Sparks
Durante dos semanas después de la fiesta de año nuevo, evité los mensajes y llamadas de Seokjin.
Tal vez necesitaba mayor justificación que solo estar furiosa con él pero, me bastó leer de forma fugaz un mensaje de texto invitándome a cenar brochetas de queso y arroz para saber que debía mantener distancia porque... la historia siempre era la misma, el resultado predecible y a decir verdad, comenzaba a cansarme de caminar en círculos persiguiendo respuestas, acciones y atribuciones que tal vez jamás llegarían.
Era frustrante detenerme a ver cómo pretendía dejar a un lado la promesa que hizo y simplemente seguir adelante, como si nada hubiera pasado. ¿Qué pasó con aquel "Todo va a cambiar"? Lo que más me enfureció, fue esa persistencia en omitir el hecho de no sostener su palabra. No era ningún idiota, era consciente de que probablemente estaría molesta por lo que hizo en Año Nuevo y buscarme para hacer nada juntos, era su forma sumisa de cargar con las consecuencias.
Sin embargo, esta vez no pudo predecir que me encontraba en el abismo más profundo, sofocante y sigiloso de toda mi vida y lo cierto es que no me atrevería a adjudicar este hoyo emocional a alguna situación en específico. Un día, simplemente pasó o quizás era una bola de nieve que se tornó imparable en algún momento, y no supe cómo detenerla.
Dormía poco más de tres horas diarias y despertar fue casi un martirio. Poco a poco, perdí la intención y el completo interés por arreglarme, combinar la poca ropa que me quedaba y la comida, de nuevo, se convirtió en mi peor enemigo. Me aterraba limitar mis acciones diarias porque eso significaba completo silencio y el silencio, ansiedad. Entonces comía cualquier cosa que pudiera hacerme sentir bien y después corría al inodoro buscando en arcadas, alivio a esa culpa. Terminaba llorando por media hora en el piso del baño, preguntándome cuándo realmente vería un poco de luz al final de la tortura que significaba tan siquiera, respirar. No era capaz de sentir mi rostro, la piel o mis latidos. Era como si alguien hubiera inyectado una gran cantidad de anestesia local debajo de la capa más expuesta de mi cuerpo y tuviera que vivir de eso modo: adormecida, distante y vacía, sabiendo que me pudría poco a poco y aun así, no tenía la intención de cambiarlo o tan siquiera evitarlo.
Seokjin no era el problema, pero el simple hecho de su existencia, tampoco ayudaba. No ayudaba que fuera ambiguo, a veces cálido, amable y considerado... Y a veces, un completo idiota sin un gramo de responsabilidad afectiva o tan siquiera consideración por mí. Fue un hecho bastante desafortunado porque meses atrás, Jin por lo menos era mi amigo, mi mejor amigo. Él era la persona a que podía recurrir cuando sentía que el mundo se derrumbaba; sabía que al llegar a su casa cocinaría para mí e iríamos a su habitación a dormir o a escuchar música sin tener un tema específico con el cual justificarnos. Se podría decir que él era un pequeño anclaje que me recordaba las cosas buenas que tenía mi vida y el problema es que, ahora que no estaba, no tenía idea de cómo vivir sin ello.
De lunes a viernes, la misma rutina de despertar, alistarme para ir a trabajar y simplemente seguir viviendo sin alguna motivación, tan siquiera para resistir al día siguiente, estaba acabando conmigo. Lo peor de todo, era que ese dolor interno, la ansiedad punzante reflejada en el bruxismo entre mis dientes y la sensación de que mi cuerpo temblaba a cada segundo, sin pertenecerme, era completamente desapercibido y silencioso. Había días en los que intentaba establecer una rutina para esclarecer mi mente, pero se veía opacada cuando el sueño me vencía y terminaba enfocándome en solo existir, pero no vivir.
Fue un martes, cuando un pequeño rayo de energía atravesó mi cuerpo y me motivó a despertar cerca de las 5:00 am, hacer el aseo, desayunar un omelette de queso y champiñones, tomar un baño, hacer el mayor esfuerzo en ese lapso vigoroso por sentirme bien con quien veía en el espejo y salir de casa rumbo a la oficina, pasando antes a un local cercano que vendía ensaladas a un altísimo precio por el hecho de nombrarlas de forma excéntrica.
Esa mañana, no arrastré los pies hasta el lobby del edificio y me propuse dar lo mejor de mí para al final, sentirme satisfecha con lo poco o mucho que avanzaba. Supongo que la parte que me gustaba de mi empleo — y lo que ayudaba en su mayoría a motivarme — era el ambiente corporativo, la pulcritud, sentir que era eficiente en lo que hacía y, a grandes rasgos, ser parte de algo.
A las 10:00 am, Yung Minyoung, mi jefa, ya se encontraba en su oficina, como siempre contando con ansiedad, falsa alegría y positividad tóxica, los minutos que me restaban — y a los demás nuevos internos— para comenzar a trabajar. Al cruzar la mirada con ella intenté evadirla, pero al final aceleró el paso hasta la recepción con el único fin de interceptarme.
— ¿A qué hora comienza tu turno, Hye preciosa? — Escuché su voz latigar mi espalda.
Entonces cualquier motivación, el pequeño rayo de luz y energía que tocó mi cuerpo esa mañana, desapareció como los últimos segundos de la débil flama de una vela antes de extinguirse con la cera líquida a su periferia.
Dos años atrás, Minyoung me había contratado tras terminar mis prácticas escolares del último semestre. Al principio, me sentí afortunada porque no muchos egresados cuentan con ese voto de confianza pero, cuando pasó el tiempo, también cayeron todas las expectativas de mí y de mi desarrollo en lo que se supone era mi vocación. Resulta que ir a juzgados, organizar expedientes y presentar teorías de caso, era una realidad muy distinta a la que solía ver en series de televisión y definitivamente, nada comparado al entusiasmo, pasión y entrega con la que hablaban mis mentores en cualquier año de la carrera.
Entonces, cabe recalcar que seguía en el bufete de abogados del cual Minyoung era dueña y señora, solo porque necesitaba pagar renta, no pensaba regresar derrotada a casa de mis padres pidiendo ayuda y sobre todo, una parte de mí mantenía la fiel esperanza de que los primeros años de vida laboral debían ser así: duros, mal pagados, exhaustivos y absorbentes.
— Hola Minyoung. — Sonreí, aferrándome a los vestigios de cordialidad que me quedaban. — Buen día. Mi turno comienza a las 10:00 am.
— ¿Y qué hora es?
— 10:00 am.
La señora alta y delegada, acomodando el cuello de su llamativo saco fucsia, aclaró la garganta y volvió a ver el Rolex en su muñeca como si en realidad no tuviera una mínima pizca o noción del tiempo.
— Eso quiere decir que, en lo que llegas a tu cubículo, prendes tu computadora, revisas tus pendientes y me envías tu plan de trabajo para hoy, comenzarás a trabajar a las... ¿11:00 am?
Estuve a punto de argumentar que mi hogar se encontraba casi al otro lado de la ciudad, que lo que me pagaba no era suficiente para dar el enganche del auto más sencillo y que el transporte público en las mañanas era más lento que su forma ineficiente de revisar los expedientes pro—bono de carácter urgente en su escritorio pero, no sé, mi necesidad por seguir pagando la renta, me detuvo abruptamente.
Lo cierto es que en el interior, la ahorqué tres veces y no me arrepiento de ello.
— No tardaré tanto. — Aseguré fijando la vista en la punta de sus horribles zapatos oxford de plataforma acuñada. Ella lo quiso percibir como sumisión y yo accedí a seguir alimentando su necesidad de dominio porque era la salida más sencilla a no seguir hablando con ella.
En ese momento, su secretaria la llamó para contestar una llamada y esa fue mi oportunidad para salir huyendo hasta mi cubículo.
La lista de asuntos pendientes desplegarse en la bandeja del correo electrónico y el agobiante hecho de que no sentía ni una pizca de felicidad o satisfacción al sentarme frente al computador, solo me provocó un fuerte dolor de cabeza que, extrañamente culminó en la necesidad imperante por encerrarme en el baño y tenderme a llorar hasta que alguien notara mi ausencia y me viera forzada a salir, argumentando un dolor de muelas o estómago.
Respiré, roté la cabeza en su propio eje y esperé a que mis cervicales tronaran.
No recuerdo cuánto tiempo pasé atenta a la pantalla y mucho menos soy capaz de calcular la cantidad exacta de correos que respondí desde la cuenta personal de Minyoung, solo sé que en algún punto de la mañana mi espalda baja comenzó a doler y esto me obligó ir hasta la sala de descanso —en la cual nadie descansaba porque nuestra jefa había convertido aquel espacio en archivo— a beber una taza de café que pudiera, por lo menos, despejarme la mente.
Tras regresar a mi computadora, a los pocos minutos escuché la voz de Minyoung, de nuevo latigando mi espalda. Rodeé los ojos a blanco antes de que ella pudiera notarlo y sonreí para cuando había llegado a mi escritorio.
— Hye, tenemos junta con el nuevo cliente en 10.— Dijo acelerando el paso hacia la recepción. Conforme avanzaban los segundos, también su impaciencia crecía como levadura, haciéndola solo un poco más insoportable. El ambiente en el piso se tornó hostil y más de uno se escondió tras su monitor, esperando por milagro pasar desapercibido. — Ten lista la presentación de la firma, nuestro video institucional, mi speech, lo que voy a decir, posibles respuestas y mis tarjetas de presentación. No olvides mi café y agua embotellada para todos.
Solté el poco aire que quedaba en mis mejillas e indiscutiblemente, procedí a dudar de mi propia memoria revisando una y otra vez la lista de reuniones pendientes en mi agenda.
Estaba vacía.
— Minyoung, no tengo nada para hoy. — Sonreí mientras ella regresaba hasta mí. — No tengo expedientes, historial, ni siquiera sé—
— Te mandé una copia de todo.
— ¿H—hace cuánto? — Mis dedos se automatizaron torpemente hasta reflejar en mi pantalla, la bandeja de entrada del correo del bufete. Y sí, ahí estaba su correo electrónico con un muy poco pragmático asunto: «Nuevo cliente. URGE aprendernos esto HOY.» Dicho correo no tenía más de 10 minutos de haber sido enviado y de inmediato, supe que el uso de la palabra "aprendernos" tenía un significado mucho más singular del que ella quería aparentar. Bajé la cabeza, asentí y rechiné los dientes buscando desahogo conmigo misma. — Claro.
— Eres la mejor. — Sonrió. — Oye, tengo que atender una llamada con el comité de Jefas de Familia del instituto de mi pequeño. Si no llego, inicias tú.
Volví a asentir sabiendo que esas llamadas tomaban más de una hora, eso significaba también, una hora llena de ansiedad e impaciencia que solo se extendía conforme me quedaba sin palabras genéricas y halagos para convencer a los clientes esperar un poco más.
Bajo las órdenes de Minyoung, durante las juntas, yo no podía hablar o dar alguna opinión por mi cuenta. Cabe aclarar que mi trabajo era decirle a mi jefa qué hacer y qué decir, tenía que ser el cerebro de Minyoung pero sin una pizca de reconocimiento o un sueldo que compensara limitar mis capacidades... Así que todo empeoraba cuando, al quedarme sola con los clientes, era inevitable responder preguntas que hacían sin tener en cuenta que yo solo era un banco de respuestas para mi jefa. Ella aparecía minutos después en la puerta, nos hacía repetir todo el discurso y al final, cuando nadie escuchaba, se encargaba de recordarme cuál era mi lugar.
Pasaron ocho minutos donde leí negligentemente un expediente poco ordenado con facturas de propiedades expedidas en otras provincias y cartas de compra—venta de inmuebles con sellos poco legibles.
Perfecto, derecho patrimonial, justo esa rama de las leyes donde jamás puse un gramo de interés.
Antes de tomar mi computadora para salir a la sala de juntas, levanté mi cabello, coloqué las tarjetas de presentación de Minyoung en mi carpeta, mandé a pedir su capuchino tibio de leche de almendras con un shot de vainilla, corrí por cinco botellas de agua natural al cuarto de descanso—no descanso y pedí a cualquier ser supremo que me tuviera bajo su cargo, que los nuevos clientes carecieran de nociones de derecho básico o mi rápida preparación antes de la reunión me haría ver negligente, inexperta... y eso tampoco haría quedar bien a Minyoung.
Caminé hasta la recepción siendo consciente de que me habría retrasado tal vez unos cinco minutos y al llegar, me encontré con la secretaria de Minyoung tronando las falanges de sus dedos, revisando una y otra vez los pasillos a sus costados esperando por algo o por alguien.
— ¿Llegaron? — Pregunté, luchando por sostener toda la papelería entre mis brazos.
— Están esperando, sí.
— ¿Y Minyoung?
La chica se limitó a negar en silencio. Al ver reloj tras ella, supe que ya no disponía de minutos extra para esperar un poco más.
Antes de entrar en la sala, memoricé rápidamente el nombre del nuevo cliente y las posibles vertientes legales que pude visualizar para su caso en menos de diez minutos.
Sonreí, subí el escote de mi blusa y me aseguré de que mi piel no se notara lo suficientemente grasosa como para reflejar que había llegado trotando, que me encontraba nerviosa y que a grandes rasgos, podría elegir desaparecer del mundo en algún momento de suma debilidad.
A pesar de que mis movimientos eran limitados, ninguno de mis compañeros se ofreció a abrir la puerta por mí, así que tuve que empujarla con la cadera. Acepto que mi entrada a la junta fue poco profesional y distaba mucho de parecer pulcra pero, ese estúpido y mínimo detalle se convertiría en la menor de mis preocupaciones.
Lo supe casi desde el momento en el que crucé el marco de cristal y el aire frío de la sala se mezcló suavemente con un halo de fragancia masculina que conocía a la perfección: La recordé impregnada en su almohada, en las grandes sudaderas de diseñador que jamás devolví y recientemente, tras cada abrazo, grabada en mi cuello y cabello.
Forcé a mi cuerpo no reaccionar anticipadamente, solo en caso de que mis sentidos hayan fallado de forma repentina.
Mantuve entonces la vista clavada en la alfombra de la sala y dejé pasar cada eterno segundo en silencio, esperando a que Minyoung apareciera por milagro y su necesidad por protagonismo me deslindara poco a poco de soltar palabra alguna.
Cuando alcé la mirada, fue suficiente ver sus anchos hombros comparados con los de un hombre significativamente más escuálido que él, a su lado, para saber que sí se trataba de Seokjin. Ambos de espaldas hacia la puerta principal, observando el exterior del edificio mientras platicaban en voz baja. El hombre vestía un traje gris y él, una extraña e inapropiada combinación de jeans azules con gabardina beige. No importaba, de cualquier forma lucía bien.
Tras unos segundos, Seokjin rascó su nuca y, siguiendo la misma línea de 90 grados de la escuadra de su brazo, giró la cintura hacia atrás y fue cuando se encontró conmigo: recluida aun en el marco de la puerta, sin una mínima pista sobre qué hacer o qué decir en caso de que fuera realmente necesario.
Sin embargo, me aferré a la idea de no parecer un pequeño conejo de indias asustadizo esperando huir; en cuanto estuvo a punto de abrir los labios para saludarme, fruncí la frente desaprobando incluso su misma existencia. Acto seguido, salí de la sala, directo a la recepción.
Supongo que él no me siguió por educación o compostura.
— ¿Es él? — Pregunté a la joven e ineficiente secretaria de Minyoung. Me atrevo a decir ineficiente porque se trataba de una de esas niñas adineradas obligada por sus padres — amigos de Minyoung— a tomar una lección de vida trabajando como todos los demás. Su trabajo consistía en ser la sombra de mi jefa pero, para este punto, ya sabemos quién realmente lo era. — ¿Ese es el nuevo cliente?
Ella miró hacia la sala, completamente perdida en el resplandor que las personas creen ver cuando Seokjin entra a una habitación.
— Es lindo — Suspiró. — ¿No lo crees?
— ¿Ya está disponible Minyoung?
— No. — Contestó volviendo en sí. — Solo dijo que comenzaras.
— Llámala de nuevo, por favor.
En mis planes jamás estuvo regresar a la sala, mucho menos sin mi jefa.
Esperé en la recepción lo que consideré el tiempo necesario para que Minyoung terminara su reunión y aun así, no hubo señal de ella.
Mi cuerpo entonces, experimentó un mezquino espasmo que comenzó justo debajo del nacimiento de cabello en mi nuca, continuó por toda la columna vertebral y finalmente se materializó en un inquietante sudor frío colándose por las palmas de mis manos.
Boté gran parte del aire que guardaba recelosamente en mis mejillas y dejé un poco de este detrás de la garganta solo por si necesitaba las milésimas de segundo que implica una exhalación para guardar silencio.
Aquí hago un paréntesis para aclarar que, aunque esa mañana hice un gran esfuerzo por reconciliarme con la persona que encontraba en el espejo, la realidad es que aún me causaba conflicto verla de frente. A eso, hay que sumar el hecho de que días atrás, durante una horrenda tarde calurosa donde ni yo misma me aguantaba, acudí a la estética más cercana a cortar mi cabello y, en la muy errónea búsqueda de un cambio de imagen, lejos de encontrar un estilo que me hiciera sentir más segura de mis rasgos faciales abultados y toscos dado mi evidente incremento de peso, terminé con un corte en capas hasta los hombros que involucraba un espantoso fleco degradado.
La única forma que encontré para arreglar ese desastre fueron las medias coletas o peinados altos con horquillas y mucho fijador.
Mi piel era un desastre, ni siquiera había prestado atención a mis cejas pobladas y tampoco había mucho qué hacer con mis labios secos carentes de vitalidad en ellos.
Existe una creencia romántica sobre el amor propio y lo que nadie nos dice de ello, es que duele. Duele muchísimo.
No despiertas una mañana y solo porque sí, tu cabeza se convence de que eres perfecto y bello por el simple hecho de existir. Tu mente no procesa tan fácilmente que el mecanismo de nuestra biología es un milagro en sí y que cada célula de ti merece compasión y respeto, porque te mantiene vivo.
No. El proceso es largo y jamás lineal.
Incluso llega a ser una gran carga convivir contigo, con esta versión real que por alguna razón no puedes aceptar.
Pero eso no quiere decir que no sea posible. Después de mucho trabajo, lo es. Y, sin embargo, no era mi momento.
Entonces ¿Qué sentimiento positivo puedes experimentar cuando ni siquiera eres capaz de mirarte a ti mismo sin resentir la idea de lo que no eres?
Seokjin me había visto. No tenía otra opción más que controlar el aire caliente a punto de estallar en mi pecho para evitar materializarse en lágrimas de angustia, rabia, miedo, inseguridad y decepción... No hacia él, hacia mí misma.
Sin otra opción en mente, entré en la sala de juntas.
Él y el hombre a su lado, hablaban cosas que me fue difícil identificar debido a la distancia. En cuanto carraspeé la garganta tras dejar mis cosas sobre la mesa, ambos voltearon guardando silencio. Supongo que era normal sentirme vulnerable y expuesta, así que me fue incluso difícil sonreír sutilmente hacia el hombre más bajito y presentarme sin dudar hasta de mi propio nombre.
El hombre mayor, pienso en sus 60, fue muy amable.
Como dije, me gustaba asistir y dirigir juntas sin la presencia de Minyoung porque me daba muchísima libertad para pensar, decir y hacer las cosas que creía adecuadas para cada situación. Sin embargo, aquella tarde, sabiendo que los ojos de Seokjin estarían puestos en mí haciendo más notable mi incapacidad para hablar correctamente cuando estoy nerviosa, la extrañé y la extrañé muchísimo.
— Antes de comenzar ¿Podría indicarme dónde está el sanitario? — Comentó el señor al lado de Seokjin.
Quise soltar un suspiro cargado de frustración en consecuencia de lo que eso significaba pero, me contuve convirtiendo ese impulso en una sonrisa.
— Claro, saliendo de la sala, tras el muro de la recepción.
El hombre salió del lugar dejándonos convenientemente solos.
Pero resulta que yo no tenía mucho qué decir y si lo tenía, no sería nada agradable de escuchar. Centré mis esfuerzos en bajar el rostro y, en silencio, comenzar a desempacar las botellas de agua de su plástico resistente. Rodeé toda la mesa colocando solo tres de ellas y, cansado de seguirme únicamente con la mirada, Seokjin tomó tres botellas más acomodándolas en el lado contrario.
Hubo un punto donde nos encontramos y lejos de lograr esquivarlo, mi muñeca terminó entre su mano, siendo sutilmente atraía hacia él. Al final decidí voltear porque ya no había escapatoria.
— ¿No piensas hablarme?
— ¿Qué haces aquí?
Poco a poco soltó mi muñeca y agradezco muchísimo ese gesto, ya que si hubiera permanecido algunos segundos más tan cerca de sus labios, a una distancia considerable que permitía incluso sentir el calor de su cuerpo, mi corazón indiscutiblemente saltaría la autoridad de mi cerebro y el resultado hubiera sido un rubor desastroso y excesivo extendiéndose por todo mi rostro.
— ¿Te permiten hablarme así? — Dijo. Sus pupilas negro profundo buscaban mis ojos intentando enfrentarme. — Básicamente soy tu cliente.
Pestañeé un par de segundos, aun confundida porque se trataba de una verdad casi absoluta.
— ¿Qué es lo que quieres?
— Para tu tranquilidad, no tiene qué ver contigo. Traje a un amigo de mi padre por un tema grave con su casa y sus hijos. — Respondió, casi como si estuviera forzando el tono de su voz al reclamo por una ofensa. Por un momento, mis hombros se relajaron ante la posibilidad de que fuera verdad. — Eso y... tampoco has contestado mis llamadas. He querido hablar contigo sobre—
— Sabes dónde vivo. — Interrumpí.
Mi cuerpo volvió a contraerse. He tenido la fortuna de jamás haber experimentado el estrés postraumático, pero he leído de él y esa tarde, todo indicaba a que mi cuerpo, mi mente y mi razonamiento se negaban rotundamente a escuchar de nuevo algo relacionado a la fiesta de Año Nuevo. Ahora que lo pienso, tal vez pudo haberse tratando de vergüenza, humillación, impotencia o lo más probable es que fuera una mezcla de todo un poco.
Lo cierto es que, incluso si me negaba a escucharlo, una parte de mí también se encontraba ofendida por el hecho de que no me hubiera buscado. Para ese punto, una simple llamada no arreglaría nada y me insultaba bastante que Seokjin creyera lo contrario.
Era ese punto de inflexibilidad de su parte, lo que lograba ponerme los nervios de punta y no de la forma "nerviosa", sino de la manera más colérica posible.
— ¿Hubieras aceptado verme?
— También sabes esa respuesta.
Él lo sabía, sabía que sí. ¿Entonces por qué se empeñaba en llevar a cabo todo ese ritual de disculpas y promesas que jamás cumplía?
Pero el sonido de la risa forzadamente encantadora de mi jefa y la silueta del hombre que venía con Seokjin, nos interrumpieron de forma gradual mientras entraban en la sala, así que me dio tiempo para alejarme de él, sentarme, prender la computadora y solo esperar el primer carraspeo de Minyoung para, de forma sutil, susurrarle las palabras correctas y elocuentes por decir.
Mi jefa tomó lugar a la cabeza de la mesa rectangular de cristal, yo a su lado, el hombre amable junto a ella y, como era de esperarse, Seokjin frente a mí.
Por lo que nos contó, al que ahora lo conocíamos como Sr. Shin, era un hombre que dedicó su vida al negocio familiar de agricultura, en la provincia de Chungcheong. En los últimos 20 años, hizo crecer las ventas al punto de ser un proveedor mayoritario de industrias de alimentos enlatados... Así con esto, intuí que el Sr. Shin contaba con una gran fortuna.
Pero resulta que años antes, tras la muerte de su esposa, decidió mudarse a Seúl para tener mayor control de su negocio y, ahora que deseaba retirarse y regresar a su pueblo para llevar una vida más tranquila, sus cuatro hijos lo recibieron con la noticia de la venta de la casa que había pasado de generación en generación, la pérdida de algunas tierras fértiles a consecuencia de empeños y una gran cantidad de deudas.
Aparentemente, el amable Sr. Shin no deseaba otra cosa más que anular la venta de la casa y las tierras, ya que habían sido pactadas sin su autorización, por lo cual, ningún documento de compra o cesión de derechos era válido. Su intención jamás fue demandar a sus hijos por apropiación indebida y fraude, así que con esto en cuenta...
— ¿Puedo retirarme, Minyoung?— Pregunté a su costado, casi intentando emitirlo en un susurro. — Esto corresponde al departamento de Civil y considero que habilidades aún son carentes en el área. No quiero restar más de lo que podría sumar aquí. Si llegaran a ir a juicio, por favor tómame en cuenta.
— Te necesito en esto. — Respondió, cada vez, con el tono más sutil y desesperado. — ¿Ya viste quién es él?
Mi jefa no había perdido el tiempo. De hecho, pude notar que entró a la junta un poco más arreglada y perfumada que de costumbre pero lo dejé pasar porque lo creí una simple coincidencia, hasta ese momento, claro.
Estaba a punto negar conocer a Seokjin cuando él mismo interrumpió nuestra nada privada discusión porque al parecer, había escuchado las últimas palabras de Minyoung.
— ¿Todo bien, Hye? — ¿Desde cuándo hablaba de forma tan políticamente correcta?
Recuerdo que mi cuello tronó mientras rotaba la cabeza lenta, pausada e incómodamente hacia él. No fui capaz de responder porque mi mente estaba demasiado enfocada en procesar sus palabras y más que eso, pasmada ante la audacia de presentarse en mi trabajo y simplemente soltar sutilmente la existencia de nuestros "lazos" como si en realidad, ese hecho no fuera a arrastrar consecuencias a alguno de los dos.
— ¿Hye? — Minyoung repitió mi nombre de manera informal tal y como lo hizo Seokjin. Sus ojos viajaron de una dirección a otra casi exigiendo respuestas. — ¿U—ustedes se conocen?
— En el sentido profundo de la palabra, diría que no. — Respondí.
— Pero si nos conocemos incluso desde antes de nacer, Hyemin.
— ¿En serio? ¡Que lindo! Hye ¿Por qué no me lo habías dicho? — Masculló con una sonrisa incipiente forzada en sus labios delgados.
Eso último sonó más como un reclamo que como un legítimo gesto de amabilidad.
— Consideración a Kim Seokjin. — Vacilé. — En realidad no somos tan cercanos. Él solo está siendo muy amable.
Este último fue suficiente argumento para que Minyoung percibiera la tensión entre nosotros y poco a poco, desistiera de hacer preguntas personales, enfocándose en lo que realmente era el objetivo de la junta: El Sr. Shin, su casa y sus horribles hijos.
Más tarde, cuando por fin creí que aquel incómodo momento había terminado, a mi jefa, por alguna motivación desconocida que aun da vueltas en mi cabeza, se lo ocurrió dar un tour de oficina al Sr. Shin y a Seokjin. Y la razón, aun no la comprendo.
Cuando Seokjin amablemente se negó a caminar en círculos por aquella oficina de tres pisos y 60 metros cuadros, argumentando una necesidad imperante por ir al baño y después tener que atender un par de llamadas, me di cuenta de que el objetivo de Minyoung jamás fue el amable Sr. Shin, sino él. Era de esperarse. La firma básicamente era conocida por los contactos poderosos de la familia política de la jefa y no por otra razón; además, ella tendía mucho a esa necesidad por encajar en todos lados y, el reconocimiento, el hecho de tomarse una foto con alguien conocido por muchos y después argumentar que por esa razón eran íntimos amigos, parecía no causarle remordimiento o incomodad alguna.
Minyoung dio por terminada la junta y, casi forzando el pobre Sr. Shin para dar aquel paseo de oficina antes de firmar el contrato de servicio, desaparecieron juntos hacia el elevador.
Seokjin también desapareció tras el muro de la recepción y eso me dio un poco de tiempo para tomar mis cosas y huir hacia mi lugar de trabajo, esperando volver a mis estresantes tablas dinámicas en Excel para no levantar mi trasero hasta la hora de salida o incluso permanecer algunas —jamás renumeradas— horas extra.
Pero el escape hacia mi zona de confort duró muy poco tiempo.
— ¿Quieres ir a comer?
Desconozco cómo me encontró pero, intuí que la recepcionista estaría 100% involucrada.
No levanté la mirada, y en cambio, con el rostro aun entumecido, los vellos de mi columna vertebral formando una cadena sutil de energía punzante contra mi ropa y unas ganas demenciales por correr a los brazos de mi madre para sentirme protegida del mundo, escribí algunas fórmulas al azar con todo el objetivo pretender estar demasiado concentrada como para escucharlo.
Seokjin se cansó de esperar mi respuesta y a los pocos segundos, inclinó la espalda a casi 90 grados, interponiendo su rostro entre el monitor y mi nariz.
— Traje comida, gracias. — Susurré.
Sus ojos viajaron instantáneamente hasta la bolsa de papel sobre mi escritorio, donde había recibido mi desayuno esa mañana. No tardó ni medio minuto en echar un vistazo por encima de mi hombro, tomar velozmente la bolsa y extenderla hacia la primera persona que pasó muy cerca de nosotros.
Escogió a la peor víctima posible: La tímida e introvertida pasante de Yonsei en su séptimo año de carrera.
— Hola, soy Kim Seokjin. — Interrumpió su camino. La chica miró en mi dirección buscando una respuesta pero, como era de suponerse, mis movimientos y reacciones se veían entorpecidas por el simple hecho de aun procesarlas en mi cerebro. — Toma este obsequio como gratitud a tu arduo trabajo, por favor. Es un baguette de pavo, mostaza dulce, queso blanco, con lechuga y un ligero toque de aguacate, sin pepinillos ni aceitunas. El pan es de avena.
Ella pestañeó un par de segundos, aun perdida, y tomó la bolsa de papel sin la aparente intención de cuestionarse si era prudente o no aceptarla.
— G—gracias. Yo... ¿H—hyemin?
— Hyemin dice que está bien. Disfrútalo. — Seokjin sonrió sutilmente, observando cómo la chica se esfumaba en el pasillo abierto y acto seguido, regresó hacia mí como nada hubiera pasado. — Ahora ya no tienes comida.
— Te equivocaste.
— ¿En qué?
— El pan era integral, no de avena.
Era natural que me conociera bien pero ¿Por qué ahora me parecía ligeramente irritante? A eso hay que sumar el hecho de que, en los últimos días, mi cabeza dolía tanto y mis instintos estaban tan aparentemente alerta, que los sándwiches como ese, eran el único alimento que permanecía en mi estómago por más de una hora.
Suspiré exhausta y creo que en su mayoría, el sentimiento de exasperación no cabía en mí... Todo indicaba ser un día largo y ni siquiera daban las 5 de la tarde.
— Nunca había visto tu oficina.
— Cubículo.
— Cubículo. — Replicó. — ¿En serio no me vas a hablar?
— Lo estamos haciendo.
— Sabes a lo que me refiero.
— ¿De qué podríamos hablar exactamente?
— Quiero disculparme.
Por un momento, mis dedos se negaron a seguir digitando fórmulas sin sentido. Ningún otro sonido fue más perceptible que mis inhalaciones interrumpidas por un pensamiento emergente desvirtuando al anterior.
— Ya sé. — Contesté al fin, sin despegar la vista del cursor parpadeante sobre una de las celdas. — Siempre te disculpas, prometes algo y terminas haciendo exactamente lo contrario. No es nuevo.
El seco ronquido repentino desde la garganta de Minyoung, provocó un silencio incómodo en mi cubículo. A como la incomodidad le permitía, Seokjin enderezó la espalda girando sutilmente hacia ella y hacia el Sr. Shin, quien observaba todo en completo sigilo.
— ¿Tienes ya el resumen de la reunión, Hyemin? — Preguntó — ¿Qué llevas hecho? Quiero que esto quede para hoy.
¿Cómo carajo esperaba que tuviera el resumen de una junta de hora y media listo en menos de quince minutos? ¿Cuál era la necesidad de preguntar eso frente a Seokjin?
Su voz me molestaba, cada palabra que salía de entre sus labios tocaba cada la fibra del nervio más sensible y expuesto en mi cuerpo. Por lo general, ese tipo de situaciones ocurría con ella detrás del auricular de mi teléfono y por lo tanto, tenía la oportunidad de tronar el cuello, resoplar e incluso maldecir, pero, en ese instante, tenía tres pares de ojos adheridos a mi rostro y a mi aparente eficiencia.
Finalmente, guardé ese sentimiento de impotencia borboteando en mi pecho, me hice mentalmente un poco más pequeña, bajé la cabeza y asentí en silencio.
— Estoy en eso.
— Urge, Hyemin.
— En cuanto lo tenga listo, lo envío a tu correo.
Minyoung estaba a punto de girar sobre sus talones cuando la voz del Sr. Shin, tersa, amable y cálida, acaparó la atención de los tres.
— Estaba pensando si sería bueno ir a almorzar. — Comenzó. Minyoung intercambió una mirada fugaz conmigo y en respuesta, no tuve más opción que alzar los hombros y esperar, más extrañada que halagada. — Abogada Yung, quisiera agradecerle el hecho de hacer un espacio en su ocupado día para recibirme y tomar el caso de este viejo carente e incapaz de defenderse por sí solo de su familia. Además, Seokjin también dejó de lado sus actividades por acompañarme y la Srita. Seo ha sido muy amable al explicarme cada detalle. ¿Qué tipo de persona sería si no les muestro mi agradecimiento?
Lo había hecho, había dado en el punto débil de Yung Minyoung: Divinización, y en pocas palabras, endiosamiento.
— ¿Tengo otra cita en mi agenda, Hye? — Preguntó con una sonrisa inquietantemente narcisa escapándose de poco en poco de sus comisuras.
— No, Minyoung. Ninguna.
No tardó demasiado en revisar su reloj —como si realmente tuviera algo importante por hacer— y realzar su largo cuello aceptando la invitación con una irritante y falsa humildad que le brotaba desde los poros.
— Recuerda por favor recoger mi vestido de la tintorería, ir por los sellos nuevos a la imprenta, recoger a Tina del veterinario y llamar a—
— Todo el equipo sería genial. Hyemin también podría ir. — Interrumpió Seokjin. —¿No lo cree, Sr. Shin?
— Pensé que no eran tan cercanos. — Replicó ella, casi como estuviera buscando argumentos suficientes para justificar mi ausencia de esa reunión.
La apacibilidad alarmante en el rostro de Seokjin, poco a poco se tornó a una risita sutil pero punzante, de aquellas manifestaciones en la voz que son demasiado claras como para interpretarse como "pasivas" pero también lo suficientemente educadas como para percibirlas como una falta directa de respeto. Todo esto, siempre manteniendo las manos unidas tras la espalda, sereno, sarcástico e intimidante como solo él podía lograrlo.
— Somos más que eso. — Comenzó a reír, dejando claro que, en realidad, nada de lo que diría tendría una mínima pizca de diversión implícita. — Por eso me gustaría mucho que vaya con nosotros. Además, Hye estuvo genial en la junta. ¿Cómo podríamos mostrar gratitud si se queda a recoger su ropa de la tintorería, Srita. Yung? Hyemin estudió Derecho en la Universidad Nacional de Seúl, no "Recadología" en la universidad de la vida.
Eso había sido un golpe legalmente bajo.
No tuve mucho tiempo para reaccionar antes de que un sofocante y abrazador bochorno subiera hasta mis mejillas, limitándome a dirigir los ojos de un ente a otro y de regreso como si se tratara de un juego de rebotes. Ella soltó un pequeño suspiro entrecortado, atónita y aun procesando el verdadero significado de lo había escuchado.
Y yo... Yo solo me podía preguntar si es que al día siguiente, aun tendría trabajo.
— Jin, lo haces ver como si odiara a mi Hyemin. — Respondió. Como era su costumbre, ejecutó un excesivamente incómodo abrazo alrededor de mi espalda alta y depositó su mejilla sobre mi cabeza. Solo hasta ese momento, agradecí haberme lavado el cabello esa mañana. — La aprecio mucho y es parte fundamental de nuestro trabajo.
— ¿En serio? — Sonrió, arrastrando las palabras. — Entonces debo haber escuchado mal.
—¿Di a entender lo contrario? No... Jinnie... — ¿Jinnie? ¡¿Jinnie?! — Me refería a que Hyemin le hiciera saber a mi asistente que debe hacer esos detalles por mí. Vamos Hye.
Bajamos del edificio en completo e incómodo silencio. Mientras Minyoung caminaba al lado del Sr. Shin agradeciendo una y otra vez haber escogido su firma para representarlo, yo me quedaba unos pasos atrás procurando, como siempre, ser invisible. No sirvió. En cuanto Seokjin notaba el esfuerzo por alejarme, detenía su desinteresado andar esperando por mí y dejándome sin opciones sutiles para evitarlo.
Treinta minutos más tarde, llegamos a un restaurante de comida japonesa del que únicamente había leído en internet porque una reservación, un martes por la tarde, era prácticamente imposible.
Deduje que el Sr. Shin era algo más gordo que un agricultor proveedor a industrias de comida porque gran parte del personal de servicio se abría paso educadamente como engranajes en reversa conforme avanzábamos. No dije palabra al respecto por educación y porque indudablemente, más adelante el pequeño detalle de su verdadera fortuna saldría a relucir.
Tomamos lugar en una mesa rectangular para cuatro colocada estratégicamente frente al bar, decorada con mantelería francesa azul rey y con una botella de vino blanco absurdamente costosa al centro. Por primera vez, me atreví a buscar refugio inmediato cerca de mi jefa pero sin que pudiera evitarlo, el Sr. Shin tomó asiento al lado de ella y eso me dejó como única opción libre la silla junto a Seokjin.
— No tenías que hacer eso. — Reclamé después de unos minutos, una vez que me sentí fuera de cualquier atención.
Había forzado la voz a su tono más sutil porque, aunque la música en el restaurante era suave y a nuestras espaldas fluía el rumor de las voces en otras mesas, corría el riesgo de que cualquier palabra llegara a los oídos de mi jefa.
— ¿A qué te refieres? — Dijo Seokjin en voz baja, aun con la mirada atenta al menú entre sus manos.
Aproveché la distracción de Minyoung con la mesera anotando su platillo, antes de que volviera a abrir los labios con el propósito de emitir comentarios bochornosos hacia todo mundo, excepto para ella.
— ¿Universidad de la vida?
— Pero si no eres su asistente. — Susurró. — ¿Viste su cara?
Vislumbré aquella escena en el cubículo de la oficina como una de las experiencias más gratificantes en mi vida, sonriendo sutilmente sin poder determinar si mi felicidad era a consecuencia de las palabras de Seokjin o... por él mismo.
— Seguro mañana me despide.
— Te necesita para pensar y hablar por ella, relájate.
Aunque fue una completa falta de educación, durante la larga espera para la comida, retuve la vista en la pantalla de mi celular como si nada en el mundo importara más que responder correos atrasados del trabajo. Por momentos, y solo por brevísimos segundos, mis ojos se deslizaban hasta Seokjin intentando descifrar alguna expresión o gesto que pudiera darme pista sobre sus verdaderas intenciones, pero, en más de dos ocasiones fui atrapada por él, guiñando un ojo desinteresadamente y pretendiendo todo era un juego.
Y eso solo logró llevar mi paciencia hasta el extremo.
Mi cabeza aún ejecutaba este agobiante debate interno donde al sentirme exhausta hasta de mí misma, luchaba por descubrir si lo que experimentaba en ese momento era rabia genuina, sed por resguardar el poco orgullo que me quedaba o si de pura casualidad, el cólico en mi vientre bajo en realidad era una inquietante euforia por verlo.
Agradezco que la comida haya transcurrido con mayor afabilidad de la que esperé. Minyoung soltaba esporádicos comentarios respecto a la comida, el Sr. Shin sonreía desde su pulcra forma de comer sopa miso y Seokjin, simplemente se limitó a comer, espiando por el rabillo del ojo mi plato y muy seguramente, preguntándose por qué apenas toqué el plato. En sí, ni siquiera presté atención a lo que ordenaron los demás, estaba demasiado enfocada en agarrarle el gusto a los camarones fritos con salsa de mango mezclándose tortuosa y penetrantemente contra mi paladar.
— ¿Y cómo es que son tan amigos? — Preguntó Minyoung, terminando su primera copa de vino blanco. — Hyemin jamás mencionó conocerte, Jin.
— Es mejor aprovechar el tiempo para saber el historial del Sr. Shin con su familia. ¿Hace cuán—
— Nuestras madres son amigas desde la preparatoria. — Pero Seokjin interrumpió más rápido de lo que pude anticipar. — Nos bañaban juntos básicamente. Más grandes, solía pasar las vacaciones en casa de Hye y su padre nos leía—
— A Julio Verne para dormir. — Asentí
— Y realmente funcionaba. Nuestro plan "de niños grandes" siempre era ver Cartoon Network a la una de la mañana pero entonces el Sr. Seo llegaba a la sala con chocolate caliente y Moby Dick. Nunca supe en qué terminó.
— Somos como hermanos. ¿Verdad, Seokjin?
— De esos que pelean todo el tiempo, sí.
Minyoung recargó los codos en la mesa, usando sus manos como un soporte para la barbilla. No se tenía que poseer un extraordinario sentido de la intuición para saber que comenzaba a dudar de las versiones de cada uno. Al final, sorprendentemente, selló sus labios, bebió el último trago de agua en su copa y destinó la mirada al hombre a su lado.
— Y usted Sr. Shin ¿Desde cuándo conoce a Jin?
— El padre, el señor Kim Seok Heon, y yo nos hicimos buenos amigos durante un congreso hace unos 7 años. Somos buenos compañero de golf desde entonces.
— ¿En serio? ¿En qué club juegan? Resulta que mi esposo y yo...
Aunque luché por mantener la espalda erguida, en cuestión de segundos las palabras de Minyoung comenzaron desvanecerse. La sensación de un calor agobiante estalló en mi pecho y subió hasta la garganta sin darme oportunidad de tan siquiera simular la contracción de mi estómago. Con dificultad, tomé la servilleta de tela sobre mis rodillas y la llevé hasta mis labios en una búsqueda desesperada por control pero, para ese punto, la salivación corriendo por debajo de mi lengua, esos segundos de impotencia antes del desastre, se convirtieron en una alerta contundente que me exigía salir corriendo de ahí.
Antes de que mi garganta produjera un sonido brumoso desde el interior del estómago, con todo y la confusión que provocaba ver mi periferia en cámara lenta, con movimientos torpes, inexactos y vagos, tomé mi bolso, recorrí la silla y junté el aire suficiente para vocalizar una última oración antes de abandonar la mesa.
— Disculpen.
Mientras corría hacia el baño, me decepcionó mucho que el único pensamiento en mi cabeza fuera la excusa bochornosa que tendría que dar al volver a mi asiento, ya que cualquier tema que involucrara el estómago, huir al baño y regresar pretendiendo que nada había pasado, indiscutiblemente sería incómodo y sumamente vergonzoso. Incluso ese tipo de ideas atacaban mi mente como si fueran más importantes que mi salud o la incógnita del por qué ese malestar no desaparecía incluso si había asistido al doctor, seguí un tratamiento arduo para el reflujo e hice todo lo posible por controlar mis atracones de carbohidratos acompañados de una triste, desalentadora y afanosa sensación de nula saciedad.
Jamás había agradecido tanto que un baño estuviera completamente vacío. No fui capaz de controlar esa desesperante salivación excesiva chorreando por debajo de mi lengua y mi cuerpo estaba tan enfocado a ese malestar, que no me percaté del doloroso impacto de mis rodillas contra el piso de baldosa blanca. A como el limitado control de mi cuerpo lo permitió, llevé mi cabello hacia el otro lado del cuello y dirigí mi boca abierta hacia el excusado.
Dolían, esas contracciones atronando contra mis órganos enardecían todo a su camino dejando como resultado lágrimas de desesperación y la inevitable idea punzante y amenazadora de que algo, definitivamente, no estaba bien. Cuando llegó el segundo episodio de mareos abordando mi cabeza, justo cuando creí que no podría erguir la espalda de nuevo, el mundo pareció quedarse en silencio. Después de ello, con mis piernas temblando y las articulaciones de la mandíbula acostumbradas al dolor, recargué la espalda sobre la baldosa fría y, solo quedamos mi pecho jadeante, mis dudas, los pensamientos agobiantes que llegaban en el mejor momento, un silencio tan alarmante que daba miedo y yo... Todo eso conviviendo en el baño vacío de un restaurante de lujo en Hongdae.
Seguía siendo invisible. Seguía siendo la chica con el efecto de anestesia por debajo de la piel que solo existía porque estaba biológicamente condicionada a respirar. Me sentí estúpida por permitir que un sentimiento tan banal y sin sentido agobiara mi pecho al punto de hacerme llorar un poco más. Había personas sufriendo más que yo y peor que eso ¿Podía llamar a ese episodio en mi vida un verdadero sufrimiento? No debía, nada de lo que sentía era tan grande como para llorar en el piso de un baño pero entonces ¿Por qué dolía tanto?
No recuerdo cuánto tiempo permanecí así. Recobré la consciencia cuando mis piernas comenzaron a hormiguear y lo cómico que resultaba tal hecho, fue más fuerte que mis suspiros en completo sigilo.
Suspiré. Tallé mis ojos y recogí mi cabello fallando en el intento al recordar que no tenía ligas en mi bolso, como siempre. Solo hasta ese momento fui capaz de ponerme de pie y caminar lentamente hacia el lavabo. Tomé de mi bolso ese pequeño y lindo kit de higiene bucal que compré por dos dólares en una estación del metro y cepillé mis dientes hasta casi sangrar las encías, volviendo a producir arcadas violentas cuando raspaba el fondo de mi garganta. Dado que temía ver mi reflejo y encontrarme con mis ojos hinchados y los labios partidos, al final, tuve una necesidad exhaustiva por mojar mi rostro con agua helada hasta que mis ideas comenzaran a tornarse claras y un poco menos fatalistas.
Cogí el bálsamo labial rosado que tenía en el bolso, tomé valor para levantar la vista hacia el espejo y entonces, antes de poder encontrarme con mi propio desastre, lo vi. El reflejo de Seokjin recargado junto al secador de manos se hizo presente conforme las gotas de agua aun sobre mis pestañas permitían el paso a la luz. Se encontraba cruzado de brazos, en completo silencio, con el rostro gélido y nada en su semblante por descifrar.
No reaccioné. No pude y no supe cómo hacerlo. Terminé de colar el bálsamo sobre mis labios y mejillas mientras me preguntaba lo que estaría pasando en la mesa, pensando en lo que Minyoung imaginaría al notar mi ausencia y la de él.
— ¿Cuánto tiempo has estado ahí? — Pregunté.
— El suficiente.
Ni siquiera se había molestado en musitar o preocuparse por el sitio donde se encontraba. A decir verdad, yo tampoco me percaté de eso hasta segundos después.
Seguí pretendiendo cepillar mi cabello con los dedos y recuerdo que lavé mis manos en muchísimas ocasiones esperando que fuera iniciativa suya recobrar el pudor y la consciencia saliendo rápidamente de ahí, pero no fue así.
— Si no tienes vagina, no puedes estar aquí.
— ¿Estás bien? — Ignoró.
— Tú qué crees.
— Te llevaré al hospital.
Seokjin dudó un par de segundos pero terminó acercándose a mí de forma cautelosa, como si con cualquier movimiento brusco pudiera ahuyentarme y sin embargo, no tuve la fortaleza suficiente para retroceder un par de pasos o tan siquiera girar el cuerpo, todo lo contrario. Mis pies parecieron adherirse al suelo como si algo en la atmósfera me obligara a pensar mis acciones dos veces.
Pero en ese momento, cuando iba a aceptar tomar su mano, recordé...
— ¿El Sr. Kim Seok Heon? — Pregunté. Roté la espalda solo un par de grados hacia la izquierda y eso fue suficiente para frenar cualquier contacto entre él y yo. — Por un momento casi les creo.
— ¿Qué?
— Los amigos de tu padre no lo llaman así. Mi padre no lo hace.
— No es lo mismo.
— ¿Golf? — Susurré. — A tu padre ni siquiera le gusta el golf.
Me percaté de que no muchas cosas tenían sentido con el Sr. Shin después de que entramos al restaurante y medio personal se inclinara al recibirnos, por Seokjin no era, Minyoung mucho menos. Mis dudas tomaron sentido cuando el Sr. Shin, si es que era su nombre, llamó por su nombre completo al Sr. Kim y no Heonni, como todo su círculo cercano solía tratarlo.
Además, el Sr. Kim era poderoso ¿Por qué enviar a un buen amigo suyo a una firma comercial y de acceso medio cuando podía referirlo a un prestigioso bufete? Hasta ese momento, tuvo sentido.
— Solo así accederías a hablar conmigo.
Una parte de mí quiso ser feliz al escuchar tan inmaduro argumento pero, la sonrisa incipiente desapareció en cuanto me percaté de la arrogancia que necesitaría para utilizar algo tan planeado e innecesario con tal de conseguir lo que quisiera.
Terminé peinado mi cabello hacia atrás y volviendo a tallar mis párpados aun con mayor fuerza.
— Minyoung va a sufrir un infarto o depresión cuando no haya respuesta del Sr. Shin. — Respondí — ¿Quién es?
— El dueño del restaurante. Sí es amigo de mi papá. Él solo me hizo el favor de—
— Actuar.
— Actuar conmigo. — Asintió. — Lo siento.
Lo cierto es que estaba tan cansada y acostumbrada a escuchar sus disculpas, que ya ni siquiera se sentían genuinamente sinceras. En mi mente, esas palabras eran sílabas sin sonido que salían de entre sus labios cuando necesitaba una excusa rápida y segura para ganarme de nuevo.
Curioso que fuera consciente de ello y que siempre terminara funcionando ¿No?
— Ni siquiera hiciste el intento por acercarte a mi casa. — Vocalicé.
Antes de que Seokjin pudiera tener acceso a mi mano, crucé los brazos sobre mi pecho como una instintiva señal de protección, recargando mi trasero sobre el lavamanos embarazosa y desafortunadamente aun húmedo.
— Tú tampoco intentaste buscarme.
¿Cuándo iba a acabar con ese estúpido argumento? Yo siempre daba el primer paso. Siempre fui quien hablaba después de una pelea absurda o llamaba cuando parecía que se había olvidado de mí... Justo en ese momento, incluso si Seokjin era plenamente consciente de que quien había arruinado todo fue él ¿Por qué esperaba algo de mi parte? Me decepcionó mucho imaginar que quizá lo había acostumbrado a eso.
— Perdón, me perdí. — Respondí sosegada, luchando bastante contra mi poca paciencia para no estallar contra él. — Tú me invitaste a una fiesta y después desapareciste. Parecía que debías estar con todo mundo menos conmigo. Y no digo que demandara toda tu atención pero ¿Era demasiado acercarte una o dos veces para preguntar si estaba bien? No me hubiera arreglado tanto, ni siquiera hubiera aceptado ir de saber que me quedaría en una esquina escuchando... — Sentí mi voz temblar cuando me recordé oculta en aquel baño, siendo testigo silencioso de la risa de la bailarina que hablaba sobre lo grande que era mi cintura y haciéndome sentir poco digna de cualquier cosa buena a mi alrededor. De pronto, el aparente valor en mi cuerpo comenzó a desvanecerse dejando expuesta de nuevo, a la Hyemin invisible e insignificante de las últimas semanas. Respiré profundo, oculté mi cintura con las partes laterales holgadas de mi saco y retrocedí un poco más. — Me hiciste ver como una completa idiota.
— ¿Una idiota frente a quién?
La expresión cincelada en su entrecejo me dio solo unos pequeños segundos de satisfacción. En mi interpretación, en ese limbo de caos y confusión que ocurría en mi cabeza, fue agradable ver que Seokjin podría haber acabado con cualquier persona empeñada en herirme.
Pero todo se nubló cuando recordé lo doloroso que fue sentirme así de pequeña y vulnerable.
— ¿Tienes idea de lo que pasé?
— ¿Te dijeron algo?
— Ya no importa. — Declaré. — Deja de confundirme. Deja de hacer esto, de comportarte como si te importara y después aparentar que las cosas siguen siendo como antes porque no lo son. Decide qué es lo que harás.
— No es tan sencillo, Hyemin.
— Talvez es porque ni siquiera lo sabes. — Musité. — Entiendo que no lo sepas porque esto es raro y yo tampoco sé cómo reaccionar pero... Lo intento. ¿Pero tú? Es desgastante hacerse ilusiones con algo que te prometen que llegará y al final ¿Qué es lo tengo? Una disculpa y solo eso. Si estás jugando conmigo... Solo para ¿Quieres? ¿Por qué tienes que ser un completo imbécil?
— Hye...
— Di algo que no sea mi nombre o una estúpida disculpa, por favor.
— Yo no-
Otra vez con rodeos. Otra vez, pretendiendo que algo entre nosotros tenía sentido y al final dejarme con esa carga de dudas y preguntas porque no tenía el valor para explicarlo. O no quería hacerlo.
Pero ya no estaba dispuesta a soportarlo. Me encontraba tan exhausta hasta de mí misma, que tolerar sus balbuceos y miradas ausentes, solo provocaban que quisiera borrar los acontecimientos de los últimos meses. Tal vez si no lo hubiera llamado aquella noche, tendría aun a mi mejor amigo.
Sin embargo, él se había ido y en su lugar, tenía una persona a la que me costaba trabajo ver de frente.
— Me voy a casa. — Hablé. Negué suavemente con la cabeza y recé porque Minyoung se hubiera retirado del restaurante o tendría que ofrecer una penosa explicación. — Gracias por la comida, supongo.
Di un par de pasos hacia la puerta y, justo cuando jalé de la manija, preparada para el golpe gélido del aire acondicionado contra mi rostro, Seokjin volvió hacia mí, alzando la voz fatigada, como si se tratara de un juego y él no hubiera resultado victorioso.
— ¡Nuggets en forma de bota!
¿Qué?
Giré más desorientada que sorprendida. Cuando pude encontrarme con él, se encontraba a solo unos centímetros de mí, con una mirada vacía y a la vez piadosa que no encajaba, en lo absoluto, con el tema de los ¿Nuggets, dijo?
— ¿Eh?
— McDonald's vende solo tres formas de nuggets, Hyemin. Cuando compro nuggets para ti, siempre tienen esa forma. Hago el ridículo todo el tiempo pidiendo exclusivamente que sean los malditos nuggets de bota. Son tus favoritos desde que teníamos... 4 o 5.
Pestañeé porque esa fue la única reacción mediata que vino a mi cabeza.
— ¿Y eso qué?
— Ligas para el cabello. — Continuó. — El tuyo siempre es un desastre con el viento pero olvidas tus ligas en casa. Las personas creen que las ligas para el cabello alrededor de mi muñeca son para mí pero en realidad son para ti.
En parte tenía razón, el 90% de mi colección de ligas para el cabello eran una donación casual y recurrente de Seokjin.
— Eso pasa desde que estábamos en la preparatoria. — Intenté explicar. — Siempre lo has hecho.
— Me convertí en una persona que no puede estar cerca de alguien que quiere ajeno a mi familia. Aun así, salgo por ti cada vez que me llamas ebria, pasas la noche en mi casa y cocino para ti a la mañana siguiente.
— Sí...
Retrocedí un poco más, casi pegando mi espalda a la puerta porque era la única forma de protegerme ante la ansiedad, ambigüedad e imprecisión que me abordaba. Mis pupilas viajaban raudamente de sus labios a sus ojos, pasaban por algún punto inexacto y todo se volvía a repetir.
Me sentí acorralada, casi amenazada —pero inexplicablemente anhelante—cuando la puerta se abrió sutilmente anunciando la entrada de alguien y Seokjin subió la mano tajantemente, ejerciendo un poco de presión contra el marco para que nadie pudiera interrumpirlo. No manifestó expresión alguna cuando la persona del otro lado forcejeó con él sin poder resultar victoriosa en el intento.
— Sé que tu color favorito cambia con el tiempo, que no soportas ir a la playa, sé que escuchas música antes de ir a dormir y que casi todo el tiempo, eran tan distraída, que usas calcetines impares. — Tomó aire. Parecía cansado no por la letanía, sino por algo que no supe o me aventuré a descifrar. — Te gusta la lluvia y odias que salga el sol ese mismo día.
Vacilé antes de soltar cualquier palabra que me viniera a la mente porque en sí, mi capacidad para procesar tanta información junta y tan de golpe, estaba limitada al retumbar de mis latidos contra el pecho y el calor asfixiante que de un momento a otro me había abordado.
— Crecimos juntos. — Argumenté, casi sin separar los labios. — Es normal que-
— ¿Cómo puedes no verlo?
Me encontré cegada por el efecto imperioso de su voz ante el posible sentimiento de frustración, agitando cada vez más su pecho.
Y solo por ese momento, perdida entre su perfume, la presión del momento y la necesidad de tener mi final feliz, creí que lo que yo esperaba por fin escaparía de sus labios...
Pero no contaba con que un miedo inoportuno, un pavor silencioso me aterrizaría a la realidad haciéndome retroceder y rompería aquel halo creciente de esperanzas y expectativas.
— Tengo que irme. — Dije de repente, apartando mi rostro de su cercanía para jalar de la puerta y salir corriendo hacia cualquier lugar donde no pudiera encontrarme.
— Vamos juntos.
— Pediré un taxi.
— Solo un día. — Tomó mi antebrazo, autoritario, procurando esconder su frustración en calidez y afabilidad. — Por favor, solo un día deja llevar la contraria a todo lo que digo, Hyemin. Me harías las cosas más sencillas.
A pesar de que quería esconderme y no era capaz de verlo directamente a los ojos, asentí en silencio bajo la excusa completamente cierta de aun experimentar una ligera sensación de mareo orbitando mi cabeza. Se trató de un debate interno donde, mi lado oscuro, aquel que aún se encontraba bajo el efecto de anestesia general preocupante, me exigía recuperar la poca dignidad que me quedaba rechazándolo por completo y mi lado endeble, ese que mantenía cierta esperanza hasta el final, me pedía continuar solo un poco más.
Salimos del baño en completo sigilo.
Al rabillo del ojo, pude notar cómo una mujer caminaba acompañada del personal de mantenimiento, argumentando una completa falta a la moral y etiqueta del lugar. Sin embargo, doblamos exactamente en la esquina del pasillo cuando el hombre echó un vistazo rápido al interior del baño y vernos a esa distancia, no fue suficiente argumento para detenernos.
— Vinimos en la camioneta del Sr. Shin. — Dije al acercarnos de poco en poco a la mesa, donde únicamente restaba Minyoung hablando por celular. — Se supone que debería regresar con ella a la oficina.
— Para este punto sería comprensible que te llevara a casa ¿No? — Sonrió. — Nos leían a Julio Verne para dormir, Hyemin.
— Y le dejaste en claro que nos bañaban juntos, supongo que sí.
Para mi fortuna, deshacerme de las preguntas de mi jefa fue más sencillo de lo que temí porque más de cinco copas de vino blanco y dos Martinis en mi ausencia, la había dejado casi en las nubes. Esa llamada que ejecutaba tan acaloradamente, era una exigencia de auxilio hacia su chofer, pidiéndole recogerla lo antes posible y olvidándose de mí por completo.
Me despedí de Minyoung y desde mi lugar cerca de la entrada de cristal, observé a Seokjin hacer una reverencia pausada hacia el Sr. Shin mientras este le daba una palmada fuerte y vigorosa en la espalda.
Salí cuando lo vi aproximarse hacia mí.
Por un momento, cuando el aire frío anunciando una pequeña brizna húmeda de enero rompió contra mi rostro, sentí cierta liberación abordar mis pulmones. Abracé mi cuerpo con las manos y froté mis codos sin tomar en cuenta que el suéter gris que decidí usar esa mañana, era lo suficientemente cálido como para resguardarme del ambiente.
Aguardé casi estática, recargando la espalda en un pilar cerca del estacionamiento hasta que percibí la loción de Seokjin dejar un suave halo de calor a mi lado.
Pasó por mi mente, el pequeño impulso por subir la mirada hasta su rostro y como siempre, perderme en él intentando adivinar sus pensamientos pero, fui capaz de contenerme. En lugar de eso, al notar que ninguna camioneta o auto llegaba por nosotros, retrocedí buscando la puerta de nuevo.
— Iré a pedir un café.
— ¿Por? — Pestañeó resguardando las manos en los bolsillos de su pantalón.
— Tardarán en enviar alguien de la agencia ¿No? Es martes, son cerca de las 7 y seguro hay tráfico en todas partes.
Cuando Seokjin echó un vistazo por encima de sus hombros, supe que en ningún momento tuvo la intención de llamar a la agencia para recogerlo, muy probablemente nunca estuvieron cerca.
— Olvídalo. — Continué. — Llamaré a un taxi.
Justo cuando iba tomar mi teléfono del bolso, posó su mano sobre mi antebrazo. No tuve más opción que fruncir el ceño — de nuevo, y como ya era costumbre— muy confundida, aguardando por cualquier propuesta a la cual pudiera llevarle la contraria de inmediato.
— Tomemos el metro, como antes. ¿Cuántas estaciones son? ¿4?¿6?
Eso había pasado hace más de 5 años, cuando nadie era consciente de su existencia. ¿Qué edad tendríamos? Calculo unos 19. Fue justamente después de que la familia de Seokjin se mudara a Seúl y al siguiente año, nosotros también. En consecuencia de que solo nos teníamos el uno al otro, solíamos usar el metro para casi cualquier cosa. Por alguna razón, ya no poseo recuerdos lúcidos de esos días pero sí conservo una muy borrosa memoria de él, esperando por mí cerca de las máquinas de recarga o justo en la entrada de alguna estación céntrica para ambos.
— Son 10. — Respondí. — Son 10 estaciones, un transborde, dos estaciones más, tomar el autobús por 10 minutos y caminar cuesta arriba por cinco.
— ¿Recorres todo eso diario?
— Suelen ser 12 estaciones si es desde la oficina.
Volvió a mirar hacia el cielo, sobre sus hombros y por último, pareció tomar valor para dar el primer paso frotando las manos entre sí, como el hecho de volver a usar el transporte público fuera el último nivel en un juego antes del jefe final.
— Trabajaré mucho para comprarte un auto, Hyemin. — Dijo tomando sin precaución o cautela mi mano para después, llevarla hasta el bolsillo de su gabardina. — Vamos.
Tomando en cuenta la hora, y como claro, una perfecta excusa para retirar mi mano de su agarre y no evidenciar el sudor que comenzaba a hacer presencia entre nuestra piel, planté mis talones al escalón principal de la entrada.
— Espera. — Dije casi en un susurro. Seokjin volteó en silencio hacia mí y siguió cada uno de mis movimientos sin objetar algo al respecto. De mi bolso, saqué un par de cables enredados, una cosmetiquera, y al final pude dar con la prenda que estaba buscando: Una simple y sencilla bufanda negra Hermes bordada aparentemente a mano. Él la reconoció de inmediato y, como si supiera lo que iba a pasar, inclinó un poco la cabeza haciéndome más sencilla la labor de colocarla alrededor de su cuello, elevando los bordes al punto de cubrir su nariz. — No quiero que me relacionen contigo.
— Esto es mío. — Sonrió.
— Claramente. Yo no gastaría 350 dólares en una bufanda.
La piel de mis dedos rozó esporádicamente las líneas de su perfecto y pulido rostro. El ambiente, la iluminación grisácea natural del cielo nublado, dejaba un efecto tan agraciado en sus mejillas, que parecían un par de bombones suaves y tersos. Cuando me percaté de que había permanecido más de cinco segundos recorriendo cada centímetro de él, fue demasiado tarde; él volvió a sonreír casi orgulloso y yo, pedía a gritos un lugar remoto para esconder el rubor delatándome a cada segundo.
— ¿Esto quiere decir que estoy perdonado?
Sus ojos brillaban. Por algunos segundos, una sonrisa enternecida escapó por mis comisuras y, aunque luché por contenerla, posteriormente una pequeña risa respondió a su pregunta.
— Quiere decir que estoy en tregua hasta que lleguemos a casa y me expliques qué pasa contigo.
— Antes de eso debemos ir al hospital.
— Estoy bien. — Reiteré. ¿En qué momento me había olvidado de las náuseas y el vómito vergonzoso? — Creo que solo necesito una taza té y dormir.
— Te prepararé uno cuando lleguemos a tu casa.
Seokjin buscó la forma de entrelazar sus dedos de nuevo con los míos y esta vez, no ejecuté alguna excusa vacía con tal evitarlo. No puedo afirmar que fue algo extraño, pero tampoco se trató de algo que pudiera disfrutar abiertamente.
Conforme avanzamos a través de la ancha y larga avenida, la emoción y la presión constante de ser descubiertos, aceleraban mi corazón sin dejar de encontrar ese acto sumamente fascinante.
Nadie parecía notarnos. Claro, ayudaba mucho la bufanda cubriendo mitad de su rostro y el hecho de que haya optado por usar un par lentes oscuros que siempre cargaba con él pero, el mundo parecía tan enfrascado en su propio ritmo, en sus propios asuntos, que el trayecto en completo silencio del restaurante a la entrada de la estación más cercana del metro, por solo unos instantes, me recordó que al final, seguíamos siendo los mismos.
Bajamos las escaleras, él siguió mis pasos fielmente como si intentara aparentar que nada en ese lugar le parecía ajeno y desconocido.
Terminé por conducirnos hacia el último vagón, hacia aquella parte poco alumbrada del andén de abordaje pero que ciertamente, distante de ser un lugar peligroso donde abundaban los asaltos y cualquier conducta poco moral acreedora de sanciones, transmitía cierta paz y tranquilidad al únicamente ser elegida por ancianos que deseaban llevar su camino en paz, algunos discapacitados visuales y un par de mujeres con niños que buscaban dormir un momento de camino a casa.
Al entrar, nuevamente, nos dirigimos hacia la parte más alejada y menos concurrida del vagón. En sí, a lo largo del lugar, solo abordó una pareja de ancianos, algunos empleados de oficina prestando atención exclusivamente a la música en sus audífonos y nosotros.
Preferimos ir de pie. Él dando la espalda los demás y frente a él, aferrada al tubo metálico que muchas veces fungía como el único soporte ante una caída repentina y aparatosa.
— Ahora que lo pienso, yo también debería estar enojado. — Siseó tras unos segundos de silencio, justo después de que cerrara la puerta automática frente a nosotros.
— ¿En serio? — Contesté. Recargué la barbilla sobre el dorso de mi mano aferrada al tubo y esperé con más curiosidad de la que me gustaría admitir. — Ilústrame.
Relamió sus labios, supongo intentando hacer tiempo y encontrando algo de valor en ello. Durante esos largos segundos, rascó su nuca un par de veces y entornó la mirada quizá analizando, cuidadosamente, sus próximas palabras.
— Me evades. — Contestó. Suspiró. Bajó la mirada hacia mí y no fui lo suficientemente hábil o valiente como para pretender que no estaba atenta a él. — No soy bueno explicando lo que siento, así que, creo que sabes que siempre intento orillar lo que digo a una conclusión predecible... Pero me interrumpes. O sacas otro tema o huyes. ¿Por qué? ¿Es tan difícil ver lo que-
— Me da miedo. — Interrumpí.
¿Por qué los momentos que tanto anhelas, al final no terminan siendo como los sueñas? ¿Por qué las cosas no simplemente podían ser blanco o negro?
Al perecer, al fin había llegado —muy a su manera— la explicación que había pedido. Para ser sincera, esa explicación tal vez habría tenido lugar durante la conversación en el baño pero, mi cobardía me orilló a evadirlo, protegiéndome de argumentos que aun sonaban pretenciosos en mi cabeza.
Me encontraba en ese punto donde quería, anhelaba todo de él y al mismo tiempo, no me sentía digna de ello.
¿Por qué? No lo sé. Ese horrible sentimiento simplemente solía no tener un lugar tan marcado y presente en mi vida y un día, solo apareció llevándose cualquier vestigio de seguridad y confianza que tuviera en mí y en quien soy.
— No comprendo.
— Tú quieres que asuma lo que sientes. — Continué. — Y lo sé, sé que para ti, expresarte es como cocinar un nuevo platillo y al final, dejar que alguien más lo pruebe para que así pueda nombrarlo.
— No existe mejor analogía. — Sonrió tímidamente, aun impresionado por la similitud inesperada que encontré a algo tan complicado.
¿Estaba a punto de decirlo? En ese momento, sentí que si no expulsaba palabra por palabra, que si ese aire caliente que abordaba mi pecho al punto de ser asfixiante no abandonaba mi cuerpo y no me dejaba cruzar la línea de inseguridades hacia él, hacia mí y un posible "nosotros", jamás tendría la valentía para verlo de nuevo a los ojos.
Pasé saliva con dificultad, aferré los pies al sustento tambaleante del tren en movimiento y permití que todo fluyera... O por lo menos eso fue lo que intenté.
— Me da miedo atreverme a asumir que tú sientes... Bueno, que tú quieres... mierda.
— Que yo siento algo muy fuerte por ti, Hyemin.
Entonces mi corazón, mi respiración, el mundo, el tiempo y el espacio se detuvieron violentamente sin dejar paso a unos segundos de duda o ensordecimiento.
Pestañeé y abrí sutilmente los labios porque ese último aliento fue la única y limitada acción que mi cerebro pudo activar antes de procesar, primero silencio, esa oración saliendo de sus labios redondos y rosados.
— Lo dijiste...
— ¿Por qué miedo a atreverte? ¿A qué?
Parecía que esa palabra comenzaba a inquietarle un poco más de lo que lo hacía para mí.
— ¿No sería ambicioso de mi parte? — Mis palabras se fueron desvaneciendo conforme era consciente de ellas. — Soy...solo yo.
— ¿Solo tú? — Musitó— Hyemin... Tú eres-
— No lo entiendes. — Interrumpí. — Soy esa chica en el grupo de amigas cuyo papel es hacer que las demás resalten. — Solté dimensionando el hecho de que toda mi vida pretendí que no dolía pero en realidad, era un trago más amargo de lo que cualquier podría imaginar. Seokjin estuvo a punto de abrir los labios para objetar algo ante ello pero, dentro de nuestra pequeña burbuja de privacidad, levanté la voz solo un poco más. — Soy esa persona a la que todos subestiman por su apariencia y en cambio, no soy la chica en el gimnasio a la que todos los hombres quieren ayudar solo para hablar unos segundos con ella y después acercarse un poco más. Soy esa persona. A eso me refiero con ser pretenciosa. No soy alguien que-
Pero todo apuntó a que nada de lo que había argumentado era válido o hacía sentido para él.
— ¿Y por qué necesitarías que los hombres en el gimnasio se acerquen a ti? — Espetó fugaz, casi haciendo sonar sus últimas palabras como un reclamo pasivo. — No lo hagas.
— ¿Cómo? ¿Qué? — Balbuceé, aun perdida. — Bueno, tal vez me gustaría eso por ¿Relaciones humanas? No sé, fue un ejemplo.
Sacudiendo sutilmente su cabello negro profundo, haciendo pequeños gestos de desaprobación en el entrecejo, Seokjin logró que la conversación poco a poco se deslindara que aquella sensación de impotencia, miedo y frustración que experimenté desde que lo vi de espaldas en la oficina, dejándome completamente expuesta y desprevenida.
Sonreí sutilmente y creo recordar que entorné la mirada buscando asilo inmediato en cualquier otro asunto que no fueran las mariposas en mi estómago y era irracional sensación de euforia reprimida que albergaba cada parte sensible de mi cuerpo.
— De ahora en adelante me tienes a mí. — Argumentó. — Tú y yo... — Balbuceó. Supongo que hasta ese momento, fue consciente de sus palabras. — Solo no lo hagas, no mires a nadie más y... tampoco permitas que alguien se te acerque. Ni en el gimnasio, ni en el trabajo... Para fines románticos y eso.
Pasar saliva lenta y silenciosamente fue la salida más rápida que encontré a todo lo que ocurría en mi corazón, cabeza y estómago. Era como si una colisión ruidosa estremeciera cada rincón de mí y en respuesta, no fuera capaz de demostrarlo por pudor, un poco de orgullo y más que todo eso, el lugar.
— Ah, vamos. — Sentí mis mejillas ruborizarse a la par que sus ojos negros y vibrantes se encontraban con los míos. — No hagas eso.
— ¿Estás... roja, Hyemin?
— No — Susurré.
Absurdamente, intenté buscar refugio tras el tubo, pero evidentemente, no fue suficiente para esconder mi sonrisa incipientemente colosal. Y es que no pude evitarlo. Una parte de mí, intentaba recordar cada una de las veces que el estúpido frente a mí me hizo llorar y la otra, se encontraba deslumbrada por la confesión poco usual y convencional que había empezado en el baño de aquel restaurante y que, hasta ese momento, cobraba sentido: Nuggets en forma de bota, ligas para el cabello, calidez, amabilidad, atención y mucha tolerancia a mis colapsos románticos y mentales durante tantos años...
¿Por qué jamás lo había visto? ¿Por qué no había querido notarlo?
En ese momento, el chillido de las llantas del tren haciendo fricción contra los rieles, inundó el vagón anunciando la siguiente parada.
Mientras luchaba por mantener la vista adherida a cualquier lugar que no fueran sus labios, sabiendo que él podría estar en la misma situación, de un momento impredecible al otro, Seokjin pasó el antebrazo circundando mi cintura, sujetándome con fuerza.
— Y este es el momento donde te inclino 90 grados... — Lo hizo. Proyectó sutilmente mi espalda hacia atrás, inclinó su cuerpo y... — Y te beso.
Esa magia que no hizo presencia la noche caótica donde estuvimos juntos, por fin se manifestó de la forma más nítida y tangible posible.
Sus abultados labios apaciguaron el ardor naciente en los míos. Fue como si un periodo de calma llegara a inundar mi garganta a la par que nuestras respiraciones agitadas, llenas de timidez, se acoplaban perfectamente una con la otra. Nuevamente, todo dejó de existir. Únicamente éramos él y yo en nuestra pequeña burbuja incógnita de aparente perfección, con un cúmulo de emociones nuevas y extrañas resumidas a ese fugaz, icónico y aun inquietante beso durante la parada del vagón.
Cuando la compostura regresó, una vez que corroboramos que solo dos ancianos en su mundo fueron testigos silenciosos, fue un impulso meramente primitivo cobrar consciencia y recapitular cada una de las escenas trágicas que nos habían llevado hasta ahí.
No comprendo la razón, pero, tuve la necesidad de ocultar mi rostro en su pecho y aferrarme a su cintura como si fuera el único lugar que me regalaría la certeza de que todo eso, era real.
Él no dudó en abrazarme de vuelta.
— Lo siento. — Susurró rozando los labios contra mi cabeza — Hyemin, de verdad, siento ser un idiota todo el tiempo y tardar tanto. Yo... Jamás vuelvas a pensar que... Bueno, solo, no pienses estupideces. Te quiero desde hace años porque eres.. Hye. Eso es suficiente para mí. — Paró. Sacudió la cabeza y sonrió sutilmente— Estás ¿Ll—llorando?
— Estoy muy sensible estos días. — Respondí desde su pecho, aun oculta. — Además, aun me debes muchas explicaciones.
— Lo sé... Las tendrás, lo prometo... ¿Sabes que puede hacerte sentir mejor?
Fue curioso. Con una mano tomaba el frío tubo metálico y con la otra, rodeaba mi espalda balanceándonos armoniosamente sobre su eje, como una pequeña danza.
— Ni siquiera sé cómo me siento.
Pero me ignoró por completo. De lo que estoy segura, es que sonrió al instante.
— ¿Recuerdas esa heladería a la que pasábamos con Jungkook después de recogerlo en la escuela?
Cierto... Jungkook.
***
Amisteeedeees regresé.
Ay no que lata estarme esperando pero muchas gracias a todas las personas que comentan y preguntan por esta historia. De verdad, sus comentarios fueron lo único que me detuvo a no borrarla o mandarla a borradores.
Perdonen si hay faltas o errores de dedo pero a veces, llega el punto donde lees tanto, que no te percatas de los errores en los párrafos o palabras repetidas. Esto es peooorts para mí porque soy dislexica y es doble chamba. :(
jajaja hablé como señora.
Aun si tardé una eternidad, muchas gracias por seguir aquí. <4 (si con cuatro porque tres no es suficiente)
Pero cuenteeeenmeeee ¿Qué piensan de Seokjin? ¿Y de Hye?
Las quiero con todo mi corazón.
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