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O35 | insomnio

Capítulo XXXV. Buscando a Cassie, conversaciones de madrugada & cielo lleno de estrellas.

Viernes 31 mayo, 2019.

kiara's pov

—Yo quiero de chocolate —dijo Cassie, tirando de mi remera.

—¡Yo de fresa! —Lucas la empujó.

—¡Me golpeaste, pelotudo! —chilló, acariciando su cabeza.

—Dramática —el ojiazul le sacó la lengua.

—Tu vie... —la miré mal, y se cruzó de brazos, resignada.

Suspiré pesadamente y miré a la vendedora, quien intentaba reprimir una sonrisa.

—Entonces... dos de vainilla, uno de chocolate y uno de fresa —asentí.

Luego de pagar por los helados, regresamos al lugar en donde estábamos antes. Ahí estaba Iván sentado, con Kira y Coco jugando en el césped.

Habíamos pensado que sería un buen plan sacar a pasear a los perritos, y aunque no estaba dentro de mis planes traer a mis hermanos, tampoco podía dejarlos solos en casa.

—Gracias —Iván sonrió al recibir su helado, y tomé asiento a su lado sin apartar la vista de los mellizos.

Mi expresión se contrajo cuando, sin querer, le di un mordisco al helado. Sentí el frío subir a mi cerebro, y cerré los ojos ante la desagradable sensación.

A mi alrededor solo se escuchaban las risas de mis hermanos y de Iván.

—Que boluda —se burló el pelinegro.

—Cállate —murmuré aún con los ojos cerrados—. Me congelé el cerebro, boludo —volví a hablar cuando me recuperé.

Durante los siguientes minutos mis hermanos y yo nos enfrascamos en una charla que comenzó hablando de nuestros sabores de helado favoritos. Cassie no dejaba de insistir en que el chocolate era el mejor de todos, mientras Lucas alegaba que el de fresa lo superaba. Yo mantuve mi postura de que el helado de vainilla era el mejor mientras que el morocho a mi lado observaba todo en silencio con una sonrisa divertida en su rostro.

—Vos tenés que estar de acuerdo conmigo —lo señalé—. Deciles que el mejor es el de vainilla.

—¿Y si no quiero qué? —fruncí el ceño enojada—. El de vainilla es el mejor —se retractó ante mi mirada amenazante y miró a los mellizos.

—Gobernado —murmuró Lucas, Cassie lo golpeó en el brazo—. ¡Auch!

—¿Qué dijiste? —lo reté.

—Nada, nada.

—Kie... ¿dónde está Kira? —Cassie interrumpió nuestra conversación.

Mi cabeza giró para todos lados buscando a la perrita, cuando la encontré me di cuenta que estaba alejándose cada vez más de nosotros.

—La puta madre —murmuré levantándome, pero Iván fue más rápido. Me dió su helado a medio comer y fue a traerla de regreso.

Suspiré, sacudiendo la cabeza mientras lo veía correr tras la perrita. Me quedé allí, en el banco, observando cómo se alejaba y riéndome un poco de la situación.

—¿Por qué se fue así, de la nada? —pregunté más para mí misma.

—Porque Iván soltó su correa cuando recibió el helado —explicó Lucas.

—Que irresponsable de su parte.

—Bueno, igual es más responsable que vos —comentó mi hermano, como si eso fuese lo más evidente del mundo.

—No lo creo, a mi más bien me huele a favoritismo —dije ofendida—. Tenés una hermana increíble y preferís a ese pelotudo.

—Ese "pelotudo" cocina mejor que vos —añadió mientras sonreía.

—¡Eso no es verdad! —protesté, cruzándome de brazos y frunciendo el ceño.

—Es verdad —se encogió de hombros.

—Es verdad —repetí, aceptando finalmente de que era mil veces mejor que yo cuando se trataba de cocinar—. Pero no le digas que te lo dije —piqué su frente con mi dedo índice.

—Sí sí, bueno —apartó mi mano.

Pasaron unos minutos y, de repente, me percaté de que Cassie no estaba a mi lado. Fruncí el ceño y miré a Lucas, quien seguía lamiendo su helado sin preocupación alguna.

—¿Dónde está Cassie? —le pregunté.

—Hace un segundo estaba aquí —respondió él—. No sé a dónde pudo haber ido.

Mi corazón dio un vuelco, y me puse de pie de inmediato, mirando a mi alrededor. Empecé a llamarla, caminando hacia todas partes. Sabía que no podía haber ido muy lejos, pero la ansiedad comenzó a instalarse en mi pecho.

—¡Cassie! —grité, girando la cabeza en todas direcciones.

El nerviosismo fue creciendo, y empecé a sentir que todo se volvía borroso. Mis manos temblaban, y mi respiración se aceleró. Era como si el mundo entero se desvaneciera en un susurro, y la oscuridad se extendiera ante mis ojos.

Mi hermana.

¿¡Dónde está mi hermana!?

—Quédate acá, espera a Iván —le ordené a Lucas mientras me alejaba.

Caminé con prisa entre la gente, intentando localizarla y preguntandole a las personas desconocidas si la habían visto. Todos me decían que no, lo que solo aumentaba mi preocupación.

—¡Cassie! —grité su nombre por milésima vez—. Cassie... —susurré al borde del llanto.

Mi mano apretaba mi brazo con fuerza, evité llorar con todas mis fuerzas pero sentía que la desesperación me superaría eventualmente.

—Disculpe, ¿señor? —toqué el hombro de un hombre alto quien se giró para verme—. ¿De casualidad no ha visto a una niña de cabello rubio y ojos azules? Llevaba un vestido rosa y... —mi voz se quebró y decidí mejor mostrarle una foto de mi hermana.

—No, cariño, no la he visto —negó con la cabeza y un suspiro salió de mis labios, era la misma respuesta que todos me daban—. ¿Necesitas ayuda?

—Es mi hermana —hablé como pude—. Yo me descuidé unos segundos y desapareció —mis ojos se llenaron de lágrimas.

De repente, Iván y Lucas aparecieron a mi lado. Parecían agitados por haber corrido tanto.

—¿Qué pasa? —preguntó el morocho al notar mi expresión de pánico.

—Cassie... no la encuentro —dije con desesperación.

—Vamos a encontrarla —intentó tranquilizarme, pero se veía igual de preocupado que yo.

—Es mi culpa —musité—. Es mi culpa, es mi culpa... —repetí sin detenerme.

Apreté mi brazo con más fuerza hasta que comenzó a doler, sentía mi ritmo cardiáco intensificarse y mi visión y pensamientos se nublaron, Iván me hablaba, tal vez diciendome que no me preocupara, que todo estaría bien, pero no podía escucharlo con claridad.

Mi respiración se aceleró y comencé a sentir que el aire no era suficiente, me quedé en mi lugar sin saber qué hacer.

La voz de Lucas se escuchaba lejana, pidiéndome que reaccionara, y que encontraríamos a mi hermana. El sentimiento de culpa hizo el momento peor, haciendo que mi mente se imaginara todos los escenarios en donde Cassie nunca aparecería.

—Kie, mírame —Iván tomó mis manos temblorosas.

No podía hacerlo, solo escuchaba murmullos, simplemente mi cuerpo no me respondía.

—Kiara —no sé de dónde, pero reuní las fuerzas para mirarlo—. Respira.

Su voz era lo único que lograba escuchar con claridad. Repetía esa palabra una y otra vez.

—Tranquila, estoy aquí —llevó una de mis manos a su pecho, sentí los latidos de su corazón—. Respira.

Inhalé y exhalé profundamente, regulando mi respiración, haciendo que mi ritmo cardíaco regresara a la normalidad.

Cuando logré recuperarme del todo, no hablé, me sentía extraña, una sensación desagradable se instaló en mi pecho. No sabía qué me había pasado, pero sabía que no quería volver a experimentar algo así.

Observé a Lucas, quien me observaba preocupado, luego a las personas a mi alrededor, quienes habían observado todo y luego observé a Iván. Segundos después sentí mis mejillas humedecerse a causa de las lágrimas que ya no pude contener.

El pelinegro acunó mi cara en sus manos, con sus pulgares limpiaba las gotas que cada vez eran más. Luego de ver que no iba a parar de llorar, me acercó a él y sus brazos me rodearon.

Mis lágrimas empaparon su remera y mis brazos también lo abrazaron con fuerza.

—Te necesito aquí, Kie —murmuró—. Cassie te necesita, la vamos a encontrar.

Me separé de él y lo miré, algo dentro de mi se removió, no sabía cómo lo hacía, pero solo verlo me hacía sentir bien.

—¿Estás mejor? —preguntó acariciando mi mejilla.

—Estoy mejor —asentí separándome de él—. Gracias —musité brindándole una leve sonrisa, la cual correspondió.

Toda mi atención regresó a Lucas, quien también sonreía, me agaché para abrazarlo y sus manos acariciaron mi espalda.

—La vamos a encontrar —repitió las palabras del pelinegro.

Con más calma, observé los alrededores, y entonces... la vi.

A lo lejos, Cassie estaba hablando con una persona, estaban sentados en un banco de la plaza. Desde donde estaba, no podía ver su rostro con claridad, principalmente porque llevaba una gorra sobre su cabeza. El extraño se levantó y extendió un papel hacia ella. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia mi hermana menor.

—¡Cassie! —grité, mientras me acercaba.

El hombre desconocido giró y desapareció entre la multitud antes de que yo llegara. Cuando alcancé a mi hermana, estaba sola, mirando el papel en su mano.

Lo primero que hice fue abrazarla. Sentí que finalmente mi alma había regresado a mi cuerpo.

—No podés irte así sin avisar, Cassie —la regañé suavemente—. ¿Qué pasó? —pregunté tomando su rostro con suavidad para que me mirara—. ¿Quién era ese?

—No sé, era un chico —respondió Cassie con inocencia—. Dijo que esto era para vos —me extendió el papel.

—¿Para mi? —asintió, tomé el sobre algo desconcertada y antes de que pudiera abrirlo sentí a Iván y a Lucas llegar a nuestro lado.

—¿Qué te pasa, eh? Casi nos matás del susto —Lucas la regañó.

Su vista se dirigió a mi y miró mi rostro que seguramente reflejaba todo lo que había sentido al saber que mi hermana estaba desaparecida.

—Lo siento mucho, Kie —hizo un puchero—. Prometo no hacerlo de nuevo.

Suspiré tomándo sus manos.

—Vamos a casa.

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Sábado 1 junio, 2019.
(1:13 AM)

No estoy segura de cuántas veces me he levantado de la cama para asegurarme de que mis hermanos estén en su habitación. Muchos podrían llamarme paranoica, pero había algo de todo esto que comenzaba a alterarme, como un mal presentimiento.

Después de verlos dormir tranquilamente durante unos minutos, salí de la habitación de los mellizos y bajé hasta la cocina. Abrí la heladera, saqué una botella de agua y me la bebí en menos de treinta segundos. Aún sentía sed. Pero no sé si realmente era de agua o si lo que sentía era ansiedad, nerviosismo y, por supuesto, mucha preocupación.

Mi brazo derecho comenzó a arder cuando me di cuenta de que había estado rascándolo todo este tiempo.

En busca de algo que lograra despejarme, decidí salir al patio trasero.

Cerré la puerta corrediza al salir y me senté en el borde de la pileta. Mis pies se sumergieron en el agua mientras me dedicaba a observar lo que me rodeaba.

El agua se siente fría.

El pasto también.

Las hojas de los árboles se mueven con el viento.

Algunos juguetes de Kira están regados en el patio.

El agujero por donde Coco solía escaparse ahora está cubierto.

E Iván está apoyado en la cerca, observándome.

Espera... ¿qué?

—Casi me matas del susto —dije, mirando cómo saltaba para acercarse.

—No pareces muy asustada.

Tenía razón. Estaba tan absorta en mis propios pensamientos que no me había percatado de su presencia.

—¿Qué hacés despierto tan tarde? —pregunté mientras lo veía sumergir sus pies en el agua también.

—¿Y vos? —respondió, devolviendo la pregunta—. ¿Por qué estás despierta?

—Yo pregunté primero —apoyé mis manos en el pasto, inclinando mi cuerpo hacia atrás para observarlo mejor.

Llevaba una remera blanca con líneas negras y un gorro de lana del mismo color, del que algunos de sus rulos se escapaban por los costados. Sonreí al ver sus mejillas enrojecerse bajo mi inspección tan minuciosa. Iván con gorro es una de mis cosas favoritas, sin duda alguna.

—¿Qué mirás? —preguntó, apretando mis cachetes y girando mi cabeza para que dejara de observarlo—. ¿Tan lindo soy que no podés apartar tu vista de mí?

—Me gusta tu gorro —admití—. Pero no cambies de tema, todavía no me respondiste.

—¿Qué hago despierto tan tarde? —asentí, esperando su respuesta—. A veces, cuando no puedo dormir, me gusta salir a mirar las estrellas.

—Oh... ¿Y por qué no podés dormir?

Iván me miró un momento antes de llevar su mano a mi cuello, colándose bajo mi remera para tomar el dije del collar que me había dado.

—Recordá que ahora estamos conectados. Puedo sentir cuando algo anda mal.

—¿Están embrujados los collares o qué onda? —bromeé, intentando desviar la conversación. No quería hablar de lo que realmente me pasaba.

—No te vi muy bien hoy, Kie —dijo con un tono más serio—. Después de lo que pasó, supuse que sería difícil para vos conciliar el sueño.

Suspiré, moviendo mis pies, creando pequeñas ondas en el agua. Sentía sus ojos puestos sobre mí, dándome esa sensación de que estaba listo para escuchar todo lo que quisiera contarle.

—A mí nunca me había pasado eso... —murmuré por lo bajo—. Se sintió tan horrible, por un momento pensé que iba a morir...

Iván no respondió de inmediato. Solo subió su mano hasta acariciar mi brazo, en donde las marcas de tanto rascarme eran evidentes.

—Sé lo difícil que puede ser, creeme —respondió, manteniendo la mirada fija en mi brazo.

Fruncí el ceño.

—¿A vos te ha pasado algo así? —pregunté con cautela.

—Me pasaba todo el tiempo, Kie —dijo, su voz un poco apagada, sin apartar los ojos de mi brazo.

Quise preguntarle más, pero parecía un tema que no le gustaba tocar demasiado.

—Lo siento mucho...

—Deberías dejar de disculparte por todo —se rió suavemente.

—Lo siento... no, o sea, perdón... ¡Ahg, dejame! —exclamé, frustrada por no encontrar las palabras correctas.

Iván estalló en carcajadas, y entonces tomé agua de la pileta para lanzársela en la cara.

—¡No, Kie, pará! —suplicó, cubriéndose la cara.

—No quiero —respondí, sonriendo mientras lo salpicaba aún más.

Sin embargo, mi joda no duró mucho. En un rápido movimiento, Iván me empujó al agua.

—¡La re concha de la lora! ¡Está re fría! —grité, intentando salir de la pileta—. Te voy a matar —le dije, mientras él reía—. No te rías y mejor ayudame a salir de acá, me voy a congelar.

Le extendí la mano para que me ayudara, pero lo que hice fue jalarlo, haciéndolo caer al agua conmigo.

—¡La puta madre! —escuché su grito mientras me reía a carcajadas—. No es gracioso.

—A mí me parece que es muy gracioso —recalqué.

—¿Ah sí? Reíte de nuevo, dale —dijo, acercándose a mí.

Retrocedí lo más que pude hasta que ya no tuve escapatoria. Iván se acercó a mi, y cuando estuvo lo suficientemente cerca sus manos tomaron las mías y las llevó a la parte posterior de su cuello.

—¿Qué hacés? —pregunté, confundida mientras mis manos se entrelazaban detrás de su cuello.

—Te ayudo a salir —respondió, colocándo sus manos en la cintura, impulsándome hacia arriba.

Nos quedamos así, mirándonos, sin apartarnos. Iván seguía dentro del agua, en medio de mis piernas, con sus manos en mi cintura. Yo estaba sentada en el borde de la pileta con mis manos entrelazadas en su nuca. Ambos estábamos empapados, y el frío no tardó en hacerse presente.

—Estás temblando —comenté, mirándolo. Negó con la cabeza, pero yo asentí—. Salí, dale.

Finalmente, me soltó y salió del agua. Su barbilla temblaba por el frío, y no pude evitar sonreír.

—Vamos a enfermar después de esto.

—Sí, es lo más probable —respondió, abrazándose a sí mismo.

Me acerqué y le quité el gorro mojado de la cabeza.

—Voy a cambiarme —avisé, levantándome. Él asintió, pero no se movió—. ¿Iván?

—Andá, yo te espero.

—Tenés que ir vos también. Te vas a resfriar.

—Te espero —dijo, tirándose de espaldas en el césped y sonriendo cuando nuestras miradas se encontraron.

Dios mío, este pibe.

Resignada, volví a sentarme a su lado, imitando su acción.

—¿Qué hacés? No, no, andá a cambiarte —bufó.

—No quiero —respondí en el mismo tono que él había usado antes. Escuché cómo suspiraba y finalmente se levantó.

—Voy a cambiarme —dijo, tomando el gorro mojado—. ¿Feliz?

—Muy feliz —respondí, sonriendo antes de darle la espalda para entrar en la casa.

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ivan's pov

Luego de cambiarnos, ambos nos recostamos sobre una manta en el césped, mirando el cielo lleno de estrellas.

Observé de reojo cómo ella seguía las constelaciones con los ojos, fascinada por la inmensidad del universo.

—Son muy lindas ¿no? —dijo, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros.

—Sí, muy linda —asentí sonriéndo.

Lo que ella no sabía era que ambos estabamos viendo estrellas diferentes.

Mientras ella veía el hermoso e infinito cielo, yo la observaba, y por más que lo intentaba, mis ojos no podían ver otra cosa.

—Esto es relajante —volvió a hablar, sus ojos se cerraron por unos segundos a la vez que soltaba un profundo suspiro.

Sonreí ante su comentario. Para mí, ver las estrellas siempre habían sido una especie de terapia.

—Las estrellas me parecen tan fascinantes y misteriosas, como si guardaran secretos que nosotros nunca podremos entender —Kiara me miró de reojo, sonriendo levemente.

—Es la primera vez que comparto este momento con alguien tan especial como vos —dije, soltando una risa nerviosa, consciente de la intensidad de mis palabras.

Ella no respondió, pero pude sentir el peso de sus emociones en el aire.

Recuerdo que desde pequeño, cuando las peleas en casa me afectaban, salir a ver el cielo de noche me ayudaba a despejar mi mente. Me llevaba a otro lugar, uno en el que todo parecía más simple y menos doloroso.

—¿Ahora qué? —preguntó segundos después.

—¿Que querés hacer?

—Podríamos hablar de algo —propuso.

—¿Y de qué querés hablar? —cuestioné recostandome de lado y apoyando mi cabeza en mi mano.

—De lo que vos quieras, cuando hablamos siempre vos me escuchás a mí —imitó mi acción, nuestros cuerpos quedando uno enfrente del otro—. Ahora me gustaría escucharte a vos —finalizó con una sonrisa.

—¿Y qué querés escuchar de mí? —me miró con cansancio—. Es que, no sé que contarte de mí, entonces decime vos qué querés saber.

—¿Puedo preguntarte lo que sea? —asentí—. De acuerdo... —se quedó en silencio durante unos segundos, pensando en lo siguiente que diría—. ¿Qué era lo que más te gustaba de Lola?

Mis cejas se elevaron con sorpresa y mis ojos se abrieron un poco más, esperaba cualquier tipo de pregunta, pero nunca creí que se trataría de Lola.

—¿Sabes que no estás en la obligación de responderme, verdad? —me recordó.

—Pero yo te dije que podías preguntarme acerca de cualquier cosa... solo que no esperé que se tratara de ella —medio sonreí—. ¿Por qué querés saber?

—Simple curiosidad —respondió fingiendo desinterés.

—Lo que más me gustaba de Lola... no lo sé, creo que no había nada que no me gustara de ella —concluí luego de pensarlo.

—Debe haber algo... ¿no lo crees?

—¿Por qué querés saber, Kie? —insití.

—Ya te lo dije, simple curiosidad —repitió—. Y, silencio, que la que hace las preguntas soy yo —colocó su dedo índice sobre mis labios.

—¿Desde cuándo esto se convirtió en un interrogatorio? —cuestioné con un tono juguetón que la hizo sonreír.

—Bueno, siguiente pregunta —reí—. ¿Qué es lo que más te gusta de mí?

¿A qué quería llegar con todo esto?

—Mhm... también me gustan muchas cosas de vos —me sinceré.

—¿Algo en específico?

—Puedo nombrar cada parte si así lo querés —mi manó viajó a su cabello para jugar con el mechón blanco del mismo—. Me gustan tus ojos, tu cabello, tu sonrisa, tu extraño sentido del humor, me gusta cuando hablas sin parar, me gusta verte hacer cualquier cosa. Me gusta que siempre estás dispuesta a hacer lo que sea por las personas que amas, me gusta que siempre escuchas, que siempre estás aunque el resto no esté para vos, me gusta cada maldita parte de lo que eres y haces, no porque sea lo más impresionante del mundo. Me gusta simplemente porque se trata de vos.

Su expresión cambió, sus ojos se abrieron con sorpresa, como si le costara asimilar la profundidad de mis palabras. Creo que Kiara no tenía idea de lo mucho que yo la quería.

—Wow... eso es... gracias —musitó con las mejillas coloradas, sonreí aún más viéndola así de nerviosa. Eso es algo que también me gusta.

—¿No vas a preguntar nada más? —indagué viendo que sus ojos aún miraban los míos con asombro.

—Creo que no necesito saber nada más —rió levemente—. Yo... —bajó la mirada avergonzada—. Creo que también me gustan muchas cosas de vos.

—Podrás decirme esas cosas cuando te sientas segura de que de verdad las sientes —me adelanté al pensar que tal vez la estaba presionando.

Su sonrisa me hizo saber que había dicho lo correcto, ambos nos acostamos, nuevamente mirando las estrellas.

Nuestras manos se entrelazaron por simple inercia, una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo y mi corazón comenzó a latir con rapidez. Ella es la única que puede desestabilizarme de esta manera.

Y entonces me di cuenta, que había encontrado a la persona correcta.

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Flashback !

Buenos Aires, Argentina || 23 de Julio de 2014.
Narrador omnisciente.

Iván se encontraba en casa de Lola, junto a Martina. Habían pasado toda la tarde jugando, pero cuando llegó la hora de dormir, algo dentro de él no le permitía cerrar los ojos.

El insomnio lo consumía, una consecuencia de las constantes peleas entre sus padres.

Finalmente, decidió levantarse de la cama. Necesitaba aire. Se dirigió a la puerta, pero antes de salir, Lola apareció, deteniéndolo.

—¿A dónde vas? —preguntó, preocupada.

—Necesito salir —respondió Iván, en voz baja—. Iré al patio.

—Tiene que estar todo re oscuro, no me gusta la oscuridad —admitió Lola—. Pero si querés, te acompaño.

—No hace falta —le sonrió—. Está todo bien, vos tranquila, volvé a dormir —se acercó dejando un beso en la cabeza de la chica.

Lola asintió, aunque no parecía muy convencida. Iván salió y se acostó en el césped, mirando hacia el cielo. El frío nocturno le hacía olvidar, aunque sea por un rato, el caos que vivía en casa.

Las estrellas, con su brillo único, le daban una sensación de calma que hasta el momento no había encontrado en otro lado.

—¿Seguro que no necesitas que te acompañe? —se levantó al escuchar la voz de Lola, quien estaba a unos pasos de él, cubierta con una manta blanca.

Iván sonrió y le hizo un gesto para que se acercara.

Lola así lo hizo, y se sentó al lado del pelinegro, la sábana cubría todo su cuerpo, dejando solo su rostro descubierto.

—¿Te sentís bien? —preguntó, una vez estuvo cómoda.

—No —se sinceró—. Pero no es nada.

—Sí es —contradijo—. ¿Es por tus padres, no es así?

Iván asintió en silencio, mientras volvía a acostarse sobre el pasto.

—Me gustaría ayudarte pero no sé como hacerlo —se lamentó.

—Ya lo estás haciendo, quedandote acá, conmigo —le sonrió.

Ambos se quedaron en silencio, por un rato. El miedo de Lola aumentando cada vez más al estar afuera de su casa.

A ella no le gustaba la oscuridad, y esa vez la noche estaba más oscura de lo normal. Solo siendo iluminada por el brillo de las estrellas.

—Si tenés miedo podés irte, yo regresaré en un rato —le dijo Iván.

—No tengo miedo —frunció el ceño.

—Claro que sí.

Lola calló, sabiendo que él tenía razón.

—Quiero irme —admitió—. Pero no quiero dejarte solo...

Iván soltó una risita, y Lola se levantó.

—Tranquila, yo sé que algún día encontraré a alguien que quiera ver las estrellas conmigo... —murmuró finalmente, más para sí mismo.

—Yo quiero ser esa persona, prometo que algún día veremos juntos las estrellas... cuando ya no me de miedo salir de noche —añadió con una mueca.

—¿Sí? —preguntó el pelinegro con ilusión.

—Sí —repitió ella—. Superaría ese miedo solo por vos.

Antes de que pudiera decir algo más, un grito la interrumpió.

—¡Lola! ¿Qué haces allá? Vení acá o voy y le digo a papá.

—Para ser tu hermano es un toque molesto —dijo Iván a la chica.

—Lo sé, ¿verdad?

—¡Lola!

—¡Ya voy! —rodó los ojos y regresó su atención al morocho—. Espero que después de esto puedas descansar. Buenas noches, Iván.

—Lola si no venís...

—¡Te dije que ya voy! Dios, qué molesto que sos, Diego.

Fin del flashback !

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