O41 | accidente
Capítulo XLI. La verdad, pero ¿a qué costo?
Narrador omnisciente.
Víctor mantenía el cuchillo contra el cuello de Kiara, con la mirada fija en los policías que lo rodeaban, listos para actuar, pero temerosos de hacer algún movimiento que pudiera lastimarla.
La respiración de Kiara era irregular, y el miedo se reflejaba en sus ojos. Víctor, aunque no lo demostrara estaba igual de aterrado, finalmente sus dudas habían sido despejadas, finalmente conocía la verdad. Y aunque su mente se encontraba en negación, su corazón creía a lo que Milena le había dicho.
Ellos, sus padres, jamás lo abandonaron.
—¿Me mentiste? —murmuró para sí mismo, viendo a la que durante todos estos años había tomado el rol de su madre.
—Víctor, soltala —pidió Alyssa intentando acercarse—, por favor —suplicó.
—Vos dijiste que no la querías, por eso dejaste que se fuera con él, ¿por qué ahora te preocupás por ella?
—¡Soltala! —ordenó, pero el pelinegro no se inmutó—. Es mi hija, al igual que vos... por favor...
De repente, soltó el cuchillo y sacó un arma, mientras Alyssa retrocedía sobre sus pasos con miedo. Sus miradas se cruzaron en un instante antes de que él la arrastrara hacia la puerta, retrocediendo, sin dejar de mantener a Kiara junto a él.
Los oficiales ajustaron sus posiciones, rodeándolo sin dejarle escapatoria. Iván observaba, desesperado, cada movimiento de Víctor, sus puños apretados y el corazón latiendo desbocado.
Entonces, en un momento de pura desesperación, Iván se lanzó contra él, intentando arrebatarle el arma. Kiara, atrapada entre ambos, apenas pudo moverse para evitar el impacto de los cuerpos y el arma que ambos disputaban.
—¡Déjala! —gritaba el de menor edad, luchando por mantener el control y a su vez intentando no lastimar a la chica, quien se encontraba aprisionada.
Lo siguiente ocurrió en cuestión de segundos, en medio del forcejeo un disparo resonó en la casa, cortando el aire y congelando cada rostro en la sala.
Iván cayó al suelo, su cuerpo desplomándose pesadamente, mientras una mancha de sangre comenzaba a extenderse por su camisa. Milena lanzó un grito desgarrador, su voz ahogada en el horror y la desesperación hizo eco en el lugar.
Kiara, que hasta ese momento había estado atrapada entre todo el caos, se quedó frente a él, paralizada, mientras los oficiales intentaban reaccionar a la rápida huida de Víctor y Alyssa, quienes aprovecharon la conmoción para correr hacia la puerta.
—¡Bloqueen las salidas! ¡No los dejen escapar! —ordenó el jefe de la operación.
Los agentes en el exterior se movilizaron de inmediato, desplegándose para formar un perímetro y evitar que Víctor y Alyssa escaparan.
—No, no, no, no... —murmuraba su madre, sus manos temblaron cuando acunó el rostro de su hijo entre ellas—. Iván... hijo... quédate conmigo... por favor... —le suplicaba, intentando contener su propio llanto.
Los paramédicos llegaron rápidamente y subieron a Iván en una camilla mientras intentaban estabilizarlo. Kiara y Milena los seguían, aún en estado de shock. La sangre seguía empapando la camisa de Iván, y los paramédicos trabajaban a toda velocidad.
—¡Kiara! —Claudia y Héctor corrieron hacia su hija, la detuvieron antes de que pudiera seguir a los paramédicos y se aseguraron de que estuviera físicamente bien.
La pelinegra observaba desde ahí cómo la ambulancia se marchaba en dirección al hospital, su cuerpo y su mente seguían sin coordinarse, aún no lograba procesar lo que había ocurrido. Casi que podía sentir sus propios latidos resonando en sus oídos y con cada segundo respirar le era más difícil. El miedo y la culpa crecían dentro de ella.
—Kiara, tenemos que irnos, la policía va a buscar a Víctor y Alyssa —le dijo su padre mientras marcaba un número en su teléfono—. Víctor le disparó a dos oficiales y escaparon en un auto, no pueden ir muy lejos. Solo es cuestión de tiempo para que los encuentren.
—Iván... —fue lo único que logró articular, ni siquiera había escuchado con claridad las palabras de Héctor.
—Vamos —su madre la tomó de la mano e ingresaron juntas al auto, también camino al hospital.
El recorrido fue silencioso, y un poco largo, la mente de Kiara seguía nublada, no podía hacer otra cosa que pensar en lo que había sucedido. En su mente las escenas se repetían una y otra vez en un bucle interminable.
Una vez estacionaron, y antes de bajar, soltó todo lo que había estado acumulando. Las lágrimas llenaron sus ojos y se derramaron por sus mejillas hasta caer en su ropa, sus manos comenzaron a temblar y su pecho dolía, la preocupación, el miedo y la rabia se mezclaban, tomando el control.
—Kiara... —Claudia la abrazó, intentando calmarla.
Kiara comenzó a balbucear, su boca soltaba palabras incoherentes en un principio, su voz opacada por los sollozos tambien le hacía difícil el poder formular una oración.
—Quiero verlo —dijo finalmente, en un susurro apenas audible—. Necesito saber que está bien.
—Ven, vamos —suspiró y abrió la puerta del auto, ambas bajaron y se encaminaron al edificio blanco.
Mientras que Claudia preguntaba por Iván, Kie observaba el panorama a su alrededor, habían muchas personas ese día. Pudo divisar algunas sentadas, esperando a ser atendidas, y a otras ingresando en camillas con heridas graves. Definitivamente eso no la ayudaba para nada.
En un rincón de la entrada observó a una niña, sus ojos llenos de lágrimas, una enfermera le ofreció un vaso de agua. Lo recibió con las manos temblorosas y bebió un poco como pudo, cuando logró tranquilizarse comenzó a preguntar por su padre. La enfermera le dió una respuesta que al parecer no le gustó y comenzó a alterarse nuevamente, suplicando porque le dejaran ver a su padre.
El corazón de Kie se comprimió, comparando su dolor con el de la pequeña.
—Kie, ven —su madre la guió hacia el ascensor. Una vez dentro, presionó el botón del tercer piso, y en cuestión de segundos ya se encontraban ahí.
En la sala de espera observaron a Milena, con la mirada perdida. Sus ojos reflejaban el dolor que sentía en esos momentos. Ambas se acercaron y sin decir una palabra se sentaron a su lado, esperando a que cuando el médico regresara, lo hiciera con buenas noticias.
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Finalmente, después de una espera interminable, un médico salió de la sala de emergencias. Su expresión era seria.
—¿Familiares de Iván Buhajeruk?
—¡Aquí! —se apresuró a decir Milena—. Doctor, dígame, ¿cómo está?
—¿Es su madre? —Milena asintió rápidamente, el médico suspiró.
—¿Qué pasó con mi hijo? —insistió—. ¿Él está bien? —preguntó, su voz quebrándose ligeramente.
—Yo... de verdad lo siento mucho —la cara de las tres mujeres frente a él reflejaba su confusión—. Su hijo, Iván, ha sufrido un trauma craneoencefálico grave debido al disparo. La bala ha afectado la zona temporal del cerebro.
Las palabras del médico resonaron en la cabeza de Milena, al instante sintió una presión muy fuerte en su pecho y su respiración comenzó a volverse más irregular.
—¿Qué... significa eso? ¿Va a estar bien?
—La lesión es grave, pero vamos a hacer todo lo posible para salvarle la vida. Necesitamos realizar una cirugía de emergencia lo antes posible.
Milena asintió—. Haga lo que tenga que hacer, por favor —el doctor asintió.
—Tengo que decirle algo más, y es que... después de la cirugía, Iván probablemente quedará en coma inducido para permitir que su cerebro se recupere —explicó—. Aunque el coma puede durar desde unos días hasta varias semanas o incluso meses.
—¿¡Qué!? —exclamó desesperada, con lágrimas en sus ojos—. No, no, no...
—¿Qué probabilidades hay de que se recupere? —preguntó Claudia.
—Es difícil predecir con certeza. En general, las personas que sufren trauma craneoencefálico grave tienen un veinte a treinta por ciento de probabilidad de recuperación completa, un cuarenta a cincuenta por ciento de probabilidad de recuperación parcial y un treinta a cuartenta de probabilidad de secuelas graves o... muerte.
Esa última frase fue el detonante, Milena terminó de rodillas en el suelo, como si el solo hecho de mantenerse en pie le fuera imposible, tapó su cara con sus manos sintiéndo su mundo reducirse. Iván era todo lo que tenía, lo que menos quería era perder a su hijo.
—Tranquila... —Claudia intentó acercarse para ayudarla.
—Por favor, no importa lo que cueste, solo... salve a mi hijo —suplicó en medio del llanto. El médico asintió una última vez antes de retirarse.
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Alyssa y Víctor se habían refugiado en un pequeño escondite improvisado, con el sonido de sirenas y pasos apresurados resonando en la distancia. La policía estaba cerca, y en cualquier momento iban a encontrarlos.
La mujer, con el rostro tenso y las manos temblorosas, miró a Víctor.
—No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo, Víctor —dijo ella, bajando la voz—. Nos van a encontrar, tenemos que irnos.
Pero él no respondió. En cambio, levantó lentamente el arma que había estado sosteniendo, apuntándola hacia ella con manos temblorosas y ojos llenos de lágrimas contenidas.
—¿Por qué... por qué mentiste? —su voz era apenas un susurro quebrado, mientras las emociones que había reprimido toda su vida salían a la superficie—. Mamá dijo... que nunca me abandonaron. Me dijiste que mis padres me dejaron, que no querían saber nada de mí.
Alyssa lo miró, intentando mantener la calma, pero su cuerpo no podía dejar de temblar.
—Víctor... yo...
—¡No! —la interrumpió, sus ojos ardiendo con el dolor y el odio que había albergado por años—. Todo este tiempo, todo este maldito tiempo me hiciste creer que no valía nada para ellos. ¡¿Por qué?!
—No teníamos opción —contestó, tratando de acercarse—. Era la única manera de protegerte.
Él retrocedió, con lágrimas ahora cayendo sin control.
—¿Protegerme? ¿Convertirme en esto era protegerme? —señaló su propio pecho, sintiendo el peso de la culpa y el odio—. ¡Miráme! ¡Soy un asesino! Y no solo eso... por tu culpa, maté a mi propio hermano, y casi lastimo a mi mamá de verdad. ¿Te das cuenta de lo que has hecho?
Alyssa dejó caer la cabeza, incapaz de sostener su mirada. Sabía que nada de lo que dijera lo calmaría, porque cada palabra solo reflejaba una mentira más en la vida de Víctor.
—No fue solo mi culpa... —murmuró, sabiendo que esa justificación no valdría nada.
Víctor dejó escapar una risa amarga, cargada de resentimiento.
—Lo sé. Él también pagará por esto. Pero vos... —tomó aire, cerrando los ojos y tratando de encontrar la fuerza que aún quedaba en su interior—. La única razón por la que no voy a dispararte ahora es porque, a pesar de todo, crecí queriéndote. Vos me hiciste quererte.
Alyssa respiró aliviada por un momento, pero antes de poder emitir una palabra, él continuó.
—Si alguna vez sentiste algo de cariño por mí, si alguna vez te importé... entonces andate. No quiero volver a verte.
La mujer asintió con la cabeza, aceptando su sentencia. Sin más, se dio la vuelta y salió rápidamente, desapareciendo en la oscuridad, sin atreverse a mirar atrás.
Víctor quedó solo, y al sentir la ausencia de Alyssa, cayó de rodillas en el suelo, como si el peso de todos esos años de mentiras y dolor finalmente lo aplastara. Los sollozos que había contenido durante tanto tiempo salieron. Estaba roto, desmoronándose por dentro y fuera.
Oficialmente ya no quedaba nada de él. Ya no quedaba nada de Víctor.
Con cada lágrima, sintió cómo su odio se transformaba. Las ganas de venganza ya no le parecían suficientes. Él solo necesitaba la verdad, necesitaba saber ¿por qué a él?
Finalmente, se levantó, con el rostro secó sus lágrimas y esta vez, había una nueva determinación en sus ojos. Este sería su último intento, su última oportunidad de redimirse y encontrar la verdad.
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❛ kiara's pov ❜
Miré mis pies moverse en sincronía de adelante hacia atrás, intentando enfocarme en algo, intentando mantener la calma, intentando que mi mente no pensara en Iván, y en lo que podría pasarle si algo sale mal en esa cirugía.
Había pasado exactamente una hora desde la última vez que el doctor había venido a hablar con nosotras, lo sé porque desde entonces mis ojos no se despegaban del reloj, viendo los minutos y los segundos pasar, esperando por buenas noticias.
—¿Querés agua? —Martina llegó a mi lado y me ofreció una botella, negué con la cabeza sin molestarme en observarla, rechazando su ayuda por novena vez.
Cuando la noticia de lo que había pasado en el operativo llegó hasta ellos no dudaron en venir al hospital, los carrera se encontraban aquí, todos sin excepción, incluso Miranda, una amiga de Milena que había estado a su lado brindándole apoyo desde que llegó.
—Kie... tenés que tranquilizarte —dejó la botella en mis manos y la tiré lejos de mí. Llamando la atención de la mayoría.
—¡No puedo! —grité desesperada, queriendo desahogarme, queriendo sacar el miedo y la frustración, pero no podía, no encontraba la manera de hacerlo.
No podía estar tranquila sabiendo que Iván, mí Iván, estaba en un estado grave, no podía ser positiva cuando estaba aún ese pequeño porcentaje de que todo saliera mal.
Y de que él...
Me aterraba el hecho de solo pensarlo.
Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta cuando intenté hablar, sentía que el aire del lugar no era el suficiente para poder respirar. Así que corrí. Salí de ahí, corrí atravesando los pasillos, corrí sin mirar atrás, buscando una salida.
—¡Kiara! —me detuve cuando alguien me tomó del brazo, giré a ver al ojiverde con lágrimas en los ojos.
—Soltame.
—Kiara...
—¡Soltame, Rodrigo! —grité exasperada. Él lo hizo.
Continué mi camino, bajando hasta el primer piso, y saliendo por la puerta principal. Busqué el auto en el estacionamiento y caminé hacia allá, recostándome en él cuando llegué.
Pero seguía sin poder respirar bien.
—Kiara, por favor —Levanté la cabeza cuando la escuché, Martina me había alcanzado.
—No puedo más... —murmuré finalmente, dejándome caer.
Rápidamente se acercó, sus brazos me rodearon y me permití llorar.
Mi menté era un desastre, mis manos temblaban, mi visión se nubló por las lágrimas. Lejos de sentirme bien, la ansiedad comenzó a hacer su trabajo, controlando cada fibra de mi ser, mis acciones, mis pensamientos, y sobre todo, mis palabras.
—Tranquila, Kiara, él estará bien —intentó calmarme.
—¡No sabes eso! —la empujé, apartándola de mí, con la poca fuerza que tenía—. ¡Vos no lo viste! Iván... él estaba muy mal... —sollocé—. ¿Qué pasa si no sale bien? ¿Qué pasa si nunca lo volvemos a ver?
—¡Basta, Kiara! —me tomó de los hombros y me obligó a mirárla—. Él también es mi amigo —musitó, ahora ella estaba llorando—. Es una de las personas más importantes en mi vida, si vos estás así no te puedes imaginar cómo estoy yo... —suspiró—. Pero yo creo que él estará bien, y vos deberías creer lo mísmo.
Ella tenía razón, y quería creer, de verdad.
Pero sentía que todo esto era por mí.
—Es mi culpa, es mi culpa, es mi culpa —repetí una, y otra, y otra vez. Sin poder pensar en algo más que eso.
—No, Kie, no lo es —dejé que me abrazara nuevamente.
—Es mi culpa —lloré—. Es mi culpa, Mar. Tal vez si no hubiera entrado ahí, tal vez si hubiera escuchado a mis padres...
Mis padres...
El llanto cesó de repente, y entonces, me quedé en blanco.
—¿Kie, estás bien, te sentís mejor? —asentí como pude—. No es tu culpa... no digas eso.
Continuó hablando, pero dejé de escucharla, una sola cosa se repetía en mi cabeza ahora.
« —¡No, vos no sos mi mamá! —la señalé—. Mi madre se llama Claudia.
—¿Y qué tan segura estás de eso? —a paso lento se acercó—. ¿No te parece buena idea preguntarles? Estoy segura de que ellos te lo explicaran todo. »
No puede ser, era imposible.
Mis padres... ellos jamás podrían haberme mentido de esa forma...
Ellos... me lo habrían dicho.
¿Verdad?
—Kiara, volvamos —dejé que Martina me llevara de vuelta a donde estábamos antes.
Mi mente divagaba, y con miedo regresé a donde estaba mi madre, estaba decidida, le iba a preguntar. Pero había algo que me preocupaba, y era la respuesta que ella iba a darme.
—Mamá...
—Kiara, hija ¿estás bien? —me abrazó por unos segundos y dejó un beso en mi cabeza—. Por favor no vuelvas a irte así, me preocupaste. Iván estará bien, debemos confiar en que...
—Alyssa —la interrumpí—, Alyssa es el nombre de la mujer que estaba con Víctor en esa casa. Ella sabía mi nombre, y su cabello era igual que el mío.
—¿Kie, de qué hablas?
—También dijo que ella... —mi voz se quebró al continuar—. Que vos no eras mi mamá... ¿eso es cierto?
—Kiara...
—¿¡Es cierto!?
Asintió, y sentí mi mundo venirse abajo.
—¿Entonces es verdad? ¿Ustedes me mintieron? —pregunté sin poder creer lo que sucedía—. ¿¡Por qué!?
—Hija... yo no tenía idea de que... por favor, perdóname.
—¿Por qué no me lo dijiste? —exclamé con una mezcla de rabia y dolor—. ¿Por qué me lo ocultaste? ¿¡Por qué me mintieron!?
—¡Me equivoqué! Me equivoqué al ocultarte algo así, creí que esos secretos no importaban. Pero me equivoqué... —ella apenas podía hablar—. Yo no tenía idea de que era ella, tu padre nunca me lo dijo, solo me dijo su nombre y que lo mejor para vos era no contartelo...
—¡¿Te das cuenta de lo que me ocultaron, te das cuenta que vos no sos mi madre?! ¡¿Por qué no fueron capaces de decirmelo?! —grité con furia.
—Lo siento, de verdad...
—No puedo creerlo —murmuré apartando la vista y mirando hacia la nada, sintiéndome perdida—. No puedo creerlo —repetí.
Sin molestarme en decir algo más volví a dirigirme a la salida, sentí a "mamá" correr detrás de mí. Ya no sabía si podía llamarla así.
—¡Kiara!
Me detuve frente al auto y le extendí las llaves.
—Quiero ver a mi papá —ella asintió y ambas subimos al auto.
Mamá le avisó a Papá que iríamos a casa para que él hiciera lo mísmo. No le había preguntado si habían encontrado a Víctor o a Alyssa, la verdad, eso era lo que menos me importaba. Mi corazón estaba roto en mil pedazos.
Solo quería saber la verdad.
Toda la verdad.
Quería saber qué otros secretos me habían ocultado, con cuántas mentiras más me habían engañado toda mi vida.
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Narrador omnisciente.
Kiara miraba a su madre mientras el auto avanzaba por las calles silenciosas, estaba pálida y evitaba mirarla a los ojos, pero Kiara podía notar la ansiedad en sus gestos. Ambas sabían que, al llegar a casa, enfrentarían el momento que las separaría de todas las mentiras que habían construido sus vidas hasta ahora.
Al llegar, la puerta se abrió antes de que Claudia pudiera buscar las llaves, y del otro lado apareció Héctor.
—¿Estan bien? ¿Cómo está Iván? —se acercó a ellas y Kie lo empujó, dejándolo completamente sorprendido.
—Tenemos cosas que resolver, papá —habló ingresando a la casa.
—¿Qué está sucediendo? ¿Kiara? —preguntó confundido, siguiéndo a su hija.
—Ya sé la verdad, sé que Claudia no es mi madre. Lo que quiero saber ahora es por qué me lo ocultaron. Necesito la verdad, toda la verdad.
Héctor bajó la mirada.
—No quise hacerte daño —respondió finalmente, con la voz ahogada—. Vos, Cassie, y Lucas... son lo más importante que tengo en esta vida. Nunca quise que sufrieran por las decisiones que tomé.
En ese instante, los pequeños mellizos, Cassie y Lucas, bajaron las escaleras. Al ver a su hermana mayor, corrieron a abrazarla, y en sus caritas asomaba la misma preocupación que Kiara tenía en su corazón. Ella los abrazó de vuelta.
—¡Basta de mentiras! —exclamó de nuevo, desesperada—. Todos merecemos saber la verdad, incluso ellos.
Héctor observó a los gemelos, tan jóvenes e inocentes. Sus miradas reflejaban la confusión. Apretó los labios y luego asintió. Los miró con tristeza.
—¿Vos sabías, verdad? —Claudia se atrevió a preguntar—. ¿Es por eso que nunca quisite decirle a Kiara quién era su verdadera madre? ¡¿Vos sabías quién era Víctor?! ¡¿Vos sabías que Alyssa estaba con él?!
—¿Quién es Alyssa? —preguntó Cassie, quien se encontraba abrazando a Kie.
—¿Y quién es Víctor? —preguntó de igual manera Lucas, quien sentía una presión en su pecho al ver a sus padres discutir.
Ninguno de los dos entendía lo que sucedía.
—Todo tiene una explicación... —dijo Héctor.
—Entonces comenzá —pidió la mayor.
El silencio llenó la habitación mientras Héctor parecía organizar sus pensamientos. Finalmente, comenzó.
—Todo empezó... cuando asesinaron a mi padre... a su abuelo.
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