En el vecindario
Malany estaba nerviosa también, era que aquella era la primera vez que hacía algo por el estilo. Finalmente se colocó en la pose más firme que pudo y levantó los brazos para concentrar toda su mente en lo que estaba a punto de realizar
A pesar de que las cosas fueran tan complicadas, Malany fue muy feliz al notar que el contorno de la puerta se volvía brillante. Brillante como el de su propia puerta cuando el acceso a Life también se volvió parte de su vida.
Cuando finalmente todo terminó, Verónica estaba ya lista para atravesar la entrada. La emoción llenaba con ganas su alma.
—Vamos.
Verónica no lo sabía, pero en esos momentos, Malany estaba muy contenta de sentir a una amiga junto a ella. La primera extendió su mano temblorosa por el éxtasis y tocó el picaporte. Toda la puerta volvió a encenderse, con una intensidad nunca antes vista. El cabello de Verónica lo hizo también, como si alguien le hubiera concedido el mismo don que parecía mostrar Malany.
Abrió los ojos... Estaba en su vecindario. ¡Estaba en su vecindario! ¡Finalmente estaba en su propio vecindario desde la entrada que había sido preparada para ella!
—¡Malany! ¡Mírame, mírame!
Salió corriendo como si nunca hubiera sucedido antes. Como si fueran las primeras veces en las que visitaba ese sitio. Malany tan solo la miró de lejos y rió con la fuerza de quien realmente está disfrutando un instante único.
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Esa primera noche, Verónica se levantó de su cama y con extremo sigilo se acercó a la puerta. Tenía mucho miedo, puesto que dudaba si funcionaría ahora que Malany no estaba presente.
Se limpió las manos en la pijama, porque le estaban sudando por los nervios, y respiró hondo mirando Javier, tratando de tomar todo el valor posible.
—Vamos.
El brillo llenó la habitación y cuando ella abrió los ojos, notó su hermoso vecindario frente a sí. Estaba totalmente enamorada del entorno. Cada elemento era absolutamente perfecto, equilibrado y divino. Sería la primera vez en la que podría disfrutar absolutamente de todas las cosas durante el tiempo que durara la noche.
Malany le había explicado que podía estar en el vecindario hasta que amaneciera. Toda la energía que ocuparía en disfrutar su vecindario, se repararía en la mañana, puesto que técnicamente estaba recargándose aún más.
Ella también le comentó que, al dormir, todos vamos al vecindario de cada quien, ya fuera de manera consciente o inconsciente. Cuando la persona tenía un vecindario deplorable, la verdad era que era un descanso mediocre, en el que no había nada más que pequeños atisbos de alegría entre todo un mar de sufrimiento. Pero cuando la persona había cultivado un vecindario agradable, podía descansar plácidamente, porque disfrutaba de cada uno de los lugares de su vecindario, aunque a la mañana siguiente no lo recordara.
Verónica comenzó por todos los restaurantes que adoraba. Se tomó un par de bebidas como cafés y malteadas y después se dirigió hacia otros sitios para probar galletas artesanales.
La verdad era que nunca lo había visto hasta ese día, pero su vecindario ya tenía habitantes que salían de sus casas y andaban por ahí, disfrutando de todo lo que estaba a su alrededor. Lo mejor era que conocía a todos y le agradaba su presencia. Antiguos profesores, amigos que había dejado un poco olvidados y, por supuesto, gente que había sido extremadamente significativa para ella.
Inclusive encontró a Sara entre el hermoso carrousel dorado que se encontraba en el centro de la plaza. La saludó con entusiasmo, al igual que a Jessica, que había salido con sus audífonos y su goma de mascar a dar una vuelta y comprar palomitas.
Hasta ese momento, había acudido por periodos pequeños de tiempo. Ahora, por primera vez, podía caminar con tranquilidad por sus bellas calles. Los hermosos faroles que ella misma había notado cómo aparecían, inundaban las calles de un dorado divino. Habían trovadores por las calles, entre sonidos de guitarras que la arrullaban.
Javier estaba más contento que nunca. Corría por todos lados, como si hubiera querido hacerlo desde que nació. Tenía el pelaje más brillante que nunca, al igual que sus ojos. Todos los que se lo encontraban, lo acariciaban y jugaban con él con una sonrisa sobre sus rostros.
El tiempo empezó a pasarse como agua, apenas había entrado al primer museo, cuando sintió en el fondo de su corazón, que el amanecer estaba cercano. Quería continuar, pero se consoló con la idea de que podría regresar al siguiente día.
Se quedó sobre la avenida principal, no tenía idea de cómo podría volver, puesto que todavía no tenía una casa propia dentro del vecindario para poder encontrar la misma puerta del inicio.
Aquella era la duda que se empezaba a apoderar de sus miedos, cuando finalmente, el escenario empezó a moverse suavemente, al tiempo que un montón de luces se alineaban a su alrededor. Frente a Javier y a ella, se apareció la enorme puerta igual a la que había utilizado para llegar. Con una gran sonrisa en el rostro, tomó el picaporte y la abrió para volver.
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Creía que nunca en la vida se había percibido tan descansada como en aquella ocasión. Las emociones se sentían flotando en un mar de calma.
No podía aguantar hasta el receso, para poder contarle a Malany sobre todo lo que había pasado la noche anterior; sin embargo también disfrutó profundamente su periodo de clases. Pensaba en lo mucho que aumentaría su biblioteca, en los bonitos ejemplares que llegarían y en las nuevas exhibiciones de los museos que estaban en su vecindario.
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Malany estaba haciendo su clásica carrera por la torta de siempre, aunque aquel día se le había hecho tarde para la misma. Cuando salió despavorida, tan solo se encontró con una nube de alumnos que ya la habían aventajado por completo.
Una mueca de decepción se marcó sobre su rostro. Cómo era posible que perdiera la oportunidad de comprar esa deliciosa torta que compraba siempre a la hora de su descanso.
Verónica llegó hacia ella con la usual tranquilidad que caracterizaba a Malany.
—Veo que te quedaste sin comida —dijo llegando junto a su amiga.
—Salí tarde, pero bueno, no hay remedio.
—Claro que sí.
Verónica mostró las manos que estaban ocultas bajo su espalda. Una torta recién envuelta estaba esperando a Malany. La misma que siempre pedía, envuelta en el mismo papel que acostumbraba.
La mirada de la chica se iluminó de inmediato. Estaba completamente sorprendida por la manera en que Verónica se había preocupado por ella. Percibió cómo el estrés abandonaba su cuerpo como un pez volviendo al océano.
Ambas se quedaron sentadas en una banca, mirando el cielo y saboreando el tiempo.
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