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O25 | revelación

Capítulo XXV. Acta y testamento.

kiara's pov

Y así tan repentinamente como aparecieron, se marcharon. Sin dejar ningún tipo de rastro.

Todo pasó tan rápido.

Los gritos regresaron, pero ya no había nadie a quien temerle. El asesino se había ido.

Un dolor agudo recorrió mi cuerpo. Sentí como si mi piel estuviera ardiendo. Me llevé la mano al brazo y la aparté rápidamente al ver la sangre.

—¡Kiara! —miré a mi madre, quien ahora estaba frente a mí.

—¿Estás bien? —me adelanté; ella asintió.

—Estás sangrando —señaló mi brazo herido; su rostro reflejaba preocupación—. Vamos al hospital.

Me levanté con la ayuda de mi madre. La bala solo rozó la piel de mi brazo.

Cuando me giré y observé la escena, comprendí lo que había sucedido.

Martina, sus hermanos y su madre rodeaban el cuerpo de Leandro, quien apretaba su hombro con su mano. Su traje, que antes era blanco, ahora estaba teñido de un color rojo muy fuerte.

No dejaba de sangrar.

Él no me había disparado a mí. Quería matar a Leandro.

—La ayuda está en camino —le dijo uno de los guardias a la esposa del señor Carrera.

¿Y ellos qué hicieron? ¿Por qué no detuvieron al asesino si tenían la oportunidad de hacerlo? Los guardias también tenían armas.

Aunque ahora que lo pienso, tal vez más gente habría resultado herida si ellos hacían algo.

—¿Dónde está papá? —pregunté, más preocupada al percatarme de su ausencia.

—Fue por ayuda —mi mamá ahora tenía un pañuelo en sus manos, el cual le sirvió para detener el sangrado de mi brazo momentáneamente.

—La salida del edificio está bloqueada por ahora —habló despacio, concentrada en lo que estaba haciendo—. ¿Estás segura de que estás bien? —preguntó nuevamente.

—Lo estoy —sonreí, intentando que ella se calmara. Aunque por dentro estaba peor.

Quiero decir, ¡casi me matan!

Suspiré, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con aparecer y dejé que me abrazara.

De todas las cosas que me rodeaban, la que más me dolía era ver las caras de mis amigos, preocupados por su padre. Si le hubieran hecho daño a mi mamá o a mi papá, no sé cómo estaría ahora mismo.

Tengo miedo, ahora más que nunca.

—¿Dónde está Iván? —pregunté un rato después—. ¿Está bien? —asintió.

Las puertas de la entrada se abrieron y observé a varias personas entrar; algunas eran personal médico y otras eran policías.

Tres de esas personas se llevaron a Leandro, y el resto atendió a los demás heridos. Incluyéndome a mí.

—¿Ya te sentís mejor? —asentí a la chica que me atendía—. Afortunadamente no fue nada grave, pero necesitas descansar —habló dirigiéndose a mi madre, quien durante todo este tiempo no se había ido de mi lado.

—Muchas gracias —le sonrió antes de que se marchara.

Suspiré y recosté la cabeza en el hombro de mamá.

—Tu papá ya está aquí, vámonos.

Bajamos hasta el primer piso y cruzamos por la recepción, que estaba llena de policías y gente esposada.

Afuera estaba mi padre, charlando con varios policías.

—Gracias por su colaboración —dijo el oficial antes de irse.

—Todo estará bien —musitó cuando lo abracé.

—¿Cómo está él? ¿Fue muy grave? —asentí levemente.

—Mañana iré a visitarlo, ahora está en cuidados intensivos. Los médicos hicieron su trabajo bien, esperemos que se recupere pronto.

—¿Puedo ir con vos? Quisiera ver a mis amigos —pedí, él asintió.

Dudo mucho que, luego de lo que pasó, regresen a su casa.

Subimos al auto y finalmente emprendimos el camino a casa. Alejándonos del peligro.

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

—¡Kiara! ¿¡Estás bien!? —exclamó Cassie al ver las manchas rojas en mi vestido blanco.

—¿¡Qué les pasó!? —Lucas se acercó detrás de ella.

Los abracé y luego me fui de allí, hasta mi habitación. Ignoré sus llamados de preocupación; no quería que supieran todo lo que había pasado. No quería que supieran que casi matan a su hermana.

Además, no podía dejar de pensar en Iván. Ni en lo que había en esa maldita caja fuerte.

Entré al baño despojándome del vestido y de los accesorios que tenía; me di un baño deshaciéndome de los rastros de sangre.

El agua caliente me hizo relajarme por el momento.

Salí del baño y me puse ropa cómoda. Luego me acosté en mi cama con cuidado de no lastimar mi brazo herido.

—Kiara, ¿podemos entrar? —escuché la voz de mis hermanitos del otro lado.

—Sí.

Observé a Cassie abrir la puerta y a Lucas entrar con una taza en sus manos. La acercó hasta mí y la recibí antes de que se quemara.

—Mamá dijo que te tomes eso, te servirá para dormir —mi hermana sonrió sentándose a mi lado y posando su mano sobre mi brazo que no estaba lastimado.

—Gracias —sonreí levemente y dejé un beso en la frente de cada uno.

—¿Vos sí nos vas a decir qué pasó? —preguntó Lucas—. Papá nos dijo que era mejor que no supiéramos, pero estamos preocupados por vos.

—No puedo decirles nada.

—¿Quién te lastimó? —interrogó Cassie.

—Una persona muy mala, pero estoy bien. No se preocupen —acerqué mi nariz a la taza sintiendo el rico aroma del té.

Ambos intercambiaron miradas, para posteriormente asentir y salir de mi habitación.

No quise mentirles; odio tener que hacerlo.

En medio del desastre mental que tenía, decidí buscar mi teléfono. Había muchas incógnitas sin resolver aún.

El asesino había fracasado en su misión, pero yo había acertado al decir que Leandro o Carlos serían las siguientes víctimas.

Tomé una bocanada profunda antes de abrir la primera foto en mi teléfono. Lo que encontré allí me dejó helada.

"Registro Número: 195032360", leí en voz baja, mi vista recorriendo las líneas del documento. "Nombre completo del nacido: Víctor Raúl Buhajeruk Fernández. Fecha de nacimiento: 11 de octubre de 1998. Hora de nacimiento: 3:00 a.m. Lugar de nacimiento: Buenos Aires, Argentina".

Mi mirada se detuvo en los nombres de los padres: Carlos Andrés Buhajeruk y Milena Fernández López. No cabía duda.

Iván tenía un hermano.

¿Cómo era posible? No sabía qué pensar. Mientras continuaba revisando las fotos, las piezas comenzaron a encajar en mi mente. Pero eso no hacía que todo esto fuera menos perturbador.

Deslicé la pantalla y vi el testamento. Carlos, en un documento que parecía haber sido redactado hace años, dejaba toda su fortuna en manos de su "primer hijo, Víctor Raúl Buhajeruk Fernández". Ni una sola mención de Iván. Mi corazón se aceleró, todo esto era demasiado.

Regresé a la foto del acta de nacimiento, tratando de asimilar lo que significaba. Iván no solo tenía un hermano. Tenía un hermano mayor, uno que, por lo que se veía en ese testamento, era el heredero legítimo de todo.

Dejé caer el teléfono a mi lado, mirando al techo mientras intentaba organizar mis pensamientos. ¿Por qué Iván no me lo había dicho? ¿O era posible que él no tuviera idea? Y si lo sabía, ¿por qué lo mantenía en secreto?

El silencio de mi habitación se volvió ensordecedor. Mi mente iba a mil por hora, pero una cosa era clara, tenía que hablar con él.

No solo para confrontarlo, sino porque había una parte de mí que no podía soportar la idea de que él estuviera pasando por esto solo.

Pero, ¿y si no sabía nada? ¿Y si esto era algo que le habían ocultado toda su vida? Mi corazón dolía solo de pensarlo. ¿Cómo se lo diría? ¿Cómo le diría que tenía un hermano, uno que, según el testamento de su padre, lo había desplazado completamente?

Me levanté de golpe y salí de mi habitación; las luces estaban apagadas, lo que indicaba que ya todos estaban completamente dormidos.

Salí al patio y con mucha dificultad salté la cerca que separaba las casas; ya no sentía tanta culpa como antes porque sabía que era algo de mucha importancia.

Primero me aseguré de que nadie estuviera observando. Luego, subí con cautela hasta la habitación del morocho. Rezando internamente porque se encontrara ahí.

Cuando llegué al piso de arriba, me di cuenta de que la puerta estaba abierta.

Con mucha cautela miré por la abertura; lo encontré a Iván sentado en el borde de su cama. Todo alrededor de él era un completo desastre.

Y no solo eso, estaba llorando.

Lo que más me extrañó fue que a pesar de que las lágrimas no dejaban de caer por sus mejillas no hacía ningún sonido o movimiento. Sus manos estaban entrelazadas, y sus ojos mirando un punto fijo en la habitación. Como si su mente estuviera en otro plano.

Abrí la puerta, pero él seguía sin reaccionar.

—¿Iván? —pregunté un poco más preocupada, entré y cerré la puerta detrás de mi antes de acercarme—. ¿Qué te pasa?

Levantó su cabeza y me miró a los ojos, su nariz y mejillas estaban rojas.

—¿Estás bien? —pregunté con voz temblorosa al ver su estado.

—Ayúdame —suplicó en un susurro.

Mi mano llegó hasta la suya para ayudarlo a levantarlo, luego mis brazos rodearon su torso y mi cabeza se pegó a su pecho. Sentí su ritmo cardiaco y su respiración acelerados.

—¿Qué pasó? —dije como pude, cuando encontré las fuerzas para hablar.

—No podemos hacer nada, Kiara, nada —musitó escondiendo su cabeza en mi cuello, su nariz acarició mi piel.

—¿A qué te referís? ¿Qué pasó, Iván?

—Ellos quieren matarnos.

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