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CAPÍTULO 2:
LA FAMILIA YOO
Nabi se quedó parada, sin poder asimilar nada de lo que había sucedido. Algo que probablemente no sería nada en la vida de una persona normal, pero que, en la suya, una vida tan monótona, significaba una gran emoción.
El sonrojo se apoderó de sus mejillas y ella agradeció ese efecto tardío, de otra manera, hubiese terminado de quedar como una estúpida.
Min Yoongi, el chico nuevo, no lo entendía. La extrañeza para Nabi no radicaba en encontrarse con una persona nueva, sino que él propiamente tal le resultaba extraño. Era un chico que jamás podría pasar desapercibido. Su rostro, su cabello, su ropa y hasta su manera de ser era algo muy difícil de encontrar en Seondong.
Se obligó a sí misma a olvidarlo momentáneamente, a recordar que desde hacía tiempo estaba conociendo a Hoseok y que, sin dudas, él era un muchacho genial. Había sido el primero que la había mirado como a una persona real y no como a la hija del pastor Yoo. El único que le había planteado una conversación normal, como si ella fuese una chica más.
Y lo era. Era una chica común y corriente que había tenido la desdicha de nacer en la familia de los Yoo.
—¿Ha sido una tarde muy lenta?
La chica se sobresaltó con la voz femenina que la sacó de sus pensamientos. Se trataba de la señora Kim, la esposa del señor Choe, que acababa de aparecer por la puerta trasera de la tienda por la que sacaban las bolsas de basura. La mujer la miró con una sonrisa que le hizo sentir la calidez familiar que tanto le hacía falta, pues los Choe la habían recibido con los brazos abiertos cuando ella se había ofrecido a ayudar en la tienda y no habían dudado en tratarla como la nieta que nunca habían tenido.
—Un poco más de lo normal —le respondió la muchacha, devolviéndole la sonrisa.
La mujer de avanzada edad caminó con dificultad hacia el mostrador y le tendió un pequeño fajo de billetes.
El trato era que Nabi ayudaría a los Choe sin ningún tipo de remuneración, simplemente se trataba de una ayuda desinteresada, tal cual su padre le había inculcado durante su infancia. Pero ellos no dejaban de insistir en darla una pequeña paga al final de cada semana.
—No es mucho, pero puede servirte para juntar un poco de dinero y viajar —había dicho el señor Choe la primera vez que le había tendido el fajo de billetes.
El corazón de Nabi se había estrujado, tanto por la acción como por lo que le había dicho. Había intentado negarse un par de veces, pero temió hacerle sentir mal por rechazar su tan buena intención.
—Vete a casa, linda. Cerremos la tienda más temprano —Le dijo la señora Kim, poniéndole una mano sobre el hombro.
Sintió nuevamente aquella sensación de calidez en el pecho que le indicaba que algo le causaba ternura, y asintió con la cabeza para luego ayudarle a la mujer a poner todo en orden. Se puso la chaqueta antes de salir, debido a que ya había comenzado a hacer frío, y cerró la puerta con llave.
Afuera ya estaba oscuro y una pequeña niebla cubría los alrededores. A Nabi le gustaba aquella hora del día, a pesar de que su padre no le permitía andar en la calle para nada más que no fuese volver a casa desde la tienda. A menudo se encontraba caminando más lento de lo normal para poder disfrutar de cómo Seondong se veía sumido en la oscuridad y para escuchar con gozo cómo las olas reventaban contra las rocas a un par de manzanas de distancia. Después de todo, aprender a disfrutar de su monótona vida era lo único que podía hacer, pues su padre no tenía grandes planes para su futuro. Él jamás permitiría que Nabi, su única hija, abandonara el pueblo para asistir a la universidad porque lo único que debía hacer ella era encontrar un buen esposo que pudiese administrar la parroquia de manera correcta.
El pequeño esplendor de una llama la hizo detenerse un momento. Una cerilla había sido prendida a un par de metros más adelante con la intención de encender un cigarrillo. Nabi aguantó la respiración por un segundo, dándose cuenta de que aquel era el chico de la tienda y se preguntó si era bueno que él la viese, aunque ya era demasiado tarde para evitarlo.
Min Yoongi le dedicó una mirada fugaz antes de elevar sus ojos hacia el cielo. Se había sentado en una banca metálica que había comenzado a oxidarse producto del constante contacto con la brisa marina y, de no ser por ella, su cuerpo vestido únicamente con prendas negras se habría camuflado con la oscuridad de la noche. Nabi aguantó la respiración mientras seguía su camino, si no hubiese estado tan nerviosa probablemente se hubiese molestado porque el chico no le prestó ni la más mínima atención.
Se le hacía tan enigmático, tan interesante...
Cualquier cosa que viniese de fuera de Seondong le sería interesante.
Los pies de Nabi no detuvieron su andar hasta llegar a su casa, una hermosa construcción de dos pisos y fachada blanca que parecía nunca ensuciarse ni desgastarse por más que los años pasaran. El pueblo de Seondong era bastante pequeño y podía dividirse en cuatro grandes sectores: el centro, la zona comercial, la zona residencial y la periferia, por lo que la mayoría de las casas de los habitantes se encontraban agrupadas en el mismo sector. Cruzó el antejardín de césped verde brillante del que su madre se encontraba tan orgullosa y entró.
—¡Estoy en casa! —Avisó, yendo directo a la escalera para ir a su habitación.
—Todavía falta una hora para que tu jornada termine.
Nabi se quedó a mitad de camino al escuchar la voz de su padre, que se había asomado desde la sala para verla. Se giró con una pequeña sonrisa en los labios, juntando las manos detrás de su cuerpo.
—La esposa del señor Choe dijo que cerraría antes.
Su padre, un hombre joven al que recién le comenzaban a aparecer canas en el cabello, la miró a través de los cristales de sus anteojos rectangulares por un segundo, para finalmente asentir con la cabeza, dándole permiso para seguir su camino. Nabi corrió escaleras arriba y cerró la puerta su habitación apenas estuvo dentro. Se arrodilló a un lado de su cama para alcanzar una pequeña cajita de color rosa que guardaba debajo de esta en la que solía poner cosas que no quería que sus padres encontraran en su habitación. El esmalte de uñas color rojo, el cambio que le había regalado el chico nuevo y la paga de los Choe fueron escondidos allí.
Rápidamente se puso de pie y prendió la pequeña radio que sus padres le habían regalado a regañadientes la navidad pasada, después de que ella estuviera meses encaprichada pidiendo un aparato para escuchar música. Después de un par de segundos Take on me de A-ha comenzó a sonar por los parlantes, la primera canción de la compilación que Yuna le había grabado en un casete para que pudiese escuchar sus canciones favoritas en vez de la aburrida programación de la radio local de Seondong.
Un par de golpes fuertes en la puerta de su habitación la hicieron sobresaltar y se vio obligada a bajarle el volumen a la música. La puerta se abrió con extrema suavidad y el rostro gentil de su madre se asomó.
—Ya es hora de cenar —le avisó con su inalterable voz—. Y ten cuidado con el volumen de la música, Nabi, ya sabes lo que piensa tu padre sobre eso.
La chica asintió con la cabeza y terminó por apagar la radio. Cuando llegó al comedor sus padres ya se encontraban sentados, por lo que también se sentó en silencio y luego de dar las gracias por los alimentos, comenzó a comer el estofado de carne que había preparado su madre.
De pronto recordó que le había ofrecido una pijamada a su amiga, aunque sin saber realmente si su padre lo aprobaría. Yuna ya se había quedado a dormir en su casa, pero Nabi jamás la había invitado sin pedir permiso. Sabía que a veces su padre no estaba de humor para recibir visitas, y menos a la chica de risa escandalosa que era Yuna.
Levantó la vista y observó disimuladamente a sus padres, que masticaban en silencio.
Tenía que preguntar, pues ya le había dicho a Yuna que fuese a su casa y no quería defraudarla. Tomó el vaso que tenía enfrente y dio un largo trago de agua. De pronto se le había quitado el hambre y una sensación desagradable se había instalado en la parte alta de su estómago, algo parecido a un nudo que le provocaba ganas de vomitar. Dejó el tenedor sobre la mesa al sentir que la mano le había comenzado a sudar tanto que este se le resbalaba.
—¿Puede Yuna venir a dormir mañana?
Su voz había salido más aguda de lo normal y había hablado más rápido de lo que acostumbraba. Mantuvo la vista sobre el plato porque el silencio posterior a su pregunta le pareció aún más pesado que el anterior.
Su padre soltó un gran suspiro, como si aquella simple petición que Nabi había hecho fuese la molestia más grande del mundo y terminó por responder con un sonido afirmativo. Instantáneamente el cuerpo de la chica se relajó, dejando atrás la tensión que le había producido el sólo hecho de pensar en que tenía que preguntarle a su padre. Volvió a tomar el tenedor luego de limpiarse el sudor de las manos con su ropa y se esmeró en terminar de cenar sin que pareciera que estaba apurada por volver a su habitación, aunque esa fuera la realidad.
—Nabi —la llamó su padre cuando ella se encaminaba hacia las escaleras después de haber llevado su plato hacia la cocina.
—¿Sí?
—Ven.
Volvió al comedor a paso lento, donde su padre se encontraba aún, e instintivamente escondió sus manos detrás de su cuerpo. No se atrevió a levantar la mirada ni a preguntar qué era lo que sucedía, por lo que sólo se quedó allí esperando a que su padre se dignara a decirle lo que debía.
—Muéstrame tus manos.
La chica tuvo que aguantar las ganas de arrugar su rostro en una mueca. ¡Qué estúpida! ¿Cómo había olvidado ese pequeño detalle? Sus manos formaron dos puños cuando las llevó delante de su cuerpo, negándose a que su padre viera lo que realmente quería.
Antes de que él pudiese decir algo, sus manos se estiraron con lentitud.
—¿Qué es eso? —Preguntó con dureza.
El labio inferior de Nabi tembló ligeramente y fijó sus ojos sobre el llamativo esmalte rojo de sus uñas.
—Me lo ha prestado Yuna, es un color nuevo que compró.
Un grito ahogado salió de su garganta cuando su padre levantó la mano y le golpeó todos los dedos de manera brusca.
—Ese no es un color apropiado. Es vulgar.
—Pero...
Una bofetada la hizo callar, sin darle la oportunidad de poder explicar nada.
—¡No te atrevas a responderme! —Soltó un gran suspiro—. Vete a tu habitación ahora y quítate eso de las uñas o yo mismo te lo arrancaré.
Nabi se dio media vuelta y obedeció. Se encerró dentro de su habitación, se sentó sobre la cama y se quedó allí un par de minutos. Ni siquiera tenía ganas de llorar, probablemente porque estaba acostumbrada a que su padre la tratara de esa manera, pero eso no calmaba la tristeza que le provocaba.
Se recostó sobre el colchón, con el corazón latiéndole dolorosamente. Le parecía increíble que a la corta edad de dieciocho años el único hombre que le había roto el corazón había sido su propio padre. Y no sólo una vez, sino que centenares de veces, siempre que Nabi se comportaba de manera no apropiada la chica debía esperar una bofetada.
Era la única manera en la que la haría entender, o eso le había dicho él una vez que oyó a su madre reclamando por los golpes que le daba. Pero Nabi estaba segura de que debían de existir otras formas, aunque todavía no lograba descubrir cuáles eran, pues no conocía otro modo de crianza.
Finalmente, luego de quitarse el color que tan lindo se le hacía, se acomodó para dormir e inevitablemente recordó al chico nuevo. Min Yoongi se le había hecho tan interesante que aquella noche Nabi había decidido que lograría acercarse a él. Luego pensó en Hoseok, con su sonrisa tan encantadora y su cariño tan inocente, y su estómago se revolvió. No estaba en ningún tipo de relación formal con él, pero sabía que estaban yendo por ese camino, y entonces... ¿por qué no podía dejar de pensar en Yoongi? Hoseok era un chico excelente, todo lo que quería en un hombre lo tenía él, pero había un detalle que le tomó un momento darse cuenta: a pesar de que Jung Hoseok le gustaba muchísimo, seguía sintiéndose vacía, como si algo le faltara.
Contuvo la respiración al darse cuenta de que quizás esa persona era Yoongi.
Sin embargo, no sabía qué hacer para averiguarlo. No sabía si era correcto terminar su incipiente relación con Hoseok para probar o si simplemente debía arriesgarse a estar con ambos a la vez.
Nabi cerró los ojos, sin poder creer el rumbo que habían tomado sus pensamientos.
Por favor, no olvides votar <3
-Nini
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