LA CHICA DE APENAS TRECE AÑOS RECIÉN CUMPLIDOS BAJÓ LAS ESCALERAS DE SU CASA DANDO pequeños saltos, tarareando una melodía que había escuchado en el colegio y pudo percibir el delicioso aroma de la comida que se estaba cocinando en el horno. Su madre tenía un don para la cocina, de eso no había duda alguna.

—Cielo, ¿puedes comenzar a poner la mesa? —preguntó su madre en un tono dulce y cargado de amor.

Ella movió su cabeza al asentir y se estiró para alcanzar los platos. Desde su posición podía ver a sus padres encargarse de la comida teniendo un cálido núcleo familiar. Antes de poder acercarse a la mesa, todo se tornó oscuro. Las lámparas se apagaron y la chica pudo sentir el miedo y el desconcierto crecer en su interior.

—Ve arriba y escóndete en el armario —le ordenó su padre.

La chica quiso protestar, pero obedeció con rapidez. Subió las escaleras tropezando en el último escalón, provocando que se raspara la rodilla izquierda con el filo de este. Sin embargo, se levantó a la velocidad de un rayo y se escondió en el armario del pasillo, olvidándose del ardor de su pequeña herida.

Colocó una mano sobre sus labios para evitar que su agitada respiración hiciera mucho ruido y se dedicó a escuchar cada detalle de lo ocurría. Primero hubo silencio, uno casi ensordecedor y luego pudo escuchar varios platos de la vajilla romperse. El grito de su madre casi la hace salir corriendo para ayudarla, pero sus piernas no le respondían por el pánico que estaba sintiendo en ese momento.

Segundos después, o quizá minutos, pudo olfatear el humo que comenzaba a inundar la casa. Salió de su escondite, desobedeciendo las instrucciones de sus padres. Tenía mucho miedo y quería asegurarse de que estuviesen bien.

—¿Mamá? —pronunció en un hilo de voz.

No recibió respuesta alguna y un nudo se instaló en su garganta. Alisó su falda, secando el sudor acumulado en sus palmas por el miedo y caminó lentamente por el pasillo de la segunda planta de la casa. La madera crujió levemente bajo su peso. Con cada paso que daba sentía que su corazón se quería salir de su caja torácica.

—¿Papá? —dijo un poco más fuerte.

Tampoco recibió respuesta de parte de su padre. Quería llorar. Casi sentía las lágrimas arder en sus ojos, pero no las dejó salir. No quería entrar en pánico. Seguramente era una broma pesada.

Entonces recordó que hubo varios robos en esa calle durante el pasado mes. Fue un milagro que no hubieran robado en la suya aquella vez.

¿Sería eso?

Con temor, se aproximó a las escaleras y comenzó a bajar los escalones con precaución. Sus piernas temblaban, amenazando con fallarles en cualquier momento. Al llegar a la primera planta apenas pudo ver las llamas de fuego antes de sentir un fuerte golpe en la cabeza. Cayó al suelo y lo último que pudo escuchar fue el débil susurro de su madre diciendo su nombre antes de que todo se volviese negro.