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Primer intento fallido

Convivir con la bestia era muy extraño. Cuando Malany le dijo que necesitaba estar con ella todo el tiempo, no lo creyó tan literal. 

Lo primero que la perturbó fue encontrarla con sus ojos fijos en ella mientras despertaba. Mientras se arreglaba, al desayunar... cada vez iba resultando más irritante, pero, al mismo tiempo, temía alimentar a la bestia de más.

No poseía intenciones de hacerse de problemas con esa cosa. Lucía verdaderamente perturbadora, como una máquina incontrolable que no podía dejarse por ahí o destruiría el mundo, sin lugar a dudas.

Verónica tenía problemas con pensar que aquella cosa representaba sus emociones. Usualmente, aquellas eran vistas con ojos de ternura. Si hablamos de sentimientos, casi siempre una capa rosada cubre con serenidad a cada charla sobe los mismos. No podía entender por qué los suyos eran tan toscos, con esa mirada.

Mientras iba rumbo a la escuela, la bestia corría a un lado del camión. Lo hacía con mucha fuerza, eso era verdad, podía notarse el tamaño de sus músculos a la distancia. La chica le dirigió un breve momento de admiración al notarlo tan determinado por no perder su paradero. Eso era algo que también podía detectar en él: la determinación.

Para cuando bajó del camión, estaba exhausto, pero aún así se acercó a ella procurando que nadie más pudiera hacerlo con la misma rapidez. Miraba a todos como si sospechara que cualquier podía soltarle una cachetada sublime si es que se atrevía a descuidar a su dueña.

Poco a poco, Verónica empezó a percibir la presencia de la bestia como un guardaespaldas. Una capa protectora que, seguramente, nadie se atrevería a pasar. Su cabeza fue atacada, entonces, por una idea. Si la bestia tan solo quería protegerla, ¿por qué limitarlo en tamaño?

Claro, ahora esa bestia podía protegerla de sus enemigos. Ningún profesor, ningún alumno, ninguna persona con tres dedos de frente podría meterse nunca más con ella. La bestia se veía lista para atacar en cualquier momento, y aunque no pudieran verla, estaba segura de que esa magia que provocaba que la puerta de Malany brillara por las noches, quizá lograría maravillas en ese campo.

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Las primeras clases habían terminado. El monstruo de Verónica había estado esperándola en una esquina, pero a cada cuarto de hora, su tamaño había aumentado tanto, que para el final de la clase apenas y podía ocupar el espacio del salón asignado sin romper algún elemento que estuviera cerca.

Malany levantó la mirada discretamente. Sabía exactamente lo que Verónica planeaba, pero prefirió enfocarse en su cuaderno de inglés, para evitar la carga de consciencia.

A la hora del descanso, la chica salió llena de confianza. Detrás, un monstruo inconmensurable que no dejaría cabida a ninguna falta de respeto hacia su dueña. La chica no buscó a Malany, como lo había estado haciendo religiosamente, después de las primeras clases, sino que caminó directo hacia la jardinera y se sentó llena de poder.

Se encontraba tan dispuesta a buscar al mínimo que le provocara, que una sonrisa casi se le escapa del rostro cuando vio a sus amigos acercándose mientras reían.

—¿Y tu nueva amiga? —preguntaron soltando una risa en conjunto.

El monstruo de Verónica empezó a crecer y bufó por lo bajo mientras aquellos se mofaban de la chica.

—Interesante que pregunten, ¿no han tenido nada mejor que hacer que verme a lo lejos? ¿Así de aburridas sus vidas?

Las carcajadas se interrumpieron de pronto. La bestia empezaba a ponerse en posición. No estaba segura, porque en realidad había convivido con muy pocos animales a lo largo de su vida, pero casi podía jurar que esa era la pose de un animal verdaderamente enojado.

—Vamos, ¿se creen muy valientes? —espetó ella señalando con la cabeza a su bestia.

Por un instante, de su cabeza se borró cualquier información de que solo ella podía ver a la bestia. El resto del grupo miró hacia la esquina que ellos notaban invisible. Regresaron la mirada confundidos, tanto por el insulto, como por el extraño movimiento que acababa de hacer Verónica.

—Sabía que tan solo eran un montón de inútiles. Ni si quiera sé por qué me juntaba con ustedes. No saben hacer otra cosa que ser idiotas —espetó la chica llena de furia. La bestia crecía.

—Oye... Verónica. Bueno, estuvo mal que nos burláramos. Es que siempre criticabas a esa ñoña de Malany —empezó a decir una de las chicas.

—Sí... pero no es para que nos digas esas cosas —terminó de decir otro chico del grupo.

Verónica se levantó de un solo salto. Ya ni siquiera reparaba en la bestia, tan solo se sentía con ganas de hacerlos pedazos ella misma. Les lanzó una mirada fuerte antes de seguir hablando.

—¿Ustedes se pueden burlar de mí así y yo no puedo decir eso? —escupió la chica mientras el rojo se iba apoderando de su rostro.

—Ay, Verónica, pero tú hiciste lo mismo con Pedro cuando...

—¡No me importa! ¡Aquí nadie va a burlarse de mí! ¡NADIE! —Verónica tomó impulso y empezó a empujar a todos los presentes.

Lo hizo con tanta fuerza que los rostros de sus amigos se volvieron en pánico. Todo parecía sobrepasarla y cuando menos se lo esperaba, la bestia finalmente embistió... pero su víctima fue ella misma.

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Todo se volvió negro, la cabeza le daba mil vueltas. ¿Por qué la bestia la había atacado? Malany le había dicho que su propósito era protegerla, cómo había osado comportarse así. Mucho más le molestaba el hecho de que ella había estado alimentando a esa bestia durante todo el día. Ahora sufría las consecuencias de tremendo golpe que aquella le había atestado con todo su cuerpo.

Cuando recobró la consciencia, notó que se encontraba en la oficina de la directora. Estaba esperando a ser atendida, seguramente, y a su lado estaba Malany que le estaba ofreciendo un jugo de frutas. La bestia también estaba ahí, la observaba desde el fondo de la habitación, gigante, pero más desanimada, como si también la hubieran golpeado.

—¿Qué demonios? ¿Cuánto tiempo estuve desmayada? —preguntó Verónica mientras recibía el jugo. En verdad percibía su garganta sedienta.

—No estuviste desmayada —explicó Malany sonriéndole para reconfortarla—. Es un efecto... así pareció, pero en realidad estuviste consciente, solo... un poco alterada.

Verónica se tocó la cabeza, como si le hubieran propinado un gran golpe, y pronto se dedicó a revisarse los brazos y las piernas para verificar que no hubieran moretones.

Se sorprendió sobremanera cuando no los encontró. ¡Había sido atacada por un monstruo gigante, por un demonio!

Una secretaria pasó con fólders y papeles, así que ambas se quedaron calladas hasta que desapareció por unas escaleras polvorientas.

—Sí, bueno, tu bestia-guardaespaldas no sirvió para nada. ¡Me atacó a mí! —expresó Verónica. Se intentó calmar, después de notar cómo aquella bufaba por lo bajo como advirtiendo que crecería.

—No pueden atacar a otras personas... al menos no directamente —explicó Malany.

Verónica estaba a punto de reclamar, pero en ese instante la oficina de la directora se abrió. Malany le dirigió una mirada compasiva, aquella tan solo suspiró.

Nada tenía sentido. En realidad, sus amigos no parecían heridos, estaban ahí en la oficina mirándola con miedo. Ella, por otra parte, estaba devastada. ¿Entonces cuál era el propósito de esa bestia.

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