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08 || storm

Kim Yewon

El penúltimo sábado de noviembre, anunciaron la primera tormenta de invierno y avisaron de que, desde las siete de la tarde, evitásemos desplazarnos, ya fuera a pie o en vehículos. Yo había salido a comprar después de comer y, antes de que pudiera regresar a casa, comenzó a llover. El cielo estaba encapotado, negro como el tizón, pero pude llegar a mi apartamento sobre las cinco, resguardándome del inicio de una tormenta eléctrica como hacía tiempo no se veía una.

El resto de la tarde me entretuve recogiendo y ordenando la casa. Hacia las siete y media, di por finalizada la limpieza semanal y me preparé para tomar una ducha de agua caliente. Luego me prepararía algo de cenar, vería alguna serie y acabaría en la cama, resguardada del frío que debía hacer fuera.

A las ocho, salí del cuarto de baño.

No estaba muy segura de dónde había dejado mi móvil, pero no lo busqué mucho y opté por secarme el pelo antes de pillar un buen constipado.

Solo empleé unos segundos en coger el aparato del armario y llevarlo a mi cuarto. Cuando tocaron al timbre, pensé que había hecho bien en ponerme ropa cómoda y no el pijama. No esperaba visita, y menos aún en una noche como esa, pero podía tratarse de mi hermano, por lo que recorrí mi piso y eché un vistazo por la mirilla de la puerta.

El pasillo estaba iluminado. La persona que llamaba había encendido las luces. No era mi vecina. Ella estaba demasiado ocupada con su hija recién nacida. Ser madre soltera con poco más de veintidós años era complicado y, en ocasiones, me dejaba a la niña un rato. No me molestaba porque no había conocido a criatura más tierna y educada que ella y porque así la ayudaba a hacer recados o a limpiar sin tener que estar pendiente de su hija.

Era una persona más alta, vestida de negro y con una capucha cubriendo su rostro. Daba la espalda a la puerta, así que no pude identificarlo. No sabía si preguntar me aclararía el nombre de mi inesperado visitante. Mientras titubeaba al respecto, recordé el robo que se produjo la semana anterior y me temí lo peor.

Todas esas suposiciones se destruyeron tan rápido como el tipo se dio la vuelta y, todavía cabizbajo, logré vislumbrar su boca y su nariz. Así fue cómo le di un nombre y todas mis sospechas se desintegraron.

No había ningún piercing en su labio inferior, pero aquella particularidad no era fundamental. Habría reconocido sus facciones de una forma u otra.

Quité el seguro de la puerta y la abrí lentamente. Jungkook alzó la mirada, buscando mis ojos con una ansiedad alarmante.

—¿Jungkook? —Lo llamé, vacilante.

—Hola —Intentó sonreír sin mucho éxito. Parecía angustiado, preocupado—. Siento presentarme a estas horas y así ... —Levantó los brazos y yo observé su ropa mojada. La peor parte se la llevaba su cabello negro, que goteaba y mojaba su rostro insistentemente—. ¿Puedo pasar? —Pidió mi permiso.

Había pasado una semana, con sus mañanas y sus noches, desde que nos vimos en aquel bar, cenamos juntos y luego él me acompañó a casa.

—Claro —Terminé de empujar la puerta, haciendo hueco para que pasara dentro. Hizo una corta reverencia, dándome las gracias, y aguardó en la misma entrada de mi piso hasta que hube cerrado bien. Traía una bolsa de plástico consigo—. Estás empapado —Describí su aspecto.

Vi entonces que la capucha no era negra, sino grisácea, pero la lluvia la había oscurecido tanto que era difícil distinguir un color del otro.

—No es para tanto —dijo, apartándose la capucha de la cabeza.

Tenía todo el pelo húmedo y varias gotas de agua se deslizaban por su nuca.

—Ahora está lloviendo mucho más que esta tarde. ¿Has venido en moto? —le pregunté.

—Sí.

—Es peligroso —Determiné. La sola posibilidad de que hubiera tenido un accidente por conducir en medio de aquel temporal me heló la sangre—. El asfalto no debe tener apenas agarre y ...

—He vuelto a fumar —Me interrumpió con los ojos puestos en el suelo. Corté mi respiración, comprendiendo la razón que le hacía ver tan abatido—. Llevaba ... Llevaba cuatro días sin probar un cigarro y ... Me siento como una mierda —Suspiró, tembloroso y avergonzado. En absoluto silencio, cerré mi mano en un puño y me mentalicé de que abrazarlo no solucionaría nada—. No he sido capaz de controlarlo. Me empezaron a dar como ... ¿Taquicardias? —Agitó la cabeza, confundido por unos recuerdos demasiado recientes—. No sé qué demonios era eso, pero me costaba respirar y no podía ...

—Jungkook —Mi mano ya estaba en su antebrazo, pero logré limitar los deseos del resto de mi cuerpo, que me lanzaban hacia él con una impaciencia insidiosa—. Dejarlo no es fácil.

—Ya —musitó. Sentirlo alicaído era más doloroso de lo que habría imaginado nunca. Siempre que habíamos hablado su actitud era extremadamente luminosa. Tenerlo frente a mí con tal peso sobre los hombros me resultó demoledor—. El caso es que, después de salir del gimnasio, decidí pegarme un atracón a pollo frito y cerveza para ahogar mis penas —Señaló la bolsa y se atrevió a mirarme. Sus ojos eran cristalinos y me susurraron cuánto le estaba costando frenar sus sentimientos—, pero empezó a diluviar y tu casa estaba cerca —Justificó su repentina visita. Le sonreí, comprensiva—. Me di cuenta de que había comprado demasiado pollo para una sola persona y ... Acabé aquí.

No quería cenar solo. Lo más seguro era que le diera miedo que su cuerpo le exigiera más nicotina. Si estaba con alguien, podría distraerse y abandonar cualquier pensamiento intrusivo que le animara a sacar un cigarro de la cajetilla.

Estaba pidiéndome ayuda y le ofrecería toda la que quisiera. Incluso más.

Le quité la bolsa de la mano y cogí el par de zapatillas de andar por casa que mi hermano utilizaba cuando venía. Las puse delante de Jungkook y me adentré en el modesto apartamento que alquilé dos años atrás.

—Precisamente estaba pensando en cuánto me apetecía pollo frito para cenar —comenté, pues no era ninguna mentira que mi estómago se abría de par en par con solo olerlo—. Y justo de esta marca.

Fui a la cocina y él imitó mis pasos.

—Te llamé, pero ...

—Estaba en la ducha —Indiqué, depositando la bolsa en mi mesa.

—Ya veo —murmuró, creyendo firmemente en mis palabras ya que mi pelo estaba igual de mojado que el suyo.

Saqué el primer cubilete y, como si no fuera nada importante, lo animé a ponerse más cómodo y a entrar en calor.

—¿Por qué no te duchas tú también?

Jungkook no supo qué responder. Esos segundos de vacilación fueron increíblemente duros de soportar.

—¿Puedo? —Titubeó.

—No quiero que me ensucies la casa —Alegué, a pesar de que mi prioridad era que se quitara esa ropa y no enfermase.

Avanzó un poco y puso encima de la mesa su teléfono móvil. A su lado colocó las llaves de su moto y otro manojo de llaves que debían ser de su casa.

—Sí, será lo mejor —Aceptó—. ¿Dónde dejo la ropa ...?

Me volví hacia el pasillo y apunté a la canasta de mimbre que había al final del corredor.

—En ese cesto de allí.

—Vale. ¿Y el baño? —interrogó, obviamente desubicado.

—Segunda puerta a la izquierda —Lo guié en su travesía por mi piso—. Ah, y las toallas limpias están en el armario que hay bajo el lavabo.

Me di cuenta de que no se había movido pasados unos segundos. Extrañada, puse toda mi atención en él. Jungkook tenía la autoestima por los suelos porque, en lugar de mantenerme la mirada y probar a mostrar todavía más su interés en mí, fingió ojear la estancia. Habría roto la incomodidad con una nota aleatoria, pero no fue necesario.

—Gracias —dijo, sin adornos—. No tardaré.

Dicho lo cual, marchó en dirección al pasillo.

—Tómate tu tiempo —Exhorté, moviendo el siguiente cubilete—. Calentaré el pollo mientras.

Repartí toda la comida por la mesa y así confirmé que Jungkook había comprado tanto que no habría podido comerlo todo de ninguna manera si hubiera cenado solo.  Iba a ponerlo en el microondas, pero empezaba a tener algo de frío. Por lo tanto, me sequé el cabello pronto y, al salir de mi cuarto, escuché el agua correr en el baño. Jungkook no estaría dentro durante mucho tiempo. Así, abrí los cajones de mi cómoda y rescaté del fondo una camiseta de manga corta y unos pantalones de chándal que Seojun dejó en caso de pasar la noche en mi apartamento. Siempre traía algo de ropa limpia para cualquier emergencia y sabía que no le importaría que se la prestara a Jungkook.

Justo cuando el agua dejó de correr, di un par de golpes en la puerta.

—Jungkook —hablé.

—¿Sí? —Alzó la voz.

—Te dejo ropa limpia aquí. Es de mi hermano —le expliqué y me agaché para poner las prendas en el suelo.

—Vale. ¡Gracias!

Saldría en poco tiempo, por lo que me apresuré a calentar la cena. Al pulsar el botón de los tres minutos y cerrar el microondas, me quedé embobada observando la tenue luz del aparato.

En pleno trance, muchas cosas hicieron acto de presencia en mi mente. Llegué a pensar que fue a comprar aquel pollo frito porque era mi comida favorita, con la intención de venir a mi casa y cenar conmigo, pero elucubrar alrededor de eso solo me produjo un fuerte sonrojo. Mi calefacción era una broma en comparación al sofoco que sentí tras concluir que Jungkook, en su momento más bajo, había buscado algo de paz junto a mí. Aunque aquello no era más que una posibilidad que me perseguiría en sueños.

El pitido del microondas coincidió con la salida de Jungkook del aseo. Rápidamente, me encargué de sacar el cubo de pollo sin quemarme. Mientras lo ponía en una fuente más amplia, oí sus pisadas a mi espalda.

—¿Cómo puede oler tan bien? Joder ... —maldijo.

Ese olor era una de mis mayores debilidades. No exageraba; recién calentado desprendía un aroma mortal para estómagos vacíos como los nuestros.

Llevé la fuente al centro de la mesa y metí el otro cubilete en el microondas. En el instante en que el contador se puso en tres minutos y comenzó a descender, saqué de la bolsa las patas de cerveza que Jungkook había traído para acompañar la comida.

—Es la única comida con la que suelo tomar cerveza —declaré, sorprendida de que hubiera traído cervezas a sabiendas de que no era una fanática del alcohol. Sentí que se ponía a mi izquierda—. ¿Quieres ...?

Pero me giré hacia él y mi pregunta quedó en suspensión, pues la tinta negra que recorría y ascendía por todo su brazo me atrapó por completo. Antes de poder medir mis gestos, ya tenía mis dedos en su brazo mientras mis pupilas perseguían el infinito recorrido de tatuajes encadenados que rodeaban de arriba a abajo su extremidad superior derecha.

—Es increíble —mascullé, asombrada. En mi exhaustivo examen, distinguí alguna que otra forma, pero había tantos detalles que adivinar lo que significaban habría sido imposible en mi posición—. ¿Cuántas horas fueron? —Seguí con un par de dedos el trazo de unas cuantas letras. No me detuve a leer nada y cogí la manga de la camiseta con el fin de subirla todo lo posible y ver hasta dónde llegaba aquella obra de arte—. No sabía que te subía por todo el brazo ...

Jungkook carraspeó. Si hubiera estado más lúcida, habría descubierto que se sentía abrumado. Ni siquiera fui consciente de que lo andaba tocando sin control. Sin embargo, él sí lo tenía muy presente.

—Ni siquiera recuerdo cuántas sesiones fueron ... —Expresó, acorralado.

—Tu tatuador hizo un trabajo magnífico —Manifesté mi opinión tras corroborar que la tinta acababa en su hombro.

—Sí —Entré en razón cuando noté que su bíceps se contrajo, intimidado por mi expedición a lo largo y ancho de su piel. Asustada de lo que había hecho, aparté mis manos de Jungkook. Por desgracia para mis intensos nervios, cruzarme con sus ojos y con el rubor en sus mejillas fue ineludible—. No sabía que te gustasen tanto los tatuajes. En Corea no es lo común —Añadió él.

La sensación de sus duros músculos, de su piel tersa y caliente, me alteró como si hubiera vuelto a mi adolescencia, a esos tiempos en los que tocar a un hombre era una novedad y un gran motivo para que mis hormonas gritaran.

Ruborizada y arrepentida, regresé a la mesa y a las cervezas. La lata estaba helada, pero la palma de mi mano se encontraba en carne viva.

—Me gustan en los demás —Expuse mis inusuales gustos y abrí una de las latas por la inercia de mis ágiles dedos, que no olvidaba la suavidad de su piel—. Siento que en mí no quedarían ni la mitad de bien. Soy un bicho raro —Concluí, riendo entre dientes.

—Estarías como un tren —Me bombardeó.

¿Qué?

¿Cómo demonios podía decir eso cuando era él quien parecía hecho para lucir un tatuaje tan impresionante como aquel?

Apreté la mandíbula.

¿Está diciendo que me vería atractiva con tatuajes?

—¿Quieres salsa picante? —Logré preguntarle sin desfallecer en el intento.

—Sí, por favor —Él ya se había dado cuenta de que aquel comentario me había despojado de las corazas que protegían mi integridad—. ¿Puedo usar tu secador?

Escapar de la situación era inteligente por su parte y un respiro inmenso para mí.

—Claro. Está ... —Quise señalárselo y, entonces, recapitulé hasta mi cuarto, donde el dichoso aparato descansaba después de haberlo utilizado—. Está en mi cama —Jungkook y yo nos taladramos los iris con una agresividad inaudita. De no haber estado sujeta a la mesa, me habría desplomado como una pieza de dominó—. Es la habitación que hay enfrente del baño.

Su nuez subió y bajó, avisándome de que estaba a punto de perder el juicio.

—Ahora vuelvo —Y se marchó del lugar del crimen.

Mis piernas también quedaron sin fuerzas. Tanto fue así que me vi forzada a tomar asiento en la silla más cercana. Respirar se convirtió en una tarea peliaguda. La vergüenza me aturdía, pero encontré algo de consuelo al empujar ambas manos contra mi damnificado rostro.

Oí cómo salía de mi habitación y entraba en el baño otra vez. Permanecer tan poco tiempo en mi cuarto le honraba, pero debería haber sido más previsora ... Si hubiera dejado el secador en el salón, no le habría mandado a mi espacio más personal e íntimo así como así.

No te bastaba con tocarle como una lunática degenerada, sino que además tenías que mandarlo directamente a tu habitación y hacerle pasar por una experiencia terriblemente vergonzosa, ¿no, Yewon?

El terror a que la noche se truncara por mi culpa quedó en nada. Para mi descanso, Jungkook regresó con el cabello totalmente seco, de un mejor humor y dispuesto a comer hasta atiborrarse. El ambiente apaciguó mis miedos y todo marchó como siempre. Después de cenar y de recoger, comprobamos que la tormenta había empeorado, por lo que le invité a quedarse un rato, al menos hasta que amainara. Él no se opuso. Sentado en el sofá, me llamó y me preguntó si quería saber el significado de sus múltiples tatuajes. Así acabé sentándome a su lado y escuchando las explicaciones mientras Jungkook señalaba uno a uno sus tatuajes. El tiempo que se tomó para ponerme al tanto de aquellos trazos de tinta no hubo incomodidad ni tensión alguna. Éramos dos amigos que conversaban, aunque él habló más que yo, como era lógico.

Yo seguía mirando como una estúpida su brazo tatuaje. No era ninguna broma que me encantaban los tatuajes y Jungkook lo tomó como tal. Incluso me relató unas pocas anécdotas al respecto, además de algunos datos sobre el dolor y el proceso de duración.

Andaba rememorando uno de esos momentos con una plácida sonrisa y, sin previo aviso, las luces de mi apartamento se apagaron. No quedó ni una viva y eso me indujo a pensar que era un corte generalizado.

—Mierda ... —blasfemé y agarré mi móvil del sofá a ciegas.

—Debe de ser por la tormenta ... —Opinó Jungkook—. ¿Tienes velas?

Pulsé la linterna desde mi pantalla de bloqueo. Pude iluminar la alfombra y levantarme con precaución.

—Sí. En algún cajón de la cocina debería haber ...

A pesar de mis esfuerzos por no tropezar con nada, al intentar rodear el sofá, choqué con la pata del mismo. Podría haber terminado de bruces con el suelo y lo habría hecho si Jungkook no hubiera extendido su brazo izquierdo para atrapar mi cintura a tiempo. Lo hizo de manera desesperada, sin la seguridad de poder cogerme antes de llevarme un buen golpe. Por suerte, su acto reflejo funcionó y pronto sentí la fuerza de su brazo sosteniendo mi vientre.

Sorprendida, contuve el aliento.

—Cuidado —Me sujeté al respaldo del sofá y aguardé a que él percibiera que mis pies estaban bien atados al suelo. Poco a poco, retiró su brazo y se incorporó, siguiéndome de cerca—. ¿Dónde está el cuadro de luces? —preguntó.

Yo olvidé las velas por la inquietud que me generaba tenerlo a menos de un palmo de distancia y recordé dónde se encontraba el cuadro eléctrico dentro de mi apartamento. Había otro en la planta baja del edificio, pero llegar a ese sería mucho más engorroso. Estando las escaleras de por medio, no me atrevía a emprender aquel viaje.

—Sígueme —decreté.

Fuimos a la habitación que utilizaba de trastero. Cuando Jungkook ya estaba dentro, enfoqué con la linterna la pared que había tras la puerta. Mientras yo procuraba que no le faltara luz, él abrió el cuadro y ojeó los fusibles como si realmente supiera lo que hacía. No lo puse en duda, aunque sí me asombraba que tuviera control sobre ese terreno tan particular.

—Sí ... Ha saltado el diferencial —Confirmó lo que ya había sospechado por el repentino apagón—. Toca esperar hasta que vuelva la luz. Debe haberse ido en todo el edificio.

Cerró el cuadro de luces y me aparté para no entorpecerle.

—Pareces familiarizado con estas cosas —comenté, interesada en esa faceta de Jungkook.

—Mi padre es electricista —me habló por primera vez de su familia. Podría sonar absurdo, pero me alegró que lo hiciera—. Algunas veces iba con él a casas en las que había problemas con el cableado. El pobre no contaba con que preferiría el boxeo a la electricidad —Sonrió. Nuevas incógnitas se inmiscuyeron en mis pensamientos y me habría encantado darles un respuesta. Averiguar más sobre su vida y sus padres, sobre su infancia y los amigos que había hecho por el camino, todo ello me dio un motivo más que suficiente para querer que se quedara en casa un rato más—. ¿Buscamos esas velas? —dijo él.

—Ah, sí —le contesté, volviendo en mí.

En primer lugar, trasteamos por los cajones de la cocina hasta dar con un paquete de velas que guardaba a petición de mi madre. Las encendimos gracias al mechero de mi padre porque Jungkook había tirado el suyo esa misma tarde. Haberse fumado aquel cigarrillo le había enfadado demasiado y lo había pagado con el mechero lanzándolo a la basura de la rabia y la impotencia.

Cuando la casa dejó de estar en la penumbra, él sugirió desconectar los aparatos que estuvieran conectados a la corriente. De ese modo sortearíamos cualquier problema que pudiera acarrear el apagón. No sabíamos a qué hora volvería la luz y revisar los electrodomésticos y máquinas era lo más sensato en esas circunstancias.

Mi móvil tronó ante una llamada entrante justo en el momento en que alumbraba a Jungkook, que cogía el enchufe del televisor y lo quitaba de cuajo.

Seguidamente, desbloqueé la llamada y me acerqué el teléfono al oído para escuchar las súbitas palabras de mi hermano mayor.

Yewon, ¿estás bien? —inquirió, muy preocupado.

—Oppa ... —farfullé.

Jungkook cogió su teléfono para tener su propia linterna y se puso a investigar qué otros aparatos podía desenchufar.

Puede ser peligroso que se vaya la luz. Las tormentas eléctricas son muy traicioneras, ¿sabes? —Me aleccionó como a una niña pequeña—. Desconecta todo lo que no sea necesario y ...

—Eso estamos haciendo —le rebatí yo.

¿Estamos? —repitió—. ¿Con quién estás?

Había un silencio tan denso que Jungkook pudo escuchar a las mil maravillas el interrogante de Seojun. Se incorporó, dejando unos cables en el aparador, e interpeló a su alumno.

—Hyung, soy yo, Jungkook.

¿Jungkook? —Activé el altavoz con la intención de que no tuviera problemas para charlar con mi hermano—. ¿Qué haces en casa de mi hermana? ¿Estáis saliendo por fin?

Su ocurrencia me removió algo por dentro.

—No. No es nada de eso —Se apresuró a aclarar Jungkook—. Paré cerca de su casa porque no me fiaba de conducir hasta la mía. La tormenta había empeorado y ...

Pues hazme un favor y quédate con ella esta noche —Le pidió Seojun. Desconcertada, quise vislumbrar el semblante de Jungkook, pero no tuve esa suerte—. No estaría tranquilo si tú te fueras con la que está cayendo y tampoco me gusta que Yewon se quede sola si hay problemas con los fusibles.

No me gustaba que hicieran e deshicieran a su gusto sin contar con mi opinión. Molesta por las licencias que se tomaba mi hermano, me anticipé a la respuesta de Jungkook.

—Eso debería decidirlo yo, ¿no crees?

Por una vez en tu vida no pongas pegas y haz caso a tu hermano mayor, ¿vale? —me replicó él—. ¿O quieres que vaya hasta allí y ...?

—Jungkook se quedará —Corrí a decir—. ¿Contento?

Conocía a Seojun y el muy exagerado era capaz de venir a casa si creía que podía cuidar de mí. Estuviera diluviando o nevando, no iba a tolerar que saliera a la calle con una tormenta azotando la ciudad. Por ende, di mi brazo a torcer y le prometí que no se marcharía. Jungkook no se negó a ello ni habló más mientras duró la llamada con mi hermano. Su mutismo me perturbó y no lo rompió hasta que hubimos supervisado cualquier aparato electrónico de mi apartamento.

—Parece que el centro de la tormenta se está yendo hacia el sur —Elucubró, echando un vistazo al cielo a través de uno de los ventanales de mi salón—. Debería amainar pronto. Me marcharé en cuanto ...

—Puedes quedarte —Mantuve lo que le había dicho a Seojun.

—No quiero molestarte ...

—No me molestas —Mi insistencia podía sonar desesperada y no me importaba—. Quédate.

Simplemente me irritaba que Seojun hiciera lo que le viniera en gana sin considerar mi opinión. Él y mi madre no habían dejado de tratarme como una cría en según qué asuntos y cada vez me molestaba más que mi voz no se escuchara. No obstante, me parecía una buena idea que Jungkook permaneciera en mi casa, incluso si resultaba siendo toda la noche. Cuando me dijo que había conducido hasta aquí, algo se parapetó a mi estómago y lo retorció de puro terror. ¿Y si le hubiera ocurrido algo en la carretera? ¿Y si no hubiera llegado sano y salvo a mi apartamento? Ese escenario me asustaba y seguiría ejerciendo su poder sobre mí en caso de que Jungkook quisiera irse con un diluvio de esa magnitud en su máximo apogeo.

Me dio la sensación de que estaba dudando. Él mismo debía saber que salir era un riesgo innecesario, que no conseguiría nada yéndose a casa. La densa cortina de agua que veíamos caer apenas invitaba a ver el halo de luz de algunas farolas.

—Si es por lo que ha dicho Seojun ... —masculló.

—No soy una niña pequeña, aunque él siga viéndome de ese modo —Me impuse. Jungkook sonrió suavemente, pues entendía tanto mi frustración como el pavor de mi hermano mayor—. No es porque tenga miedo —Tragué saliva a raíz de la inquietud.

—Lo sé.

—No quiero que cojas tu moto esta noche —Sentencié, decidida a avanzar con la sinceridad por delante—. Esa es la única verdad.

El cristal de mis ventanas perdió su atractivo y Jungkook giró el rostro para mirarme a los ojos.

—¿Te preocupas por mí, Won? —Intentó sonar gracioso.

—Sí —Aseguré, seria.

Cruzada de brazos, me resistí a sus brillantes pupilas y me rendí. ¿Qué más daba lo que Seojun quisiera imponerme? Eso era una nimiedad en comparación a lo que sentía yo, observándolo en la penumbra de mi salón con el pánico a que tuviera un accidente en la soledad de la carretera retumbando en mis oídos.

En consecuencia, Jungkook no pudo negarse más.

—Está bien. Me quedo —susurró a modo de derrota.

Me habría encantado darle las gracias por entrar en razón, pero la timidez se apoderó de mí al comprender que pasaríamos la noche juntos. Aunque se adueñara de mi sofá, estaríamos bajo el mismo techo y eso hacía que mi cuerpo recibiera un chute de energía y nervios impresionante.

Me hallé tan plenamente consciente de la cercanía a la que estábamos obligados que empecé a hablar sin frenos.

—Puedes dormir en mi cama. He cambiado las sábanas justo antes de que llegaras y ...

—Ni hablar —Rechazó él con una firmeza inusual—. Suficiente es que me dejes dormir esta noche aquí.

—De acuerdo —Me mordisqueé el labio y barajé las posibilidades que tenía ante mí—. ¿Prefieres dormir aquí o en el cuarto? —le pregunté, cohibida.

—¿En tu cuarto? —Salto él.

—Hay suficiente espacio para los dos. Sacaré unas mantas y ... —Me apresuré a darle todos los detalles.

—Sí. Suena bien —Me cortó rápidamente. Era una pena que no hubiera luz suficiente para ver lo que expresaba con sus facciones. ¿Estaría tan ruborizado como yo?—. Yo en el suelo y tú en la cama, ¿no? —Quiso confirmar.

—¿Cómo iba a ser si no? —Reí un poco.

Él exhaló, tranquilizándose gracias a mi buen talante.

—Así, si ocurre algo ...

—Es mejor que estemos cerca —Incidí—. Por si acaso —musité.

Y así terminamos compartiendo mi habitación esa noche. Le saqué una colcha limpia de mi armario para que no durmiera contra el suelo y varias mantas gruesas. Las noches estaban siendo especialmente frías ese mes de noviembre y no quería que le faltara abrigo. Él me lo agradeció y me ayudó a preparar su improvisada cama con la poca luz de nuestros móviles.

Una vez estuvo lista, la probó y me dijo que era realmente cómoda. Confié en su palabra y deseé que descansara como correspondía. Ya había tenido un día demasiado duro; una noche sin dormir sería el peor colofón de todos.

Tras una última visita al baño por parte de los dos, primero yo y después Jungkook, nos obligamos a meternos bajo las mantas y dormir como buenamente pudiéramos en aquella situación tan inesperada.

—Despiértame si escuchas cualquier cosa —Me pidió él a los pocos segundos de acostarnos—. No debería haber cortocircuitos, pero ...

—Vale —susurré mi respuesta y me giré en la cama. Me daba más seguridad mirar hacia el lado opuesto de la habitación. Con el sonrojo aún latente en mis pómulos, me cubrí con las sábanas y el edredón—. Buenas noches.

Escuché la fricción de sus mantas a mi espalda y apreté los labios.

—Buenas noches —me contestó con una voz demasiado frágil.








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25/01/2025

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