Capítulo XXXIV. Yin & Yang.
Sábado 25 mayo, 2019.
❛ kiara's pov ❜
—¡Feliz cumpleaños, par de insoportables! —grité mientras abría la puerta de la habitación de Cassie y Lucas de par en par.
Los mellizos se incorporaron casi de inmediato, refregándose los ojos y bostezando. Cassie fue la primera en reaccionar, lanzándose hacia mí con una sonrisa que iluminaba toda su cara.
—¡Kie! —gritó, abrazándome con fuerza.
Lucas no tardó en seguirla, aunque con un poco menos de entusiasmo, todavía luchando contra el sueño.
—¿Qué hora es? —preguntó, bostezando de nuevo.
—Son las diez de la mañana —respondí despeinándolo cariñosamente—. ¿Tienen hambre? Les preparé el desayuno —comenté con entusiasmo mientras salíamos de la habitación.
Bajamos a la cocina en donde ya estaba todo listo.
—Wow —habló Cassie, visiblemente confundida.
Les estaba dando el banquete de sus vidas cuando ellos creían que no sabía cocinar, es obvio que van a sorprenderse.
Nos sentamos los tres en el comedor para comenzar a degustar la comida que me había tomado toda la mañana preparar.
—Es imposible que hayas hecho esto vos —dijo mi hermano con la boca llena.
—Sí, ¡está delicioso! —exclamó la ojiazul.
Sonreí viendo a mis hermanos y cuando se fueron tomé un momento mi teléfono para agradecer a la persona detrás de todo.
—Les encantó el desayuno, gracias —hablé cuando contestó—. Sin esas recetas que me diste probablemente habría hecho un desastre.
Escuché la leve risa de Iván.
—De nada, aunque me quedé con ganas de probar —dijo lamentándose.
Tomé un poco de café antes de volver a hablar.
—Prometo invitarte a comer un día de estos.
—Me parece muy... —escuché un estornudo—. Bien —y luego otro.
—Salud —dije mientras reía—. ¿Estás bien?
—Estoy limpiando la pieza —explicó.
—¿Hace cuánto no limpias tu pieza? —cuestioné al escuchar más estornudos de su parte.
—No me acuerdo —se sinceró—. Eu pero, encontré una banda de cosas, luego te muestro.
—Yo voy a ordenar también, hablamos, chau.
—Chau —respondió antes de colgar.
Dejé el celu en la mesada y subí hasta mi cuarto, hoy sería un día bastante largo.
Lo presentía.
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Suspiré y me tiré boca abajo sobre el sofá, totalmente exhausta.
—¡Kie, vamos a comer helado! —gritó mi hermanito—. ¿Nos acompañás?
—No tengo muchas ganas —balbuceé con mi cara siendo aplastada por el sofá.
—Bueno, vos te lo perdés —dijo Cassie llegando a su lado, ambos estaban vestidos a conjunto, se veían tan tiernos.
—Volvemos más tarde —avisó mamá antes de agacharse para dejar un beso en mi cabeza.
—Nos vemos —me despedí.
Luego de escuchar la puerta cerrarse volví a levantarme y me dirigí a la cocina.
Estando allí, comencé a buscar todos los materiales para preparar la chocotorta. El postre favorito de mis hermanos.
Comencé batiendo el queso y el dulce de leche hasta conseguir una mezcla homogénea. Luego busqué las galletas y el molde en donde prepararía el postre.
—¿Te ayudo? —una voz muy reconocible me hizo saltar en mi lugar.
—¡La concha de tu...! —me abstuve de cualquier insulto dirigido a su madre—. Hijo de... —volví a callar y observé su sonrisa divertida—. ¡No podés entrar así, tarado de mierda!
—Perdón —se disculpó acercándose a mi lado y mirando lo que hacía—. ¿Necesitás ayuda?
—No —respondí retomando mi tarea.
—Bueno.
Tomé otro paquete de galletas y fui remojando una por una en el café antes de colocarlas y luego esparcí la mezcla de queso y dulce de leche por arriba.
Sonreí orgullosa cuando vi el resultado, el morocho a mi lado asintió con la cabeza para acto seguido hablar:
—Te quedó re bien —halagó.
—Gracias —suspiré apoyando mi cuerpo sobre la mesada.
—¿Te sentís bien?
—Sí, es solo que es algo agotador... ser tan buena en todo —levantó las cejas con burla.
—Ah, bueno —se acercó—. Supongo entonces que sos buena para todo menos para el orden o la organización.
—¿A qué te referís? —cuestioné cruzándome de brazos.
—Sos un desastre cocinando, boluda —lo miré mal—. Mirá nomás.
Observé el caos que había en la cocina y me quedé en silencio al saber que él tenía razón.
—¿Me ayudás a limpiar? —pregunté después de un rato, brindándole una sonrisa cargada de inocencia.
—¿Por qué debería?
No quiero que piense que me estoy aprovechando de él, aunque técnicamente sí lo estoy haciendo.
—Por favor —hice un puchero y junté mis manos en señal de súplica.
Inspiró hondo antes de asentir. Yo celebré y guardé el postre en la heladera.
—Tomá —me extendió una servilleta.
—¿Para qué o qué? —fruncí el ceño, aún sin recibirla.
—Tenés que limpiarte vos primero —rió levemente—. Vení.
Me acerqué a él y con la servilleta en su mano comenzó a limpiar las partes pegajosas que sentía en mi mejilla. Eso delataba que me había comido la mitad de la crema que había preparado.
Descendió a un lado de mis labios y luego limpió mi cuello en donde me había salpicado la mezcla cuando la estaba batiendo.
Definitivamente soy un desastre.
Sus ojos no se apartaron del lugar, dejó la servilleta a un lado y con sus dedos levantó el collar que llevaba.
—Es un sol —habló segundos después.
—Sí, así es, qué gran observador sos —comenté con sarcasmo y él sonrió ladinamente—. Me lo regaló mi abuela para mi cumple.
—¿Significa algo especial para vos? —asentí—. Nunca te había visto con él.
—Es que lo había perdido —confesé con vergüenza—. Y hoy, cuando limpié toda mi habitación lo encontré —llevé mi mano al dije de sol, mis dedos rozaron con los de Iván, quien seguía admirando los detalles del collar.
—Yo también encontré algo que creí haber perdido...
—¿Y qué encontraste? —pregunté, con notoria curiosidad.
Antes de que lograra decir o hacer algo el sonido del timbre llenó el lugar.
—Ahora vuelvo —avisé antes de desaparecer de la cocina.
Kira estaba apoyada en la puerta y cuando me vio comenzó a ladrar, siempre hace eso cuando llega alguien.
—Vení para acá —la cargué en mis brazos y abrí la puerta—. Hola, ¿qué onda? ¿Qué hacen por acá?
—Venimos a visitarte —dijo Kami sonriendo. Me aparté cuando ella y Rodrigo entraron y detrás de ambos observé a Diego y a Martina.
—Hola Kie —saludó la rubia dejando un beso en mi mejilla—. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿vos? Pasen —dejé a Kira en el suelo y esta de inmediato persiguió a Rodrigo.
Reí viéndola y cuando todos estuvieron dentro, cerré la puerta.
—¿En dónde están los pequeños? Me enteré de que hoy era su cumple —preguntó Kami con Kira en sus brazos.
—Volverán más tarde, mientras yo tengo que preparar todo —suspiré—. Si me necesitan o algo estaré en la cocina.
—¿Qué vas a hacer? Yo te podría ayudar —se ofreció Diego.
—No hace falta —dije al recordar que Iván se encontraba ahí y que tal vez si los juntaba terminarían por matarse—. Ya casi termino igual.
Regresé a la cocina en donde Iván estaba limpiando todo lo que había usado para preparar la torta.
—Gracias —sonreí agradecida—. Déjame te ayudo con esto, es lo último.
Lo aparté con cuidado y continué limpiando.
—¿Te pasa algo? —pregunté al escuchar que no dijo nada.
—Él está acá, eso me pasa —admitió.
—Creo que por hoy vas a tener que controlar tus celos —lo miré de reojo—. ¿Sabes? No lo entiendo, ¿por qué se llevan tan mal?
—Simplemente no me gusta que se te acerque, me da un mal presentimiento.
—¿Creés que tenés el poder para decidir qué personas se acercan a mí? —esa pregunta salió más agresiva de lo que esperaba—. Quiero decir... —guardé silencio, pensando en las palabras correctas.
—No soy nadie para decidir con quién estás y con quién no, perdón si te molesta —se disculpó—. Pero no puedo mentirte y decirte que me cae bien cuando es todo lo contrario —colocó sus manos en los bolsillos de su buzo—. No voy a mentirte porque sé que odias las mentiras, por eso soy tan sincero con vos.
—Es algo que agradezco, créeme, pero Diego, al igual que vos es mi amigo —miré como la expresión de su rostro cambió y cerré los ojos dándome cuenta de lo que había dicho—. O sea...
—Lo entendí, vos tampoco estás obligada a mentirme —sonrió levemente—. Y aunque me duela, también agradezco tu sinceridad.
—Perdón...
—No tenés que disculparte, Kie. Mejor dejémoslo ahí, te prometí que no hablaría más sobre eso.
Terminé de limpiar todo en silencio, sintiendo su mirada puesta en mí.
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❛ iván's pov ❜
Me crucé de brazos en el sofá mientras observaba a Kamila, Martina y Kiara decorando el lugar.
—Rodrigo, ¿me ayudás con esto? —pidió la pelinegra.
—Kira no me suelta —se excusó cuando la perrita no se le quitaba de encima.
—Te ayudo yo —Diego se levantó y la ayudó a colocar los globos.
Desvié la mirada a mis pies cuando sentí algo en ellos, era Kira. La tomé en mis brazos y me levanté con ella en dirección al patio.
Me senté en el suelo, en frente de la pileta, abracé mis piernas y escondí mi cabeza entre mis brazos, esto está siendo más difícil de lo que pensé.
Recordé lo que había pasado esta mañana y busqué en mi bolsillo, sacando de ahí lo que había encontrado.
El Yin y el Yang.
Dos fuerzas fundamentales, opuestas y complementarias. Aunque son una el contrario de la otra, están interconectadas de tal forma que no pueden existir sin su dualidad.
Tal vez esa conexión no existía entre nosotros, tal vez ella no me quería de la misma forma.
Tal vez solo fui yo quien se enamoró.
Las esperanzas de que ella me correspondiera se disminuían dentro de mí cada vez que ella me llamaba su amigo, y aunque estaba agradecido de serlo, mi corazón dolía porque yo quería algo más.
Si sigo buscando algo que tal vez no esté, voy a seguir lastimándome a mí mismo.
—¿Querés contarme qué te pasó? —escuché la voz de Martina a mis espaldas.
—Me duele —musité.
Sentí que se acercó y me rodeó con sus brazos, dejé que su aroma y su calidez inundaran cada parte de mi ser. Martina era la persona que conocía cada faceta de mí, pero hace mucho que no le tocaba lidiar con mi yo dolido y enamorado.
Desde lo que pasó con Lola no me había vuelto a sentir así.
Hasta que vi a Kiara.
Ella puso mi mundo de cabeza. Ella es la dueña de mis pensamientos en este momento, me atrapó sin darme cuenta. Y ahora no podré salir.
—No sabés lo que se siente verte así —habló en el mismo tono—. Si te hace mal, sabés que...
—No puedo alejarme de ella, Mar —admití—. No solo porque se lo prometí, sino porque siento que si lo hago no volveré a ser yo.
—Iván... —levanté la cabeza para observarla—. ¿En qué momento comenzaste a depender tanto de ella?
—No lo sé —admití.
Suspiró entrelazando nuestras manos.
Me guardé todas las preguntas que tenía, yo sabía que Kiara le había contado cosas a Martina que tenían que ver conmigo. Pero no podía hacer que ella me dijera algo, primero porque Marti nunca contaría un secreto, y segundo porque no era lo correcto.
—¿Sabés que te quiero, no? —asentí—. Y no me gusta ver a mi mejor amigo, que es como mi hermano, sufriendo de esa manera.
—Te quiero —sonreí abrazándola.
Martina era la única persona que había estado para mí en cada momento de mi vida, bueno o malo.
Más malos que buenos.
Le debía todo a ella, porque a pesar de las dificultades nunca se alejó de mí y siempre conté con su apoyo, siempre me escuchó, siempre me aconsejó, siempre me ayudó.
Yo sabía todo de ella y ella sabía todo de mí, es que, nunca podría ocultarle algo. Nunca podría mentirle porque me descubriría, me conoce demasiado bien.
Es como la hermana que nunca tuve y que siempre quise.
No sé si tal vez mi relación con Víctor habría sido así, no sé si él me habría escuchado y entendido como ella. No lo sé.
Lo que sé es que estoy muy agradecido de tenerla en mi vida.
—Deberías dárselo —habló cuando nos separamos, yo fruncí el ceño mirándola.
—¿Qué cosa?
—El collar —señaló el objeto en mi mano.
—¿Vos decís?
—Ustedes son uno más boludo que el otro —rió—. La conexión que hay entre ambos se nota a kilómetros, Kie no se ha dado cuenta aún... pero sé que también siente lo mismo.
—¿Es una intuición o ella te lo dijo?
—Iván, soy mujer, sé lo que te digo.
—Ajá... —levanté ambas cejas.
—Me llamarán loca.
Reí y me levanté del césped.
—Creo que me voy.
—Dale, hablame si necesitás cualquier cosa, sabés que siempre estaré para vos —sonrió.
—Gracias, Mar.
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Narrador omnisciente.
La noche cayó y en la casa de la familia Müller todo era risas y alegría.
Los mellizos se encontraban en la sala de estar, rodeados de su familia y muchos regalos.
—¡Paraaa, boludo! —se quejó cuando su hermanito abrió sin nada de cuidado el regalo que le había costado tanto envolver.
Lucas se sonrió con inocencia y abrió por completo el regalo de su hermana.
—¡Está increíble! —exclamó viendo el lego que había visto en una tienda de juguetes el otro día—. Gracias, Kie.
Y así continuaron abriendo los regalos, los padres de Kie observaban a sus hijos felices, y eso era todo lo que necesitaban. Solo estaban ellos cuatro, pero era suficiente.
Además, los Müller nunca se habían caracterizado por compartir sus celebraciones, siempre les gustaba el ambiente familiar, ya que para ellos simbolizaba algo más fuerte, algo inquebrantable.
—¿Quieren comer algo? —preguntó Kie levantándose de la alfombra.
—Yo sí, tengo mucha hambre —dijo la pequeña de, ahora, nueve años, mientras colocaba una de sus manos sobre su panza.
Kie corrió a la cocina y regresó al lugar con la chocotorta, no pudo evitar sonreír al ver la cara de ilusión de sus hermanos y el brillo en sus ojos.
—Sos la mejor hermana que alguien pueda tener —dijo Lucas probando el postre cuando su madre le dio su porción.
—Lo decís cuando te conviene —la pelinegra lo miró con los ojos entrecerrados.
—No es verdad —mintió—. Si sos la mejor hermana del mundo, ¿verdad, Cassie? —buscó apoyo en su hermanita.
—Cerrá el orto, estoy comiendo —habló concentrada en comer su chocotorta.
—Te odio —murmuró Lucas ofendido.
—No empecemos, por favor —pidió Claudia intentando esconder su sonrisa.
—Esto está delicioso —esta vez Héctor habló—. ¿Te ayudó alguien?
—¿Cómo te atrevés a decir eso? Lo hice yo sola, sin ayuda —Kiara se cruzó de brazos totalmente ofendida.
—Solo era una pregunta, Kie —dijo su papá.
—Es que me ofende que dudes de mis habilidades culinarias.
—Una vez casi quemás la cocina, es obvio que va a dudar de vos —añadió su madre, con una sonrisa divertida.
—Todos en mi contra siempre, boludo —hizo un puchero, causando la risa de los presentes.
Luego de más chistes, risas y anécdotas divertidas, llegó la hora de dormir para los mellizos; su cumpleaños había sido, como siempre, un día muy especial. Y estaban más que satisfechos.
Kiara fue la única que quedó en la sala de estar, terminando de ordenar todo para que su madre no tuviera que hacerlo al día siguiente.
Se dio la vuelta cuando escuchó pasos acercándose.
—¿Y ustedes qué hacen acá? —preguntó—. ¿No deberían estar durmiendo?
—No te deseamos buenas noches —explicó Cassie acercándose y la abrazó. Lucas imitó su acción y ambos rodearon a su hermana mayor.
—Gracias, Kie —dijo Lucas.
—¿Por qué?
—Por ser la mejor hermana del mundo —hablaron ambos a la vez. Kie les devolvió el abrazo y contuvo las ganas de llorar que habían surgido en el momento.
—Los quiero, par de liendres —murmuró ella—. Sé que no lo digo mucho, pero son muy especiales para mí.
—También sos especial para nosotros, Kie, pero no llorés —rió Cassie.
—No estoy llorando —la miró mal—. Solo se me metió algo en el ojo... ¡no se rían!
Comenzó a hacerles cosquillas a ambos, terminando los tres en el suelo, riendo y respirando agitadamente.
—Ya deberían ir a dormir —aconsejó la mayor.
—Tenés razón —se levantaron del suelo—. Buenas noches, Kie, descansá.
—Ustedes igual.
La chica se levantó, revisó que todo estuviera en orden, apagó las luces de la sala y cuando estuvo por subir las escaleras, alguien tomó su brazo.
Rápidamente se volteó y golpeó la mejilla de Iván, quien al instante emitió un chillido de dolor. Kiara tapó su boca con sus manos, tenía dentro de sí una mezcla de sorpresa y enojo.
—¡¿Por qué me pegás?! —reclamó el más alto sobándose la mejilla.
—Creí que ya te había quedado claro, ¡no podés entrar sin avisar! —exclamó enojada—. Me vas a matar del susto.
Cuando su ritmo cardíaco se normalizó, se acercó al morocho y miró su mejilla roja, con cuidado la acarició, causando que Iván cerrara los ojos.
—Perdón —dijo por lo bajo.
—No, vos tenés razón, me lo merezco.
—¿Cómo entraste? —preguntó con recelo.
—Siempre dejás la puerta de atrás abierta, Kiara —la chica frunció el ceño, confundida—. Algún día de estos van a entrar a robar.
—Bueno, al menos podrías haber tocado —lo golpeó levemente.
—Sí, pero le quitaría el factor sorpresa —sonrió, causando que ella lo hiciera también.
—¿Qué haces aquí, Iván?
—Busco compañía, quería... no sé, hablar con alguien —su voz fue bajando hasta volverse un susurro y miró sus manos avergonzado—. Nah, no es verdad. En realidad solo quería verte —admitió finalmente.
Kie no respondió, no sabía qué decirle.
—La noche afuera está muy linda, ¿no querés ir a ver? —propuso el pelinegro.
—Bueno, total, no tengo mucho sueño.
Abrieron por completo la puerta corrediza y ambos salieron al patio, recostándose sobre el césped y sus ojos fijos en la oscuridad de la noche, se veían unas pocas estrellas y la luna estaba llena, y más brillante que nunca.
—Me gustan las estrellas —habló después de varios minutos en silencio—. Son muy bonitas.
—Acá no se aprecian tanto igual —respondió Iván.
El silencio volvió a reinar entre ambos, remarcando la tensión en el aire y la lucha interna que ambos tenían, no sabían qué hacer o qué decir.
A veces un gesto hace más que las palabras. Entonces, Iván comenzó a mover su mano en dirección a la de Kiara, aún sin apartar su vista del cielo. Cuando sintió su piel rozando la de ella, se tomó el trabajo de entrelazar sus dedos. Un gesto aparentemente simple e inocente, pero cargado de una intensidad que solo ambos podían sentir.
—¿Te acordás que te dije que había encontrado algo que creí haber perdido? —Kiara hizo un ruido de afirmación—. Te quiero mostrar.
Sus manos se soltaron y ambos quedaron sentados en el césped, Kie expectante a lo que Iván le mostraría e Iván muerto de los nervios por la reacción que ella tendría.
Sacó del bolsillo de su pantalón un collar, dos, en realidad, que estaban unidos por un imán.
—¿Qué es eso? —preguntó acercándose, ya que la oscuridad no le permitía ver mucho.
—¿Conocés la leyenda del Yin y el Yang? —ella asintió.
—Representan dos energías opuestas que se unen para crear el equilibrio perfecto entre sí. Blanco y negro, noche y día, el bien y el mal... —tomó cada uno de los collares y los levantó en el aire—. El Yin representa la oscuridad y es femenina, el Yang simboliza la luz y es masculino.
—¿En serio? —Kie sonrió—. En nuestro caso debería ser al revés, ¿no creés?
—Sí —rió levemente—. Aunque son totalmente diferentes, la mezcla de los dos hace posible la vida y nos permite darnos cuenta de lo que necesitamos para sentirnos en equilibrio.
—Qué profundo —dijo el morocho.
—¿Qué significa para vos? —preguntó interesada.
—Significa una promesa —explicó tomando el collar con el dije de Yin.
—¿Puedo usar este? —preguntó Kie, él asintió—. Ahora ambos estamos conectados —sonrió emocionada.
—Sí...
Dos conceptos totalmente opuestos se unían para formar el equilibrio, tal como ellos dos. Dos almas conectadas por un lazo invisible.
El destino los juntó en circunstancias difíciles, pero lograron salir adelante con ayuda del otro.
No cabía duda. Ellos eran esas fuerzas, contrarias pero complementarias, ellos representaban el equilibrio.
Iván era para Kiara, y Kiara era para Iván.
Solo existía un problema, el tiempo.
El tiempo es una magnitud física con la que se mide la duración o separación de acontecimientos. El tiempo nunca se detiene.
Ojalá el destino haga que Kiara se dé cuenta a tiempo.
Antes de que sea demasiado tarde.
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