Javier
El silencio que prosiguió ese momento era uno muy especial. Estaba apenas pintado por las aves que rondaban la casa de Verónica. Los sollozos de ambos habían cesado. La chica había decidido no abrir los ojos todavía. Quería descansar un poco de todas las emociones que pudo sentir.
Poco a poco, su alma le indicaba que era hora de continuar, así que se limpió las pocas lágrimas que no habían sido ya absorbidas por su piel. La visión aún era un poco borrosa, pero cuando finalmente logró enfocar, notó que el monstruo ya no era el mismo.
La enorme coraza yacía a su alrededor, a manera de suaves plumas que le adornaban el piso. Su rostro se había afilado, el cuerpo ya no era descomunal. Ahora retrataba la imagen de un lobo salvaje. Uno que mantenía la mirada tan firme que parecía estar a punto de revelar el secreto del universo.
Aquel no soltaba sus ojos de ella. La pose era tan imponente, que por un momento Verónica se sentía con ganas de salir corriendo para salvar su integridad; sin embargo, el mismo monstruo desplegó un espíritu de confianza y familiaridad, que llevó a Verónica a relajarse.
Se levantó del suelo con los ojos ya muy abiertos. Sentía las pestañas pegadas por tanto llanto acumulado. Frotó sus manos sobre los ojos para intentar quitar esa sensación, aunque al final retiró la atención de ello, porque quería saber cómo es que esa bestia se había vuelto un animal tan asombroso.
—¿Eres el mismo? —preguntó la chica, pensando si más bien había intercambiado lugar con algún otro animal de ese mundo extraño.
El lobo parecía responderle sin palabras. En el fondo de su mirada, ella podía observar una chispa especial. Esa que le confirmaba que el monstruo que tanto había temido, era el mismo animal que estaba frente a sí.
La mano temblorosa de Verónica empezó a acercarse al animal. Su pelaje era gris, con vetas negras que daban más seriedad a su forma. Los ojos miel con verde estaban clavados fuertemente sobre la muchacha, al tiempo que ella tanteaba si era buena idea acariciarlo.
De pronto, sintió algo en la punta del corazón. Era como si se encontrara con una parte de sí que desconocía. El interior, por primera vez lo percibió como lleno. No había nada que le doliera, ni por dentro ni por fuera. La verdadera felicidad rozó su existencia y pudo notar que incluso su cuerpo parecía un contenedor demasiado pequeño para toda la grandeza en ella.
Sus dedos empezaron a acariciar el pelaje y el lobo bajó la cabeza, como si buscara decirle que le honraba. Verónica se sintió importante. Su existencia cobró sentido y se levantó para darle otro abrazo al lobo.
—Yo... no te dejaré solo —expresó admirando las plumas desvanecerse.
Aquellas estaban repletas de palabras escritas. Eran las letras de muchas personas, la de su madre, algunas de sus amigos, las de ella misma en otras ocasiones. Todas con adjetivos hirientes, con anécdotas terribles y una a una se desvanecía como si jamás hubieran existido.
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—Hubiera sido más fácil que me dijeras —expresó Verónica llegando directo al pupitre de Malany a la siguiente mañana.
La chica se retiró los audífonos de cable que tenía puestos y soltó una pequeña risa antes de mirar al lobo de Verónica que la acompañaba fielmente.
—No, en realidad no hubiera sido más fácil —dijo la chica extendiendo su mano para acariciarlo—. Es lindo, me lo imaginé muy parecido. Tienes que venir esta tarde a mi casa para que miremos tu clima.
Verónica asintió y colocó su mano sobre el lobo para guiarlo hacia su lugar.
Estuvo muy atenta a lo que pasara después. El pequeño animal se veía muy tranquilo a sus pies. De vez en cuando se quedaba dormido, y eso le encantaba a Verónica. Apenas había pasado unas horas con él y ya le había ganado afecto.
Ahora que no le daba miedo, podía notar con mayor facilidad cuando algo lo inquietaba. Si una persona era grosera con Verónica o las cosas no resultaban como ella había planeado, el lobo empezaba a rondar por las esquinas con una mirada desafiante. La chica lo dejaba olisquear o ponerse en guardia si es que eso era lo que consideraba necesario, pero después de un rato lo llamaba para asegurarse de que estuviera tranquilo. Le acariciaba la panza y las orejas. Le explicaba cosas al oido, cuando nadie más estaba mirando.
Era como cuidar de una creatura divina e inocente, que tenía la enorme capacidad de volverse salvaje de merecerlo. Verónica empezó a disfrutar cuidarlo, era una compañía plácida, no se sentía sola, después de tanto tiempo. Ahora conocía lo que era una compañía verdadera.
El resto del día pasó hermoso. Llegó de muy buen humor a casa de Malany. Aquella la miraba con un leve brillo de orgullo en los ojos. La verdad es que el lobo y Verónica hacían una muy buena dupla. Cada uno de los animales que pertenecían a cada quien, lucían de esa manera.
Después de saludarse, la chica abrió su puerta para volver a entrar en Life y amabas se desplomaron sobre el cómodo sillón de Malany.
Puki llegó corriendo y olisqueó al lobo de Verónica como si fuera un viejo amigo. Lo hizo mientras movía su colita rápidamente, haciéndolo lucir aún más tierno.
—¿Se conocen? —preguntó Verónica al notar que el lobo comenzaba a lamerlo.
—Todos se conocen... Puki es mi animal emocional —dijo Malany, provocando que Verónica abriera un poco los ojos—. No siempre lució así. Esta es su forma real.
—Es verdad, explícame eso, ¿por qué se transformó así?
Malany se levantó para acariciar a ambos animales, mientras volvía a abrir la cortina. El clima estaba agradable, como siempre.
—Es su forma insana. Los animales emocionales son, precisamente, tus emociones. Cuando aún no las aceptas, cuando las ignoras, cuando las suprimes... todo eso va construyendo una coraza en ellos. Su naturaleza es así. —La chica señaló a los animales que comenzaban a perseguirse para jugar—. Son dóciles, equilibrados, muy importante.
—¿Equilibrados?
—Como con el clima. Tu animal no siempre estará feliz o tendrá ganas de jugar, pero lo has hecho muy bien hoy, porque lo que más importa con él es que lo cuides, que lo escuches.
Verónica volvió a mirar a los dos. Jamás se hubiera imaginado que Puki llegó a lucir como lo hacía su lobo.
—¿Puedo ponerle un nombre?
Malany asintió divertida. Para ella, todo lo que sucedía era obviedad, pero disfrutaba mirar a alguien conociendo la realidad por primera vez.
—Se llamará Javier, siempre me ha parecido un nombre muy interesante —explicó la chica acercándose a su pequeño—. Gracias, Javier.
—Bien, pues manos a la obra. —Malany se levantó de un salto del sillón y abrió la puerta de entrada—. Es momento de ir de nuevo a tu vecindario. Vamos a ver cómo han cambiado las cosas.
El corazón de Verónica empezaba a acelerarse. Aún recordaba lo horrible que era ese sitio. Casi podía sudar por el horrible bochorno que lo inundaba, pero había presenciado con sus propios ojos la magia detrás de Javier. Ahora quería saber cómo lucía su vecindario.
Le indicó al lobo que la siguiera y tomó impulso.
—Vamos.
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