Knees
No, por supuesto que nada podía salir bien de aquella mierda emocional de la cual yo era ama y señora.
No fue celestial. No escuché campanas. No toqué el cielo. Simplemente ni siquiera recuerdo cómo fue o qué sentí. Creo que estaba demasiado concentrada en verme maravillada por quien se encontraba debajo de mí, que en la misma situación. ¿Fue especial? No, eso no existe. Esa es una palabra que utilizan las series de televisión para adolescentes donde de alguna forma, controlan la terrible idea (machista y religiosa, por supuesto) que radica en la pureza, inocencia y virginidad de las mujeres.
Un adelanto: No pasa con el amor de tu vida. La primera vez es horrible, bochornosa y tal vez, jamás vuelvas a ver a ese idiota. Pero esa es otra historia.
El punto es que no digo que no fuera bueno. Yo supongo que lo fue, pero no puedo recordarlo. En ese momento, al terminar, todo fue borroso e irreal, yo no estaba feliz, pero ¿Por qué? Eso era lo que yo quería. Seokjin me había besado primero... Y debo decir que muy ágil, pausada y celestialmente. Fuera de eso, solo tuve pequeños flashbacks muy difíciles de leer porque incluso vernos frente a frente era vergonzoso. Al final, no me abrazó, no me besó. Él solo permaneció recortado a mi lado, con la vista pegada al techo y, supongo se habrá arrepentido mil veces.
Así que guardé las pocas emociones que pudieron llegar a mi cuerpo y cuando lo sentí moverse en el colchón, cuando volteó en mi dirección para preguntar si todo estaba bien, fingí estar dormida. No quería hablar, no quería tener que entablar una incómoda plática sobre cualquier estupidez para así no tener que enfrentar mi realidad. Fuera cual fuera. Por supuesto que quería escuchar su voz y hacer mil preguntas, pero mi corazón no estaba listo, mis músculos faciales estaban exhaustos de tanto llorar y mis ojos, mis ojos podrían haber arrojado más lágrimas en cualquier momento. Escuché cuando se levantó de la cama y permaneció sentado por unos minutos mientras pasaba las manos por su cabello e intentaba buscar sus prendas de ropa esparcidas por toda la habitación. Le escuché también teclear rápidamente en su celular mientras se colocaba los zapatos y lo mejor de todo: al sacar un cobertor del armario para así poder cubrirme del frío, mientras pasaba la palma de su mano por mi frente, musitó un pequeño "Mierda", el cual no supe que cómo demonios interpretar.
"¿Mierda, la cagué?" "¿Mierda, eso fue bueno?" "¿Mierda, qué demonios acabo de hacer?"
Solo una de ellas me favorecía.
No se despidió, por lo menos no en voz alta. Un montón de llamadas habían estado entrando a su teléfono y él no hacía otra cosa más que rechazarlas o contestar una o dos veces a Namjoon en bajísima voz. Hasta la fecha, me gusta pensar que su intención esa noche fue no despertarme.
Así que me envolví en aquel cobertor café felpudo que colocó sobre mi cuerpo y me quedé suspendida en la nada, esperando que cualquier cosa pasara, excepto claro, algo que implicara a Sejun, Seokjin o llorar hasta quedarme dormida.
Fue tal vez unos minutos más tarde que el timbre sonó insistentemente y decidí vestirme con la ropa que él había doblado y colocado para mí junto a la almohada. Me dirigí casi arrastrando los pies hacia la puerta y no sin antes, dar un pequeño repaso a mi imagen en el espejo de la entrada, peinándolo en un mediocre intento de coleta alta.
— Lamento haber tardado. — Dijo la repartidora del negocio donde había pedido algo para comer. ¿Cuánto habrán tardado? ¿Casi tres horas y media? — Es viernes, hay mucha gente y tu orden se traslapó hasta el último ¡No me odies, Hye! — Suplicó. Solté una pequeña risa por primera vez en horas al ver a Tami tan apenada y apresurada al mismo tiempo. Ni siquiera recordaba qué pedí de comer. — Uhh... No te ves bien. — Musitó cuando sus ojos me barrieron después de suplicar.
— No lo estoy. — Asentí tomando la bolsa de papel que extendía hacia mí. — Gracias, Tam. ¿Cuánto es?
— El jefe dice que es gratis, ya sabes por el tiempo.
— Por lo menos lleva lo de tu propina. — Insistí antes de que pensara en dar media vuelta y regresara a su trabajo. Hurgué entre los compartimientos de mi bolso colgado al lado de la puerta y finalmente encontré algunos billetes hechos bolita. — Tengo... 6 dólares.
— Eso es más de lo que cuesta tu hamburguesa. — Tami negó con la cabeza y yo, sin preguntar, tomé su mano y deposité los billetes arrugados en ella.
¿Cuándo conocí a Tami? Me parece que fue unos cuatro meses antes de aquella noche. La primera vez que la vi, una noche al regresar del trabajo y pasar rápidamente la vista por la vitrina que daba a la cocina del local de hamburguesas, Tami vestía un delantal enorme y parecía tener problemas con la freidora. Ya no recuerdo cómo ni por qué comenzamos a hablar, pero sí recuerdo que su madre solía ser mesera en ese lugar y que el mismo jefe le consiguió un trabajo mejor como enfermera en una clínica geriátrica en el centro.
Yang Tami siempre iba de aquí a allá en una motoneta repartiendo pedidos y cuando no, tallaba la grasa del piso de la cocina, aseaba los baños o atendía la caja registradora; la única imagen que tengo de ella en ratos libres es estudiando en la cocina, sentada entre las cajas de pan de bolsa y el cochambroso refrigerador donde se guardaban las carnes, hielo y verduras.
Podrá escucharse mal de mi parte, pero su vida realmente era complicada. El padre de Tami murió dejándolas con muchísimas deudas, y en un intento por encontrar refugio, su madre se casó una persona miserable que con el tiempo comenzó a golpearlas e incluso tener conductas amenazantes hacia la integridad de Tami. Fue entonces cuando su madre aprovechó un descuido, denunció, tomó a su hija de 16 años, algunas pertenencias y huyeron a Seúl desde Busan, esperando encontrar un futuro mejor.
Y así fue. Tal vez su vida era un poco más tranquila pero, cuando veía a Tami decepcionada por no haber llegado a cierta meta en sus propias, quedarse dormida con los libros entre las piernas, remendar una y mil veces los suéteres viejos que comenzaban a perder color y pegar las suelas de sus tenis, algo en mi interior se removía al punto de no dejarme dormir tranquila. Y entonces, lo único que podía hacer por aquella chica que en vez de estar limpiando grasa de hamburguesas debería estar en el cine, con sus amigas o en su habitación leyendo historias en internet, era incrementar mis propinas y fingir que la ropa que compraba para ella ya no me quedaba, solo para que así quisiera aceptarla.
— Me comprarás unas papas la próxima vez. — Dije avanzando hacia el sofá en el exterior. Tami me siguió con la mirada, guardando los 6 USD en su delantal. — Ven siéntate un rato. — Invité hacia el lugar libre. Abrí el empaque de la hamburguesa, terminé por partirla en dos y puse al centro el recipiente con aros de cebolla y papas para que así ella también pudiese comer. — Por la hora, no tardan en cerrar y los aros de cebolla no saben igual si no los compartes con alguien.
— Yo...
— Ah, vamos, ven. — Quejé haciendo un pésimo intento de berrinche. — Mi día ha sido terrible.
Tami me miró por unos segundos, y aunque un tanto dudosa entre regresar al trabajo o no, dio un largo suspiro cargado de fatiga y terminó por sentarse a mi lado. Una vez ahí, se dio la oportunidad de estirar su espalda, tronando cada uno de los huesos involucrados en el malestar de su espalda. Tomé una de las mitades de la hamburguesa, la tendí hacia ella y terminó por aceptarla.
— ¿Cómo está tu mamá? — Pregunté cubriendo mi boca con la mano mientras devoraba un bocado.
— Bien. — Respondió con una leve sonrisa, comió de la hamburguesa y después agregó: — Mejor. Él no nos ha buscado así que estamos bien.
No podía creer que la chica de 16 años a mi lado había atravesado por más dolor del que yo había experimentado. Se notaba en sus ojos, en el cansancio sobre sus ojeras y su postura tan retraída, fatigada y decaída que tomaba cada vez que recordaba el tema.
— Me alegro. — Asentí varias veces, explorando la forma más educada y cálida posible para soltar mis siguientes palabras. — Pero, Tam, las órdenes de restricción solo aplican en la ciudad donde se emitieron. Puede que aquí en Seúl sea invalidada. — Lamenté teniendo conocimiento de la situación jurídica de ambas.
— Lo sé. —Asintió con un hilo de voz. — Lo sabemos, Hye... Es solo que estamos de deudas hasta el cuello, los abogados de oficio hacen lo posible para evitar los juicios cívicos y no podemos permitirnos un particular.
No podía evitarlo, de alguna forma la situación de Tami y su madre llegaba a preocuparme más de lo que debería. Tal vez era verlas tan vulnerables y expuestas a un peligro que era responsabilidad del gobierno arreglar, pero estábamos muy lejos de lograr que aquellos casos donde el machismo era justificado bajo una despreciable merma cultural, fueran tan siquiera tomados en cuenta después de cerrar el expediente y dejar que se empolvoran en alguna oficina de juzgados.
Nos quedamos un rato en completo silencio y ese tiempo, fue necesario para que Tami descansara, terminara su hamburguesa y recuperara las fuerzas para volver a los últimos minutos de su cansado trabajo.
— Oye... — Murmuré sin detenerme a pensar en lo que diría. Tami levantó las cejas hacia mí y comí otra papa con queso para evitar delatarme.— Tengo un montón de ropa casi nueva que ya no me queda porque me creció el trasero... — Sonreí y, antes de que ella pudiera decir algo más o negarse específicamente, interrumpí. — En la semana ven, escoge todo lo que te guste y te daré una tarjeta con mi nombre porque las dejé en la oficina. Vayan un día a la firma, digan que tu madre es mi tía y yo me encargo de lo demás ¿Sí?
Tami hizo un puchero dejando relucir sus hermosos y grandes ojos negros. Creo que esa fue su forma de agradecerme porque la idea no terminaba por agradarle del todo.
— No nos gusta deberle a alguien. — Anunció.
— ¿Estás loca? — Reí llevando un aro de cebolla a sus labios para evitar que hablara más. —Comprarás papas con queso para mí cada viernes por un año. — Tami comenzó a reír y yo por fin me pude sentir aliviada. — Ahora... Deberías irte. Tu madre debe estar preocupada.
— Doblará turno en el hospital hoy. — Lamentó. — Llegará mañana temprano.
Afortunadamente, jamás experimente la falta de mi mamá. Pero en ese momento, al ver la expresión cargada de preocupación en una chica de 16 años, pude darme una pequeña idea del dolor de estómago que crecía en ella al imaginar llegar a una casa oscura y vacía, esperando que fuera el día siguiente para ver a su madre.
— Aun así, ya vete a casa. — Insistí dando un par de palmaditas en su espalda. — Manda un mensaje a tu madre cuando llegues.— Dije mientras me levantaba y arrastraba los pies de nuevo al interior. — Me voy a dormir. No olvides pasar en la semana Tam.
Tami asintió en silencio, sacudió las migajas de pan que caían a su delantal y se despidió de mí con una reverencia que me hizo sentir increíblemente incómoda y anciana. En cuanto bajó las escaleras, asomé mitad del cuerpo por el barandal de la azotea y me quedé ahí, esperando a que recogiera sus cosas, gritara al dueño del lugar anunciando que se iría y verla caminar segura a la parada del autobús, hasta que desapareciera de mi vista.
Y entonces regresé a mi estado habitual de miseria y total arrepentimiento.
No podía contar a nadie lo que sucedía. Es más ni siquiera yo había terminado de procesar lo que había sucedido. Todo fue tan rápido, onírico e impactante que no parecía real. La única evidencia que quedaba sobre mí, para hacerme tener la total certeza de que Seokjin estuvo ahí esa tarde, era el halo de su perfume ligeramente impregnado en mi cabello.
Así que no tenía algún confidente. Tal vez la razón principal fue porque él solía serlo. Dani al final, era una empleada de la agencia y de mis amigas, mi mejor amiga Diana -pronunciado no Diana si no Daiana a quien yo prefería llamar Di, para no entrar en conflictos- odiaba profundamente a Seokjin. No importaba cuánto quisiera defenderlo, ella encontraría más razones para detestarlo. Di no soportaba la idea de que un hombre me tuviera a sus pies y según ella, que sabiendo perfectamente de mis sentimientos hacia él, prefiriera ver al otro lado con tal tenerme cerca pero sin corresponderme.
Entré a casa sin el menor remordimiento por Sejun. Cepillé mis dientes y después me tumbé en la cama envuelta en el cobertor que Jin había colocado sobre mí antes de irse, mirando el celular en medio de la oscuridad insistentemente, como si el hecho de perder el tiempo pasando video tras video, foto tras foto, fuera a hacer que Seokjin mágicamente pensara en mí, tomara su celular y fuera a enviar un mensaje larguísimo declarando todo su amor.
Pero no fue así. Tal vez había sido por la taza de café que tomé en casa de mi madre aquella tarde o quizás eso se juntó con el sube y baja de emociones que fueron desde la tristeza, enojo, miedo, felicidad en mi cuerpo hasta dispararse en un extraño episodio histriónico... El punto es que mis ojos sintieron únicamente la necesidad de descansar hasta que la luz del siguiente amanecer se coló por el traga luz al fondo de la habitación y los pájaros habitando los árboles en la calle posterior, comenzaron a cantar como si fuera un buen día para estar vivo.
Y como era de esperarse, desperté hasta las tres de la tarde, con la garganta seca, los ojos hinchados, sin recordar qué es lo que había soñado y con la innegable necesidad por revisar mi teléfono de nuevo, solo para perder mi dignidad y corroborar que Seokjin no había mandado ni un mensaje, no había llamado ni una sola vez.
Ese sábado fue más largo de lo que puedo recordar y me atrevería a decir que, por primera vez, sola y con un montón de sentimientos encontrándose a cada momento, la ausencia de Hyosuk se hizo más evidente. Y vamos, no es que mi hermano solo llevara seis meses en Australia, dos años por fin parecieron cobrarme todo el dolor y necesidad por ser escuchada que jamás sentí cuando lo tuve a mi lado... O por lo menos cuando tenía a alguien diferente a quien acudir. Pero esta vez me encontraba sola.
No sabía qué hacer. Cada vez que escuchaba las notificaciones de mi celular y de nuevo volvía a voltear los ojos al notar que era Sejun y no Seokjin el que me escribía, esa terrible sensación de incertidumbre aparecía para presionar mi corazón y hacerme ir a la conversación con él, escribir un corto mensaje preguntando cómo se encontraba y salir inmediatamente de la aplicación en cuanto la barra de estado bajo su nombre cambiaba a un alarmante "en línea". Si me preguntan, mis ya escépticas creencias religiosas pudieron salvarse un poco cuando noté que mi torpe dedo pulgar no se deslizó por accidente hasta el botón de las videollamadas y, solo así pude suponer que alguna deidad me estaría cuidando ante tan vergonzoso desastre.
Pero, eso no es todo. La mejor parte, vino al caer la noche, cuando mi madre llamó para recordarme la reunión de amigos de la preparatoria a la que prometí acompañarlos al día siguiente. Y, siguiendo con el aparente hilo de miseria en el que me había involucrado las últimas 24 horas, esa celebración no podría ser en otro lugar que en Gwancheon, Gyeonggi.
Está de más aclarar que no pude dormir. Fue una de esas noches en las que tu cuerpo no puede acoplarse a la cama. Una mosca, ladridos en la calle, los gatos "peleando" en la azotea, comezón en mi espalda, calor, frío, sed, la blusa que no había visto desde hace tres meses y que definitivamente Tami no tenía, considerar si a mi edad teñir el cabello de gris platinado sería algo ridículo, buscar opciones en Instagram, infartarme por el precio. ¿Y si jugaba una partida más de Minecraft en mi celular? ¿Y si veía por trigésima vez la misma serie de televisión? ¿Por qué hace tiempo no veía actualizaciones en Facebook de la chica que solía postear cada segundo de su vida? ¿Me habría eliminado? Ir a Facebook, buscar su nombre, no encontrarlo, finalmente dar con ella y corroborar que ya no éramos amigas. ¿Por qué me habrá eliminado? ¿Qué dije?
Sí. Fue una de esas noches.
Para la mañana del domingo mi rostro estaba hinchado, mis ojos estaban rodeados de un horrible color ciruela venoso y se notaba a kilómetros que estaba viviendo la mejor etapa de mi vida.
Ni siquiera tuve la intención de desayunar. Solo puse café en una ollita de aluminio -porque así el café de grano sabe y huele mucho mejor- y salí a la azotea, esperando que una catástrofe mundial se anunciara en las noticias para así, no ser arrastrada por mi madre hasta Gwancheon. Pero Dios, Buda, Allah, Yahveh, Shiva, Atón, Abraxas, Morgan Freeman, o cualquier deidad que estuviese a cargo de mi mundo decidió odiarme un poco más y hacer de ese domingo, el día más adecuado para un día de campo. Mis padres llegaron por mí a eso de la una de la tarde y me vi forzada a regresar dos veces a cambiar mi atuendo, pues parecía que mi conjunto deportivo gris, Converse y cabello recogido en un moño alto, no eran suficientes para que las amigas de mi madre volvieran a verme después de casi diez años. Ella por fin pudo estar medianamente convencida cuando salí con un pantalón ajustado de mezclilla, botas militares negras y una enorme sudadera azul cielo que cubría un poco más allá de mis rodillas. Y agradezco a la vida por el hecho de no haberme preguntado de quién era, porque la respuesta sería obvia.
Durante el camino, parecí haber regresado a mi etapa de la preparatoria, donde mis padres solían organizar actividades de campo y los cuatro, salíamos cada domingo a cualquier lugar donde fuera lindo detenerse a desayunar, jugar un rato y acostarse sobre el pasto. Claro que esta vez, mis padres escuchaban "Everybody Wants To Rule The World" de Tears For Fears a alto volumen, como siempre, la diferencia era que Hyo y yo no íbamos peleando en la parte de atrás por los audífonos rosas que aislaban cualquier sonido del exterior.
Pregunté únicamente dos veces si es que existía la posibilidad de que los Kim asistieran a esa reunión y la respuesta definitiva fue un "Sí", acompañada del hecho innegable de que, si desde hace un par de años Seokjin dejó de ir a las reuniones entre las dos familias, actualmente le sería imposible tan siquiera poner un pie en la reunión de ex alumnos de la preparatoria de nuestros padres.
Así que mi corazón no supo cómo sentirse porque estaba aliviada, pero extrañamente decepcionada.
Supe que habíamos llegado porque, aun con los ojos cerrados, pude notar la forma en la que la camioneta desaceleraba y a la par, mi madre bajaba el volumen de la música intentando prestar atención a la dirección que indicaba el GPS.
Me sentí completamente fuera de lugar cuando por lo menos cuatro mujeres de la edad de mi madre se acercaron corriendo a ella, gritando su nombre y extendiendo los brazos como si realmente la hubieran extrañado. Lo mismo pasó con mi padre, pero los abrazos y los gritos en hombres eran reemplazados por fuertes palmadas en el hombro y elogios hacia los rines, defensa y equipo de sonido de la camioneta. Los últimos en llegar al saludo fueron el señor y la señora Kim, quienes se limitaron a sonreír con agrado hacia mis padres porque la última vez que se vieron fue unas semanas atrás, gracias al cumpleaños de mi madre. En ese momento, comprendí que podrían pasar los años y el Sr. Kim jamás dejaría de despeinar mi cabello de forma sutil para saludarme diciendo: "Qué hay Min" y su madre, tampoco lo pensaría demasiado antes de abrazarme y expresar cuánto me quería y lo rápido que habían pasado los años, recordándome una y otra vez aquella anécdota del día en que Hyo y yo nacimos. Y yo, por otro lado, después de saludar, la primera frase que solía salir entre mis labios era preguntar por Seokjin, pero aquella tarde, en medio de los brazos de la Sra. Kim, decidí reservarme la molestia y dar por entendido que él, como siempre se encontraba en Seúl trabajando.
¿Es que yo era la única perdedora a la que obligaron a ir? Claro, no es como si me emocionara conocer gente de mi edad o tan siquiera estuviera en mis planes pegarme a alguien durante la reunión, pero pensé que por lo menos tendría compañeros en alma, compartiendo el mismo sentimiento de deber. Lo que noté a mi alrededor fueron unas tres cabecitas corriendo tras una pelota, un niño perdido en su celular y un bebé descansado en los brazos de su padre.
Entonces sí, solo yo fui obligada a asistir. Supuse que por lo menos, tendría la tarde completa para recostarme en algún lugar apartado, colocarme los audífonos, dormir, despertar para comer mientras sonreía y volvía a mi estado de miseria habitual. O por lo menos eso era lo que esperaba y supuse tenía permitido vivir después de tanto drama.
Mientras bajaba algunas bolsas de la camioneta y esperaba a que algún señor o señora a cargo de la parrilla y el carbón me indicara el lugar exacto para depositar la comida, justo cuando estaba a punto de tropezar con las mismas agujetas sueltas de las botas militares y darme el golpe necesario en la nariz para justificar la rinoplastía de mis sueños, una mano sujetó con fuerza mi brazo, atrayéndome violentamente hacia un pecho que yo conocía bastante bien.
— Esta sudadera es mía. — Susurró por encima de mi cabeza.
Mis manos perdieron fuerza y las bolsas de plástico impactaron ruidosamente contra el camino de piedra musgosa que llevaba hasta la cabaña principal.
Si yo esperaba ocultar lo evidente, lo estaba haciendo pésimo.
Mi reacción fue lenta e indiscutiblemente torpe. Creo recordar que perdí la noción del tiempo y durante ese lapso, mientras él se arrodillaba de forma insinuante y aprovechaba para anudar los cordones sueltos de mi bota, sin dejar de sostenerme la mirada, mi cuerpo sufrió algún tipo de choque, haciéndome experimentar desde un frío agudo en las palmas de las manos, hasta un calor sofocante quemando gradualmente mi pecho. Lo gracioso es que no supe identificar la razón. ¿Vergüenza? ¿Miedo? ¿Tristeza? ¿Euforia? Tal vez las cuatro estaban presentes en cada fibra muscular.
Seokjin finalmente irguió su cuerpo y quedamos frente a frente. Mis ojos rodearon la escena para verificar nadie estuviera presenciando eso y para mi sorpresa, todo mundo tenía puesta la atención en algo, excepto en nosotros. Cuando por fin pude respirar, estiré las manos queriendo tomar las bolsas de nuevo y él, ya cargándolas, negó suavemente en un gesto cotidiano de caballerosidad.
— Las llevo yo. — Musitó.
Lo vi alejarse hacia un grupo de tres hombres, quienes luchaban fervientemente contra el carbón y el viento, intentando prender una parrilla que se veía bastante lujosa. Uno de esos hombres era mi padre, mismo que al reconocerlo, dio una fuerte palmada en su hombro y acto seguido, tendió una cerveza hacia él, dejándome con una preciosa visión de Kim Seokjin vistiendo un par de jeans negros ajustados y una playera blanca ceñida al cuerpo, luciendo el cabello rubio despeinado con el viento, proyectando su largo y definido cuello hacía arriba mientras la cerveza fría resbalaba por su garganta... y una mirada por el rabillo del ojo se escapaba intencionalmente hacia mí.
Así que, con las rodillas temblando y mi rostro cargado de un rosa fuerte que soy completamente consciente él pudo notar desde el momento en el que, al subir, deslizó las yemas de sus dedos autoritariamente a lo largo de mis pantorrillas, no tuve el valor suficiente para quedarme a observar cómo Seokjin jugaba con mis sentimientos y busqué refugio con la única persona a la que podría culpar momentáneamente sobre mi desgracia: Mi madre.
— Dijiste que no iba estar aquí. — Musité llegando a la cocina, una vez que encontré a mi madre libre.
Ella me siguió con la mirada durante todo el recorrido de la entrada hasta la barra de mármol, donde hice espacio, di un brinco torpe y al final pude sentarme.
— Pensé que estarías feliz. — Dijo. Hizo pausa para deshojar otra lechuga y comenzar a desinfectarla con agua y esas gotas negras que venden en la sección de verduras en el supermercado. — Además ¿Cómo se supone que iba a saberlo? Él nunca viene a estas reuniones.
Me enojaba el hecho de que estuviera ahí sin haberme prevenido. No es como si tuviera que pedir permiso pero ¿Fue demasiado complicado levantar el teléfono y preguntar cómo estaba? Es cierto que me encontraba herida, dolida y al mismo tiempo, mantenía más esperanza de que le me gustaría admitir.
Por fortuna, sobre la barra alguien decidió abandonar un paquete nuevo de frituras de queso y eso fue a lo que mi ansiedad se pudo aferrar después de la conmoción.
— ¿Podemos irnos rápido? — Suspiré abriendo el paquete verde con inquietud.
Pero mi madre no era ninguna tonta. Ella sabía perfectamente que, en cuanto mi vista, atención y esperanzas se clavaban en algún tipo de comida nada saludable, aquello trataba de una señal inminente indicando dos vertientes: O me encontraba al borde de la euforia o estaba a punto de quebrarme a llorar.
— Algo pasó. — Murmuró mientras se acercaba con cautela. — ¿Verdad? — Insistió. — ¿Qué pasó?
— Nada. — Mentí.
Mi madre apartó la bolsa con frituras de mi regazo y yo la miré con bastante recelo.
Como dije, si tenía planeado ocultar lo evidente, lo estaba haciendo pésimo.
— Si fuera "nada"... — Respondió marcando las comillas en el aire con los dedos. — En estos momentos estarían jugando con los niños, tirados en el pasto comiendo pastel o riendo hasta que les explotaran las mejillas. — Argumentó acertadamente. — Dime, Hye ¿Pasó algo?
Y es que mi madre siempre tenía razón. En todo.
Porque sí, evidentemente pasó algo. Tal vez hubiera estado un poco más tranquila si el drama se hubiera limitado a un beso que posteriormente alguno de los dos podría justificar como un avanzado estado de ebriedad, euforia o simple confusión. Pero fue mucho más de lo que algún día, tan siquiera, pude permitirme soñar.
— Digamos que fue una incómoda situación. — Lamenté escogiendo mis palabras, con mucha precisión.
—¿Se lo dijiste? — Preguntó con sorpresa y entusiasmo. — ¿Le dijiste lo que sientes?
— A-algo así. — Balbuceé procurando no ser víctima de mis borrosos recuerdos. — Vamos a suponer que sí pero el tema se desvió a otros asuntos y... No volvimos a tocar el tema.
Ella frunció la frente intentando leer mis pensamientos, pero supongo que como madre, no se atrevió a contemplar los extremos, que es básicamente donde residía la verdad. Después de unos pocos segundos, donde yo me mantuve en silencio esperando no decidiera indagar más, se rindió.
— Entonces ¿De qué te preocupas? — Animó tomando firmemente mis hombros. — Anda, ve, llévale un plato de comida, siéntate a su lado y verás que vuelven a ser los mismo de siempre.
— Claro. — Asentí con pesadez, deseando que esa salida fuera tan sencilla de ejecutar como sonaba.
Por supuesto que no me acerqué a él. Ni siquiera me atreví a mirarlo por más de un segundo. A lo largo de la tarde, Seokjin parecía buscar un lugar a mi lado, pero yo, a cada oportunidad, como si se tratara de un juego donde por alguna razón necesitaba comprobar qué tanto podría insistir, evadía toda interacción al notar su alta figura colarse por el rabillo de mis ojos.
Durante la comida, colocó su plato frente a mí y supongo que esa fue la única forma en la que accedí a mirarlo conscientemente, pues no dejaba de pedirme pasar la sal, un vaso con agua o cualquier guarnición que solo colocaba en su plato por puro compromiso.
Al contrario de mis objetivos de aislamiento para aquella tarde, procuré siempre mantenerme ocupada, pretendiendo prestar atención a la plática de mi madre con sus amigas, a las preguntas sobre Hyo, su novia y su bebé en camino o en lo mucho que me parecía a mi abuela fallecida.
Jamás sentí su mirada tan enfocada en mí. Iba incluso más allá de lo osado e imprudente. Sin embargo, al final ¿Quién lo notaría? Nuestros padres estaban tan perdidos en las anécdotas de hace casi 27 años, que durante la fogata, cuando cayó la noche, nadie más que yo podía percibir su mirada intentando encontrar mis ojos, entre episodios de risa fingida respondiendo a la historia de cualquiera a nuestro lado.
Nuestras miradas se encontraban, yo apartaba la atención a cualquier otro punto y él ni siquiera hacía el mínimo intento por simular algo semejante.
Así fue durante treinta agonizantes minutos.
Sentí que iba a perder la cordura cuando albergué la posibilidad de tomar mi teléfono celular, romper la barrera del silencio y pedirle encontrarnos en algún punto atrás de las cabañas. Sin embargo esa idea se esfumó al verlo coger su teléfono en repetidas ocasiones y en ningún momento sentir que sus mensajes fueran para mí.
— ¡Hye! — Escuché la voz del Sr. Kim pronunciar mi nombre con entusiasmo. Creo que pude haber saltado de la impresión, pero fui capaz de ocultarlo bastante bien. — ¿Cómo va la firma?
Busqué inmediatamente su rostro entre las personas sentadas alrededor de la fogata y al final, pude encontrarlo al lado de Seokjin.
Sí, ese era mi nivel de atención aquella noche. Nulo.
— Ah... Bien, Sr. Kim — Respondí ocultando mis manos en la bolsa delantera de la sudadera. Agobiante, pero bien. Gracias por preguntar.
Seokjin al fin pareció bajar la guardia. Sus hombros se relajaron y dejó caer desinteresadamente el peso de la espalda completamente sobre su coxis. Y sus ojos... Hubo una dualidad tremenda. Ahora sus ojos eran grandes, brillantes y hermosos. Y no estoy diciendo que anteriormente no lo fueran, pero el sentido, la tensión y tal vez el objetivo, cambiaban completamente mi percepción mediata de ellos. Fue capaz de reemplazar aquella mirada intensa, desvergonzada e insistente por algo tierno, sutil e inocente.
Y terminé evidentemente, fascinada.
Creo que una pequeña sonrisa se elevó sutilmente por mis comisuras y de reojo, pude admirar cómo él mismo fue testigo de ello, replicando mi acción.
— La vida en Seúl está difícil ¿No? — Continuó el Sr. Kim con interés. Al terminar su última oración, su rostro pareció recordar a su hijo y milésimas de segundo después, no dudó en dar un pequeño golpe con el dorso de la mano en el pecho de Seokjin. — ¿Estás cuidando de ella?
— Intento verla seguido. — Asintió sin temor a equivocarse.
— Sigan al lado del otro. — Respondió convencido. — Amistades como la de ustedes dos, hay muy pocas.
Incluso si esas palabras podrían parecer hermosas, dolieron. Hasta aquel viernes en la tarde, cuando Seokjin subía con rapidez las escaleras blancas hacia la azotea del edificio, éramos amigos. No solo eso. Éramos los mejores amigos del mundo. Él lloraba, yo lo hacía. Yo reía el lo hacía. Seokjin y yo podíamos dormir en la misma cama acostumbrados a los balbuceos y patadas del otro, teníamos un lugar especial para vernos durante la noche, él sabía de mis más grandes sueños y yo era testigo al escuchar sus peores miedos.
Si tan solo no lo hubiera llamado, si tan solo hubiera tenido la valentía y estima suficiente en mí misma como para poder decir "no" a la mierda de persona que era Sejun, en ese momento, alrededor de la fogata, la palabra "amigos" se hubiera sentido tan bien...
— Sí. — Dije. Mis ojos se levantaron hasta el rostro de Seokjin, pero no fui capaz de avanzar más, se quedaron pasmados en sus labios rosas. — Supongo.
— ¿Y cuándo nos presentarás a un prometido? — Dio un aplauso, llamando la atención de mis padres cuya frase tomó completamente desprevenidos. — Este chico está en otro mundo, su hermano tiene la mente en su carrera y yo quiero un nieto. Hyosuk está en Australia y pronto traerá un bebé a casa. ¡Urge más brillo en estas familias, Hye!
No tomé a mal su comentario, al contrario, por un momento reí nerviosa tomando en cuenta la ironía del asunto. El Sr. Kim siempre fue entregado a su familia y, desde que tengo memoria, tener nietos era su mayor sueño. Está por de más decir que, debido a la cercanía de ambas familias, Hyosuk y yo éramos considerados sobrinos para los Kim y viceversa.
Mis padres sonrieron intentando encontrar palabras en mí, y al final, quien terminó saliendo en mi auxilio, fue la madre de Jin.
— Cariño, es muy joven para casarse. — Comentó mientras me miraba desde el otro lado de la fogata. — Estoy segura que Hye quiere hacer muchas cosas antes de comprometerse. ¿Verdad, cariño?
Asentí en silencio devolviendo tímidamente la sonrisa.
— Lo encuentro complicado. — Respondí. — Por el momento, no.
— ¿No hay alguien en la lista? — Preguntó el Sr. Kim ganándose la mirada reprobatoria de Seokjin.
— He salido con alguien pero, no me convenció.
Entonces, como si su cuello estuviera forjado con el acero más frío y duro, Seokjin volteó el rostro hacia mí, totalmente confundido y con la mirada tan oscura y profundamente intensa, que intimidaba.
— ¿No funcionó con Sejun, Hye? — Preguntó con la voz rasposa. Me atrevería a decir que incluso resentida.
Esa pregunta fue adrede y por primera vez durante aquel día, no tuve miedo en sostener su mirada, preguntando una y mil veces en silencio qué demonios le ocurría.
— ¿Sejun? ¿Lo conoces? — Balbuceó mi padre hacia Seokjin, desconcentrado y perdido.
Como lo dije, la relación con mis padres era impecable, por tal motivo, el hecho de que existiera alguien llamado "Sejun" en mi vida y no ser consciente de ello, pudo herir un poco a mi padre.
— No tengo el gusto. — Respondió, sin quitar la vista de mí. — Justo el viernes me enteré, Sr. Seo.
— Pasaron muchas cosas el fin de semana. — Intervine sonriendo hacia mi padre, sin tener idea de cómo responder a las palabras que arrojó Seokjin al final, tan pausadamente. — Si fuera alguien importante, tú serías el primero en saberlo, pa.
— Debes darte prisa o te la van a ganar. — Soltó el Sr. Kim hacia Seokjin, quien sonrió de lado antes de arrojar una carcajada que solo pareció tener gracia para los señores Kim y mi padre.
La conversación pareció quedar sepultada cuando alguien puso música de los ochenta y las personas de más de 45 años en aquel círculo se emocionaron al escuchar "Livin' On a Prayer" de Bon Jovi. Mi padre no pudo evitar pararse e invitar a mi madre a bailar románticamente mientras los padres de Seokjin hacían lo mismo y, ya un poco ebrios, gritaban entre vuelta y vuelta que aquel concierto el 5 de octubre de 1995 en el Estadio Olímpico de Seúl, había sido el mejor concierto de sus vidas.
Por lo tanto, en aquel círculo solo quedábamos Seokjin y yo. Él, abriendo los labios cada cinco segundos para intentar decir cualquier cosa y yo, perdiendo el tiempo, buscando conjuntos de ropa que jamás podría usar pero igual guardaba porque refugiarme en Pinterest para evitar tener que hablar con él, parecía ser mi única salida.
Sin embargo, la presión constante era más fuerte de lo que podía soportar. Por primera vez en la vida, no me sentí feliz al ser su foco de atención. Al contrario. Quería huir, tenía la enorme necesidad por subir a la camioneta, perderme en la carretera, llegar a casa y no volver a saber de él hasta que tuviera cincuenta años y aquella noche de viernes quedase como un recuerdo de diversión ocasional que jamás debió suceder.
No fui capaz de verlo directamente de nuevo. Terminé de quemar el último bombón que quedaba en el paquete de plástico a mi lado, lo comí de un solo movimiento y fingí estar demasiado ocupada viendo mi celular como para reparar en Jin en cuanto me puse de pie y salí casi corriendo a la cabaña principal, como una total cobarde.
Él no me siguió y de nuevo, logró alegrarme y decepcionarme al mismo tiempo.
Llegué a la cocina y por fortuna, la bolsa de frituras que había dejado aquella tarde sobre la barra, seguía intacta. No me costó nada sentarme en una de las sillas altas y comenzar a quebrar las bolitas de queso con las yemas de los dedos, esperando impacientemente a que mis padres por fin decidieran rentar una cabaña o darme el título de conductora designada para regresar a casa.
Me encontraba cansada física y emocionalmente. Era como si todo el drama que viví durante el fin de semana, hubiera sido capaz de absorber mis energías y dejar únicamente un caparazón frío y áspero en su lugar. Un montón de preguntas abordaban mi cabeza. Mientras más pensaba, más respuestas formulaba y a la par, más preguntas surgían.
Mi idea del amor era tan onírica, tan celestial y perfecta, que jamás me detuve a pensar que tal vez, vivir un amor tan perfecto como el de mis padres, no era mi destino. Pero ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué el momento que jamás me atreví a soñar había sido algo tan maravillosamente vacío?
Tardé muchísimo en aceptarlo pero, no hubo conexión alguna. Ni siquiera hubo química. No fue como esperaba.
— Hola. — Escuché la voz de Seokjin plantarse frente a mí.
Para cuando subí la mirada, él se encontraba con los codos recargados en la barra, con una sonrisa tímida que parecía más bien una tregua abnegada y más cerca de lo que deseaba tenerle.
Ya no podía huir. No tenía una excusa válida o una salida de emergencia, si me iba, terminaría por aceptar que quien hacía todo más complicado, no era otra persona más que yo.
— Hola. — Musité regresando la vista a la pantalla de mi celular, como si él no me importara, como si en todo ese tiempo, no hubiera esperado impacientemente por encontrarnos solos y frente a frente.
¿Por qué no podía responder diferente? ¿Por qué no podía sonreír y tomar todo lo que sucedió como un desliz físico y emocional que no debía repetirse? Es más, mierda ¿Por qué no simplemente podíamos acordar estar pero no ser?
La respuesta tal vez, es porque yo quería absolutamente todo o de lo contrario, nada.
— ¿Por qué me evitas? — Ladeó la cabeza, intentando buscar una respuesta sincera en mis ojos.
— No lo hago. — Mentí.
— Sí lo haces. — Respondió. — ¿Ves? Ni siquiera me miras.
Y sin embargo, todo rastro de amor sincero e incondicional, despareció en cuanto me recordé totalmente ansiosa, con los sentimientos expuestos y temerosa, esperando un mensaje de su parte, que jamás llegó.
Porque eso es lo que pasa. Si te involucras con alguien a ese nivel, hay un feedback. Sí o sí. A menos de que hayas coqueteado toda la noche con alguien en algún bar y el acuerdo hubiera sido jamás volver a verse o hablar después de escaparse por un par de horas, siempre hay un feedback. Por lo menos un "Buenas noches" "Llegué a casa" "¿Cuándo te veo de nuevo?"... Una imagen graciosa, un mensaje de voz... Algo. Pero él no hizo nada de eso. No llamó.
Y si la excusa pretendía ser falta de tiempo, el historial de conversaciones con él, era impecable. Teníamos nuestro propio record: Habíamos hablado todos los días, durante 15 años, desde que recibimos el mismo celular plateado en blanco y negro en Navidad.
Así que no había una excusa.
Lo peor de todo, es que yo no era una chica aleatoria que conoció la noche anterior en un bar.
— ¿Por qué no me buscaste? — Me escuché soltar con apatía.
Tal vez a una Hye sumergida en amor y temor a perderlo, esas palabras le hubieran resultado demasiado pretenciosas, pero ya no tenía más qué perder.
— ¿Por qué tenía que hacerlo yo? — Se defendió.
— ¿Y por qué yo? — Respondí.
Seokjin pasó la punta de la lengua por el interior de sus mejillas y entonces, supe que no era la única indignada. ¿Por qué no llamé yo? Realmente no tenía una buena respuesta para eso.
Dejamos pasar un largo minuto en silencio, anunciando silenciosamente una tregua. Yo relajé mis hombros, dejando mi celular de lado y él, jaló una silla para sentarse, totalmente resguardado al otro lado de la barra.
— Estuve esperando un mensaje. — Musitó dibujando algo inexacto sobre el frío mármol.
Debo aceptar que eso me hizo sentir un poco mejor. No era la única indignada y, tampoco fui la única que se mantuvo pegada al teléfono alarmándose por las notificaciones de alguien que ni siquiera seguía en Twitter.
— Yo igual. — Acepté. Di un largo suspiro siendo completamente consciente de mis próximas palabras y al final, lo que dije resultó ser opuesto a la frase cordial, sutil y bien estructurada que ya tenía en mente. — Tú te fuiste sin avisar...
Él pareció rendirse ante algo que quería evitar. Infló suave y esporádicamente sus mejillas, masajeó con cansancio el puente de su afilada nariz y asintió en silencio.
— Estabas dormida y debía regresar. Lo siento. — Respondió a secas. — Lo cierto es que no sabía qué decir. Creo que sigo en la misma situación. — Esbozó una pequeña sonrisa, la cual cargaba más angustia e incertidumbre que felicidad o diversión propia.
Sin embargo, ahí iba de nuevo mi estúpida yo, procurando dar oportunidad tras oportunidad a algo que en el fondo, para ese momento, sabía no iba a suceder.
— ¿No tienes algo qué decir?
Seokjin pareció pensarlo con detenimiento por algunos segundos y, en mi mente de persona que seguía haciendo test en internet para saber a cuál princesa Disney se parecía más, la idea de un "te amo y quiero estar contigo" se mantenía como una pequeña esperanza en medio del pesimismo.
— Que lo lamento. — Asintió, logrando decepcionarme por completo. — ¿Y tú?
¿Y yo? Yo tenía muchas cosas qué decir, pero un tercio de dignidad por querer salvar.
— ¿Qué quieres escuchar? — Solté casi como una burla, dejando caer mi cabeza hacia atrás, cansada, harta, una vez más, con el corazón roto pero no sorprendida.
— No lo sé.
— Como sea. — Mascullé juntando todo el valor posible para no volver jamás, a guardar mis sentimientos. — Lo único que lamento es que las cosas pasaran así.
Porque ¿Y si lo que realmente me mataba era el hecho de retener tanto y no en sí el hecho de que la persona que amaba lamentara haberlo hecho conmigo? Tal vez eran ambas. Debía hacerme cargo de una de ellas. La mejor opción siempre fue ser sincera.
Una chispa inusual cargada de suma curiosidad, apareció reflejada en sus grandes ojos. Lo cierto es que no supe cómo interpretarlo. O mejor dicho: Tuve miedo a hacerlo.
— ¿Entonces no lamentas que haya sucedido?
— Que preguntes para escuchar lo que es obvio, es bastante cruel y poco considerado de tu parte. — Respondí ya más decaída que indignada. — ¿No lo crees?
— Debí controlarme. — Siguió lamentando, haciendo total caso omiso a mis palabras.
¿Por qué los hombres son tan incapaces de sentir empatía ante los sentimientos de alguien?
Si una persona dice que te ama, posteriormente hay un acto prolongado de cero distancia y prudencia entre ambos y después te vuelve a reiterar que no se arrepiente de ello, tan siquiera por algo de consideración humana ¿No evitas decir cosas tan hirientes como "Lo lamento"?
Pero especialmente las personas a las que amamos, cuando el sentimientos es unilateral, son las menos capaces de sentir empatía hacia un amor tan desesperado y sincero.
Así funciona.
— Puedo dar muchos contextos a eso. — Respondí. — ¿Debiste controlarte para no hacerlo? ¿Debiste controlarte para no hacerlo tan bien? No lo sé, hay muchas opciones.
Una pequeña sonrisa alzó sus comisuras para desaparecer instantemente. Por su expresión, supongo que el halago fue captado pero su sencillez y timidez le impedían alardear por eso.
— Controlarme para no hacerlo. — Aclaró.
— Supongo que eso es obvio.... Acabas de lamentarlo, además dijiste mierda antes de irte.
— O sea que estabas despierta...
Muy bien, Hyemin. Excelente. 1000 puntos para ti.
— N-no. — Mentí luciendo muy patética, deshonrada y mortificada. Ya nada podía ser peor. — Ese no es el punto.
— Sí lo es. — Contestó procurando no reír. — Eso cambia muchas cosas porque entonces, una parte de ti también quería evitar hablar de lo que sucedió... y no soy el único malo aquí. — Recitó estupefacto. Una sonrisa comenzaba aparecer de nuevo y me fue inevitable no sentir entusiasmo por eso. ¿Realmente era el comienzo para llegar a algo?
Yo imité la sonrisa intentando ver hacia cualquier otro lado, pero ocultar lo gracioso que resultó ponerme en evidencia, fue casi imposible. Por un momento, volvimos a ser nosotros. No hubo incomodidad, resentimiento, mentiras o percepciones distintas de lo justo o injusto. Estábamos en una cocina en medio de la nada, escuchando a nuestros padres cantar Uptown Girl a todo pulmón mientras bebían y bailaban, comiendo frituras de queso y riendo sin sentido, como si nada hubiera pasado.
Pero pasó.
— ¿De verdad lo lamentas? — Musité cuando pudimos calmarnos, dejando únicamente el sonido de los cantos lejanos como fondo.
Seokjin tuvo la capacidad de recuperar la serenidad y, fijando sus ojos en mí, como si mi rostro de alguna manera fuera darle la respuesta adecuada, recitó una palabra que logró dejarme sin aliento.
— No.
— ¿Y entonces? — Pregunté, casi suplicando.
— Tú dijiste que me amas y yo cedí a eso.
Sus labios parecieron pegarse entre sí, como si estuviera arrastrando las palabras para quererles encontrar algún sentido. Lo cierto es que para mí, se trataba de una segunda declaración que a cada segundo, cuando parecía tener una salida, otro nuevo sentimiento hacía acto de presencia derrumbando todo progreso.
Ceder, esa era mi nueva palabra no favorita en el mundo.
Estar juntos, fue ceder...
— Un "Yo también siento algo por ti " no estaría mal. — Respondí decepcionada, no sorprendida. — Pero por supuesto que tú no lo haces ¿Verdad? — Susurré. — Tú no sientes algo más por mí.
— Hye yo-
— ¿Entonces por qué cediste? — Interrumpí, con la intriga apoderándose de mis labios. — ¿Por qué lo-
— Ya te dije que lo lamento mucho.
— ¿Otra vez? Carajo. — Enervé con mucho cansancio. Estaba harta de él, de mí misma, de nosotros intentando llegar a ningún lado. — Es muy gracioso que pienses que lamentarlo me hará sentir mejor porque de hecho resulta todo lo contrario.
— Oye-
— ¿Te presioné? — Tartamudeé ante esa posibilidad. — Está esa posibilidad. Yo estaba llorando, te llamé, tú llegaste...
— Hye-
— Te dije un montón de estupideces que me estaban quebrando tanto la cabeza que posiblemente tú quisiste-
— ¡Hyemin! — Alzó la voz interrumpiendo mi colapso culpable mental. — Déjame terminar una frase ¿Sí? — Poco a poco, su voz fue cambiando a una más suave, calmada y sobretodo, tambaleante. — No me presionaste. Yo fui quien te besó y, cuando tuve la oportunidad de parar, no lo hice. — Declaró. — No sé qué decir, qué pensar o qué sentir ¿Sí? Eso es lo que sé.
En pocas palabras, todo se resumía a: Nada.
Para mí, una persona que trabajaba rodeada de leyes y premisas exactas, explicaciones tan banales, burdas e insensatas, carecían de sentido.
¿Era tan complicado explicar un por qué sin lamentarse mil veces en el proceso? ¿Qué lamentaba tanto?
— Si soy sincera, me cansé de insistir. — Anuncié masajeando mi cuello. Estaba al borde. Esa, esa era la razón por la que evitaba querer hablar con él: No recibir explicaciones. — Y ya no quiero hacerlo. No voy a volver a preguntar sobre eso, Seokjin. Me cansé. Dije mis sentimientos, pasó algo de lo cual no me arrepiento pero si lamento la forma en la sucedió y, si tú no quieres darle un sentido, está bien. — Suspiré. Tal vez todo pudo haber terminado bien si no hubiera sido por aquella sonrisa sin contexto que se dibujó en sus labios cuando terminé de hablar. — ¿Sabías que no todo es un puto chiste?
— ¿Qué?
— Eres un idiota.
— ¿Y ahora por qué te enojas?
— Por nada. — Suspiré rendida, esta vez, sorprendida. — ¿Sabes qué? Lo que dije, lo que hicimos, jamás pasó.
Esas palabras lograron ofenderlo un poco porque, por primera vez, Seokjin frunció la frente haciendo un gesto de total apatía que logró tocar cualquier fibra nerviosa en mi cuerpo, preparándome para discusión inminente.
— De acuerdo. — Alzó los hombros al aire, como si me estuviera restando importancia... Como si hubiera querido expresar un "Ya se te pasará".
Y odiaba eso. Odiaba que siempre estuviera tan seguro de tenerme a su lado, odiaba tanta prepotencia.
Odiaba que siempre tuviera razón.
— Como sea. — Dije enderezando mi cuerpo para bajar de la silla, dar media vuelta y salir hacia cualquier lugar donde pudiera estar alejada de él, de su seguridad, de sus largas explicaciones que jamás llegaban a algo y de las incontrolables ganas de soltar a llorar.
En dos pasos largos, Seokjin pudo avanzar lo que yo en cinco. Justo antes de salir, cuando mis ojos ya no podían más el ardor que anunciaba mis lágrimas, él tiró de mi brazo, deteniéndome como si se tratara de un ultimátum.
— ¿De verdad vas a hacer esto? — Preguntó en un susurro, como si estuviera esperando que, como siempre, regresara a él.
— Tú no quieres decirme por qué lo hiciste. — Respondí controlando mi voz temblorosa. — Hoy estuviste jugando todo el día conmigo y está bien, yo tampoco me opuse. Pero ya no quiero esto... Y si no voy a tener respuestas, entonces te puedes ir al carajo.
Él terminó por girarme completamente hacía su cuerpo. Y se detuvo ahí, sosteniendo mis brazos mientras su expresión, su bonito y suave rostro se endurecía cada vez más a consecuencia de mi aparente desprecio.
— Que te vaya bien con Sejun, Hye. — Musitó soltando mis brazos.
— Gracias. — Respondí alejándome completamente de él.
***
Quiero agradecer a mi comadre @GracxRondx por haberme recomendado la canción de Bebe Rexha para este capítulo ¡Me ayudó mucho porque SUPER SON ellos dos!
Ay amigas se nos vinooooooo.
Lamento mucho la tardanza, la verdad es que el trabajo me absorbe y de alguna forma, esta historia me es difícil de expresar porque estuve en la misma situación.
Los temas aquí ya están más subidos de tono y bajo ninguna circunstancia, quiero atribuir roles e identidad sexual o de género en quienes me inspiro.
Si me han leído, creo que saben que yo JAMÁS agrego escenas explícitas porque no me siento cómoda, no son buena en ello y creo que son innecesarias en mi forma de escribir. Lamento si sus expectativas van más allá de ello. :(
En fin. ¿Han tenido amigos libres así? jajaja
¡Lxs quiero un chorro! Muchas gracias por preguntar por las actualizaciones, tienen un lugar en mi corazón.
¡Cuídense mucho! Tomen awa y duerman más de seis horas diarias.
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