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04 || retailer

Kim Yewon

—Yewon —Nari hizo una pausa al no obtener mi respuesta—. ¿Yewon?

Aparté la vista del móvil y observé a mi amiga.

—¿Qué?

Nari apoyó la barbilla sobre su mano y me escrutó detenidamente mientras el resto de personas que iban y venían por la cafetería hacían su vida.

Era sábado por la tarde. Ya había pasado casi una semana desde que me reencontré con Jungkook en aquel bar y no había habido ni un solo día en que no hubiera charlando con él. Ni yo misma podía creérmelo, pero hablar con él era tan cómodo que, apenas me daba cuenta de que estaba escribiéndole, me preguntaba dónde había quedado la Kim Yewon que no buscaba tener nada con ningún hombre.

Cabe aclarar que eso no significaba, ni por asomo, que viera un futuro romántico con Jeon Jungkook.

Nari debió hacerse la misma pregunta en aquel momento.

—¿Con quién hablas? —inquirió, entrecerrando los ojos.

Su suspicaz mirada me amedrentó ligeramente.

Dejé el teléfono en la mesa que ocupábamos y tomé un largo sorbo del batido que me había pedido al llegar. Me relamí los labios, saboreando el toque de vainilla que le habían añadido.

—Adivina —dije, aparentando calma.

—¿Es ese chico? —No tardó en señalarlo como el principal culpable de que anduviera revisando mi móvil cada pocos minutos—. ¿El tatuado que fuma?

—Bingo —Afirmé.

Jugué con las mangas de mi camiseta y ella lo notó. Para mí era un gesto inconsciente que ejecutaba siempre que me veía acorralada, pero Nari sabía que ese movimiento hablaba mucho más de lo que yo diría.

—Pensé que no le ibas a dar una oportunidad —Ladeó la cabeza, interesada en mis delatoras gesticulaciones.

—No se la estoy dando —Me negué en rotundo y cerré la puerta que ella pretendía abrir de par en par—. Solo somos amigos.

—¿Amigos? —exclamó, flipando por la palabra que había empleado para describir el tipo de relación que había entre Jungkook y yo—. Viniendo de ti, eso es todo un logro —comentó.

—En realidad, ni siquiera nos conocemos tanto —Quise rectificar demasiado tarde Crucé ambos brazos sobre el pecho y miré el batido a modo de escapatoria. Sus ojos me daban miedo porque podía verme reflejada en ellos—. Solo hablamos por mensaje.

—¿Cada cuánto tiempo?

—Casi todos los días —Me mordí la lengua y ella esbozó una sonrisa pícara—. Es muy hablador y ...

—Vaya ... —susurró, escrutándome como si fuera un nuevo espécimen.

—No es lo que crees, Nari —declaré, inquieta.

A ella le divertía verme así de reacia a reconocer que Jungkook no era como los chicos con los que había salido antes. Era un mundo nuevo y tenía mucho por explorar hasta poder decir que confiaba en él. Sin embargo, incluso yo había notaba que sonreía más de la cuenta cuando hablábamos, que me hacía reír de formas inusitadas y que, si intercambiábamos mensajes por la noche, no quería sentir ni un ápice de sueño.

—¿Y qué es lo que creo? —Curioseó, leyendo entre líneas.

—No me gusta —Sentencié.

—No me vengas con ese cuento —me replicó ella. Parecía indignada, deseosa de echarme a los brazos de aquel chico—. No has dudado ni una vez en contestarle, Yewon.

—Solo ... Solo me cae medianamente bien —Fruncí el ceño, viendo cómo la pantalla se iluminaba con un mensaje suyo.

—Vale —Suspiró Nari, poco o nada convencida—. Haré como que me fío de tus palabras.

—Es la verdad —repetí. Estaba dispuesta a darle todo un discurso acerca de cómo lo entendía yo, y así lo hice—. En realidad ...

Pasaron los días y llegamos al miércoles de la siguiente semana, jornada que pasé encerrada en la oficina, superando incluso la hora de mi salida. En lugar de marcharse a las seis de la tarde, me encontré saliendo del edificio con la manecilla pequeña de mi reloj de pulsera rozando las nueve.

Todos en las oficinas etábamos ocupados determinando los últimos detalles del número de diciembre, por lo que le eché una mano a mis compañeros y a mi jefa. La revista no saldría si no terminábamos de cerrarlo todo esa misma noche. Los diseños debían estar a primera hora de la mañana en la imprenta, así que no me quedó de otra que hacer esas horas extra.

Entonces recordé que el servicio de autobuses se cortaría más temprano por una huelga de trabajadores que continuaría toda la semana y maldije entre dientes por haberme quedado tiempo de más trabajando.

Temiéndome lo peor, eché a correr por la calle a pesar del lacerante dolor que sentía en el talón derecho. ¿A quién narices se le ocurría estrenar tacones en un día como ese? Cuando llegase a casa, tendría el pie destrozado, pero primero tenía que pillar el último autobús.

De camino a la parada que había en la calle contigua, una vibración me llevó a sacar de la chaqueta mi teléfono. Era un mensaje de Jungkook. No obstante, ni siquiera lo abrí y, con el móvil en mi mano, levanté la mirada para hallar al maldito autobús, ya detenido mientras una anciana subía.

Lo intenté. Claro que lo intenté, pero no sirvió de nada porque el vehículo se marchó calle abajo antes de que pudiera alcanzar la parada.

—No, no, no ... —Supliqué sin resultado alguno. Lo vi desaparecer por la esquina más cercana, esfumándose de la calle y olvidándose de la última pasajera. Apoyé ambas manos en mis rodillas, adolorida por la herida que debía haber florecido en mi talón y exhausta por ese sprint final—. ¡Mierda! —grité a la nada—. Se me tenía que escapar justo hoy ... Genial ...

Tendría que pedir un taxi, pero mucha gente haría lo mismo. Encontrar uno libre sería un dolor de cabeza.

Quejicosa, suspiré con fuerza.

De repente, me fijé en mi teléfono y en el fondo negro que reflejaba.

¿Won? —Logré oír, aunque el ruido de la calle me lo hizo bastante difícil. El nombre de Jungkook presidía la pantalla en la parte superior de la misma. La llamada solo tenía diez segundos cuando me acerqué el aparato al oído—. ¿Yewon? ¿Qué te ocurre?

—¿Jungkook?

¿Por qué me llamas? ¿Qué es lo que pasa? —preguntó, agitado.

—¿Qué? —Imaginé lo que debía de haber sucedido y volví a suspirar derrotada—. Ah ... No lo he hecho adrede. Estaba de camino a la parada de autobús y abrí tu chat para responderte, pero vi al bus yéndose y ... Empecé a correr —Deduje que, sin querer, en premura del momento, pulsé sobre su mensaje y desbloqueé mi teléfono. De alguna manera, debí rozar el ícono de la llamada y él no dudó en responder—. Debí llamarte sin darme cuenta. Lo siento —me disculpé y recuperé el aire.

Vaya —Su voz sonaba más grave a través de la llamada—. Y yo que pensaba que nuestra primera llamada sería especial —Bromeó.

Media sonrisa surcó mi apesadumbrado semblante.

Él no lo sabía, pero ese comentario tan inocente me levantó el ánimo por un instante.

—Sí, claro ... —dije, caminando hasta los asientos de la parada para que mis pies descansaran.

Me senté, agradecida de no tener que llevarme trabajo a casa. Si llevara conmigo las carpetas que a veces sacaba de la oficina ... No podría dar ni un paso más.

Espera —habló él—. Hoy no hay más autobuses después de las nueve.

Prácticamente al mismo tiempo, leí el mensaje en el tablón de la parada. Ningún autobús más pasaría por esa zona.

—Sí ... Es el día perfecto para perder el último ... —comenté, cargada de ironía. Con cuidado, me saqué el tacón derecho y descubrí la rozadura que me acompañaría durante varios días—. Justo cuando se me ocurre ponerme estos tacones —Me quejé, lamentando aquella decisión de corazón.

La ciudad estaba muy concurrida todavía y los taxis venían de todas direcciones. Todos ocupados.

¿Qué estabas haciendo a estas horas?

Respiré hondo.

—Salía del trabajo. Hoy me he quedado a ayudar a mi jefa y ... —Resignada, creí la explicación del todo innecesaria—. No importa. Llamaré a un taxi.

¿Dónde estás? —interrogó.

Por el ruido que escapaba del altavoz de mi móvil, supuse que él también se encontraba en plena calle.

—Cerca de Gangnam —Le di el dato. Unos diez minutos caminando serían más que suficientes para llegar a la zona de bares, aunque hacer eso un miércoles no tenía mucho sentido—. ¿Por qué ...?

Yo también ando por Gangnam —contestó Jungkook. Se le escuchaba aliviado o contento. No sabía cómo calificar su tono—. Estaba saliendo del gimnasio. Pásame tu ubicación y te recojo —Decretó rápidamente.

Rechacé su oferta sin meditarlo.

—No es necesario. Puedo arreglármelas, de verdad —Insistí, bastante segura de que podría volver a casa sin inconvenientes.

Pero es tarde y me dijiste que entre semana llegas a la oficina a las nueve de la mañana —Resaltó, recordando al detalle la información que filtré en una conversación cualquiera. Ni siquiera sabía cuándo se lo había dicho, pero lo había recordado y eso descuadró todos mis argumentos de un plumazo—. Debes estar agotada. Además, será mortal dar con un taxi libre ahora.

—Bueno —Me detuve, sorprendida de que se estuviera preocupando tanto por mí—, en eso tienes razón, pero ...

Dame cinco minutos y estoy allí —Estableció él—. Mándame la dirección y no te muevas, ¿vale?

Confundida por el rumbo que había tomado la noche, me perdí en el ajetreo de la ciudad y murmuré mi respuesta final.

—Vale ...

Al colgar, hice lo que me había pedido en piloto automático; le envié mi ubicación y esperé en el incómodo asiento. De pronto, entendí lo que estaba por acontecer y un extraño nerviosismo anidó en mi estómago. ¿Iba a dejar que Jungkook me acercara a casa? No solía dar mi dirección a ningún chico que estuviera conociendo. Al menos, no durante las primeras semanas. Tampoco durante los primeros meses. De ahí que casi nadie hubiera pisado mi piso. No superaban esa prueba.

No me sentía cómoda ofreciendo todos esos datos privados a alguien a quien apenas conocía, pero a Jungkook se le oía preocupado. No parecía un teatro orquestado para estrechar lazos, sino una genuina forma de ayudarme, así que aguardé a que apareciera.

Entretanto, algunas personas pasaron frente a la parada y, aunque la mayoría de ellos repararon en mi presencia, ninguno se interesó por lo que hacía allí cuando ningún autobús vendría a recogerme. Bueno, fue de esa manera hasta que una señora bastante mayor, de pelo canoso y poca estatura, se tomó la molestia de avisarme.

—Jovencita —me llamó.

Yo me olvidé de revisar la bandeja de entrada de mi correo electrónico y me dirigí a la desconocida.

—¿Sí?

—Ya no hay más autobuses —Aseguró, apuntando al cartel pegado a mi izquierda—. Hoy ...

—Lo sé —La interrumpí—. No se preocupe —Sonreí, agradecida con su deferencia al advertirme—. Estoy esperando a que me recojan.

Su cara reflejó una profunda tranquilidad.

—Oh, entonces ...

El rugido de un motor impidió que la amable señora hablara. Cuando me incliné para comprobar de dónde venía el cercano ruido, vi una moto negra a la orilla de la carretera. Me di cuenta enseguida de que era Jungkook el que la conducía y él mismo me lo confirmó levantando su brazo y clamando mi nombre en medio de la transitada calle.

—¡Yewon! —gritó, identificándose a pesar del casco negro que cubría su cabeza.

La anciana observó también al chico parecía estar reclamando mi atención y, con una sonrisa de alivio, me miró. Yo me coloqué bien el zapato, lista para ir hasta Jungkook, pero primero quise despedirme de ella.

—Debí imaginar que estarías esperando a tu novio —Alegó, risueña. Su comentario hizo que se me subieran los colores en un abrir y cerrar de ojos—. Buenas noches —dijo, emprendiendo su camino nuevamente.

—No es mi novio ... —Pude balbucear entre susurros. Se marchaba, por lo tanto, me sobrepuse a la timidez y, junto a una leve reverencia, le di mi adiós—. Buenas noches a usted también —Asintió, caminando calle abajo. Yo me giré hacia Jungkook, decidiendo cuál sería mi contestación en caso de que notara el rubor en mis mofletes. Ya se había sacado el casco. Bajaba de la moto en el momento en que lo saludé—. Hola.

—Hola —respondió mientras colgaba el casco en el manillar de la moto—. Disculpa. Me he retrasado un poco.

—No importa —Le quité importancia. El favor que estaba haciéndome lo ameritaba—. Ni siquiera han pasado diez minutos desde que hablamos —Agregué, guardándome el móvil en el bolsillo de mi abrigo—. No sabía que tuvieses una moto.

Pero no estaba mirando su moto. Solo podía mirarlo a él, que se aproximaba como una sonrisa ilegal en las comisuras.

—Sí. Tatuado, boxeador, fumador y motorista. Tengo el pack completo, ¿no crees? —Se rio, sacando algo de su chaqueta.

Iba vestido como siempre. Un poco más casual. Llevaba una bomber oscura sobre la sudadera, aunque los pantalones anchos habían cambiado por unos vaqueros desteñidos en la zona de las rodillas. Lo que no había variado era el estilo de calzado; las botas militares parecían ser sus mejores aliadas al poner un pie en la calle.

—Gracias por venir —le agradecí.

Su cabello estaba peinado de forma diferente, pero el efecto era idéntico, pues su frente era visible para cualquiera y le proporcionaba ese aire chico que sabe que es guapo y atractivo y lo potencia perfectamente.

—No es nada. Me pillaba de camino —se explicó, cogiendo un botecito de la bolsa de plástico que había extraído de la bomber—. Mi gimnasio está a pocas calles de aquí —me informó. Estaba concentrado en el bote y su gesto era cautivador. Ni siquiera quise saber qué era lo que tenía en las manos—. ¿Cómo tienes los pies?

Me costó entender a qué se refería.

—¿Los pies? —me pronuncié, desubicada.

—Sí. Dijiste que llevabas tacones y parecías adolorida —Expuso, asertivo.

¿Incluso se había quedado con un comentario tan simple como ese?

Escandalizada ante la impresionante capacidad de retención que estaba demostrando tener, me enfoqué en el botecito. Sus dedos tatuados trataban de abrir. No le resultó muy complicado destaparlo con un sordo click. Era un ungüento para las rozaduras, una crema para suavizar la piel y repararla cuanto antes, de forma indolora y rápida. O eso decía la etiqueta que abrazaba el producto.

—Creo que me he hecho una herida en el talón derecho, pero ... —Titubeé.

—He pasado por una farmacia —Automáticamente, se agachó, apoyando su rodilla izquierda en el suelo—. ¿Me dejas ver?

Toda esa situación me cayó encima como un jarro de agua fría. Jungkook estaba agachado, listo para curarme una herida superficial por el mero hecho de que era una herida. Podía sobrevivir sin esa pomada que quería echarme, pero me sentí tan sofocada que elegí la opción que me daría unos segundos hasta que él me superara en altura otra vez y pudiera ver el sonrojo espolvoreado por mi rostro.

—¿Qué? —A pesar de mi interrogativa, no dudé en agarrar la tela de mi pantalón, subiéndolo un poco para que él tuviera acceso total a mi talón—. S-sí.

También desencajé el pie de mi tacón, revelando la herida que Jungkook iba a curar.

—Eso debe doler ... —masculló él, evaluando la gravedad de la rojez—. ¿Por qué te pones tacones si no los soportas?

—Eh, que sepas que tengo bastante aguante —espeté. Jungkook rodeó mi pierna con su brazo, encontrando así una perspectiva más cómoda desde la que realizar la cura—. El problema es que estos son nuevos y ... —Tan pronto como echó la crema en la herida, un repentino escozor me agujereó el talón. Sin pensarlo, me sujeté de su hombro—. Ah, espera ...

Él debió creer que, además de la molestia, existía la posibilidad de que perdiera el equilibrio, ya que no empleó su mano izquierda para sostener mi pierna. Sus ágiles dedos rodearon mi pantorrilla y solo entonces comprendí la intimidad de aquel roce.

Nunca nos habíamos tocado. Era impactante que aquella fuera la primera vez que, tanto él como yo, poníamos una mano sobre el otro.

—Lo siento —Se disculpó conmigo por haberse precipitado—. Debe picar.

Todavía con las yemas de los dedos clavadas en su hombro, sentí cómo iba soltando el agarre en torno a mi pierna.

—Sí, pica —Afirmé, fuertemente estimulada por la decisión con que me atrapó.

—Solo será un momento —Prometió. El resto de la cura marchó en completo silencio. Cuidando hasta el último detalle, me puso un pequeño parche en el talón para que la pomada se absorbiera y el material del zapato no la retirara—. Ya está. ¿Mejor ahora? —Pidió mi aprobación.

Sentí cómo acarició la tirita y con ello sentí el calor de sus dedos perfilando el borde del parche. En algún momento, entró en contacto con mi piel desnuda y una descarga eléctrica me forzó a apartar el pie de su peligro alcance.

Con Jungkook incorporándose, me calcé bien el tacón.

—Mucho mejor.

Él guardó todos los utensilios en la bolsa de plástico y volvió a meterla en uno de sus bolsillos.

—Me alegro —Sonrió—. Vamos, te llevo a casa —Regresó a su moto y, al notar que no lo seguía, eligió la broma fácil. Subiéndose, trató de sonreír—. ¿O no quieres decirme dónde vives por seguridad? Puedo ser un motorista, fumador y tatuado, pero ...

No tuvo tiempo de terminar de hablar porque yo ya me había subido a la parte trasera del sillín y estaba acomodando mi bolso entre su espalda y mi vientre. Necesitaba alguna clase de barrera entre nosotros mientras estaba en su moto.

—Será más fácil si te voy dando las indicaciones —comenté—. Es un poco difícil llegar la primera vez.

—Vale. Tu casco —Me lo dio y no dudé en ponérmelo—. ¿Tienes práctica con las motos? La gente suele tardar más en subirse —Apuntó, claramente sorprendido de que incluso supiera cómo colocarlo el casco.

En realidad, no tenía mucha relación con esos vehículos de dos ruedas. Mi hermano tuvo una durante un tiempo, cuando yo todavía era una adolescente y él consiguió el dinero justo para alquilar una gracias a su primer trabajo. La llevó durante unos cuantos meses, pero se dio cuenta de que no estaba hecha para él y apostó por un coche. De ahí que no me resultara raro tomar asiento en una moto, aunque la de Jungkook era más grande que la que mi hermano tuvo una vez.

—¿El resto de chicas a las que llevas de paseo son princesas desvalidas? —inquirí, abrochándome el casco.

—No llevo a otras chicas de paseo —Alegó él, poniéndose su casco y arrancando el motor.

—Lo que tú digas, caballero de reluciente armadura —Reí. Sabía que no le había molestado que dijera aquello, pero debía de ser frustrante para él. Estaba esforzándose por convencerme de que valía la pena darle una oportunidad y, si bien lo iba consiguiendo, yo siempre apostaría por la ironía en lugar de hablar con la sinceridad por delante. Un tanto tímida, rodeé su cintura con mis brazos. Mantuve una distancia prudencial, sin pegarme en exceso a él, y me agarré los dedos con tal de evitar que estos se escurrieran por su abdomen—. Ya estoy lista —Di el aviso.

Presioné mis muslos, sujetándome todo lo posible al vehículo.

Jungkook miró hacia atrás por su derecha y comprobó que el tráfico le dejaba espacio suficiente para incorporarse a la carrera.

Mientras él pisaba el acelerador, yo me acerqué más a su espalda. No quería admitir que su moto era mucho más impresionante que cualquier otra en la que me hubiera montado jamás. Si lo admitía, le habría mostrado esa parte de mí, previsora y temerosa, que pocas personas conocían.

—Agárrate bien —Demandó antes de entrar en el carril.

Tras una serie de tirones a su chaqueta que variaban entre el costado izquierdo y el derecho, llegamos a mi calle. Jungkook se orientaba bastante bien, así que hubo problemas para llegar. Ya se me empezaban a congelar las manos, por tanto, que se detuviera en la acera frente a mi edificio fue un verdadero alivio.

—Ya hemos llegado ... —Especificó Jungkook. Aprovechó para sacarse el casco—. ¿Puedes ...?

Yo ya había desatado el mío para cuando puse ambos pies en tierra.

—Sé bajar de una moto sin ayuda, Jungkook —dije, sonriente.

Ambos nos descubrimos los rostros.

—Ya veo.

—Esto es tuyo —Le ofrecí aquel segundo casco él lo cogió al instante—. Gracias por traerme, y por la cura.

—No hay de qué —Se encogió de hombros y rebuscó en el bolsillo de su bomber para recuperar la bolsita de la farmacia—. Toma —Yo la acepté de buen grado—. Vuelve a hacértela mañana y no uses un calzado muy cerrado —Sugirió.

—Como usted diga —Bromeé, ruborizada ante todas esas atenciones.

Sus pies también estaban en el asfalto a pesar de que no había sacado la llave de su ranura y el motor de la moto emitía un ligero rumor, a la espera de que su dueño decidiera emprender el camino de vuelta a casa. Sin embargo, Jungkook no parecía especialmente motivado a marcharse, cosa que me aceleró el pulso de un modo muy injusto.

Tenía suerte de que, a esas horas, mi calle no estuviera muy transitada. Era amplia y se abría hacia un parque que presidía la plaza del barrio, por lo que un coche normal podría haber rodeado la moto para seguir su ruta, pero la ciudad y los vecinos también ponían de su parte y nos daban ese tiempo a toda costa.

Él se hacía el interesado en la zona, como si quisiera recordar hasta el último detalle, pero el silencio persona ya demasiado y no pudo callarse más.

—¿Puedo preguntar cuál es tu piso? —cuestionó, ojeando los dos edificios que había al borde de la carretera.

—¿Por algún motivo en especial? —interrogué, sujetando mis manos heladas.

Jungkook dejó escapar una escueta sonrisa y respondió.

—Por si te tengo que subir en peso —Expresó su preocupación más inmediata con un toque de ironía—. Eres perfectamente capaz de subir hasta el octavo y volver a destrozarte los talones.

Podría haberle mentido, pero algo dentro de mí aseguraba que no serviría de mucho. Algo me susurraba que no sería la última vez que Jungkook pisara esa calle.

—Es el primero —contesté y, girándome suavemente, señalé al edificio que había detrás de mí, apuntando al ventanal de mi salón—. Ese de allí.

Él miró la fachada de mi humilde casa y asintió, satisfecho.

—Entonces no hay peligro —Descansó los hombros y continuó marcando el caso en su regazo.

Yo, que solo podía tirar del humor para no verme sepultada por sus tiernos titubeos, volví a lanzarle un dardo sarcástico.

—Pareces decepcionado.

—¿Tanto se me nota? —Soltó, clavando sus ojos en mi persona.

Estaba dándole vida a mi comentario, pero me dio la sensación de que no era ningún chiste para él.

—Deberías aprender a disimular mejor —Le aconsejé y tragué saliva.

Jungkook no podía creer que le invitaría a subir así como así. Eso ... Eso estaba fuera de lugar. Seguíamos siendo unos desconocidos. A lo mejor ya no tan desconocidos como el primer día, pero lo éramos. Él me había hecho un favor enorme esa noche y se lo agradecía, pero de ahí a abrirle las puertas de mi casa ...

Yo era de la vieja escuela en eso. Mis principios me prohibían invitarle a pasar porque ...

¿Por qué, Yewon?

Vamos, deséame buenas noches y márchate. Por favor.

Tras un largo intercambio de miradas, él mismo entendió que me estaba poniendo en un aprieto y que no era el momento de dar ese paso. Todavía no.

—No se me da muy bien —Admitió, relamiéndose los labios. Después, parpadeó, despertando del letargo, y se echó el casco sobre la cabeza. El que yo había usado ya estaba anudado a la parte trasera—. Supongo que eso es todo. Buenas noches, Won.

—Buenas noches —Me apresuré a decir—. Y gracias otra vez.

—Hoy por ti y mañana por mí —Sus pupilas eran amables. Con ambas manos en los manillares, se echó ligeramente hacia delante—. Es lo que hacen los amigos —Hubo una pausa breve—. Adiós.

—Adiós.

Y lo vi alejarse por la replaceta a la que daba mi pequeño balcón.

No estoy segura de cuántos minutos pasé allí de pie. La noche seguía igual de cerrada cuando mi mente regresó y entré a mi edificio. No me gustaba coger el ascensor, pero mi pie lo agradecería. Además, Jungkook se había preocupado por mí; no podía ignorarlo y subir aquellos peldaños cuando él se había molestado en ir a una farmacia para que la rozadura no pasara a mayores y se curara pronto.

El pitido fue secundado por las puertas de metal abriéndose y yo salí al pasillo. Caminé por delante de la puerta de mi vecina y llegué a la mía, procurando no hacer mucho ruido. Introduje el código y tiré de la manivela.

Lo primero que hice fue quitarme los tacones y suspirar. No volvería a usarlos durante un tiempo. Con mis zapatillas de andar por casa, dejé mi bolso en el aparador y disfruté de la calma de mi piso.

Tras ducharme y ponerme una ropa un poco más cómoda, me eché nuevamente la pomada que Jungkook había comprado. Era un milagro que me quitase el dolor, pero así lo hacía.

Mientras se calentaba mi cena, las ojeadas furtivas a mi móvil se repitieron con más frecuencia.

No había ningún mensaje.

El cazo apenas empezaba a hervir, pero mi paciencia estalló por los aires y cogí el teléfono. Mis dedos fueron rápidos y directos, pues sabían lo que tenía que hacer para sacarme ese maldito peso del pecho. Escribí aquellas palabras en tiempo récord. Ni siquiera la revisé antes de enviar el mensaje.

Kim Yewon, 25 años, 1,62cm, cabello largo y negro, no va a ningún gimnasio, pero sale a correr los fines de semana, sin tatuajes y editora de revista ;)
Un placer, futuro ex fumador
22:15 p.m.

Deseaba su respuesta más que ninguna otra cosa, pero tardó más de lo habitual. Estaba terminando de fregar los platos en los que me había servido la cena cuando mi móvil emitió un pequeño sonido, señal de que una notificación había llegado.

La limpieza de los cacharros quedó a medias y yo corrí a sacarme las manos en el trapo de cocina. Evidentemente emocionada por leer su nombre en la pantalla, pulsé sobre el mensaje y me senté en una de las sillas que rodeaban la mesa.

¿Y esto? ¿Es mi recompensa por haber sido tu caballero de reluciente armadura?
22:53 p.m.

Respiré hondo, secretamente feliz de que no hubiera molestia o resentimiento en esas líneas, sino su humor de siempre. Ese que tanto me gustaba.

Es una intercambio de información
22:53 p.m.

Tú ya me diste la tuya
22:54 p.m.

Me justifiqué, aunque era una mentira descarada que intentaba ocultar mi profundo agradecimiento.

¿25 añitos? Uno menos que yo 😏
22:55 p.m.

Mi risa se escuchó en todas las esquinas de la vivienda, que las hicieron rebotar y viajar de vuelta a mis oídos.

No pienso llamarte "oppa", así que olvídalo
22:55 p.m.

Tsk
Tenía que intentarlo
22:55 p.m.

Su perfil dejó de estar en línea. Resignada a que la charla hubiera sido más breve de lo que me habría gustado, apagué el teléfono y jugué durante unos segundos que se hicieron eternos. De repente, la pantalla se iluminó y reconoció mi cara. Los dos mensajes fueron revelados a mis ojos, que los leyeron sin dilación.

Por cierto
Tú también eres mi tipo
22:57 p.m.

No entré a la aplicación. No tuve el valor de hacerlo.

En su lugar, le di la vuelta al aparato, apoyándolo sobre la mesa y me palpé el punto exacto en el que mi corazón amenazaba con descarrilar de un momento a otro.

—¿Qué estás haciendo, Yewon ...? —me pregunté, colapsando por unos sentimientos intensos y desalmados que estaban creciendo inesperadamente.








🏍🏍🏍

23/11/2024

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