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LO$ER=LO♡ER

Faltaban diez minutos para las ocho de la noche y el cielo reflejaba un bonito degradado de azules desapareciendo el más claro sobre el horizonte. Los autobuses regresaban vacíos de rutas por la ciudad y muchos de los puestos ambulantes de comida, salían casi en cada esquina. Tuve muchísima fuerza de voluntad al no parar a comprar cada tres metros y me di un fuerte abrazo mental cuando llegué a la entrada del fraccionamiento y posteriormente a casa de mis padres, sin una bolsa de comida no nutritiva en las manos.

Años atrás, cuando nos mudamos a Seúl, mientras Hyo y yo comenzábamos las carreras de Biología y Derecho respectivamente, esa casa en Haendang, me parecía el lugar más incómodo del mundo. Es decir, el espacio 100m2 no era nada similar a la amplia casa de tres pisos y jardín trasero en Gwacheon y, años después, una vez que me enfrenté a lo exhaustiva que es la vida adulta y lo demandante que resulta intentar mantenerte vivo, me resultó un palacio.

— Estoy aquí. — Anuncié aventando los tacones de lado, sin siquiera molestarme en usar las sandalias que mi madre colocaba para los invitados.

Quité mi abrigo y lo colgué sobre el perchero gris al lado de la entrada, justo donde se encontraba el cuelga llaves de palitos de madera que hice en el kínder y que mi madre por alguna razón, se rehusaba a tirar.

Para mi sorpresa, al cruzar el marco de la entrada, solo encontré a mi padre sentado en el sofá, con la vista enfocada en el televisor y su mano moviéndose mecánicamente del recipiente de cristal con palomitas a su boca y viceversa.

Jamás lo había visto así.

Mi padre no era una persona que gastara su tiempo libre en contenido popular; su entretenimiento constante era perderse entre los libros, su colección de plumas estilográficas o la constante escritura de su novela de género realista en turno. Pudo haberse retirado de la docencia en Literatura Occidental en la Universidad de Hanyang, pero continuaba como autor independiente debido a la gran devoción y agradecimiento a sus lectores, que seguían su trabajo aun después de veinte años.
Lo gracioso de todo esto, era la forma en que armonizaba con mi madre, una gimnasta olímpica retirada dueña de su propia academia y alguien cuyo repertorio en dramas vistos era intimidante y alma vivaz, chispeante y extrovertida, contrastaba con lo reservado, introvertido y sosegado que podría llegar a ser mi padre. Mientras él nos leía a Julio Verne para dormir, mamá prefería jugar con nosotros hasta que el cansancio nos venciera en algún lugar de la sala.

— Hola, corazón. — Comentó viéndome por el rabillo del ojo, sin querer dejar de prestar atención a Descendientes del Sol.

— ¿Qué estás haciendo papá? — Sonreía estampando un beso ruidoso en su mejilla. — ¿Ese no es el programa que está viendo mi mamá?

— Ajá. — Asintió. — No tenía idea que fuera tan bueno.

— Hasta donde sé no te atraen ese tipo de programas... ¿Qué pasó?

Sin dejar de prestar atención a la pantalla y dedicándome una que otra mirada con el innegable propósito de no ser descortés conmigo, asentía en repetidas ocasiones haciendo un esfuerzo sobrehumano para darme una explicación.

— Lo hice pensando en que debería pasar más tiempo con tu madre. — Anunció. Cruzó la pierna sobre la otra mientras acomodaba el borde arrugado de su suéter gris y se acomodó con la espalda entre los cojines del respaldo. — Lo que empezó como un experimento, terminó como tal vez mi nuevo pasatiempo. Creo que a ella le agrada.

No pude evitar soltar una sonrisa estúpida de niña enamorada del amor en cuanto escuché sus palabras. Semanas atrás, mi madre me reveló que estaba aprendiendo ajedrez en secreto para así poder sorprenderlo e intentar pasar más tiempo con él.

¿Personas más destinadas a estar juntos que mis padres? Creo que nadie.

— Que lindo. — Asentí, notando que su vista regresaba a la televisión. —¿Y mi mamá?

— Está en la cocina, dijo que traería algo para comer mientras vemos el próximo capítulo...— Respondió. Definitivamente me sorprendió el hecho de que esta vez, no me solicitara nuestra partida de ajedrez reglamentaria o me recomendara algún libro nuevo en la lista de Bestsellers del New York Times de la semana. —¿Podrías decirle que se apresure? Faltan diez minutos para que empiece.

Susurré un pequeño "seguro" antes de girar sobre mis talones y proponerme seguir el olor a queso derretido que surgía de la cocina. Caminé en línea recta y solo así, pude percatarme que mi habitación y la de Hyo, seguían intactas. En repetidas ocasiones quise alentar a mi padre a hacer su propio estudio en mi habitación y así tener que dejar usar el comedor como su punto de escritura, pero se negó. Tanto él como mi madre, mantenían la creencia de que esa siempre sería nuestra casa y nos recibirían con los brazos abiertos en un lugar seguro y cómodo si es que llegábamos a necesitarlo.

— ¿Qué le hiciste a mi papá? — Dije entrando por el marco de la cocina, notando como mi madre volteaba dos sándwiches tostados sobre una sartén y vertía café caliente sus tazas preferidas.

Ella volteó a verme, sonriente, casi orgullosa por el hecho de que mi padre estuviera perdido en la relación entre Moyeon y Shinji.

— Jamás pensé que lo podría verlo así. — Susurró animada. — ¿No es adorable?

— Lo de dejar el trabajo y pasar más tiempo contigo era muy enserio. — Asentí un poco desorientada respecto a mi padre. Tomé asiento en una de las sillas altas de la barra, observándola servir más café en una taza para mí.

— Todavía no me acostumbro. — Declaró. — Pasó tantos años en la Universidad que a veces tengo la sensación de no saber algunas cosas sobre él. Pero me alegro. Creo que desde que dejó el trabajo en Hanyang, he podido conocerlo más.

— Yo no puedo creer que sigas enamorada del hombre con el que te casaste. — Dije vertiendo un sobre de azúcar morena en el café. — En todas las relaciones largas que conozco, terminan hartos o solo viviendo juntos por costumbre. A veces no creo que ustedes sean tan felices como se ven.

Pero mi madre, con su taza de café en las manos, soplando suavemente sobre el borde, negó con la cabeza.

— Me tocó uno bueno. — Sonrió. Ella dio un trago pequeño al café y después recargo sus codos sobre la barra, inclinando su cuerpo perfecto de gimnasta hacia mí. — Hablando de hombres buenos... ¿Y si intentas salir con el editor que viene a consultar a tu padre de vez en cuando? — Yo aproveché para desvanecer disimuladamente mi sonrisa con otro trago de café y rodé los ojos pidiendo que se detuviera. — Hye... Si lo vieras. Es guapísimo.

Ahí estaba otra vez el discurso constante sobre mi soltería, mi falta entusiasmo al aceptar las citas a ciegas que planeaba para mí en cuanto conocía a algún buen prospecto y su argumento poco fundamentado en relación a las dudas sobre mi sexualidad.

— Ya no puedo discutir contigo sobre esto. ¿Verdad? — Respondí con cansancio y ella negó. — Sí, mamá. Lo voy a intentar.

Y es que era imposible tratar de negociar con ella. Una vez que tenía algo en mente, incluso para mi padre, era una dura tarea querer quitarle el entusiasmo por algo, si ya se lo había propuesto.

— Pero, por favor, no vayas a presentarlo con Seokjinni tan pronto. — Rogó antes de mencionar cualquier otra cosa.

El hecho de que mi madre mencionara su nombre llegó a incomodarme un poco. ¿Cuál era su preocupación por él y mis relaciones? ¿Por qué no presentarlos? Él jamás intentó ocultar sus relaciones de mí e incluso, cuando salía con alguien cuyas cosas pretendían ir en serio, no dudaba presentarla como una novia formal. ¿Por qué debería limitarme?

— ¿Por?

Ella jaló una silla al lado y se acomodó con las rodillas en mi dirección.

— ¿Recuerdas al chico con el que saliste el año pasado? — Preguntó a la par que yo asentía. — El extranjero.

— ¿Christian?

— Él. — Tronó los dedos y regresó a dar otro sorbo al café. — Lo encontramos ayer en un restaurante de espadas brasileñas en Hongdae y ya sabes, platicamos. — Mi madre solía tener ademanes de persona un poco más joven, debido a la constante presencia de sus alumnas en su academia de gimnasia, y si me preguntan, tal vitalidad en ella, me fascinaba. — En algún momento saliste a la plática. y no estoy muy segura pero creo que me quiso insinuar que dejó de querer salir contigo cuando conoció a Jinnie. — Anunció. — Cuando le pregunté más o menos por la razón, dijo que parecías estar más inclinada a él.

— ¿Eso dijo? — Fruncí los labios sabiendo que Cristian, el amable, bohemio y sagaz Cristian, jamás se dejaría influir por ello. — Carajo-

— Hye, las groserías. — Interrumpió. — El hecho de que vivas sola no quiere decir que puedas hablar así aquí.

¿Carajo es una grosería?

— ¡Recórcholis! — Exageré mi tono de voz alzando las palmas en el aire. Ella cambió su sonrisa intrigante por una mueca cargada de desaprobación y después, regresó a su café, rendida. — Cuando terminamos, él dijo que regresaría a su pueblo en Francia. ¿Por qué mintió?

— Supongo que a nadie le gusta que — Alzó la mano golpeando mi hombro. — prefieran a — Otro golpe. — su mejor — Golpe. — amigo. — No sé qué parte me dolió más: Los golpes, el hecho de que recalcara mi relación con Seokjin o que mi madre fuera plenamente consciente de mi absurda situación sentimental hacia el hijo de su mejor amiga. — Supongo que prefirió mentir a aceptarlo frente a ti.

— Yo no prefiero a Seokjin. — Me defendí. Y también mentí.

Decidí fijar la vista al café que comenzaba a enfriarse entre mis manos, buscando desesperadamente algún otro tema para sacar a la conversación y así evitar mi conflicto con Seokjin, pero para mi desafortunada situación, mi madre lo sabía todo.
Cuando era más joven, me sorprendió el hecho de que ella supiera que me gustaba Seokjin incluso antes de que yo lo supiera. Fue una de esas revelaciones - obvias - que tienen las madres al notar los cambios en la conducta en su hija adolescente que comenzaba a arreglarse más, buscaba en internet cómo atraer a la persona que le gusta sin borrar el historial, preguntaba absurdamente cuándo sería que verían a los Kim y si es que sus hijos asistirían a las cenas o tomaba el autobús de la escuela solo para llegar al mismo tiempo que él y poder pasar más tiempo juntos.

Mi madre lo sabía todo.

— Hye, amor... — Susurró en tono dulce, tomando ciertos mechones de cabello que caían sobre mi rostro para acomodarlos tras mi oreja. — Es hora de dejarlo ir. — Sentenció con una sonrisa. Definitivamente, aunque el tono era cálido y dulce, no me hizo sentir mejor, en lo absoluto. — Verte así me duele mucho porque no puedo hacer algo por ti. Desde que terminaron la preparatoria, has salido con once hombres-

— ¿Ves? Once machos. — Sonreí intentando sacar por lo menos algo de humor a tan penosa situación. — A eso se llama dejarlo ir. — Musité. — Además... Que fijada, mamá. — Me ofendí falsamente.

— Con los cuales duras dos meses o menos porque ninguno te convence. — Interrumpió. — O porque los comparas con Seokjin y ninguno puede ser él. — Sentenció. — Además... Soy tu mamá, Hyemin, tengo que ser fijada.

Permanecí algunos segundos en silencio meditando la situación y lo que tendría qué decir para calmar a mi madre. Despeiné en muchas ocasiones mi cabello con frustración y al final, ella terminó por colocarse detrás de mí para tejer una trenza alemana y fijarla con una dona para cabello que siempre llevaba en su muñeca.

— ¿Quieres que te diga una excusa? — Susurré sintiendo sus dedos entrelazarse con mi cabello, esperando que su respuesta fuera afirmativa.

— No. — Dijo. Terminó la trenza, volvió a su lugar en la silla a mi lado y esta vez, cogió mis manos entre las suyas, como si estuviera preparándose para decir algo sensato. Yo ya estaba preparándome para no llorar frente a ella. — Corazón, odio decirte esto pero Seokjin te ama mucho, como hermana. — Emitió con la suave voz cargada de pena. — Jamás te ha dado una señal ni ha puesto interés en ti como una mujer y debes dejarlo ir.

No era la primera que escuchaba eso, incluso alguna vez, el mismo Jungkook, cuando tuvo un poco más de conciencia acerca de mis sentimientos hacia Seokjin y vivió sus primeras relaciones serias, llegó a insinuarlo de la forma más dulce e inocente que pudo.
Hyo lo sabía. Mi padre lo sabía. Mis amigas más cercanas lo sabían. ¡El mismo director de la agencia donde trabajaban lo sabía!

Entonces ¿Por qué seguía doliendo como si fuera la primera vez que lo escuchaba?

En ese momento, todo lo que podía suceder en mi mente era un bloqueo intencional y doloroso donde enumeraba situación por situación, las veces en las que yo había intentado dar una señal desesperada a Seokjin y él, la había pasado por alto, le había restado importancia o simplemente la ignoró.

— No es algo que no sepa. — Musité.

— ¿Entonces? — Preguntó, buscando mi rostro.

Suspiré con mucha dificultad, mordisqueando la parte interna de mis mejillas e intentando buscar el génesis a tanta estupidez de mi parte.

— Siempre que decido alejarme de él, vuelve a aparecer siendo tan... él. Es como si fuera consciente de mi intención por olvidarlo. Me confunde mucho.

— No. — Respondió. — Él no te confunde, él solo es él y tú sola creas ese caos. Hye... tú eres quien le da otro sentido.

Me confundo y siento que tal vez si espero un poco más... Tal vez si soporto esto por algunos meses más, él terminará por notarme y seguramente-

— Ya pasaron casi siete años, amor. — Sentenció. — No va a pasar.

Con eso, mi madre dio por terminada la conversación donde yo aparecí fascinada en el marco de la puerta de la cocina, debido a la relación onírica y perfecta en la que me había visto obligada a creer, gracias a la influencia de mis enamorados padres.
Como dije, tal vez no era la primera vez que escuchaba aquellas palabras, pero sí la primera vez que las escuchaba de mi madre, así que el resto de la hora la pasé sentada en la sala con ellos dos, recluida en una de las esquinas del sillón más pequeño y queriendo fingir sus palabras no habían taladrado profundamente en mi corazón.

Yo lo sabía. Era plenamente consciente de las probabilidades respecto a Seokjin apareciendo con una novia nueva los próximos años a que por fin decidiera fijarse en mí, pero se trataba de una necedad involuntaria que me abordaba cada vez que volvía a verlo.
Así que, con mucha experiencia en relaciones, pero muy poca en el amor, mi mente divagaba de aquí allá intentado reflexionar la mejor opción para mi bien, y cuando logré resumir todo el revoltijo de opciones, sentimientos, emociones y posibilidades, quedaron dos alternativas:

1. Declararme. Llegar un día con los sentimientos a flor piel y las rodillas temblando, dejando mi poca dignidad a un lado y decir todo lo que sentía. De ahí podían pasar dos cosas. "Hye, yo también te amo. Soy un completo idiota por no haberlo dicho antes" o un "Que graciosa, Hye", seguido de una separación inminente a ante la incomodidad por mi presencia.

O...

2. Alejarme. Proponerme lograr amar a Sejun y que de alguna forma mis sentimientos hacia Seokjin quedaran sepultados para siempre, como si jamás hubieran existido.

Esa noche regresé arrastrando los pies a casa. Tomaba cuarenta minutos llegar de casa de mis padres en Haendang a aquel edificio de Sinsadong. Mi diminuta "casa" de 30 metros cuadrados, no era más que la habitación en la azotea que nadie quería rentar en un edificio de cinco pisos, donde la planta baja fungía como un centro de belleza moderno tipo spa, motivo por el cual la entrada a los departamentos se encontraba en el callejón oculto entre nuestro edificio y la Clínica "Ruby" Dermatológica vecina.
Mi padre me había ayudado a buscar el lugar y, gracias a su generosa aportación a mi capricho por querer vivir sola, fue que pude rentar el piso. El espacio de la habitación era muy limitado: Un paso, la entrada, otro paso, la "sala" de estar donde no cabía más que un sillón estilo francés -regalo de mi madre-, una alfombra blanca felpuda que encontré en descuento en Zara Home y una mesa de cristal que robé de casa de mis padres, otros cinco pasos, la recámara, otro paso, el baño, otros cinco pasos, la diminuta cocina. Lo bello de ese lugar, era la disposición que tenía para usar el piso completo, así que adecúe el lugar colando iluminación a lo largo del espacio vacío, algunos muebles para exterior, y dejé la pared blanca principal del muro de mi casa intacta para poder usar el proyector que funcionaba como un cine a la intemperie
Fuera de las responsabilidades, pago de luz, agua, internet, comidas, ropa, transporte y algún capricho repentino que me dejaba sin la mitad de mi ofensivo sueldo como pasante en J&S Law Firm, amaba ese lugar y estaba orgullosa de haberme mantenido a flote los últimos seis meses sola, sin regresar llorando a casa de mis padres debido a la presión por sobrevivir.

Subí a duras penas las escaleras por dentro del edificio y después, utilicé las exteriores, que llevaban hasta el último piso. Encendí las luces de fuera y, antes de ingresar a casa, regué mis plantas, pedí algo de comer al restaurante de hamburguesas al grill del negocio de enfrente y, mientras ingresaba el código de entrada, pensaba en qué película de los 90 vería esa noche. Tal vez "Ella es así" o "Diez Cosas que Odio de ti", mis favoritas.

Al entrar, inmediatamente capté el par de tenis masculinos colocados en el mueble para calzado y alcé la vista para encontrarme con Sejun tumbado en el sillón, mirando videos de un ruso que solía hacer experimentos "científicos" de forma comprensible.

— Oh — Musité rodeando la mirada. — Hola.

Sejun mantuvo la línea en sus labios y sin voltear la cabeza, me miró fugazmente sin expresión, regresando inmediatamente al video en Youtube.

— Esperaba otra reacción... No sé más ¿Calurosa? — Dijo una vez que aparentemente su video terminó y yo me encontraba despojando la ropa formal de oficina para darme un baño rápido.

— Lo siento. — Le sonreía cubriendo mi cuerpo con una toalla. — No te esperaba, es eso.

— ¿Esperabas a alguien más?

— Nope.

Evadí su mirada cuando abrí la puerta del baño y me adentré en él sin dar otra explicación. Me quedé apoyando la espalda en el revestimiento frío y blanco de la regadera mientras esperaba que el agua caliente comenzara a caer.

Y por primera vez, recordando que aquella persona se encontraba a pocos metros, me sentí completamente ahogada en un espacio que por fin era completamente mío.

Vamos, no es que la presencia de Sejun me molestara, era el hecho de haberse tomado en serio la idea de pasar los fines de semana juntos en la casa del otro, misma idea que él propuso. Se trataba de mi privacidad, de mi espacio. ¿En qué momento pensó que sería buena idea llegar a casa sin mi consentimiento? Tal vez estaba exagerando, pero inconscientemente ese acto de invasión, me atemorizaba porque llevaría a consecuencias evitables como una relación estable o enamorarme al pasar tanto tiempo con él.

No éramos novios y Sejun se tomaba en serio el papel de uno. ¿No podíamos simplemente tener sexo casual, comer alguna vez juntos para no hacer las cosas incómodas y seguir con nuestras vidas? No. Cuando me di cuenta de que mis intenciones no eran suficientes para él, fue muy tarde. Poco a poco se fue metiendo en varios aspectos de mi vida al punto de dormir en mi casa, compartir el código de acceso a su casa y yo verme obligada a hacer lo mismo, presentarme con sus padres, jugar sus juegos de celular por un hora en mi baño e incluso llamar a Hyo "cuñadito" cuando mi hermano llegaba a llamar por video y Jun coincidía en el lugar.

— Oye Hye... — Dijo cuando salí del baño con el pijama puesto y mi cabello seco. — ¿Qué es 041292? No es tu fecha de cumpleaños ¿O Sí?

Y bueno, lo que vi al dirigir el rostro hacia su voz, tal vez terminó por hartarme completamente. Se había quitado la ropa y ahora, se encontraba tendido en mi cama, en bóxer, con los calcetines puestos y su vista fija en el celular.
Todo lo que parecía abordar mi mente era la palabra "invasión" y acompañada, traía una fría sensación de incomodidad recorrer mi cuerpo gritándome salir de ahí.

— Es el de mi amor platónico.— Respondí.

Me acerqué a la cama sabiendo que esa era toda la verdad y no tuve ni el más mínimo remordimiento por decirlo en voz alta. Sus ojos oscuros se montaron en mi rostro exigiendo una respuesta pero yo me limité a alzar los hombros y sentarme con la espalda contra la cabecera, junto a él.

— ¿Ah sí? — Tiró de mí para plantar un beso en mis labios, acto que sorpresivamente no evité.— ¿Un actor?

— No. — Respondí recostándome, buscando mi celular entre mi bolso. Era una terrible costumbre solo querer ver la pantalla para verificar si es que tenía algún mensaje de una persona en específico, lo acepto, pero a ese punto, era una acción que mi cuerpo ejecutaba al igual que respirar porque lo acostumbré durante casi siete años a hacerlo. No había nada, por cierto. — Es un bailarín, modelo, compositor, cantante y filántropo. ¿Recuerdas el grupo que mencioné-

— Ah sí. — Interrumpió volviendo a su celular. — No recordaba que a ti te gustan las mismas cosas que a mi sobrina de trece años. — Musitó. — Entonces no tengo que ponerme celoso. ¿Sabes? A mí me gusta Elizabeth Olsen. Es alta, delgada, ojos verdes, es hermosa.

No, Sejun no sabía nada sobre mi historia con el bailarín, modelo, compositor, cantante y filántropo que marcaba a mi celular cada vez que había experimentado hacer un platillo nuevo y quería mi opinión o se sentaba a mi lado para comer helado mientras hacíamos nada juntos. Así que sentí una enorme satisfacción al saber que por lo menos esas acciones no eran platónicas para mí, eran una realidad que no podía contar a muchas personas y con todo eso, me agradaba mantener a discreción.

— Bien por ti. — Asentí comenzando a ver imágenes aleatorias en Instagram sin algún interés en específico. — Creo que a mí me gusta Emma Watson.

Pero la reacción del hombre a mi lado fue un poco más infantil de lo que esperé. Al escucharme, bloqueó el celular, giró completamente el cuerpo hacia mí y me atrajo a su pecho, haciendo un puchero que no encajaba muy bien con las facciones de una persona que acababa de cumplir sus treinta.

Lo sé. Treinta y veintitrés no sonaba a la mejor combinación pero al principio, una piensa que ellos serán maduros, confiados, experimentados y seguros de sí. ¿No? Siete años no era demasiado.

— Se supone que debes estar celosa. — Reclamó posando sus ojos negro profundo en los míos.

— ¿Por qué lo estaría? — Sonreí.

Y fue entonces cuando pensé en que si Seokjin hubiera dicho eso frente a mí, a pesar de intentar ocultarlo, mis celos hubieran sido evidentes. Para todos, excepto para él, es claro.

— ¿Acaso no me amas? — Preguntó en respuesta.

Su oración aun daba vueltas en mi mente declarando un evidente "No". Llegué a sentirme un poco mal respecto porque hace un tiempo Sejun había dicho el primer "te amo" y yo no podía soltar otra cosa más que una sonrisa y un débil abrazo en consecuencia.
Muchas veces, estuve a punto de responder lo mismo, pero me detuve ante el hecho de que ese sentimiento estaba siendo forzado y se encontraba muy lejos de ser fidedigno.

— ¿Estás midiendo mi amor por ti con celos? — Me despegué un poco de su cuerpo procurando no ser brusca ante la idea de la declaración de amor. — ¿Sí sabes que estamos en el siglo XX?

— No me respondiste. — Insistió. — ¿Me amas?

¿Y si él realmente me amaba? Tal vez no me agradaba la forma en la que hablaba de los demás, su narcisismo llegaba a incomodarme y su aspecto físico desaliñado no lograba inspirarme llevarlo a conocer a mis padres pero ¿Quién es perfecto? ¿Quién era yo para pedir al hombre ideal? Tal vez Sejun era la persona indicada para mí. Él me amaba por quien era. Me besaba, me dedicaba canciones, le gustaba contarme sobre sus intereses y platicábamos mucho sobre la forma en la que veía el mundo. Me había presentado a su familia, su madre y sus hermanos me amaban. Quería compartir su hogar conmigo. A su forma, era romántico.

¿Y si él era la persona indicada y yo me encontraba sumergida en la errónea concepción del amor? ¿Y si de nuevo me estaba queriendo alejar de un buen hombre por el efecto que Seokjin tenía en mí?

Era tiempo de parar con todo eso... Y tal vez, Sejun era el indicado.

— Sabes que sí, Sejun. — Asentí sin aun poder verlo a los ojos.

Su sonrisa se iluminó dando pequeñas patadas en el aire. Por un momento, me alegré al saber que alguien estaba emocionado debido a mí.

Yo le gustaba.

Él sí me amaba.

Una sensación de calidez y a la vez amargura invadió mi pecho cuando al fin pude sentirme amada.

— Dímelo bonito. — Sonrió mordiendo su labio inferior, con emoción.

— Te amo, Sejun. — Obedecí.

— ¿Eso quiere decir que aceptas ser mi novia? — Sus ojos arrojaban un brillo que jamás había visto. ¿Así era como yo me veía reflejada en los ojos de alguien? Incluso en ese momento, sin maquillaje, sin el cabello arreglado y con todas mis imperfecciones al rojo vivo, me logré imaginar lo suficientemente bonita para que alguien me amara, para que se sintiera atraído a mí.

Pasé saliva con dificultad. Mis manos sudaban, no podía pensar con claridad, todo lo que inundaba mi mente era esa preciosa necesidad por sentirme totalmente amada.

— Sí. — Respondí con la voz temblorosa.

— ¡Sí! — Gritó eufórico, estrechándome entre sus brazos. — ¿Tienes idea del privilegio que me das? — Dijo. — Es que mírate, parece que tus padres te mandaron a hacer y... wow. Gracias.

Sejun me envolvió en otro abrazo, seguido de un largo y suave beso, al que jamás me llegué a acoplar por completo. Sus labios iban a un ritmo impresionante cuando en realidad, todo lo que yo quería hacer era detener el tiempo y asegurarme de que aquello que sentí segundos atrás, al aceptar ser su novia, no era una necesidad por reemplazar el vacío que Seokjin dejaba en mí... Una necesidad por querer reemplazar el lugar que era única y exclusivamente de él en mi corazón.

Mientras más me besaba, sus manos iban de un lado a otro sin dejarme procesar lo que había sucedido. Poco a poco, comenzó a despojarme de la ropa y cuando tuve consciencia de mis movimientos, del espacio, del tiempo y de la serie de sucesos que me llevaron a estar ahí, lo siguiente que mis ojos dimensionaron, fue a Sejun moviéndose enérgicamente arriba de mí, tirando gotas de sudor sobre mi rostro mientras yo retraía en mi garganta unas desmesuradas ganas de llorar, disfrazadas de gemidos y quejidos reales.
Tuve que cambiar de posición para no ver su rostro y que él no se viera afectado por mi gélida mirada enfocada en algún punto perdido en el techo.

No sé cuánto tiempo pasó, hasta que él culminó.

Cuando giró hacía mí para mirarme con amor y preguntarme si es que me había gustado, cambié totalmente el gesto y sonreí fascinada.
Sin embargo, algo en su mirada logró enternecerme de nueva cuenta. Sejun estaba feliz, estaba eufóricamente emocional y a punta de susurros diciendo "te amo", depositaba pequeños besos sobre todo mi rostro. Permanecí entre sus brazos en completo silencio.

— ¿No tienes que regresar a casa? — Susurré cuando él había tomado su celular de nuevo y ahora texteaba sin control.

— El idiota de mi roomie llevó a una chica.— Respondió.

Y entonces desapareció el Sejun que miró con amor minutos atrás mientras se presionaba contra mí y susurraba "te amo". Volvió a ser aquel sujeto que aparentaba más edad de la que en realidad tenía gracias a su barba crecida, las ojeras púrpuras bajo sus ojos y el montón de tatuajes viejos que cubrían sus brazos.

— ¿Y eso lo hace un idiota? — Pregunté levantando mi cuerpo para intentar recoger mi ropa al pie de la cama. Él seguía desnudo sobre la cama, mirando su celular.

— Íbamos a jugar Tekken 7. — Respondió casi como un reclamo. Por mi expresión, se vio forzado a tener que explicar lo que era porque, aunque el nombre me sonaba, no tenía ni la más mínima puta idea de lo que hablaba. — El juego de luchas que compre la última vez que fuimos Yongsang Alley. — Respondió con cierta frustración y recelo en la voz. — ¿Lo ves? Nunca me pones atención.

Ya lo recordaba. Fue aquel fin de semana en el cual, como de costumbre, accedí a ir a su lugar preferido en el mundo en Yongsang para buscar videojuegos, figuras coleccionables y otras cosas de ese tipo a un precio menor del que se encontrarían en internet.

— Lo siento. — Susurré dejando salir una sonrisa sincera. — ¿Ese día lo compraste?

— Pues sí.— Arrastró las palabras, evidentemente enojado y ofendido. — Fue lo que dije.

Entonces, una vez que coloqué de nuevo la pijama, me aseguré de tomar el condón usado, tirarlo al bote de basura del baño y lavar mis manos, regresé a recostarme a su lado, cruzando un brazo a lo ancho de su torso.

— No te enojes. — Susurré. — He estado ocupada con el trabajo y estoy dispersa. Lo siento.

— Ya qué.

— Cuéntame. ¿Sí? — Insistí.

— Pues ese día compré Tekken 7. — Respondió olvidando el enojo, como si fuera un niño pequeño al que compensan con otra cosa tras hacer un berrinche.— Ese juego es importante para mí porque de niño no pude tener los otros y ahora gracias a mi ingeniería puedo pagarlo.

Las últimas palabras lograron revolverme el estómago debido a lo pretencioso que sonó, pero fui capaz de tolerarlo y evitar decir algo hiriente al respecto.

Hasta donde tenía entendido, Sejun venía de una familia de padres divorciados donde hubo muchas carencias en la infancia y, al cumplir diecisiete años, salió de su casa con el propósito de hacer su vida bajo sus propias reglas. Por muchos años estuvo peleado con ellos, pero unos dos años atrás su hermana menor lo buscó queriendo reconciliarse, y lo habían logrado. Así que quise comprender que, lo que para mí, con una familia amorosa y afortunadamente una posición económica estable, una carrera era lo más normal del mundo, para él era un mérito propio que logró sin ayuda de nadie y necesitaba sentirse orgulloso de ello a cada instante, incluso si eso le costaba la humildad.

— ¿Y tu roomie prefirió tener sexo a jugar contigo? — Pregunté con un poco de ironía, rodando los ojos, sin que claro, él pudiera verme. — Eso es un crimen. — Argumenté y él asintió. — Yo puedo jugar contigo la próxima vez.

— Tú no sabes jugar.

— Aprendo muy rápido.— Reí. — Me encanta Mortal Kombat.

Y es que no supe cómo es que fue de un estado de ánimo a otro, pero su expresión gélida ni siquiera se enterneció ante mi absurda proposición.

También me fue imposible no pensar en él.

Recordé que en una ocasión, antes de su debut, cuando él practicaba hasta tarde, mientras se frustraba por no llegar a los agudos en su voz que el coach exigía, le propuse practicar juntos. Claro que jamás lo logré, pero esa noche, ante mis vergonzosos intentos por cantar como Raina de Caramel Orange, por lo menos lo hice reír. Y él... él...

— Apretar todos los botones al azar sin planear tus movimientos, no es saber jugar. — Interrumpió el hermoso recuerdo que logró golpear con dureza mi congestionado pecho.

— Bueno... — Sonreí. — E-enséñame.

— Eh... No.— Respondió. — Eres principiante y me da mucha pereza comenzar desde lo básico. — Resopló. Yo ni siquiera tuve la oportunidad de decirle que me podría besar el trasero cuando se hablaba de juegos de lucha. — Mejor espero a que roomie se venga y pueda jugar. Ese hijo de puta me va a querer rogar por jugar.

Asentí en silencio, con los sentimientos encontrados por su cambio de actitud ante las cosas que no le parecían atractivas. ¿Cómo es que podía hacerlo? Por lo menos una hora atrás era el hombre más feliz del mundo y ahora, ni siquiera me miraba.

¿Iba a ser capaz de soportar eso?

No todos pueden ser Seokjin, Hye. Está bien. Está bien. Está bien. No exageres.

Una notificación iluminó mi celular, atrayendo mi atención por completo.

— ¡Oh Rosanna Paccino subió un nuevo video! — Sonreí emocionada, comentando en voz alta. — Y es una tarta de Sims 3. — Recité inclinando el celular hacia él, esperando la misma respuesta que yo emitía cuando me importaban una mierda sus experimentos científicos para dummies sin capacidad para sintetizar información de forma directa pero aún así, fingía interés porque eran sus gustos y quería estar más cerca de él.

Pero lo que recibí fue una acción que tardé en procesar, debido a lo dolorosamente humillante que resultó.

— Uy que emoción. — Musitó con sarcasmo, sin intentar ocultar su apatía.

Tragué saliva y bajé la mirada ocultando el rubor que invadió mi rostro y las inexplicables ganas de llorar que, de nuevo, abordaron las comisuras de mis ojos.
Me quedé en silencio por largos minutos sin algo qué decir o sin saber cómo defenderme, mientras él seguía con la atención en su celular y rascaba su ingle sin mucho interés en otra cosa. Solo lo acepté y pensé que sus gustos no contrastaban con los míos... Era eso. Y estaba bien.

Sonó una notificación en su celular, pero yo estaba demasiado concentrada reflexionando sobre mi vida y lo fácil que era hacerme sentir mal como para reparar en ello.

— La novia de mi rommie se fue. — Dijo levantando su cuerpo de la cama. — ¿Te importa si no me quedo hoy?

Negué suavemente con la cabeza, tal vez agradeciendo que aquella chica haya tomado tal decisión.

Antes de comenzar a recoger su ropa y vestirse, cuando yo me encontraba a punto de correr al baño para abrir la regadera y llorar ahí dentro hasta secarme, Sejun pasó su mano por mi cintura, atrayendo mi cuerpo totalmente hacia él. Comenzó a besarme con locura y yo únicamente pude parar por cortos periodos de tiempo para hacer del momento algo menos feroz y necesitado. De nuevo apareció el brillo en los ojos. De nuevo me vi reflejada en sus ojos y, esta vez, en lugar de sentir una cálida caricia satisfacer mi alma, cierta preocupación llegó a la boca de mi garganta, queriendo salir de forma alarmante.

Sejun se vistió, arregló su cabello y, antes de bajar por las escaleras, volteó a mirarme con una sonrisa de lado a lado.

— Adiós, novia. — Dijo. — Te amo tanto...

Me quedé pasmada, preguntándome mil veces si es que yo también lo sentía, preguntándome si es que esa persona era la que el cielo, el futuro, el destino o la vida había enviado para mí.

Yo quería decir que no, necesitaba hacerlo. Mi pecho subía y bajaba de forma incontrolable. Ardía tanto, aquel malestar subiendo por mi estómago hasta tocar mi lengua quemaba tanto, que fue imposible no soltar una pequeña lágrima que logré limpiar antes de que él regresara su vista a mí.

— Adiós. — Musité con una sonrisa. Y por su mirada, requiriendo una respuesta, con voz temblorosa, accedí. — Yo también te amo. — Mentí.

Ni siquiera me tomé la molestia de retirar mi ropa para abrir la llave de la regadera y adentrarme en ella. El agua fría golpeando mi rostro calmaba un poco el ardor que quemaba cada centímetro de mi piel. Necesitaba ahogarme en algo, necesitaba que el olor de su piel contra la mía se fuera porque ahora, eso arrastraba un significado. ¿Por qué me sentía tan sucia si habíamos tenido sexo antes?
Así que lloré, lloré sin control tallando con odio cada parte de mí que Sejun había tocado. Llegué a odiarme. ¿Por qué no tuve la valentía para decir "No"? ¿Qué tanto amor me faltaba? Él no era. No podía ser. ¿Realmente iba a quedarme con él? ¿Él era la persona?

Salí del baño sin prestar atención a las marcas rojas acompañadas de pequeños hilos ensangrentados en mi piel debido a la fricción que ejercí al momento de tallar. Mis labios temblaban, mi corazón estaba a segundos de estallar y sentí que iba a morir.

Lo primero que cruzó con mi mirada, fue la cama distendida y con furia, retiré las sábanas y el cobertor, arrojándolos por la ventana hacia el espacio en la azotea, como si eso fuera a borrar mi decisión al decir "Sí", al decir "Te amo". Tomé el celular, busqué su número y mordí mis cutículas mientras mis rodillas jugaban de un lado a otro, sin control.

¿Hola? — Escuché su voz tras la línea. Sentí una especie de alivió cuando mencionó mi nombre a quien fuera que estuviera con él. Mi nombre en su voz, fue todo en lo que me pude concentrar mientras sentía mi mente colapsar.

— Necesito verte. — Susurré con la voz temblando, con las palabras colgando de un hilo y luchando fervientemente conmigo misma para no volver a llorar.

Necesitaba verlo. Necesitaba tenerlo frente a mí para convencerme de una puta vez que él jamás podría ser para mí. Necesitaba comenzar a verlo como alguien inalcanzable porque Seokjin no me necesitaba tanto como yo a él.

¿Estás bien? — Preguntó. Mi voz gélida y temblorosa pareció alarmarlo.

— No. — Respondí pensando en lo que estaba a punto de hacer, pero sin llegar realmente a reflexionarlo.

¿Dónde estás? ¿Hye? Mierda. Responde. ¿Estás en tu casa? — Exigió saber pausadamente, dando tiempo para responder las preguntas que no fui capaz de escuchar con claridad incluso si elevaba cada vez más su tono de voz.

— S-sí.

A casa de Hye. — Le escuché musitar. — Estoy a cinco minutos de ahí. Espera ¿Sí?

Colgó y durante ese tiempo, no pude ser capaz de moverme sin tirar algo a mi paso. Me encontraba en alguna especie de limbo, suspendida con mis sentimientos abordando sin compasión mi consciencia. Mantenía la vista perdida sin puntos específicos mientras torpemente, recolectaba ropa de los cajones en la cómoda al fondo de la habitación y me vestía. No quería estar dentro de casa. Me recluí en el sofá para exterior mientras esperaba que el viento helado secara mi cabello y pensando específicamente en nada. Estaba en blanco, temblando y con unas ganas enormes por desaparecer para siempre.

— Hye. — Escuché su voz llamarme en tono alto, preocupado, tropezando con los últimos escalones mientras miraba hacia todos lados buscando la respuesta a mi llamada. — ¿Estás bien? ¿Qué tienes? — Apresuró su paso.

Parecía regresar de alguna grabación, porque el maquillaje aún permanecía en su rostro. Un conjunto deportivo de los que solía usar tras cambiarse, estaba resguardado por una larga gabardina color negro que se movía en cámara lenta a la par que caminaba hacia mí.

Con mucho trabajo y con las rodillas aún temblando, pude pararme hasta quedar frente a él, mientras sus ojos buscaban una explicación racional en los míos.

— Tengo novio. — Musité. Mis ojos comenzaron a arder a la par que mi corazón se detenía. — Se acaba ir, Jin.

Parpadeó constantemente sin poder dar crédito a que esa era la posible razón de mi estado anímico. Abrió los labios en varias ocasiones para decir algo, pero no salió nada ellos.

— Oh. — Soltó frunciendo un poco las cejas, sumergiéndose cada vez en sus propias dudas. — ¿Felicidades?

— Y es tu culpa. — Sollocé con rabia, sin haber humedecido mis ojos, sin haber temblado, sin haber pensado en otra cosa más que en él y su nulo interés por mí. Empujé su pecho con violencia y él únicamente logró desestabilizarse un poco. Su mirada estaba perdida entre mis lágrimas y en el desastre que era mi cuerpo cuando notó las marcas rojizas en mi cuello y manos. — ¿Por qué no puedes verme? — Estallé desbordando las lágrimas que me era imposible controlar. — Estoy aquí, siempre lo he estado. — Escupí con violencia para de nuevo intentar golpear su pecho...Y él lo permitió. — Y es tu culpa que yo no pueda querer a alguien porque te amo y te necesito. — Golpeé de nuevo en otro punto que ni siquiera recuerdo porque había perdido el control.

Seokjin me envolvió en un abrazo mudo que fui capaz de rechazar porque mi cuerpo ardía y no podía soportarlo más. Ese fue mi límite, que su única acción por mi caótico episodio de histeria fuera un abrazo.

— Hye... — Musitó limpiando mis lágrimas con sus dedos fríos.

Y cuando aparté el rostro de su pecho, cuando alcé las manos para empujarlo de nuevo con todo el odio acumulado durante años, cuando él detuvo mis muñecas entre sus manos y alcé el rostro para decirle que lo odiaba y no quería volver a verlo jamás... Fue que me pude ver reflejada en sus hermosos ojos.

— Y yo necesito hacer esto, porque si no lo hago ahora...

No pude ser capaz de terminar la oración que estallaba en mi cabeza porque sus labios impactaron de forma increíblemente violenta y temblorosa contra los míos.

Y todo se detonó.

Sentí la presión de la sangre hirviendo bajo mi piel viajar a una velocidad palpable, tan real, tan punzante y agonizante que quemaba. Cada parte de mi cuerpo se encontraba adormecida gracias al frenesí que sus manos alrededor de mi cintura liberaron al estrujarme contra él. Yo lo besaba con furia y él procuraba calmarme. Se sentía como ir al cielo y después besar sin cordura el piso del infierno. Los latidos de su corazón escuchándose a través de su pecho inundaban mis oídos con alguna especie de sinfonía delirante. Perdí el control de mis movimientos y mientras caminábamos traspiés hacia la puerta de la casa, mientras mis brazos se encontraban alrededor de su cuello, en algún punto mis piernas lograron rodear con fuerza su cintura.

Todo era fatal. Tan rápido, frenético y violento, que la necesidad por estar con él y sentirlo de ciertas formas, estaba terminando por enloquecerme.

Por unos momentos, estando al borde la cama, sobre mí, con mis piernas temblando alrededor de su cuerpo, haciendo una pequeña pausa para reparar en mis ojos y preguntarme en silencio si estaba segura de lo que iba a suceder, justo después de levantar la sudadera que cubría mi torso, al bajar lentamente, besó con suma suavidad cada una de las heridas que yo había provocado.





Y así fue el principio del dolor que nos arrastró.











***
Ay amigas, jamás un capítulo me había hecho llorar tanto.

Pido perdón si hay dedazos que no detecté o si, como siempre, me comí palabras. Es que soy disléxica. c:

Adjunto la playlist con la que escribí esto porque realmente es muy cómodo leerlo así. Además que las canciones van acorde a las emociones.

¿Qué piensan ahora de Hye y Jin?

¿Y de Sejun?

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