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𝒞apítulo uno.

𓆸

A medida que crecemos, aprendemos a desprendernos de ciertas cosas, como los juguetes que en su momento significaron tanto para nosotros. Estos objetos, que alguna vez fueron fuentes de diversión y consuelo, pasan a ocupar un rincón lejano en nuestra memoria, como recuerdos borrosos que flotan por nuestra mente. El acto de "aprender" a soltar toma un significado distinto cuando se aplica a las personas. Dejar objetos en el pasado es sencillo, pero las personas no se olvidan con la misma facilidad. No desaparecen de un día para otro, y su huella en nuestras vidas es mucho más profunda. Es cierto que, en casos excepcionales, como aquellos que padecen ciertos trastornos o condiciones, puede resultar más fácil desprenderse de una persona, pero para la mayoría, el proceso es mucho más complejo y doloroso. 

Los seres humanos, con todos los sentimientos que albergan en su interior, pueden llegar a ser tan intensos que, en ocasiones, sus emociones son tan puras y crudas que pueden herir. Esto genera una necesidad de llorar, sonreír, gritar de dolor o felicidad, permanecer en silencio o sollozar. Estos impulsos son manifestaciones externas de todo lo que llevamos dentro, lo que trasciende nuestros órganos y huesos, y revela el alma que intenta lidiar con lo que el corazón no puede soportar.

El verdadero desafío surge cuando te enfrentas a la imposibilidad de olvidar a alguien Una lágrima resbala por tu mejilla cuando todo en tu mente encaja; te esforzaste tanto en desprenderte de esa alma, en desterrarla de tu vida y de tus pensamientos, que, al final, para tu fortuna o desgracia, solo conseguiste darle más razones para permanecer en el mismo lugar.

Sadie  era una de esas personas imposibles de dejar atrás. No porque no pudiera, sino porque, en el fondo, no quería hacerlo. A pesar de que su mente le suplicaba constantemente que siguiera adelante, que dejara el pasado detrás, la realidad de la muerte de Adelaide era demasiado abrumadora para superarla tan fácilmente. 

Adelaide no solo había sido alguien a quien Sadie amaba profundamente; había sido la persona más importante en su vida, y su ausencia dejó un vacío imposible de llenar. No encontraba la fuerza ni la motivación para levantarse de su cama, esa prisión confortable que, aunque la mantenía atrapada, también la protegía del dolor del mundo exterior. ¿Cómo podía simplemente seguir adelante, cuando la persona que más amaba se había ido de manera tan abrupta, sin darle siquiera la oportunidad de despedirse? ¿Cómo podría convencerse de que todo estaría bien, cuando la única persona que le daba sentido a su vida ya no estaba? Sabía la respuesta en lo más profundo de su ser: no podía, y probablemente, nunca podría.

Y ahí estaba, en el mismo lugar de siempre: su cama desordenada. Bajo las cálidas mantas que mantenían su cuerpo a una temperatura estable en esa fría estación otoñal, se abrazaba a su almohada celeste, decorada con dibujos de gusanos de rostros adorables. Sus rodillas, casi pegadas a su pecho, y sus manos, temblorosas, delataban su estado. Para su desgracia, y la tristeza de quienes la rodeaban, llevaba más de un mes en esa situación. Demasiado tiempo. Replegada en la soledad de su habitación, esas cuatro paredes parecían ser lo único que la protegía del dolor exterior, de cualquier amenaza que pudiera herirla aún más.

Su casa, en su percepción, había adquirido un tono tan celeste como el cielo. Un color que, para ella, representaba una de las emociones más temidas y rechazadas por el ser humano: la tristeza. Sus padres y hermanos habían sido profundamente afectados por su cambio repentino de humor. 

Ante todo esto, nunca le reprochaban nada directamente; preferían guardarse sus preocupaciones, evitando agravar los conflictos familiares. Pero no eran los únicos que sufrían por la pérdida. La persona que ella amaba había llegado a ser, en muy poco tiempo, parte de la familia. Y, en un abrir y cerrar de ojos, esa misma persona desapareció, dejando un vacío imposible de llenar.

Se removió entre las sábanas con lentitud, mientras las lágrimas frías que habían secado sobre sus mejillas hacían que su piel se erizara al mínimo roce con la almohada. Los finos rayos de sol que se colaban a través de las persianas impactaban directamente sobre su rostro. Sus ojos, de un azul tan especial, parecían aún más claros bajo la luz solar. 

Cerró los párpados por unos segundos, soltando un gruñido leve.

Un día más respirando.

Sus manos se aferraron a las sábanas, mientras levantaba la cabeza con esfuerzo, apartándose de la almohada que le ofrecía una comodidad casi sofocante. Dirigió su mirada hacia la puerta de su habitación, decorada con pegatinas de animales animados, y no tardó en verla abrirse lentamente. Allí apareció la pequeña Jacey, de apenas nueve años, con una bandeja en las manos. Sobre ella descansaba un desayuno modesto: tres pequeños trozos de pan con crema y un té de hierbas. A pesar de lo sencillo, el gesto le pareció enternecedor.

— Hola —fue lo único que pronunció en un susurro apenas la pequeña se adentró en la habitación. En ese breve instante, Sadie sintió la distancia abismal que se había creado entre ellas. Había perdido la conexión con Jacey, y ahora dudaba de que algo tan bueno como eso pudiera recuperarse. Desde la pérdida, Sadie había adoptado comportamientos irritantes, incluso agresivos, lo que había dejado una huella profunda en la niña. 

Ante sus maltratos, Jacey había optado por mantenerse a distancia, buscando evitar más heridas.

— Toma —dijo la menor con voz baja, apartando algunas mantas con torpeza antes de dejar la bandeja sobre la cama. Observó con detenimiento cómo los labios de Sadie se curvaron apenas en una leve sonrisa, lo que interpretó como una pequeña señal de alivio—. Espero que te guste.

La niña se retiró de la habitación, dejándola nuevamente en ese silencio que, aunque opresivo, también resultaba conmovedor. Sadie, ahora sola, observaba la comida frente a ella. Sabía que su mente estaba jugando en su contra, tratando de provocarle náuseas para que continuara dejándose consumir por el hambre. Era consciente de que no podía seguir permitiéndose ese tipo de autodestrucción, pero el control se le escapaba de las manos. Se sentía agotada de intentarlo, de luchar contra sí misma sin éxito.

Había descuidado su higiene en el mismo tiempo que comenzó a perderse a sí misma. 

Lo que antes eran simples rutinas, como caminar hasta la cocina en busca de un vaso de agua, ahora se habían convertido en tareas titánicas. Arrastrarse hasta el baño era uno de los mayores retos, a pesar de lo sencillo que pudiera parecer. Cada día, desde aquel fatídico incidente, se prometía seguir adelante, sin importar qué obstáculos se presentaran en su camino. Sin embargo, fallaba constantemente ante su propia palabra, incapaz de sostener el peso de sus promesas.

Rodeada por la oscuridad de sus cuatro paredes, sus manos buscaron su teléfono, que había dejado en el mismo lugar durante días, apagado y sin notificaciones activas. Había decidido aislarse del mundo, como si con eso pudiera borrar lo ocurrido, pretendiendo que nada había cambiado. Para los demás, simplemente desapareció de la faz de las redes, sin previo aviso.

Al encender el dispositivo, se encontró con una avalancha de llamadas perdidas, todas enviadas al buzón de voz hacia semanas. No le prestó demasiada atención a las notificaciones que llenaban la pantalla y que parecían estar a punto de estallar. En lugar de eso, fue directamente a su galería. En cuestión de segundos, la nostalgia comenzó a envolverla, como un manto pesado. Su mirada se clavó en una imagen, y ahí estaba, esa sonrisa deslumbrante que jamás podría olvidar. Esa sonrisa que, con solo un vistazo, hacía que su corazón se rompiera y sanara al mismo tiempo.

Cada rincón de su ser se estremeció al ver esa foto. Los recuerdos la golpearon con fuerza, llevándola a un tiempo en el que la vida no parecía tan pesada, cuando aún tenía algo o alguien por lo cual levantarse cada mañana. Pero ahora, con esa imagen frente a ella, no podía evitar sentir el dolor profundo de la ausencia, de lo que nunca podrá ser recuperado. Aún así, sabía que debía seguir, aunque fuera un paso pequeño, aunque su cuerpo y mente se resistieran.

Las últimas fotografías que quedaban de ella eran, en su mayoría, espontáneas. Adelaide era la persona más fotogénica que existía; en cada imagen, su belleza se reflejaba con una claridad innegable. Una fina capa de lágrimas nubló la vista de su amada, y con un parpadeo, las gotas cayeron sobre las frías sábanas. Permaneció contemplándola durante más de cinco minutos, ignorando por completo el platillo que tenía frente a ella. Podía permitirse esperar para dar un bocado, pero no podía dejar de admirar a Adelaide, sabiendo que cada instante era irrepetible.

Sintió un impulso renovado de no rendirse. Sabía que Adelaide siempre había querido que siguiera adelante, que explotara su talento en los mejores escenarios del mundo. Adelaide nunca faltaba en un show; siempre había flores a su nombre o una fan incondicional en los primeros asientos, gritando su nombre entre elogios. Su recuerdo seguía siendo su fuerza.

⁽— No tienes la obligación de detener tu vida por nadie ni por nada. Eso nunca debería suceder.⁾

Esas palabras resonaron en su mente.

Respiró hondo mientras una de sus manos tomaba un trozo de pan, aunque su cuerpo pareciera resistirse a comer. Ignorando las voces persistentes en el fondo de su mente, le dio un mordisco firme al pan. Hacía mucho tiempo que no probaba algo tan sencillo, pero cargado de cariño. La mezcla de sabores en su boca le trajo una sensación de paz, como si, por un momento, todo estuviera bien. Continuó comiendo lentamente, como si ese fuera el último plato que degustaría hasta la noche.

Una notificación apareció en su teléfono. Se inclinó para leerla.

𝗠𝗶𝗰𝗵 | Tienes visitas.

Inmediatamente después, tres suaves golpes resonaron en la puerta de su habitación.






𓇼

𓇬︎︎ Volví después de tanto.

Espero que este capítulo, a pesar de ser solamente el inicio, les haya gustado y sería algo muy bonito que en los comentarios dejaran sus opiniones de los que les pareció, también pueden mencionar qué obra les gustaría que vuelva a ser publica en mi perfil. 

Es una obra reescrita, cabe recalcar eso, muchas de las que he publicado las he tenido que reescribir por los errores de cohesión y más, disculpen si todavía hay algunos de esos errores. Esto irá de a poco debido a que está teniendo muchos cambios y dudo que muchos que me siguen actualmente conozcan la historia "Willow's Tapes"; si es que alguien la conoce, realmente son old en mi cuenta y qué paciencia deben de tener para mis actualizaciones.

𓇬︎︎ Aclaraciones.

Quizás esta obra sea considerada poco apta para personas sensibles gracias a que toca temas delicados, uno de ellos se basa en la autolesiones, y demás escenarios explícitos. Pueden salteárselo si no encuentran comodidad, no busco hacer que se sientan incómodo/as por nada de lo que he escrito.

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