O44 | memoria
Capítulo XLIV. Liberarse de la culpa.
❛ kiara's pov ❜
Abrí los ojos lentamente, parpadeando varias veces hasta que mi visión se aclaró. Mi compañero, Facundo, estaba frente a mí.
—¿Qué... pasó? —murmuré, completamente perdida.
—Señorita Müller, es la segunda vez que le llamo la atención —la voz de mi maestro interrumpió mi intento de entender la situación—. Si no le interesa mi clase, tiene toda la libertad de retirarse.
—Lo siento —me disculpé en voz baja, y él continuó con su explicación.
Era un sueño.
Por supuesto que lo era. Era demasiado bueno para ser verdad.
Mi corazón se hundió. Miré mi teléfono para confirmar lo obvio, no tenía llamadas perdidas de mamá, no había mensajes, no había nada. Suspiré profundamente, entrelazando mis manos sobre el pupitre. Jugué con mis dedos, tratando de calmar el vacío que sentía en el pecho. Iván no había despertado. Él no estaba aquí.
Significaba que seguía en el hospital, inconsciente. Que su sonrisa, su voz, sus caricias... todo lo que había sentido en el sueño, no era real.
Froté mi cara con mis manos intentando despejar mi mente, pero él seguía ahí, como una imagen imposible de borrar. Había sido tan vívido, tan auténtico. Podía jurar que todavía sentía el calor de sus brazos, el toque de sus labios en los míos. Y todo eso, jamás pasó.
El resto de las horas transcurrieron de forma insoportablemente lenta. Mi atención no estaba en el aula, sino en el sonido del reloj que marcaba cada segundo como un recordatorio de la realidad. Cuando finalmente sonó el timbre, recogí mis cosas y salí al pasillo, mordiendo mis uñas nerviosa. Sabía que, como siempre, iría a verlo al hospital. Pero él seguiría allí, dormido.
Subí al auto en silencio y mamá emprendió el viaje al hospital.
—¿Kiara, estás bien? —preguntó preocupada.
—Sí, es solo que... tuve un mal sueño.
No dijo nada en todo el recorrido, creo que se dió cuenta que lo que menos quería ahors era hablar. Eso ya era la normalidad, pasé de hablar hasta por los codos a apenas decir una palabra. Iván había ocupado un lugar tan grande en mi vida que, sin él, todo parecía incompleto, y eso era doloroso y frustrante.
Creo que sin darme cuenta comencé a depender de él. Irónico, teniendo en cuenta las veces que le dije que no era algo sano depender de alguien más.
Subimos por el ascensor y llegamos a la sala de espera del piso en donde estaba su habitación, ahí nos encontramos con Milena.
—Hola —nos saludó con una sonrisa amable, aunque sus ojeras delataban el cansancio que cargaba desde hacía semanas—. Kiara, acabo de entrar a verlo. Tendrás que esperar un poco si querés pasar.
—Está bien —respondí, sentándome y colocando mi mochila sobre las piernas.
Mientras Milena y mamá conversaban un poco más allá, yo jugué con el llavero de mi bolso, perdida en mis pensamientos. Entonces, sentí que alguien se acercaba. Al alzar la vista, vi a Diego.
No lo esperaba. No habíamos hablado desde hacía semanas.
—Hola, Kiara —sonrió sentándose a mi lado—. ¿Cómo estás?
—Bien no estoy, como podrás darte cuenta —contesté sin mirarlo.
Aún usaba mi tono agresivo, como el que usé cuando supe que me había mentido. Sigo creyendo que las cosas hubieran sido diferentes si él no hubiera ocultado algo así.
Pero también lo entiendo, el simple hecho de que te amenacen con matar a tu padre es motivo de sobra para guardar silencio.
Debía dejar el rencor de una vez, no podía seguir odiandolo por más tiempo. Y eso no significaba que quería volver a ser su amiga, pero quería perdonarlo, al igual que hice con Víctor.
—Perdóname... —musitó, como si leyera mis pensamientos—. Yo sé que no querés hablar conmigo, pero...
—Te perdono —lo corté antes de que continuara—. De verdad.
Sonrió en grande y ví que quiso abrazarme, pero se arrepintió al instante. En cambio, miró hacia el frente con sus manos entrelazadas sobre su regazo.
—¿Venís aquí todos los días?
—Sí —respondí, también mirando hacia el frente.
—Él es afortunado de tenerte, ¿sabés? —suspiró—. Toda persona que tenga la oportunidad de conocerte y ser tu amigo es afortunado. Yo no lo valoré lo suficiente. Y te mentí, aunque tuve mis razones para hacerlo, lo hice, y lo siento.
—Te dije que te perdonaba, posta, no pasa nada.
Guardó silencio durante unos segundos hasta que volví a escuchar su voz, esta vez, formulando una pregunta que no esperé en el momento, pero que ya me había hecho antes.
—¿Querés saber por qué nunca nos llevamos bien?
Lo miré algo confusa y finalmente asentí.
—No sé si él alguna vez te lo dijo, pero amaba a mi hermana —comenzó.
—Tú hermana... ¿es Lola? —pregunté totalmente sorprendida.
—Sí, era mi hermana adoptiva... —fruncí el ceño—. Mis padres siempre quisieron tener un hijo y una hija, pero mi mamá tuvo un accidente que le impidió tener más hijos después de mí. Entonces, adoptaron a Lola.
» Ella y yo nunca nos llevamos tan bien, supongo que nos queríamos a nuestra manera. Pero entonces, Lola conoció a Iván, y comenzó a tratarlo mejor que a mí —hizo una pausa—. Me dolía pensar en que lo prefería porque yo no era un buen hermano para ella, y comencé a desarrollar cierto rencor hacia Iván —admitió.
» Él la sacaba de casa en las tardes cuando apenas teníamos doce, les gustaba hacer pijamadas, jugar al fútbol, ya que ella era muy buena para su edad, siempre le rompía el orto a Iván —rió por el recuerdo—. Yo por otro lado siempre era quien los seguía, para asegurarme de que mi hermana no corriera ningún peligro estando con alguien tan despreocupado como Iván... aunque él siempre la iba a proteger, sobre cualquier cosa. Yo debía estar ahí, para asegurarme de ello.
—No tenía idea de eso... —murmuré, nunca imaginé que la primera chica a la que Iván amó era hermana de Diego.
—Cuando ocurrió el accidente yo... habría preferido ser el que murió ese día —soltó un suspiro pesado—. Lola era un destello de luz a comparación de mí, ella merecía vivir... luego de eso mis padres se culparon por lo que había sucedido. Y era entendible, manejar en estado de embriaguez con dos niños pequeños no fue una buena desición.
» Tiempo después lograron aceptar su pérdida, les costó, e incluso a día de hoy siguen lamentándose y culpándose. Creo que eso es algo de lo que jamás podrán escapar. La culpa.
—Los entiendo, créeme —susurré—. Y lo siento mucho, Diego —me sinceré—. Debió ser muy difícil.
—Lo fue —afirmó—. Luego de eso simplente me alejé de Iván, aunque técnicamente nunca hablabamos porque él siempre estaba con mi hermana. Verlo me traía a memoria la imagen de ella siendo feliz, siempre fue feliz estando con Iván, y recordar eso nunca me hizo bien.
» Luego llegaste vos, y ví en Iván la misma mirada que tenía cuando veía a mi hermana hace años, cuando comencé a acercarme a vos, comenzamos a llevarnos mal, pero esta vez peor que antes.
No dije nada, no tenía porqué hacerlo, ni tampoco quería. Pero estaba demasiado sorprendida ahora mísmo.
La vida está llena de secretos. Y cuando llegas a conocerlos te replanteas un montón de cosas.
—Kiara, ya puedes entrar —avisó la enfermera, yo asentí y me despedí de Diego antes de comenzar a caminar en dirección a la habitación.
Milena caminó detrás de mí y nos detuvimos al estar frente a la puerta.
Analizó mi rostro y posó su mano en mi mejilla con delicadeza, sonrió y luego comenzó a hablar.
—Tengo algo que darte, es de Iván, pero considero que vos sos la persona adecuada para entregarselo —sacó de su bolsillo el collar que compartía conmigo, mi corazón se detuvo y mi mano instintivamente subió hasta mi cuello, tocando el dije de mi collar.
Habíamos estado en silencio durante unos segundos después de que me entregó el collar de Iván.
—¿Qué pasa, Kiara? —preguntó suavemente, apoyando una mano en mi hombro.
Tomé aire, sintiendo cómo mi pecho se apretaba.
—No he podido dormir bien desde el accidente, todos los días tengo pesadillas —admití, mi voz quebrándose un poco—. La culpa no me deja tranquila. Siento que todo esto es mi culpa... si no hubiera insistido tanto en ayudar a Iván con todo lo de Carlos, él no estaría aquí.
Milena me observó, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de empatía y tristeza.
—Kiara... —comenzó, tomándome de las manos—. Sé que esto es difícil, pero quiero que entiendas que vos no tenés la culpa.
—¿Cómo no? —respondí, mi voz subiendo ligeramente de tono—. Si yo no hubiera estado en ese lugar, él no habría tenido que protegerme. No estaría... así.
Milena negó con la cabeza.
—Escuchame bien, Kiara. Vos no tenías forma de saber que las cosas iban a terminar de esta manera. Iván siempre quiso protegerte, y lo hizo porque te quiere, porque eres importante para él. Lo que pasó no depende de vos.
Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, y Milena me abrazó, dejando que me desahogara.
—Estoy agradecida de que sigas acá, acompañándolo. No todas las personas tienen un corazón tan fuerte como el tuyo, Kiara. Sos especial, y sé que Iván lo sabe.
Sus palabras calaron profundamente en mí. A pesar del tiempo que había pasado seguía teniendo el estúpido pensamiento de que todo esto era mi culpa, estoy harta de sentirme así. Ella tiene razón, no es mi culpa.
No, no lo es.
—Gracias... —murmuré, secándome las lágrimas mientras Milena me soltaba.
—Ahora entrá, él necesita que estés con él.
𓆝 𓆟 𓆞 𓆝
Lo ví cuando entré a la habitación, Iván estaba allí, tan tranquilo como siempre. Me senté a su lado, tomando su mano entre las mías.
—Hola... —murmuré, como si realmente pudiera escucharme—. Estoy acá otra vez, como siempre.
Lo observé detenidamente, sonriéndo, y simplemente dejé que todo lo que me atromentaba saliera de mí. No estaba dispuesta a seguir cargando con un peso que no era mío.
—No soy la misma desde ese día, ¿sabés? —admití—. Pero creo que... creo que eso tiene que cambiar.
Tomé aire, tratando de calmarme.
—Tengo que ser mejor, Iván. Por vos. Porque sé que si estuvieras despierto, me estarías retando por estar así, toda deprimida.
Solté una pequeña risa entre lágrimas.
—De alguna forma vos siempre supiste cómo hacerme sentir mejor, me ayudaste, y ahora me toca a mí hacerlo por vos.
Saqué los dos collares que Milena me había dado y los sostuve en mis manos. Los miré por unos segundos antes de unirlos.
—Estos collares son muy especiales para mí, porque aunque solo son objetos, representaban lo que éramos... lo que somos. Y quiero que, cuando despiertes, sepas que nunca estuve lejos de vos.
Coloqué los collares en su mano y entrelacé mis dedos con los suyos, sosteniéndolos juntos.
—No te preocupes por nada, ¿sí? —susurré—. Vas a salir de esta. Y yo voy a estar acá, siempre. No importa cuánto tiempo tome, voy a esperarte.
Me incliné, apoyando mi cabeza suavemente en su pecho. Cerré los ojos por un momento, dejando que el sonido de su respiración rítmica me calmara.
—Todo va a estar bien.
Me quedé allí, inmóvil, escuchando los latidos de su corazón, permitiendo que ese momento me llenara de algo de paz. Y entonces, algo cambió.
Un leve movimiento.
Abrí los ojos, levantando la cabeza rápidamente. Su mano se movió ligeramente, y su respiración se volvió más profunda.
—¿Iván...? —murmuré, mi voz llena de esperanza y miedo al mismo tiempo.
De repente, sus ojos comenzaron a abrirse. Parpadeó varias veces, confundido, antes de girar la cabeza para mirarme.
—¿Dónde... estoy? —preguntó con voz ronca, mirando a su alrededor como si tratara de ubicarse. Débilmente se levantó hasta lograr sentarse en la camilla.
Las lágrimas comenzaron a caer por mi rostro nuevamente, esta vez de pura alegría. Me lancé a abrazarlo, sintiendo cómo su brazo débil trataba de corresponder.
—Estás aquí, no lo puedo creer —sonreí y cerré mis ojos con fuerza, luego me separé y toqué su rostro, como si tuviera miedo de que esto fuera otro sueño.
Pero no lo era.
—¡Iván, sos vos, despertaste! —chillé de la emoción.
Iván frunció el ceño, mirándome con cierta confusión, tomó mis manos con las suyas alejándome de él.
—¿Quién... sos?
Mi corazón se detuvo por un segundo.
Que alguien me diga, por favor, que no es cierto.
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