Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Crazy for you

A pesar de que me consideraba muy buena en lo que hacía, jamás pude interpretar como auténtica satisfacción algún logro en mi trabajo.

Al término de cada caso, juicio, asesoría o acuerdo, solo era capaz de sentir un alivio momentáneo, como si el hecho de tener el privilegio de dedicarme a lo que había estudiado no fuera lo suficientemente gratificante y al final, todo se redujera a ser algo menos de qué preocuparme. De hecho, los primeros meses sentada frente a mi escritorio habían bastado para darme cuenta de que el trabajo de oficina no era y jamás sería lo mío.

Ni siquiera recuerdo cómo me adapté a ese lugar. Supongo que en algún momento de mi pasantía tomé esa maña de retrasar cualquier actividad a cambio de otra acción irrelevante —o una que por lo menos me agradara— y se quedó adherida a mi poco metódica pero curiosamente eficiente forma de trabajar. Claro, eso no borró la repetitiva y humillante situación de haberme encerrado a llorar en el baño de mujeres cuando no podía más, donde mil veces me cuestioné si es que ese era el resultado o la recompensa de tantos años dando lo mejor de mí, si es que ese era mi destino o algo malo sucedía con mis convicciones como para sentirme tan infeliz conmigo. Es decir, la demanda laboral subía año con año. 40 personas competían por un trabajo de planta que les diera la certeza de un ingreso seguro ¿No debería haber estado agradecida? Supongo que sí lo estaba pero, incluso con vergüenza, pena por mí misma, muchas veces llegué a preguntarme si pasar más de 10 horas sentada frente a una computadora, prácticamente pensado por alguien más, era el destino que quería para mi vida.

Las personas a mi alrededor parecían llegar al punto clave de su carrera; mis compañeros de la universidad comenzaban a casarse, a viajar, a conseguir empleos envidiables o sencillamente tener el cambio radical que les debía la adolescencia. Todo mundo parecía realmente, genuinamente feliz pero ¿Y yo? Supongo que me convertí en esa persona que esperaba con ansias los viernes, en esa que rodaba los ojos al tener que repetir algo que ya había dejado claro minutos antes y en aquella que planeaba una y otra vez su renuncia, pero terminaba arrepintiéndose al recordar que no podía darse el lujo de hacer una pausa a su carrera.

Parecía que las personas avanzaban a una velocidad descomunal y yo permanecía en silencio, ahogándome en todos esos cuestionamientos reprimidos sobre acciones que no tomé, oportunidades que rechacé y tiempo que perdí.

Pero entre todo lo malo, entre ese malestar que crecía al fondo de mi garganta cada lunes por la mañana al sonar el despertador, a pesar de las respuestas pasivo—agresivas a la ineptitud de Minyoung, ante la presión que yo misma creaba al retrasar todo y la innegable sensación de que tal vez no tomé el camino correcto, los días para revisar los casos pro bono de mi jefa, eran mis favoritos. Sí, tenía que despertar tres horas más temprano de lo habitual, trasnocharme preparando expedientes y dar por hecho que terminaría trabajando horas extra no remuneradas pero, ir al Centro de Detención de Dongbu se convirtió en la mejor parte del mes.

Para el 2016, en todo el país el número de internos en prisiones rondaba a las 36 mil personas de las cuales "solo" unas 3 100 eran mujeres, y tal vez la mitad de ellas vivía en Dongbu.

Cuando visité ese lugar por primera vez, mi mente no fue capaz de creer completamente que una prisión estuviera ubicada a 20 minutos de la zona más famosa de Seúl y que su arquitectura no encajara con el resto de los centros de detención del país. Se trataba de cuatro enormes edificios grisáceos de diez pisos que fungían como dormitorios, un centro oficinas de control bastante pulcras y un cercado limitado que no proporcionaba una gran sensación de seguridad precisamente.

Pero poco a poco me acostumbré al largo y meticuloso proceso de ingreso: Emitir un oficio en el juzgado de Seúl, llevar identificación, esperar a que el cuerpo de custodios anunciara que una "R7 ingresaría a locutorios femeniles y que solicitaban a delta 2 un 10—59", pasar el primer control firmando con la hora, recibir un montón de sellos en el antebrazo, caminar por un pabellón de ingreso, ser inspeccionada (a gran detalle) por una custodia, recibir un gafete y de ahí, avanzar veinte minutos más entre pasillos, túneles y escaleras hasta llegar a la sección femenil. Treinta minutos más tarde y ocho controles de seguridad después de haber firmado por primera vez, ya me encontraba en un frío salón de locutorios, sentada frente a una mesa de aluminio y revisando a detalle las actualizaciones de cada expediente en compañía de la interna en turno.

Ese martes a las 6 de la tarde, aunque me encontraba un tanto emocionada y preocupada de que Kim Nara fuera mi último expediente por revisar, el agotamiento gradual de 8 horas de mi trasero fundiéndose con la silla comenzaba a pasarme factura. A esto no ayudó pasar el día en ayunas, estar ligeramente embarazada y que el nauseabundo olor de la cena preparándose en la cocina se colara por las escotillas de ventilación en el techo.

Cuando Nara entró al salón, aprovechando la corriente de aire que llegaba con ella, tomé un largo suspiro, relamí mis labios y froté mis palmas contra los muslos esperando una carga electrizante abordar mi cuerpo en consecuencia.

— ¡Hyemin! — Sonrió. — Pensé que hoy no podría verte. — Estiró las manos a la custodia que aguardaba en la entrada y esperó a que sus pálidas muñecas fueran liberadas.

Por lo menos ese hecho se sentía bien; no me agradaba en lo absoluto que las personas dentro percibieran el control correctivo aun estado estando conmigo y, desde que me sentí con el poder suficiente de hacerlo, pedí que cualquier interna que entrara a mi locutorio lo haría bajo una dinámica más personal y humana. No muchos abogados estaban de acuerdo con esa práctica por temas de seguridad y peligrosidad pero con el tiempo, me di cuenta de que solo así ellas serían más sinceras y transparentes conmigo.

Así que, saltándome el código de ética, prácticamente se sentía como visitar a una vieja amiga.

Y Nara lo era.

Esa parte de mi trabajo era lo único que me hacía sentir genuinamente bien... y especial.

Kim Nara era esa mujer a simple vista intimidante, una cabeza más bajita que yo, de grandes ojos marrones y finos labios siempre tintados de rojo sandía. Desde que la conocí, no hubo una sola ocasión que no se presentara con su cabello castaño largo a la cintura bien peinado y las uñas cuidadosamente esmaltadas de rosa aperlado. En su tiempo, deslumbrada por rumores y leyendas urbanas sin sentido, cuando fui una pasante hambrienta por casos controversiales e impactantes, pasé horas revisando cada detalle de su caso antes de conocerla en persona; estudié mis palabras, mis gestos, las técnicas de entrevista y algunas estrategias que utilizaría para ganarme su confianza pero, cuando sucedió, ella resultó ser una mujer tan cálida, herida e incomprendida, que su misma personalidad terminó haciéndome la vida más sencilla.

Nara fue sentenciada a 30 años de prisión sin derecho a fianza por el homicidio de un hombre... Un hombre aparentemente dulce, humanitario y compasivo que ayudó a una mujer viuda y sin patrimonio alguno a salir adelante, ofreciéndole desinteresadamente un hogar para que pudiera continuar criando a su hijo de 5 años... O por lo menos eso argumentó la fiscalía.

Un día, Nara olvidó su bolso del supermercado y regresó a casa dos minutos después de haber salido. Entonces, convencida de que el ambiente en la casa se volvía más agobiante conforme avanzaba, entrando en completo sigilo a la sala, vio una escena equivalente al infierno en la tierra para cualquier madre y tomó el revólver de su difunto esposo disparando inequívocamente cuando el hombre salía a prisa de la residencia. La corte no catalogó el hecho como legítima defensa porque el niño tendría que haberlo hecho para que fuera válido, la criminalizaron por tener un arma no registrada y a eso, aunaron el argumento de abandono infantil por dejarlo solo treinta minutos para ir al supermercado. Nara fue a prisión y su hijo fue custodiado a una casa hogar donde meses más tarde, fue adoptado por una pareja de terapeutas y se mudaron a Mokpo.

Cuando conocí a Nara, estaba preparada para una psicópata, para una asesina a sangre fría que mató al amigo de su esposo para quedarse con la propiedad en la que vivía pero, cuando escuché su lado de la historia, cuando comprobé que lamentablemente por las pruebas toda su versión era real, una controversial parte de mí tardó en procesar que Nara sí había cometido homicidio pero no merecía una sentencia tan cruel... Incluso, llegué a preguntarme si es que realmente merecía un castigo.

Ese día, más que cualquier otro, fue especialmente difícil enfrentarla pero lo logré. Nos abrazamos y cada una tomó su asiento esperando que la otra hablara.

Pero por mi expresión reflexiva y fija al folder blanco al centro de la mesa, Nara asumió lo peor.

— No hay buenas noticias ¿Verdad? Rechazaron la solicitud... — Musitó. El brillo de sus ojos se desvaneció dejando únicamente un cascarón humano pero se aferró a intentar asimilarlo. — Pero está bien, Hye. No te preocupes. Podré intentarlo nuevamente en un año y esta vez tendré empleo seguro antes de salir...

La interrumpí con un suspiro más hondo y áspero de lo que pude controlar.

Con la punta de mis dedos, deslicé el folder por la superficie de metal, hacia ella.

Para Nara fue casi una tortura el hecho de tener que confirmar con sus propios ojos la revocación de la solicitud de libertad condicional por haber transcurrido la mitad de su sentencia en buenos términos, trabajado arduamente manteniendo un comportamiento impecable y asistiendo a la mayor cantidad de talleres terapéuticos posibles para sumar algunos puntos.

Pero conforme leía, la temblorosa línea que eran sus labios se convirtió en una sonrisa confusa, desorientada entre un brote espontáneo de felicidad y un declive inesperado de aflicción.

— ¡Felicidades! — Sonreí cuando ella se puso de pie, intentando asimilar la noticia. — Comenzaremos el proceso el jueves, para el próximo mes ya deberías estar libre.

Sus ojos marrones profundo comenzaron a empañarse y, antes de que alguien en la entrada ingresara para ver qué estaba sucediendo, caminé hasta Nara sin tener muy en claro cómo es que se consuela a una mujer que perdió su libertad y ganas de vivir el mismo día.

— 15 años... — Susurró cuando mi palma tocó su hombro y puso su mano sobre la mía, aun sin despegar la vista del papel. — Hyemin ¿Puedo abrazarte de nuevo?

No fue necesario que diera mi consentimiento porque fui yo quien hizo el primer movimiento.

Sabía que la fuerza con la que Nara se aferraba a mi ropa, era el resultado de un choque caótico de emociones reprimidas por quince largos años. La mujer sollozando dolor entre mi cuello temblaba sin control; era como si hubiera esperado ese momento durante cada fría noche en su celda y necesitara un respiro, ese abrazo más que nada en el mundo. Conforme el pecho de Nara subía y bajaba desbordando lamentos que parecían realmente dolerle, un hueco al fondo de mi garganta se hizo cada vez más grande hasta el punto de volverse insoportable.

Me dolía el corazón.

Tener entre mis brazos al ejemplo viviente de cuan grande y doloroso podría ser el amor humano, fue inexplicablemente devastador.

Entonces, quizá por mi propio suplicio, definitivamente vulnerable ante la complejidad de sentimientos que representaba Nara y quizá por las hormonas explotando en mi cuerpo a cada segundo desde hace unos meses, terminé llorando, probablemente encontrando también resguardo en ella. Hubo pequeños momentos donde detuvo su llanto solo para corroborar el mío y aun así, no preguntó al respecto. Nara dedicó —o sacrificó— su pequeño escape de felicidad después de 15 años para arrullarme, para acariciar el largo de mi cabello y desde su silencio, durante largos minutos, intentar consolar mi corazón.

— Bajaste de peso.

Sus labios ahora estaban ocupados con un cigarrillo de menta pero en el fondo, supe que prefería enfocarse en él que abordarme con un montón de preguntas que seguro quemaban su garganta. Ante el silencio, cuando volví a enderezar la columna para inútilmente disfrazar mi incomodidad, Nara fumó una vez más y tiró los restos de ceniza sobre la superficie de metal que volvía a separarnos.

En otro punto de mi vida, hubiera interpretado sus palabras como un glorioso cumplido pero esta vez, ni siquiera tuve la oportunidad de sentirme orgullosa.

Sí, lo había notado. Desde unas semanas atrás, días después de visitar el consultorio de la Dra. Um, noté que el resorte de mi ropa interior ya no se fundía con la piel y que mi cuello lucía significativamente más delgado. Me gustaría decir que fue el resultado de una buena alimentación y ejercicio, pero en realidad comía menos que lo habitual. Y no se trataba de una guerra conmigo misma, ni siquiera de un insistente objetivo consciente por consumir menos calorías al día, era yo. Era mi cerebro ocupado en todas partes y en nada al mismo tiempo. Era esa horrible sensación de apetito abordándome por las mañanas, ir a la cocina dispuesta a devorar un desayuno decente y final, sentirme harta, perdida y exhausta tras tomar medio vaso de leche fría y un cuarto manzana.

— He tenido días mejores.

Pasé saliva. Busqué insistentemente temas absurdos para desviar la atención pero cuando tuve una idea apenas tambaleante en la punta de mi lengua, fue demasiado tarde.

— ¿Me quieres contar?

— No es...

— ¿Ético?

— Empático. — Corregí. — No sería empática contigo.

Desde que decidí romper los protocolos de seguridad con las internas, abrazarlas y prácticamente forjar una amistad con algunas de ellas, rebasé el código que recité en voz alta el día de mi titulación. En ese punto, la ética ya me era irrelevante.

Eran los sentimientos de Nara al respecto; estaba frente a una mujer que casi pierde la lucidez cuando lastimaron a su pequeño hijo ¿Con qué derecho podría hablar de lo que pasaba en mi mente? Al lado de ella, mis problemas se veían superficiales y estúpidos.

— Cariño, he escuchado todo tipo de historias aquí adentro. — Insistió. — Ya no hay algo que pueda asustarme.

Nara sonrió a la par que estiraba el brazo para estrechar las primeras falanges de mis dedos con los suyos y, ese instante de calidez, seguridad y cobijo, fue suficiente para tumbar mi inestable convicción.

Relamí mis labios solo para hacer un hueco de tiempo entre mis pensamientos. Tomé aire y repetí unas tres veces la respuesta en mi cabeza.

— Pues yo... estoy embarazada y no quiero tenerlo. Le he dado mil vueltas a esto pero no encuentro un escenario donde pueda funcionar... Para los tres. — Confesé pausada pero determinadamente. Creo que estaba más preocupada por su reacción, por sus comentarios y palabras que por mi decisión en sí. Entonces, al no encontrar una respuesta de Nara, a los pocos segundos, hice una sutil reverencia con la cabeza tal vez buscando compensar la falta de empatía a su caso. — Perdón Nara, no debí...

— Seungjo terminó su segundo año de universidad hace unas semanas. — Recitó.

La mirada de la mujer en sus 50, seguía fija a la mesa de metal. Solo hasta ese momento, en medio del silencio, noté que el tiempo no había sido justo con ella porque, a pesar de que podría haber sido compañera de mi mamá en la preparatoria, el paño, las arrugas y los signos evidentes de la edad, cincelaban a gran detalle las marcas permanentes de una vida complicada y dolorosa.

— Debes estar orgullosa.

— Lo estoy. — Asintió. — Me sigue llamando "mamá" a pesar de que creí que sus recuerdos conmigo irían desapareciendo poco a poco, a pesar de que no estuve con él cuando más me necesitaba. Es un chico amable, inteligente y especial que está conociendo el mundo pero que en medio de su inocencia promete comprarme una casa grande en Jeju.

No fui tan hábil como para comprender sus palabras. De hecho, el modo gélido con el que recitaba cada palabra me pareció extraño y muy ajeno a la entonación con la que acostumbraba a llamarme "cariño".

Me removí en el asiento, buscando el momento exacto para recoger mis cosas y cortar la conversación argumentando mucho trabajo o el término de la hora de visitas.

— Tengo que ir...

— Para ser sincera, no creo merecer tanto de él. — Interrumpió. Sus ojos se encontraron con los míos pero no fui capaz de sostener aquella expresión vacía por más de cinco segundos. — Hace poco me armé de valor y le pregunté cómo es que podía quererme así y él respondió que únicamente tiene recuerdos lindos conmigo. Recuerda la canción que tarareaba para él cuando tendíamos ropa recién lavada, nos recuerda brincando en los charcos de agua después de la lluvia y que solía dejarlo lamer la cuchara grande cuando batíamos chocolate con mantequilla.

Una sonrisa triste se asomó por sus comisuras, mientras yo podía notar la fuerza que ejercía al fondo de su garganta para reprimir cierto llanto ya evidente sobre sus ojos.

—Eso es todo lo que importa. — Aseguré. — Fuiste y eres una gran mamá, Nara.

Me sentí completamente absurda cuando noté que las lágrimas que corrieron primero, fuero las mías. Intenté buscar respuestas racionales a mi comportamiento mientras limpiaba mi rostro con el dorso de la mano pero lo único que conseguí fue percibirme más confundida y vulnerable que nunca.

— Lloré de emoción cuando supe que venía en camino. Su padre y yo lo amamos desde que lo vimos en el ultrasonido. — Sonrió. Entonces, fue cuando supe que ese tono vacío en su voz era a causa de la pena que aún albergaba sus recuerdos. Volvió a entrelazar nuestras manos y acarició mis dedos, sin miedo a demostrar compresión o misericordia. — ¿Tú lo amas, Hyemin? ¿Amas a tu bebé?

Abaniqué las pestañas como un reflejo inconsciente de incomodad. Los últimos días había llamado de mil formas posibles a ese cúmulo de células creciendo en mi útero pero jamás me atreví a llamarlo "bebé" — porque para mí aun no lo era — y mucho menos pensé en darle un nombre o imaginarlo.

Cuando terminé de procesar su pregunta, incluso tuve la intención de ofenderme. ¿Cómo es que preguntaba algo así cuando segundos antes mencioné que no quería tenerlo?

Pero al instante, quizá por su rostro emblandecido y la sonrisa débilmente trazada que me regalaba, comprendí que Nara tenía el propósito de guiarme a mis propias conclusiones a través de preguntas puntuales y estratégicas, justo como lo haría mi madre o mi abuela.

— No me he dado tiempo para contemplarlo. De hecho intento no tener tiempo para no pensar en eso.

— ¿Cómo te sentiste al saberlo?

— Triste. — Susurré casi solo para mí.

— ¿Solo triste?

— Perdida, angustiada... No sé. Se siente como si el mundo se viniera abajo... y sé que debería querer esto pero, en mi cabeza soy una bomba de tiempo. Y estoy cansada. Incluso estoy harta de mí y de no tener una respuesta, de no saber qué siento ni...

Tuve que relamer mis labios para saber que había comenzado a llorar de nuevo.

Incluso ese hecho me estrujó el corazón contra la garganta porque estaba convencida de que no se me permitía llorar si mi determinación por abortar era fuerte.

Creo que las circunstancias generacionales, nos llevaron a tener que elegir una de dos posturas que interactuaban como el hielo contra el fuego. Poco se hablaba del proceso, de los sentimientos, del miedo, la inseguridad y angustia que podrías experimentar no por el hecho de estar embarazada y sus consecuencias —buenas o malas—, sino por elegir no continuar. Porque si elegías abortar, entonces deberías estar liberandote de un problema ¿No? Pero resulta que no era muy común compadecer a quien se atrevía a imaginar un futuro alternativo, en donde las circunstancias fueran ideales para traer un bebé al mundo.

Entonces te convertías o en una cobarde que no tuvo la madurez, valentía y humanidad para hacerse "responsable" de sus actos o en una mujer incapaz de ejercer control sobre su vida y cuerpo por continuar con un canon misógino cultural.

¿Cómo peleas con eso? ¿Cómo explicas que no lo quieres y que tu decisión es firme pero que una parte de ti siente pena por lo que pudo haber sido?

Ese no era mi plan. Mi visión con Seokjin era querer tanto un bebé, que incluso tendría que anotar mis días de ovulación en un calendario; quería encontrar una forma cursi para decirle que sería papá y tener uno de esos absurdamente costosos baby shower donde alguien graba un video de los invitados diciéndole palabras bonitas al bebé. Quería poder gritarlo. Soñaba con ver a Seokjin en televisión y susurrar a los oídos de un ser que empezaba a balbucear pequeñas burbujas de baba: "Es tu papá. Pa-pá". Quería vivir con una cámara instantánea pegada a las manos para capturar cualquier tierno gesto aleatorio, quería ser esa mamá que preparaba bonitos almuerzos y aquella que lloraría en su primer día de escuela. Quería ser feliz... Muy muy muy feliz.

Quería todo eso, pero no era el momento. Para ninguno de los dos.

Lo sabía porque no había emoción en mi pecho. Únicamente podía imaginar una triste situación donde, en el mejor de los casos, terminaría siendo la eterna novia oculta con un bebé sin identidad. Siempre esperando el momento en el que Seokjin pudiera repartir su vida entre nosotros y su lugar en ese mundo solitario al que tanto le costó llegar.

Y yo... 24 años no habían sido suficientes para conocerme a mí misma ¿Entonces debía abandonar los sueños que ni siquiera tenía claros para ser mamá? Mi futuro no era más que una pantalla en negro esperando adaptarse a la vida de Seokjin y, a pesar de que unos meses atrás hubiera moldeado cada aspecto de mí para seguir a su lado, ese hecho comenzó a aterrarme.

Pensé que nadie podría comprenderlo hasta que...

— No estás lista, Hyemin. — Nara sonrió. Y no entiendo por qué, pero esa frase se sintió como un cálido bálsamo tranquilizando mi corazón. — ¿Sabes? Mi abuela decía que las mujeres, por naturaleza, estamos diseñadas para ser mamás. Es gracioso porque su hija, mi madre, me abandonó para seguir a un hombre. Dicen que lloró mucho cuando se fue pero ¿Realmente qué tan doloroso y sincero fue ese llanto? Supongo que no lo suficiente como para escogerme.

Aunque no fue un ataque directo para mí, me costó un poco asimilar lo contrario.

Entreabrí los labios durante largos segundos porque en realidad no tenía una respuesta objetiva en mente.

— Lo siento mucho.

— Lo que quiero decir, Hye, es que ella no me quería. — Continuó sin detenerse en mis disculpas. Estiró uno de sus pulgares para limpiar mis mejillas y sonrió como si viera en mí a una hija, a alguien que podía proteger a través de sus palabras. — Se obligó a tenerme. Ya pasaron muchos años pero su imagen apartándome, evitándome, alejándose de mí... aun duele.

— Y en cambio tú amas a Seungjo.

— Lo que mi madre me enseñó, es que no todas las mujeres están hechas o destinadas a ser mamás.— Asintió. — Y si tú no estás lista, no deberías forzarlo.

Cuando mis pies entraban en contacto con el asfalto de la avenida y el gélido aire del exterior rompía su curso contra mi nariz, solía agradecer en silencio. No sé en qué momento se convirtió en un hábito casi religioso. Y supongo que mi cuerpo no sabía qué sentir porque, esa noche lloré en completo silencio durante mi camino vacío hacia la parada del autobús. Ni siquiera puedo encontrar una razón específica a ese hecho, solo sé que en mi cabeza se reproducían una y otra vez imagenes de Nara, de su hijo, de la bruma espesa que invadió cada ventrículo de mi corazón al enterarme que estaba embarazada y las incontables veces en las que me planteé convencerme de poder continuar con una vida que aun no deseaba... porque quería pensar que el amor era suficiente.

Pero como si las pulsaciones arrítmicas tras mi pecho estuvieran en busca de auxilio, una llamada entrante de Seokjin adormeció, por unos instantes, el caos que ebullía en mi cabeza.

No lo sé, es muy probable que mi juicio se encontrara cegado por la idea fresca e inmadura del amor pero, al pensar en él, al estar cerca de él, era como si cierta felicidad adormecida emergiera desde el centro de mi abdomen y se extendiera hasta mi corazón regalándome un poco de luz, algún tipo de magia de efecto parecido a la morfina que lograba templar el dolor que causaba mi constante confusión.

Escuchar su voz pronunciando mi nombre después de un largo día donde mi alma se encontraba más exhausta que mis músculos palpitantes y los sentimientos me pesaban al punto en el que no podía controlar se materializaran en gotas saladas quemando mis mejillas, parecía ser mi único menester vital.

Mordí mi labio inferior y reprimí un sollozo antes de responder.

— ¿Salvé a la Nación en mi otra vida?

Contuve un espasmo que nacía desde abajo de mis costillas, también intenté ocultar la congestión de mi voz aturdida pero fue imposible. Al final, solo contraje la mandíbula esperando no ser abordada con un interrogatorio.

— ¿Por qué?

— Kim Seokjin está llamando a mi teléfono celular. Debí haber hecho algo muy bueno.

Pude respirar cuando percibí el sonido de su suspiro sonriente al otro lado de la línea.

— Ahh... Seo Hyemin ¿Por qué eres así? — Musitó. Tal vez no era capaz de verlo pero, los años me dieron la habilidad de poder reconocer solo por su voz, que sonreía tímidamente. — Espera... ¿Estás resfriada?

— No. — Teóricamente no mentí. — Acabo de salir de trabajar y el viento está un poco más frío que de costumbre.

— ¿Estás cansada? ¿Fue un día largo?

— No ¿Por?

Seokjin dejó al vacío un par de segundos. En mi cabeza, podía ver claramente cómo abría los labios para intentar completar la idea en su cabeza y al final, terminaba por desecharla. Podía notar en su tono de voz, en las preguntas poco concurridas en nuestras conversaciones como para saber que se encontraba solo un poco nervioso pero ¿Por qué?

— Pasa por aquí en cuanto tengas un poco tiempo... No hay prisa. — Soltó. — Solo ven. Está bien si no quieres hoy, puede ser mañana o pasado mañana o-

— Estaré ahí en 40 minutos. ¿Te parece?

— En realidad, tú y yo sabemos que serán dos horas, pero sí, aquí te espero... Gracias, Hye.

¿Alguna vez se habrá preguntado la razón de mi impuntualidad específicamente con él? ¿Alguna vez habrá pensado que tardaba dos horas más en llegar porque dedicaba todos mis esfuerzos en arreglarme solo para vernos unos cuántos minutos? ¿Habrá imaginado que al llegar a casa, al colgar, después de su llamada, tomaba un baño, cepillaba mis dientes, colocaba una mascarilla, depilaba el área del bigote y el entrecejo, secaba mi cabello, lo planchaba, hacía el mejor maquillaje que Youtube me enseñó, tardaba treinta minutos en escoger ropa bonita, y pedía un tardado taxi a domicilio solo para que mi perfume no se perdiera con el olor del transporte público y llegara intacto a nuestro encuentro? Me desanimó un poco el hecho de que él jamás fuera a ser consciente de eso porque, en primer lugar, yo jamás se lo confesaría y segundo, porque así trabaja la mente de la mayoría de los hombres.

Esa noche tardé exactamente una hora y cincuenta minutos.

Me había tomado treinta minutos llegar a casa, una hora y diez en arreglarme y diez minutos más llegar hasta la residencia donde vivía con los demás. Ni siquiera tuve oportunidad de usar una mascarilla, planchar mi cabello o depilar decentemente las zonas que para mi gusto deberían estarlo y de hecho, pensé en cada uno de esos detalles mientras aguardaba por él frente a la entrada.

Pero todo pasó a segundo plano, todos mis problemas parecieron esfumarse cuando Seokjin abrió la puerta.

Nunca fui capaz de confesárselo pero a pesar de los años, su sola presencia podía desencadenar un disparo inusual en mi frecuencia cardiaca. Era como si una revolución de mariposas estallara tras mi vientre y esa onda de calor hormigueante tuviera la fuerza suficiente para expenderse a todo mi cuerpo, haciéndome elegir entre enfrentar y procesar mis propias respuestas biológicas como una adulta o darle la satisfacción de observar cómo me rendía a sus pies. Siempre opté y manejé bien la primera de ellas.

— ¿Lloraste? — Fue lo primero que musitó tras evaluar mi rostro.

¿Mencioné que, así como yo tenía la habilidad de reconocer sus acciones en tiempo real solo por su tono de voz, él también podía determinar mi estado de ánimo y su historial con tan solo observar mi rostro? Seokjin diferenciaba perfectamente si el tono rojizo de mi esclerótica era a causa de irritación, cansancio, llanto, un bostezo o incluso producto de una rinitis estacionaria. Él podía determinar si el rubor en mi piel era consecuencia de una exposición prolongada al sol o si, como de costumbre, todo se debía a una respuesta involuntaria ante cualquier situación que pudiera avergonzarme.

Y ese era el tipo de detalles que me hacían sentir especial; tal vez no habría una lista interminable de personas esperando saber cada dato curioso de mí pero, ese lazo lo compartía con él y era algo inaccesible para los demás, solo nuestro.

— Nara. — Contesté de inmediato. En mi cabeza, era parte de la verdad.

— ¿Revocaron la solicitud de libertad condicional?

— Ganamos. — Negué. — Sale el mes que entra.

Esa noche, Seokjin llevaba puesto un suéter holgado de lana blanca; y sé que era lana porque no tardó mucho en alzar sus manos y acunar mis mejillas entre ellas. La tela vaporosa de las mangas irritaba mi piel al punto de querer retroceder por inercia pero... El brillo en sus pupilas, esa intranquilidad mezclada con diversión impregnadas a su ceño, me forzaron a quedarme así, contemplando una escena a la que no podía simplemente acostumbrarme.

— ¿Y solo por eso llorabas?

— No invalides mis sentimientos, bruto. — Protesté empujando un poco su pecho con mis puños, realmente no con la intención de alejarlo, sino como dije, evitar darle la satisfacción de saber que me tenía en sus manos.

— Ay Hye...

Sonrió. Seokjin no apartó su mirada de mí y tampoco liberó mis mejillas, al contrario, las apretó un poco más mientras reía muy sutil, suave y enternecidamente.

— ¿Qué? ¿Qué pasa?— Cuestioné de inmediato, con la punta de mi nariz comenzando a resentir el impacto de la gélida noche. — Dime.

— Nada. — Soltó y al instante, me envolvió en un abrazo al que ni siquiera me dio tiempo de responder. — Te amo.

Sin embargo, esa última frase a mi oído justo antes soltarme para unir nuestras manos, se sintió como una caricia, como un arrullo cálido que desde su desconocimiento, logró hacerme creer que las cosas estarían bien. Así que pude descansar. Al sentir ese cobijo inmediato entre sus brazos, me di la oportunidad de respirar sin temor a equivocarme por cada paso que daba.

Un suave halo de calidez, fragancia a vainilla y canela envolvió mi cuerpo cuando crucé el marco de la puerta; estuve a punto de preguntar por el origen de ese pelicular olor cuando por lo general el aroma de la casa era a cuero, una mezcla de perfumes de hombre y limpiador para pisos de madera pero Seokjin me alejó de esa duda quedándose a mis espaldas, esperando tomar mi abrigo y bolso para colgarlos en el armario y después, poco a poco, caminar hasta la cocina.

Seguí su espalda como si estuviera programada para ello.

— ¿Ya cenaste algo?

Él siguió caminando hasta el refrigerador con bastante determinación; de hecho, indistintamente de mi respuesta, juraría que Seokjin comenzaba a arremangarse el suéter para cocinar.

—¿Has notado lo que pasa aquí? Intento perder peso.— Reí cuando volteó a falta de una respuesta inmediata. — Mi tipo de cuerpo no es de "manzana". Yo soy la manzana. Y creo que cada vez que estamos juntos, intentas alimentarme como si fueras a servirme en acción de gracias.

— No eres una manzana, Hyemin. — Respondió. — ¿De dónde sacas eso?

— Pinterest.

— Que fuente tan confiable... No asocies tu cuerpo a una estúpida clasificación en internet.

— De hecho, resulta bastante útil. Es muy popular para saber cómo te debes vestir.

Mi determinación estuvo muy lejos de convencerlo. Cuando regresó hasta mí, hasta ese punto donde la delgada barra de mármol blanco nos separaba, reposó los codos sobre la superficie y se inclinó en mi dirección, casi como si estuviera a pocos centímetros de besarme pero también lo suficientemente lejos como para notar el rubor en mis mejillas y escuchar, aun así, los latidos de mi corazón.

— Pues yo creo que deberías usar lo que te venga en gana. — Susurró sin quitar la vista de mis labios. Cuando notó el movimiento de los músculos de mi garganta al pasar saliva, se apartó un poco y sonrió como si nada hubiera pasado. — Se trata de la seguridad con la que lo uses. Si alguien te dice que no debes usar algo, entonces lo crees y es lo que proyectas. En cambio, ten confianza en que te verás increíble y la gente te verá increíble.

— ¿De verdad?

— Por supuesto...

— Es muy fácil decirlo cuando a ti todo se te ve bien. 1,79 de estatura, 64kg... ¿Qué problemas puedes tener para vestirte? ¿Elegir entre Hermès o Fendi?

Dejó caer los hombros como un signo definitivo de derrota y al echar la cabeza hacía atrás, frotando insistente y descuidadamente el rostro con sus manos, comenzó a reír con frustración.

— Pero de verdad... — Continuó al volver en sí, acomodando su cabello castaño claro hacia atrás de un solo movimiento. — ¿Ya comiste? Vamos, te prepararé algo. ¿Quieres pollo? ¿Sopa? Mi madre me dejó guarniciones en la sema—

— ¿Qué te sucede? — Interrumpí más curiosa por su insistencia que frustrada por su empeño en hacerme comer. — Si tienes hambre, adelante, come. Yo te veo. O bueno quizá solo me des una pequeña mordidita de lo que—

— ¿Un sándwich? Puedo hacer crepés salados... ¿O quieres pizza vegetariana? ¿Pasta? Uh... Ya sé, ravioles con queso...

— Oye, en serio, ya. Para. Es incómodo. — Reclamé sin darme cuenta de que había alzado un poco más el tono de mi voz. No estoy muy segura de mi expresión en ese instante, pero basándome en la mirada intranquila y afligida de Seokjin, supe que no debió ser la más afable del mundo. — ¿Qué pasa?

Todo sucedió un poco más lento de lo que recuerdo.

En cuestión de tres pasos ya se encontraba frente a mí, abrazándome de nuevo y con mucha devoción. Esta vez, me llevó hasta su pecho acariciando una y otra vez mi cabello, tal vez en una muestra absoluta de protección.

Y a pesar de que era cómodo y podría haber pasado el resto de mi vida aferrada a él, aun seguía sin entender de dónde fue todo eso.

— Lo lamento mucho, Hye. — Lo escuché susurrar.

Nos mecía. Rotaba su cadera de derecha a izquierda asemejando un pequeño arrullo.

Estaba acostumbrada a escuchar muchas de sus disculpas, todas en diferentes situaciones, con distinto tono y sentimiento pero mi cerebro aun no registraba ese hilo de voz tembloroso y cargado de pena que dejó salir antes de sellar sutilmente sus labios contra mi frente.

Llevé mis dedos hasta su espalda y deposité pequeñas caricias esperando no se tratara de algún escenario fatalista de mi imaginación.

— Que yo recuerde ya no había pendientes en mi lista de cosas por perdonarte...

Reí de la forma más suave que mi ansiedad me había permitido pero él no siguió mi juego y eso me alertó un poco más.

Me encontraba preparando cualquier comentario estúpido para romper que la tensión que ese mismo abrazo había creado cuando lo escuché suspirar.

— Me da mucho miedo que vuelvas a hacerlo. — Musitó. — Me da mucho miedo que lo estés haciendo justo ahora...

— ¿Qué? ¿A qué te refieres?

— A la universidad.

Se sintió como una coraza hecha de escamas desintegrándose poco a poco o una hoja débil de papel ablandándose por los bordes. Básicamente un recuerdo desbloqueado.

Entonces tuvo sentido que Seokjin tomara mis mejillas entre sus palmas, que esperara para observarme la espalda sin el abrigo puesto y que sus ojos no estuvieran fijos en mis labios minutos antes, estaban atentos a mis clavículas.

Fue en segundo año, durante la universidad. Su nombre era Ryoun. Teníamos la misma edad, no estudiaba leyes pero cursaba su penúltimo año en Negocios Internacionales y nos conocimos durante un trabajo en equipo para la clase de "Política Internacional II".

Ahora que lo analizo, la razón por la que terminamos en una cita fue para hacer frente a la insistencia de nuestros amigos en común, no realmente por convicción. Sin embargo, yo me encontraba muy emocionada y halagada porque Ryoun era un tipo alto, atlético, inteligente y muy guapo que era parte del porcentaje de personas que jamás se fijaría en mí... Pero supongo que por alguna razón, lo hizo. Ryoun y yo intercambiamos muchos textos y pláticas extensas durante un mes hasta que llegó el día de la cita.

Quedamos en un café cerca de Gangnam y pasamos toda la tarde platicando; a grandes rasgos no fue una salida extraordinaria pero tuve el tiempo suficiente para construir una impresión agradable de él. Nos despedimos en una estación del metro y, antes de irme, Ryoun fue quien se acercó a sellar sutilmente nuestros labios. Esa noche, al llegar a casa le envíe un par de mensajes agradeciendo por la salida y su respuesta fue: "Me encantas. Eres inteligente y muy divertida. "

Y está claro que eso fue suficiente para que mi inexperto y muy necesitado corazón se desbaratara al punto de imaginar una relación con él.

Ryoun dejó de contestar mis mensajes de pronto y cuando volvimos a encontrarnos en clase, argumentó mucha tarea, estrés y presión por el trabajo. Le creí. Hablamos pocos días después de eso pero lo noté distante porque, a comparación de otras ocasiones, limitaba sus frases compuestas a dos o tres palabras. Así que retrocedí un poco y confié en que solo se trataba de una mala racha en su vida y que realmente necesitaba tiempo a solas.

Cierto viernes, salí con mi grupo de amigos de la facultad y al estar en un bar cerca del campus, noté la espalda Ryoun al lado de sus amigos, sentados a la barra. Los exámenes parciales habían terminado así que imaginé que su estado de ánimo habría mejorado y por lo tanto, tendría ganas de verme. Me acerqué en silencio aun con la intención de darle una estúpida sorpresa pero mis pies se detuvieron en cuanto escuché a uno de sus amigos mencionar mi nombre.

Supe que algo no estaba bien cuando Ryoun rascó su nuca dudando bastante en contestar.

Después de que otro de ellos insistiera en saber si ya nos habíamos acostado o no, él dio un trago largo a su cerveza y escupió sin piedad, sin una pizca de empatía, respeto o por lo menos consideración:

"Entre ella y un cerdo, hubiera preferido al cerdo."

Un extraño espasmo helado invadió cruelmente cada centímetro de mí. Si es que el bar estaba inundado en música vieja, risas, choques de tarros y gritos, dejé de escucharlos porque mi corazón peleaba por salir violentamente a través de la garganta. Era incapaz de sentir mi propio rostro; mi piel, los sentidos, incluso cualquier proceso básico y elemental en mi cuerpo se vio bloqueado por una inmensa y triste vergüenza.

Todo empeoró cuando otro de sus amigos giró por casualidad y me notó paralizada a pocos centímetros ellos. Creo que fue muy humano de su parte mostrarse un tanto incómodo, y en un intento por borrar lo que Ryoun había dicho, apostó en voz alta que seguramente todo se debía a una exageración por parte de su amigo... pero fue inútil. Ryoun respondió con una frase que hasta la fecha me causa dolor e incomodidad al tener que encontrarme conmigo frente al espejo, al sentir a alguien acercándose a mi cuerpo, al no poder creer que realmente una persona se pueda sentir atraída por mí y que sabotea cualquier avance de amor propio y autoestima cuando regresa a mi memoria:

"Es agradable pero no es mi tipo. Creo que sería linda si no estuviera tan gorda. No es la chica a la que te gustaría ver desnuda. Que asco."

Bajé de peso para el siguiente semestre. Perdí 25 kilos cuando solo estaba 5 arriba de mi peso ideal. Conseguí un fármaco que me cortaba el apetito limitando la ingesta diaria de comida a 1000 calorías, pero eso trajo como consecuencia una anemia aguda, taquicardias, temblores, irritabilidad e insomnio. Una noche terminé en urgencias y eso bastó para que Seokjin, quien prácticamente asistía una vez al mes a la universidad, se sintiera extremadamente culpable por no haber estado a mi lado. Se encargó de hacerme comer tres comidas diarias y cada que podía, llegaba a casa de mis padres con dos raciones de postre favorito; no se apartó de mi lado hasta que mis mejillas comenzaron a verse como masa para tteokbokki de nuevo y el espacio entre mis muslos ya no era alarmante.

En ese instante, al saber que abrazaba mi cuerpo como si quisiera protegerme de nuevo, no me sentí con el derecho a negarle un poco de tranquilidad.

— Comí un sándwich de atún antes de venir, en la cafetería de prisión. — Mentí.

Sí, la culpa me llegó hasta la médula, pero otra capa de alivio se posó en mis hombros cuando Seokjin relajó su cuerpo y lo sentí suspirar profunda y tendidamente, como si durante su abrazo hubiera estado pidiendo en silencio escuchar esas palabras.

— Que tétrico suena eso. — Tomó mis brazos, me inspeccionó de nuevo y noté que la duda seguía impregnada en sus labios fruncidos. — ¿No me estás mintiendo?

— No. — Le sonreí. — Mira, ven, bésame.

Antes de que pudiera apartarse, acorralé su cintura y elevé mis labios hacia él como si quisiera forzar un beso. Seokjin se apartó de inmediato, estirando el cuello para no poder alcanzarlo.

— Que asco, Hyemin. Aléjate.

Comenzamos una pequeña batalla donde él giraba sobre sus talones tratando de evitar a toda costa mis labios y yo, desde una cabeza más abajo, me paraba sobre los empeines intentando besarlo. Realmente no recuerdo en qué momento terminé persiguiéndolo alrededor de la mesa, solo sé Seokjin reía casi a carcajadas y por lo tanto, eso también me hacía feliz.

— ¡Ven, solo uno! Es para que compruebes que sí comí atún.

— Que desagradable eres. — Escuché su suave risa que lo absoluto proyectó algún indicio de repulsión. — ¡Está bien, te creo! ¡Sí comiste!

— Es solo un beso, Kim Seokjin.

Pero hubo un momento en el que logré tomar su mano y, en lugar de alejarse para continuar nuestro juego, tiró de mi brazo con fuerza hasta juntar su torso con el mío. Ejerció control sobre mi nuca, me llevó hasta rostro y, después de sonreír sin dejar de pactar su mirada con la mía, me besó. Me besó dándose el lujo de viajar desde una cadencia lenta y dulce, hasta un ritmo ágil pero definitivamente agonizante.

Sonreí cuando Seokjin hizo una pausa para respirar y al mismo tiempo, avergonzada ante la posibilidad de que la guerra de percusiones tras mi pecho hubiera llegado hasta sus oídos, desvié la mirada hacia cualquier objetivo que no fueran sus labios aún palpitantes o el par de ojos grandes y brillantes que seguían esperando encontrarse conmigo.

— Pues no sabes a atún. — Susurró.

Entre las mil entonaciones que pudo haber dado a esa frase, eligió la que menos se aproximaba al sentido de esta.

No me quedó más opción que enfrentarlo y no morir ruborizada en el intento.

— Porque me lavé los dientes, tonto.

— ¿En serio? — Volvió a sonreír y esta vez, usando la punta de su dedo índice, alzó mi barbilla, siendo completamente consciente de lo que estaba a punto de provocar. — No lo noté. Necesito asegurarme.

No tuve oportunidad de prepararme para ese segundo beso. Ni para lo que iba a desatar en mí.

Hasta ese momento, no recuerdo haber experimentado un deseo físico y emocional tan desconcertante. Ni siquiera con él. Pero una vez que nuestros labios cobraron ritmo y el halo de las respiraciones incluso tornó a una melodía casi electrizante, entendí que los encuentros anteriores siempre fueron mediados por un drama devastador, por promesas rotas, por furia y llanto, por esas situaciones que te absorben el alma y el cuerpo llega a resentirlo; cada beso fue la consecuencia de un sentimiento reprimido. Pero esa noche incluso reímos. Nadie lloraba, nadie evadía preguntas y nadie pedía disculpas. Parecía que al fin Seokjin y yo comenzábamos a tener sentido.

Inmersa en él, concentrada en no perder la cordura bajo el tacto de la piel palpitante de sus labios y en lo embriagante lo que me resultaba la unión de su perfume con el mío, por primera vez abandoné el temor a ser adorada. Concedí el paso de sus caricias a los puntos resentidos que tanto me esforzaba en ocultar; dejé que sus manos viajaran por mi espalda, conquistaran mi cadera y se adueñaran de mi cintura.

No lo sé. Tal vez tardé demasiado en comprenderlo pero, él nunca pudo ver las imperfecciones en mí porque jamás le importaron.

Y se sintió tan bien ser capaz de disfrutarlo, de sentirme plena, segura y a tan salvo... que me consumía. Tenía una sed insaciable de él que no se limitaba a la necesidad de sentirlo, sino de quererlo a todas horas.

Seokjin, con la respiración aun revuelta y una sonrisa intimidante decorando su rostro, presionó mi cuerpo contra la barra y sin una gota de esfuerzo, logró que pocos segundos después mis piernas envolvieran su cintura como si pretendieran jamás alejarse de él. Porque jamás sería suficiente.

No fuimos más lejos.

Sin acordarlo, disminuimos la intensidad de las caricias hasta que los besos, poco a poco, se redujeron a un periodo calma extrañamente reconfortante. El permaneció así, cobijando mi cuerpo con sus brazos y yo encontré un plácido lugar de descanso entre su cuello y hombro, permitiendo que el subir y bajar de su pecho me arrullara por completo.

— Pregunta seria... — Susurré.

— Respuesta seria...

Abrí los ojos, luchando contra mi cuerpo fatigado y emociones exhaustas solo para permanecer unos segundos más siendo consciente de que lo abrazaba, dormitaba a pocos milímetros de la piel de su cuello mientras él tarareaba una canción que hoy lamento no recordar.

Su voz era tenue, muy suave y cálida con unos toques de oquedad tal vez reflexiva.

— ¿Qué hubieras hecho si no?

— ¿Si no...qué?

— Si no me hubiera lavado los dientes después de comer ese sándwich de atún.

Preguntas innecesarias en los momentos menos oportunos. Sí, ya sé. Era una especialista.

No escuché su risa pero sí sentí el subir y bajar de sus hombros. Por el tiempo que dejó pasar, imaginé que estaría analizando con cuidado cada parte de su respuesta y yo... Yo me limité a seguir aferrada a su abrazo.

— Viviría con el trauma, pero no te lo diría.

— Tú no eres así. — Rompí con nuestra armonía. Lo tomé de los hombros y esperé en silencio por alguna mínima señal de sarcasmo, broma o simpatía. — Me lo recordarías a cada oportunidad. Por siempre. Por los siglos de los siglos y si yo muero primero, te encargarías de grabarlo en mi tumba.

Pero esa pizca de diversión en su rostro, jamás no llegó.

— Estoy trabajando en eso.

— ¿En el epitafio de mi tumba?

— No, tonta. — Sonrió. Justo cuando tomó uno de mis mechones de cabello y lo pasó por detrás de mi oreja, tuve un pequeño impulso por comentar lo extremadamente atractivo que lucía esa noche pero, intuí que mi mirada proyectando total fascinación, ya hablaba por sí sola. — En mi forma de ser contigo. Las cosas ya no son iguales, ya no somos solo amigos y eso implica ser mejor persona. Debo ser un novio considerado, cálido y... Eso.

Su voz había tambaleado en las últimas dos palabras. Lo noté, él lo notó y aun así intentó disimular respondiendo un mensaje de texto que jamás recibió.

— ¿Un qué? — Reí.

Él también quería hacerlo pero no sé si la misma vergüenza era lo que le detenía. Desvió la mirada y también su sonrisa creció. Seokjin estaba ruborizado, desde el filo de su barbilla hasta la punta de las orejas. Evitaba tener que encontrarse con mis ojos, relamía sus labios, sonreía y volvía a recriminarse mentalmente haberse permitido un descuido tan grande.

— ¿Un qué, dijiste? Perdón, no escuché bien... — Insistí.

— Nada...

— Pues yo escuché un "nov...

Pero se atrevió a colocar las dos primeras falanges de su dedo índice sobre mis labios para silenciarlos.

— Cállate.

Y eso fue suficiente para despertar —de nuevo— el descontrol de hormonas que atormentaba mi cuerpo desde semanas atrás... Tuve una revolución mental al debatirme si morder suavemente su piel sería una buena idea o no. Así que cerré los ojos, suspiré y di por hecho que, en ese momento, yo sería la de la piel ruborizada. Incluso tuve tiempo para reírme de mí misma porque Seokjin entendió ese largo, profundo y doloroso suspiro casi de inmediato.

¿Cuántas cosas pueden pasar por tu cabeza en un momento así? Resulta que bastantes.

Aquel día, mi cuerpo cedió a casi cualquier emoción básica existente. Había pasado por una tristeza profunda emanando en todas sus vertientes y más tarde, cuando asimilé que encontrarme con Seokjin esa noche solo terminaría por arrastrarme a una abismal melancolía cargada de remordimiento... Me sentí más feliz que nunca. Él sonreía, yo también. Por primera vez, era capaz de no solo anhelar un momento así, donde nuestra burbuja inerte a la realidad pareciera ser infinita.

— Si las cosas no son como antes, empiezo a interpretar esto como... ¿Qué? Hiciste una confesión en el baño de un restaurante ¿Qué tanta seriedad puede darnos?

— De hecho, tenía planeado hacerlo de otra forma.

Mis comisuras sonrientes reaccionaron al instante y solo esperé en silencio, rompiendo con esa misma serenidad segundos antes de que sus ojos buscaran una respuesta detallada en mi rostro.

— Y ¿puedo saber cómo?

Asintió de inmediato, sin titubeos o sin detenerse a pensar con exactitud qué diría. Y de hecho, cuando clavó las palmas al mármol frío que rodeaba mis piernas e inhaló por última vez, sospeché que la respuesta a mi pregunta estaba bastante involucrada con mi presencia en la residencia aquella noche.

— Ven conmigo. — Seokjin tomó mi mano, haciéndome dejar la isla en solo una fracción de segundo.

También un poco perdida, como un cascarón humano sin voluntad ni consciencia, lo seguí fielmente hasta el pie de la escalera, donde por alguna razón recuperé el juicio negándome a avanzar un solo escalón.

En realidad ¿Qué tenía planeado? ¿Qué declaración decente y racional podría implicar el primer piso de su casa? No lo entendí bien hasta que mis oídos se permitieron entrar en contacto con el ambiente y me di cuenta de que el silencio en la casa era profundo.

— No voy a subir. — Dije acaparando su atención. — ¿De qué se trata? Nos puede escuchar alguien.

— ¿Tú qué piensas que es, Hye?

— No lo sé pero no subiré. ¿Y los demás? ¿No crees que puede ser vergonzoso?

— Tranquila, me aseguré de que estuviéramos solos...

— ¡Ya dime qué es!

— ¡Si te digo no tendrá sentido! Es una sorpresa, Hyemin, sor-pre-sa.

Sin embargo, admito que esa última palabra fue el vértice determinante para que intentara ocultar mi sonrisa naciente entre la apacibilidad mal lograda de mi rostro. Asentí y sin otro remedio, accedí a seguirlo en silencio a través del largo pasillo bien iluminado y alfombrado en el primer piso que después comprendí, nos llevaría a su habitación.

¿Cuántas veces recorrí ese lugar? Era un camino que me resultaba más familiar que incluso hacia la casa de mis padres.

Pero en ese momento, sujetando con fragilidad e indecisión los dos dedos que opté por tomar de la mano de Seokjin, persiguiendo la línea que marcaba la simetría de su espalda, sentí que iba a morir, el corazón explotaría dentro de mi pecho en cualquier segundo. Era capaz de escuchar las abruptas y violentas palpitaciones detrás de mi garganta, como si el cuerpo quisiera prepararme para cualquier escenario desconocido donde claramente no gozaría del control de mis emociones.

Reprimí mi respiración agitada cuando él paró y me observó por última vez, con una muy sutil, amable, cálida pero curiosamente nostálgica sonrisa.

La puerta se encontraba ligeramente entreabierta y a través de esa pequeña ranura, una luz suave, muy tenue y casi fúnebre, se proyectaba en la alfombra haciéndome sentir más nerviosa, curiosa e impaciente que nunca.

En absoluto ayudó que un ligero perfume a vainilla, canela y parafina quemada acariciara mi piel cuando Seokjin abrió la puerta con el sutil tacto de la punta de sus dedos y yo, en un primitivo intento por defender mi realidad, cerrara los ojos retrasando lo que sea que fuera a suceder.

Pero después de algunos segundos en silencio, guiado tal vez por su impaciencia, tiró de mi brazo muy suavemente en dos ocasiones, como la reacción de un niño pequeño que muere por mostrarte su más grande y preciado secreto.

Y entonces lo vi.

Cuando era niña, como dije ya alguna vez, la idea del amor me parecía un evento mágico y resplandeciente. Solía creer en las palabras de mi madre y en la influencia de algunas películas americanas de los 00's pensando que algún día llegaría mi amor especial. No tenía muy claro si es que algún Patrick Verona compraría a la banda de música de la escuela para cantarme "Can't Take My Eyes Off of You", si me encontraría a un Zack Siler capaz de ver la belleza oculta en mí mientras bajaba las escaleras de mi casa con "Kiss Me" de Sixpence None the Richer de fondo o si tal vez, una serie de eventos al azar, por coincidencia y también gracias a mi rara y soñadora personalidad, me llevaría a conocer a mi propio Nino Quincampoix.

Pero conforme crecí, conforme conocí a más hombres, tuve decepciones y me di cuenta de que el sexo no siempre es la desembocadura de un amor tan grande que es imposible contenerlo en el corazón, aunque aún esperanzada, dejé a un lado la idea, el sueño y la ambición por vivir mi amor especial.

Sin embargo... No me había percatado de que mi propia vida se volvió un guion de película de los 2000 hasta que me vi en una habitación rodeada de globos de helio coloreando el techo; y no eran los únicos, más globos metálicos en forma de corazón rebotaban en cada esquina, como si quisiera huir desesperadamente de ahí. Al fondo, colocados ágilmente por especies, colores y tamaños, un ejército de peluches enternecedores cubría la cama de Seokjin y solo para dar el toque final, no muy lejos de aquellas velas aroma canela y vainilla que iluminaban sutilmente la escena, seis enormes, de verdad enormes, bouquets de rosas blancas y rosas aguardaban imperiosos sobre las mesas de noche, el piso, la cómoda y al centro de la cama.

Y sí, sé lo que estás pensando "Ahhh, demasiado cursi"... Sinceramente otra versión de mí también lo habría contemplado así pero, solo es demasiado cursi hasta que te sucede.

Una parte de mí estaba preparada para escuchar una broma al respecto, tal vez tendría que tolerar un chiste desabrido e incómodo mediante el cual Seokjin liberaría tanta tensión sobre sus hombros pero, al girar sobre mis talones, cuando incluso con dificultad contraje los músculos de la garganta buscando desesperadamente callar mis estruendosos latidos, esa sonrisa apenas perceptible en sus labios, con ese gesto cargado de impaciencia en las pupilas, me reveló que la escena solo era el comienzo.

No abrí los labios, ni siquiera para respirar. Tiré del lazo de unos de los globos serpenteando contra mi frente y lo atraje hacia mi pecho, como si ese pequeño pedazo de látex rojo y helio fueran a desempeñar el papel del más fuerte y resistente escudo de todos.

— Hyemin, yo... — Comenzó con apenas un hilo de voz seca y temblorosa.

— Tú...

A pesar de que mis ojos estaban adheridos a él, prefirió refugiar sus nervios entre mi entrecejo, en los globos al fondo de la habitación, hacia la punta de sus zapatos y en el humo de las velas que comenzaba a quemarse con su propia cera líquida. Más de un par de veces intenté no sonreír a causa de mi impaciencia más que de la propia escena pero, fue humanamente imposible. Mis comisuras maravilladas seguían ahí, acompañando desde el silencio a esos agónicos latidos que atravesaban mi pecho al punto de casi ser perceptibles para él.

— Quiero que sepas que... No sé cómo empezar. Yo... ¿Podrías no mirarme?

— ¿E-es en serio?

— ¡Es difícil!

— ¿Me volteó? — Volví a sonreír. ¿Cuándo me detendría? ¿Cuándo el dolor en mis mejillas tendría fin?

Seokjin negó en silencio aún alternando su vista entre mi rostro y alguna parte perdida e inespecífica del piso.

— Solo no me veas así. — Dijo acompañando el tono de su voz suave con cierta melancolía.

— ¿Así cómo?

— Como si yo fuera lo mejor que te ha pasado en la vida...

— Pues es que lo-

— Ya no recuerdo cuándo sucedió. — Interrumpió de tajo. Ni siquiera fui capaz de predecir esa bocanada de aire seco que impulsa al ser humano a tomar la mejor o peor decisión de su existencia, solo mantuve la vista fija a la ventana y esperé en silencio, impaciente y vulnerable a punta de sus adorables balbuceos. — Pero Hye, de lo que sí soy consciente es de cada San Valentín donde te decepcionaba no recibir algo. Yo de verdad quería darte algo pero-

No me resultó difícil recordarme sentada en el pupitre del instituto, apoyando el mentón sobre el dorso de la mano y preguntándome desde mi ambición por el romanticismo qué se sentiría regresar a casa desfilando uno de esos enormes globos de helio en forma de corazón, recibir un montón de miradas curiosas y recelosas al caminar por el pasillo con un ramo de flores rosas o desprender un aroma agonizante a chocolate y nueces porque sencillamente era demasiados bombones escondidos en los bolsillos.
Nunca viví nada eso y llegó un punto en el que fingí que no estaba decepcionada de mi adolescencia. Pero supongo que mi actuación no fue suficiente para quien me conocía de toda la vida... Y por eso que, muchos años después, se encargó de obsequiarme cada detalle que había anhelado.

Seokjin pasó de ser mi mejor amigo inalcanzable a un hombre común y corriente vulnerable, bastante tímido e impaciente. Aunque no estaba cerca de él, gracias a la posición oculta de sus manos tras la espalda, sus labios temblorosos intentando apaciguarse con pequeños mordiscos involuntarios y la evidente incapacidad para reencontrar sus ojos con los míos, supe que una ansiedad creciente, helada y adormecedora atravesaba su cuerpo sin darle la ventaja de ocultarlo, al igual que pasaba en el mío.

— Yo también debí hacer algo. — Respondí. — ¿Cómo esperaba que te dieras cuenta si no mostraba interés?

— Es que lo hacías. — Suspiró. Y más que como una exhalación cargada de frustración, parecía que su cuerpo comenzaba a liberarse poco a poco. — Pero yo no supe y después no quise interpretarlo así. Solía tener miedo a equivocarme y... cuando terminamos el instituto y comencé con todo esto, en algún punto pensé que sería lo mejor no acercarme. Año con año lo intenté, quise aferrarme a ti pensando que mi vida pronto tendría algo relevante para ofrecerte, pero comenzaste a salir con otras personas. Tus novios eran estudiantes de leyes, medicina... — Sonrió y sin embargo, yo no fui capaz de encontrar una gota de diversión en lo que estaba escuchando. — Hyemin, en ese entonces las cosas no pintaban bien para mí. No sentía que fuera alguien para ti.

Jamás me percaté del poder tan grande que las palabras adecuadas y una bocanada de seguridad ficticia podrían tener en la persona correcta, por lo menos no hasta ese momento. Él, un hombre tan alto, seguro, atractivo, talentoso y perfecto, de piel pálida, ojos grandes, rosados labios pomposos y facciones cinceladas, mostraba absoluta vulnerabilidad, miedo y desconfianza ante mí... Prácticamente un cero a la izquierda.

Aunque lo intenté, aunque quise procesar la idea de que la persona con más seguridad en el mundo confesaba no haberse sentido suficiente para mí, era muy difícil dar crédito a palabras que jamás imaginé escuchar. Y que dolían tanto.
En ese momento, con mi escena personalizada de película romántica del 2000 alborotando aun ciertas partes sensibles de mi corazón, me invadió una necesidad inexplicable y apresurada por abrazar a Seokjin hasta el resto de nuestros días, porque deseaba más que nada en el mundo cuidarlo y protegerlo de cualquier cosa incluso si me desbarataba a mí misma en el proceso.

Pasé gran parte de mi vida sintiéndome insuficiente pero supongo que en algún punto aprendí a existir con esa sensación atravesándome el alma. Nunca canalicé ese dolor reprimido y las consecuencias aun le pasan factura a mi salud física, a mi mente y a mi constante incapacidad para reconocer mi verdadero valor como ser humano.

Me acostumbré tanto a ello, que olvidé ver a mi alrededor.

Y simplemente no podía con eso. Mi corazón parecía no poder tolerar la idea de que Seokjin en algún momento se sintiera igual de perdido, ineficiente e incapaz que yo, y no haber estado ahí para palpar su espalda y, con palabras que me salieran poéticamente del pecho, hacerle saber que su existencia en sí ya era un regalo para mí.

Dejé de lado su mirada evasiva y en dos pasos ya estaba frente a él, aferrando mis brazos alrededor de su delineada cintura solo para probar suerte y saber si ese gesto hablaría por sí solo.
Seokjin me acogió entre su cuerpo quedándose así, suspendido entre un balanceo de ejes y mi respiración contenida ante un seguro llanto.

— Yo jamás pensé eso. — Dije en un susurro, todavía hundida entre su pecho. — No tiene sentido, eres tú.

— Las cosas han mejorado para mí, Hyemin. Pero ahora necesito ser feliz. Y cuando pienso en felicidad, tú eres lo primero que me viene a la cabeza.

Creí estar soñando.

Pasa que cuando deseas algo por muchos años y por fin lo consigues, la materialización de esa realidad constantemente toma tintes oníricos. La mente más fatalista lo percibe como una mala jugada del inconsciente y la más entusiasta como una prueba irrefutable de amor verdadero.
En mi caso, me aferré a la idea de que sus abrazos, los detalles y las palabras eran reales pero otra parte de mi cerebro me recordaba que nada podía ser tan sencillamente perfecto.

— ¿Cuántas veces ensayaste esto?

Cerré los ojos, dormité un poco y decidí concentrarme en el hecho de que mis brazos rodeaban su cintura y que por primera vez, como parte de mi sueño lúcido, Seokjin depositaba pequeños besos sigilosos en mi cabello, haciéndome sentir que nada más importaba.

O por lo menos que nada más debía importar en ese momento.

— Como 10. — Respondió soltando una pequeña risa espaciosa. Ni siquiera se detuvo a evaluar si quería confesarlo o no. — Pensé que sería algo lindo intentar darte todo lo que no me atreví durante estos años.

— Habrá un poco de casa en mis rosas.

— Oh... y eso no es todo.

La punta de mis pestañas tocó el borde inferior de mis cejas cuando Seokjin apartó nuestros cuerpos de la forma más dulce y sutil que la propia emoción le permitió.

Desde el mismo lugar frente a la puerta, lo observé acercarse al escritorio de madera blanca frente a la ventana, tomar una caja plana del tamaño de una revista y regresar hasta mí aun nervioso, impaciente, relamiendo sus labios rosados como si estuviera a punto relevar el más profundo, especial e importante secreto que su corazón haya guardado recelosamente durante esos años.

— ¿Recuerdas la clase de cocina?

— En el instituto, sí. — Sonreí.

Con esto en mente, tendió aquella caja hacia mí alterando la mirada titubeante entre mis manos y el lazo rosado que decoraba el regalo. Segundos más tarde, aquel suave halo de calidez con fragancia a vainilla y canela que noté al entrar en la casa, tuvo completo sentido.

Corazones, para exacta, galletas de azúcar y mantequilla en forma de corazones.

El ser humano tiene la capacidad de guardar un aroma en el cerebro y recordarlo en cualquier momento para transportarlo de inmediato al lugar donde se encontró con él por primera vez; me percaté de que cierta nostalgia había invadido precisamente ciertos recuerdos cuando sonreí sin perder de vista el glaseado torpe e inexperto en tonos pastel sobre los corazones y, sin advertencia, reconocí el sabor salado de lágrimas corriendo hasta mis comisuras.

Seokjin había permanecido mudo, solo expectante a cada uno de mis gestos y movimientos como si quisiera encontrar más respuestas en ellos.

¿Cuántos años no soñé con ese momento? ¿Cuántas veces no recité en mi cabeza, desde el silencio al verlo solo de lejos, las razones por las que seguía amándolo? Jamás sentí el rostro tan adormecido y el cuerpo tan condicionado solo a existir; mientras mis labios y el corazón coordinaban respuestas emblemáticas para un momento por el que aguardé tantos años, mi cerebro susurró cobardía.

— Ese día, eran para ti. — Confesó casi perdido en un susurro. — En realidad, siempre lo fueron. De verdad lo siento, Hyemin. Siento haber tardado tanto. 

Me aferré a su cuello intentando impregnar nuevamente su aroma en conjunto a la mantequilla y el olor a vainilla, pretendiendo e imaginando que el tiempo nos hubiera congelado a los 18.

Al subir la mirada, sus ojos me regalaron una sonrisa y fue ahí, donde aún teniendo pruebas irrefutables de mi realidad, me pregunté cómo es que un sueño podía sentirse tan real, tan vívido y fascinante.


***

AMISTADEEEEES. Ya regresé. Pasaron muchísimas cosas no voy a terminar de contar pero, solo quiero agradece muchísimo a las personas que han estado preguntando sobre las actualizaciones y por mí. 

Creo que a este punto ya puedo preguntar 

¿Qué harían en el lugar de Hyemin? 

Yo creo que aunque lo tiene todo relativamente sencillo, a nivel personal, no es fácil. 


Muchísimas gracias por leer y por seguir aquí a pesar de todo. <3 

Lxs tkm. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro