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Capítulo X

La noche estaba fresca, el aire helado se deslizaba por las cortinas que reflejaban débilmente la luz de la luna. A lo lejos, se escuchaba la melodía de la vida nocturna y el movimiento de sus habitantes.

Victoria estaba recostada en su cama, moviendo sus piernas de arriba a abajo lentamente mientras intentaba quedarse dormida. Escuchaba música para relajarse y miraba el techo haciendo garabatos imaginarios, extravagantes y ágiles como bailarines en obra épica.

Sus párpados se comenzaban a sentir pesados en medio del clímax de la sinfonía y empezaba a desconectarse para entregarse totalmente a los brazos de Morfeo.

De repente, un fuerte estruendo la hizo dar un sobresalto. Alguien se había topado con su puerta y estaba haciendo un escándalo en el pasillo.

Mis vecinos y sus idioteces...

El chico no se callaba, era un total ebrio. Se escuchaba como si estuviera en la plaza.

-Maldita sea...-dijo Victoria, levantándose molesta de su cama, apagando la música y caminando directamente a la puerta-. Probablemente, es mi vecina con un gilipollas que se encontró.

Abrió la puerta y sin pensarlo empezó a reclamar.

-A ver, tía, ¿qué es ese escándalo? Qué falta de respeto traer aquí a cualquier gilipollas, ¿no sabes que muchos estamos durmiendo ya?

La chica solo sonrió abriendo su puerta e intentaba jalar al chico, el cual estaba hecho un desastre, ni siquiera podía caminar.

-Venga, lo siento, no sabía que te molestaba tanto. Tranquila, no volverá a pasar.

Victoria solo la miraba molesta por su falta de interés real y enfocó su mirada en el chico. Lo reconoció.

¿Qué ese no es Santiago?

-¿Sabes el nombre del chico, por lo menos? -dijo Victoria saliendo de su perímetro.

-Ah, sí. Es Gaby, Gaby, mi amigo de la uni.

-Ah, sí, claro, Gaby y yo me llamo Julieta... basta -dijo Victoria molesta acercándose a Santiago.

-¡Eh! ¿Qué te pasa? No es de tu incumbencia. Ni siquiera lo conoces.

Dijo la chica intentando detener a Victoria que pretendía llevarse a Santiago.

-Escúchame niña. Ese muchachito que tienes en la puerta de tu casa con intenciones de hacerle saber Dios que, se llama Santiago Andrade. Su familia podría hacerte pedazos con una demanda. Supongo que no quieres eso, no vale la pena. Déjalo.

Victoria apartó a la chica para finalmente jalar a Santiago y ponerlo en su espalda. Con dificultad caminó de regreso a su apartamento y cerró con llave, dejando a la chica afuera, molesta y confundida.

Victoria tiró a Santiago de su espalda al sillón y respiró agitada.

-Qué pesado estás tío. Venga, levántate, no creo que te hayas puesto tan borracho -dijo ella mientras lo intentaba incorporar y despertar.

Santiago solo murmuraba cosas sin sentido. No lograba regresar a sus cabales.

Victoria se levantó y fue a la cocina en busca de algo que pudiera darle para regresarlo a sus sentidos.

-Que le puedo dar a este tío. -decía ella para sí misma.

Puso a calentar agua y le hizo un espresso para despertarlo y hacerlo vomitar para eliminar cualquier sustancia de su sistema. Luego preparó agua con limón y sal para hidratarlo.

Le llevó el café y Santiago seguía allí tirado en el sillón.

-Santiago, tomate esto. Te hará bien, confía en mí. -dijo jalando su mano para hacerlo tomar de la taza.

Santiago intentaba pero caía.

-¿Qué te habrá dado esta tía?, ven.

Lo jaló y obligó a que tomara el espresso. Santiago hizo una cara de asco, pero siguió obligándolo hasta que se lo terminara. Santiago volvió a caer al sillón y Victoria bufó.

-¿Por qué terminé yo siendo la niñera de este? ¿Debería de llamar a Nicolás? No. Ya es tarde.

De un momento a otro, el muerto resucitó y salió corriendo al baño. No sabía, por supuesto, donde estaba el baño, por lo que, corrió a la cocina, la cual tenía enfrente y vomitó en el lavabo.

Victoria alarmada corrió tras él y lo vio que no ensuciara fuera del lavabo.

Vomitaba y vomitaba.

-Madre mía. -dijo ella asqueada dándole palmadas a la espalda de Santiago.

Después de unos segundos, Santiago se detuvo. Limpió su boca y casi se desmaya, pero Victoria lo sostuvo.

-No te caigas, no te caigas. No te voy a poder levantar si te caes. Ven, te llevo de regreso. Por lo menos puedes caminar y mantenerte ahora... -dijo ella caminando con él al sillón.

Parecía zombie, solo actuaba de forma mecánica. Por lo menos actuaba.

Victoria parecía grillo saltando de un lado a otro. Fue de regreso a la cocina a echar agua en el lavabo y llevo el agua preparada que le haría efecto hidratante y desintoxicante a Santiago. Le sirvió un vaso y se lo dio.

-Tomate eso.

Santiago solo tomó como si su vida dependiera de eso.

Victoria le dio otro.

-Otro más.

Volvió a tomarlo.

-Vale, recuéstate. Necesitas descansar... y yo también... mañana me ocuparé de ti. -dijo suspirando y ayudándolo a recostarse en el sillón de forma que no se lastimara.

Santiago como niño zombie solo hizo caso a lo que la chica le decía.

Victoria fue por una cobija y se la puso encima, para ese entonces Santiago ya había caído rendido.

Aquella chica solo suspiró y se fue a recostar, ahora sin la gracia de Vivaldi u otro maestro de la música clásica.

-Vaya tonto este Santiago, la chica estaba dispuesta a cualquier cosa con él en ese estado...

Se recostó finalmente y casi de forma inmediata cayó gloriosamente en los brazos de Morfeo.

Pasaron las horas, la noche fresca y oscura desapareció para darle paso a la mañana cálida y resplandeciente. Victoria despertó para darse una ducha fría y vestirse tan hermoso como solo ella podía hacerlo.

Salió de su habitación y prendió la música habitual de su mañana. Se asomó para ver al sillón y Santiago seguía totalmente dormido, suspiró y caminó hacia la cocina para empezar a preparar su desayuno y el del sujeto que tenía en su sillón. Esa mañana había optado por algo fresco y sano. Un smoothie bowl de fresa y banano con granola y nueces.

Mientras tanto, Santiago empezaba a escuchar a lo lejos de sus sueños sin sentido, la música clásica, entrar a sus oídos como una melodía angelical. Extrañado empezó a abrir sus ojos, hizo el esfuerzo de enfocar la vista, pero sus ojos se deslumbraban por la luz que se asomaba por las ventanas.

¿Dónde estoy?

Empezó a enderezarse del sillón donde estaba acostado sin reconocer su entorno y quedó sentado, lo primero que vio fue una figura en la cocina que capturó su atención.

Era esbelta, grácil, la forma en que se movía transmitía una elegancia natural. No podía ver su rostro, pero la manera en que su cuerpo se inclinaba ligeramente hacia la encimera, con movimientos precisos y fluidos, tenía algo hipnótico.

Su cabello, largo y oscuro como la noche, caía en cascada sobre su espalda, con sutiles destellos que reflejaban la luz del ambiente, dándole un toque casi etéreo. Desde su posición, Santiago podía distinguir las suaves curvas que acentuaban su figura, proporciones que se movían con una delicadeza que no necesitaba más fuerza para imponer respeto.

A pesar de la confusión y el dolor de cabeza, algo en su interior le decía que esa figura era familiar, que esa postura, esa actitud, le eran conocidas. Pero el cansancio y el entumecimiento mental le impedían unir las piezas de inmediato. Sin embargo, mientras la observaba, una sensación de calma y curiosidad comenzó a reemplazar la ansiedad que había sentido al despertar. ¿Quién era esa mujer?

Victoria dio la vuelta para alcanzar la licuadora y vio al zombie despierto.

-Ah, ya estás despierto. ¿Cómo te sientes?

Santiago abrió sus ojos con sorpresa y confusión.

¿Qué demonios hago en la casa de Victoria Luna?

-¿Victoria? Yo-... yo me siento bien, digo no sé, un poco de resaca, supongo, pero... ¿Qué hago aquí?

Victoria arqueó su ceja y sonrió con malicia para decirle.

-Te metiste a mi casa borracho.

Santiago alarmado se levantó de un solo provocando un mareo que lo hizo sentarse.

-¿Cómo que me metí a tu casa?, ¡si ni siquiera sabía donde vives! Es más, ni sé donde estamos. -dijo con un tono preocupado.

Victoria no pudo aguantar y rio.

-Tranquilo, estoy jugando, no te metiste a mi casa.

-Tory... por Dios, Victoria... Me sacarás el corazón de un susto. -dijo Santiago con una mano en su pecho mientras se levantaba, esta vez de forma tranquila.

Victoria sonrió con satisfacción y continuó haciendo el desayuno, tenía que hacer el smoothie.

Santiago caminó hacia la cocina y se sentó en una silla frente al desayunador intentando recordar algo, pero solo veía destellos de la noche anterior. Victoria terminó de licuar y sirvió en dos tazones aquella mezcla.

-¿Quieres aspirinas?

-Te ganarías el cielo.

Le sirvió dos pastillas y un vaso de agua.

-Te ves mejor de lo que creí que estarías, juzgando a como te encontré anoche.

Santiago terminó de tomarse las pastillas y la vio expectante.

-Soy todo oídos.

-Bien... yo estaba intentando dormir, de repente empecé a escuchar como afuera alguien golpeaba todo a su paso y hacía escándalo en el pasillo. Salí a ver que sucedía y mi vecina te intentaba meter a su apartamento, pero no te veías ni en condiciones de saber siquiera con quién estabas, entonces te salvé de ser expuesto en redes o donde sea que fuera a publicar lo que iba a hacer contigo.

-¡Maldita! -dijo sorprendido, pero vio la cara de Victoria-. ¡No tú!, la vecina.

-Ah... sí, creo que trabaja en un bar.

Santiago frunció su ceño y fue como si hubiera desbloqueado algo, un montón de recuerdos empezaron a aparecer.

-¡Ostias!, era la bar tender. Yo-..., pasó algo en mi casa y salí a tomar algo, no estaba de ánimos de hablar con alguien, mucho menos para ligar con alguien.

-Totalmente comprensible.

-Realmente no tomé mucho, me habré tomado a lo mucho 5 tragos, pero ella seguía insistiendo que fuéramos atrás del bar, algo por el estilo, pero la ignoré.

-Creo que te dio algo, Santiago. Venías hecho un total costal.

-Muchas gracias Victoria...

Ella asintió sonriendo cordialmente y terminó de preparar los bowls. Le dio uno a Santiago y ella empezó a comer el otro.

-Wa... estoy realmente conmovido. Me cuidas y me alimentas. Te gusto, ¿no es cierto?

Victoria lo vio con una mueca de disgusto.

-Come.

Santiago se rio y empezó a comer.

El tiempo transcurrió y Santiago volvió a agradecerle a Victoria su hospitalidad, la cual solamente le dijo que se cuidara porque el hecho que fuera hombre no lo exoneraba de pasar peligros en la calle.

Santiago regresó a dónde recordaba haber dejado su carro y por suerte aún estaba allí.

Manejó de regreso a casa y fue directo al baño a darse una ducha rápida. Al salir de la ducha vio un mensaje de su hermana.

Papá y mamá se volvieron a ir.

Santiago solo suspiró.

Domingo de pelis y delivery.

Sonrió y se puso ropa cómoda para estar en casa.

Luego de unos minutos sus hermanos entraron corriendo a la sala de estar tirándose al sillón prendiendo la televisión. El resto del día fue tranquilo para la familia Andrade, ninguna cena lujosa se comparaba a lo que tenían en ese espacio. Una familia feliz.

De regreso en la hermosa Malasaña, hogar de Victoria y el sin fin de arte de la vida universitaria.

Victoria, luego de dejar ir a Santiago, hizo un poco de limpieza y ordenó su apartamento antes de irse. Iría a visitar a uno de sus hermanos mayores.

Él estaba llegando a sus 30 años, ya estaba viviendo con su novia. Alejandro Luna.

Alto, con una complexión atlética que delata su dedicación al ejercicio sin caer en la ostentación. Su cabello, oscuro y ligeramente ondulado, siempre parece desordenado de una manera estudiadamente casual. Sus ojos, de un tono marrón profundo, son serenos pero agudos. Suele vestir de manera simple, pero siempre lleva una sonrisa ladeada que sugiere un sentido del humor agudo y algo irónico. Como buen hermano mayor, era protector con su hermana, pero sin ser abrumador; su presencia es más de un guardián silencioso que de una figura autoritaria.

La había invitado a almorzar a su casa, pues sabía bien que a Victoria no le gustaba salir mucho y si él no habla ella podría pasar en su casa como un fantasma. Mi hermanita, la fantasmita, decía él.

Victoria llegó al apartamento de su hermano con algo de pan y vino, la recibieron con los brazos abiertos y se dispusieron a pasar un buen rato, conversando y cocinando. Un domingo agitado para Victoria, pero que en su corazón era un abrazo cálido que necesitaba.


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