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Una nube a la deriva

Los amigos de Verónica miraban con extrañeza cómo aquella charlaba con Malany. Después de ir por el Boing de la chica, ambas se dirigieron hacia la jardinera que rodeaba una parte del patio. Fueron asediadas por las miradas de los otros, pero aquellas estaban lo suficientemente inmersas en su propia conversación que no daban noticia al foco que representaban.

—¿Qué se supone que tenemos que hacer con el clima? —cuestionó Verónica suspirando mientras veía a su compañera comer. No le cabía en la cabeza que en un momento tan curioso y extraño, la chica tuviera el ánimo de estar disfrutando de su comida como prioridad.

Malany se quedó un momento mirando el cielo. Su nueva compañera la siguió. En ese instante, las nubes se veían particularmente esponjosas. El azul cubría todo y era un clima agradable, como del cuarto del año, cuando hay un poco de calor, pero no demasiado para ser agobiante y el frío es tan mínimo que uno podría mirar la Navidad tan lejana como un bote de pesca.

—Los días son más agradables cuando el clima te ayuda —sentenció Malany haciendo un sonido con el popote del Boing.

—Pero es incontrolable, así como puede estar soleado un día, al siguiente hay un tormentón.

La chica se levantó de la jardinera y dejó su comida recargada a un lado para extender los brazos libremente.

—Así como un buen clima puede ayudar mucho a tu día, el clima de tu vecindario se traduce... en una especie de bienestar. Te dije que está regido por tus emociones, pero materializadas —explicó la chica que se puso frente a ella para pedirle que la siguiera—. Extiende tus brazos, siente el viento y cierra los ojos. Necesito que me digas qué sientes.

Verónica intentó poner atención en lo que decía, pero una horrible sensación estaba dentro de ella. Recordó el vecindario propio, aquel con tonos rojizos y un clima aterrador. Las emociones que Verónica percibía eran salvajes, una tristeza arrolladora, una alegría desenfrenada, parecía como si todas fueran pequeñas bestias que se liberaban en ella. La que estaba libre por ahí en ese momento, era precisamente la de la desesperación.

—No lo puedo poner en palabras —dijo bajando los brazos de un movimiento brusco. De lejos, alcanzó a ver a sus amigos riéndose de ella y percibió un hilo de fuego que pasaba por su espalda—. Basta, Malany. Hagamos esto en privado, no quiero ser la burla del salón.

Su rostro se volvió compungido y la postura se encorvó mientras se sonrojaba. Malany supo que tenía una mezcla de ira y de vergüenza. Se dio la vuelta y recogió su comida.

—Nos vemos en mi casa después de la escuela, si es lo que quieres. Pero te advierto que tu clima no está en privado, existe siempre y gran parte se mueve cuando interactúas con otros.

Malany le lanzó una última mirada antes de desaparecer entre las personas del patio y Verónica se quedó sola.

Algo que odiaba, si pensaba precisamente en las emociones, era eso. Se sentían más agudas cuando uno estaba solo. Mientras se mantenía de pie en el patio, con sus amigos mirándola extraño desde la lejanía, tan solo podía percibir ese extraño paisaje rojizo y terrible que se iba construyendo frente a ella. Se encontraba tan caótico en la punta de su estómago, que tan solo quería salir corriendo de ahí. Si lo pensaba bien, siempre quería salir corriendo de todos los lugares. Era una sensación terrible.

Después de intentar luchar contra ello y de sentir ese horrible sudor frío que ya comenzaba a molestarla, la chica se fue hacia los arbustos más lejanos que pudo encontrar. Eso sí, intentó hacerlo con la mayor seguridad que pudo encontrar y rogó porque el receso terminara lo antes posible.

Malany aún no le explicaba cómo es que podía regular aquello, pero en definitiva, empezaba a atar cabos. Durante clase, no podía evitar darse cuenta del verdadero remolino que tenía adentro. Era una pesadez que se sentía como ese bochorno en su vecindario. Los comentarios esporádicos de compañeros que le desagradaban, provocaban un trueno en el corazón. El riachuelo de envidia, de fastidio y de coraje, corría de repente con mucha intensidad. Casi podía adivinar que en el vecindario estaba cayendo la tormenta del siglo.

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Se bajó corriendo de la pesera con unas ganas tremendas de gritarle a Malany que le dijera de una vez, cómo detener esa horrible sensación. Deseaba parar la tormenta más que nada en la vida, pero hasta el momento, solamente había logrado percibir con mayor precisión lo que sentía.

—Ya dime cómo —soltó en cuanto Malany cerró la puerta de su pequeña habitación—. Estoy cansada...

—¿No te habías dado cuenta, verdad? —cuestionó Malany sentándose en su cama de un brinco—. La mayoría de veces, las personas no se dan cuenta de su clima. Pero es verdad, está ahí, siempre ahí. Puedes ignorar que está lloviendo, pero la verdad es que el cielo sigue soltando lluvia aunque no quieras mirarlo.

Verónica giró los ojos y bajó su mochila para sacar un cuaderno y un lápiz.

—Ajá, escribe aquí lo que debo hacer.

Malany la miró divertida y después le señaló con la cabeza la puerta.

—Quizá necesitemos un poco más de tiempo, un lugar más privado.

Volverían a Life. La mente de Verónica estaba levemente alterada. Sabía que regresar a ese sitio de fantasía, simplemente lograría sellar la idea de que todo era verdad. Pero no tenía otra alternativa más que atravesar esa brillante puerta y aparecer de nuevo en la pequeña casa de Malany, junto a Puki, que ya esperaba su regreso.

—Si yo viviera en una habitación como la tuya, sabiendo que tengo esta hermosa mansión... Me volvería loca —dijo Verónica dejándose caer en el cómodo sillón.

Malany fue hacia las ventanas y deslizó las hermosas cortinas de seda para dejar ver el clima templado de su vecindario.

—Empezaremos a trabajar ahora. —Malany subió por las escaleras afelpadas y bajó con un cuaderno, colores, plumas y pinturas. Además, colocó unas cuantas plastilinas que soltaban un olor delicioso.

—¿Qué es esto, el jardín de niños? —rio Verónica admirando el material frente a ella.

—Tú me dijiste que no podías decirlo, pero puedes pintarlo, puedes moldearlo; lo importante es que tienes que poner frente a ti lo que sientes. Ser consciente —explicó Malany sentándose a su lado—. No te preocupes, Puki y yo podemos dar un paseo mientras lo haces.

—¿No dijiste que esto no puede hacerse en privado? —cuestionó Verónica volviendo a echar un vistazo a los instrumentos.

Malany soltó una leve risa y tomó a su dulce perrito entre las manos.

—Claro que hay cosas que son solo para ti, pero poco a poco irás entendiendo a qué me refiero.

La chica salió por la puerta principal. 

Poner sobre la mesa lo que sentía... qué interesante tarea.

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