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Más allá de lo que pensamos

Sara había empezado a llorar por lo bajo, pero Verónica pensó que lo mejor era permitirle desahogarse con soltura. Después de todo, lucía como si toda la tristeza del mundo se hubiera reservado únicamente para ella.

Cuando aquel llanto discreto se calmó, Sara parecía más avergonzada que antes, así que prefirió no levantar la mirada por completo.

—Oye, quiero que escuches lo que voy a decir, pero necesito que en verdad me creas —empezó a decir Verónica tomando valor—. Mira, yo sé que a lo mejor las cosas lucen para ti como lo acabas de mencionar, pero esa no es la realidad.

—No tienes que...

—No estoy intentando quedar bien contigo —aclaró la chica tomando un tono más serio—. De verdad. Yo lo único que quiero es que realmente me escuches. Tengo otra versión de cómo pasaron las cosas y lamento decirte que esta es la verdad.

Los pasteles lucían fuera de lugar dentro de las amargas palabras que estaba a punto de pronunciar. Estuvo a punto de sobrepensar, pero en ese momento, notó que Javier estaba a su lado. La miraba como infundiéndole todo el coraje que necesitaba para soltar su discurso y enfrentar la situación.

—Sara, yo fui la que te hizo daño. Yo... te dejé de hablar solamente para que los demás me aceptaran. Era una niña, no lo justifico, pero en mi mente había prioridades que hoy en día sé que no son las relevantes. Por un instante me dejé llevar por lo que me haría popular, pero la única amiga verdadera que yo tuve durante la primaria fuiste tú, nadie más que tú. Todos los demás niños... vaya, no puedo recordar ni un solo dato sobre ellos. Sara, tú no eres extraña. Ni tuviste ninguna culpa sobre lo que pasó. Fui yo.

La chica estaba escuchando todo, pero algo le impedía creerle. Pasó toda su niñez pensando que en realidad era ella la que había provocado que todo el mundo se alejara en la primaria. Cuando Verónica dejó de hablarle, su madre, fue la que le introdujo la idea de que había sido por su extraño comportamiento.

Nadie lo sabía, tampoco Verónica lo comprendía totalmente, porque era muy pequeña, pero la casa de Sara era aún peor que la suya propia.

—Tú... ¿cómo sé que en verdad me estás diciendo la realidad? —cuestionó la chica mirándola inquisitivamente.

Verónica no sabía cómo responder esa pregunta. No tenía ninguna evidencia física de que así hubieran sido las cosas, pero en verdad esperaba poder convencer a Sara de que sus palabras eran las que le brindarían apoyo... Apoyo, quizá esa era la clave.

—Mira, si tú no me crees, ¿por qué no pasamos el resto de la tarde juntas? ¿Crees que tengas algo más que hacer?

Sara miró alrededor, en realidad no tenía nada que hacer, nadie que la esperara, ninguna esperanza sobre su encimera. Es más, no tenía ni la más mínima idea de lo que le depararía el día de mañana.

—Si quieres.

Verónica festejó interiormente que Sara hubiera aceptado la oferta. Tenía solamente ese día, toda una tarde para convencer a la chica a la que le había arruinado la infancia, de que ella en verdad no había sido la culpable.

Por un momento se le pasó por la mente hablar con Malany, ella por seguro sabría qué era lo que tenía que hacer, pero no tenía la corazonada de que aquello fuera lo ideal.

—Bueno, terminamos el pastel y quizá podríamos ir a dar una caminata por el lugar —comenzó torpemente la chica—. Bien y... ¿qué es lo que crees que es raro en ti?

Sara la miró como si la respuesta fuera obvia. Probablemente lo era, para cualquiera que tuviera el más mínimo sentido de la apreciación.

—Yo... no te consideraba extraña en la primaria... recuerdo que me parecías genial, de hecho.

Otro silencio se esparció.

—¿Qué pensabas de mí?

Verónica sonrió al notar que eso había tocado una fibra especial dentro de Sara.

—Tú eras mucho más bonita que yo, me recordabas a esas princesas que venían en las cajas bonitas, las rosadas —recordó Verónica, ella misma se estaba conmoviendo con sus palabras. Pronto, el recuerdo de la infancia, la abrazó como manto—. En mi casa jamás tuve una muñeca, recuerdo que cuando te vi pensé que eras una de tamaño real.

Sara sonrió un poco. Era verdad que la chica era muy bonita, tan solo era como una muñeca empolvada (pensó Verónica).

—Yo también recuerdo la primera vez que te vi. Lucías muy segura de ti misma —relató Sara dando la primer mordida a su pastel—. Cuando hablamos, fue como volver a casa, o finalmente tener una.

—Mi casa era horrible —expresó Verónica con una risa forzada—. Verdaderamente horrible. Detestaba estar ahí a cada momento, aún lo hago en realidad.

—¿Sigues viviendo con tu madre?

La pregunta provocó que Verónica la mirara con los ojos un poco abiertos.

—¿Tú no?

—No, en realidad no —respondió volviendo a comer del pastel—. Hace tiempo, cuando entré a la secundaria, me fui.

—Pero... eras muy pequeña.

—Era muy pequeña también para las cosas que tenía que vivir. Ahora, bueno, no soy tan grande tampoco, pero puedo dormir tranquila, con eso me basta.

Verónica sintió compasión por Sara. Su vida en verdad había sido complicada y un hilo de culpa se apoderó de ella.

—Lo siento mucho, creo que provoqué más daño del que alguna vez pude imaginarme —confesó la chica soltando una lágrima.

—No, no. —Sara tomaba la misma posición que Verónica había tomado hacía apenas unos minutos—. Tú no hiciste nada de esto. Todo lo que pasó saliendo de la primaria... todo... no tuvo nada que ver.

—¿Dónde vives ahora? —cuestionó Verónica preocupada.

—Eso no importa, es un asunto que tengo que resolver. Verónica... ¿en verdad, en verdad no estabas fingiendo tu amistad?

La chica dio otra mordida a su pastel y sonrió.

—Eras lo único que tenía, sin embargo, es verdad que no lamenté nunca el haberte hecho eso hasta ahora.

—¿Por qué?

Verónica guardó silencio por un largo rato. No quería contarle sobre Life, seguramente ella creería que estaba absolutamente loca, pero era necesario que diera una explicación al interés tan grande que estaba reflejando en la chica.

—Encontré un baúl en mi casa. Vi las fotografías... recordé todo, Sara. En verdad noté que tu brillo desapareció al tiempo que iban avanzando los años en la primaria. Yo solo tenía esas fotos vacías, no recordaba el nombre de muchas personas, pero las primeras fotografías, las que tenía contigo y con mi abeja...

—La recuerdo, se llamaba Sissy, por el sonido que hacen las abejas cuando andan por ahí.

Verónica soltó una pequeña risa inocente. Qué buenos tiempos en los que uno es su verdadera versión.

—Lo siento mucho. Te soy muy sincera, tú eres una persona maravillosa, pienso, ahora que ya somos mayores, que solo te ha tocado crecer en lugares pantanosos.

Sara cambió la expresión de su rostro. Era como si un rayo de sol acariciara su razón. Algo en ella ahora hacía sentido. Todo tenía un orden y todo tenía una explicación. Ese peso se estaba evaporando de su alma.

—Verónica... gracias.

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