El vecindario de Verónica
De inmediato, una oleada de calor sofocante las atacó directo en el rostro. Verónica entrecerró los ojos para protegerse de la intensidad del clima. Se podía sentir la clara tierrilla que volaba de un sitio a otro sin destino. Era como estar en un sofocante horno de piedra.
Verónica aceleró brevemente su respiración, parecía que no hubiera oxígeno. Esa sensación, extrañamente, le resultó familiar. Para ella, era como... como muchas veces se había sentido.
La chica buscó a Malany con la mirada, aquella ya estaba en el inicio de un camino, algo que lucía como una calle abandonada. La marca sobre el suelo no era muy clara, la arenilla estaba provocando que las líneas divisorias se perdieran a simple vista.
—Este lugar es horrendo —expresó la chica soltando una tos exagerada—. Quiero regresar al anterior.
—Lo siento, era necesario que lo vieras para entender nuestro trabajo. —Malany sonrió y después le hizo una seña con la cabeza para que empezaran a avanzar—. Admito que es un sitio... algo incómodo, ¿verdad?
—¿Algo incómodo? Es el peor sitio del mundo —aseveró Verónica volviendo a toser. Si pudiera elegir estar en el mismo infierno o en este basurero, definitivamente elegiría el infierno.
Su compañera sonrió con un poco de melancolía. Definitivamente podía comprender por qué era que Verónica elegía esas palabras. Para ella, era particularmente sorprendente, puesto que se trataba del primer vecindario que visitaba con ese tipo de ambiente.
—No hay ni un solo animal a la redonda —dijo Malany rompiendo el silencio que se había hecho después de estar caminando un rato.
No solo había falta de fauna, los árboles estaban caídos, el cielo rojizo. También había casas, pero no tenían nada que ver con el lugar del que acababan de salir. Ahí, los techos parecían rotos, las ventanas estaban cuarteadas y llenas de paño.
—Bueno, bueno, ¿qué era lo que tenía que entender aquí? Porque necesito que nos vayamos pronto —rogó Verónica que no aguantaba la horrible sensación que le producía ese sitio.
Hubo otro silencio largo, tan solo porque Malany quería que Verónica pudiera estar unos minutos más sin conocer la información que estaba a punto de decirle.
—Verónica... este es tu vecindario.
Otro largo silencio.
Ambas batallaban para encontrar las siguientes palabras, pero Malany fue la primera que lo hizo y la intención la persiguió, porque la puerta brillante volvió a aparecer.
—Quizá prefieras que lo platiquemos en un lugar más tranquilo.
La otra joven asintió con el rostro empapado de seriedad. Antes de desaparecer, de nuevo, miró el sitio. Era el lugar más triste, abrumador e incómodo, desafortunadamente... sí se sentía como estar en casa.
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Las orejas de Puki se elevaban con curiosidad cada que miraba a su invitada. La chica no era amante de los perros, pero ese le parecía muy curioso. De un tono que provocaba imaginar que el cuerpo era de algodón de azúcar.
Malany regresó a la sala con una bandeja de té. Aquel era un líquido color morado con pequeñas hojas que flotaban con cuidado por ese mini océano. La chica sirvió en tazas de cristal que, igualmente, dejaban mirar en su totalidad el contenido.
Verónica empezaba a asimilar lentamente lo que estaba pasando. Había bajado la guardia, y ahora sostenía con timidez la taza que le había extendido su compañera.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Malany intentando tranquilizarla.
La chica no respondió, tan solo disfrutó el delicioso sabor del té que había preparado su anfitriona para ella. En la casa de Malany (la del vecindario, por supuesto), se sentía una paz particular, era como si te invitara a estar en armonía contigo mismo.
Es que en verdad, así se sentía, llena de tristeza, de ira, de rabia y de millones de emociones más. Se había sentido demasiado incómoda y demasiado identificada con el ambiente.
—Bueno... no sé si te sientas lista para hablar sobre el tema.
Verónica volvió a sorber de la taza y asintió.
—Ese horrible lugar... Me dijiste que nuestro premio es vivir ahí, ¿cierto?
—Vaya, en verdad pensé que no me estabas escuchando —aseguró Malany sonriendo brevemente antes de continuar—. Como te dije, siempre estamos ahí, allá en la inconsciencia. Tu premio no es precisamente estar en ese sitio tal cual como lo visitamos.
—¿Entonces?
La mirada de la chica la recorrió incrédula. Malany comprendía perfectamente, pero le resultaba doloroso hacérselo ver. Finalmente, se armó de valor.
—Ese sitio que visitamos, ¿te hizo sentir incómoda, verdad? —Verónica la miró con fuerza—. ¿Es así como te sientes casi todo el tiempo?
La taza de té hizo un ruido seco al recargarse en la mesita morada que adornaba aquella zona. Aclaró su garganta nuevamente y dirigió su mirada potente sobre la compañía.
—Es verdad —declaró llena de sinceridad.
—Cada cosa de la consciencia forma lugares y características en tu vecindario. El clima, por decir algo, está controlado por tus emociones.
Verónica dio un vistazo a la ventana de Malany, que dejaba entrar los preciosos rayos del sol. Soltó un bufido irónico que después convirtió en sonrisa.
—Aquí siempre está soleado, qué sorpresa.
—No es así —aseguró Malany levantándose para mirar el cielo. Tenía matices de azules entremezclados y unas cuantas nubes por ahí—. Es imposible que el vecindario pudiera dar flores tan lindas sin lluvia, o sin viento, sin rayos... todo eso es normal. A veces hace mucho frío también, en la consciencia tampoco sobreviviríamos en pura alegría. Los vecindarios no deben tener un clima alegre, sino armónico.
—Entonces... ¿dices que tú, debes ayudarme a mí a poder hacer de mi vecindario un sitio como este? —Verónica levantó la ceja y volvió a sorber de la taza.
—Tampoco es del todo cierto, yo te ayudaré a volverlo un sitio para ti.
La muchacha dejó el té a un lado para levantarse. Puki la siguió con curiosidad y después se lanzó en un montón de cojines morados que estaban sobre el suelo.
—Dijiste que todos estábamos ahí, sin importar qué, pero yo no recuerdo ese horrible sitio. Lo haría de haber estado —expresó la chica colocando sus manos sobre la cintura.
Malany se sentó en el pequeño sillón que estaba junto a su enorme ventana.
—Lo has estado... En realidad, todo el día estás ahí. Todo el tiempo estamos aquí. —Extendió la mano para acariciar a Puki—. Durante el rato que estamos despiertos, nuestra alma, nuestro estado interior, está aquí. Somos uno con este sitio... Lo interesante, a lo que no todos tienen acceso, es a visitarlo de esta manera.
Verónica la miró un rato largo sin decir una palabra. Quería contradecirla, pero era verdad que en la mayoría de sus días, podía percibir que el interior estaba como el vecindario, caótico, en llamas... vacío.
—Si aceptara —comenzó a decir la muchacha suspirando derrotada—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
Malany sonrió ampliamente y abrazó a Puki con emoción.
—Primero, hay que volver.
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