31. La varita de Harry
12 de agosto de 1991
Ya habían pasado unos días desde que a Harry le llego la carta para ir a Hogwarts, así que hoy habíamos decido que sería buena idea ir a comprarles tanto a Neville como él las cosas que necesitarían para su primer año. Además, también debíamos comprarle nuevos materiales a Marie.
No podía creer que en unas semanas los tres partirían a Hogwarts, no estaba muy segura de si era muy capaz de soltarlos y dejarlos irse. Eran mis pequeños después de todo y si se iban no podría cuidarlos y estar con ellos si me necesitaban. Aunque pesándolo mejor si necesitaban algo de mí, siempre podrían mandarme una carta y yo iría de inmediato con ellos.
No podía tampoco creer en lo rápido que había pasado el tiempo, solo fue hace nada cuando tuve a Marie en brazos o cuando conocí por primera vez a mi ahijado o cuando adopte al pequeño Harry. Esperaba que en Hogwarts fueran unidos tanto como lo eran en casa, aunque entendía a Marie, ya que ella era un año mayor y tal vez prefiriera estar con los gemelos haciendo bromas. Aunque estaba muy segura de que ella como hermana mayor los cuidaría muy bien a ambos, pero debía admitir que estaba demasiado segura de que en algún lío se meterían ellos tres.
En estos momentos me encontraba acostada en mi cama mientras James me abrazaba dormido, era lindo verlo dormir. Digamos que viéndolo era como ver a un angelito aunque debía reconocer que era capaz junto a Sirius de meterse en varios líos si quisieran.
Solo habían pasado pocos días desde que a Harry le había llegado la carta y ya tanto James como Sirius se habían metido en un lío. Digamos solo digamos que los muy idiotas, habían ido con la moto de Sirius a dar una vuelta, pero como no eran inteligente, en vez de ir como una persona normal en moto, ellos lo que quisieron era volar por todo Londres. Aunque después decidieron ser normales por unos minutos, pero sin controlar la velocidad en la carretera lo que logro que una patrulla los siguieran y en vez de parar Sirius pensó que sería buena idea acelerar.
Sin mas soluciones James le había dicho que debían parar porque estarían en muchos líos, lo cual era bastante cierto, la policía los arresto y los llevo a una celda por estúpidos. Aun recuerdo perfectamente que James me llamo, ya que le habían permitido una llamada.
—¿Si? —respondí al teléfono y de pronto la voz de James apurada se escucho.
—Addie, debes sacarnos de la comisaría —abrí los ojos sorprendida.
—¿Qué vosotros qué? —eleve la voz. Remus y Freya se habían llevado a dar una vuelta a Marie y a Neville y Harry prefirió quedarse conmigo, ya que quería que jugáramos al ajedrez mágico. Harry se acerco a mi confundido y yo simplemente le regalé una pequeña sonrisa.
—Te lo contamos luego, pero por favor sácanos —de pronto la voz de Sirius se escucho.
—¡Mejor que no vengan que Freya me mata! —grito preocupado Sirius.
Ese día tuve ir con Harry a sacarlos y menos mal que pudimos sacarlos aunque Sirius se rehusó a irse de ahí porque no quería que Freya se enterara. Al final en todo el camino los estuve regañando por lo imprudentes que habían sido.
Después de pensar en eso decidí despertar a James aunque costo un poco. Los dos empezamos a prepararnos para irnos, cuando estuvimos listos James me agarro de la mano y bajamos para ver al resto listo desayunando.
Así que nos unimos nosotros también, obviamente no faltaron las risas en el desayuno. Cuando acabamos Freya recogió todo y fuimos al Callejón Diagon. Freya iría con Neville, Remus con Marie y James y yo iríamos con Harry. Cuando ya vimos que teníamos todo fuimos de camino a Ollivanders.
—¡La escoba de Harry! —James corrió hasta la tienda, en cambio, yo voltee los ojos divertida mientras Harry ve veía con una sonrisa. Poco después apareció James con la escoba y algunas cosas más.
—¿Ya? —él asintió con una sonrisa.
—¿Ollivanders? —asentí y fuimos hacia la tienda de varitas.
Al llegar entramos y una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, tal y como lo recordaba. Harry miraba todo con curiosidad, mientras se quedaba en su sitio con miedo a que rompiera algo.
—Buenas tardes —dijo una voz amable.
Harry dio un salto al igual que James, logrando que yo soltara una pequeña risa.
Ollivander se encontraba delante de nosotros y no había cambiando nada, tal vez en alguna arruga, pero era tal y como lo recordaba.
—Hola —dijo Harry con torpeza.
—Buenos dias señor Ollivander —le dije yo al igual que James.
—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter y hola chicos —nos regalo una pequeña sonrisa—. Tienes los ojos de tu madre—me miro de reojo y luego volvió a ver a Harry con una sonrisa—. Parece que fue ayer el día en que tú Adele viniste a comprar tu primera varita. Veintiocho centímetros de largo, flexible, de caoba. Una preciosa varita con núcleo de Fibra de corazón de dragón —el señor Ollivander se acercó a Harry. Tanto James como yo estábamos un poco mas alejados viendo a Harry con una sonrisa, James me había agarrado la mano—. Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones. Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.
—Y aquí es donde... —el señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, mire a James y el ya no tenía su sonrisa, los dos estábamos de acuerdo que eso no era lindo de recordar. Ni tampoco era lindo para Harry que solamente era un niño.
—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo...
—Señor Ollivander, no sé ofenda, pero nos gustaría que fuera un poco mas al grano, a ninguno de nosotros nos gusta recordar ese momento —le dijo James educadamente.
—Cierto, mis disculpas —dijo el señor Ollivander, volviendo la mirada en Harry—. Bueno, ahora, Harry.. Déjame ver. —sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?
—Con el derecho —respondió Harry.
—Extiende tu brazo. Eso es. —midió a Harry del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Harry. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago.
El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.
—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Harry Prueba esta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Cógela y agítala.
Harry cogió la varita y nos miro un momento a nosotros para después agitarla a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.
—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba...
Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor Ollivander se la quitó.
—No, no... Esta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.
Harry lo intentó. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.
—Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.
Harry tocó la varita. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes. James y yo lo vimos con una sonrisa llena de orgullo mientras aplaudíamos logrando que Harry sonriera.
—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso... —dijo el señor Ollivander. Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso... muy curioso».
—Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?
El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.
—Recuerdo cada varita que he vendido, señor Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, solo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.
Mire preocupada a James, él me miro y me dio un beso en la frente mientras seguía atendiendo a todo lo que decía Ollivander.
—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.
Me estremecí. James se acerco a Harry para decirle que fuera conmigo, Harry asintió y con la caja de la varita se acerco a mí. James pagó siete galeones de oro por la varita de Harry y el señor Ollivander nos acompaño hasta la puerta.
No podía estar pasando, era demasiada información y estaba demasiado aterrada por lo que pasaría en un futuro.
NOTA DE LA AUTORA
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