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Rumbo a Life

Verónica admiraba los alrededores del cuarto de Malany como si se tratara de la sala de un museo. Estaba empezando a dudar que toda esa historia del chico que le gustaba en realidad fuera verdadera. Dejó su mochila en una de las esquinas, mientras continuaba su inspección. 

La sospecha de que Malany podía herirla gravemente ahora se diluía de a poco, porque ella creía en el poder de lo que un cuarto decía de una persona. La habitación de Malany estaba repleta de detalles que desvirtuaban absolutamente la teoría inicial.

Desde los tiernos peluches que decoraban las estanterías mal colocadas, hasta los pequeños pósters de películas que le parecían, francamente, la cosa más ñoña que pudo haber visto.

Malany se encontraba acomodando todo para que su invitada estuviera cómoda. Movió algunos objetos del escritorio rosa que poseía. En realidad, aquel era una mesa con las imágenes de princesas animadas, que su madre había conseguido a un excelente precio cuando fue al mercado. Tenía años con ella, primero fue su pequeño comedor y ahora era la mesa que sostenía sus tareas y las horas de dibujo.

Cuando todo estuvo lo suficientemente perfecto, Malany le indicó que podía sentarse y ella misma tomó lugar en su cama. No sabía por donde empezar, pero todas las cosas que habían sucedido hasta ese momento la llevaban a comprender que nunca encontraba las palabras, tan solo era cuestión de hablar.

—Verónica... en realidad no te traje aquí por un chico —comenzó la chica sonriendo con calma, para no sonar demasiado alarmante.

—Eso lo sé. No creo que tú puedas siquiera gustar de alguno. ¿Sí sabes que tenemos quince años? Porque todo parece de una niña de ocho.

Malany le dio un rápido vistazo a su propio cuarto. En realidad a ella le gustaba bastante. Recordaba que antes, hacía mucho tiempo, llegó a pensar que su habitación era una verdadera porquería. Lo creía así porque había visto demasiada televisión y pensaba que su cuarto debería ser al menos quince veces más grande. Sin ningún clavo a la vista y con la pintura más hermosa que se pudiera encontrar. Con el tiempo, comprendió que sus padres crearon ese espacio con amor y con todo el esfuerzo que cabía en sus manos.

Ahora, le gustaba bastante. En el futuro, quisiera crear uno mejor (parecido al de su vecindario) pero en ese instante adoraba su pequeña cueva de la alegría.

—Entonces... ¿qué hago aquí? —cuestionó finalmente Verónica.

Malany volvió a hacer una larga pausa.

—Bien... tengo una misión. Y esa misión es ayudarte. —Hasta ese momento sintió el sudor de las manos empapando su ropa. Nunca lo había dicho en voz alta y mucho menos había tenido que explicar a alguien externo a Life todo lo que aquel sitio significaba. Ahora, tenía a Verónica frente a sí, juzgando duramente sus palabras.

—¿Quién eres, Stuart Little?

—¿Stuart Little? —cuestionó Malany saliéndose un poco de su pensamiento.

—Sí, ¿no era espía?

Malany negó divertida, pero no se rio porque sabía que Verónica lo tomaría a mal.

—No, mira. No sé cómo explicarte esto de la manera fácil, pero... la vida no es como nosotros la comprendemos... Hay algo más allá.

Verónica se levantó de un movimiento y empezó a reír por lo bajo. Levantó la mochila dispuesta a irse, pero antes le dirigió otra carcajada a Malany.

—Ya entiendo, eres Testigo de Jehová.

—¿Qué? No. —Malany estaba procesando la conversación, cuando reaccionó rápidamente para bloquearle el paso—. No te vayas, déjame terminar de hablar al menos.

—¿Por qué tendría que escucharte? ¿Qué es lo que necesitas de mí con precisión? —Verónica estaba impacientándose. Como una pequeña aventura después de clases, todo estaba bien, pero eso estaba tomando un camino que no le gustaba.

Malany también empezaba a perder la paciencia. No sabía cómo acomodar las palabras sin sonar como una completa demente. Sabía, por supuesto, que al no tener el favor de Verónica, tampoco es como si ella pudiera ingeniárselas para poder justificar que su respuesta sonara así de descabellada. Tan solo quedaba tener fe.

—Por favor, por favor. Mira... si me dejas explicarte esto sin interrumpirme, sin creer que estoy loca... ¡haré tu tarea durante todo el semestre!

Aquellas palabras interesaron por primera vez a la chica. Bueno, podía quedarse a escuchar un montón de desvaríos a cambio de poder sacar excelentes calificaciones en todo.

Empezó a saborear el fruto futuro de su decisión, así que simplemente regresó al sitio que le habían indicado y extendió las piernas para acomodarse.

—Adelante. Pero no te prometo no creer que estás loca.

Malany asintió comprendiendo el por qué lo decía. Se sentó en su cama intentando tranquilizarse para poder empezar a explicar.

—La vida, es más de lo que pensamos... Hay un lugar más allá de nuestra consciencia —las palabras iniciales le sonaron adecuadas, así que empezó a sentir mayor fuerza en lo que decía—. Es un sitio en el que todas nuestras acciones, decisiones y pensamientos en la vida cotidiana, se reflejan. Este lugar se llama "Life".

Verónica asintió aguantando la risa. La tarea lo valía, la tarea lo valía.

—El primer mundo de Life son los vecindarios. Todos tenemos uno. Yo soy una de las más jóvenes en haber logrado cultivarlo bien —expresó dejando salir una pequeña sonrisa de humilde orgullo—, sin embargo, la principal misión siempre será ayudar a que más personas construyan un buen vecindario.

—Comprensible —añadió Verónica en tono sarcástico.

Malany volvía a escuchar en sus palabras un vacío importante. Seguramente no estaba transmitiendo la importancia del mensaje.

—Bueno... tú me has sido asignada. Yo tengo que ayudarte a mejorar tu vecindario. A dejarlo como nuevo. —Malany hizo una pausa que solo resultaría profunda al conocer el contexto—. Sé que serás muy, pero muy feliz ahí.

Verónica asintió nuevamente y después se volvió a levantar para tomar su mochila.

—Excelente. Muchas gracias. ¿Te parece si te dejo la tarea de química de una vez?

Malany suspiró con fuerza. Definitivamente estaba fallando en su primera misión. Pronto, sintió un consquilleo en el pecho. Quizá era el momento de confiar en que las reglas podían ser brevemente flexibles para un caso como el que estaba viviendo.

—Por favor, Gran Voz, necesito que lo hagas funcionar —susurró Malany mirando al techo. Después, se dirigió a Verónica de nuevo con mayor firmeza—. No lo entenderás hasta que lo veas, toma mi mano.

¿La tarea lo valía? Bueno, al menos tenía algo positivo todo eso, no podía esperar a que fuera el siguiente día para contarle a todo el mundo cómo la perfecta Malany estaba total y absolutamente loca.

Verónica le dio la mano con una risa, quería ver hasta dónde llegaba este circo para burlarse más fuerte de ella.

Malany se acercó a su puerta, volvió a repetir su petición a la Gran Voz y puso su mano sobre el picaporte.

—Tienes que verlo —dijo al tiempo que su mano rozaba el metal. La puerta se iluminó como lo hacía en las noches y la sonrisa de Malany también.

La luz empezaba a llenarlas y Verónica soltó un grito de miedo, sin embargo, en el mundo real ya no alcanzó a escucharse y la habitación, quedó vacía.

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