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56. Ganamos

Una bruja lo interrumpió con una voz retumbante. Yo solamente pude sonreír porque estaba muy orgullosa de mi hijo.

—¿Hizo aparecer un patronus hecho y derecho?

—Sí —afirmó Harry—, porque...

—¿Un patronus corpóreo?

—Si —preguntó Harry—. Hace más de un año que lo hago.

—¿Y tiene usted quince años?

—Sí, y...

—¿Dónde aprendió a hacer eso? ¿En el colegio?

—Sí, mi tío me enseñó en mi tercer año porque...

—Impresionante —opinó Madame Bones mirándolo con atención—, un verdadero patronus a esa edad... Francamente impresionante. Algunos de los magos y de las brujas que la rodeaban se pusieron a murmurar de nuevo; unos cuantos movían la cabeza afirmativamente, mientras que otros la movían negativamente y fruncían el entrecejo.

—¡No se trata de lo impresionante que fuera el conjuro! —advirtió Fudge con voz de mal genio—. ¡De hecho, yo diría que cuanto más impresionante, peor, dado que el chico lo hizo delante de un muggle! —James se acerco a mi oído.

—¿Debería buscarle una novia para que le calme ese humor? —susurro mientras soltaba una pequeña risa.

—¡Lo hice por los dementores! —exclamó en voz alta Harry.

—¿Dementores? ¿Qué quieres decir, muchacho?

—¡Quiero decir que había dos dementores en aquel callejón y que nos atacaron a mi primo y a mí!

—¡Ah! —dijo Fudge sonriendo con suficiencia—. Sí. Sí, ya me imaginaba que escucharíamos algo semejante.

—¿Dementores en Little Whinging? —preguntó Madame Bones con profunda sorpresa—. No entiendo...

—¿No entiendes, Amelia? —dijo Fudge sin dejar de sonreír—. Déjame que te lo explique. Este chico ha estado pensándoselo bien y ha llegado a la conclusión de que los dementores le proporcionarían una bonita excusa, una excusa fenomenal. Los muggles no pueden ver a los dementores, ¿verdad que no, chico? Muy conveniente, muy conveniente... Así sólo cuenta tu palabra, sin testigos...

—¡No estoy mintiendo! —gritó Harry—. Había dos dementores, que se nos acercaban desde los dos extremos del callejón; todo quedó a oscuras y hacía mucho frío, y mi primo los sintió y salió corriendo...

—¡Basta! ¡Basta! —ordenó Fudge con una expresión muy altanera en el rostro—. Lamento interrumpir lo que sin duda habría sido una historia muy bien ensayada... —Dumbledore carraspeó. James iba a protestar, pero lo detuve, yo también tenía ganas de protestar desde que empezó la vista, pero me aguante.

—De hecho, tenemos un testigo de la presencia de dementores en ese callejón —dijo Dumbledore—. Un testigo que no es Dudley Dursley.

—Me temo que no tenemos tiempo para escuchar más mentiras, Dumbledore. Quiero liquidar este asunto cuanto antes...

—Quizá me equivoque —repuso Dumbledore en tono agradable—, pero estoy seguro de que los Estatutos del Wizengamot contemplan el derecho del acusado a presentar testigos para defender su versión de los hechos, ¿no es así? ¿No es esa la política del Departamento de Seguridad Mágica, Madame Bones? —continuó, dirigiéndose a la bruja del monóculo.

—Así es —contestó ella—. Completamente cierto.

—Muy bien. ¡Muy bien! —exclamó Fudge con brusquedad—. ¿Dónde está esa persona?

—Ha venido conmigo —afirmó Dumbledore—. Está esperando fuera. ¿Quieres que...? —¡No! Weasley, vaya usted —ordenó Fudge a Percy, quien se levantó de inmediato, bajó a toda prisa los escalones de piedra del estrado y pasó corriendo junto a Dumbledore y Harry sin mirarlos siquiera. Percy regresó pasados unos momentos seguido de la señora Figg. Parecía asustada y más chiflada que nunca. Dumbledore se puso en pie y cedió su butaca a la señora Figg, y luego hizo aparecer otra para él.

—¿Nombre completo? —preguntó Fudge a voz en grito cuando la señora Figg, muy nerviosa, se hubo sentado en el borde de su asiento.

—Arabella Doreen Figg —respondió con su temblorosa voz.

—¿Y quién es usted exactamente? —siguió preguntando Fudge con una voz altiva que indicaba aburrimiento.

—Vivo en Little Whinging. Vivo cerca de donde ocurrió el ataque.

—Muy bien —admitió con actitud distante—. ¿Qué tiene que contarnos?

—Había salido a comprar comida para gatos en la tienda de la esquina, al final del paseo Glicinia, a eso de las nueve, la noche del dos de agosto —contó la señora Figg—, cuando oí ruidos en el callejón que comunica la calle Magnolia con el paseo Glicinia. Al acercarme a la entrada del callejón, vi a unos dementores que corrían...

—¿Qué corrían? —la interrumpió Madame Bones—. Los dementores no corren, se deslizan.

—Eso quería decir —se corrigió la señora Figg. 

—¿Cómo eran? —preguntó Madame Bones entornando los ojos hasta que el borde del monóculo desapareció bajo la piel.

—Bueno, uno era muy gordo y el otro delgaducho...

—No, no —dijo Madame Bones impaciente—. Los dementores. Describa a los dementores. 

—¡Ah! —exclamó la señora Figg con un suspiro—. Eran grandes, muy grandes. Y llevaban capas. 

—Grandes y con capas —repitió Madame Bones con voz cortante mientras Fudge resoplaba con sorna—. Entiendo. ¿Algo más? 

—Sí —respondió la señora Figg—. Los sentí. Todo se quedó frío, y era una noche de verano muy calurosa, créame. Y sentí... como si no quedara ni una pizca de felicidad en el mundo... y recordé... Cosas espantosas. Su voz tembló un momento y se apagó.

 Madame Bones abrió un poco los ojos. 

—¿Qué hicieron los dementores? —preguntó Madame Bones

—Atacaron a los chicos —afirmó la señora Figg, que hablaba con una voz más fuerte y más segura mientras el rubor iba desapareciendo de su cara. James y yo nos miramos con una pequeña sonrisa—. Uno de los muchachos había caído al suelo. El otro se echaba hacia atrás, intentando repeler al dementor. Ese era Harry. Sacudió dos veces la varita, pero sólo salió un vapor plateado. Al tercer intento consiguió un patronus que arremetió contra el primer dementor y luego, siguiendo las instrucciones de Harry, ahuyentó al que se había abalanzado sobre su primo. Eso fue..., eso fue lo que pasó —terminó la señora Figg de manera no muy convincente. Madame Bones se quedó mirando a la mujer sin decir nada. 

Fudge no la miraba, sino que removía sus papeles. Finalmente, levantó la vista y, con tono agresivo, le espetó.

—Eso fue lo que usted vio, ¿no? 

—Eso fue lo que pasó —repitió la señora Figg. 

—Muy bien —dijo Fudge—. Ya puede irse. La señora Figg asustada, se levantó y se fue, arrastrando los pies hacia la puerta, que se cerró detrás de ella produciendo un ruido sordo. 

—No es un testigo muy convincente —sentenció Fudge con altivez. 

—No sé qué decir —replicó Madame Bones con su atronadora voz—. De hecho, ha descrito los efectos de un ataque de dementores con gran precisión. Y no sé por qué iba a decir que estaban allí si no estaban. 

—¿Dos dementores deambulando por un barrio de muggles y tropezando por casualidad con un mago? —inquirió Fudge con sorna—. No hay muchas probabilidades de que eso ocurra... —me estaba mordiendo el labio para no soltar una estupidez.

—¡Oh, no! Creo que ninguno de nosotros piensa que los dementores estuviesen allí por casualidad —lo interrumpió Dumbledore sin darle mucha importancia. 

—¿Y qué se supone que significa eso? —preguntó Fudge con tono glacial. 

—Significa que opino que les ordenaron ir allí —contestó Dumbledore. 

—¡Me parece que si alguien hubiera ordenado a un par de dementores que fueran a pasearse por Little Whinging, habríamos tenido constancia de ello! —bramó Fudge. 

—No si actualmente los dementores estuvieran recibiendo órdenes de alguien que no es el Ministerio de Magia —repuso Dumbledore sin perder la calma—. Ya te he explicado lo que opino de este asunto, Cornelius. 

—Sí, ya me lo has explicado —dijo Fudge con energía—, y no tengo ningún motivo para pensar que tus opiniones sean otra cosa que paparruchas, Dumbledore. Los dementores están donde tienen que estar, en Azkaban, y hacen todo lo que nosotros les ordenamos. 

—En ese caso —prosiguió Dumbledore en voz baja, pero con mucha claridad— tenemos que preguntarnos por qué alguien del Ministerio ordenó a un par de dementores que fueran a ese callejón el dos de agosto... 

—La presidencia le concede la palabra a Dolores Jane Umbridge, subsecretaria del ministro —dijo Fudge. La bruja habló con una voz chillona, cantarina e infantil que hizo que me dolieran los tímpanos.

—Estoy segura de que no lo he entendido bien, profesor Dumbledore —afirmó con una sonrisa tonta que hizo aún más fríos sus redondos ojos—. ¡Qué necia soy! Pero ¡por un brevísimo instante me ha parecido que insinuaba usted que el Ministerio de Magia había ordenado a los dementores que atacaran a este muchacho!

—Pues no me sorprendería —hable yo con voz firme mientras me levantaba enfadada.

—¿Perdona?

—Me parece de estúpidos que hagáis una maldita Vista a un chico de 15 años por utilizar la magia para bien. Pudieron haber muerto los dos si no fuera por Harry, pero claro mejor hagamos una Vista, porque nos aburrimos de nuestras vidas de mierda. No es mi culpa que vosotros queráis vivir en una maldita burbuja donde todo es perfecto y todo el mundo os sigue como corderitos. ¿Te digo algo Fudge? Voldemort ha vuelto y sin importar todo lo que hagas para ocultarlo tarde o temprano se sabrá y tal vez pueda ser tarde... —me interrumpió Fudge rojo de la rabia.

—En primer lugar, nadie le dio el permiso para hablar señora Potter —James se levanto enfadado.

—Estamos hablando de nuestro hijo y si queremos opinar, pues lo haremos, porque es una ridiculez lo que estáis haciendo.

—Fuera.

—No —le dije firme. Harry me miro suplicante.

—Mamá salir, no quiero que estéis en problemas —suspire, James y yo salimos de ahí.

—Lo odio.

—Lo sé amor —me abrazo.

No sabía cuanto tiempo había pasado, pero de pronto Harry había salido con una gran sonrisa.

—¡Ganamos! —James y yo sonreímos y fuimos a abrazar fuerte a Harry.

Por fin un poco de justicia.





NOTA DE LA AUTORA

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