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O3O | liberación

Capítulo XXX. Toda acción tiene una reacción.

kiara's pov

—¿Hola, Diego? ¿Qué pasa? —hablé cuando atendí su llamada. 

—¡Por fin contestas, boluda! —exclamó desesperado—. Él apareció otra vez, ¿viste las noticias?

—¿Qué? —pregunté confundida—. ¿Qué decís?

—Mirá lo que te envié —coloqué el altavoz y salí de la llamada para buscar nuestro chat, Iván se posicionó a mi lado mirando atentamente la pantalla de mi teléfono.

Lo que había ahí me dejó totalmente congelada.

El asesino de la máscara negra había vuelto a aparecer luego del incidente de la G.E.A. Esta vez, siete personas que trabajaban en el área de producción de una compañía habían sido asesinadas. La noticia no daba detalles claros, pero mencionaba que las víctimas habían sido encontradas en la madrugada.

—Pero qué... —dejé la frase a la mitad.

—Kie, ¿estás ahí? —preguntó Diego.

—¿Te puedo llamar después? —pedí.

—¿Qué pasó? —indagó más preocupado por el cambio en mi tono de voz.

—Prometo contártelo después —me despedí y corté la llamada.

—Kiara... —miré a Iván quien pareció reconocer algo en el artículo—. Son ellos...

—¿Quiénes? —señaló la foto de las siete víctimas.

—Ellos eran los sicarios a los que él les pagaba —su tono de voz se elevó—. Ellos fueron quienes lo amenazaron.

Miré la foto de todos ellos pensando durante unos largos segundos.

Ahora estaban muertos. Ahora no podrían hacer nada.

Si queríamos hacer algo, esta era la oportunidad.

—¿Vos sabés qué significa esto, no? —lo miré y él asintió—. Necesitamos a tu mamá, convencela, no sé, hace algo...

—Vení —me tomó de la mano y bajamos de su cama, me llevó con él escaleras abajo, hasta llegar a la cocina. En donde Milena preparaba la cena.

Nos miró sorprendida cuando se percató de nuestra presencia.

—Mamá, ¿él está en casa? —negó con la cabeza—. Ayúdanos, por favor.

Milena nos observó con cautela, comprendiendo que algo grave estaba sucediendo. Se acercó a nosotros, dejando de lado lo que estaba haciendo.

—¿Qué está pasando?

Iván y yo intercambiamos miradas, conscientes de que esta sería la única oportunidad que tendríamos.

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

Narrador omnisciente.

El ambiente en la cocina de los Buhajeruk estaba cargado de una tensión que era palpable. Milena observó a su hijo y a la pelinegra con preocupación evidente. No sabía que lo siguiente que pasaría tal vez sería su salida, ahora ella tenía la oportunidad de liberarse de todo lo que había guardado por años. No por amor, como siempre había afirmado, sino por miedo a perder a el único hijo que le quedaba.

—Mamá, es ahora o nunca —repitió Iván, Kiara tomó su mano al escucharlo y se posicionó a su lado, también dispuesta a acabar con todo—. Ya no hay nada que pueda pasarnos, tenés que hacerlo. Si no lo haces, lo haré yo. Pero no dejaré que él vuelva a lastimarnos. No cuando tenemos la oportunidad de acabarlo.

Milena sabía exactamente a qué se refería su hijo. Los años de violencia, amenazas y manipulación por parte de Carlos habían dejado marcas profundas en ella, tanto física como emocionalmente. Sin embargo, el miedo constante de que las conexiones de su esposo con figuras peligrosas pudieran poner en riesgo a Iván siempre la había detenido. 

Pero ahora, esas amenazas ya no existían.

Milena respiró profundamente y miró a Iván, notando en sus ojos cómo su hijo llevaba una carga que ningún joven debería soportar.

Estaba tan arrepentida de no haber hecho algo antes, ahora solo le importaba acabar con ese dolor que ambos tenían. Ahora lo único que deseaba su corazón era sanar y ser feliz. Olvidando a los fantasmas que la acosaban, olvidando toda la culpa que sentía.

—Vamos —dijo finalmente, rompiendo el silencio.

Ambos chicos asintieron, Iván con una leve sonrisa. Parecía que todo iba a terminar. Parecía que por fin la vida les había dado la oportunidad que nunca creía que llegaría.

Sin perder tiempo los tres se dirigieron hacia la entrada de la casa. Milena sintió un nudo en el estómago mientras tomaba su bolso y las llaves del auto.

7 : 15 PM

Centro de Denuncias, Buenos Aires.

Esa noche el lugar estaba prácticamente vacío, algo extraño en una ciudad tan activa como Buenos Aires. El vigilante de turno levantó la vista cuando los vio entrar. Milena se acercó al mostrador, tratando de no hacer notar sus nervios, pero su voz tembló ligeramente cuando habló.

—Quiero presentar una denuncia.

El oficial, un hombre de aproximadamente cuarenta años, la miró con curiosidad.

—¿Sobre qué se trata? —preguntó sacando un formulario.

Milena respiró profundamente antes de responder.

—Quiero denunciar a mi esposo... Carlos Andrés Buhajeruk —las palabras salieron con dificultad.

El oficial la miró con más atención al escuchar el nombre. Carlos era conocido en prácticamente cada rincón de Buenos Aires, y el hecho de que su esposa estuviera en una comisaría en medio de la noche, pidiendo denunciarlo, era algo fuera de lo común.

—¿De qué lo acusa? —preguntó el oficial mientras empezaba a tomar nota.

Milena sintió que las palabras no eran suficientes para describir todo el daño que Carlos le había hecho a ella y a su hijo. Miró a Iván y Kiara, quienes estaban junto a ella.

—Violencia intrafamiliar, soborno a autoridades, y... asesinato —las palabras "violencia intrafamiliar" resonaron en la sala como una confesión que había tardado años en salir a la luz.

El oficial dejó de escribir por un momento, procesando la gravedad de la denuncia.

—¿Está segura de lo que está diciendo? —preguntó con seriedad. Milena asintió.

—Tengo pruebas —continuó—. Durante años, mi esposo ha maltratado a nuestra familia, me ha manipulado, ha sobornado a oficiales para cubrir sus delitos, y ahora... sé que está involucrado en la muerte de varias personas.

La expresión en el rostro de Kiara era la misma que tenía el oficial. Las palabras que salían de la madre de su amigo causaron una reacción en ella. Insistía dentro de sí que Iván no merecía sufrir todo lo que vivió. Pero escuchar ahora a Milena, casi la hace llorar.

Ella también era fuerte, y todo lo que hizo, todos los años de silencio fueron para proteger a su hijo. No estaba dispuesto a perder otro, mucho menos por su culpa.

Iván apretó la mano de la chica que amaba, intentando hacer que el miedo en ella se fuera. Pero fue inútil, porque él también tenía miedo.

El oficial tomó aire, consciente de la magnitud del caso que estaba tomando. Sabía que si lo que Milena decía era cierto, esto podría desencadenar una investigación muy grande, especialmente con un hombre tan importante como Carlos involucrado.

—Voy a necesitar que me cuente todo lo que sabe, señora Buhajeruk. Esto va a ser un proceso largo —advirtió mientras comenzaba a preparar los documentos y los procedimientos necesarios.

Milena asintió, consciente de que esa noche sería una de las más difíciles de su vida, pero también una de las más liberadoras

No mencionó las actividades ilegales de Carlos en la G.E.A., no porque no lo supiera, sino porque el hablar acerca de eso supondría la quiebra de la empresa y que muchas personas inocentes quedarán sin empleo, además pensó en el gran esfuerzo y trabajo de algunos socios inocentes que no tenían nada que ver con lo que su esposo hacía.

Aunque sí pidió que se iniciara una investigación en la empresa para ver si durante la presidencia de Carlos había hecho algo fuera de lo legal, todo con el fin de darle coherencia a sus denuncias.

Ella sabía que Leandro haría lo posible para que la empresa siguiera en pie. Aquí el único afectado sería su esposo.

Por primera vez en mucho tiempo, todo estaba a su favor.

9 : 03 PM

G.E.A. sede principal, Buenos Aires.

Carlos no había tenido un día fácil. Después de una larga jornada de reuniones, había decidido quedarse en su oficina para revisar algunos documentos confidenciales. 

Estaba sumido en su trabajo cuando escuchó un ruido afuera. Al principio lo ignoró, pensando que se trataba del personal de la empresa. Pero cuando los ruidos se hicieron más fuertes, se dio cuenta de que algo no estaba bien.

Levantó la vista justo a tiempo para ver cómo varios oficiales de policía entraban en su oficina con armas. Se levantó de su silla confundido y levantó sus manos cuando uno de los oficiales lo apuntó.

—¿Qué carajo creen que están haciendo? —gritó.

Uno de los oficiales, el mismo que había tomado el caso de la denuncia de Milena, se acercó.

—Carlos Andrés Buhajeruk, queda detenido bajo la acusación de violencia intrafamiliar, soborno a autoridades y asesinato —declaró con firmeza, mientras otro oficial procedía a esposarlo.

Carlos sintió como si el mundo se desmoronara a su alrededor. Había esperado muchas cosas en su vida, pero nunca imaginó que llegaría el día en que sería traicionado por su propia familia.

Qué estupidez más grande llamar familia a unas personas a las que había lastimado tanto.

Su concepto de familia estaba totalmente alterado.

Apretó los dientes mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.

—Esto es un error —dijo intentando defenderse—. No sabés con quién te estás metiendo —cuando se vió sin escapatoria, se atrevió a amenazar al oficial.

—Lo que está diciendo es muy grave, señor Buhajeruk —respondió el mismo sin inmutarse—. Tenga mucho cuidado, todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra —lo miró de arriba a abajo con desprecio—. Pero no se preocupe, ya tendrá la oportunidad de explicarse en el juicio.

Cuando los oficiales comenzaron a sacarlo de su oficina, Carlos notó que Iván estaba esperando en la entrada. Sus ojos, idénticos a los suyos, lo observaban con una mezcla de calma y satisfacción. Por un momento se tambaleó. No por el hecho de que Iván seguía siendo su hijo.

Sino porque seguía siendo igual de parecido a Víctor. Él veía a Víctor cuando veía a Iván.

—Iván... —comenzó a decir, pero su voz se apagó al ver la mirada helada en los ojos de su hijo.

—Ya lo sé todo —respondió Iván con su expresión seria, y luego añadió con voz baja: —Víctor.

Ese nombre golpeó a Carlos como una bala. Ese era el punto débil que nunca había querido confrontar, el secreto que había mantenido oculto durante tanto tiempo. Quería responder, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Por primera vez en mucho tiempo, Carlos se sintió vulnerable.

Sin decir más, los oficiales lo sacaron del lugar y lo llevaron a una celda temporal mientras se preparaban los procedimientos para su juicio.

10 : 20 PM

Comisaría de Buenos Aires.

Se sentó en la fría celda, su mente dando vueltas frenéticamente. El pensamiento de Víctor lo atormentaba. Había hecho todo lo posible por borrar ese nombre de su memoria, por enterrarlo en lo más profundo de su ser, pero ahora, todo volvía con una fuerza devastadora.

Al final dentro de ese oscuro corazón, la única pizca de amor que quedaba era para su hijo, no Iván, sino al que de verdad amó. A su primogénito. A Víctor Buhajeruk.

—Víctor —murmuró para sí mismo, apretando los puños con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

Carlos era una persona que... había hecho muchas cosas malas en su vida. Él realmente no merecía tener a alguien como Milena en su vida. Nunca mereció el lugar en donde estaba.

Durante años, había vivido una vida de poder, manipulando a quienes lo rodeaban, usando el miedo y la violencia como herramientas para mantener el control. Pero ahora, todas esas acciones estaban volviendo para atormentarlo. 

Levantó su vista y miró la pequeña ventana en la parte superior de la celda, donde apenas se veía la luna. Sintió un frío abrumador, pero no era solo la celda lo que lo hacía temblar. Era el peso de sus propios pecados, de las vidas que había destruido, incluida la de su propia familia.

El silencio de la celda era ensordecedor, cada segundo se hacía interminable mientras esperaba lo inevitable. 

No había escapatoria esta vez. 

Las autoridades no serían compradas, los sicarios ya no estaban allí para silenciar a quienes se atrevieran a hablar. Milena, había roto el silencio, y ahora él tendría que enfrentar las consecuencias.

Cada acción tiene una reacción.

Cuando un guardia apareció para informarle que el juicio estaba siendo preparado para el día siguiente y que tendría derecho a un abogado y a una llamada, Carlos solo pudo asentir, sintiéndose vacío. Sabía que su vida como la conocía, había terminado. Ahora, solo quedaba esperar su destino, uno que él mismo había creado con cada decisión que había tomado.

Era su fin, él lo sabía, y esta vez no podría hacer nada para evitarlo.

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