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O29 | culpa

Capítulo XXIX. El día en el que todo cambió.

Flashback !

Buenos Aires, Argentina || 25 de diciembre de 2003.
Narrador omnisciente.

Víctor corría en círculos alrededor de su hermano menor mientras reía, intentando pinchar todas las bombas de jabón que su madre hacía con su nueva pistola de burbujas.

Navidad era sin dudas la mejor época del año, y la favorita para el hijo mayor de los Buhajeruk, ya que podía pedir todos los juguetes que deseara, y sus padres, con tal de ver a su hijo sonreír, le cumplirían sus deseos.

Víctor lo tenía todo. Una casa enorme, un cuarto propio con todos los juguetes que cualquier niño desearía tener a su edad, y la facilidad de tener lo que quisiera al instante. 

Pero a pesar de todas esas comodidades, para él pequeño de cinco años lo más importante era su familia. Sus padres siempre habían sido buenos con él, le enseñaron principios y valores que lo ayudaban a tomar decisiones correctas. Y su hermano menor, Iván, quien tan solo tenía tres años de edad, era la mejor compañía que él podía pedir.

Porque ¿quién no desearía tener un hermano?

Sin duda alguna tenía la vida perfecta.

—¿De quién es ese? —preguntó el pelinegro cuando recuperó la energía que había perdido por correr tanto—. ¿Es para Iván?

—Así es, ¿querés entregárselo vos? —el pequeño asintió con euforia y tomó la caja entre sus manos.

Iván estaba en el suelo de la sala de estar, a un lado del sofá, jugando con un juguete que su hermano le había dado momentos atrás. Al ver la caja azul brillante sus ojos se iluminaron y se olvidó por completo del robot de juguete.

—¿Qué es eso? —formuló como pudo, mientras extendía sus manos.

—Es tu regalo —respondió Víctor con una sonrisa—. Feliz navidad, Iván.

El menor sonrió y luego quitó con ayuda de su hermano el envoltorio que cubría la caja.

—¡Mira! —dijo emocionado, alargando la última vocal. Sus labios formaron una "o" y miró a sus padres mientras sonreía.

Abrió la caja y sacó el auto de juguete rojo que había en ella.

—Es a control remoto —dijo Víctor observando el mando que había debajo. Lo apretó pero el auto no se movía—. Papá, no sirve.

—A ver.

Carlos se acercó y examinó el juguete, cuando supo que lo único que necesitaban eran unas baterías, tomó a Iván en sus brazos, quien se negaba a soltar su juguete nuevo, y emprendió el camino a la cocina. En donde había un gabinete especial que, por alguna razón, guardaba baterías.

—Ahora sí —dejó a Iván en el suelo y le dió el control a Víctor—. Probalo, dale —lo animó.

El pelinegro apretó uno de los botones que encendió las luces del pequeño auto y luego comenzó a moverlo por todo el lugar, Iván corría detrás de él, persiguiéndolo.

—¡Dámelo! —habló cuando se cansó y Víctor le cedió el control. Luego de un par de indicaciones Iván logro hacer que avanzara. Pero siempre terminaba chocándose con algo.

Luego de jugar un rato, regresaron a la sala de estar, se acercaron donde Milena, quien seguía sentada a un lado del árbol decorado con  luces y bolas brillantes y que tenía debajo todos los regalos de los pequeños.

—Mami, tengo hambre —dijo Víctor colocando una de sus manos sobre su abdomen. Iván observó su acción y lo imitó.

—Cuando terminen de abrir los regalos vamos a comer —propuso.

—¡Sí! —celebraron ambos a la vez.

Y así transcurrió el resto de la tarde, los hermanos abrieron todos sus regalos y luego, con ayuda de sus padres los llevaron a cada una de sus habitaciones.

Cuando finalizaron, los padres se reunieron en la cocina para preparar la cena mientras que los hermanos se quedaron en la sala de estar jugando con las cajas en donde venían empacados los juguetes.

Si tenían una cantidad inmensa de juguetes, ¿por qué preferían jugar con cajas?

Cosas de niños.

Iván encontró una grande y se metió en ella simulando que era un auto. Víctor empujaba la caja con su hermano dentro, riendo y haciendo ruidos de motor con la boca. Iván, por su parte, miraba el mundo desde su "auto" improvisado, sintiendo la emoción de ser llevado por su hermano mayor. 

Los dos disfrutaban de cada momento juntos, sin saber que esa noche, sus vidas cambiarían para siempre.

Milena observaba a sus hijos desde la cocina, mientras preparaba la cena con Carlos. Los veía tan felices, tan llenos de vida, y no podía evitar sentir una profunda gratitud por tener una familia tan unida. Carlos, por su parte, estaba concentrado en cortar los vegetales, pero de vez en cuando miraba a sus hijos con una sonrisa en el rostro.

—Cariño... —dijo Milena de repente, llamando la atención de su esposo—. ¿Qué te parece si después de la cena los llevamos al parque de diversiones?

Carlos levantó una ceja sorprendido por la sugerencia.

—¿Al parque de diversiones? ¿En Navidad?

—Sí, ya sé que es un poco inusual, pero a los chicos les encanta, y creo que sería una linda sorpresa para ellos.

Carlos lo pensó por un momento antes de asentir.

—Está bien.

Después de la cena, que transcurrió entre risas, Milena y Carlos sorprendieron a sus hijos con la noticia de que irían al parque de diversiones. Víctor e Iván casi saltaron de alegría, emocionados por la inesperada aventura nocturna.

El parque de diversiones estaba iluminado con miles de luces de colores, creando un ambiente mágico que hacía que todo pareciera un sueño. Sobre todo para dos niños como ellos, que lo único que pasaba por sus mentes era divertirse.

—¡Quiero ir allá! —señaló Iván el carrusel.

—¿Podemos? —preguntó su hermano mayor con ilusión en el rostro.

Milena asintió y llevó a los niños primero al carrusel, donde se divertían entre risas mientras las luces y la música los envolvían en una atmósfera de pura felicidad.

Cuando se bajaron de la atracción, algo mareados, observaron a su padre acercarse.

—¿Quién quiere algodón de azúcar?

—¡Yo! —respondieron al unísono, tomando cada uno una nube de azúcar de color azul que su padre les había traído.

Se sentaron en una banca del parque junto a sus padres. Mientras comían, cada uno planeó mentalmente a qué atracción iría después. Siendo Víctor el que más planes tenía para divertirse con su hermano menor.

—¿A dónde vamos ahora? —pregunto su madre, mirando atentamente lo que sus hijos dirían después.

Iván tiró de la manga de su hermano mayor.

—Quiero esa —dijo, señalando una atracción en la distancia.

Víctor miró hacia donde su hermano señalaba y vio una pequeña atracción cubierta, parecida a una casa de juegos. Sonrió y asintió.

—Vamos, mamá, Iván quiere ir a esa —dijo, tomando la mano de su hermano y comenzando a caminar hacia el lugar.

—Vé con ellos, compraré algo para mi y los alcanzo —avisó Carlos antes de alejarse a la zona de comida.

Milena los siguió, y cuando llegaron, se detuvo a hablar con una amiga que había encontrado por casualidad. Víctor, mientras tanto, llevó a Iván a la entrada de la atracción y juntos entraron al lugar.

Dentro, los dos hermanos jugaron y exploraron, riendo y disfrutando cada segundo. Víctor cuidaba de su hermano menor, asegurándose de que no se alejara demasiado. Después de un rato, se detuvieron para tomar un descanso.

—Tengo hambre —pronunció Iván mirando a los otros niños afuera del lugar con golosinas en sus manos.

—Pero ya comiste —le recordó Víctor.

—Tengo hambre —repitió el pequeño, causando una risa por parte del mayor.

—Le diré a mamá, después —prometió—. ¿A dónde querés ir después?

—¿A dónde? —repitió la pregunta, sin saber que decir.

—¿Querés ir a la rueda de la fortuna? —preguntó.

Iván asintió levemente. Víctor sonrió.

—Te quiero —habló el pelinegro de repente, tomando por sorpresa a su hermano mayor.

—También te quiero —dijo Víctor, abrazando a Iván.

Iván, aunque solo tenía tres años, entendía perfectamente el sentimiento. Sonrió y devolvió el abrazo, sus pequeñas manos rodeando el cuello de su hermano mayor.

Fue en ese momento cuando ambos comenzaron a notar un olor extraño en el aire. Era un olor que no pertenecía al parque de diversiones, un olor que no debía estar allí.

—¿Qué es eso? —preguntó Iván, frunciendo el ceño.

Víctor miró a su alrededor, preocupado. El olor a quemado se hacía cada vez más fuerte, y antes de que pudiera hacer algo, comenzaron a ver humo.

—Veni conmigo —dijo, tomando la mano de su hermano y corriendo hacia la salida—. ¡Mamá!

Pero el fuego se extendió rápidamente, atrapándolos dentro de la atracción. Víctor, con el corazón acelerado, encontró un lugar seguro para su hermano.

—¿Dónde está mamá? —preguntó, totalmente asustado—. ¿Y papá?

—Voy a buscarlos, quédate aquí, no te muevas.

Iván asintió, sus ojos grandes y asustados. Víctor le dio un último abrazo antes de salir corriendo en busca de ayuda. Pero no llegó muy lejos antes de que el humo lo envolviera por completo, haciéndolo toser y caer al suelo. 

El pequeño de cinco años trató de seguir adelante, pero sus fuerzas lo abandonaron, y finalmente se desmayó.

Momentos después, los bomberos irrumpieron en la atracción en llamas. Encontraron a Iván, desmayado pero vivo, en el lugar donde su hermano lo había dejado. Pero no había rastro de Víctor.

La noche de Navidad, que había comenzado con tanta alegría, terminó en tragedia para la familia Buhajeruk. Los padres de los pequeños lloraron de desesperación cuando les entregaron a Iván, pero sus corazones se rompieron por completo cuando supieron que no habían encontrado a Víctor.

—Mamá, ¿en dónde está Víctor? —dijo cuando logró recuperarse.

El pequeño Iván, que había perdido a su hermano mayor en medio del caos, no entendía completamente lo que había sucedido. 

La realidad era que en medio de la oscuridad y el fuego, había perdido la parte más importante de su vida.

Y así, en esa fatídica noche, el destino de los hermanos Buhajeruk cambió para siempre.

Fin del flashback !

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

ivan's pov

No le encontraba explicación al rostro de la chica que tenía enfrente, era como si todo lo que le había contado era completamente difícil de creer.

Y lo era, para mí lo fue.

No entendía porque me ocultaron algo así, no lo entendía.

—¿Entonces él... falleció en el incendio? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

—No lo sé, y mamá tampoco lo sabe —admití—. Nunca lograron encontrar el cuerpo, y luego de todo lo que pasó, lo buscaron por cielo y tierra. Pero no encontraron a Víctor.

Suspiró profundamente y tapo su boca con una de sus manos, como si el peso de todo lo que había escuchado fuese más grande que ella.

—Mamá cree que es su culpa... dice que ella estaba a cargo de nosotros y que nunca debió dejarnos solos en ningún momento —continué—. Y también porque Carlos, se encargó de inculparla.

Tomé aire antes de seguir.

—Me contó que ese día tuvieron que llevarme al hospital, y que estando ahí discutieron. Carlos le dijo que todo era su culpa, y que se negaba a creer que Víctor estuviera muerto. Ella no se defendió porque estaba convencida de que éramos su responsabilidad, y cometió un error que le costó la vida a mi hermano, y que tal vez, me habría costado la vida a mi también.

Mi voz se quebró al decir lo último y su mano apretó la mía.

—Ella le dijo que no estaba todo perdido, que Víctor podría aparecer. Pero él ya no tenía esperanzas. Y entonces, cuando me di cuenta de que mi hermano no regresaría, y comencé a llorar por su pérdida, él le pego. Fue la primera vez que lo hizo.

—¿Qué...? —no terminó de formular la pregunta.

—A partir de ahí las cosas cambiaron en casa —seguí relatando lo que había oído de mi madre—. Mamá siguió buscando a Víctor, y él no volvió a ser el mismo. Prohibió que su nombre fuera mencionado, y cuando mi madre lo confrontaba la lastimaba. 

Para él, ella es la única culpable de lo que pasó, aunque tan solo fue un accidente.

—Sé que tal vez si mamá hubiera estado con nosotros la historia habría sido diferente, pero cometió un error —entrelacé mis dedos con los de la pelinegra—. Con el paso del tiempo todo se volvió más caótico. Cuando Carlos extrañaba a su hijo se descargaba en mamá. Y cuando crecí, y comencé a defenderla sin saber por qué lo estaba haciendo, él dejó de verme como su hijo.

Víctor, al ser el primogénito, siempre tuvo la prioridad ante los ojos de papá. Por eso, cuando él se fue, él deseó que ese hijo que había muerto hubiera sido yo.

Entendí todo, el no me ama, porque prefería que muriera yo antes que su primer hijo.

—Hay dos cosas que no logro entender acerca de todo esto —dije para finalizar—. Uno, ¿cómo pude olvidarme de mi propio hermano? y dos; ¿Por qué me tuvieron que ocultar algo así?

—Iván esto es... muy difícil —dijo, asentí dándole la razón.

Logré contar toda la historia sin derramar una lágrima, pero no puedo decir lo mismo de hace un par de horas cuando mi mamá me confesó el secreto que me habían ocultado por años.

No sabía como sentirme, comencé a sentir un vacío en mí, comencé a sentirme triste, porque tuve un hermano al que quise con mi alma, y ni siquiera lo recordaba.

—Normalmente, a los tres años, los recuerdos aún no están completamente consolidados, y es común que los niños de esa edad no retengan memorias detalladas de eventos traumáticos, especialmente si hay un período de tiempo significativo que transcurre después del evento sin que esos recuerdos se mencionen —habló después de un rato—. Eso explicaría por qué no lo recuerdas.

—Aún así odio pensar que él tuvo la cara para culpar a mamá de todo. Ella dijo que Carlos amaba a Víctor mucho más de lo que alguna vez me amo a mí, y aunque no lo demostraba, ella lo sabía. Si él estuviera aquí todo sería tan... diferente.

Los brazos de Kiara rodearon mi abdomen, intentando brindarme su apoyo ante toda esta situación.

Lástima que eso no era suficiente.

—Todavía hay esperanza —susurró—. Tu papá va a pagar por todo lo que les hizo —se separó de mí y limpió una lágrima que, sin darme cuenta, se había comenzado a deslizar por mi mejilla—. No mereciste nada de lo que te pasó, y tu madre tampoco.

—Kiara, entendé esto —coloqué mis manos a cada lado de sus hombros—. Hasta que él no se vaya, nosotros no podremos ser felices.

—Entonces tenemos que hacer que se vaya de sus vidas —colocó ambas manos en el centro de mi pecho—. Hay que arriesgarnos, Iván. Tenemos que olvidar las amenazas, si no lo intentamos, entonces nunca sucederá nada.

Asentí, conociendo perfectamente las consecuencias.

—¿Decís que tu mamá quiera ayudarnos después de todo?

—Lo hará —afirmé—. Pero necesito tiempo.

—Tiempo es lo que no tenemos —negó con la cabeza.

El sonido de su teléfono interrumpió nuestra conversación. Miré el contacto de Diego en él y se separó de mi antes de contestar.

—¿Hola, Diego? ¿Qué pasa? —hizo una pausa antes de volver a hablar—. ¿Qué?

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