Malany Chávez
El perfecto y vivaracho césped soltaba un aroma delicioso. Después de aquella llovizna nocturna, el clima quedó tan agradable que Malany no pudo más que sonreír. Tenía los ojos cerrados, le parecían llenos de estrellas, pero el apuro la hizo despertar. Sabía que casi era hora de irse.
Despertó de su adormilamiento y tomó la pequeña mochila del piso. Su casa estaba impecable, hermosa. Le echó un último vistazo, antes de tomar el picaporte de la puerta brillante que la llamaba en susurros.
—Nos vemos pronto —le dijo a aquel lugar y permitió que la luz intensa rodeara cada parte de su cuerpo para devolverla a su habitación.
Malany había estado viajando fuera de su casa, todas las noches, sin que nadie lo notara. Su familia no lo hacía porque, en teoría, ella nunca abandonaba ni su casa, ni su cuarto, ni su mismo cuerpo. Ya había pasado un tiempo considerable desde que todo aquello comenzó, el pequeño crayón que dibujó su vida con emoción, significado.
—Buenos días, mamá. —La niña se extendió para darle un beso en la mejilla a su madre.
A sus quince años había alcanzado casi su estatura total, la cual no era mucha, pero eso ya no le molestaba. Saludó también a su abuela, a su padre y a su prima Romina, que vivía con ellos desde que era una bebé.
—Te hubieras peinado antes de venir —comentó Romina masticando una tortilla que habían extendido sobre la mesa.
Cualquiera hubiera reaccionado mal, en especial porque la intención de Romina no era nada buena, pero Malany tan solo pasó una mano por su rizado cabello castaño y posó a modo de revista.
—Creo que quedó excelente. —Malany soltó una risa y Romina se limitó a hacerle un gesto.
En la mesa había poca charla, pero la mayoría era provocada por Malany. Preguntaba a todos cómo les había ido el día anterior, le daba ánimos a sus padres con el trabajo y ayudaba a pasar el refresco y las salsas a quienes lo necesitaran.
Cuando dio el tiempo, la chica se levantó, lavó sus platos y corrió para tomar la mochila repleta de tareas hechas. Se dio un vistazo en el espejo que enmarcaba la puerta y se lanzó un sincero beso a la distancia.
—¡Nos vemos!
Sus padres tan solo levantaron una mano al aire y Romina le dirigió una mirada terrible antes de colocarse los audífonos, emprendiendo su viaje hacia su propia escuela.
Había solicitado otra preparatoria a propósito, porque ambas tenían la misma edad. Después de años de estar juntas todo el tiempo, la familia se sorprendió con esta decisión. En su momento, Malany también lo estuvo, pero esa es historia para más adelante, mucho más adelante.
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La mañana fresca acariciaba la sonrisa de la chica al tiempo que llegaba a su escuela. La primera clase era Física, así que se abrochó bien la sudadera porque sabía que era un salón ligeramente más frío.
En la entrada, todos saludaban a la chica. Quizá era su sonrisa aperlada de pequeños dientes y mejillas regordetas, o tan solo que ella era la persona más amable que podrías conocer. La que te ayudaba con la tarea, la que te prestaba cinco pesos para el pasaje o la que apelaba porque se respetara el acuerdo inicial de un examen.
Simplemente, era la persona más agradable de la preparatoria.
Malany saludó a todos con la mano cuando entró al salón. Todo el grupo correspondió, excepto el cúmulo de personas que estaba en la esquina, aquellos tan solo giraron los ojos y soltaron un par de risas. La chica tomó su banca y comenzó a acomodar todo para la clase. Sacó su escuadra bien limpia, el cuaderno impecable y el lapicero con la punta afilada.
—No soporto a esa niña —dijo una de las chicas del grupo de la esquina.
Los demás estuvieron de acuerdo con el comentario de Verónica y continuaron charlando antes de que llegara la profesora.
Ese grupo detestaba a Malany. No tenían una razón en particular, más que la simple objeción de considerarla odiosa. Tenían eso en común con su prima Romina y con un breve porcentaje del cuerpo estudiantil que tampoco encontraba agradable a alguien así. A ella, nuevamente, no le importaba.
Disfrutó cada minuto de las clases, rio con fuerza con sus amigos cercanos, dio todo de sí en la clase de deportes y después anotó con cuidado las tareas que habían dejado en su agenda. El día terminó exitoso, brillante y divino, como siempre.
—Se cree tan perfecta. —Verónica la miró con odio mientras Malany pasaba de largo para tomar su camión.
Una sensación desagradable la inundó y tan solo se colocó los audífonos antes de olvidarse de su existencia.
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—Malany, ahora que termines tu tarea, dobla la ropa —dijo su madre sin mirarla demasiado.
La chica asintió y regresó la concentración hacia el cuaderno de Historia. Estaba sumamente entretenida con ese resumen, se tomaba el tiempo para imaginar las lecciones, para absorber el conocimiento. No quería solo memorizarlo, necesitaba ese conocimiento dentro de sí, que formara parte de su identidad.
Miró el reloj, casi llegaba la hora de volver.
La ropa bien doblada, también era su debilidad. Quería que todo quedara en orden, así que rociaba un poco de aromatizante para telas cada tanto. Ya se sentía un poco cansada, pero mantenía un buen ánimo porque todo había quedado en perfecto estado. Repartió la ropa de todos por cada habitación, sabía que ninguna quedaría tan intacta como ella la había dejado, pero eso no era importante.
La casa de los Chávez se estaba quedando cada vez con menos luz. Las habitaciones se apagaban y el reloj se acercaba al número que Malany buscaba ver.
Pronto, toda la casa era silencio y ronquidos. La quinceañera sonrió. Se levantó con todo el sigilo y tomó el picaporte de su puerta. Aquella se iluminó poco a poco, hasta que la consumió.
Nuevamente, estaba en su hogar.
La sencilla habitación que tenía Malany, con cables colgando, pintura mal puesta y terminaciones amorfas, ahora era una preciosa sala de estar.
El piso de madera clara estaba reluciente, aunque estaba cubierto por una alfombra morada tan suave y limpia que uno podría vivir ahí toda la vida, si se se lo proponía. Sonrió, al tiempo que avanzaba hacia su enorme sillón. Era supremamente cómodo y combinaba a la perfección con la temática de su casa.
El reloj color morado oscuro, estaba encima del marco de su precioso ventanal. Ya casi amanecía, así que se apresuró hacia las escaleras para llegar a su habitación. Aquella, era el sueño de cualquier persona. Aire acondicionado, un refrigerador pequeño para jugos, baño personal con tina y un divino caballete que daba a la ventana.
Abrió el enorme armario que poseía y eligió un conjunto de pants color rosa. Los había visto en Pinterest y no tuvo más que pensar qué color le gustaría para recibirlo al siguiente día en la puerta de su casa.
El sol tocó su rostro, se giró hacia la ventana del cuarto y abrió de par en par esos vidrios para dejar entrar el hermoso aroma de mañana. Extendió los brazos y dejó salir la risa más genuina, fresca y relajada que se podría escuchar.
—¡Buenos días, mi pequeño vecindario!
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