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O43 | ilusión

Capítulo XLIII. Surrealismo.

Dos meses después . . .
Martes 20 agosto, 2019.

kiara's pov

—Kiara, despierta —mis ojos comezaron a abrirse cuando escuché la voz de mi madre en la lejanía. Poco a poco fui despertando y la observé sentada a mi lado—. Vas a llegar tarde a la escuela.

—No tengo ganas de ir —dije sin ánimos, tapándome la cara con la almohada.

—Hace dos meses que venís diciendo lo mísmo, dale, hija —quitó la almohada y la observé—. Sé que es complicado pero ya ha pasado mucho tiempo, tenés que volver a tu vida, y no te estoy pidiendo que dejes de ver a Iván, pero no tenemos certeza de nada y siendo honesta me gustaría volver a verte sonreír...

—Ya te lo dije antes, mamá —suspiré sentándome en la cama—. Yo no puedo seguir sin él, nada es lo mísmo sin él y no imagini una vida en la que no esté conmigo.

Mamá me abrazó, y aunque sentí el calor de sus brazos, el vacío en mi pecho seguía allí, intacto. Había perdido la cuenta de todas las veces que tuvimos esta conversación. No podía imaginarme viviendo el día a día sin Iván. Cada mañana era un recordatorio de su ausencia, cada noche un enfrentamiento con mi propia tristeza y el peso de la incertidumbre.

Todos los días iba al hospital, le hablaba, le contaba lo difícil que estaba siendo todo. Intentaba convencerme de que despertaría, de que solo era un proceso lento y que debía tener paciencia. Pero últimamente me resultaba cada vez más difícil mantener esa esperanza viva.

No quería perder la fe. Él tenía que despertar. Tenía que cumplir su promesa de no dejarme sola. Pero esa pequeña voz dentro de mí, ese miedo que me aterrorizaba cada noche, susurraba lo que más temía, que quizás nunca volvería a verlo. Que esa pesadilla que me perseguía estaba cada vez más cerca de convertirse en realidad.

El insomnio se había vuelto mi compañero. Las noches eran largas, frías, y las ojeras bajo mis ojos eran la prueba de ello. Las pocas horas que lograba dormir estaban plagadas de pesadillas, y cada una parecía más real y aterradora que la anterior.

—Vamos, te preparé el desayuno.

Asentí y seguí con mi rutina matutina. Al bajar, vi a Cassie y Lucas en la mesa del comedor, ambos se veían felices, y eso me desconcertó.

Desde ese día papá dejó de existir para nosotros, y dejó un vacío enorme en el lugar, sobre todo para ellos. Al principio les costó asimilarlo, y cuando entendieron cada parte de la historia y todas las cosas que habían sucedido, estaban destrozados.

Si mi corazón estaba dividido en pedazos cuando todo ocurrió, se redució a polvo cuando observé el cambio en mis hermanos. Su luz se había apagado, era raro verlos sonreír, ya no se divertían como antes, ya no hacían bromas como antes, ya no me molestaban como antes.

Mamá y yo nos encargamos de hacer todo lo posible por arreglar las cosas, por hacerles sentir que la presencia de papá no era necesaria, pero la verdad, era que sí lo era.

Ese hombre pudo haber hecho muchas cosas malas, pero era y técnicamente sigue siendo nuestro padre. Por supuesto que no iba a ser sencillo sanar luego de saber que toda nuestra vida nos había mentido.

Al final tuve que creer que el tiempo lo arreglaría todo, y parece que ya comenzó a hacerlo. Al menos con ellos.

—Buenos días —saludé sentándome frente a ellos.

—Hola Kie —saludaron a la vez. Ambos tenían sus pijamas y su cabello se veía igual de desordenado,  el cansancio en sus rostros era opacado por la brillante sonrisa que poseían en ese momento. Yo también sonreí al verlos felices aun sin saber cuál era el motivo de esa felicidad.

Si pudiera arrancar de ellos todo su dolor, lo haría sin dudarlo, porque ellos no merecen algo así. Son niños, deben jugar, divertirse, pelear entre ellos, sonreír, pero no tienen porqué sufrir.

—Hacemos pulseras —Cassie me mostró su muñeca, adornada con una pulsera de colores rojo y azul, con un pequeño dije en forma de araña en el centro.

—A ver —tomé su mano para observarla de cerca—. ¿Posta la hiciste vos? Yo también quiero una.

—Mirá la mía, Kie —dijo Lucas, mostrándome la suya, decorada en negro y amarillo con un murciélago en el centro—. La de ella es de Spiderman y la mía de Batman. Está mejor que la de Cassie, ¿no?

—Claro que no, la mía está mejor —lo golpeó levemente en el hombro—. Decile, Kie.

Sonreí en grande, nunca pensé que lo diría, pero cuanto habia extrañado verlos pelear.

—Cállense, enanos, ambas son horribles. Si yo hago una, estoy segura de que quedaría muchísimo mejor —alardeé mientras mamá coloca mi desayuno enfrente de mí.

—A ver, intentalo.

Mordí una tostada y observé detenidamente las pulseras de ambos, cada una reflejando el héroe favorito de cada uno. Busqué entre las cuentas y pregunté:

—¿No hay más cuentas rojas? —al ver que Cassie las había usado todas, bufé—. Al parecer, tendré que trabajar con lo que me dejaron.

Ensarté cuentas de varios colores y formas, creando un patrón con estrellitas. Usé una cuenta especial de color blanco, con la letra "K" dibujada en el centro. Cuando terminé, me amarré la pulsera y la mostré orgullosa.

—Está fea, la mía es mejor —dijo Lucas, cruzándose de brazos.

—¿Qué decís? Está re linda, mirá, tiene varios colores y estrellitas. La tuya es toda negra y aburrida —comparé las pulseras.

Lucas frunció el ceño y me sacó la lengua, y yo se la devolví antes de reír. Al ver la hora, me apresuré a terminar el desayuno.

Mamá también se veía un poco más feliz hoy. Mientras Cassie y Lucas seguían discutiendo por sus pulseras, ella los miraba con una sonrisa. No recordaba la última vez que la había visto así.

Cuando llegó la hora salí de mi casa y me dirigí a la escuela. Me encontré con Martina en el camino, quien durante todo este tiempo había sido la persona que me acompañaba a la escuela. Pude conocerla aún más de lo que ya lo hacía y se convirtió en un apoyo muy grande para mi.

Para ella, esta situación tampoco había sido para nada sencilla, y aunque yo sabía que no estaba del todo bien, se esforzaba al máximo por ocultar su tristeza.

Llegué a mi clase y me senté en mi lugar habitual, el asiento a mi lado, antes ocupado por Iván, ahora lo ocupaba mi mochila. Las clases se volvieron el doble de aburridas sin su presencia y, siendo honesta, extrañaba que me molestara.

Apoyé mi cabeza en mi mano y miré al pizarron, anotando mentalmente las instrucciones de nuestro maestro para realizar el trabajo que nos había asignado. Mis ojos pesaban debido a la falta de sueño sentí que comencé a quedarme dormida.

Un rato después de que mis ojos se cerraran por completo la vibración de mi celular me hizo levantarme muevamente, saqué el celu de mi bolsillo y observé que mamá estaba llamándome. Como no podía contestar simplemente lo dejé ahí.

Que exraño, mamá nunca me llama en medio de la clase.

Tal vez era algo urgente, tal vez era sobre Iván.

O tal vez llamaba para decirme que olvidé algo en casa.

Sí, podría ser la segunda opción tranquilamente.

Mi mano viajó hasta el lápiz para por fin intentar prestar algo de atención a la clase. Pero volví a quedarme dormida.

—Kiara, despierta.

Abrí los ojos otra vez, viendo al compañero que me había despertado. Facundo.

—¿Eh? ¿Qué pasó?

—Señorita Müller, es la segunda vez que le llamo la atención, si no le interesa mi clase tiene toda la libertad de retirarse —dijo mi maestro.

—Lo siento —me disculpé retomando la compostura.

Odio no poder dormir bien, porque luego entonces tengo estos problemas.

Me percaté de que mi teléfono tenía tres llamadas perdidas de mamá, esto ya no era algo normal.

Cuando el timbre del receso sonó, tomé todas mis cosas y salí en busca de Martina. La encontré después de un rato dando vueltas y fuimos a comprar algo para comer. Mientras esperábamos en la fila llamé a mamá pero no contestó ninguna de mis llamadas así que le dejé un mensaje preguntándole a que se debía todo eso.

—¿Tenés algo que hacer después? —preguntó.

—Lo mísmo de siempre —contesté dándole un sorbo a mi jugo.

—¿Visitar a Iván al hospital? —asentí y suspiró—. No... yo decía tipo, para hacer otra cosa, salir a ver una peli...

Fruncí el ceño.

—No me mirés así, Kie. Hace banda que no salimos, ni siquiera pasamos tiempo juntas luego de ver a Iván, y sé que es complicado pero necesitas despejarte.

—Estoy bien —me limité a responder.

—No, no lo estás, mírate ¿sí dormís en las noches?

—No, no puedo dormír —contesté—. Es que... lo extraño —mordí mi labio inferior conteniendo las ganas de llorar que llegaron en el instante. Cada vez que pensaba en eso quería llorar.

—También yo, y mucho, pero a él no le gustaría verte así, triste, apagada.

—¿Y qué esperas que haga? No puedo estar tranquila ningún día, cada vez lo siento más lejano, cada día que pasa siento que lo pierdo, Mar. —me abrazó, y no me resistí. Necesitaba eso.

Cuando el timbre sonó nuevamente regresé a mi salón, esta vez si que no pude contar las veces que me había quedado dormida en medio de la explicación.

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

Al final de la jornada, guardé mis cosas y comencé a salir del salón. Justo en el pasillo, noté una figura apoyada contra la pared al final del corredor. Parecía estar esperando a alguien, con la cabeza baja y una gorra cubriendo su rostro.

—Oye, ¿estás bien? ¿Esperás a alguien? —pregunté, acercándome con curiosidad.

Era la única persona aquí. Todos los demás ya se habían ido.

Él levantó la cabeza y pude ver sus ojos. Eran fríos e inexpresivos al principio, pero algo en ellos cambió al verme.

—¿Qué onda, Holmes? —dijo, esbozando una pequeña sonrisa.

Sentí como si el aire abandonara mis pulmones.

—¿Iván...? —musité, sin poder creer lo que veía—. ¿Cómo es que...?

—Pedí que no te dijeran nada, no quería arruinar la sorpresa —explicó acercándose—. ¿Te vas a quedar ahí todo el día?

Acorté la distancia que nos separaba abrazándolo, sus brazos también me rodearon apretándome un poco, las lágrimas no tardaron en salir.

—Te extrañé... —susurré.

—También yo —respondió, sin soltarme—. Vi que resolviste el caso. Felicitaciones.

—No lo habría logrado sin tu ayuda, Watson —sonreí a través de las lágrimas, sintiendo el alivio llenarme.

—Slenderman me gusta más —dijo en voz baja, haciéndome reír—. Pero, bueno, siempre es un placer ayudarte. Aunque creo que merezco una recompensa, ¿no? —se inclinó, acercándose a mi oído—. ¿Recordás lo que te dije ese día? —preguntó.

—No, no lo recuerdo —le respondí en el mismo tono—. ¿Podrías refrescarme la memoria?

—Te dije que, si resolvías el caso, te daría algo muy especial —sonrió, probablemente recordando nuestra charla antes del accidente.

—¿Y qué es ese "algo especial"? —pregunté, frunciendo el ceño con curiosidad.

—Te lo voy a mostrar después. Primero, tengo que hacer una cosa.

No dijo más antes de inclinarse y juntar sus labios con los míos.

En ese instante, todo lo demás desapareció. Mi corazón latía con fuerza, y sentí cómo una ola de emociones me invadía, desde la felicidad hasta la paz que tanto necesitaba.

La sensación era fascinante, confusa, inexplicable. Puedo jurar que mi estómago dió un vuelco y que perdí la noción de todo lo que me rodeba. Sus labios encajaban perfectamente con los míos, como dos piezas de un rompecabeza. Me aferré a él, queriendo que ese momento durara para siempre.

Nos separamos al sentir una mirada sobre nosotros. Nuestro profesor no se veía nada feliz con lo que acababa de observar.

Afortunadamente era el único que nos había visto, ya que, como dije antes, el resto se había ido.

Pareció desconcertado en un principio, pero luego habló.

—Müller, Buhajeruk —nos llamó.

—¿Sí? —preguntó Iván de forma inocente cuando nos acercámos, como si no fuera consciente de lo que acabábamos de hacer.

—Esas muestras de afecto no están permitidas aquí —habló, manteniendo su semblante serio—. Voy a tener que reportarlos...

—¡No, por favor! —supliqué juntando las palmas de mis manos, no podría soportar otro reporte más, suficientes tengo—. No volvera a pasar, lo prometemos.

Volteé a ver a Iván, quien me observaba con una sonrisa divertida.

—¿Verdad? —lo golpeé en el brazo para que me siguiera.

—Claro que volverá a pasar —lo fulminé con la mirada—. Pero no aquí —aclaró sin apartar sus ojos de mi.

—Eso espero —suspiró antes de continuar su camino.

—¡Idiota! —volví a golpearlo cuando estuvimos solos—. Era totalmente innecesario decir eso.

—No lo era —contradijo—. No podía mentir, a ti no te gustan las mentiras.

—Tienes razón —asentí recuperandome.

—Siempre la tengo.

Observó a todos lados, y cuando se aseguró de que no hubiera nadie observándonos, me robó un beso.

—¡Ey! —él regreso a su lugar sonriéndo como un boludo—. Dijiste que no pasaría aquí, así que técnicamente mentiste.

—Shh —me calló. Yo volví a pegarle, pero ni se inmutó.

Aún estaba conmocionada por las cosas que habían sucedido. Era bastante irreal que él estuviera aquí, ahora.

—Vamos a casa, mamá está afuera esperando en el auto —dijo entrelazando nuestras manos.

Salimos y nos encontramos con Milena, quien tenía una sonrisa radiante en el rostro, una que hacía mucho no veía. Nos subimos al auto, y, en el camino, mamá me llamó de nuevo. Esta vez, contesté al instante, aunque me parecía extraño que siguiera llamándome.

—¿Hola, mamá?

—¿Kiara? —escuché del otro lado, su voz sonaba extraña—. ¿Kiara?

—Aquí estoy, mamá. ¿Pasa algo?

—Kiara —esta vez su voz se distorcionó.

—Aquí estoy mamá ¿qué pasa? —repetí más preocupada—. ¿Si estás escuchándome?

Mientras hablaba, miré a mi alrededor, y noté que el rostro de Iván y el de su madre empezaban a distorsionarse, como si no fueran ellos realmente.

—Mamá... —susurré, sintiendo cómo todo a mi alrededor se volvía borroso y surrealista.

Un segundo.

Dos segundos.

Tres segundos.

Y entonces, volví a escuchar su voz, esta vez clara, rompiendo la ilusión.

Kiara, despierta.

Dedicado a almaentravesia

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