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✿ OO2 ✿

Deslicé el tenedor por las hojas de mi ensalada, el apetito no estando presente del todo el día de hoy. Quizás era mi sufrimiento constante el que me prohibía sentir regocijo por cosas tan exquisitas como un plato de comida recién hecho, pero como fuese, ciertamente no había nada que disfrutase lo suficiente.

Eso no era todo en realidad, los días transcurrían lentos y tortuosos, mi cabeza no pensaba en otra cosa que no fuese vivir mi próximo infierno al lado de Momo, y peor aún era que nuestra conexión no parecía querer aflorar. Se sentaba a mi lado en cada comida tal y como me había advertido, pero las conversaciones simplemente no surgían. Ella parecía distante, pensativa, hasta podría decir que traumatizada con mi presencia era lo más acertado. Yo en cambio, no tenía interés en saber lo que pasaba ni preguntarle sobre su cambio repentino de actitud. Gracias a ella, mis días parecían más difíciles de conllevar y sabiendo aquello, entonces ya no quería saber más.

El único momento en donde esbocé una sonrisa natural y sentí mi corazón calentarse de afecto, había sido después de tres largos días, a la hora de almuerzo. Ese día vi una cabellera familiar, anaranjada, y no fue hasta que reconocí a Tzuyu a un lado que supe que era Sana. Me acerqué sin pensarlo, la alegría en ambas al verme logrando un alivio involuntario en mis entrañas. Tzuyu cargaba a un bebé de aproximadamente cinco meses, la cual me presentó como Xiaoyu, la hija de ambas, y para ser franca, no sentí desagrado alguno. Les debía tanto respeto y amor, que verlas enamoradas con un bebé, me hacían apreciarlo y no despreciarlo. Eran las únicas que lograban aquello en mí, porque por más que Mina y Chaeyoung hubiesen sido cordiales conmigo, mi compasión por ellas era nula.

Caminé por los pasillos sin rumbo, metiendo una mano dentro del bolsillo de mi pantalón. Día a día me dedicaba a caminar por aquí y leer los letreros de cada cuarto, tratando de memorizarme los más de veinte pisos de edificio sin sentido alguno. No había más diversión para mí, o al menos debía utilizar el tiempo para algo productivo. Nunca se sabría cuándo necesitaría esconderme en algún cuarto vacío.

Era inaudito creer que fuera de los escenarios, ninguna de nosotras tratase de seducir a una portasemen con ropas cortas o escotadas. Llegué a pensar que en todo momento el coito sería forzoso e insistente, que todas tendríamos que alzarnos la falda o desabrochar algunos botones de la camisa para buscar algo más allá que un accidental toque de manos, pero mis pantalones de chándal sueltos y mi blusa negra de una antigua banda de rock, no decían lo mismo. Todas convivían con prendas casuales, como si fuese un hogar, pero con la única distinción de que este no era mi hogar y aquí todas éramos experimentos.

Yoo, esto no se siente bien...

Sé cómo te sientes, Hirai... —Me detuve al escuchar aquel apellido, olvidando por completo mi aventurero viaje por los pasillos.— Pero no puedes hacer nada para evitar tu próximo encuentro, ¿ya hablaste con ella?

No sé cómo iniciar una conversación así, menos con ella... —Hubo una pequeña pausa e imaginé que Momo se frotaba el puente de la nariz.— Ella sufrió tanto, incluso yo sentí ese dolor. Nunca me había tocado pasar por algo así, Yoo, hasta me siento avergonzada.

Mencionaste que ella te lo pidió, tú sólo cumpliste con tu deber como X y como pareja, Hirai.

¡Pero fue forzado!

No tenías muchas opciones. Trataste de complacerla, pero ella no está lista. La primera vez que te vio, fue un encuentro conflictivo y únicamente para mantener relaciones sexuales. Ella nunca había tenido sexo antes, tampoco ha lidiado con una persona como tú, es normal que se haya espantado. No supo conllevarlo y tú tampoco tenías cómo. —El silencio volvió a hacerse repentino.— Necesito que tengas una conversación con ella y le expliques tus límites, Hirai. Si eso no funciona, ambas deberían venir aquí.

¿Crees que ella pueda entender lo que pasó?

¿A qué te refieres?

Ha vivido sola toda su vida, Yoo. Su empatía es tan baja que ni consideró el dolor con ella misma.

Por alguna razón, me irritaba que todos supiesen sobre mi historial de vida. No sentía privacidad en ello, al contrario, me sentía como un fenómeno de críticas públicas.

Eso es algo que se quitará con tiempo y cuidado. Dahyun no sabe lo que es sociabilizar, su comunicación no es la mejor, pero se adaptará porque es lo que su sentido común le dirá. Necesita que seas paciente, Hirai, y con ello contarle lo que sentiste. Ella entenderá, porque es una mujer pensante, no una piedra. Su próximo coito es dentro de dos días, y si sigues así, créeme que te ocasionará un complejo a largo plazo.

Podía admitir con toda arrogancia que a pesar de nunca haber recibido críticas gracias a mi estado íngrimo, siempre fui mi mayor autocrítica. Mi madre, Sana y Tzuyu habían sido toda mi humanidad, si no fuese por su compañía y tiempo, seguramente jamás entendería lo que Momo trataba de hacer saber. Aunque juzgasen mis comportamientos, podía entender porqué.

Sentía lástima por ella.

Me alejé de la puerta, verificando que no hubiese nadie en el pasillo que pudiese delatarme, aunque obviando la idea de que alguna cámara me pudo haber atrapado espiando una conversación terapéutica sin duda alguna.

Caminé con lentitud, una parte de mí no queriendo acelerar el paso para que Momo saliese y me pillase disponible. Seguro sentiría motivación de hablarme luego de esa conversación y seguro sería más difícil que me encontrase mañana, incluso quizás yo no me sentiría con la misma disposición de entenderla.

— Dahyun.

Frené, volteándome para encontrar a Momo acercándose con rapidez, su rostro serio e inmutable encubriendo su miedo.

— ¿Quieres algo?

— Necesito hablar contigo. —Suspiré, poniendo mis pies hacia su dirección para que supiese que la estaba escuchando.— Lo que pasó en el salón el otro día... Realmente no quiero volver a pasar por algo así.

— No sé muy bien a qué te refieres.

— Fui desconsiderada, no medí tu dolor y no se sintió agradable para ninguna. —Asentí, tratando de que prosiguiese.— Pensarlo me hace sentir culpable, así que necesitamos llegar a un acuerdo.

— Pero yo te pedí que lo hicieras... —Repetí las mismas palabras de aquella mujer, viendo un atisbo de alivio en el rostro de Momo. No podía mentir, la pesadumbre que había sentido fue un suplicio interminable, fue vivir el infierno en carne propia, pero ya no podía hacérselo saber ni de broma.— ¿A qué acuerdo quieres llegar?

— Primero necesito saber si realmente te sientes bien.

Mi expresión se convirtió en uno de verdadera intriga. Momo parecía tan humana como también una asquerosa sinvergüenza.

— Estoy bien.

— ¿En serio lo estás?

— Sí, Momo, ¿ya me puedes decir a qué acuerdo quieres llegar? —El fastidio en mi voz fue algo incontrolable, pero no me reñí en lo absoluto.

— Soy tu compañera y necesito complacerte. —Mis vellos se erizaron del escalofrío desagradable que me recorrió.— Fuera de los escenarios, puedes ignorarme y no dejar que te dirija la palabra, pero mientras estemos allí, yo seré la que te guíe y debes aceptarlo.

Ser tocada con la yema de un dedo de forma fortuita, recibir un abrazo o un cariñoso beso en la mejilla, eran cosas que podía transigir, pero imaginar a alguien más tratando de acariciarme, y sobre todo, con intenciones sexuales, daban un vuelco repentino a la historia. Me incomodaba, no era algo que yo desease, ni siquiera con la consecuencia de tener privilegios.

Aún así, debía aceptar. No quería sufrir ese tormentoso dolor otra vez y menos sentirme tan humillada a la hora de acabar.

— De acuerdo... —Momo exhaló con cuidado mientras tanteaba una pequeña sonrisa.— Si me lo permites, estaré paseando por los pisos del edificio.

— ¿Quieres que te lleve a algún-

— Iré a ver a alguien. —La frené, recordando el piso en donde se encontraba Jihyo. Moría por buscarla. La sonrisa de Momo disminuyó.

— A donde sea que vayas, ten cuidado. Búscame si necesitas algo.

Asentí, llevando uno de mis pies hacia adelante en un intento de escapar.— Gracias... Te veré más tarde.

Hui sin dirigirle una última mirada, caminando hacia el extremo del pasillo y apretando el botón de bajada en el ascensor. Una vez llegué abajo, esperé fuera de la puerta sin saber muy bien cómo avisar de mi visita, por lo que sencillamente toqué el parvo pulsador a un lado y puse las manos tras mi espalda.

La puerta se abrió y los ojos exhaustos de Jihyo de pronto tomaron una brillantez al verme. Sin importarle quién la viese, me apretujó por los hombros, mi rostro volviéndose una mueca penosa ante el contacto físico exagerado, pero no me alejé, en cambio, pegué algunas palmaditas en su espalda.

Me hizo pasar y me sentó frente a ella como si fuese la mejor amiga que no veía desde hace siglos pasados.

Hablar con ella me hacía sentir una serenidad casi de ensueño. No confiaba en ella, pero había cuidado de mí incluso a la hora de secarme el cabello y abiertamente lo estimaba. No la veía como una enemiga y mucho menos como una amiga, pero era su imagen la que me hacía recordar lo que había hecho por mí y creía que aquello era mejor que obligarme a hacerla parte de mi vida.

Apartando a Sana y Tzuyu, Jihyo y Momo eran las otras humanas que predecía marcarían algo en mí, sólo que una me importaba más que la otra.

— ¿Siempre tienes dulces en la enfermería? —Pregunté, mirando un singular dispensador de caramelos transparente. Tenía desde chocolates hasta paletas.

— Siempre, aunque a no todas mis pacientes les ofrezco.

— ¿Eso no es algo egoísta?

Jihyo rio como si mi pregunta le causase ternura. Alzó la mirada de su computador para verme y como si fuese algo de conocimiento popular, me aclaró:— Los caramelos son depresores para ciertas mujeres, pueden contribuir a la depresión y a la ansiedad generalizada. Aunque claro, hay mujeres con ansiedad que se tranquilizan con un chupetín de vez en cuando. —Sus palabras fueron tan rápidas que antes de siquiera expresarle mi obvia falta de retención, volvió a su pantalla vidriosa.— Suerte que recuerdo todos los nombres y diagnósticos de mis pacientes y no les provoco toda una tarde en llanto.

— ¿Crees que me haga mal comer un caramelo?

— Dahyun ssi, muy probablemente necesitas azúcar luego de tu dieta extrema por cinco años, así que ve y come una paleta.

Sentí que me había vuelto adicta al azúcar con sólo una lamida. No recordaba haber probado alguna en ningún momento de mi vida y esta primera experiencia se había sentido maravillosa.

Me pasé las últimas horas a su lado antes de irme, causando sorpresa y agrado en ella cuando notó mi interés en saber sobre su trabajo. Explicaba muy bien, aparte de que nadie más aquí podría enseñarme todo lo que sabía. Dudaba de que Momo siquiera supiera lo que era una vena, no se veía muy inteligente honestamente.

Una vez me fui de su salón, me dirigí hacia mi cuarto aparentemente temporal, para descansar un momento.

Y así sin más, los días volvieron a continuar de manera solitaria.

No podía determinar si tenía un sentimiento de pena, porque no me parecía correcto llamarlo así. Pena era lo que sentía en esa indecente y obscena caravana con mis salsas de tomate en lata y sin una mísera gota de agua para darme una ducha. Lo que realmente sentía era que aquella soledad que me persiguió durante tanto tiempo, aún sigue tras de mí incluso en el lugar más poblado que podía encontrar.

Cuando el reloj marcó las cuatro de la tarde, me levanté, arreglando mi falda escocesa antes de encaminarme hacia el primer piso.

Detestaba la cantidad de pisos exagerado que había en este edificio, no importaba si ya lo había mencionado mil veces antes.

El día del coito tristemente consensuado había llegado y mi nerviosismo parecía haberse ido. Me sentía indiscernible, totalmente indiferente y ajena a lo que ocurriría. Mi destino ya estaba predicho y no me había quedado de otra que ceder.

Toqué el timbre minúsculo a un lado de la puerta, no teniendo que esperar más de quince segundos para que se abriese y me dejase ver a una mujer alta, castaña y vestida de negro, saludándome de manera cordial. Con cuidado se hizo a un lado, regalándome paso adentro.— Señorita Kim, por favor, tome asiento. —Acepté, viendo que el único taburete vacío era a un lado de Momo. Exhalé con pesadez.— ¿Cómo se encuentra?

¿Preguntas triviales y cordiales? Para nada necesarias.

— Bien.

Esperé a que se sentase frente a nosotras, ella alzando su cabeza hacia mi dirección.— Tengo preguntas para usted, ¿se encuentra lista para responderlas?

— Sí...

— Señorita Kim, si tuviese que puntuar la compañía de la señorita Hirai, ¿qué puntaje obtendría del uno al diez?

Era momento de actuar como una mujer precavida.

¿Esta era una entrevista para que cambiase a mi portasemen por otra? No quería a Momo ni a ninguna otra, quería estar sola, sin sexo ni compañía forzada, pero si tenía que arriesgar mi vida escogiendo a una portasemen, prefería que Momo siguiese aparentando una convivencia encantadora antes que me tocase con una tarada del peor calibre posible.

— Nueve.

Sentí la cabeza de Momo girarse como un búho. Dudaba de que sintiese alegría de mi respuesta, ella no moría por ser mi pareja ni mucho menos, pero sabía que estaba sorprendida con mi afirmación tan irrebatible. Nadie creería que quería escupirle en la cara.

— ¿Podría describirme cómo es su comunicación en pareja? Por favor, limítese a una sola palabra. Buena y mala también son adjetivos admisibles.

Pésima.

— Especial.

La mujer se tomó un momento para escribir en su libreta, tomando aquello como una oportunidad para ver el rostro de Momo y percatarme de que estaba disfrutando la entrevista más de lo que jamás hubiese esperado. Tenía una expresión arrogante, una sonrisa tan falsa como mis palabras y nadie más que ella entendía mi propósito. Volví a mi posición correcta, respirando con fastidio.

— ¿Considera que podría llevarse mejor con otra mujer X?

— No creo que llegue a sentir la misma conexión.

Me sentía asqueada. Cada palabra soltada era un revoltijo de estómago engorroso, sentía que me llenaba de veneno luego de cada mentira y no sabía cómo recuperarme de ello, en particular porque todo esto me llevaría a convivir con una portasemen otros casi doscientos días más.

— Si le ofreciésemos una nueva pareja, ¿la aceptaría?

— No.

Había firmado mi condena.

— Señorita Hirai. —Momo carraspeó, poniéndose derechamente.— Si tuviese que puntuar la compañía de la señorita Kim, ¿qué puntaje obtendría del uno al diez?

— Diez.

Esta vez fui yo quien giró la cabeza.

— ¿Podría describirme cómo es su comunicación en pareja? Recuerde, sólo limítese a una palabra.

— Extraordinaria.

— ¿Considera que podría llevarse mejor con otra mujer XX?

— No lo creo posible.

— Si pudiese escoger una nueva pareja, ¿lo haría?

— No. Estoy satisfecha con mi elección.

Tenía la teoría de que las portasemen estaban tan desmedidamente adoctrinadas, que ni aunque su pareja fuese una violenta impasible, la cambiarían o la traicionarían. Incluso si Momo no soportaba mis actitudes ni las sabía conllevar, no me había soltado, en cambio, sólo le faltaba arrodillarse para suplicarme que me dejase complacer. Aunque también tenía la teoría de que Momo se estaba burlando de mí. Quería que yo entendiese cómo se sintieron todas mis mentiras frente a una mujer de alto nivel.

— Hirai Momo y Kim Dahyun, quedan formalmente unidas hasta el día veintidós de agosto. —Mi mirada cayó con lentitud, no podía levantar sospechas de una posible tristeza.— Son seis meses de emparejamiento. Si Kim Dahyun no completa su gestación con éxito dentro del periodo de tiempo asignado, se le optará una nueva pareja. Si Kim Dahyun concluye su embarazo con éxito, se les asignará un plazo de nueve meses en unión hasta que el bebé dé a luz. —Momo asintió, levantándose sin autorización. La seguí, arreglando mi falda. Después de todo, ella seguramente había pasado por la misma experiencia cientos de veces y sabía cuándo acabaría.— Señorita Kim, cualquier duda que resurja, su compañera deberá responderla. Si ella se niega a contestar, puede dirigirse a mi oficina y dar el aviso de una mala conducta. Acabada la entrevista, les deseo una buena tarde. Por favor, retírense y diríjanse al piso número once para realizar su coito obligatorio, las estará esperando la señorita Lee.

Momo abrió la puerta, esperando a que saliese antes para que pudiese seguirme el paso. El camino y la estadía al ascensor fue igual que estar en una habitación con un silencio espeso y peor. Ninguna parecía querer dirigirse la palabra y ahora podía sentir aquel nerviosismo que había desaparecido por un instante; no podía mantener relaciones con una mujer de su tipo en silencio, me causaba repelús e inseguridad, necesitaba que diese el primer paso.

Las filas típicas entre las portasemen y nosotras volvieron a repetirse al igual que la primera vez. Nuevas parejas fueron formadas y nuevos rostros fueron apareciendo, ya que no había tenido el placer o la desgracia de detallar a ninguna. Pronto, nuestros nombres resonaron a través de la mujer de negro y ambas nos encaminamos hacia la puerta, el corazón subiéndome como bilis cuando Momo la abrió por mí.

Lo único que pude observar, era una cocina.

Momo cerró con cuidado, posando una mano en mi espalda baja y esperando a que dejase de darle el vistazo a algo más que una impecable, lujosa y muy poco sexual cocina americana.

— No entiendo...

— ¿Qué es lo que no entiendes?

— ¿Por qué una cocina?

Momo me sonrió con suavidad, caminando hacia adelante sin quitar su mano de mí, provocando que avanzase junto a ella.— ¿Nunca has escuchado dichos relacionados con la cocina y el sexo? —¿Por qué ella creería que tendría la oportunidad de escuchar algo así?— El sexo es igual a la comida. ¿Tú sabes cocinar?

— Sólo comía latas de salsa de tomate, Momo.

Me ignoró, abriendo una libreta posada encima de la tabla de cortar.— Hay recetas aquí, ¿quieres intentar una?

Suspiré.

No creía que ella entendiese el sufrimiento que era para mí el esperar por un coito que no deseaba.

— Momo...

— La excitación puede surgir en ambas mujeres por diferentes razones. —Me interrumpió.— Las mujeres tienden a sentirse atraídas por una cocinera por la manera en que tocan. La sensación y experiencia de conocer texturas, aromas y sabores, les hace una idea de lo increíbles que podrían ser en la cama, tocando y consintiendo un cuerpo. Otras, por su parte, se sienten atraídas si sus parejas comienzan a tocarlas en plena cocina. Fingir que no les gusta o que no están prestando atención les puede excitar tanto como el admitir y mostrar desesperación.

— Y a ti... —Carraspeé, algo tensa.— ¿Te gusta eso...?

— Me gustaría tocarte mientras tratas de cocinar, es una probabilidad. —Cerró la libreta, volteándose con cuidado y mirándome a los ojos sin decoro alguno.— Pero sé que no sabes ni quieres cocinar, también sé que no quieres tener sexo y mucho menos conmigo, por lo que no fingiremos un escenario. Sólo tendremos sexo, pero esta vez lo haremos bien. —Me estiró la mano con suma dulzura, como si yo fuese una princesa y ella mi cuidadora. La recibí, dejando que me acercase hasta quedar frente a su rostro.

Los nervios se volvieron incomodidad.

— No puedo.

— Lo sé. —Acarició mis mejillas, mirándome como si fuese la primera y la última mujer de la que estaría enamorada. No entendía cómo era que podía esconder su desagrado hacia mí con tanta sencillez, pero sin dudas y por más que me afectase admitirlo, me hacía sentir amparada. Su táctica funcionaba, podía sentir un cálido color en mis mejillas y mis vellos se erizaban cada vez que sus pulgares rozaban mi piel. Estaba utilizando el recurso más bajo que pudo haber encontrado, pero la fragilidad con la que me estaba tratando, me hacía confiar, o quizás sentía que se lo debía por haberla hecho sufrir.— Seré gentil para que no vuelvas a sentir dolor, sólo deseo que te tranquilices. —Asentí, percibiendo una de sus manos serpenteando hacia abajo, sujetando la curva de mi cintura y acercándome más a su cuerpo.— Voy a besarte, ¿alguna vez has besado?

— N-no...

— Aprenderás. Cierra tus ojos.

Obedecí, pasando saliva, sintiendo un cosquilleo insoportable calándome en el interior cuando su suave respiración topó contra mis labios. Tomó mi inferior con cuidado, tirándolo con suavidad antes de seguir con el superior. Me sentía petrificada, mi boca no se movía a la par y mis manos estaban sudadas. Desvié la mirada, botando todo el aire que tenía contenido.— Momo...

— Mueve tus labios como desees, te seguiré el paso, no te sienta presionada ni por tiempo ni por experiencia.

No alcancé a responderle antes de que su boca se posase sobre la mía nuevamente, regalándome un corto y agradable beso que pronto incrementó. Intenté dar mi primer movimiento, casi temblorosa, la textura de sus labios percibiéndose sedosa y húmeda. Era una sensación nueva y para nada aborrecible. Sólo se sentía como era, un beso, nada demasiado sorprendente.

Sus manos sujetaron las mías para llevarlas alrededor de su cuello. Accedí, la yema de mis dedos rozándola casi de forma imperceptible. Una vez se dio cuenta de que no me alejaría, ladeó la cabeza, haciéndome retroceder y arrinconándome contra la encimera. Un jadeo bajo escapó de su garganta, mi corazón dando un vuelco y sintiendo una curiosa corriente por la espina dorsal.

Era una inédita e intempestiva sensación. Era excitación o debía suponer que lo era, pero era irracional creer que estaba excitada. No lo estaba. Mi cuerpo se estaba preparando para recibirla de forma fisiológica, porque era lo que debía pasar, no porque quería que pasara. Aún así, esta vez estaba lista, totalmente dispuesta.

— Momo...

Se alejó para observarme, sus labios viéndose algo hinchados.— ¿Te sientes bien?

— Puedes hacerlo ya.

Su mirada se intercaló entre ambos ojos, tratando de descifrar por qué le había soltado aquello tan repentino. Volvió a besarme, pero esta vez, frenando al primer segundo y mirándome la boca como si de pronto desease más que nunca tener sexo conmigo.— Entreabre tu boca.

Su pulgar acarició mi labio inferior, mi cuerpo aceptando la propuesta sin cuestionarla. De pronto, su lengua invadió el interior de mi boca y mi respiración se entrecortó cuando sentí su mano bajo mi falda, agarrando mi trasero para pegarme más contra su cuerpo. Junté mi lengua con la suya aunque no supiese cómo, mi entrepierna latiendo de insistencia cuando noté su erección contra mí.

Aunque sólo por un momento me centrase en el placer que Momo trataba de entregarme, mi mente no estaba con ella del todo. Trataba de embarazarme, esto no era ni sería romántico, tampoco era por deseo mutuo, era nada más que un experimento lamentable. Allí estaba la raíz de mi infelicidad; recordar que mi voluntad no estuvo escrita en ningún contrato.

Con ambas manos, sujetó la parte trasera de mis muslos, alzándome y provocando que mis piernas se enrollasen en su cintura por reflejo y con miedo a caerme. Me sentó sobre la encimera, abrazando mi cintura.— Momo.

La sentí suspirar, alejándose y observándome, siendo enteramente paciente conmigo.— ¿Pasa algo?

— Realmente deseo que hagas esto rápido.

— Dahyun.

— Sé que dije que podías complacerme, pero ya lo hiciste. —Su boca se volvió una línea tensa.— No me quites la ropa, tampoco me toques los senos, sólo haz lo que tengas que hacer.

Tomó la decisión de responderme con un suave beso en vez de sólo una palabra, mi cuerpo entero temblando visiblemente cuando dos de sus dedos presionaron contra mi ropa interior. Un beso en mi mandíbula fue lo que siguió, y su mirada, a pesar de verse sumamente serena, parecía destellar frustración.

Sin pedirme permiso, metió su mano dentro de la tela, acariciando mis pliegues sin bochorno alguno y resultando en un chillido escapando de mí. Se veía tan decidida, que por más humillada que me sintiese, mis piernas se abrieron por sí solas.— ¿Se siente mal, Dahyun? —Su pregunta me hizo quedar en silencio, sintiendo un camino de besos descendiendo por mi cuello.— Seré delicada contigo durante los escenarios porque es lo que te gusta. Incluso si no lo admites, tu humedad te delata, y no me malinterpretes, no quiero burlarme, sólo trato de recordarte que incluso aunque finjas desagrado, mi forma de tocarte es mucho mejor de la que podrías hacerlo tú.

Posó una mano en mi espalda y me recostó, sus besos jamás yéndose de mi cuerpo.

Cuando uno de sus dedos comenzó a sumergirse en mi interior, me quejé, cerrando los ojos con fuerza.

Lo supe desde un principio.

Me había mencionado que tendría privilegios, que ellos serían eternos, yo no. Podía fingir todo lo que quisiese para conseguirme, pero la realidad siempre sería una. Me sentía humillada dado que odiaba que me tocase, pero odiaba más que fingiese querer tocarme. Me sentía utilizada, incluso si ella había hecho todo a su alcance para que disfrutase de este escenario, simplemente no podía con sus palabras repitiéndose en mi cabeza.

Mi pequeña excitación bajó luego de eso.

Podía reconocer que había acertado en algo: me gustaba el afecto. Era difícil tratar de buscarlo en alguien sin confiar en nadie, me sentía como un gato maltratado, pasando por la etapa defensiva y agresiva, y ante la primera muestra de afecto, sentirse desconfiado y a punto de ser traicionado otra vez. Había sufrido tanto durante tristes largos años, que ingenuamente mi cuerpo reaccionaba con un poco de amor. Los besos, los abrazos y las caricias se sentían repulsivas de todas las maneras posibles, pero hoy, sentir a Momo con tanta dulzura y preocupación, me había seducido y tocado tan íntimamente que se sentía degradante.

Acepté el sufrimiento y el desgarre que obtuve durante mi primer coito porque era a la brusquedad que estaba acostumbrada, pero había disfrutado el cuidado de alguien que no fuese Sana y Tzuyu. Se había sentido intrigante ser escogida por alguien más, incluso si Momo me consideró una persona antipática, me escogió, e incluso si no le gustó cómo fue nuestra primera vez, decidió complacerme en la segunda. Se había dado cuenta de eso incluso antes que yo misma y no podía sentirme más triste por ello, porque sólo existía para llenarme de esperma, no para quedarse conmigo. Y por supuesto, yo no quería su amor, yo no quería el amor de nadie, pero eso no quitaba el hecho de que fuese consciente de mi desamparo y de lo miserable que se sentía ser parte de una situación así.

Solté un gemido cuando sumergió hasta el último centímetro de su miembro, el dolor que logré sentir los primeros segundos, disipándose de inmediato. 

La odiaba. Quería frenarla, patearla y obligarla a que se fuese de aquí, pero mi boca no dejaba escapar más que jadeos con cada embestida. Ambas nos mirábamos, rara vez tomándonos un momento para pestañear y no entendía por qué no podía imponerme frente a ella. Podría gritarle, tenía la oportunidad, pero quizás sabía que a ella no le importaría, ella seguiría a mi lado repitiéndome que yo era su compañera y que debía complacerme. 

Todas las semanas serían iguales y era mejor comenzar a acostumbrarme y a alejar ciertos sentimientos de odio a la hora del coito. No me convenía, sólo nos haría pasar un mal rato a ambas.

Mis mejillas seguían intensamente acaloradas cuando ella acabó en mi interior, nuestras respiraciones sincronizándose a medida que el momento llegaba a su desenlace, nuestras miradas aún sin apartarse.

Entonces sólo me hizo falta analizarla un poco para saberlo; ella tampoco lo había disfrutado.

Me limpió con una toalla húmeda, arreglando mi ropa interior y alzándome con cuidado para que pudiéramos salir de la habitación. Allí se encontraba la mujer de negro, leyendo un par de hojas de su libreta antes de alzar la mirada y pedirnos que nos acercásemos. Nos volvió a decretar bajar al piso cuatro para que me hiciesen un chequeo y asegurarse de que había tenido coito y nosotras hicimos caso.

Al igual que nuestro primer coito, una vez terminada la inspección, ambas nos separamos al salir.

Cada vez mis sentimientos se volvían más pesados y sólo habían pasado dos semanas. ¿Qué hacía Momo luego de separarse de mi lado? Me preguntaba si ella disfrutaba el tiempo con alguien más, si tenía sus propios pasatiempos y familia, o si ambas sólo éramos una piedrecilla estorbándonos en medio del camino y que desgraciadamente no podíamos patear. Aunque el edificio fuese gigantesco, era extraño que no me topase con ella, y tampoco era que quisiese toparla, sólo que la imaginaba como un perrito faldero tras de mí luego de ciertos eventos y me descolocaba que no fuese así. No sabía cuánto tiempo más podría sobrevivir merodeando los pasillos, después de todo, no podía irrumpir en la habitación de Mina o Chaeyoung, siquiera dudaba que me recordaran. Sana y Tzuyu eran una familia, yo no sería su cuarteto o su hija segunda. Jihyo ya me había aguantado demasiado. No me quedaba nadie más.

Me sentía como un estorbo, porque nadie conseguía agradarme y yo no conseguía agradarle a nadie, y para ser franca, tampoco quería agradarle a alguien. Podía ser un pensamiento terco, pero es que sentía que todas me observaban como un ente para compadecerse y eso sólo me hacía tomar más distancia.

Me dirigí a mi cuarto esta vez, recostándome y cerrando los ojos con somnolencia. Debía de darme una ducha impostergablemente, pero estaba demasiado agotada como para considerar el asco en mi cuerpo y no el cansancio que provocaban mis pensamientos.

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