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OO7 | martina

Capítulo VII. Haciendo nuevos amigos.

Jueves 7 marzo, 2019.

kiara's pov

—Por supuesto que soy mejor que vos en el minecraft —le di un mordisco a la galleta—. Solo que tu ego no te deja aceptarlo.

—De todas las veces que hemos jugado me has ganado solo una ¿qué decís? —hizo montoncito.

—Solo te dejo ganar —me excusé.

—Ajá —desvió la mirada a su teléfono. Yo bufé.

—Está bien, lo acepto —suspiré y volví a obtener su atención—. Pero tenés que enseñarme, es imposible que seas tan tryhard.

Sonrió satisfecho.

—Podría darte unas clases de pvp —asintió considerándolo—. ¿Y qué me darías vos a cambio?

—Eh... —miré hacia un punto fijo mientras lo pensaba.

No lo conozco mucho pero por lo que ví, se nota que ama los sanguches de miga.

—Podría comprarte los sanguches que quieras.

—¿Sí? —sus ojos se iluminaron—. Está bien, trato hecho.

Continue hablando de mis boludeces prácticamente sola porque Ivan no aportaba mucho a la conversación.

—Hola Ivo —una voz femenina nos interrumpió—. ¿Viste lo que te mandé? —colocó sus manos en los hombros de Ivan y dejó un beso corto en su mejilla antes de sentarse a su lado—. Hola —saludó cuando me vió.

—Hola —balbucee viendo su cabellera rubia, era la misma chica a la que le había derramado su chocolatada—. Yo ya me iba, nos vemos —me despedí de Ivan.

—Entonces, ¿vas a ir a mi casa mañana en la tarde? —fue lo último que escuché antes de alejarme.

Decidí pasar el resto del receso dando vueltas por la escuela, no me gustaba estar sola en ningún momento pero supongo que tendré que acostumbrarme.

—Ay, perdón —susurré cuando choqué con un pibe—. No te ví.

—Tranqui, no pasa nada —sonrió mostrándome lo achinados que eran sus ojos—. ¿Estás buscando a alguien?

—No —negué.

—Ah, es que es la cuarta vez que pasas por aquí.

—¿Sí? —fruncí el ceño confundida.

¿Había estado dando vueltas en circulos?

—Sí —respondió, confirmándome lo anterior.

—Uh... —mi entrecejo se frunció mientras miraba a mi alrededor.

—No creo que alguien se haya dado cuenta de eso —sonrió.

—Ojalá —le devolví la sonrisa y antes de que pudiera decir otra cosa el timbre nos interrumpió.

—Eu —me tomó del brazo cuando estaba por irme—. ¿Cómo te llamas?

—Kiara —respondí.

—Yo soy Diego.

—Un gusto, Diego —me despedí y me dirigí a mi salón.

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

—¿Qué haces? —le pregunté a Ivan cuando comenzó a escribir algo en su cuaderno.

—¿Te dormiste otra vez? —preguntó divertido sin dejar de mover el lápiz en su mano derecha.

—No, solo me desconecté por un segundo —busqué algo para anotar y comencé a copiar lo mismo que él.

—Te desconectas muy a menudo me parece —asentí—. ¿En qué pensabas?

—En nada —mentí—. No sé que me pasa, a veces es como si mi mente se fuera a otro planeta.

—Pero ¿te sentís bien?

—Sí, seguro —le resté importancia y me concentré en realizar la actividad.

La escuela nunca ha sido un problema real para mí, siempre saco buenas notas y mi promedio es impecable. Lo único malo es que me aburro rápido y termino durmiendome a mitad de la clase.

Como ahora.

—Oye, niña —sentí un leve toque en mi brazo—. ¿Te vas a quedar ahí?

Levanté la cabeza a la par que abría mis ojos lentamente. Esto es precisamente lo que no quería que pasara.

Mis vista se detuvo en el chabón pelinegro frente a mi, el mísmo al que me había encontrado en el receso ¿Diego se llamaba?

—Eh, perdón —me disculpé, aunque no tenía porqué hacerlo.

—Tranquila, es que justo pasaba y te ví ahí sola —explicó—. No me iba a hacer el boludo y dejarte así nomás.

Observé a mi alrededor. El salón ya estaba vacío.

¿Dónde estaba Ivan? Me vió dormida y ¿ni siquiera fue capaz de despertarme?

Comencé a guardar mis cosas sintiendo la mirada de Diego sobre mí.

—Eh... ¿qué pasa? —me atreví a preguntar.

—Te espero —fruncí el ceño.

—No hace falta.

—¿Segura? —asentí—. Está bien, nos vemos después, Kiara —se despidió antes de salir.

Terminé de guardar la última lapicera y colgué mi mochila sobre mi hombro derecho.

Pero cuando estuve afuera otra voz se hizo presente.

—Ahí estás —giré mi cabeza encontrándome con la rubia.

—Hola —sonreí—. Che, te queria pedir perdón por lo de ayer.

—No pasa nada, posta —me devolvió la sonrisa—. Yo no andaba de buen humor tampoco y no debí tratarte así, perdoname.

—Solo si vos me perdonas —aceptó—. Está bien.

—No sabía que eras amiga de Ivan —habló unos segundos después.

—No es mi amigo... al menos, no todavía —murmuré—. Solo lo sigo a todos lados porque no conozco a nadie más y no me gusta estar sola —admití.

—Bueno, ahora tenés una amiga para que dejes de andar detrás de ese pelotudo todo el tiempo —reí—. Soy Martina.

—Y yo kiara —también me presenté.

Estuvimos hablando un toque, intercambiamos números para seguir en contacto y luego cada una se fue por su lado.

Me lo encontré a Ivan esperándome en la salida, al menos no tendré que volver sola a mi casa.

—Tardaste mucho —se quejó—. Estaba a esto de irme —acercó su dedo índice a su pulgar pero sin que llegaran a tocarse.

—Si me hubieras despertado esto no habría pasado —lo golpeé en el hombro.

—Lo hice, te llamé para decirte que estaría afuera esperándote —frunció el ceño.

—¿Ah, sí? —asintió con un leve puchero en sus labios—. Uh, soy una boluda entonces. Perdoname.

—¿Ves que me tratas re mal? —se dió la vuelta ofendido.

—Ya te pedí perdón —tiré de la manga de su buzo para comenzar a caminar—. Además, en parte te lo mereces.

—Claro que no me lo merezco, si soy re buena persona —volteé a mirarlo con una ceja levantada—. ¿Qué?

—No, nada —le resté importancia y volví a mirar el camino—. Lo que tu digas está bien.

Seguramente era bastante gracioso desde la perspectiva de otra persona ver la escena de como llevaba a alguien más alto que yo de la mano como si fuera un nene.

Cualquiera nos ve y piensa que somos amigos de toda la vida.

En realidad podrían pensar bastantes cosas.

—Soltame —ordenó cuando nos detuvimos en un semáforo, yo hice lo que me pidió.

A pesar de que el semáforo indicaba que no debíamos cruzar no había ningún vehículo aproximándose.

Bajé de la acera a la calle y cuando estaba a punto de cruzar sentí una mano tomar mi brazo y tirarme hacia atrás.

La bocina del auto invadió mis oidos y me di cuenta de que casi me atropellan.

Levanté la vista cuando choqué con el pecho de Ivan.

—¿¡Qué te pasa!? —gritó exaltado sacudiendo mis hombros—. ¿Te querés morir?

—A veces sí, pero hoy no quiero —me encogí de hombros.

—Estás loca —aseguró.

—Es que no había ningún auto pasando, pensé que podía cruzar...

—¿Sos boluda? —indagó. Levanté las cejas al escuchar su acento—. Si el semáforo te dice que no podés cruzar, no cruzás —golpeó mi frente con su dedo índice—. ¿Lo entendés? ¿O es que sos tan tarada que no sabes como funciona un semáforo?

Lo miré enojada, ¿acaba de llamarme tarada este hijo de puta?

Por supuesto que sé como funciona un semáforo.

—Mirá eso —seguí el trayecto de lo que su dedo apuntaba—. Cuando el pibito se pone de color verde, ahí podés cruzar.

—¡Sé como funciona, pedazo de idiota! —grité ofendida.

—Pues no parece —sonrió con burla—. Veni, vamos.

Negué con la cabeza dándole la espalda.

Escuché un suspiro pesado de su parte y esta vez él me tomó de la mano para cruzar.

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

—¡Mamá, Papá, llegué! —avisé ingresando a la casa—. ¿Hola?

Revisé hasta el último rincón, pero no había nadie.

¿Qué se hace cuando estás solo en casa?

Yo no estaba acostumbrada a estarlo, ya que siempre que mis padres no estaban me quedaba con mis hermanos.

Primero decidí tomar una ducha, hacía un calor de la san puta y sentía que iba a derretirme en cualquier momento. Ya luego, bañada y cambiada bajé a la cocina con la intención de hacerme algo para merendar.

Inicié con lo básico, el mate. Ya después de revisar la heladera comencé a preguntarme qué podría hacer. Tal vez, algo que no me hiciera incendiar la cocina.

El otro día mi mamá hizo unos crepes con dulce de leche buenísimos, podría intentarlo.

Busqué todo lo que necesitaba y me puse manos a la obra.

—Deberías darle la vuelta antes de que se quemen.

—¡Ah! —salté asustada provocando que la espatula volara por los aires—. ¿¡Qué mierda te pasa!? —lo miré enojada—. Me querés matar, flaco.

Suspiré recostándome sobre la isla de la cocina.

—¿Qué haces acá? ¿Cómo entraste? —lo miré con recelo.

—La puerta estaba abierta, y Coco se escapó, otra vez —metió ambas manos en los bolsillos de su pantalon—. Pero no te preocupes, mañana vendrán a arreglar la cerca. Así no te jode más.

—Lo que me jode es que aparezcas así de la nada —me agaché para acariciar a la bola de pelos.

—Sí, ya sé, perdón —susurró—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Querés probar? —pregunté ilusionada.

—Eh, claro —se encogió de hombros.

Me encargué de darle la vuelta al crepe antes de que se quemara y busqué en la heladera el dulce de leche para servirlo cuando estuviera listo.

—Sentate —ordené—. Pero lavate las manos primero, sucio —frunció el ceño pero igual me hizo caso.

Esparcí el dulce de leche sobre los crepes y lo decoré con algunos arándanos.

—Más te vale que te gusten —amenacé.

Observé atentamente cada uno de sus movimientos, sus ojos se abrieron con sorpresa al probar el primer bocado.

—Está muy rico, cocinas muy bien —halagó.

—Ya lo sé —tuve que contener mi emoción y regresé mi atención al sartén para terminar de preparar los míos.

A veces me sale bien, a veces no. Es cuestión de suerte.

Comimos entre charlas y risas, nunca pensé que Ivan tuviera sentido del humor. Ya que siempre parece aburrido.

La vida te da muchas sorpresas.

Apoyé mi cabeza sobre mi mano mientras continuaba escuchandolo.

—Es una lástima... —suspiré.

—¿El qué? —me miró confundido.

—Que nunca sonrías —finalicé—. Tenés una sonrisa muy linda, Ivan —me sinceré.

Siempre me ha gustado halagar a las personas y resaltar las cosas buenas de ellas. A pesar de que nunca sabes lo que pasa por su cabeza, con esas pequeñas acciones tal vez puedas hacer sentir bien a alguien que capaz esté en la peor etapa de su vida.

—Gracias —rascó el puente de su nariz nervioso intentando disimular el color carmesí que tenían sus mejillas.

—¿Qué? —levanté una de mis cejas—. ¿No estás acostumbrado a que te digan cosas lindas?

—No —miró sus manos entrelazadas sobre la fría superficie de mármol.

—¿No? —repetí algo sorprendida—. Eso es algo bastante extraño teniendo en cuenta que hay muchas cosas lindas que resaltar de vos —dije sin pensar.

—¿Vos pensas que soy lindo, Kiara? —interrogó acercándo su rostro al mío.

Los papeles cambiaron, esta vez, yo estaba con las mejillas coloradas.

—No —me arrepentí y volví a enderezarme. Inevitablemente los recuerdos de esta mañana llegaron a mi mente—. Te mentí, en realidad pienso que eres un completo idiota —bromeé haciendo que él me mire mal.

Definitivamente él era una de las personas más lindas que había visto, pero eso no quita que a veces —en realidad siempre— se comporte como un pelotudo.

—Eu, ¿estás bien? —coloqué mi mano sobre su frente y se apartó de inmediato—. ¿Qué pasó? Te re colgaste.

—¿Sí? —asentí un poco preocupada—. Perdón.

—¿En qué pensabas?

—En nada —le restó importancia—. Creo que ya me voy.

—¿Ya te aburriste de mí? —hice un puchero y lo miré desilucionada.

—No —negó rápidamente—. Al menos aún no —lo golpeé—. Joda.

Lo acompañé hasta el patio y me despedí de él antes de regresar.

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