3. Tentación
Otro dia mas en lo que llamaba el purgatorio, lo que significaba otro dia mas de bravucones con plata.
Estrellando mi cuerpo contra la pared me asegure de evitar que mi cabeza colisione sobre ella. El dolor que tanto conocía se desparramó por mi cuerpo como corriente eléctrica. Cerré los ojos y tras respirar hondo decidí enfrentar la mirada de mis usuales atacantes.
¿No estaban cansados de siempre lo mismo? Aún no sabía qué era lo divertido de meterse conmigo, siendo que la plata les sobraba. Se notaba que sus vidas eran muy aburridas...
Reprimí una sonrisa, manteniendo la cabeza baja y la mirada en sus pies. A ellos les gustaba mi sumisión y los hacía menos violentos.
— ¿Cuándo será el día que te defiendas? —me preguntó Eric; él era quien siempre hacía las preguntas y me hostigaba buscando que reaccionara—. Vamos, ¿vas a llorar? ¿gritar? ¿Al menos intentar pegarnos? Dale, no seas una marica —agregó.
Y otra vez nombrando aquella palabra, que parecía molestarlo más a él que a mi. La forma en que lo decía y el asco de su mirada me generaban rechazo.
En mi mente hubo una serie de preguntas y réplicas muy inteligentes que preferí callar. Me gustaba la irreverencia con la que mi mente trabajaba, había algo atrevido, malicioso e incluso cínico que no encontraba en mis palabras y modos habituales. Mi fuero interno era una versión más provocativa y sin filtro que si bien me daba curiosidad, también me resultaba intimidante.
Quería ser esa versión de mí, pero también me asustaba lo que podía ocasionar.
En medio de una puja entre lo que quería decir, lo que debía hacer, y lo que ellos intentaban hacer conmigo, oí un grito de guerra. Nik apareció en el solitario rincón en el que nos encontrábamos, lista para luchar contra tres chicos más robustos y altos que ella. Por más fuerza y altura que Nik tuviese en comparación a otras chicas, no podía hacer mucho contra ellos.
— ¿Por qué no se meten con otra persona? Dejen a Cam tranquilo, ustedes son tres y él es uno. Pedazos de cobardes —les grito, solo haciendo que ellos se rieran de ella por intentar defender algo como yo.
Eric me miró con desprecio y burla, sus ojos encendidos como si acaso le hubiésemos dado más motivos para disfrutar lo que hacía.
— Tu novia vino a rescatarte —murmuró él, riendo como un lobo hambriento. Con un suave suspiro, intenté no poner los ojos en blanco o poner alguna expresión burlona.
— Nik, vete de aquí —le dije, viéndola avanzar hacia los otros dos chicos con empujones. Ellos le hacían barrera entre risas, y Nik cada vez se tornaba más colorada por el enojo y la impotencia.
— No te voy a dejar solo —exclamó enfurecida, me resultó tierno y estupido que continuara estado de mi lado. Cerré mis puños al ver como los dos tontos intentaban meterse con una chica menor en edad y tamaño.
Noté como ella comenzó una nueva estampida hacia mi cuando uno de ellos levantó la mano.
— No la toques —por un momento creí que esas palabras habían salido de mí, pero tarde en procesar que era otra persona quien las había dicho. La aparición de Ashton era todo menos buena.
No sabía qué hacía ahí, ni por qué siempre se metía en mis asuntos.
— Ella iba a pegarme —se defendió uno de los chicos, como si eso fuese motivo suficiente para poner un dedo sobre ella. Nik retrocedió, mirando a Ash en busca de ayuda, y yo evité mirarlo. Quizás por enojo, quizás por vergüenza.
— Chicos, ¿por qué mejor no se van? ¿no se cansan de siempre lo mismo? —inquirió, sonando cansado, como si fuese él quien ponía el cuerpo en cada uno de estos encuentros.
—¿por qué? ¿estás preocupado por el pequeño Cam? —los ojos de Eric cobraban vida con cada minuto que pasaba, era irónico que en una escuela religiosa este tipo estuviera alimentándose de tanta maldad.
El anticristo quizás era un bebé de pecho a comparación de él.
— Es mi primo, dejalo tranquilo —respondió.
Como si eso fuese la solución a todo. Era extraño que me identificara como primo cuando no éramos una verdadera familia, o cuando ignoraba mi existencia la mayoría del tiempo y prefería hacer como si no existiera.
Una especie de iluminación se expandió por el rostro de Eric, que levantó mi cara con sus manos. No me dejó otra alternativa que ver directamente aquellos ojos ponzoñosos. Tragué saliva para hundir el pánico que comenzaba a subir por mi garganta.
La figura de Ash era respetaba en la academia; nadie se metía con él y él no se metía con nadie. Su familia era de una clase más acomodada que la mía, pero no llegaba a ser del mismo tiempo que la de mis acosadores. él podía vivir allí sin ser molestado, e incluso siendo respetado y admirado.
Yo quería lo que él tenía, y lo detestaba por eso.
La noción de reconocer todo ese odio, celos y rechazo que había en mi, fue como si me tiraran un baldazo de agua fría. Quedé detenido en seco, sin oír lo que Eric me decía, solo pensando en toda la oscuridad que había en mi interior, sabiendo que estaba pecando y que Dios estaría completamente decepcionado de mi.
Yo había sido creado a imagen y semejanza de él, pero le estaba fallando.
— Ey, ¿me escuchas? —La voz de Eric me trajo de nuevo a la realidad, en la que todo daba vueltas. Estaba pecando y me encontraba más cerca del infierno, pero no podía evitarlo.
— Vete a la mierda —susurré, deshaciéndome de sus manos y empujandolo. No me importaba que la reprimenda fuese peor, no me importaba que los tres atacantes me miraran como un loco, tampoco que Nik se veía asustada o Ashton confuso.
Necesitaba escapar, sentirme limpio, saber que estaba haciendo las cosas bien.
Comencé a caminar en sentido contrario a la academia, directo a la iglesia. Enfurecido y decepcionado de mi mismo, pase de largo a una Nik y Ash que intentaban acercarse a mi.
— Ni lo intenten —dije, aunque sonó como un ladrido, y escapé tan rápido como pude.
Durante las horas siguientes, estuve escondido en la iglesia rezando por mis pecados y pidiendo que me guiara por un buen camino. Pedí por mi familia y agradecí por lo que tenía. Quise explicarle a Dios que no intentaba ser malo, pero que a veces sentía que el mundo me forzaba a sentir todo eso. Quería liberación y perdón, quería tranquilidad e inocencia, quería sentir que hacía lo correcto más allá de todo.
Las lágrimas y las oraciones limpiaron mi alma, sanando mis dudas. Sentí que a pesar de todo, me daba una enseñanza, porque eso era lo que Dios quería para sus hijos, enseñarles a ser mejores.
Lo tomé como eso, y de esa forma me fui de allí. Y cuando iba camino a mi casa y mis tres agresores comenzaron a golpearme, no me quejé y tampoco intenté huir. Recibí cada golpe como un castigo físico por lo que hice y sentí, como algo que merecía a pesar de no haber hecho nada. Calle mis palabras, mis emociones y mis acciones, permanecí tirado hasta que el dolor se apaciguó y me di cuenta que no habría personas que me mirarian de forma rara.
Llegué a mi casa y las excusas llegaron rápidamente, como tantas veces. Una caída, un golpe con la pelota en medio de un partido de fútbol, etc. Y todos lo creían porque era bueno mintiendo, o bien, era más fácil creer esas mentiras que afrontar la verdad.
Luego de aquel episodio, evité encuentros tanto con Nik como con Ashton, porque verlos me avergonzaba y me enojaba. No quería sentirme mal, tampoco quería que Eric y sus amigos los tuviesen de foco.
— Cameron —la voz de Ash me hizo querer correr, durante una de las mañana en la academia, y aunque apresuré mi paso, él fue lo suficientemente rápido como para detenerme.
Con una mano en mi brazo me llevó a un rincón solitario, con sus ojos glaciales sobre las marcas de mi rostro. El hematoma en mi ojo se veía mucho mejor de lo que supo ser, los raspones en mi mejilla casi ni se veían, y el labio partido ya estaba cicatrizando.
Noté la tensión en su cuerpo y en su rostro, y aunque quería mirar a otro lado, su mano en mi mandíbula me obligaba a encararlo.
— ¿Puedes dejar de hacer lo que sea que haces? —me quejé, estirando mi cuello para deshacerme de su mano.
— Déjame ayudarte —me dijo, y reí con burla. ¿cómo iba a ayudarme? ¿Echando a los tres violentos? ¿creando una poción mágica de invisibilidad?
— No necesito tu ayuda ni la de nadie, déjame solo —respondí, queriendo irme, pero tenía más fuerza de la que creí.
— ¿Por qué no le dices a tus padres? Tu abuelo no permitirá... —comenzó a hablar pero lo callé, con mi mano sobre su boca.
— Deja de decir tonterías. Ellos prefieren que me sigan golpeando antes de que hable de lo que sucede acá. Hace años que me hacen esto, ahora solo se ve más, ¿crees que me han dicho algo? Creen cada mentira que les digo. La academia y Dios les importa más que su hijo —le expliqué, sonando más venenoso de lo que quise.
Saqué mi mano de su boca y lo vi intentar replicar, pero en ese momento divisé a la chica con la que él salía, y que yo ni me había gastado el tiempo en aprender el nombre.
— Dejame ir, tu novia te espera —insistí, reclamando mi brazo—. Y deja de querer salvarme —sentencié, alejándome sin mirar atrás.
****
Uno de mis refugios preferidos era la casa de mi tio Jack.
Allí era lo suficientemente libre para hacer lo que quería, rodeado de primos que iban a visitarlo. Podía estar solo y en compañía cuando quisiera. Nadie me molestaba, ni me exigia nada, solo me daban comida y todo lo que podía llegar a entretenerme.
Durante la mayor parte del día, jugaba a los videojuegos, en otros creábamos casa con maderas y hojas, también había momentos que fingimos ser superhéroes o terminamos jugando al fútbol por el mal estado físico que tuviésemos.
El día que descubrí otro camino hacia la oscuridad fue a pocos días de mi cumpleaños. Era feliz en casa del tío, con la habitación completamente a disposición mía, lo que significaba que podía dormir en la cama que quería, usar los videojuegos el tiempo que deseaba y la computadora completamente para mi.
El tío Jack estaba reunido con uno de sus amigos en el patio, comiendo y tomando cervezas con la música alta. Mientras que yo, navegaba por internet, buscando juegos y diversión. Pero resulta que para buscar cosas siempre fui habilidoso y el historial de navegación estaba sin borrar, por lo que buscar un juego llevo a otro, y terminé en una pagina donde las personas tenían sexo.
Me horrorizó y me dio curiosidad al mismo tiempo. ¿Cómo funcionaba? ¿Por qué se grababan haciendo esto? ¿Y por qué lo miraban? Las prácticas, las voces y gritos, y las personas me resultaron chocantes. Ni bien abrí un video, cerré todo con rapidez, sintiéndome enrojecer completamente y corrí hasta la cama para taparme.
Otra vez la sensación de estar sucio, siendo observado y juzgado. Pero no podía borrar las imágenes de mi cabeza, ni calmar las palpitaciones de mi corazón acelerado. Lo que había visto estaba grabado a fuego, y aunque continuaba pareciendome un horror, no podía dejar de pensar en ello.
La primera vez que vi porno fue un trauma. La segunda vez fue curiosidad. La tercera se sintió como una negociación. Y luego de eso perdí la cuenta.
¿Estaba bien? ¿Estaba mal?
Porque se sentía bien si era incorrecto. Si las personas hacían eso por placer, ¿porque se las castigaba? ¿no era así como nacíamos? ¿estaba más cerca del infierno cada vez que veía ese tipo de videos?
Cada video que terminaba, significaba una oración que dedicaba a mi penitencia. Y cada vez que me sentía más perdido por emociones que no comprendía, eran dos oraciones que dedicaba; una a mi salvación y otra a mi inocencia.
Y más allá de saber que el placer llevaba al pecado por la tentación de la carne, yo seguía caminando por aquel sendero tan curioso. Rezando y mirando. Mirando y rezando.
No sabía qué sucedería conmigo, pero a los 14 años, aprendí que a veces el camino del bien podría estar tentado con el mal.
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