Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

ꗃ xxxii. the price of desire.

written by 𝗆𝗂𝗄𝖺𝗌𝖺𝗆𝗎𝗇
♯🥊 ‧₊⋆ CAPÍTULO TREINTA Y DOS ❜🗞️ೃ∗
today we present: El precio del deseo.
MARATÓN 3/5


Desperté sobresaltada, el sonido de una voz alterada interrumpió mis sueños. Me vestí apresuradamente con la ropa que había traído y salí de la habitación, aún un poco aturdida. Desde mi escondite detrás de la pared, pude ver una escena que, aunque no era nueva para mí, siempre me resultaba incómoda, allí está mi jefe, alzando la voz en un tono que indicaba su furia. Me hubiera encantado que el destinatario de su ira fuera uno de sus amigos, específicamente el abogado Yong Bok. Pero no, está despotricando a todo pulmón por algo que ha sucedido y que, sinceramente, no quería saber. No tenía ninguna intención de meterme en problemas con él cuando estaba de mal humor, así que empecé a dirigirme discretamente hacia la salida trasera de la cocina.

Me puse los tacones, empezando a dirigirme hacia alguna parte para poder llegar a mi departamento. Notando el clima de este día me pude dar cuenta de que he dormido toda la tarde del viernes, por lo que necesitaba con urgencia llegar a mi casa y darme una larga ducha, sin mencionar que mi celular no tenía carga, siendo así, no enterarme de absolutamente nada lo que esté sucediendo a mi alrededor o el drama que en estos momentos tenía mi superior.

En cuanto crucé las puertas del edificio donde residía, mi vista se posó en la figura familiar del recepcionista. Siempre se encontraba allí, apostado en su taburete alto detrás del mostrador, su atención dividida entre algún cómic colorido o un anime transmitiéndose en su laptop. En ese momento, estaba disfrutando de un paquete de Cheetos, sus dedos manchados de naranja brillante. El sonido de su refresco gaseoso llenando el aire con su burbujeo constante, indicaba que su bebida estaba llegando a su fin.

Sin embargo, al levantar la vista y verme, soltó una risa que resonó en el espacioso vestíbulo. Su sonrisa se ensanchó al ver mi apariencia desaliñada. Todavía llevaba la misma ropa que cuando salí del edificio el día anterior, mi vestido arrugado y el cabello en un desordenado moño. Su risa parecía insinuar que había pasado una noche interesante o divertida. Pero la verdad era que el único alivio de mi noche había sido el momento en que finalmente me sumí en el sueño.

—Hola, Jeong In.

Saludé con una sonrisa forzada, mis mejillas tensas mientras empujaba la pesada puerta de cristal para cerrarla. En una mano, balanceaba los tacones negros que han sido mi tortura desde la tarde del jueves hasta la madrugada. En la otra, sostenía una enorme bolsa de papel marrón que contenía lo que sería mi cena de esa noche con la bebida.

—¿Noche larga, eh?—el pelinegro me lanzó una sonrisa socarrona, sus ojos brillantes de diversión detrás de sus gafas de montura gruesa.

—Algo así.—admití, arrastrándome a las escaleras de madera, ya que el ascensor estaba en reparación desde el martes.—¡Y dile a tu abuela que mañana pagaré el alquiler! ¡Gracias!

Yang Jeong In rio, su risa resonó en el vestíbulo vacío. Se apoyó en su mostrador, su mirada siguió mi lenta ascensión por las escaleras.

—¡Eso es lo que siempre dices, Miharu!—gritó, su tono era burlón pero amigable. La luz del vestíbulo brillaba en su cabello oscuro, dándole un brillo único.—¡Creo que nuestra querida abuela ya está pensando en alquilar tu apartamento a alguien más! ¡Alguien que no tenga que recordarle constantemente que pague el alquiler!

La última ocurrencia de Jeong In me hizo soltar una carcajada, un sonido que resonó en el vestíbulo vacío. Este hombre fue mi guía cuando llegué al edificio por primera vez, mostrándome la habitación que eventualmente alquilaría, en los días libres, cuando la idea de salir de casa parecía demasiado agotadora, a menudo nos encontrábamos en la recepción, disfrutando de cualquier distracción que pudiéramos encontrar, ya fuera un nuevo cómic o un episodio de anime. Jeong In, con su energía inagotable y su constante deseo de aprender, siempre está estudiando, trabajando duro para ayudar a su familia y, con suerte, para dejar este edificio algún día.

Me había confesado una vez que, aunque le gustaba ayudar a su abuela, no veía su futuro aquí, en este edificio, para siempre. Finalmente, tras una subida que pareció eterna, llegué a mi piso, con un suspiro de alivio, abrí la puerta de mi departamento. Justo antes de cerrarla, capté una figura familiar en el pasillo, era el primo de mi superior, cuya mirada se posó en mí por un instante. Sencillamente que no era una mirada amistosa, más bien, parecía cargada de antipatía, como si en ese momento me odiara.

Decidí ignorar el desagrado evidente en su mirada y concentrarme en lo que más necesitaba en ese instante.

Al entrar a mi apartamento, el familiar olor a hogar me envolvió. Cerré la puerta detrás de mí, dejando el mundo exterior y sus problemas detrás. Me dirigí directamente al baño, ansiando la sensación del agua caliente en mi piel. La ducha fue un bálsamo, cada gota de agua que caía sobre mi piel parecía llevarse consigo la tensión y el estrés del día, envuelta en el vapor caliente, me permití relajarme por primera vez en horas. Después de la ducha, me puse mi pijama más cómodo, una vieja camiseta y unos pantalones de franela que me hacían sentirme segura, por muy raro que sonaba aquello.

Con un suspiro de contento, me dirigí a la cocina para sacar la cena ya preparada que había pedido en el camino. Ahora, en la tranquilidad de mi hogar, podía finalmente descansar. Mi boca se abrió dispuesta a entregar la hamburguesa, simplemente que cuando estaba a punto de hacer eso el sonido del timbre de mi casa empezó a sonar constantemente, era una señal de que había descansado lo suficiente como para seguir disfrutando de mi vida. No obstante, nadie me privará de poder saborear la hamburguesa que yace entre en mis manos cansadas.

—¡Ya voy!—grité, levantándome de golpe del taburete de la cocina y tragando a duras penas el primer bocado de mi hamburguesa.

El insistente sonido del timbre y los golpes en la puerta de madera no cesaban, indicando que quien estaba al otro lado tenía una urgencia palpable por tener una charla conmigo. Entonces, abrí la puerta y me encontré cara a cara con una figura furiosa. Mi jefe, el presidente Bang, parecía haber regresado a su estado habitual: un hombre malhumorado con ojos ardiendo de ira y una tensión visible recorriendo su cuerpo. No sabía si debía abrir completamente la puerta o cerrarla de golpe, temiendo lo que podría haber desencadenado esta visita y por qué, de alguna manera, me sentía en medio de todo.

—Tú...—me señaló con su dedo índice de una manera que me recordó a la noche anterior, cuando yo también estuve furiosa con él.—Te doy mi completa confianza y me tomas por el pelo.

Su voz era un gruñido bajo, cargado de decepción y enojo, su rostro estaba tenso, las líneas de su expresión dibujando un mapa de su ira y sus dos faroles normalmente calmados y reservados, ahora ardían con una intensidad que me hizo retroceder un paso. Cada palabra que pronunciaba está llena de reproche, como si cada sílaba fuera un golpe, el aire entre nosotros se volvió denso, cargado de su ira. Su pecho subía y bajaba rápidamente, su respiración agitada evidenciando su estado de ánimo, sus puños están apretados a los lados, los nudillos blancos por la presión. La furia que emanaba era palpable, formando una barrera entre nosotros.

La furia en los ojos de mi jefe me dejó atónita, una sensación de desconcierto se apoderó de mí. No tenía idea de lo que ha desencadenado esta ira y, por un momento, me quedé paralizada en la puerta, incapaz de procesar lo que está sucediendo.

La confusión me envolvió como una neblina, oscureciendo mi entendimiento. ¿He cometido algún error en el trabajo? ¿Dije algo fuera de lugar cuando estaba durmiendo? ¿O es porque me sobrepasé al haberme quedado dormida casi toda la noche en su casa? Las preguntas se agolpaban en mi mente, pero ninguna de ellas parecía tener una respuesta clara. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, un eco sordo en el silencio que se instaló entre nosotros. Mis manos temblaban ligeramente a los lados, un testimonio de mi creciente nerviosismo.

Mi boca se abrió y cerró varias veces, sin embargo, las palabras parecían haberme abandonado con un esfuerzo, tragué el nudo que se había formado en mi garganta. Necesitaba respuestas. Necesitaba entender. Pero sobre todo, necesitaba encontrar la manera de enfrentar a mi jefe y su ira, porque no me gustaría que el presidente de la empresa automotriz donde me encuentro trabajando decida arrojarme uno de los floreros que mi madre me mandó como regalo por haberme mudado sola.

—Presidente Bang, no comprendo muchas cosas en este momento—levanté ambas manos en un gesto de apaciguamiento.—. Y tal vez nunca llegue a entender completamente lo que está sucediendo con usted y cómo es que obtuvo mi dirección. Pero me gustaría que pudiéramos resolver esto como dos personas racionales y no como animales.

Me mordí el labio al darme cuenta de la última palabra que había utilizado en un intento de mantener la conversación tranquila.

Recordé, demasiado tarde, que mi jefe tenía un aprecio especial por los animales, especialmente por los perros, así que su enojo pareció intensificarse, su mirada se endureció aún más, si eso era posible. Sin embargo, cerró los ojos por un momento, como si estuviera intentando encontrar la calma en medio de la tormenta de su ira. Cuando volvió a abrirlos, apoyó su brazo en el marco de la puerta, inclinándose hacia mí hasta que estuvimos a solo unos centímetros de distancia. Supuse que no quería causar un escándalo en los pasillos de mi edificio de apartamentos.

Aunque no vivían muchísimas personas aquí, hay suficientes como para que cualquier altercado atrajera la atención no deseada. A pesar de la tensión en el aire, noté que algunos de los residentes se asomaban de vez en cuando, sus faroles furiosos observando la escena. Me pregunté cuánto tiempo pasaría antes de que las quejas comenzaran a llegar. No obstante, mirar esos ojos curiosos ocasionan que dé un paso a un costado para que mi jefe pueda ingresar a mi casa, era mucho mejor que tengamos esta conversación dentro de las cuatro paredes y que nadie más sepa lo que se hallaba sucediendo en mi vida.

—Seré muy breve contigo, Sasaki.

Arrugué la nariz en un gesto instintivo, una señal clara de que el jefe de siempre había regresado. Ya no se sentía tan agradable como cuando pronunciaba mi nombre de pila con una familiaridad que rozaba lo íntimo. Este pensamiento hizo que una sensación incómoda se agitara en mi estómago. Cada vez más, me encontraba pensando en mi superior de una manera que rozaba lo romántico, algo que me desconcertaba y, si soy sincera, no me gustaba demasiado. Hay una línea clara entre nosotros, una que no estaba segura de querer cruzar, sin embargo, en momentos como este, esa línea parecía volverse cada vez más borrosa.

—Lo agradecería.—dije, mientras miraba de a poco la hamburguesa que se encuentra en mi cocina.

—Es mejor que seas sincera conmigo y que no me mientas, porque si me mientes, esta misma noche te quedarás sin empleo—advirtió. Sus palabras resonaron en la sala, haciendo que mi hamburguesa, que hasta hace un momento parecía tan apetitosa, perdiera todo su atractivo. Centré mi atención en él, la seriedad de su tono me dejó sin aliento.—. Mañana es el juicio, contra todos mis empleados que han decidido arruinar mi vida, además de mi hermana. Y tú...

—¿Yo?

Repetí, sintiendo cómo la ira volvía a crecer en su faz. Su mirada se endureció, y una ola de anticipación me recorrió.

—Park Ji Min ayudó con la demanda, él sabe cosas que solo pasan dentro de mi empresa.—comentó, acercándose a mí. Cada paso que daba hacia mí me obligaba a retroceder, hasta que mis piernas chocaron con uno de los taburetes de la cocina.—Quiero que me digas si fuiste tú.

—Señor...—empecé, pero mi voz se desvaneció cuando él levantó la mano.

—¡Respóndeme, carajo!—gritó, golpeando con fuerza la isla de la cocina.

Cerré los ojos ante la intensidad de su gesto, el miedo y la anticipación mezclándose en un cóctel embriagador. A pesar de la ira que emanaba de él, hay una tensión subyacente entre nosotros, una corriente eléctrica que no podía ignorar. Cada vez que se acercaba, podía sentir el calor que emanaba de su anatomía, una atracción magnética que me atraía a pesar de la tensión en el aire, la proximidad de su cuerpo era como un imán, y me encontraba irremediablemente atraída hacia él, a pesar de la tormenta de emociones que rugía entre nosotros.

El problema era que me hallaba completamente incapaz de pronunciar una sola palabra, mis ojos están fijos en los suyos, atrapados en una mirada intensa que mezclaba la ira con un deseo latente. Era como si estuviéramos en un peligroso juego de tira y afloja, ambos luchando con sentimientos que no podíamos, o no queríamos, poner en palabras. Una tensión sexual palpable entre nosotros, una chispa que amenazaba con convertirse en un incendio si no se controlaba y la maldita verdad era que, en ese instante, quería que se descontrolara. Quería sentir sus labios contra los míos, quería explorar cada centímetro de su fisionomía con mis manos, quería romper todas las reglas que él había impuesto desde el principio.

A pesar de la amenaza que sus palabras llevaban, no podía evitar el deseo que bullía bajo la superficie. Ansiaba su toque, ansiaba su cercanía, ansiaba el sabor de su boca con una intensidad que me dejaba sin aliento y ahora la única cosa que me impedía ceder a ese deseo era el miedo a las consecuencias.

Pero en un giro sorprendente de los acontecimientos, el mismo Presidente Bang Chan, el hombre que ha establecido esa distancia entre nosotros, de repente cerró esa brecha. Con un movimiento rápido y decidido, me cogió de la cintura y me sentó en la isla de la cocina. Entonces, sin más preámbulos, me besó. Fue un beso frenético, desesperado, como si estuviera tratando de comunicar todas sus emociones a través de ese único acto. Sus labios se movían contra los míos con una intensidad que me dejó sin aliento, y por un momento, todo lo demás desapareció. Ese beso sacudió todo mi sistema, revolviendo mis emociones y dejándome en un estado de shock. Empero, a pesar de la sorpresa, no pude evitar corresponder al beso, dejándome llevar por el torbellino de sensaciones que él había desatado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro