7. Lejos de la jaula.
La legalidad en mi vida vino con ciertos regalos; descubrí que me gustaba besar y tocar, me gustaba dar placer y que me lo dieran, me gustaba la libertad de saber que no viviría con mis padres por mucho más tiempo, cementé la base de que los gustos que tenía no debían hacerme horrorizar de mi mismo sino quererme por lo que era.
— ¿Crees que podremos vernos la semana que viene? —preguntó Michel, mirándome desde la cama con expresión entre dormida. Yo me vestía rápidamente, y le eché un vistazo a su cuerpo semidesnudo. Desde la lejanía no se veía nada mal y no me sentía culpable... aún.
— No creo, voy a estar en Bahía —respondí, y noté como paso de la confusión a la curiosidad.
— ¿y cuando vas a volver? —preguntó, y me encogí de hombros.
— ¿quizás nunca? —la pregunta fue más para mí mismo. Sabía que no existía un mundo alternativo en el cual nunca volvía aquí, pero me gustaba engañarme a mí mismo que existía esa posibilidad.
Lejos de Clemencia, lejos de la academia, lejos de mi familia y Dios. El juicio final iba a ser un evento interesante para esta altura.
— ¿Cómo que nunca? —preguntó, como si acaso tuviéramos una relación que significara que yo le dijese de mi vida. Nos habíamos visto alrededor de cuatro veces, y creo que esta era la conversación más larga. Se sentó en la cama, con expresión seria, olvidando su sueño.
— Me voy a estudiar, volveré cuando sea necesario. ¿por qué me estás preguntando esto? —inquirí por si acaso me había olvidado algo. Me giré en la habitación para buscar mis cosas, y las encontré desparramadas por la habitación.
— Creí que quizás podíamos hacer algo —comentó, y yo le sonreí. Y sabía que era la misma sonrisa que mi madre me daba cuando me quería engañar de algo y hacer las cosas más suaves.
— Es una lastima pero podemos hacerlo cuando vuelva, tarde o temprano volveré, y tengo tu número —respondí, esperando que fuese lo suficiente como para tenerlo conforme. Michel asintió, y me despedí de él de un modo extraño e incierto.
Me fui de su casa en medio de la noche, y me hundí en mi campera, viendo los mensajes sin leer en mi teléfono. Mensajes de Nik, algunos amigos, de mis primos y mis tíos. Pero el primer mensaje que vi fue el de Ashton.
Buen viaje, nos vemos aquí. Sonreí al leerlo; mitad con sinceridad y otra mitad con sarcasmo. Habíamos pasado tantas veces hablando y soñando con lo que haríamos cuando estuviésemos libres en Bahía. Y yo seguía esperanzado de que mañana, cuando viajara a aquella ciudad, significaría vivir una nueva vida.
Sin dar muchas vueltas, apreté el botón de llamar y él respondió más rápido de lo que creí.
— ¿estabas con el teléfono en la mano esperando que te llame? —pregunté con tono burlón, cruzando la oscura noche donde el tráfico iluminaba ciegamente mi camino. Pase por una iglesia e hice la señal de la cruz; por la costumbre, por lo que fui y por lo que sería.
— Intentaba dormirme pero no podía —respondió con voz ronca, podía imaginarlo acostado en su cama, con la cabeza sobre la almohada y tapando sus ojos con uno de sus brazos—. ¿tú qué hacías? —preguntó.
— Visitaba a un amigo y ahora me voy a mi casa —respondí, buscando un cigarrillo que estaba en algún bolsillo de mi campera—. En mi última noche prefería estar afuera y no lidiar con la nostalgia y la falsedad, y Nik estaba ocupada —expliqué. Lo oí asentir muy suavemente.
— ¿y qué amigo visitaste? —preguntó con curiosidad.
— Michel, no lo conoces, lo conocí en un bar —respondí, sin agregar la parte de "bar gay"—. El punto es que ya mañana estaré allá y podrás dejar de ignorarme —agregué. Él se rió con culpa del otro lado del teléfono.
— No te he ignorado —me reprochó, y estuve a punto de maldecirlo.
— ¿cómo que no? Me llamabas borracho o cuando no tenías tiempo para hablar, y solo le contaba a Nik de cosas que a mi no —ahora fue mi turno de reprocharle.
— Hay cosas que solo puedo hablar con ella —murmuró con tono de negociación.
— ¿por ejemplo? — volví a indagar.
— Tu —respondió, su voz rasposa y profunda hizo cosas en mi cuerpo que prefería no reconocer. Tras un sonido de queja me reí sin humor.
— A veces creo que tu único propósito en esta vida es hostigarme —declaré.
— Lo mismo va para ti —confesó.
Permanecimos en silencio por unos minutos. Podía oír su respiración y como se acomodaba en su cama, mientras avanzaba por las calles. Comenzaba a vislumbrar mi barrio cuando disminuí el paso.
— Ya es tarde, ¿cómo vas a entrar? —preguntó en voz queda, y yo sonreí como si me hubiese dado un gran desafío por cumplir.
— Del mismo modo que salí —respondí, metiéndome por una calle lateral que daba al patio de mi casa, por ahí entraba perfectamente hacia la ventana que daba a mi habitación. Solo debía saltar una pared.
— Ya estoy en casa —susurré en mi habitación, donde ya no había rastros de mis hermanos mayores y había pedazos de Cameron en cada rincón—. ¿sigues sin poder dormirte? —pregunté, acostandome.
— Estoy en camino —susurró muy despacio, haciéndome sonreír.
— Sigue por el camino entonces, nos vemos mañana —le dije.
— Hasta mañana —fue lo último que escuché antes de cortar.
*************
Las despedidas son odiosas. Siempre lo creí y lo sigo creyendo.
Llegamos a mi nueva casa que era tan impersonal como mi habitación al inicio. Organicé muchas cosas junto a mis padres mientras que otras quedaron para luego. Los oía hablar de lo emocionados que estaban por mi y cuanto deseaban mi felicidad, y yo los escuché, probablemente, por primera vez con entusiasmo. Quería lo mismo que ellos: felicidad, libertad y un respiro.
Mi padre volvió a repetir sus consejos, mi madre continuó dándome indicaciones. Ella me abrazó y me besó, luchando con sus lágrimas, mientras mi padre me dio un abrazo incómodo y un beso en la mejilla con sabor a melancolía. Ya no era su pequeño niño, ahora era un chico adulto que debía salir al mundo.
Bendijeron mi hogar y a mi, y yo recé a Dios una vez más para que les de un buen viaje y tranquilidad, para que sin mí aún aprendieran a ser padres de los hermanos que quedaban por crecer y para que ninguno de ellos pasara por las incertidumbres que yo pasé.
— Adiós, los quiero —dije; sin saber si era sincero o no. Los vi irse rodeados de nostalgia y tristeza.
La puerta se cerró y lo primero que hice fue agarrar mi teléfono y los auriculares. La música subió, el mundo desapareció, y me di a la tarea de hacer ese hogar, mi hogar, donde no hubiese un fragmento que no quedara mi marca.
Eran cerca de las seis de la tarde cuando el timbre sonó. Había ordenado gran parte de lo que quedaba, y ahora se parecía más a lo que quería. Estaba terminando de dejar algunos libros en la biblioteca cuando escuché el sonido.
Del otro lado de la puerta me esperaba Ashton, lucía incierto, nervioso y preocupado pero cuando me miró su expresión se suavizó hasta sonreír. Ya no lucía tan alto como antes porque casi lo había alcanzado en altura, aunque mi cuerpo nunca iba a ser tan musculoso como el de él, ni mi rostro tan anguloso y perfecto como el de él. Odiaba admitir que se veía mejor, y también admitir cuando lo extrañaba.
Sonreí sin poder evitarlo, antes de tirarme sobre él para abrazarlo. Emitió un gemido de sorpresa, rodeando mi cintura con sus brazos. No podía creer que al fin estábamos allí. Mi corazón latía apresurado, feliz y excitado. Estaba tan exaltado que podía llorar.
— Al fin soy libre —susurré y hundí mi rostro en su cuello. La tensión de su cuerpo disminuyó con los segundos, sentí su mano subir y bajar por mi espalda, reconfortante.
— Ya puedes ser tú mismo —dijo, su voz sonaba a que contenía una sonrisa. No pude estar más de acuerdo con él, y me alejé para admirar su rostro de cerca.
— Ya no vas a poder escapar de mí —exclamé, y él se echó a reír. Realmente extrañaba esa risa.
— Imposible que haga eso —reclamó con cierto infantilismo, y yo continué mirándolo con una sonrisa que no podía controlar.
Lo llevé de la muñeca hacia el interior, mostrándole cada espacio de la casa que ahora tenía mi impronta, quería que viera los fragmentos de mi que aún no conocía porque no me había visto en el último año y porque al fin allí, era lo que era.
Y al fin, vivía en una casa libre de retratos, imágenes religiosas y constantes recuerdos de Dios. Ya no sentía la opresión, la rectitud ni la severidad de él que sabía que aún me vigilaba. Él siempre lo haría, y estaba en vías de aceptar eso.
— ¿cuando arrancan tus clases? —preguntó Ash con curiosidad, sentándose en el sillón, con las piernas cruzadas y uno de sus brazos en el respaldar.
— Mañana. Tengo que ver bien los horarios, pero en teoría nada se tendría que superponer —le expliqué, y vi su confusión—. Mi plan es hacer materias de ingeniería y letras, sé que no completaré el primer año con todas sus materias, pero lo haré a mi ritmo —sonreí sagaz, y vi su expresión mutar a algo familiar.
Ahí estaba esa mirada y media sonrisa que nunca podía identificar, aunque en ese momento, podía compararla con admiración.
— Yo sabía que tú podrías encontrar el camino —comentó satisfecho, y me encogí de hombros con aire pedante y desdeñoso.
— He recibido buenos consejos —murmuré orgulloso, y miré a través de la ventana como el atardecer comenzaba a teñir el cielo de rosado y naranja—. ¿Quieres que cenemos? Así que aprovechas y me cuentas todo lo que no me has contado —canturree, caminando hacia la cocina.
La voz de él me siguió de cerca.
— ¿Sigues con eso? No hay mucho por contar. Me he pasado todo el año estudiando —respondió, apoyándose en la pared con los brazos cruzados.
— Y de fiesta —le recordé, y él asintió—. Emborrachandote —volví a recordarle—. Llamando a Nik y a mi cuando recordabas —agregué descaradamente—. Y conociendo a alguien que nunca me contaste —me acerqué lentamente, casi amenazante, como si fuese un animal en plena caza y él fuese mi presa favorita.
Sus ojos se abrieron con sorpresa, no pasó desapercibido el rubor en sus mejillas, y se erigió altivamente, con sus cejas elevadas. Había algo atractivo en su altanería y seguridad.
— Sabía que no podía confiar demasiado en esa chica —canturreó, y yo luché contra una sonrisa mientras buscaba qué podía llegar a cocinar—. Fue algo sin importancia que duró nada, por eso no te dije —respondió, y lo miré sobre mi hombro.
— Si tu lo dices... —Declaré, intentando seguir pensando qué comer.
— ¿y tú? —preguntó, y tardé un instante en procesar la pregunta. Respire hondo, sacando ingredientes para hacer pizza, sintiéndome más inquieto de lo que creí.
— Conocí personas pero nada serio, solo quería saber lo que me gustaba —respondí enigmáticamente, y podía sentir su presencia detrás de mí con tensión. Sonriendo y con los ojos encendidos le dediqué una mirada maliciosa—. Resulta que soy más gay de lo que creí —admití por primera vez en voz alta mi sexualidad.
Era extraño salir del closet después de haber estado tantos años encerrado en uno, en la oscuridad y soledad. Si Dios iba a juzgarme por lo que era y hacía por lo menos que lo haga conmigo siendo yo y a lo grande.
El rostro de Ash quedo en blanco, ojos gélidos y boca entreabierta. Quedé detenido observando su asombro, pero más allá de eso, no veía horror, asco o molestia. Luego de lo que pareció una eternidad, parpadeó saliendo de su embrujo y sacudió su cabeza. Una pequeña mueca sonriente curvó sus labios.
— Eres la primera persona a la que se lo digo abiertamente —confesé, sintiéndome tímido por un instante.
— Me alegra que hayas descubierto lo que eres y te hace feliz, y me alegra que me lo hayas dicho primero —reconoció con torpeza.
— Gracias —no sabía bien porque su comentario hizo que me recorriera una sensación emocionante por el cuerpo. Mi corazón latía desenfrenado y me sentía completamente emocionado—. Ahora, ayúdame a preparar esto —dije firme, así podíamos dejar de lado toda la conversación emocional.
Y así fue el inicio de mi vida en la universidad.
Los primeros días no fueron sencillos; nuevas caras, nuevas costumbres, nuevos horarios. Era rara la forma en la que extrañaba mi casa en Clemencia. Quizás era la costumbre de tantos años vivir allí, en la contención familiar, en lo conocido de la vida diaria. Lo único que no extrañaba era la academia y la iglesia. Todo eso era un periodo oscuro y solitario, donde cada paso era seguido de una reprimenda religiosa. Sentía culpa por todo, rezaba por el más mínimo pecado, imploraba a Dios que me salvara. Pero al final, me di cuenta que Dios podía ser un amigo más que un hostigador, pero para dar ese paso necesitaba un tiempo alejado de él.
Así que usaba este tiempo para hacer un descanso.
Durante gran parte del día corría de una clase a otra, cuando llegaba a mi casa me tomaba un tiempo para hablar con mi madre, y el tiempo restante lo usaba para estudiar y dormir. Apenas tenía tiempo para comer, bañarme y existir, y aunque sabía que la vida universitaria era única todavía no estaba entendiendo como funcionaba.
— ¿Cómo haces para vivir porque yo aún no sé? —me quejé, reposando mi cabeza sobre mis brazos cruzados sobre la mesa. Ashton se reía del lado de la mesa llena de libros, anotadores y nuestras notebooks. Nos encontrábamos en la serenidad de su casa, para cambiar un poco el caos de la mía.
— Lo aprendes a hacer, es automático —respondió con soltura—. Y es hora que aprendas a hacerlo pronto, porque esta noche hay una fiesta —me dijo, toda mi frustración se esfumó y levanté mi rostro para mirarlo con grandes expectativas.
— Me encanta... pero tengo sueño —respondí. Ash ladeó su cabeza y miró al reloj de la computadora.
— Tienes dos horas para dormir antes de cenar e ir —sus palabras fueron como magia para mi espectativas. Miré la hora que quedaba restante y agarrando mi teléfono salí corriendo a su habitación, desplomándose en su cama como si fuese la mía.
En otro momento hubiese tardado más, incómodo por no estar en mi habitación con mi cama o almohada, o demasiado emocionado que terminaba dando vueltas, pero estaba tan agotado que el sueño me alcanzó rápidamente.
Las imágenes que me solían acosar en sueños habían desaparecido hace tiempo; ya no había lujuria, ira o soberbia. De alguna forma, con la aceptación de mi mismo y la liberación de mis antiguas preocupaciones, esas imágenes se fueron disolviendo con el correr del tiempo.
Cuando desperté, sentí la presencia de Ash sentado a mi lado. Su mano acariciaba suavemente mi pelo lejos de mi cara y se detuvo cuando me quejé por lo bajo.
— ¿Ya es hora de despertar? —pregunté negado a abrir los ojos.
— Si, la cena está lista —respondió meditabundo, continuando con sus caricias en mi pelo que solo incrementan mis deseos de estar ahí acostado. Respire hondo, cediendo a su tacto sobre mi pelo que por momentos tocaba mi rostro.
— ¿Y si dormimos? no quiero salir de acá —gemí con infantilismo, y abrí mis ojos para verlo sonreír con ternura.
— Por muy buena idea que sea, hay que cenar y querías ir a una fiesta universitaria desde que llegaste, vamos, hoy es tu día de ser todo un universitario —dijo dándome una última caricia en la mejilla antes de darme una suave cachetada que me hizo despertar.
Mis quejas y reproches no sirvieron de nada, así que terminé cenando a regañadientes por más que la cena estuviese deliciosa y ya estuviese mucho más despierto que antes. Satisfecho por la cena y la siesta, me estiré sobre la silla sin quitar mis ojos de Ash, quien bebía una cerveza con los ojos fijos en la televisión.
— ¿por qué me estás mirando? —preguntó, y contuve mi expresión.
— Nada, solo pienso que a pesar de todo, soy muy feliz en este momento —dije en medio de un suspiro, apoyando mi cara sobre mis manos. él se giró hacia mí, un tanto curioso por mi peculiar rumbo de pensamientos, pero para esta altura él ya debería saber que mi cerebro tenía un una forma rara de organización de ideas.
— Yo también soy feliz en este momento —su voz era suave, profunda y melancólica, podía notar la sinceridad y tranquilidad que emanaba. Ya no veía al chico que quería encajar, demasiado arrogante y rígido, serio y silencioso.
Sentí un torbellino de emociones removerse en mi estomago hasta alcanzar mi garganta, pero quería detener el sentimentalismo y dar paso a la alegría, por eso mismo di unos aplausos, me levanté y decidí que debía acomodar mi imagen si pensaba salir a una fiesta universitaria.
— Termina la cerveza y ve a cambiarte que antes de llegar a la fiesta tenemos que pasar por mi casa, no voy a lucir como un siete cuando puedo dar la imagen de un diez —exclamé, levantando las cosas, seguida por los comentarios por lo bajo de Ash que no oía pero seguro eran quejas por mi actitud.
Resulta que las fiestas universitarias son similares a las que iba en la secundaria pero mucho mejores. La música era mejor, no conocía a nadie y eso me encantaba, la gente bailaba sin ningún tipo de pudor y la bebida era mucho más barata que en otro lado.
— Pretendo estar todo el día al lado de la barra —le susurré al oído a Ash cuando llegamos a la fiesta, ubicada en un viejo gimnasio—. Hola, soy Cam, quiero un tequila —le dije sonriéndole con encanto, al chico de la barra para entrar en confianza. él me devolvió la sonrisa con mucho carisma y en solo un chasquido tenía el shoot en mis manos.
Para cuando Ash se pidió una bebida yo estaba con el limón en la boca y el vaso vacío. Él parecía casi espantado, pero lejos de horrorizarse lo tomó como un desafío.
— Creo que voy a necesitar algo más fuerte para sobrevivir esta noche —se dijo a sí mismo, cambiando su elección.
Había tantas personas allí que apenas cabía un alma más, y a nadie le importaba lo que el otro hacía, sumergido en su propio mundo. La música, las bebidas y mi emoción subida a la cabeza hicieron que no tardara en unirme al resto. No era bueno bailando pero me gustaba hacerlo, sentir que nada importaba y que solo la música corría por mi cuerpo. Era como si Dios o ninguna entidad a parte de mi existiese.
— Esto es muy divertido —exclamé volviendo a Ash, quien me observaba desde el lugar junto a la barra. Oscuro y solitario, había una extraña intensidad en su mirada que se apaciguó cuando me acerqué.
— Dímelo a mi, nunca te he visto tan sonriente —dijo ladeando su cabeza, y estando de acuerdo con él, decidí pedirme otra bebida porque moría de sed—. Es difícil seguirte el ritmo, ¿cuál es tu tolerancia alcohólica? —preguntó, sacándome de la mano el vaso que acababa de obtener.
Haciendo un mohín, lo miré con cara de cachorro abandonado.
— Bastante alta, Nik siempre queda dormida a mitad de camino —respondí, y vi sus dudas; mi expresión le daba lástima y estaba a punto de obtener lo que quería pero se giró para ver a las personas que se nos acercaban.
Las dos chicas y el chico se acercaron a Ash con familiaridad, saludandolo festivamente y mirándome a mí con curiosidad y enigma.
— Cameron, mi mejor amigo —me presentó él, había algo de timidez y orgullo en la forma en que lo dijo, y supe que debía hacer todo para no arruinar su imagen.
— Un gusto conocerlos —los saludé con mi mejor actitud inocente y diplomática, muy similar a la que usaba en la academia. Las miradas parecieron aumentar más luego de que me presentara, y tenía mis dudas pero preferí callarme y hacerme a un lado cuando era necesario.
— No sabía que vendrías —dijo una de las chicas, su tono de voz era similar al reproche y al recelo.
— No iba a hacerlo, pero Cam llegó a la ciudad hace poco, y le debía una salida —respondió, sin mirar a nadie en particular, mientras yo fingía mandar mensajes.
Sin querer, terminé mandando un mensaje amenazante a mi prima para que pronto venga a visitarme. Estaré allí cuando menos me esperes primo; me respondió al rato.
Y mientras Ash hablaba con sus compañeros de clases yo me dedique a obtener otra bebida y a dar unas vueltas por los alrededores. Mi mirada sagaz y mi sexto sentido me advertían a donde acercarme y donde alejarme. Por lo visto en la Universidad nadie tenía reparos para encarar a alguien y eso me agradaba. Frene el avance de dos chicas y ayude a una tercera a darle celos a su crush cuando mis sensores me avisaban que quizás algo podía pescar. Pero en mi visión se cruzó la imagen de Ash que parecía sumamente incómodo y con ganas de salir de donde estaba. Sus ojos me miraban con pánico y fui directo a auxiliarlo.
— Disculpen que se los robe pero lo necesito con urgencia —menti con mi mejor sonrisa y mayor descaro, agarrándolo de la mano para arrastrarlo hacia el exterior—. Tus amigos se ven intensos —admiti mirando la palidez en su rostro—. Y tu te ves mal —agregué buscando un baño..
— Ellos solo querían saber cómo estaba y quién eras tú, siempre han sentido curiosidad por ti. Siento como que estuve en un interrogatorio policial —dijo con palabras entrecortadas en medio del hipo, hasta que respiró hondo y detuvo su andar—. ¿Por qué el cielo da vueltas? —Preguntó y cerré los ojos. le hubiese pedido a Dios que no me dejara solo en ese momento, pero estábamos en un descanso así que decidí que era solo yo junto a Ash.
Luchando con el peso de su cuerpo, que en cada paso se venía más sobre mí, e intentando encontrar un maldito baño. Le di una patada a la puerta en cuanto lo localicé, y nos encerramos los dos ahí dentro, no me importo si la luz era mala o si el baño estaba atestado de personas. Ni siquiera sé si había personas.
— Ey, ¿estás bien? ¿quieres agua? ¿por qué bebiste tan rápido? —le pregunté, tras sentarlo sobre la tapa del inodoro, dándole pequeñas palmaditas en las mejillas para despertarlo.
Él parpadeaba sin parar, respirando grandes bocanadas de aire y pasando sus manos por su cara y pelo. Me apoyé sobre la puerta, mirándolo preocupado, hasta que cerró los ojos y se apoyó sobre la pared de atrás.
— Estoy bien —murmuró arrastrando las palabras levemente—. Estaba nervioso y preocupado, y nada... eso —se encogió de hombros. viéndome confundido y un tanto perdido, me acerqué a él, poniéndome de cuclillas y apoyando mis brazos sobre sus muslos.
— ¿por qué estabas nervioso y preocupado? —pregunté, sin dejar de ver como el color de su rostro volvía de a poco.
Me dedicó una sonrisa borracha y un ligero encogimiento de hombros. Con una de sus manos llevó su pelo hacia atrás y la otra la posó sobre mis brazos, moviendo sus dedos en pequeños círculos.
— Era tu primera fiesta aquí, estabas entusiasmado, y quería que pasaras un buen momento —respondió aún con los ojos cerrados, haciéndome sonreír con cariño—. Siento mucho que no te hayas divertido lo suficiente —agregó.
— No seas tonto, ¿quién dice que no la pasé bien? —pregunté, agarrando su mano sobre mis brazos. Le di un suave apretón y me aseguré que cuando abriera los ojos me viera con una sonrisa y no demasiado serio—. Gracias por haberme traído esta noche, realmente fue una experiencia para recordar, pero creo que hasta acá hemos llegado, ¿no? —ladeé mi cabeza, contemplándolo por un instante en silencio. Quizás la música de fondo solo de oia pero ni siquiera le prestaba atención.
Lo único que retumbaba en mi mente eran los latidos de mi corazón a medida él continuaba mirándome, sin decir nada, solo su mano con la mía dando suaves caricias que no sabía si lo tranquilizaba más a él o a mí.
— ¿Mejor? ¿Llamo un remis? —pregunté, él asintió.
La vuelta fue lenta y silenciosa, en cada paso me cercioraba que estuviese bien, y cuando llegamos a su casa, me aseguré de que no estuviera demasiado enfermo. Un vaso de agua y un par de pastillas para la resaca era mi kit preferido para luego de cada fiesta, y se lo dejé a mano.
Lo vi deshacerse de su ropa para ir a su cama y desvié mi mirada con cierta torpeza. De alguna forma me sentía tenso y los latidos de mi corazón no se calmaban.
— Si necesitas algo me llamas —murmuré caminando hacia la puerta de la habitación, pero su voz me detuvo.
— Quédate aquí —dijo dando serenos pasos hacia mi, seguro. Permanecí quieto, jugando con los puños de mi campera, dando un paneo general por toda la habitación. No había lugar para mí—. Quédate conmigo, por favor —agregó, casi implorando. Y no quería hacer preguntas ni poner excusas, tampoco me animaba a decirle que no.
— Al menos prestame una remera y un par de pantalones que no sean demasiados gigantes —dije, y lo vi sonreír, su cuerpo se relajó y fue deprisa a buscarme ropa. Tan rápido que casi tambaleó—. Más despacio —insistí, yendo hacia él para sostenerlo por la cintura.
Se tomó unos segundos para volver en sí, hasta que me entregó su ropa. Aunque creí que sería incómodo desvestirnos y ponernos la ropa para dormir, nada de eso sucedió. Había cierta serenidad cuando él apagó la luz y me metí en la cama junto a él.
Lo sentía lejos, respirando suavemente, acurrucado en las frazadas. Me mantuve alerta hasta que lo oí roncar, y supe que ya no debía preocuparme demasiado. Intentando ponerme cómodo, le di la espalda, viéndome hipnotizado por las luces de la ciudad que se filtraban en la ventana.
Transcurrieron periodos intermitentes de sueño y vigilia hasta que me di cuenta que sentía un calor que me rodeaba como un todo. Intenté moverme pero un quejido en mi oído me hizo retroceder, Ash se acurrucó tras mi espalda, sus brazos alrededor de mi cintura, piernas sobre las mías y su rostro hundido en mi cuello.
Probablemente llevábamos durmiendo así hacía tiempo y ni me había dado cuenta. Permanecí despierto sintiéndolo abrazándome, por lo que parecieron horas. Mi mente trabajaba más rápido que los latidos de mi corazón que seguían retumbando en mis oídos. Y deseaba calmarme pero no podía, mis emociones eran un caótico torbellino que no tenía pies ni cabeza.
Estoy seguro que había vestigios del amanecer cuando logré dormirme, sumergido en un descanso cálido que quizás era menos conflictivo y confuso que la realidad.
Al día siguiente cuando amanecí con resaca pero con la compañía de Ash y un buen café, me di cuenta que la felicidad y la libertad que quería, quizás estaba más cerca de lo que creí.
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