esa persona que, era 100% seguro, extendería el más profundo reclamo hacia mi total falta de interés por mi propia vida.

Siempre han gustado los hospitales.

Tal vez es el efecto del ambiente antiséptico o la pulcritud con la que cada pasillo es periódicamente esterilizado, pero de lo que estoy segura, es que desde pequeña siento gran admiración por las personas brillantes que hay detrás de cada puerta de consultorio; los médicos trabajan con personas y en ellos recae la enorme responsabilidad de una vida humana. Si me preguntan, aunque no me considero un genio, pero tampoco una idiota, mi cuerpo simplemente no podría soportar tanta presión. Tal vez suena a la excusa que da cualquier persona que no pudo ingresar a la facultad de medicina para justificar su falta de aptitudes a la carrera, pero mi caso es muy real: Me desmayé tras ver una 'simple' laparoscopia en video.

Hasta ese momento, sentada en la sala de espera del consultorio de Ginecología y Obstetricia, junto a una mujer con vientre prominente y junto a otra chica a la que le calculé una edad no muy lejana a la de Tami, jamás había pensado que hay personas con el cerebro y valentía suficientes para ingresar a tu cuerpo y no sé ¿Salvarte la vida?

En fin, estaba divagando demasiado.

Suelo divagar para no enfrentar posibles realidades y resultados.

Y es que el tiempo en esa sala avanzaba muy lento. Por primera vez, no fui capaz de disfrutar el olor a desinfectante aroma a pino ventilando los pasillos, ni el tecleo constante de las computadoras desde la estación de enfermeras; esa mañana, me perdí de cada uno de los detalles que hacían de los hospitales mis lugares preferidos. Mis piernas temblaban pero no era resultado de los nervios y a como la experiencia me había enseñado, contraía el piso pélvico para contener mis demenciales ganas por ir al baño. Tenía un 1 litro de agua en mi vejiga, tres llamadas perdidas de Seokjin en el teléfono — y contando—, y la ansiedad constante de no llegar a tiempo a la oficina antes del mediodía.

— Seo Hye Min. — Escuché mi nombre enunciarse al fondo del pasillo. Las otras dos personas esperando en la sala se vieron entre sí esperando que la dueña del nombre apareciera pero resulta que yo me encontraba suspendida en un limbo de dudas, cuestionamientos y todas las opciones que tenía a mi alcance, desde a hasta la z. — ¿Seo Hye Min?

Cuando la enfermera pronunció mi nombre por tercera vez, sacudí la cabeza, apagué el celular mientras la cuarta llamada de Seokjin perdía su curso y me levanté preguntándome si ese ligero mareo de milésimas de segundo atrás fue causa de la resaca o por el hecho de no haber podido probar un solo bocado en los últimos dos días.

— Yo. — Alcé la mano en el aire, como si fuera niña en el pase de lista durante el jardín de infantes.

Cuando llegué hasta la enfermera y pidió subirme a la báscula, preferí desviar la vista al letrero que enseñaba cómo lavar las manos adecuadamente y bloquear mi atención con cualquier dato irrelevante sobre el caso pendiente que se me había sido asignado en la oficina. Cuando terminó, la enfermera rectificó en voz alta mi peso y altura pero, una vez más, decidí no escucharla.

Después, de tomar mi presión y temperatura, me indicó el camino hacia el consultorio 2 y esperé ahí en silencio, plasmando mis huellas digitales en el escritorio de cristal y analizando a detalle la maqueta en el librero que ejemplificaba el tamaño de un bebé durante las etapas del embarazo.

Fue muy gracioso enfrentar ese consultorio totalmente sola.

Recuerdo que a los 18 años, aún me ruborizaba al pedir condones en la farmacia y a los 21 me costaba pedir en voz alta una prueba de embarazo. A los 22, mi madre seguía entrando conmigo a consulta ginecológica y no es que ella fuera una persona posesiva y hambrienta por controlar cada aspecto de mí, pasa que yo se lo pedía porque toda mi vida fui una chica sobreprotegida por padres amorosos y eso me arrastró a una adultez llena de inseguridades. Incluso pedir una pizza o indicaciones me causaba conflicto y los primeros meses de independencia me aterraba salir sola.

En fin. Era la primera vez que visitaba a la Dra. Um por mi cuenta y curiosamente eso me hizo sentir vulnerable. Siempre tenía a mamá al lado para hacerse de oídos sordos cuando la doctora me preguntaba sobre el comienzo de mi vida sexual; recuerdo que giraba el torso al lado contrario y limpiaba sus uñas con desinterés, como si ese acto le fuese a tapar los oídos y esa información sobre mí "fuera inexistente".

— Hace tiempo no te veía, Hye. — Sonrió la Dra. Um, una mujer muy alta y delgada cuyos rasgos nítidos y afilados podrían hacerla ver como una persona intimidante de ciencia pero en realidad, era tan dulce como un rollo de canela glaseado con azúcar. — ¿Cómo estás?

Tardé unos segundos en centrar mi atención hacia sus finos labios rojos y darme cuenta de que la consulta ya había comenzado; me encontraba en el mismo estado constante de aturdimiento que te generan la ansiedad y terror constante presionando tu pecho. Era como si quisiera salir pronto de ese lugar pero un azoramiento sigiloso cincelaba mi cuerpo permitiéndome limitadas acciones que no iban más allá de pestañear, morder mis labios y respirar solo porque estaba condicionada a ello.

— ¿No has considerado que, a falta de educación, la gente suele venir únicamente cuando hay algo malo en ellos? — Comencé. Me sentí mal por no saludar, sonreír o tan siquiera erguir mi espalda por mero respeto, pero la nula energía en mis extremidades y ese cansancio infernal que sofocaba mi garganta, no me permitía más.

— ¿Perdón? — La Dra. Um abanicó sus pestañas antes de subir la mirada por el borde superior de su computadora portátil y rebuscar en la habitación en busca de una respuesta.

— Creo que la respuesta que todos deberían dar es: He estado mejor. — Dije. — Si alguien te dice que bien, está mintiendo. Nadie viene al primer malestar. Preferimos buscar en Google los síntomas, auto diagnosticarnos cáncer, nos despedimos de este mundo y cuando finalmente decidimos visitar un doctor, nos dicen que es una simple anemia.

Um me vio crecer desde los 14 años, desde mi primera menstruación. A los 16 fui diagnosticada con Síndrome de Ovario Poliquístico y eso me dio un pase directo a su consultorio por lo menos tres veces al año. Así que sí, Sandra Um era perfectamente capaz de reconocer mis cambios de humor, mis facetas más brillantes y también las más oscuras, casi como una tía, hermana o madre.

Supe que obtuve toda su atención bajó el sonido de la música, acomodó el cuello de su bata blanca y entrelazó sus largos dedos como un soporte bajo su barbilla.

— ¿Y cuál es tu diagnóstico, Hye?

Google dice que tengo cáncer de próstata.

— Bueno, tú y yo sabemos que no tienes cáncer de próstata. — Sonrió, tal vez preguntándose si mi edad mental iba acorde a la física. — Entonces reformulo mi pregunta. ¿Cómo te sientes?

— En estos momentos estoy deseando que mi cáncer de próstata sea una simple anemia o de preferencia una resaca que ya me duró 2 semanas.

Ni siquiera había terminado de procesar toda esa información cuando un escalofrío recorrió mi espalda recordándome los eternos minutos que pasé de rodillas sobre el piso de mi baño aferrada al inodoro, prometiéndome una y otra vez no volver a tomar de la forma en lo que lo hice en la fiesta de Año Nuevo e intentando entender por qué carajo había vuelto a ilusionarme con Seokjin si siempre era lo mismo. Realmente, fue una imagen muy lamentable que llegó justo cuando pensé que no podría sorprenderme más.

Um frunció los labios quizá pensando en algunas palabras de aliento que podría darme tras ser su paciente por años pero, la misma exigencia y rigidez de su ramo, la llevaron a carraspear la garganta y volver inmediatamente a su computadora.

— Entonces ¿Comenzamos? — Musitó atenta a la pantalla. — ¿Edad?

Mi imprudencia me llevó a pensar que lógicamente la Dra. Um tendría mi expediente médico completo en su sistema, porque como dije, probablemente sabía más de mí que yo misma. No obstante, el impulso por divagar y prologar lo más posible cualquier resultado, me llevó a asentir y colaborar sumisamente desde mi asiento.

— 23.

— ¿A qué edad comenzó tu vida sexual?

Vamos, ella lo sabía. Seguro lo tenía anotado ahí, en alguna parte. Recuerdo que, al tener a un hombre como mejor amigo, aunque hoy en día me daría igual el género, en aquellos años me avergonzaba contar algo tan personal. El inicio de mi vida sexual no se hizo público en un círculo íntimo de amigas como ocurre con la mayoría de las mujeres y en su lugar, ese acontecimiento fue descrito —casi— a detalle en el consultorio de Sandra Um, cuando mi madre buscó una excusa para ir al baño y así evitar escucharme.

— 16 — Respondí.

Fue bastante decepcionante.

Con el paso del tiempo he olvidado detalles pero lo que jamás se borrará de mi mente es verme reflejada en el espejo del armario del cuarto de su padre. Él estaba encima de mí, empujándose a destiempo y yo no era capaz de sentir mucho, casi nada. Me encontraba más excitada por la idea errónea y carnal del sexo que por el propio chico. No tuve un orgasmo y ni siquiera cambiamos de posición. Cuando terminó, se quedó dormido a mi lado, yo esperé despierta con la vista clavada al techo y cuando despertó, pensé "Lo haremos otra vez, seguro"...Pero no, el chico tenía una fiesta a la cual asistir así que dijo "Vámonos". Nos vestimos, bajamos juntos del edificio, en el camino me preguntó si me había gustado, yo le respondí que era un dios sexual y cuando llegamos a la entrada de la estación del metro, nos despedimos con un beso en la mejilla. Su caballerosidad fue tan grande, que me dio la mitad del precio para una pastilla de emergencia. Y yo me quedé ahí, preguntándome cómo carajo regresaría a casa porque no sabía usar el transporte público más que para ir de casa a la escuela y de regreso. Tardé 3 horas en regresar y si ahora hago un cálculo aproximado, la distancia entre aquel edificio y nuestro antiguo hogar, era de 15 minutos.

Nunca se lo conté a alguien porque no lo consideré relevante.

¿La primera vez de alguien no debería ser memorable?

Supongo que no. Creo que no. De hecho, la pornografía, las novelas eróticas y demás propaganda misógina y capitalista nos ha implantado el hecho sexual como algo onírico.

En fin...

Debido a que no usamos condón, aquella pastilla de emergencia hizo explosión en mi cuerpo tumbándome en cama durante el fin de semana. Y además, era mi primera vez: el suave sangrado en mi ropa interior fue algo que jamás experimenté y en consecuencia, pensaba que su gran, potente, viril y letal órgano reproductor de 10 centímetros – o menos- me podría haber dejado embarazada.

Fue la primera vez que presencié tanto terror.

—¿Número de parejas sexuales?

— ¿No tienes un historial?

— No vienes desde hace un año. — Respondió bajando un poco las gafas de pasta negra hasta su tabique tenuemente aguileño. — Muchas cosas pudieron suceder.

Y tenía mucha razón.

Chasqué la lengua no por molestia, sino como una acción involuntaria en respuesta a un número creciente del que no me había percatado.

— A ver. — Balbuceé fijando la vista en un punto inespecífico de su escritorio. — Espera... Vine antes del tipo de aquel bar ¿No? Eso es seguro. Después fue ese guitarrista con complejo de Julián Casablancas, el abogado que conocí en la corte, mi vecino que ya se mudó...

—Hye, solo quiero saber el número. — Musitó. — ¿Te cuidaste?

Más él...

— Son 13. — Mis labios se detuvieron cuando estaba a punto de asegurar un "sí". — En todas excepto una ocasión.

Bueno... dos.

Ella pareció no darle importancia; la Dra. Um estaba demasiado ocupada actualizando mi expediente médico como para notar que mi rostro y lenguaje corporal relataban el terror que sentía mi adolescente interna.

— ¿Enfermedades de transmisión sexual como sífilis, gonorrea, papiloma, VIH?

— No. Espero que no. ¿Puedes hacer un examen?

— Claro. ¿Abortos inducidos, espontáneos?

— No.

A la par que sus preguntas avanzan, mis ojos también buscaban refugio lejos de su rostro. Tal vez, la razón es que nunca he sido capaz de sostenerle la mirada a alguien y, el hecho de que las personas me observen detenidamente arrugando el entrecejo, me genera la más pura, irracional y desmedida incomodidad.

Con ese cuestionario, soy consciente de que Um intentaba procesar la información y llegar a la razón de mi visita sin quiera preguntarme pero, al final se dio por vencida. De un momento a otro, el sonido del teclado paró y, como si se tratara de una acción para invitarme a soltar el problema de tajo, llevó sus largos dedos hasta la taza grabada con el escudo de la Universidad Nacional de Seúl sobre su escritorio y dio un pequeño pero estrepitoso sorbo al café, dejando una huella de sus labios catalogable como indicio latente sobre el borde blanco de la cerámica.

Sí, así de lento pasaba el tiempo.

— No he tenido el periodo. — Dije.

Sandra Um asintió en silencio.

Curioso. Desde años atrás me había acostumbrado a explicar una amenorrea sabiendo que el mundo se compadecería de mí pero en ese momento, el simple hecho de procesar esa idea, erizaba la piel de mi nuca extendiendo ese frío malestar hasta el vientre bajo.

— ¿Estamos en tratamiento? Recuérdame que-

Myoinositol, ácido fólico y ejercicio. — Asentí. — No he sido constante con ninguno.

Ella frunció los labios reprimiendo un sermón que seguro iría más allá de la relación médico—paciente. Yo me removí en el asiento mientras cuestionaba una y otra vez la causa de mi desidia.

Después de más preguntas con respuestas evidentes y algunos exámenes de exploración que me recordaron lo bochornoso que es ir al ginecólogo, la Dra. Um me sorprendió solicitando pruebas en sangre que solo lograron desvirtuar —por completo— mi ya exhausta vejiga con un litro de agua removiéndose en ella.

Pasé los últimos 45 minutos en la sala de espera, respondiendo correos electrónicos desde mi celular sin realmente prestar completa atención a cada uno de ellos y en su lugar, alterné mis búsquedas entre hospitales oncológicos y cirujanos certificados en histerectomías, fatalizando anticipadamente cualquier escenario. Todo empeoró cuando aquella enfermera volvió a recitar mi nombre en voz baja. Esta vez, la mujer tenía un sobre color blanco entre sus manos y lo entregó en completo silencio a Um, en cuanto cruzamos el umbral de su consulta.

Mientras acondicionaba mi columna al respaldo de la silla, evité encontrarme con ella y su mirada severa. Sé que eso no cambiaría el resultado que fuera pero, inconscientemente, la evitación es mi mecanismo de defensa predilecto para alejarme de la realidad por tan solo unos breves segundos antes del desastre... si es que lo había, claro.

— Hyemin, tu nivel de gonadotropina-

¿En qué momento se me ocurrió pensar que probablemente no habría un desastre?

Ni siquiera permití que Um terminara la oración porque al instante, mientras ella relamía sus labios y muy probablemente buscaba la forma más sutil y piadosa posible para explicar los resultados, yo chasqueé la lengua emitiendo un gruñido colérico desde el fondo de mi garganta. Todo esto mientras frotaba mis párpados cansados con insistencia y exploraba el plan a, el plan b, el plan c y así hasta la z.

Um no comenzó explicando los escasos rangos rojos a un extremo de la hoja, ni siquiera contempló la glucosa o mi concentración de hierro en sangre quizá. No. La Dra. Um fue directamente a los niveles de gonadotropina en mí y eso solo podía significar una cosa.

Quizá fue mi necesidad por dramatizar todo, quizá fue una reacción espontánea y fidedigna, en realidad no lo sé. Todo lo que recuerdo es que mi corazón experimento una ligera arritmia que se intensificó en cuanto me percibí completamente con la mente en blanco, alarmada y temerosa ante algo que me era difícil creer. Por unos segundos, dejé de respirar. Limité mis acciones vitales a existir con el poco oxígeno que sobraba en los pulmones.

Y cuando no pude más y corroboré que no estaba viviendo una pesadilla, regresé a Um.

— Lo siento. — Pestañeé.— Continua.

— 120000 mUI. — Leyó. — Eso aproximadamente unas 8 semanas.

Um intentó leer mi rostro, evidentemente sin éxito alguno. En esos segundos de silencio, vacilé un montón de veces antes de intentar hablar pero la incapacidad previa para pensar, se extendió hasta el procesamiento y uso de palabras.

Inflé las mejillas, busqué algún detalle irrelevante alrededor para perder tiempo y terminé regresando la mirada al escritorio, cuando el cólico frío y desesperante subiendo desde las plantas de los pies hasta el pecho, me provocó arrojar una primera pregunta.

— ¿Por qué la prueba en casa fue negativa?

— Pueden fallar. — Respondió al instante. — ¿A qué hora la hiciste?

— 9 o 10 de la noche.

— Quizá fue la cantidad de hormonas, caducidad... Los falsos negativos frecuentes, y más en mujeres con tu caso. — Hizo una pausa. Dejó los papeles de lado y, como una muestra sutil maternal, sonrió hacia mí y con la mirada me hizo saber que la nostalgia la había invadido. — Felicidades, Hye. ¿Quieres verlo? Ordenaré una ecogra—

— No. — Interrumpí sin dejar un segundo al aire. — Yo... Tengo disponible el miércoles de la próxima semana. He escuchado que sales el mismo día.

La mujer frente a mí acomodó el cuello de su bata blanca y, como si las paredes tuvieran oídos, suavizó la voz al punto en el que la conversación parecía más una confesión que una consulta.

— Hye, hay otras opciones. — Contestó. — Tal vez necesitas tiempo explorar terapia, un grupo de asistencia social, adopción, consultarlo con el padre...

Pero mi mente había dejado de funcionar minutos atrás. Mis oídos procesaban cada estímulo alrededor pero en realidad no era capaz de entenderlos. Creo que mi talón derecho comenzó a balancearse de forma compulsiva de lado a lado pero no lo noté hasta que Um echó una mirada rápida por debajo del escritorio y después arqueó una ceja, quizá preguntándose si mi juicio era plenamente capaz de tomar una decisión tan repentina.

Entonces supe que debía controlarme.

— A las 10:00 am me quedaría bien. Tengo una audiencia en el juzgado central a la 1:00 pm. Alcanzo a llegar ¿No?

— No es tan sencillo. Aquí no hacemos-

— O jueves por la noche. — Continué. — Soy una mujer joven, sexualmente madura y desarrollada cuya condición me hace potencialmente candidata a un embarazo ectópico... Razón que puede poner en peligro mi salud, incluso mi vida. Eso es suficiente para tu justificación médica. ¿No lo crees?

— Hay mujeres que van prisión.

— Y yo las saco todo el tiempo.

Sostuve su mirada por algunos segundos más para dejar como precedente la veracidad y la seguridad en mis palabras.

¿Tenía razón? Por supuesto que, legalmente estaba muy lejos de encontrar una justificación médica y ella lo sabía pero, pensé que por lo menos esa tenacidad voluntaria terminaría por convencerla.

No pestañeé. Esta vez opté por no desviar la mirada y al final, supongo que funcionó.

— Haz la cita en recepción. — Dijo. Yo pude relajar los hombros y al mismo tiempo, mientras intentaba aparentar que el hecho de que mi doctora de siempre estaba accediendo a ayudarme a abortar, no era incómodo, me levanté del asiento con toda la intención de salir rápidamente hasta cualquier lugar tan ruidoso, tan sofocante, que me fuera imposible hasta escuchar mis propios pensamientos. — Dale esto a la enfermera, ella sabrá.

Um extendió una pequeña ficha de madera desgastada hacia mí.

— Gracias.

Pero, antes de tomarla, la regresó entre sus propios dedos solo para añadir una advertencia.

— Hyemin... Estas cosas son difíciles, aunque no lo parezcan. — Musitó con severidad. — Necesito saber que eres consciente de esto. ¿Estás bien? Nadie... Toma una decisión así tan rápido.

Atravesaba un cuadro crónico de distimia aguda, posiblemente ansiedad. Más allá de los síntomas, desde tiempo atrás solía vomitar todo lo que ingería, verme al espejo era una verdadera tortura y tal vez padecía dismorfia corporal. Sobrevivía en una disociación constante y últimamente me sentía tan mal que no toleraba el hecho de que mi estabilidad dependiera de alguien, pero lo aceptaba como anclaje o incluso una forma de seguir adelante.

Era patética.

Yo era un desastre.

¿Qué si estaba bien?

— No, no estoy bien, pero soy consciente de esto. ¿Crees que en nueve meses voy a poder arreglar este desastre que soy ahora y ser la mejor mami del mundo?

— Podrías trabajar por ello.

Estaba cruzando la línea.

Volví a tomar asiento y, aferrada a mi primera y única opción, suspiré, recargué la cabeza en el respaldo y decidí hablar con Sandra como si se tratara de mi propia madre.

— Creo que la reacción de una buena madre, después claro de la alegría, sería hacer una proyección a futuro. — Musité. Um subió la vista hacia mí e intentó no interrumpir a cada segundo. — ¿Cuánto habrá que remodelar la casa? ¿De qué color será la cuna? ¿Debería comprar un auto más grande? ¿Qué clases extra tomará? ¿inglés o piano? Incluso es válido alarmarse por el precio de los pañales, fórmula o médicos. Pero yo... Um el único pensamiento que tengo en la mente en estos momentos, es sumamente egoísta porque me estoy cagando de miedo. Tal vez sí, podría ser una buena madre...Pero no así, no ahora y lo cierto es que no brota de mi pecho esa maternidad milagrosa que me haga querer descubrirlo. No quiero y eso debería ser suficiente.

— Asegúrate de venir con alguien.



***


Chikeeeeees regresé. 

Me tardé porque originalmente este capitulo tenía como 21000 palabras pero, pensandolo bien, si sigo haciéndolos así, se nos acaba la historia como en 3 capítulos más. Sé que a muchas les gustan los capítulos largos pero nos dejaré, lo que considero medianos, para que sea más largo y el tiempo de espera entre cap y cap no sea taaaaan largo. 

Ahora sí. 

¿Qué opinaaaaaan? 

La canción ahhhhh la canción ahhhhh la canción. 

Aquí intenté meterme al lado nasty de los fics pero la verdad es que no me sale como me gustaría porque no quiero ser explícita. Ojalá les guste y no me funen. <3 

Muero porque lean la parte de Jungkook. 

Yo las tkmmmmmmm. Agradezco con todo mi corazón sus comentarios y votos. Todo eso me ayuda ser más visible y motivarme a escribir. 


Eli. 

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